Jorge sostenía el Walkie con la mano, lo iluminaba con la linterna. No podía despegar la vista de él. Las palabras recibidas se repetían en su cabeza una y otra vez:
el sargento está muerto
el sargento está muerto
el sargento está muerto
está muerto
está muerto
muerto
muerto
—Jorge
El chico no dejaba de darle vueltas a lo que acababa de escuchar. Continuaba mirando fijamente el receptor esperando oír de nuevo la voz de Shania diciendo que era un error, una mentira, una broma.
—Jorge.
No podía ser cierto, era imposible, por qué Shania diría algo así.
—Jorge.
Clémentine acarició suavemente el rostro del chico. Jorge consiguió vencer la atracción que ejercía el walkie sobre él y levantó la mirada. Allí estaba la chica, con la pistola en la mano, cogiéndole del hombro y quitándole la linterna.
—Jorge, tenemos que irnos, tenemos que salir de aquí, ya lo has oído.
—¡NO! —Gritó— no está muerto, el sargento no. No es verdad.
Había dado un manotazo al brazo de la chica y había retrocedido un paso.
—Es mentira ¿Me oyes? Mentira, no es cierto, no está muerto, siempre vuelve, siempre, no es verdad.
Clémentine observaba al chico con preocupación. Se había encontrado a uno de sus amigos muerto, sus otros amigos habían desaparecido, la mujer había llamado para decirle que estaban retenidos por la Organización y el hombre al que idolatraba había fallecido. Cada una de las noticias que había conocido, por sí solas, podía enloquecer a una persona, todas; podían destrozarla para siempre.
—Jorge, tenemos que irnos de aquí, ya has oído a la mujer, este sitio no es seguro.
Un ruido procedente del pasillo hizo que la chica se volviese. Estaba segura, había escuchado algo. Llevó la luz de la linterna de la puerta hasta Jorge. El chico volvía a mirar ensimismado el walkie. Lo escuchó de nuevo. Levantó el arma y apuntó a la entrada. El haz de luz temblaba ostensiblemente.
El zombi cruzó la puerta rugiendo, adelantó los brazos hacia ella y aceleró su paso vacilante. Solo sus ojos completamente rojos ya provocaban terror. Sus pupilas no se contrajeron al recibir la luz; no tenía pupilas.
—Jorge: zombis.
El chico continuaba ido, no reaccionaba.
—Quedarnos quietos no hará que se vayan.
El zombi estaba a un metro de ella. Clémentine cerró los ojos y disparó. El ruido de la detonación hizo que un incipiente pitido se instalase en sus oídos. El zombi, un hombre mayor, superaría seguro los sesenta años, enclenque y con el torso al descubierto, salió despedido hacia atrás. Un círculo de un rojo demasiado oscuro fue apareciendo en su pecho. Clémentine sonrió, había acertado, le había dado.
Un nuevo zombi entró gruñendo. Clémentine iluminó al recién llegado. Era un hombre con uniforme de policía al que le faltaba el lado izquierdo de la cara, incluida la oreja. Cuando iba a abrir fuego detectó movimiento a su derecha; el zombi al que acababa de disparar se acercaba, la sangre escapaba lentamente de su cuerpo por el negro agujero provocado por el disparo.
La euforia que había sentido al hacer blanco sobre él se estaba transformando en pánico. Apuntó con la mano temblorosa al zombi que terminaba de entrar, al fin y al cabo, al otro ya le había herido. Era incapaz de hacer coincidir el haz de luz con el punto de mira de la pistola. Disparó. La bala rozó el brazo del carabinieri. Cuando iba a volver a disparar el anciano se lanzó sobre ella. Cayó hacia atrás. La pistola escapó de sus manos, la linterna la tuvo que soltar ella. Solo fue capaz de acertar a sujetar la cara del zombi.
Nunca hasta ese día había tocado a uno de ellos, no con ese nivel de detalle, el tacto era frío, reseco, blando. Empujó con fuerza y le dio la impresión de que la piel iba a desprenderse. Empujaba para apartar los dientes de su cara. Le faltaba el aire, sintió que no estaba respirando, no podía.
¡BANG!
La sangre salpicó su rostro. Escupió instintivamente, podría haberse metido en su boca. La presión que ejercía el anciano disminuyó hasta cesar por completo. Lo empujó a un lado y se incorporó apoyándose en un codo. Jorge caminaba al encuentro del segundo zombi. En una mano llevaba la pistola y en la otra la linterna. El policía se volvió para atacarlo. Era mucho más grande que el chico, mucho más alto, mucho más fuerte.
Jorge se detuvo a esperarlo. Clémentine se ahogaba, era incapaz de hacer entrar aire en sus pulmones. El zombi abrazó el cuerpo del chico. Acercó la boca a su cabeza y… salió despedido hacia atrás. Jorge había metido el cañón de la pistola en su boca y había apretado el gatillo. La sangre salpicó su cuerpo y su rostro. Bajó el arma y se volvió hacia Adam, lo iluminó con la linterna. Caminó hasta él y cerró sus ojos definitivamente. Clémentine inspiró por fin.
—Tenemos que irnos.
—Irnos, dónde —el rostro del chico era una máscara sangrienta.
—Sígueme, tenemos que salir de aquí.
Clémentine corrió hacia la puerta. Al llegar allí se volvió, Jorge continuaba en el mismo sitio, inmóvil. Regresó a su lado y le arrancó la linterna, luego agarró con fuerza su mano y tiró de él.
—He dicho que nos vamos.
Comprobó con alivio que se movía tras ella. Clémentine apuntó con la luz a ambos lados. No había más zombis pero seguramente llegarían otros. Avanzó hacia las escaleras tirando de Jorge. Descendieron con precaución todos los pisos. Al llegar a Recepción varios zombis les descubrieron y dirigieron sus pasos hacia ellos. La luz de la luna que se filtraba de fuera permitía distinguir el interior con bastante nitidez.
—Jorge, necesito que estés atento, hay —movió la linterna por todo el hall— cuento cinco zombis…
—Los mataré.
Clémentine sujetó al chico.
—No —trató de no chillar demasiado aunque no tenía claro si lo había conseguido o no, el pitido continuaba sonando dentro de ella— si volvemos a disparar vendrán más zombis, tenemos que escapar sin enfrentarnos a ellos, sin hacer ruido.
Jorge se detuvo.
—Nos separaremos, así se dispersarán siguiéndonos y nos será más fácil esquivarlos. Jorge ¿Me entiendes? —El chico asintió.
Clémentine soltó su mano y corrió hacia la izquierda. Jorge se dirigió hacia la derecha, caminando, lento, arrastrando los pies. Cuando el primer zombi llegó hasta él; disparó.
La detonación sorprendió a la chica. Apuntó con la linterna hacia Jorge. Lo vio dirigirse a otro zombi. Un nuevo disparo atronó el interior del Hotel. Todos los zombis de Roma debían haber escuchado el tiroteo. Su cuerpo se estremeció. Toda ella comenzó a temblar. No solo los zombis lo habrían oído, cualquier persona también lo habría escuchado, también las personas que habían matado a Adam.
Jorge realizó un tercer disparo. Los otros dos zombis ya iban tras él. Disparó otra vez, y otra. Clémentine hizo un barrido con la linterna; ninguno de los zombis seguía en pie. Jorge la miraba, quieto, tranquilo, ido, su rostro no expresaba nada.
Corrió hacia el chico y volvió a cogerlo de la mano.
—Tenemos que salir de aquí, pronto se llenará todo esto de zombis.
—Siéntate ahí.
Las palabras de la chica sacaron del trance a Jorge. Giró la cabeza a un lado y luego fue recorriendo todo el interior de la habitación. Clémentine comprendió que no sabía dónde estaba. Durante todo el recorrido hasta el piso franco no había dicho palabra alguna. Se había limitado a dejarse llevar por ella.
El rostro del chico era una máscara sangrienta. Se dirigió a la cocina. Rebuscó, iluminando con la linterna, de la última estantería del último armario sacó una botella de agua de litro y medio y un paquete de galletas. Echó agua en un vaso y se dirigió al aseo. Mojó una toalla en el agua. Al mover la linterna vio su rostro reflejado en el espejo. Tenía casi el mismo aspecto que el del chico. Se quitó la sangre de la cara lo mejor que pudo con la toalla húmeda y regresó a la cocina a por la botella. Vertió más agua en el vaso y humedeció la punta opuesta de la toalla, agradeció que fuese de color azul en lugar de blanca.
Con delicadeza fue frotando la cara del chico hasta lograr que desapareciese toda la sangre de ella. Jorge la dejó hacer.
—Jorge.
—¿En qué habitación estamos?
—Salimos del Hotel, tuvimos que huir, Adam…
El chico pareció recordar.
—Está muerto, le asesinaron.
Clémentine prefirió no ahondar en el tema, era mejor no hablar de ello.
—Estamos en un piso franco.
—¿Franco?
—Uno de los pisos que usamos para escondernos por la ciudad si no nos da tiempo por alguna razón a regresar al refugio.
La camiseta del chico estaba manchada de sangre, lo mismo que su pelo, le ayudó a quitársela. Se levantó y rebuscó en el armario hasta dar con una camiseta que le pudiese ir bien.
—Póntela, creo que es tu talla.
Jorge se la colocó y volvió a sentarse.
—No puede ser.
—Qué no puede ser.
—No puede estar muerto.
Clémentine permaneció en silencio, no sabía que más hacer o decir para que el chico aceptase la realidad.
—Shania… hablaba tranquila, no parecía… pero…
—Esa mujer nunca me gustó.
—¿Qué quieres decir? ¿Por qué?
—No lo sé explicar. No me inspiraba confianza, no era como Luca.
Jorge la miraba en silencio, la linterna situada en la cama, entre los dos, apuntando a la pared, no permitía ver bien las expresiones de cada uno.
—Creo que le ha traicionado, que os ha traicionado.
—No, no lo entiendes, no la conoces.
Jorge negaba ahora con menos convicción.
—Ella, ella creo que quería al sargento. Ellos, hacían, se… se acostaban juntos, los vi varias veces.
—Jorge, las personas pueden hacer el amor sin estar enamoradas.
—Ya lo sé, pero no lo entiendes, ella le quería, me quería. Era muy… muy bestia a veces, pero estuvo a punto de que la matasen por ayudarnos varias veces, no me lo creo.
Clémentine no quiso insistir.
—Creo que quería protegerme, protegernos, por eso nos dijo que nos marchásemos, por eso dijo que el sargento estaba muerto y los demás prisioneros. Solo intentaba protegernos, nada más.
La chica le miraba en silencio, preocupada.
—Creo que no ha muerto, la Organización los tiene prisioneros. Shania solo quiere evitar que pueda ir a rescatarlos.
—No vamos a ir a rescatarlos.
—¿Dónde está mi pistola? —Jorge buscaba sobre la cama.
—La tengo yo, la dejé en la cocina, te la quité cuando disparaste a los zombis en el Hotel. Parecías… trastornado.
—Tenemos que entrar en el Vaticano.
—No.
—Iremos al refugio, Amos nos ayudará.
Jorge se incorporó con intención de ir a la cocina a por la pistola.
—Vale —se detuvo al escuchar a la chica— pero iremos mañana, necesitas, necesitamos descansar. Dormiremos y mañana iremos al refugio.
El chico dudaba.
—Si realmente han muerto ya dará lo mismo y si los han capturado como crees, conforme más tiempo pase más confiados estarán.
Jorge asintió, se dejó caer en la cama, todo el cansancio acumulado pareció abordarlo de golpe. Se quitó las botas y se tumbó. Al instante estaba dormido.
Clémentine le tapó. Observó su respiración un tanto agitada. Luego se descalzó y se introdujo en la cama. Se acercó hasta Jorge y se abrazó a él. Necesitaba sentir el calor de otro ser humano.