Llevaban más de cuatro horas remando sin descanso. En la balsa salvavidas había un par de remos de plástico que más parecían de juguete. La capacidad de la embarcación de emergencia era de seis personas, así que no sobraba el espacio. El sudor cubría el cuerpo de todos y el olor no era agradable. Se habían establecido en equipos; Caronte y Sami por un lado y en el otro Megan y Tamiko, estas últimas remaban en esos momentos. Habían ido turnándose cada hora y durante todo ese tiempo nadie había pronunciado una sola palabra.
Después de un último jadeo por el esfuerzo, Megan sacó el remo del agua y lo lanzó con violencia sobre Sami. El científico, desprevenido vio golpeada su cara por el mango.
—¿Por qué coño nos ha dejado con vida? ¿Por qué no nos ha matado? Maldito hijo de puta, hubiera sido mucho más humano. Eres un puto moro como él, dime por qué lo ha hecho.
Todos en el interior de la balsa la observaron en silencio, Sami se llevó la mano al labio partido.
—En serio joder ¿Por qué no nos ha matado, por qué ha respetado nuestras vidas? Hemos asesinado a sus dos hijos, a varias decenas de sus hombres. No tiene sentido joder, no tiene sentido.
Nadie supo que contestar, nadie quería contestar.
—Tú —señaló a Sandra— ¿Qué coño te dijo? Estuvisteis hablando, antes de que se le ocurriese su puto juego y después ¿Qué le dijiste? ¿Qué te dijo?
La cara de la niña estaba desencajada, se recogió las piernas con los brazos e intentó inútilmente alejarse de Megan.
—Contéstame joder —Megan se abalanzó sobre la niña y la cogió del pecho tirando de ella.
La balsa se movió peligrosamente por la inesperada sacudida.
—Que me contestes hos…
Megan hubo de dejar de hablar, no podía hacerlo con el cuchillo de Ayyer en la garganta. Caronte lo presionaba contra su cuello.
—Suelta a la niña. ¡YA! —Ordenó.
Megan la soltó y la pequeña se escabulló hasta situarse al otro costado de Sami para mantenerse lo más alejada posible de la ira de Megan.
—¿De verdad no os extraña, de verdad no queréis saber por qué nos ha permitido… vivir?
Caronte se volvió ahora hacia Sandra, también Tamiko la observaba abrazada a Sami.
—Sandra —comenzó a hablar en tono pausado— ¿Hablaste de nosotros con el tuareg, qué te dijo, de qué hablasteis?
La pequeña continuaba temblando, agarrada al brazo del científico hasta cortarle la circulación, este se ayudó de su otra mano para separarla un poco y poder mirarla a los ojos. No dijo nada, solo la miró.
—Nada, solo, solo, solo me preguntó si quería quedarme con ellos, me dijo que me protegería, que me cuidaría, solo eso.
—¿Y tú qué le dijiste aulló Megan?
Sandra reculó un poco y volvió a mirar a Sami antes de responder.
—Le di las gracias y le dije que no podía —fue mirando a todos, de uno en uno a ver si esa explicación les satisfacía, al no decir nadie nada continuó— le dije que quería encontrar a mi padre, que creíais que podía estar vivo y que por eso no me podía quedar con él.
—¡Mientes! —Gritó Megan casi abalanzándose sobre ella.
La niña se recogió de nuevo tras Sami. Incapaz de argumentar nada más.
—Y la segunda vez ¿Qué te dijo la segunda vez que hablasteis?
Sandra meditó su respuesta, la anterior parecía no haberles convencido, era la verdad pero no había gustado a nadie, tal vez debería mentir, contar otra cosa, inventarse algo, pero qué, no sabía qué era lo que esperaban oír.
—¿Y bien?
—Lo mismo, me volvió a hacer la misma pregunta y yo le volví a contestar lo mismo —la pequeña optó por decir la verdad, esta vez con más seguridad.
Tras esa última explicación ninguna dijo nada. Todos intentaban procesar y dar algún sentido a las nuevas revelaciones.
—No tiene sentido, nada de lo que ha pasado desde que aparecieron los malditos tuaregs lo tiene, sigo sin…
—Se llama remordimiento, culpa, incluso vergüenza —interrumpió a Megan Tamiko.
—¿De qué coño hablas tú puta china? ¿Culpa por qué? Esa maldita cría miente, no nos ha contado todo.
—Esa cría ha sido la única que ha mostrado algo de honor, algo de valor. Estás así porque te odias a ti misma. Y soy de Japón, analfabeta.
—¿Qué mierda de sicología barata es esa?
—Puedes negarlo pero sabes que es cierto, Sienna ha muerto porque todos la hemos condenado, lo hemos hecho para salvar nuestras vidas, la niña ha sido la única capaz de rebelarse, la única que no ha querido participar del macabro juego del tuareg, la única que ha mostrado algo de valor y algo de honor. Por eso te sientes así y por eso lo pagas con ella.
—Todo eso no explica la razón de que sigamos vivas.
—Quiere que la protejamos, nos ha dejado vivir para que protejamos a la niña.
Todas las miradas se dirigieron ahora a Caronte.
—Cuando me entregó el cuchillo me susurro algo, me dijo que lo necesitaría para proteger su vida. La niña es la razón de que continuemos vivas.
—¿Y si no hubiésemos señalado todas a Sienna, qué habría hecho entonces ese cabrón?
Caronte miró a Megan y después a la niña antes de responder.
—En ese caso creo que nos habría degollado sin pensárselo dos veces.
El silencio se distribuyó por toda la balsa en forma de un intenso sentimiento de culpa. Tamiko se movió hasta situarse de rodillas frente a Sandra, la balsa se balanceó con su desplazamiento.
—Cuenta conmigo. Creo que es cierto, te debemos la vida. A partir de este momento dedicaré la mía a protegerte y a ayudarte en tu propósito de encontrar a tu padre.
Tras esas palabras Tamiko cogió de nuevo el remo y se esforzó de nuevo en avanzar. Caronte se hizo cargo del otro.
El tiempo transcurría lentamente. Desde la disputa con Megan, apenas habían vuelto a cruzar un par de palabras. Volcaban todo su esfuerzo, todas sus energías en remar con fuerza mientras duraba su turno, cuando este finalizaba descansaban en silencio tratando de recuperar fuerzas. Las palabras de Tamiko retumbaban en las cabezas de todos. Eran responsables de la muerte de Sienna, eran responsables de la muerte de una persona. Habían elegido que una persona perdiese su vida para que ellos pudiesen conservar la suya. En sí, eso no constituía un problema grave, no era un principio insalvable, lo habían hecho, a lo largo del tiempo que llevaban trabajando para la Organización, en incontables ocasiones. La diferencia en esta ocasión radicaba en el hecho de que la vida que habían intercambiado era la de uno de los suyos. Pero lo peor, lo que más asustaba y avergonzaba a todas era el hecho de que ninguna dudaría en señalar a una nueva víctima si eso fuera necesario para salvar de nuevo su vida, incluso Tamiko, con su rígido código ético, volvería a hacerlo.
Ese era el motivo fundamental de que todos se mantuviesen en silencio, de que no cruzasen palabra alguna. Debían intentar olvidar, encontrar un bien mayor, una nueva meta, algo más importante que su propia existencia para justificar la decisión que habían tomado, la decisión que no dudarían en volver a tomar.