Día: martes, 16 de abril de 2013
Entre las 09:00 y las 12:00 horas
Bahamas. Tiamo resort
El cabello rubio de la niña brillaba iluminado por unos rayos solares que atravesaban atrevidos las persianas de los grandes ventanales. De vez en cuando podía escucharse el tono cantarín de su risa; tranquila, confiada, segura. Al fondo, el susurro continuo de las olas alcanzando la orilla de la playa y replegándose de nuevo, proporcionaba una maravillosa sensación de paz. La pequeña giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los de él. Una sonrisa sincera asomó a sus labios, al momento volvió a prestar atención a la joven sentada a su lado.
Bastian se dejó caer hacia atrás, apoyando la espalda sobre el cómodo respaldo del enorme sofá de mimbre. En el Ipad colocado sobre el asiento aún era visible la noticia que acababa de leer:
Encuentran el cuerpo sin vida de Enrique Gardó. Fuentes policiales de la investigación apuntan a un suicidio como causa de la muerte. Enrique Gardó fue noticia en las navidades pasadas al afirmar que la infección que acabó con cientos de personas en el Valle de Nuria transformaba a los muertos en zombis. La policía no le concedió en su momento credibilidad alguna. Tras perder, víctimas de la citada infección, a su esposa y a dos de sus hijos, actualmente se encontraba en tratamiento siquiátrico.
Bastian tuvo un sentimiento parecido a la compasión, no por el hombre, quitarse la vida era una decisión personal, sólo uno elige vivir o morir y él había elegido el camino más fácil, pero recordó al chico, a su hijo, probablemente debían la vida a ese joven. Él era mucho más fuerte, aunque no tenía que sobrellevar la pesada carga que soportaba su padre. De alguna manera podía comprender al hombre, también hubo un momento en el que él mismo había dudado, un momento en el que pensó abandonar. Cerró los ojos sabiendo lo que iba a ver al hacerlo. Un sentimiento mezcla de aprensión, recelo y ¿Por qué no reconocerlo? Miedo, secuestraba su razón. Abrió los ojos un instante, sólo para comprobar que la calma continuaba inalterable en el hall del hotel, que la luz del sol que penetraba era clara y no escarlata, que sus manos estaban limpias sin rastro de sangre y que la niña seguía en el mismo sitio, sin monstruos que la acecharan.
Nada más volverlos a cerrar su cerebro viajó veloz a unos instantes anteriores, el frío invadió de nuevo su cuerpo y el costado volvió a recordarle dónde estaba. Esas horas malditas volvieron a pasar delante de sus ojos como si de una película de terror se tratase; monstruos, muertes, muertos, sangre y dolor. Como si él no hubiera sido uno de los protagonistas de ese horror.
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Nada más escuchar cerrarse la puerta se aplicó en quitarse el aparatoso vendaje de la cabeza.
—¿Ya no tienes pupa?
—¿Pupa? —Bastian recordó el significado de la palabra usada por la pequeña y contestó mientras rebuscaba por los cajones.
—No, ya no me duele ¡Bien! —No pudo evitar exclamar Bastian.
Carla se acercó a su lado.
—¿Estás contento?
—Sí. Pronto habrá acabado todo.
—¿Ya les has ayudado?
—Casi. Ahora quiero que te sientes en esa mesa frente a la chimenea y me hagas un bonito dibujo. Cuando lo hayas terminado nos iremos.
La acompañó hasta la mesa y le entregó una caja de pinturas de colores y una hoja. La besó en la cabeza y pasó con delicadeza la mano por su cabello grasiento y estropajoso.
Junto a las llaves del coche había otro juego que, como esperaba, correspondió a la casa. Abrió y cerró el coche con el mando para comprobar que estaba en lo cierto y continuó hacia la iglesia.
La nieve parecía haber dejado de caer definitivamente. Sopesó el cuchillo y lo cambió de mano varias veces. El hacha se la había llevado el cazador. Hubiera preferido disponer de ella pero si hubiese mostrado alguna objeción Gwen nunca se habría marchado. No se veían zombis por las inmediaciones. Dio una vuelta completa a la iglesia. La descripción del cazador había sido acertada. Todas las puertas parecían cerradas, pero sólo dos de ellas lo estaban realmente, la lateral y la de la casa del párroco. La puerta principal estaba entornada solamente.
Intentó escuchar al otro lado pero no consiguió oír nada. Empujó la puerta de madera y un agudo chillido se propagó por todo el templo. Al instante, los gritos, carreras y gruñidos se sucedieron. No estaba solo. Abrió completamente y retrocedió hasta el centro de la plaza, en el interior de la iglesia la visibilidad era más reducida y no sabía cuántos zombis podían encontrarse dentro, era más sensato enfrentarse a ellos en el exterior. Poco después salió el primero, debía ser un vecino del pueblo, Bastian no lo conocía. Tampoco al segundo, vestía uniforme, sería uno de los Guardias infectados, tras él creyó reconocer a dos de los cazadores que habían estado en el Valle. En total cuatro zombis, eran demasiados y todos robustos, el que parecía más débil era el vecino del pueblo. No podía correr el riesgo de enfrentarse con todos, en el mejor de los casos perdería mucho tiempo y en el peor acabaría contagiado. Reculó hasta el Range Rover y desde allí llamó la atención de los zombis moviendo los brazos, no quiso gritar y correr el riesgo de que nuevos zombis le detectasen. Enseguida pudo comprobar cómo los seres se excitaban y aceleraban el paso arreciando en sus gemidos. Antes de que lo alcanzasen echó a correr y los rodeó por la izquierda. Corrió todo lo rápido que pudo y se adentró en el templo.
La torre del campanario estaba al fondo, necesitaba encontrar la cuerda para tirar de la campana. Ni siquiera se le había ocurrido que el funcionamiento pudiera ser electrónico; en ese caso el esfuerzo habría sido en vano. Los gritos de los zombis resonando entre las paredes de piedra, el eco que producían sus pasos en la estancia, todo ello le confería a la situación un nuevo matiz, extraño, quizá místico: los demonios me persiguen en el interior de la casa de Cristo.
No sabía muy bien lo que buscaba, suponía que en algún lugar debía haber una larga soga que terminase en lo alto del campanario, unida de la forma que fuera a los badajos de las campanas. Buscó en los alrededores del altar pero no encontró cuerda alguna. En la parte de la izquierda, a la misma altura que el púlpito, más o menos un piso, se encontraba un órgano que a Bastian le pareció más grande de lo normal. La luz que penetraba por la colorida vidriera parecía darle cuerpo al aire, hacerlo más denso.
A la derecha del altar, bajo un arco muy estrecho descubrió una puerta. Los zombis ya habían alcanzado la primera hilera de bancos. Corrió a la puerta deseando que estuviese abierta. Giró el pomo y empujó, la pesada puerta de madera se abrió con un chirrido lastimero. Tenía cerradura pero Bastian no disponía de la llave ni del tiempo necesario para buscarla. Cerró y recorrió la habitación. Debía tratarse de la sacristía. Al fondo, una puerta más robusta que la que acababa de cruzar conducía al exterior. Recordó la explicación del cazador, sería la puerta de entrada a la vivienda del párroco desde la calle. Se hizo una idea de dónde estaba.
Avanzó varios metros por un oscuro pasillo y se encontró unas escaleras de piedra a la izquierda y al fondo una nueva puerta. Al otro lado de la puerta de la sacristía podía escuchar los golpes, patadas y los alaridos de los zombis. Un agudo chasquido le confirmó que la puerta había sido abierta, enseguida recibió el sonido de los pasos sobre la fría piedra. Los tenía muy cerca, ya no había marcha atrás.
Enfiló las escaleras subiendo los peldaños desgastados de tres en tres. En el primer descansillo encontró lo que buscaba, dos largas cuerdas enganchadas en sendos colgantes. Las desenrolló y tiró de ellas para confirmar que estaba en lo cierto. El tañido de las campanas rebotó en su cerebro como eco y espoleó la rabia de los zombis que le seguían. No podía permanecer ahí. Soltó las cuerdas y continuó subiendo.
Se detuvo en el siguiente descansillo. Las escaleras continuaban hacia arriba, probablemente hasta lo alto del campanario. En ese mismo lado había una puerta de igual tono, marrón oscuro casi negro, que todas las demás. No sabía adónde conduciría. Pensó en coger las cuerdas y llevarlas al otro lado, pero sería imposible hacer sonar las campanas y mantener la puerta cerrada. Continuó subiendo. A medida que ascendía, el frío era más intenso y la visibilidad mejoraba. Podía escuchar a los zombis subir tras él. Escuchaba sus continuas caídas, sus jadeos; podía percibir su odio, su hambre. Se dio cuenta de que él también jadeaba por el esfuerzo y su odio no era menor que el de esos seres.
Por fin llegó a lo más alto, allí el frío era extremo. En cada una de las paredes de la torre una campana. Cada una de las cuerdas iba unida a un mecanismo que hacía sonar dos campanas. En el último descansillo que había subido vio una cristalera que debía dar a algún sitio. No tenía otra salida. Tiró de las cuerdas hasta coger la punta del cabo. Con las dos cogidas y tratando de que las campanas no sonasen aún, se dispuso a bajar hasta la vidriera. Sólo dos tramos de escalera lo separaban del primer zombi. No había ventana que abrir, el cristal era fijo. Cogió impulso y lo pateó con toda la fuerza que pudo. El decorado vidrio saltó en todas direcciones sin que un trozo solo quedase en su sitio. Se encaramó en el hueco y se dejó caer descolgándose con las cuerdas. Las campanas comenzaron a sonar de nuevo de forma descoordinada mientras descendía. El improvisado rapel terminó casi sobre el órgano. Se tomó un instante para recuperar el aliento y no tardó en ver al primero de los zombis asomar la cabeza por el mismo hueco por el que acababa de saltar. Por un instante temió que saltasen tras él pero los zombis carecían de toda coordinación y de la capacidad de discernir necesaria.
Había llegado el momento, ahora ya podía hacer sonar las campanas con fuerza. Una vez que todos los zombis del pueblo se encontrasen en el interior de la iglesia sería el turno de los otros. Deseó que fuesen capaces de encontrar la forma de convertir la iglesia en una enorme barbacoa.
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El roce de los dedos de la mujer lo devolvió a la realidad. Gwen puso el Ipad sobre las manos de Bastian y se sentó junto a él.
—Pareces tenso, deberías relajarte —le apartó suavemente el pelo de la cara y pasó el pulgar lentamente por sus labios.
—Tengo dos noticias para ti ¿Cuál quieres primero?
—Sabes de sobra cuál quiero conocer primero —en el tono de su voz se notó la tensión que lo dominaba.
Gwen se apartó un poco de él. Cogió la copa de gin tonic a medio consumir de la mesa y echó un generoso trago. Disfrutaba con la impaciencia que mostraba.
—La niña decía la verdad.
—¿Estás segura? La voz de Bastian dejó escapar una inflexión de alivio que no pasó desapercibida para Gwen.
—Ha sido un viaje muy largo ¿Entiendes? Las comunicaciones aún no funcionan como antes de la tormenta solar, al final no fue para tanto, menos mal, pero eso ya lo sabes ¿Verdad?
Bastian la observaba con el ceño fruncido venciendo el impulso de cogerla por los hombros y agitarla hasta que le dijese lo que quería.
—Vaaale. He verificado todos los registros. No ha sido fácil, los sistemas informáticos siguen…
—¡Gwen!
La chica sonrió divertida pero decidió no seguir torturándolo.
—Tanto el padre como la madre eran hijos únicos. Los abuelos paternos fallecieron en accidente de coche cuando su padre era un adolescente. En cuanto a la madre, sus padres viajaban con ellos. También murieron en el Hotel.
—¿Y otros familiares de los abuelos?
—No, no tiene a nadie. Carla está sola en el mundo. Eso sí, a todos los efectos está oficialmente muerta, no existe… lo mismo que tú.
Bastian suspiró aliviado. Se recostó y extendió los dedos, sus manos dejaron ver las marcas de las uñas clavadas en sus palmas.
—¿Y el otro asunto? —Bastian tomó la copa de gin tonic y dio un pequeño sorbo.
—Como dijiste, en este país hay muy pocas cosas que no se puedan conseguir con dinero.
—Dije que no hay nada que no se pueda conseguir con dinero.
Gwen puso el bolso sobre sus rodillas y sacó una pequeña carpeta de cuero negro; se la entregó a Bastian con un solemne gesto.
—Ahí están los impresos que debes presentar para formalizar tu documentación y la de la niña. Sólo os faltan un par de fotos y elegir un nombre para Carla, es más prudente cambiárselo.
Bastian la observó un instante.
—¿Qué hay respecto al otro asunto?
Gwen realizó una nueva pausa para beber otro sorbo de la copa.
—Gweeen.
La mujer volvió sonreír.
—Ya va, impaciente. Como dijiste, la información que contenía ese pendrive era demoledora. Al principio Arnau no creyó lo que le decía, pero cuando conectó el usb al ordenador su rostro se tornó blanco.
—¿No te interrogó acerca de cómo había llegado a tus manos?
—Claro. Le conté lo que planeamos, me lo encontré en uno de los bolsillos de la chaqueta que cogí en el Refugio de una de las maletas abandonadas en la Recepción ¿Sabía de quién era la maleta? No. Supongo que si no hubiera sido testigo de tu muerte junto al resto habría intentado indagar más, pero el valor de la información contenida restó importancia a todo lo demás.
—¿Cumplirá su palabra?
—Me prometió respetar mi anonimato antes de conocer el contenido.
—¿Y después?
—Creo que sí, es un buen tipo. Se marchó tratando de idear una forma de explicar cómo había llegado la información a sus manos.
—No está mal para una bonita camarera.
—Estudié filología francesa ¿Sabes?
—Oui —contestó él.
Tras permanecer unos instantes mirando sus ojos, sus labios, la atrajo hacia sí y la besó.
—¡Jo que beso!
Carla se había acercado y los miraba divertida.
—¿Has terminado ya tu clase de francés? —Bastian la cogió y la sentó en sus rodillas.
—Oui.
Tanto Gwen como Bastian rieron. La pequeña se puso seria antes de preguntar.
—¿Podéis ser mis nuevos papás?
Bastian observó la mirada de complicidad entre las dos chicas.
—Sólo queda una cosa.
—¿Qué, qué cosa?
—No puedes seguir llamándote Carla, hay que buscarte otro nombre.
—¿Puedo elegirlo yo?
Bastian asintió con la cabeza.
—¿El que yo quiera?
—El que tú quieras.
—Bien, pues elijo… Alizée.
Bastian miró a Gwen.
—Que sea Alizée.
—¿Podemos ir ahora a la playa? Ya he terminado mi clase.
Bastian asintió.
—Ve con Anne a la habitación y ponte el bañador. Nosotros subiremos enseguida.
Bastian esperó a ver entrar en el ascensor a la niña junto a Anne y se encaró a Gwen.
—Demos un paseo.
Una vez sobre la arena de la playa le preguntó.
—¿Qué hay del resto?
Gwen entrelazó sus dedos con los de Bastian mientras caminaban por la orilla antes de responder.
—Alba es el nuevo Jefe de policía de Ribes, los otros polis pidieron el traslado o renunciaron. Quién lo iba a decir, al final el novato resultó ser el que más agallas tenía.
Bastian la escuchaba con la mirada perdida en algún punto indeterminado del mar.
—Pietro, el joven fraile, regresó al Santuario. Me dijo que te tiene presente siempre en sus oraciones.
Bastian sonrió recordando al joven monje.
—Del resto no sé nada pero dado el interés que han mostrado las autoridades sanitarias españolas y europeas en limpiar de zombis el Valle y ocultar lo ocurrido no tengo dudas de que su vida ha quedado resuelta para siempre.
—¿Y el Director?
—Ay sí, André. El bueno de André decidió retomar su cargo como Director del Refugio. Intentó convencerme para que recuperase mi empleo.
Anduvieron hasta el final de la playa de arena blanca cogidos de la mano, en silencio.
—Regresemos —Bastian la cogió por la cintura.
—Hay una cosa que todavía no me has contado.
Bastian no detuvo su paso y la miró fijamente a los ojos.
—¿Cómo conseguiste escapar de la iglesia? Aún hoy —su voz se quebró— aún hoy siento escalofríos al recordar el sonido del fuego devorando los muros de la iglesia y las campanas sonando sin parar. Todavía siento dolor en el pecho al creerte dentro con todo el edificio en llamas. Incluso ahora, después del tiempo que ha pasado, el miedo consigue paralizarme cada vez que pienso en ello… y no puedo dejar de pensar en ello. Cuando nos dirigíamos hacia el Hogar y escuché por primera vez las campanas estuve a punto de volverme. Ese cabrón de Esteve me hizo un lío. Me hizo creer que me lo había imaginado, aunque lo cierto era que yo deseaba habérmelo inventado, la realidad era simplemente demasiado dura. Luego, una vez que comenzaste a hacer sonar las campanas de forma seguida me creí morir. No veía el momento de regresar a la casa. Quería volver y encontrarte allí con la niña, con Carla, con Alizée —sonrió— pero en mi interior ya te había dado por perdido ¿Qué otro loco iba a meterse en la iglesia con cientos de zombis hambrientos? Cuando alcanzamos la plaza, el impacto fue durísimo. La tristeza más absoluta se apoderó de mi ser, apenas podía respirar. Entonces Alba me preguntó que cuál era la casa donde estuvimos escondidos. Se la señalé y se dirigió a la puerta peatonal. Le intenté explicar que no podríamos entrar, pero, mientras abría me observaba como si estuviese ida, o peor, como si estuviese loca. Me quedé allí plantada, sin entender qué era lo que fallaba, había algo que no estaba bien, pero me era imposible descubrir qué. La llamada de Alba desde la puerta principal me espoleó. Corrí gritando el nombre de Carla pero allí no había nadie. En el walkie del policía se escuchó claramente que iban a incendiar ya la iglesia. Alba intentó detenerlos pero era tarde. Tampoco creo que se hubieran dejado convencer, había demasiadas vidas de familiares y amigos como para ponerlas en peligro para salvar a una niña huérfana y a un desconocido loco. En ese instante te odié, no sabes cómo te odié por haberte llevado a la muerte a la pequeña —ya no pudo seguir conteniendo las lágrimas— y por haberme abandonado. Luego Alba salió para coordinarlo todo y la soledad que sentí en ese momento me produjo hasta dolor. Entonces… entonces descubrí el peluche y más tarde reparé en el dibujo; aún lo guardo sabes, no hay día que no lo mire al menos una vez. Caminé hacia fuera de la casa y salí al exterior. Al situarme en el lugar donde antes estaba el 4×4 que usamos para pasar la valla todo tuvo sentido. Fue en ese momento cuando supe que habías ganado, te habías salvado, habías salvado a la niña y nos habías salvado a nosotros y puede que a toda la Humanidad.
Bastian la observó un instante en silencio y le limpió las lágrimas con los dedos. Se sentó en la orilla y sin querer, sus recuerdos volvieron a los Pirineos, a los muros de la iglesia, a la visión del enorme órgano, a los gritos inhumanos de los zombis, al párroco al que había arrebatado la vida y al que debía la suya.
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El sacerdote apareció de la nada. Bastian se lo encontró enfrente sin saber cómo había llegado hasta allí.
—Deje de hacer eso.
Bastian se giró en redondo buscando el lugar por el que había aparecido el cura. Si existía alguna otra puerta podrían entrar zombis por ella.
—No siga tocando las campanas. Todos los seres del pueblo vendrán a la iglesia, la casa de Dios invadida por esos demonios. ¡Deje de tocar! —Gritó.
Bastian no encontró rastro de ninguna puerta ni nada parecido, aparte de la que daba a las escaleras del campanario. El cura debía haber estado allí escondido todo el tiempo, puede que oculto tras el enorme órgano. Dentro del templo el clamor de los gritos de los zombis casi enmascaraba el sonido purificador de las campanas.
—Le he dicho que pare.
El párroco se dirigió con las facciones desencajadas hacia Bastian. A un par de pasos giró la cabeza hacia abajo y se detuvo. Los zombis se agrupaban en el centro de la iglesia, no cesaban de entrar más y más. La escalera que conducía al púlpito estaba repleta de ellos. Llegaban hasta arriba y saltaban en un intento de alcanzar la única presa que tenían cerca. Caían sobre los de abajo y otro ser ocupaba su sitio y repetía la misma acción con idéntico resultado, una vez y otra y otra, en el más absurdo déjà-vu.
—Tú los has traído aquí.
Bastian se preparó para la embestida del cura. Era un individuo corpulento. De haberse dedicado al boxeo en lugar de dedicar su vida a Cristo hubiera sido un peso pesado.
Logró esquivar la primera acometida sin dejar de hacer sonar las campanas.
—No sigas haciendo eso, para de una vez. ¡He dicho que pares! —Gritó de nuevo.
El párroco se lanzó como un toro a por Bastian. Una vez más logró apartarse y acompaño la finta con un golpe seco sobre los riñones del cura. El hombre se vio desequilibrado y no pudo evitar precipitarse sobre la barandilla. Bastian tuvo que soltar las cuerdas y correr en su ayuda. Llegó a tiempo de sujetarlo de las piernas por debajo de la sotana. Los zombis lo tenían agarrado de los brazos y tiraban de él hacia abajo. Gracias a la ayuda de Bastian consiguió desprenderse de sus garras. Ambos cayeron desequilibrados, el cura hacia el órgano y Bastian hacia el centro de la terraza. Se incorporó con rapidez sintiendo un nuevo pinchazo en su costado. Alargó la mano hacia las sogas y reanudó el repique. Después de dar un par de tirones volvió la mirada buscando al cura. Cuando lo localizó se dio cuenta al momento que ya era tarde. Sus ojos rojos, casi sangrantes, revelaban su condición. Alguno de los zombis debía haberlo mordido.
El párroco transformado se aproximó, ahora tambaleante, de nuevo hacia Bastian. Utilizó las cuerdas para esquivarlo y derribarlo boca abajo. El golpe contra el suelo pareció hacer temblar el piso de la terraza, incluso el órgano liberó alguna nota involuntaria. Saltó encima de él. Se colocó a horcajadas sobre su espalda y apretó su cabeza contra la fría piedra. Los movimientos del cura eran más descoordinados pero su fuerza parecía haberse multiplicado. Movía todo su cuerpo en un intento de quitarse a Bastian de encima. Si lo conseguía le costaría mucho trabajo contenerlo. Braceaba y braceaba buscando alcanzarlo. Bastian mantenía su frente contra el suelo apretando con las dos manos. Su costado le enviaba señales inequívocas por el esfuerzo. En ese instante supo lo que debía hacer y supo también que el párroco iba a ser su única posibilidad de escapar con vida de la iglesia. Apretó con más fuerza su cabeza contra la piedra y con los dos dedos corazón buscó las cuencas oculares hundiéndolos con toda la fuerza que fue capaz. Enseguida sintió sus ojos reventar y como el humor vítreo cubría por completo sus dedos. Era la segunda vez que hundía sus dedos en los ojos de un zombi, pero en esta ocasión no continuó apretando. Gritó por la sensación y tiró con fuerza arrancando los nervios ópticos y extrayendo los globos oculares. El zombi no pareció sentir dolor alguno. Continuaba realizando los mismos movimientos que antes.
Bastian lanzó los ojos hacia adelante y con las cuerdas improvisó un nudo imposible de desatar para el zombi alrededor de su cintura. Se apartó de él y comprobó con satisfacción que la longitud de las sogas le impedía precipitarse por la barandilla abajo. Las campanas volvieron a repicar mientras el zombi buscaba desorientado su presa. Bastian se movía a su alrededor y el zombi parecía ser capaz de detectar su posición, tal vez por el olfato. Su rostro manchado por la sangre y los fluidos que resbalaban desde sus cuencas vacías formaban una máscara terrorífica. Bastian decidió que ya tenía bastante. Corrió hacia la vidriera situada en el centro de la terraza a media altura y apoyando un pie contra la pared, saltó hasta alcanzar la estrecha cornisa, el impulso no había sido suficiente y quedó suspendido de ella. Realizó un último esfuerzo pero la cornisa era demasiado estrecha y no le dejaba margen para maniobrar. Sintió como el dolor de su costado subía y se distribuía por cada una de sus terminaciones nerviosas. Echó la cabeza atrás y golpeó con la frente sobre la vidriera. Los delicados cristales saltaron hechos añicos en todas direcciones. Alargó la mano y ahora, sujeto al marco, logró incorporarse. El aire helado que entró del exterior le ayudo a soportar el dolor. Cuando se puso en pie sobre la cornisa, la venda de su costado volvía a estar manchada de sangre. En varios puntos de su cara notó un incipiente escozor, los cristales rotos lo habían alcanzado. Se limpió con la manga verificando la sangre que estaba en lo cierto.
La distancia hasta el suelo sería de entre ocho y diez metros. No se veían zombis en los alrededores. Volvió a mirar al cura, ahora parecía más relajado pero no dejaba de moverse, eso hacía que las campanas siguieran sonando aunque de una forma extraña; en cualquier caso era suficiente para continuar atrayendo a los zombis. Éstos no dejaban de llegar, la iglesia estaba llena. El hedor a muerte parecía impregnar cada rincón del templo.
Calculó que a los pies del muro de la iglesia se debía acumular algo más de un metro de nieve. Puede que no fuese suficiente. Decidió descolgarse para reducir la altura de su salto. En el momento en que estiró por completo los brazos el dolor de su costado le obligó a soltarse. Cayó de espaldas y su silueta quedó perfectamente dibujada en el blanco manto pero la nieve amortiguó lo suficiente su caída.
Consiguió levantarse y salir a una zona de la calle en la que la nieve era menos abundante. Se palpó el costado, el dolor se hacía insoportable por momentos. Se dirigió hacia la casa donde lo esperaba Carla. El recuerdo de los ojos de la pequeña le proporcionó las fuerzas que necesitaba: “les ayudas y nos vamos”, pues bien, ya les había ayudado, ahora tenían su oportunidad, él ya no podía hacer más, era hora de irse, era hora de que ambos se fuesen…
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—Bastian…
El sonido de la voz de la mujer lo sacó de la pesadilla.
—Creo que no quiero volver a recordar eso, nunca más.
—Vale —aceptó ella— pero dime al menos cómo sabías que cogería el peluche, que me lo llevaría y además que encontraría el papel con las coordenadas de este sitio.
Desdobló un papel y se lo entregó. En él, escrito con un lápiz rosa con los números algo borrosos se podía leer:
+24°.183552
-77°.623652.
Bastian le mantuvo la mirada y antes de responder volvió a doblar cuidadosamente la nota.
—No lo sabía… pero lo deseaba.
Abrazados se adentraron en la arena y se sentaron en una de las tumbonas colocadas en el interior del agua. El mar de aguas cristalinas apenas se movía. La suave brisa hacía ondular el cabello de Gwen. Bastian enlazaba en su dedo índice un mechón y dejaba que el aire lo liberase.
El gruñido los sorprendió abrazados. Ambos cayeron al agua. El joven con la cabeza poblada de rastas no entendía por qué la pareja de extranjeros se reía mientras señalaban divertidos a su perro.
FIN
Bien. Este es el final de Refugio zombi. Realmente espero que os haya gustado y que hayais disfrutado tanto leyéndolo como yo escribiéndolo. El libro está publicado en Amazon: Comprar Refugio zombi en formato kindle. Al final del mismo se incluyen unas claves con un final alternativo para Refugio zombi. También sigue publicado mi primer libro: Earthus, terrorismo zombi
Ahora me encuentro inmerso en la elaboración de la segunda parte de Earthus, terrorismo zombi. Os mantendré informados.
Os pido disculpas por los retrasos en la publicación de los posts y os solicito que contestéis una rápida encuesta.
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