El vehículo derrapaba en cada curva que cogía. Evan no podía negar su nerviosismo, su preocupación, que por momentos se tornaba en desesperación. Deseaba que todo saliese bien. Anhelaba recuperar a su hermano. Juntos volverían a ser indestructibles, ni siquiera los zombis podrían con ellos.
Detuvo el vehículo frente a la escalinata del Palacio de la Gobernación, salió y corrió sin siquiera detenerse a sacar la llave del contacto y apagar el motor.
Subió las escaleras de tres en tres y se abalanzó sobre la puerta del laboratorio en el que descansaba su hermano sobre una camilla, esposado, esposado por él.
Armand se apartó, asustado, de su camino. Luca dirigió su mirada hacia él. Evan permaneció unos instantes frente a su hermano, mirándolo de arriba abajo mientras recuperaba el aliento.
—¿Has hablado con él?
—No, no, me dijiste que… no, no hemos hablado, él sí ha hecho preguntas pero yo no…
Evan le hizo un gesto para que callase y arrastró una silla junto a la camilla, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas. Sin decir nada observó el comportamiento de su hermano.
—¿Cómo te encuentras?
Luca levantó la cabeza. Las esposas no le permitían incorporarse por completo.
—Me duele la cabeza, bastante, mucho.
—Creo que es normal ¿No Armand? Se debe al tratamiento.
—¿Qué tratamiento?
Evan lo estudió un instante y se volvió hacia Armand, el médico se encogió de hombros y devolvió la atención a su hermano.
—¿Qué recuerdas? ¿Recuerdas quién eres, cómo te llamas, dónde estás?
—No.
—No qué.
—No sé mi nombre y este sitio… no recuerdo nada.
—¿Tampoco te acuerdas de mí?
—¿Debería?
—Sí, por supuesto, somos hermanos
—¿Hermanos?
Luca recostó la cabeza sobre la camilla.
—¿No te suena mi voz? ¿No es como si estuvieses escuchándote a ti mismo?
—¿Hermanos con la misma voz?
—Es mucho más que eso. Armand, trae un espejo.
—Qué.
—Un espejo. Necesito que Luca vea algo.
—¿Mi nombre es Luca? No recuerdo nada anterior a… no sé.
—No, no tengo espejos, no hay espejos, solo los que están en los lavabos.
—Pues rompe uno y trae un trozo —Armand salió corriendo.
—¿Me llamo Luca?
—Sí, eres Luca y yo, yo soy tu hermano Evan.
—Evan…
—¿Lo recuerdas? ¿Te dice algo?
Las últimas preguntas las realizó en español, hasta ese momento se había expresado en italiano al igual que Luca. Su hermano pareció confundido en un primer momento, luego continuó respondiendo en italiano.
—No, no recuerdo nada ¿Por qué estoy atado? ¿Quién me ha atado?
—Es por tu propio bien, para que no te hagas daño —Evan continuó con el español.
—¿Por qué iba a hacerme daño? ¿Me has atado tú? —Luca siguió respondiendo en italiano dejando claro que entendía el español.
Evan extrajo una pequeña llave de uno de los bolsillos y se la mostró a Luca.
—Sí, fui yo, era necesario para… para el tratamiento —Ahora Evan se había comunicado en inglés.
Luca frunció el ceño y volvió a incorporarse lo que le permitían las esposas.
—Desátame —Luca movió repetidamente su mano esposada y continuó usando el italiano.
—¿Sabes dónde te encuentras? —Siguió en inglés Evan.
Luca volvió a dejar caer la cabeza sobre la camilla, luego observó todo el perímetro de la habitación.
—Diría que en algún tipo de hospital, o algo así.
—No, me refiero a la ciudad, al país.
—¿Cómo voy a saberlo? Te he dicho que no recuerdo nada y ni siquiera puedo levantarme para mirar por una puta ventana —se mostró ahora más airado.
—Estamos en Roma, en la Ciudad del Vaticano ¿Recuerdas a qué país pertenece Roma?
—¿Esto es un puto examen del colegio? Italia joder. Quítame estas esposas de una puta vez.
—Bien, parece que ya vas recuperando tu carácter —Evan se había expresado ahora en francés y simulaba dar palmadas juntando lentamente las palmas de las manos.
—¿Qué es esto, una puta entrevista de trabajo? ¿Me vas a examinar en todos los idiomas? ¿Ahora va el árabe y luego el ruso?
El rostro de Evan se tensó, se incorporó de un salto. En ese instante había entrado Armand, el trozo de espejo roto que traía escapó de sus manos estrellándose contra el suelo.
—Lástima, casi habías conseguido engañarme hermano.
—¿De qué estás hablando? —Luca miraba alternativamente a Evan y a Armand.
—Ninguno de los dos hablamos ruso, de eso estoy hablando. Del hecho de que has intentado engañarme, si pensabas que también dominabas el ruso es porque recuerdas nuestro encuentro en el despacho del Papa… pero no has podido planearlo tú solo —Evan apoyó la mano en la empuñadura de la pistola que descansaba en su funda y se fue volviendo lentamente— Armaaaand…
@@@
¡BANG! ¡BANG!
Evan recibió los dos impactos en el pecho, resultó lanzado por encima del escritorio de Armand y quedó tendido boca abajo al otro lado. Al instante la sangre comenzó a deslizarse bajo él.
Miré hacia la puerta. Iván giraba en ese momento la pistola hacia mí. A pesar de sostenerla con ambas manos no conseguía evitar que el arma oscilase notablemente. Armand fue reculando hasta que su espalda encontró la pared.
—Iván, tranquilízate, ya está. Dame esa llave —señalé el suelo— desátame.
—Te iban a borrar la memoria, no sé si eres tú ¿Cómo sé si eres tú?
El arma continuaba moviéndose de forma descontrolada en sus manos.
—No me han borrado nada. Díselo Armand, vamos, baja esa pistola y quítame las esposas.
Armand parecía sujeto a la pared con cola, era incapaz de despegarse de ella, todo su cuerpo temblaba. Aun así reunió valor para explicar:
—Es, es verdad, no le inyecté nada, era solo suero, inocuo, no le borré la memoria, sigue siendo el Luca que conocías.
—¿Qué ha pasado? —Sami, seguido de Sandra, entró en el laboratorio— ¿Está muerto?
Se aproximó hasta Evan, una herida manaba sangre de su cuello y empapaba su rostro expandiéndose bajo su cuerpo.
—Sami, la llave, quítame las esposas, rápido.
—¡Quieto! —Iván apuntaba ahora al árabe y a todo lo que se hallaba a medio metro de él. Sami apartó a la niña lejos de sí— tenemos que ir a salvar a Thais y a los demás, Evan los iba a meter con zombis en la Capilla. Iremos allí, iremos y los salvarás, la salvarás.
Sami se fue inclinando lentamente a por la llave de las esposas, Iván bajó por completo la pistola, de repente suponía un peso incapaz de soportar. Armand, por fin, fue capaz de separarse de la pared, se acercó a la mesa y miró por encima, la mancha de sangre crecía bajo el cuerpo de Evan.
Una vez liberado de las esposas le quité la pistola a Iván. Y le alboroté el cabello de la cabeza para intentar tranquilizarlo.
—Lo has hecho muy bien. Ahora tengo que irme, los salvaré, te lo aseguro.
—Yo voy contigo.
—Sería mejor que…
—Voy contigo —se irguió y apretó los puños. Sus ojos no pudieron contener las lágrimas. En la frente lucía un extenso apósito algo manchado de sangre.
—De acuerdo —habría preferido que se quedase con Sami pero sabía que no sería capaz de evitar que me acompañase; por otro lado se había ganado el derecho a decidir lo que quería hacer— vosotros volved con Ambros, cuando esto termine ajustaremos cuentas.
Armand hizo intención de ir tras el árabe.
—Tú no, eres médico, te vienes conmigo. Coge un botiquín, probablemente haga falta.
Les empujé a la salida y me volví a observar el cuerpo tendido de mi hermano. Un regusto ácido me subió desde el estómago y me atenazó el pecho. Mi hermano yacía ahí tirado, desangrándose, ni siquiera estaba seguro de que hubiese muerto. Tal vez podría hacer algo por él. Dudé, desde que desperté en el CNI había estado solo, me había ido rodeando de gente, sí, pero era solo eso: gente, no eran de mi sangre, no eran mi familia. Mis piernas no obedecían, mi cerebro no enviaba las órdenes correspondientes, se estaba imponiendo mi corazón, quería regresar junto a Evan. El recuerdo de Shania encerrada con un montón de zombis me hizo reaccionar. No había tiempo. Me volví hacia el cuerpo tendido en el suelo:
—Solo puede quedar uno. Adiós hermano. Esto nunca tendría que haber terminado así.
Salí del laboratorio después de haber cogido el walkie de la mesa de Armand.
Bajamos corriendo las escaleras empuñando la pistola. Al alcanzar la salida varias mercenarias se interpusieron en nuestro camino. Portaban fusiles pero no los encararon hacia nosotros, se limitaron a mirarse unas a otras sin saber cómo actuar. Habían escuchado disparos y tenían claro que yo no era Evan. Decidí tomar la iniciativa antes de que llegasen a alguna conclusión peligrosa para nosotros. Entre ellas creí reconocer a una oriental. Me pareció recordar que, junto con Caronte, había conducido a la niña, a Sandra, hasta el Vaticano.
—Evan ha muerto. Mi hermano ha muerto. Yo lo he matado. Ya ha acabado todo. A partir de ahora volveremos a ser la Unidad con honor que fuimos una vez ¿Estáis de acuerdo? —La pregunta llevaba implícita una amenaza; así lo entendieron las mujeres.
—De acuerdo —respondió la japonesa, el resto asintió. La sombra de mi hermano sobrevolaba el ambiente y su sombra era idéntica a la mía.
—Permaneced aquí, no permitáis que nadie salga ni entre a este edificio hasta que yo regrese ¿Entendido?
Las mercenarias asintieron una vez más. Iván, Armand y yo nos dirigimos a un todoterreno con el motor en marcha y con la puerta abierta. En ese trayecto no dejé de mirar de reojo el comportamiento de las mujeres, no terminaba de confiar en ellas, todo había resultado demasiado sencillo.
@@@
Caronte le entregó la llave a Clémentine y corrió hacia el altar chillando y moviendo los brazos para atraer sobre ella toda la atención de los zombis. Los gritos resonaban en la bóveda imponiéndose a los gruñidos graves de los zombis.
—Ves liberando al resto y permaneced escondidos tras la mampara. No os dejéis ver ni llaméis lo más mínimo su atención —Caronte y Shania se colocaron casi hombro con hombro.
Clémentine soltó a Gio, la mano del joven no dejaba de temblar. Tras liberar al chico corrió hasta Jorge y le soltó también. En cuanto se encontró libre se puso en movimiento.
El abuelo le vio correr y traspasar la mampara; definitivamente lo de acatar órdenes no iba con él. A pesar de la situación sonrió al imaginar la cara del sargento si hubiera estado allí.
Caronte y Shania no dejaban de moverse en las inmediaciones del altar.
—Necesito abrirme paso hasta el zombi aquél.
Shania intentó identificar al muerto al que se refería Caronte.
—El de la sudadera gris, el de la capucha.
—¿Por qué? ¿Qué tiene ese de especial? ¿No te habrás enamorado?
Un zombi alcanzó la distancia de ataque de Shania y esta se agachó y realizó un barrido con la pierna. El zombi, un varón que rondaría los cuarenta ataviado con un uniforme de bombero cayó hacia atrás. Su cabeza rebotó contra el suelo. Shania tiró de su cuerpo hacia ella. Antes de que reaccionase atrapó su cabeza con fuerza con las dos manos y la giró con violencia. Las vértebras del bombero crujieron, sus miembros dejaron de moverse, no así sus ojos que continuaron refulgiendo furiosos.
—Treinta y dos —chilló.
—Es una corazonada, creo que lleva un arma.
—¿Dónde, en la entrepierna?
Caronte no terminaba de entender los impertinentes comentarios de Shania.
—Llama su atención; ahora.
Shania se encaramó a lo alto del altar y comenzó a gritar. No solo trataba de llamar la atención de los muertos, estaba liberando todo el odio que la invadía, la frustración que sentía, no albergaba esperanza alguna de salir con vida de esa iglesia pero moriría matando.
Junto a las puertas derribadas apareció Jorge. No estaba dispuesto a quedarse escondido sin hacer nada. Entre el grupo de zombis había varios niños. A esos no hacía falta ponerlos a su altura, ya lo estaban. Se aproximó por detrás hasta el pequeño Enzo. Su madre no había dejado de gritar su nombre mientras los zombis les atacaban en la oscuridad. Conocer cómo se llamaba no facilitaba las cosas. Las lágrimas hicieron amago de aparecer. Hubo de usar toda su capacidad de abstracción para evitar que inundasen sus ojos.
“Ya no es humano”
“Ya no es humano”
“Ya no es humano”
No dejaba de repetirlo, necesitaba tranquilizar su conciencia. Se situó tras el niño, llevó una mano a su frente y la otra al cuello. Dio un fuerte tirón y escuchó como las jóvenes cervicales del chico crujían. El cuerpo del menor se desmadejó delante de él. Apretó los dientes con furia pero no logró evitar que las lágrimas brotasen.
—Treinta y uno —logró gritar.
—Joder con el enano —Alma se había apoyado sobre la barandilla de piedra del púlpito y aplaudía con entusiasmo.
Kool se retiró hacia atrás llevando consigo a Stark y Kendra. Remy y otras tres mercenarias ocuparon toda la barandilla. Quedaban cinco más a espaldas de Kool.
En el interior de la Capilla la acción transcurría como si se tratase de una película presenciada en directo, o mejor, como si se asistiese a una representación teatral completamente real de la que nadie saldría vivo.
Clémentine entregó la pequeña llave a Francesca y corrió al lado de Jorge. La mujer liberó primero a Amos y luego a las dos niñas; después todos corrieron hasta el otro lado. Allí abrió las esposas de Thais y del anciano. Amos se colocó delante de todos decidido a protegerlos cuando los zombis llegasen. Le hubiera gustado acudir en apoyo de las dos mujeres y de los chicos pero era consciente de sus escasas posibilidades. Bien asentado en esa esquina tal vez lograse resistir un poco más.
Pensó en lo que le había inyectado ese salvaje. Se pasó los dedos por el muñón. Puede que se hubiese equivocado, quizá debería haber permitido que inoculase a Francesca, si realmente se trataba de una vacuna ella habría podido sobrevivir.
Sobre el altar, Shania lanzaba patadas a las cabezas de los zombis que se iban acercando. Caronte, mientras tanto, se apresuraba en rodear el grupo de muertos. Era consciente de que la ventaja de la elevación del altar solo duraría hasta que el grueso de los zombis atacase a la vez, en ese momento Shania debería desistir.
Ya veía al joven de la sudadera gris. Deseó haber interpretado con acierto el gesto de Kool, en caso contrario estarían condenados todos. En su camino solo se interponía una zombi vestida de monja. Caronte no tenía forma de saberlo pero se trataba de Sor Lucía. La escuálida religiosa caminaba arrastrando los pies hacia el punto de atención que constituía Shania.
Caronte la sujetó del hábito. La delgada mujer se dio la vuelta lentamente. La mercenaria se estremeció al ver el rostro. Su extrema delgadez le confería a su cara un aspecto cadavérico. La cruz que debería colgar de su cuello había desaparecido, ahora su pecho descarnado quedaba a la vista mostrando el lugar en el que había sido salvajemente mordida. La monja adelantó sus brazos con intención de alcanzarla. Caronte los golpeó con fuerza hacia abajo. Todo el cuerpo de la débil mujer se desequilibró hacia adelante. Caronte rodeó su cara con la toca y dio vueltas hasta que sintió crujir sus vértebras, luego la soltó.
—Treinta —gritó.
Ya nadie se interponía. Tiró de la sudadera del joven hacia abajo con toda la fuerza que pudo acompañando con su cuerpo el movimiento. La cabeza del chico se estrelló contra el mosaico del suelo. El golpe sonó con fuerza pero no fue bastante para partir el cráneo. Caronte descubrió lo que se hallaba bajo la capucha. Hundido en su espalda hasta la empuñadura se encontraba el cuchillo de Ayyer. Sin duda Kool lo había colocado ahí. Era evidente que estaba de su parte pero no lograba entender por qué no se decidía a mostrarlo abiertamente.
Extrajo la hoja y volvió a hundirla en el oído del zombi, lentamente, como si atravesase un pedazo de mantequilla. Los movimientos del chico cesaron y ella se alzó con la daga del tuareg. Recordó esos ojos una vez más. Deseó tenerlo a su lado en ese preciso instante.
—Veintinueve —gritó con rabia.
Jorge, con la visión enturbiada por las lágrimas, se dirigió hacia otro de los niños. En esta ocasión se trataba de una chica. Corrió hasta ella con la esperanza de poder realizar la misma maniobra de antes, matarla desde atrás. Acabar con ella sin tener que enfrentarse a su mirada.
Esta vez no fue posible. La niña se revolvió con rapidez y avanzó las manos hacia él. Jorge solo acertó a interponer las suyas también sujetando a la cría del cuello evitando así sus dientes. Al apretar sintió la sangre fría y pegajosa entre sus dedos. A la niña la habían mordido ahí, en la base de la nuca, bajo su fino cabello rubio.
La imagen de Carmen regresó una vez más para atormentarlo, para debilitarlo. Sintió que sus fuerzas flaqueaban, sus brazos temblaban por el esfuerzo y por la tensión. La boca de la chica se acercaba peligrosamente a su cara. Parecía que el cabrón de Evan iba a tener razón. Esta vez el sargento no iba a aparecer. Puede que ni siquiera les recordase, que no recordase haber disparado contra Carmen. Jorge sintió que las fuerzas le abandonaban por completo. La boca maloliente y ennegrecida de la niña se acercaba. Se rindió. Su cerebro dejó de enviar órdenes de resistencia. Sus ojos se cerraron a la espera de sentir el mordisco.
—¡AHHHHHHH!
Jorge abrió los ojos al sentir que el peso y el hedor que antes sentía se desvanecían. Al hacerlo descubrió a la chica casi volando. Al instante se estrelló contra el suelo. Clémentine la había lanzado allí. No se detuvo ahí, se abalanzó sobre ella, sujetó la cabeza con ambas manos y la estrelló una y otra vez contra el suelo. Y siguió. No era capaz de parar. El cráneo de la niña hacía rato que había reventado, sesos y sangre rodeaban sus dedos pero continuaba.
—Ya. Para ya. Está muerta. Clémentine para ya, por favor.
La joven pareció reaccionar al sonido de la voz de Jorge. Soltó el amasijo de carne y huesos, que ahora era la cabeza de la niña, y se incorporó mirando hipnotizada sus manos impregnadas de sangre y restos. Jorge las rodeó con las suyas y las fue limpiando de restos dedo a dedo, con suavidad, con cariño, con ternura, como si el tiempo se hubiese detenido alrededor suyo. Cuando hubo terminado la chica gritó:
—Vingt-huit.
Caronte sujetó por la espalda a otra de los zombis, se trataba de una de las mercenarias. La funda de su machete y la de la pistola se encontraban vacías. Hundió el cuchillo de abajo arriba por la base de su cráneo. La mujer cayó. Caronte no esperó a que terminara de desplomarse y se dirigió a por otro al tiempo que voceaba:
—Veintisiete. Shania ¡YA!
Shania saltó del altar antes de verse totalmente rodeada y se dirigió de nuevo hacia la puerta de la Sala de la Lágrimas.
Alma se inclinó hacia adelante sobre la barandilla intentando identificar lo que tenía en las manos Caronte.
—Es un cuchillo —adivinó Remy— tiene un cuchillo.
El grueso del grupo zombi se dirigió hacia la posición de Shania. Caronte aprovechó la situación para alcanzar a otra mercenaria zombi. La sujetó por la espalda del uniforme y hundió en su oído la hoja entera de la daga.
—Veintiséis —vociferó con ímpetu renovado mientras lanzaba una mirada al púlpito.
Alma se volvió.
—¿De dónde ha sacado Caronte un cuchillo?
—Los prisioneros fueron registrados exhaustivamente, se les retiraron todas las armas, nadie llevaba ese cuchillo.
—Lo llevaría alguno de los zombis —intervino Kool con una sonrisa burlona en los labios.
Alma apretó los dientes para, inmediatamente, dejar ver una sonrisa que preocupó en extremo a Kool.
—¡Caronte! —La mercenaria se giró hacia la voz, también algunos zombis lo hicieron— suelta ese cuchillo ¡AHORA!
Caronte sujetó del pecho a otra mercenaria y clavó el cuchillo en su garganta, desde abajo hasta alcanzar su cerebro.
—Veinticinco —gritó dirigiéndose hacia la cantoría.
Alma tomó apoyo en la barandilla y apuntó.
Caronte levantó ambos brazos en señal de rendición pero en fracciones de segundo realizó un preciso movimiento para lanzar el cuchillo. La daga salió antes de que entrase la bala en su hombro derecho, un poco por debajo de la herida que le había causado la metralla en el puente de la Isla Tiberina. Caronte acusó el impacto y dobló una rodilla. Por momentos el dolor se hacía insoportable. Desde el suelo elevó la vista a tiempo de ver como la mercenaria situada al lado de Alma caía al interior de la Capilla alcanzada por la daga. Lamentó no haber terminado con Alma.
Los zombis parecieron olfatear la sangre. La mayoría se lanzó en dirección a la mercenaria que se desangraba en el suelo aún viva. Ese hecho constituyó un leve respiro para Caronte.
Shania rodeó con rapidez el grupo y levantó a Caronte del brazo.
—No hay tiempo para descansar.
Caronte estaba derrotada. La pérdida del cuchillo había socavado su voluntad. Ayudada por Shania ambas retrocedieron hasta el altar. Caronte se apoyó en él. Inspiró profundamente y se preparó para lo que iba a venir.
Los zombis, una vez que hubieron acabado con la vida de la mercenaria, se dirigieron en grupo hacia ellas.
Shania se adelantó un par de pasos. Jorge se unió a ella. Clémentine corrió junto a Caronte.
Shania golpeó en el rostro al zombi más adelantado. Ahora no podía enzarzarse en un cuerpo a cuerpo, tan solo ganar algo de tiempo alejándolos a patadas.
Jorge golpeó a una zombi en la rodilla pero no pudo completar el ataque y tuvo que retroceder. Los zombis estrechaban el cerco. Clémentine se agarró a la mano del chico. Los cuatro recularon hasta colocarse tras el altar. Ya no quedaba dónde ir. El Papa, con su sotana ensangrentada se lanzó sobre el altar y comenzó a encaramarse en él.
Las dos mercenarias se irguieron. Era el fin, no había esperanza. Colocaron a los chicos tras ellas y se prepararon para lo que las esperaba.
Desde el púlpito Kool hizo ademán de intervenir pero Alma giró descuidadamente el cañón de su arma hacia él y le retó con la mirada a intentarlo.
—¿Qué coño pasa? Stark se abrió paso hasta la barandilla. En un principio temió algún tipo de estratagema pero al ver los rostros de sorpresa de los demás terminó por volverse.
Los zombis habían abandonado su presa, se dirigían arrastrando los pies, y gruñendo cada vez a un volumen menor, hacia la pared sur, la contraria en la que se hallaba el púlpito. Sin ninguna explicación plausible se iban concentrando al otro lado de la transenna, en la esquina. Una vez llegaron allí se detuvieron y permanecieron absortos, en silencio, abducidos observando… a Gio.
Remy se volvió hacia Alma.
—¿Qué hacemos?
La menuda mercenaria se llevó el walkie a la boca.
—Evan…
@@@
El walkie crepitó en el interior del todoterreno.
—Evan. Evan. Contesta Evan. A los zombis parece ocurrirles algo no atacan, permanecen en estado… no sé cómo decirlo, el caso es que no atacan ¿Qué hacemos con los prisioneros?
Iván me alargó el walkie. Armand mostraba unos ojos como platos.
—Toma, diles que se detengan que no les maten, mejor, diles que maten a los zombis.
—No se lo tragarán.
—Sí, sois iguales, tenéis la misma voz. No notará la diferencia ¡Hazlo!
Cogí el walkie sin detener el vehículo. Antes de que pudiese contestar volvió a abrirse la línea.
—Ya está. Ya sé lo que pasa ¿Cómo está Luca? Luego me lo cuentas. En cuanto esto termine voy para allí.
Un último chasquido indicó que la comunicación se había terminado.
—¿Por qué no se lo has ordenado? Hazlo ahora.
Solté el walkie sobre Iván y aceleré a fondo.
@@@
En la Capilla, Shania había decidido aprovechar el “extraño” comportamiento de los zombis para pasar al contraataque. Corrió tras los muertos hasta alcanzar al más separado. Lo hizo caer y partió su cuello.
—Veinticuatro —susurró esta vez.
Jorge también fue tras los zombis, quedaban dos niños, alcanzó al más rezagado. Golpeó sobre su rodilla y lo derribó. Sujetó con fuerza su cabeza y la estrelló contra el suelo como antes había hecho Clémentine, una y otra vez, hasta que dejó de moverse.
—Veintitrés.
Cuando se incorporó la joven estaba a su lado.
—Ayúdame. Aprovechemos lo que sea que les ocurre a los zombis.
Clémentine señaló a la valla. En ella permanecía encaramado Gio.
—Es Gio, está usando el silbato de ultrasonidos.
Shania acabó con otro.
—Veintidós.
¡BANG!
El disparo pareció detener el tiempo un instante. Todo dio la impresión de ralentizarse; los leves gemidos, el arrastrar de pies sobre el suelo, el vacío del silencio, el hedor que flotaba en el ambiente.
Gio cayó hacia atrás, herido en el hombro. El silbato salió despedido sobre el grupo de zombis. Los gruñidos regresaron. Los zombis volvieron a agarrarse a los barrotes, a intentar atravesarlos. Algunos emprendieron el movimiento para rodear la mampara.
Al otro lado, Francesca taponaba como podía la herida del joven. El abuelo se aproximó a ellos con una de las niñas cogida a cada mano. Amos se aprestó a impedir el paso de los zombis mientras las fuerzas le acompañasen. Thais corrió junto a Francesca.
—Vamos hacia atrás.
Con su ayuda fueron arrastrando a Gio hacia la esquina Sureste de la Capilla.
Parte de los zombis avanzaron hacia ellos, el resto se había dirigido a por Shania, Clémentine y Jorge.
Caronte vio como Shania y los dos chicos retrocedían.
—El grupo se ha dividido. Podemos tener una oportunidad —Shania jadeaba por el esfuerzo, la excitación y la adrenalina segregada.
Se volvió hacia Caronte al no obtener respuesta.
—Es el fin Shania, el fin.
—¡NO! —Jorge se adelantó y se colocó en posición de combate junto a Shania— hay que resistir, el sargento no tardará en venir.
La mención a Luca hizo que Shania se viniese abajo. Los zombis avanzaban.
—Tienes que detener esto. No podemos dejar que los maten.
Kool se encaró a Alma. Varias armas le apuntaron abiertamente. Stark y Kendra se situaron a sus costados. Con Alma y Remy eran siete enemigos para tres, demasiados.
—¿De dónde vienen esos disparos?
Todos habían escuchado las detonaciones. Se volvieron hacia la Capilla.
@@@
Detuve el vehículo frente a la entrada del Palacio Apostólico.
—¿Eso es la Capilla? —Iván miraba en todas direcciones sin terminar de decidirse a salir del coche.
—A la Capilla solo se accede desde el interior del Palacio Apostólico.
—¿Cómo lo sabes?
Me detuve un instante.
—Ni idea, simplemente lo sé. He estado aquí, antes, en otro momento, hace mucho, cuando no había zombis en las calles, mucho antes, creo.
Corrí dejando atrás a Iván y Armand.
Me adentré en el último pasillo antes de encontrar las puertas de entrada a la Capilla. La luz había ido reduciéndose hasta quedar casi a oscuras. Al encarar el último tramo me di cuenta que no estaba solo.
—¿Quién anda ahí? ¿Evan?
Escuché tras de mí como Iván y Armand se detenían. Yo todavía no había entrado en su visual.
—¿Cómo va todo ahí dentro?
Las mercenarias no podían verme bien. Decidí aprovecharme de ello. Mi voz era idéntica a la de mi hermano. Todo estaba en un extraño silencio… que de repente se rompió. Gritos y gruñidos parecían atravesar los muros.
—Por un momento pareció que todo había acabado, hasta los zombis dejaron de gruñir. Habíamos pensado que Alma habría ordenado disparar con los fusiles con silenciador, aunque no se había escuchado nada de nada. Ha sido llegar tú y volver los alaridos.
Continué avanzando con la pistola empuñada pero sin apuntar, no podía alertarlas. Conforme me aproximaba iba distinguiendo mejor sus siluetas. Tres mercenarias se habían girado y permanecían atentas a las grandes puertas. La cuarta continuaba observándome.
—Tú… tú no eres Evan.
Encaré la pistola antes que ella y disparé. Ahora tenía suficiente visibilidad como para no errar, aun así vacié el cargador de la pistola sobre ellas.
En cuanto cesaron mis disparos sentí el ruido de los pasos tras de mí. Iván me alcanzó, al poco llegó Armand.
—Quédate aquí, con Armand. Yo entraré. Yo solo. Si es demasiado tarde, volved por donde hemos venido coged el coche, dirigíos a una de las salidas. No paréis os salga al paso quien os salga. Escapad y no os detengáis hasta que estéis muy lejos de aquí.
Puse uno de los fusiles de las mercenarias abatidas en las manos del chico, las del médico temblaban demasiado, y giré la llave. Entré al interior de la Capilla con uno de los fusiles encarados y otro colgado al hombro, preparado para usar. La luz en el interior era mucho mejor. Permitía ver la belleza que decoraba cada centímetro de pared. También me dejó ver el dolor y la maldad en toda su crudeza.
A mi izquierda un grupo de zombis rodeaba a las niñas, Francesca, Thais y el abuelo. Amos se enfrentaba como podía con uno de ellos moviéndose de un lado a otro, en precario equilibrio, para dificultar el paso del resto.
¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP!
¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP! ¡FLOP!
Los zombis, uno a uno, fueron cayendo, incluido el que sujetaba Amos.
—Al otro lado, ayuda a Caronte y los demás.
Mientras me alejaba vi como Iván soltaba el fusil y corría a echarse en brazos de Thais.
Atravesé todo lo rápido que pude la Capilla, crucé la mampara y enseguida pude ver al otro grupo de zombis rodeando a Shania, Caronte y los chicos. Así como la parte de la Capilla que acababa de dejar atrás mantenía un aspecto relativamente normal, el otro lado de la mampara parecía el mismo infierno. Charcos de sangre en el suelo, vísceras y trozos de intestinos liados en los pies de algunos zombis. Zombis por los suelos incapaces de moverse pero todavía en el estado de vida del que disfrutaban. Huellas de sangre en las paredes, en los tapices. Gruñidos, gritos, y el olor, ese olor que se apoderaba de todos los lugares que los zombis habían hecho suyos.
En el púlpito, Alma y Remy ya se aprestaban a disparar sobe mí. No disponía de mucho tiempo. Los zombis alcanzarían a Shania y a Jorge. Si me entretenía en disparar sobre el púlpito puede que fuese tarde para ellos.
—¡AL SUELO!
Confié en que reaccionasen a mis palabras y disparé una ráfaga.
¡CLIC!
Solo salieron cuatro proyectiles. Solté el fusil y envié una nueva ráfaga con el que llevaba colgado. Veía a los zombis caer mientras esperaba recibir en cualquier momento la bala que terminase con todo.
¡CLIC!
El fusil volvió a disparar en vacío. Los zombis que rodeaban a Shania y Jorge habían caído todos, algunos seguían vivos pero Shania ya se encargaba de ellos.
Los disparos que se produjeron en el púlpito me devolvieron a la realidad. Me volví esperando sentir los impactos en mi cuerpo. El primero alcanzó el suelo junto a mi pie para salir luego rebotado. Un desgarrador alarido volvió a propagarse por la Capilla. El arma de Alma me apuntaba claramente pero ella no estaba en condiciones de apretar el disparador siquiera. La hoja de un machete de combate le salía por la garganta. El fusil escapó de sus manos y se precipitó sobre el suelo. La sangre fluía a borbotones por la herida y por su boca. Incapaz de sostenerse en pie un segundo más volteó la barandilla y cayó a un par de metros del lugar en que me encontraba; muerta.
En el púlpito Kool, Stark y una africana habían acabado con el resto de mercenarias. Remy, la mulata, mantenía los brazos en alto mientras los fusiles de las dos mujeres la encañonaban.
Viendo la situación controlada me dirigí hacia Shania. Se encontraba delante del zombi que una vez había sido el Papa de Roma, los proyectiles habían impactado en su cuerpo pero eso no era suficiente. Su pierna derecha colgaba flácida bajo la sotana raída pero, con todo, avanzaba inagotable sobre Shania.
Alcancé al Sumo Pontífice y le cogí por detrás la frente, con la otra mano presioné su cuello. Las cervicales crujieron y su cuerpo se desplomó.
Jorge se acercó hasta mí muy serio. Su rostro y su cuerpo estaban cubiertos de sangre, sangre de zombis. Se detuvo a un metro, entonces saltó sobre mí.
—Se lo dije, se lo dije a todos, pero ninguno me creyó. Decían que te habían borrado la memoria, pero yo sabía que vendrías, que llegarías a tiempo, siempre lo haces: el sargento siempre vuelve.
Se bajó y me miró serio de nuevo.
—¿Te acuerdas de mí verdad?
Shania se había acercado hasta nosotros. Su aspecto era parecido al del chico, pero en ella se notaban las huellas de los golpes recibidos. Jorge se colocó entre los dos. Clémentine se acercó también y cogió la mano del chico.
—Luca ¿Dónde está tu hermano?
Kool se encontraba a pocos metros de nosotros. Había saltado al interior de la Capilla y traía encañonada a la mulata.
—¿Qué hace ella aquí? —Iván se había acercado también seguido de Thais.
—Maté a Alma, impedí que te disparase, de no haber sido por mí ahora estarías muerto.
Estudié su semblante. Se podía leer su miedo. Era una superviviente, se ponía de parte de la carta más segura en cada momento.
—Es cierto —intervino Kool— pero antes nos había traicionado. Tú decides.
Estaba agotado, física y mentalmente y no quería más muertes. Asentí.
Iván se adelantó un paso, con una rapidez que nunca le había visto esgrimir, extrajo la pistola de la funda de Alma, se incorporó amartillándola y a solo dos palmos del rostro de la mujer disparó. El proyectil desapareció en su frente y su cuerpo cayó hacia atrás. Cuando su cráneo golpeó contra el suelo el eco del disparo aún se propagaba por el interior de la bóveda. Un insistente pitido se instaló en nuestros oídos.
Observé como el chico bajaba la pistola. Su mano no temblaba lo más mínimo. La sorpresa dominaba todos los rostros, incluido el mío.
—Iván qué…
—Mató a Adam, esa mujer asesinó a Adam. Está mejor muerta.
Guardó la pistola en su cintura y desapareció en dirección a Mariano y Francesca. Armand caminaba asustado hacia nosotros.
—Es verdad —intervino Thais— ella mató a Adam, se lo merecía.
Tras sus palabras se fue en pos del chico.
El silencio lo había invadido todo, solo los gruñidos de algunos zombis que continuaban con vida, arrastrándose por el suelo lo rompía.
Kool alargó un cuchillo hacia Caronte.
—Creo que te pertenece.
La mercenaria lo cogió. Una herida de bala en su hombro chorreaba sangre a lo largo de su brazo derecho. Armand se colocó a su lado y se preparó para realizarle una cura.
—¿Y tu hermano?
Observé a Kool antes de responder.
—Muerto.
—Lo siento ¿Lo… lo hiciste tú?
Negué.
—Lo hizo él.
Iván regresaba, junto a Thais ayudaba a mantenerse en pie a Mariano. Amos se acercaba apoyándose en Francesca.
—Joder con el chico.
Un chisporroteo invadió la escena. Todos dirigieron sus miradas hacia mí. Al walkie que continuaba en mi cintura y que yo ni siquiera recordaba haber recogido del coche. Lo descolgué y lo levanté esperando que volviese a emitir.
Los segundos que transcurrieron hasta que la radio volvió a cortar parecieron horas.
—Hola ¿Estás ahí?
El vello se me erizo, los ojos de todos se abrieron de par en par. Algunas miradas se dirigieron a la entrada de la Capilla, otras al púlpito, esperando ver al propietario de esa voz. Esa voz, mi voz, la voz de mi hermano muerto.
—Dijiste que lo habíais matado —Kool me miraba fijamente.
—Le maté, le disparé dos veces, a la misma distancia que estoy ahora de ti. No fallé. Su pecho se cubrió de sangre y cayó al suelo. Su cuerpo estaba envuelto en sangre. Díselo —Iván gritaba desde la distancia— le alcancé las dos veces, díselo.
Kool volvió a interrogarme con la mirada.
—Hermaaaaano. Sé que me estás escuchando. Es de muy mala educación no responder.
—Puede… puede que llevase chaleco…
—Es verdad, el chico le disparó, había sangre por todas partes —intervino Armand que no sabía si continuar con la cura o guardar todo de nuevo y salir corriendo.
—Ah, ya entiendo. Estás preguntándote cómo es que sigo vivo. Tengo que decirte que estoy muy disgustado. Ni siquiera te molestaste en comprobar que hubiese muerto… es de primero de mercenario: nunca dejes posibles enemigos vivos. Mal, muy maaal.
—Estás muerto cabrón, yo te maté, te disparé dos veces —Iván me había arrebatado el walkie, estaba fuera de sí.
—Me alcanzaste, sí, cierto. Ya hablaremos de ello, tú y la zorrita esa. Pero ahora devuélvele la radio a mi hermano y deja que hablen los mayores.
—Él nunca llevaba chaleco, tú sí, algunas veces, Evan nunca. Decía que no era honorable. No impedía que lo usáramos pero él nunca lo llevaba ¿Lo comprobaste, comprobaste que estuviese muerto?
—¿Cómo puedes estar vivo?
—Después de tu traición quieres decir —una larga pausa nos mantuvo expectantes hasta que la comunicación prosiguió— si tú estás vivo es que alguien me ha traicionado, alguien más quiero decir. Si tuviese que apostar lo haría por Kool y sus dos zorras, la negra y la latina ¿Acierto?
No respondí.
—Deduzco, por tu silencio, que sí. Ese traidor te habrá dicho que nunca llevo chaleco, así que ¿Cómo es posible que siga vivo?
—Eso ya da igual. Tienes que parar, estás solo. Aún estás a tiempo. Entrega tus armas y ríndete.
—Dile hola a Luca…
El silencio pareció durar una eternidad. Un nudo atenazaba mi garganta. Sabía lo que venía ahora.
—Hola Luca.
Era la voz de la niña, de Sandra. Cerré los puños, mis uñas se clavaron en la carne. Caronte se adelantó con su herida a medio vendar. Su rostro estaba completamente blanco, y no se debía a la sangre que había perdido.
—Deja a la niña. Evan. Déjala. Todavía estamos a tiempo de arreglar esto.
Del otro lado de la línea se oían ruidos, eran pasos. Evan mantenía el pulsador apretado. Estaba caminando.
¡BANG!
La detonación nos sobresaltó a todos.
—Tic-tac hermano.
El sonido posterior nos indicó que la comunicación se había vuelto a cortar. Sin mediar palabra alguna más dejé caer el walkie al suelo, arranqué el fusil de las manos de Stark y eché a correr.