Remy detuvo el camión frente a la entrada del Palacio Apostólico. A la Capilla Sixtina solo se podía acceder desde él. Varios vehículos llenos de mercenarias armadas estacionaron a su lado.
Alma hizo una señal para que todas se acercasen. Sabía que existía un creciente malestar entre la tropa. En voz baja se decía que Evan había cambiado. Esto ya era así antes de descubrirse la existencia de un hermano gemelo. Ahora la situación se presentaba todavía más compleja.
El liderazgo de Evan era indiscutible, le habían visto luchar a su lado, codo con codo, se había jugado la vida para que su Unidad regresase al completo, siempre, en cada misión. Eso no se cuestionaba, nadie ponía en entredicho su capacidad, pero los últimos acontecimientos estaban provocando que sí se cuestionase su autoridad y… hasta su cordura.
Que fuese disparando contra su propia tropa como había sucedido antes no ayudaba. Alma era consciente de que se estaba librando una batalla silenciosa dentro de lo que quedaba de la Organización. Acabaría siendo cruenta y despiadada y si se posicionaba en el lado erróneo seguro que terminaría muerta.
Evan tenía una clara ventaja: no existía nadie con más carisma que él… hasta que llegó su hermano. Alma desconocía los detalles y los motivos por los que Evan había mantenido en secreto la existencia de su hermano gemelo, al menos más allá de las explicaciones que le había dado en su primer encuentro a Luca. Ahora Evan, como siempre, había reaccionado ante las circunstancias, había decidido borrarle de nuevo la memoria a su hermano, cuando se lo había comunicado por walkie por la frecuencia común se había estremecido de pies a cabeza, ya lo debía de saber toda la tropa. Eso, de facto, terminaba con su competencia. Cuando Luca despertase de nuevo, volvería a encontrarse perdido, sin recuerdos; Evan se los devolvería.
Sí, conseguían mantener el orden solo unas pocas horas más la balanza volvería a inclinarse del lado de Evan y ella estaría en ese lado, junto a él. Sonrió.
De camino a la Capilla habían recogido al Guardia cojo y a la mujer. Ahora todos los rebeldes aguardaban en el interior de la caja del camión y la tropa esperaba las instrucciones de Alma.
—Siguiendo las órdenes de Evan vamos a esposar a todos los rebeldes a la mampara de la Capilla Sixtina. Como ya sabéis, se accede desde el Palacio Apostólico. Como también sabéis, esta zona se limpió y se cerró. En teoría debería estar libre de zombis, pero no lo sabemos con total certeza. Extremaremos las medidas de seguridad, no quiero sorpresas.
Observó como todas iban asintiendo mostrando su conformidad.
—Remy, tú, junto con cuatro más, en vanguardia. Toma las llaves. En caso de encontrar resistencia disparad a la cabeza. Ahora bajad a los rebeldes y extremad la vigilancia sobre Caronte y Shania, son las más peligrosas. Si alguno continua inconsciente cargadlo, quiero terminar esto lo antes posible ¿Alguna pregunta?
Nadie intervino y la operación comenzó.
Remy avanzaba en cabeza. Pasaban de las siete de la tarde. Aunque en el exterior del Palacio la luz del día aún no se había extinguido, en el interior la situación era diferente. La visibilidad era prácticamente nula. Todas las mercenarias que avanzaban en cabeza iluminaban el camino con potentes linternas de combate, atentas a cualquier ruido que resultase sospechoso.
Tras ellas, el resto progresaba con precaución. Todos estaban conscientes y caminaban por su propio pie, tan solo Amos era llevado en volandas entre dos mercenarias para avanzar con más rapidez.
Remy se detuvo frente a la entrada de la Capilla Sixtina. Sintió un estremecimiento al contemplar la enorme puerta de madera. La misma puerta que los cardenales cruzaban para proceder a la elección de cada nuevo Papa. Nunca había sido religiosa, al menos no practicante, pero el hecho de encontrarse en ese sitio, en el lugar en el que desde el siglo XIX la Cristiandad había elegido al sucesor de Pedro no podía dejar de sobrecogerla.
El recorrido hasta allí había transcurrido sin contratiempos. La limpieza efectuada se mantenía intacta. Esperó a que todo el grupo se posicionase en torno a las enormes puertas y se adelantó con la llave.
Las enormes hojas de madera se desplazaron con un gemido apagado de sus goznes hasta abrirse totalmente empujadas por dos mercenarias.
La luz que todavía entraba por sus ventanales les ofrecía una privilegiada visión de la bóveda. La enorme belleza del lugar las dejó a todas mudas por unos instantes. Luego empezaron a percibir unos gruñidos procedentes de dentro.
—Ahí sigue.
—¿Esperabas que hubiera muerto? —Alma se adelantó y caminó hasta la mampara interior.
—¿Qué vamos a hacer con él?
—Nada. Permanecerá al otro lado.
Remy se asomó ayudada de su estatura al fondo de la Capilla. Allí estaba el Papa Benedicto XVI, con su sotana relativamente blanca, su boca negra y sus sempiternos gruñidos.
Alma se desplazó hasta la pared Norte y utilizó el desnivel para observar sin dificultad. Su menor estatura le impedía la visual desde el centro. El interior de la Capilla se encontraba casi impoluto, daba la impresión de que estuviese aguardando la llegada de los numerosos visitantes que admiraban la belleza de sus frescos cada día, cada día antes del fin del mundo.
—Esposadlos a los barrotes de la mampara. La mitad a cada lado de la puerta, un adulto un niño. Terminemos cuanto antes.
Las mercenarias fueron conduciéndolos hasta la mampara de separación y procedieron a esposarlos a ella. A la izquierda quedaron, desde la pared Sur hacia la puerta: Shania, Sandra, Mariano, Thais, Gio y Clémentine. Al otro lado, desde la pared Norte hacia la puerta: Jorge, Amos, Mia, Francesca, Giulia y Caronte.
El abuelo se agarró a los barrotes y se asomó a través de ellos. La visión del Pontífice le paralizó. Su sotana apenas mostraba algunas manchas que parecían ser de sangre. Su rostro daba la impresión de conservarse. Tan solo la visión de esos ojos extremadamente rojos confirmaban su conversión… a la legión de los zombis.
—No parece herido ¿Qué le hicisteis?
—¿Nosotras? Nada —Remy se había acercado al anciano mientras seguía con la mirada al Santo Padre— Evan ordenó que se le protegiese. Ese hombre ya había perdido la cabeza cuando nosotros llegamos al Vaticano. Quería sanar a los zombis solo con darles una bendición. Por lo visto antes de nuestra llegada casi provoca la pérdida de toda la Ciudad. Se empeñó en permitir la entrada a los zombis. En un descuido desbloqueó el acceso desde la Basílica. Se colaron cientos de zombis. La Guardia Suiza perdió muchos hombres hasta lograr cerrar las puertas y contener a los infectados, aunque eso es algo que seguramente él os podrá contar con más certeza —señaló a Amos.
—Y cómo se infectó —insistió Mariano.
—Mira su mano derecha.
Mariano se esforzó en observar lo que le decía la mulata.
—Le falta un dedo.
—En efecto. Le falta el dedo anular de su mano derecha. Como te he dicho, Evan quería que el Papa continuase con vida, infundía moral a la gente, era bueno, no, más bien útil. Tenía libertad de movimientos por el recinto. Naturalmente siempre iba vigilado por una de nosotras. Hace poco más de un mes, creo, varios zombis se colaron en la Ciudad. Era un grupo numeroso, más grande que en otras ocasiones. El Papa paseaba por los jardines frente al Palacio de la Gobernación. La alarma se dio rápido. No tardamos en reducirlos. Ni siquiera se llegaron a acercar a él —Remy enmudeció, parecía estar viendo de nuevo la escena— el muy estúpido se empeñó en dar la extremaunción a los zombis caídos. Uno de ellos no estaba muerto, del todo quiero decir, el imbécil le dio el anillo a besar. El zombi le arrancó el dedo, el muy cabrón se tragó hasta el anillo. Le apartamos pero ya era tarde. Evan pensó que sería piadoso mantenerlo en este lugar. Lo encerró aquí antes de que se transformase. Si lo piensas bien, fue más afortunado que la mayoría. Se convirtió en zombi rodeado de belleza, seguramente es más de lo que nos espera al resto de los mortales.
—Basta de charla, nos vamos de aquí —Alma se dirigió a la salida.
—Estas puertas no están cerradas.
Una de las mercenarias había gritado desde las hojas de madera de la mampara.
—No encontramos la llave. Nadie la tiene, pero no os preocupéis —se dirigió a Caronte— los zombis no saben tirar de las puertas para abrirlas por muy Papas que sean… creo.
El sonido de las puertas cerrándose resultó tremendamente impactante para todos. El rumor de los pasos de las mercenarias alejándose dejó lugar a los continuos gruñidos que el Sumo Pontífice profería, la resonancia privilegiada del recinto helaba la sangre. Pronto las dos crías, Mia y Giulia comenzaron a sollozar. Las dos pequeñas lloraban. El Papa se desplazó hacia ellas y sus manos asomaron entre los barrotes intentando agarrar alguna presa. Por más que Francesca intentó calmarlas las niñas no cesaban en su llanto.
Al otro lado de la puerta, Thais también rompió a llorar. Ella no por temor, ella lloraba por la certeza de la pérdida. Desde que la infección se había extendido había visto caer a muchas personas, unas morían luchando con los zombis, otras eran devoradas. Desde que había encontrado a Iván había tenido una sensación de seguridad que ahora se había confirmado como absolutamente falsa. Había perdido al padre de su bebé. Iván se había dejado la vida intentando protegerla, de hecho, si no hubiese intervenido, seguramente ese cabrón de Evan habría terminado partiéndole el cuello. Se llevó las manos al vientre, un vientre en cuyo interior emergía una vida limpia, pura, un ser fruto del amor entre dos adolescentes inconscientes. Un inmenso dolor la invadió y no pudo reprimir el llanto.
El desánimo entre todos era evidente. No había esperanzas, ya no.
—Esta Capilla en la que nos encontramos es una de las obras de arte más valiosas de la Humanidad: la Capilla Sixtina. Se llama así en honor al Papa Sixto IV que fue quien ordenó su restauración. Mide 40,9 metros de largo por 13,4 metros de ancho. Se dice que son las mismas medidas que tenía el Templo de Salomón —Gio hablaba en voz alta, con voz neutra, pausada, mostrando una calma que estaba lejos de sentir. Pronunciaba cada frase en italiano y a continuación la traducía al inglés, como si se tratase de un guía profesional explicando una visita a la Capilla— esta mampara o transenna, servía para separar a los miembros de la Capilla Pontificia de los fieles, en un principio estuvo en el centro, pero luego se desplazó a la posición actual.
Exteriormente es un edificio muy feo, sin adornos. Interiormente posee tres niveles, un sótano bajo nuestros pies, la Capilla en la que nos encontramos y, sobre la bóveda, la Planta con Salones para la Guardia Suiza. El interior, sus paredes, son una obra de arte, cada pintura, cada trazo, cada color, son de una belleza indescriptible —al sonido de las calmadas palabras del joven, las niñas habían ido relajándose, su llanto haciéndose más débil— el fresco de la pared aquella es el Juicio Final, lo pintó Miguel Ángel, lo mismo que ese otro, en la bóveda: La creación de Adán.
Desde 1878 este recinto acoge la elección de cada nuevo Papa de Roma. Allí detrás se coloca la estufa en la que se queman las papeletas empleadas para la votación junto con paja seca, así se anuncia la elección del nuevo Pontífice —el silencio en el interior era total, incluso el Papa zombi parecía estar escuchando a Gio— una vez que se nombra al nuevo sucesor de Pedro, este se dirige a la Sala de las Lágrimas, es aquella puerta de la izquierda, en su interior se encuentra tres sotanas de diferentes tallas. Elige la que mejor le queda y cuando entra de nuevo en esta Capilla es aclamado por todos como el nuevo Papa de Roma.
Caronte no prestaba atención a lo que decía el joven, sabía lo que le ocurría, lo había visto en múltiples ocasiones. El chico intentaba vencer su terror, solo eso, le había dado por hablar como podría haberle dado por emprenderla a cabezazos contra los barrotes. Cada uno trataba de superar el momento a su manera.
Caronte observó a las dos crías. Las explicaciones de Gio habían conseguido tranquilizarlas. Por lo que sabía, ambas habían perdido a su familia. Las dos de forma violenta y las dos hacía muy poco. La más pequeña a manos de un puñado de zombis en un submarino nuclear. La mayor en un enfrentamiento con unas hienas en Cagliari; la vida no estaba siendo generosa con ellas.
La otra chica, la adolescente embarazada, no recordaba su nombre, acababa de ver morir al padre de su bebé, tan vulnerable como ella misma. Estaba en trance, ausente. Había visto a gente que no era capaz de superar un suceso así.
El abuelo la maravillaba. Posiblemente era el único que estaba obteniendo algo positivo de la situación: una visita privada a la Capilla Sixtina. No dejaba de admirar los frescos de las paredes y de la bóveda, permanecía extasiado.
Dirigió la vista hacia el Guardia Suizo. Tenía la mirada perdida en algún punto de la pared opuesta. Estaba vencido, humillado. Posiblemente si hubiese tenido acceso a algún arma se habría volado la cabeza.
Pasó a estudiar a su compañera, Francesca era su nombre. Parecía entera. Trataba de consolar a los dos chicos que tenía a sus costados.
Uno de ellos, Jorge, la había sorprendido gratamente. La fe que mostraba en Luca era inquebrantable. Sin ninguna posibilidad de éxito se había enfrentado a una de las mercenarias, había conseguido derribarla y, de no haber sido por la intervención de la mulata, le habría cortado el cuello sin vacilar. Resultaba evidente que le habían adiestrado, probablemente Shania o el propio Luca.
La jovencita a la que habían capturado con él, a ella no era capaz de catalogarla. No parecía nerviosa, tampoco resignada.
Se volvió hacia Shania. Su mirada era puro odio, si no tenía cuidado podría envenenarse con su propia saliva. Había estado intentando sacarse las esposas, sin éxito, sus compañeras las habían registrado a conciencia. En esos momentos descansaba, recuperaba fuerzas, para nada se daba por vencida.
Luego estaba ella misma. Había cumplido la misión que le había encomendado la Organización, había traído a la niña. La niña, Sandra. La pequeña era quien parecía más serena, resignada. La rabia la invadió, si hubiese tenido uñas se habrían clavado en sus palmas. Había fallado, había apostado duro y había perdido.
—Esto aún no ha acabado. Todavía tendremos alguna oportunidad.
Nadie pareció escucharla, de fondo continuaban oyéndose las explicaciones de Gio.
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Ya pasaban de las 21:30. La brillante luna casi llena iluminaba las calles del Vaticano de forma que el grupo de personas que se desplazaban a hurtadillas eran capaces de orientarse sin dificultad.
Llevaban tiempo meditando sobre lo que se disponían a hacer, planificando los detalles. Abandonar la seguridad que proporcionaban los muros del Vaticano frente a los zombis no era una decisión para tomar a la ligera. Muchas de las personas que avanzaban en silencio habían realizado el camino inverso no hacía mucho, se habían colado en la Ciudad Santa buscando protección. Otros llevaban dentro casi desde que se desató el Apocalipsis. Luego estaban los que casi siempre habían vivido dentro de esos muros.
Sor Lucía era una de ellos, una monja que había dedicado toda su vida a la meditación. Cuando se desató la infección era una de las religiosas que consagraban su vida a la oración dentro de la Ciudad, en el Monasterio Mater Ecclesiae. De constitución extremadamente delgada, ahora era una auténtica radiografía de un silbido aunque su fortaleza de espíritu no dejaba de asombrar a quienes la conocían.
A marta, la mujer que realizaba el trabajo de camarera en la cantina para las mercenarias, le había costado un enorme trabajo convencer a Sor Lucía. Acostumbrada a privaciones la nueva vida no era muy diferente a la que había llevado desde niña. Pero la situación había cambiado, a peor. Sor Lucía amaba a los niños, se desvivía por ellos. Puede que fuese una carencia que tenía como persona, una carencia que sabía que nunca podría satisfacer. Nunca podría ser madre. Por ello disfrutaba tanto haciendo felices a los niños, desde siempre.
La enorme alegría que constituía el contacto con los críos, se había visto amenazada desde que esos hombres ocuparon el Vaticano. En un principio agradecieron su llegada. Soldados que venían a dar protección a la Ciudad Santa. Cuando fueron testigos de cómo exterminaron a todos los miembros de la Guardia Suiza se dieron cuenta que no estaban allí precisamente para ayudarles. Aun así, Lucía continuó ejerciendo su labor como si de una prueba más del Señor se tratase.
La llegada del niño muerto, asesinado por ese hombre, el que decía ser el nuevo líder del Vaticano había terminado por trastornarla. Había accedido, por fin, ante la continuada insistencia de Marta. Sor Lucía conocía perfectamente cada camino en el interior del recinto amurallado. Sin ella, sencillamente nunca habrían logrado llegar hasta el punto en el que se encontraban, a pocos metros de la Puerta de Santa Anna. Cuando todo era normalidad, antes de… era uno de los accesos más fotografiados de toda la Ciudad, los apuestos Guardias Suizos, con sus vistosos uniformes eran objeto de sesiones agotadoras de paciencia y buenos modales.
Desde que la infección se había desatado, todos los accesos se reforzaron. Actualmente era uno de los que permanecía cerrado, asegurado, pero sin vigilancia continua. Patrullas de mercenarias recorrían todo el recinto pero cada vez se mostraban más descuidadas. Esa noche Marta se había ocupado de que las mujeres que se encontraban de guardia recibiesen una cantidad mayor de vino de la acostumbrada. En esos momentos su nivel de alcohol en sangre seguramente no les permitiría demasiados esfuerzos.
Sor Lucía llegó hasta la barricada de entrada. El resto del grupo fue alcanzándola y situándose alrededor de ella.
—Ya está, a partir de aquí no os puedo ayudar. Apenas he salido unas pocas veces del Vaticano.
—Lucía, ven con nosotros —Marta había cogido con dulzura las manos huesudas de la monja.
—No Marta, ya lo hemos hablado, mi sitio está aquí, entiendo vuestra decisión, de hecho creo que es lo mejor para vosotros pero no puedo marcharme.
—¿De verdad estás segura de lo que vamos a hacer?
La que había hablado era Silvia, era la única que llevaba a su hijo con ella, Enzo, un precioso niño de largos cabellos rizados rubios de diez añitos. El pequeño siempre había sido muy presumido, en otros tiempos había llevado la ropa perfectamente conjuntada. Ahora su aspecto era el de todos, parecían una banda de supervivientes de algún campo de concentración en uno de esos documentales de televisión.
—Seguro Silvia. Ya has visto lo que ha pasado esta mañana. Ese hombre, Evan, está enloqueciendo por momentos. Recuerda lo que le ha hecho a su hermano. Si continuamos aquí moriremos, tenemos que huir.
—Ya, pero fuera… apenas has traído víveres, no tenemos ni para dos días. Somos diecisiete personas, mujeres y niños ¿Cómo sobreviviremos fuera?
El silencio se hizo denso, duro. La chica que había hablado, Gina, una jovencita de diecinueve años recién cumplidos, había expresado un temor generalizado.
Daniela, una mujer de treinta y seis años que había perdido a su marido en una de las últimas salidas se abrió paso.
—Tenemos que marcharnos. Mañana será tarde. Ojalá lo hubiéramos hecho antes, ahora mi marido seguiría vivo. Esta gente no nos protege, no son soldados, son asesinos. Nos usan de carne de… de carne de zombi. No me quedaré ni un minuto más aquí.
Las pulsaciones de Marta se dispararon. Ella había sido parte fundamental de la decisión que se disponían a tomar. Hacía tiempo que la tenía clara. Solo había dudado unos instantes. Fue esa misma mañana, cuando ese hombre le había dado las gracias por la cerveza que le había servido y le había preguntado cuál era su nombre. Había sido extraño. Era el mismo rostro, el mismo cuerpo, idéntica voz, pero en su presencia se había sentido segura, respetada, protegida. No podía explicarlo pero ese hombre no era normal. No era como su hermano. Ese había sido el único momento en el que su voluntad había flaqueado. Tal vez ese hombre fuese capaz de hacer cambiar a su hermano. La esperanza se había desvanecido con rapidez. Su hermano no había dudado en castigarlo, en presencia de todos, como aviso. Luego había escuchado algo de borrarle la memoria. La batalla estaba perdida. La decisión era la correcta pero su responsabilidad continuaba siendo enorme.
Observó al heterogéneo grupo: trece adultos y cuatro niños, solo Enzo iba con su madre, los otros tres pequeños eran unos de los muchos huérfanos que Evan había “fabricado”.
Tras unos instantes de desconcierto y corrillos de murmullos ahogados Marta logró que todos volviesen a prestarle atención.
—Bien, no podemos esperar más. Cada minuto que pasamos dentro aumenta la posibilidad de que nos descubran. Si alguien quiere regresar puede hacerlo con Lucía. El resto tenemos que irnos ya.
—¿Cómo saldremos? —Preguntó otra de las mujeres con voz entrecortada.
Ya habían hablado antes de todo eso, lo llevaban planificando tiempo pero Marta comprendió que todos necesitaban oír todo el plan una vez más.
—Las mercenarias han asegurado las entradas con objetos a modo de barricada, ya lo veis. Están pensadas para impedir la entrada de los zombis, pero facilitarán nuestra salida. Usaremos la barricada para trepar y saltar al otro lado. Es fundamental que mantengamos el silencio. Hasta aquí corríamos el peligro de que esas asesinas nos descubriesen. A partir de aquí el peligro lo constituyen los zombis. Si nos descubren antes de que hayamos saltado todos estaremos en grave peligro.
—¿Y luego? —Marta no localizó a la mujer que había hablado.
—Buscaremos un medio de transporte y nos dirigiremos hacia la costa. Allí siempre podremos pescar para alimentarnos.
El silencio volvió a extenderse por el grupo. Marta observó cada uno de los dieciséis rostros que la rodeaban expectantes y temerosos a un tiempo.
Se abrazó a Sor Lucía y se dispuso a ponerse en cabeza. Apartó una valla y se encaramó en unos cubos de basura.
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
@@@
Evan se hallaba en la cantina. Terminaba de comer algo y beber un par de cervezas. Una joven a la que no recordaba haber visto allí le sirvió una tercera. Estuvo tentado de preguntarle dónde se encontraba la mujer que habitualmente ejercía esa función. No sabía su nombre, ni siquiera le gustaba, la chica que le traía el botellín era mucho más atractiva. Lo recogió de la mesa y la observó alejarse.
En el comedor iban cenando por turnos atendidos por civiles. Alma entró seguida de varias mercenarias. Tras dirigir la vista a la mesa que habitualmente ocupaba Evan cuando decidía hacer uso del comedor, se despidió de sus compañeras y se encaminó hacia él.
—¿Cómo sigue el Santo Padre? —Evan inclinó la botella hasta tomar más de la mitad.
—Bien. Parece que por él no pasase el tiempo —Alma sonrió su ocurrencia.
La mujer esperó algún comentario o, tal vez, una sonrisa pero lo único que hizo Evan fue acabarse lo que quedaba de cerveza. Alma buscó alguna camarera a la que pedirle algo de comer y de beber.
Evan dejó la botella sobre la mesa con un golpe y se levantó empujando la silla hacia atrás. Alma le observó sin saber qué hacer o decir.
—Vamos.
Alma dudó un instante. Le habría gustado beber algo, a ver si así conseguía quitarse el hedor que se respiraba en esa Capilla, era como si lo tuviese pegado al paladar. Evan se alejaba hacia la salida. La mercenaria se incorporó y lo alcanzó con unos largos pasos.
Alma avanzaba al costado de Evan. Caminaban en silencio. La mujer se sentía incómoda. Los momentos de silencio de su jefe no solían augurar nada bueno.
Pronto le quedó claro dónde se dirigían. Aguardó a que Evan abriese la puerta. Su habitación era de las pocas que permanecían cerradas con llave. Evan entró. Alma permaneció un instante fuera sin saber qué hacer. Por fin, tras esos incómodos instantes, pasó al interior y cerró la puerta.
Sin haber llegado a volverse sintió como la levantaban de la cintura y la giraban al mismo tiempo para estrellarla contra la pared. La violencia de la maniobra la desconcertó. Evan la sujetó en alto con una sola mano mientras con la otra arrancaba todos los botones de la camisa de su uniforme. Con un violento tirón desgarró la camiseta y el sujetador de la mujer. Los pechos flotaron ante sus ojos. La agresividad exhibida por el hombre la había descolocado por completo.
Evan mantenía elevada a la mujer sujetándola del cuello. Sus dedos se cerraban con fuerza dificultando la respiración de Alma. El desconcierto en ella era tan grande que no tenía claro si pretendía forzarla o estrangularla. Por fin Evan elevó una rodilla y la apoyó contra la pared permitiendo que Alma encontrase un punto de apoyo y su cuello dejase de sufrir. Evan hundió la cara entre sus senos con la respiración entrecortada.
El temor inicial había dado paso a la excitación. Alma reaccionó por fin y agarró con fuerza la cabeza de Evan apretándola contra su pecho. Él se separó, la volvió a elevar a la vez que la giraba. Le bajó los pantalones y la ropa interior de un tirón y la poseyó contra la pared sin terminar de desnudarla.
El encuentro había terminado tan rápido como había empezado. Evan permitió que se girase mientras intentaba volver a acompasar su respiración. Alma clavó su mirada en la de él. Su excitación y su ansiedad habían crecido y se encontraba insatisfecha. Empujó al desconcertado Evan hasta la cama y se lanzó sobre él.
El segundo encuentro había transcurrido con más pausa aunque con el mismo nivel de violencia. Los dos se encontraban exhaustos. Más allá de los gemidos ninguno había pronunciado palabra alguna.
Alma se moría por un cigarro. De buena gana hubiese ido hasta sus pantalones donde guardaba un paquete pero conocía la aversión de Evan hacia el tabaco. El silencio comenzaba a hacerse incómodo. Alma ya iba a levantarse para recoger su ropa desgarrada cuando cinco disparos rompieron el cielo del Vaticano.
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Cuando Evan detuvo el todoterreno frente a la Puerta de Santa Anna se encontró a un puñado de civiles de rodillas y con las manos en la nuca. Se trataba de varias mujeres junto a unos cuantos niños. Contó un total de dieciocho. Las luces de otros dos vehículos los iluminaban.
Se apeó y se dirigió lentamente hacia ellos. No estaba de buen humor. Pocos minutos antes disfrutaba del sexo con Alma y ahora se hallaba delante de un puñado de desertores, traidores desagradecidos que preferían echarse en las fauces de los zombis que continuar a su lado, bajo su protección.
Fue pasando delante de todos, mujeres y niños lloraban y gemían con los ojos clavados en el suelo. Solo dos de ellas le desafiaban con la mirada: una mujer que continuaba vistiendo hábito y… la camarera que no había visto en el comedor.
Evan se estiró, echó la cabeza atrás e inspiró profundamente el aire nocturno. Miró al cielo y buscó la luna, continuaba proyectando parte de su luz.
Terminó con los fugados y pasó a ocuparse de su tropa. Aisha mantenía encañonados con un fusil de asalto a los desertores. Ella había disparado, ella había localizado a los traidores, ella había impedido la fuga.
Los sollozos continuaban y, a los de los huidos, se iban sumando los sempiternos gemidos de los zombis que se iban congregando al otro lado de la valla, atraídos por los disparos, los ruidos de los motores y las luces de los vehículos.
Delante de los otros todoterrenos se hallaban dos dotaciones. Todas las mercenarias portaban fusiles de asalto y mantenían encañonados también a los civiles. Uno de los grupos estaba formado por cuatro mujeres. El otro por cinco más. El ruido de un nuevo motor acercándose le hizo volverse. Del Hummvy descendieron Kool, Stark, Remy y Alma. Todos caminaron hacia él.
Evan se encaró a los fugados. Entre las barricadas asomaban brazos de zombis que quedaban encajados entre los hierros y los barrotes, cada vez más de ellos se veían atraídos.
—¿Quién estaba de guardia?
El silencio se hizo entre las mercenarias, solo los gruñidos de los zombis continuaron. Las mujeres fueron volviéndose hacia el primer grupo de cuatro. Evan caminó hasta situarse frente a ellas.
—¿Quién estaba al mando de la guardia?
Las mujeres se miraron entre ellas. Evan se acercó a la primera y le arrebató el fusil de las manos. La mujer tragó saliva. Repitió la operación con las otras tres. Una vez que todas estuvieron desarmadas repitió:
—¿Quién estaba al mando de la guardia?
Por fin una de las mercenarias se irguió y contestó.
—Yo, yo, yo estaba…
—¿Estás borracha?
—No, no, no, ha debido ser la comida, nos han debido de echar algo, algo en la comida o en la bebida.
—Sí, sí, ha debido ser eso, ella nos trajo la comida…
Evan hizo un gesto con la mano para que callaran.
—Sabéis que no tolero las drogas ni el alcohol.
Las mujeres se miraron preocupadas. Evan se volvió hacia Kool.
—Kool ¿Qué debería hacer con ellas?
Kool intentaba pensar aprisa.
—Serán sancionadas, realizarán guardia toda la semana y llevarán a cabo la siguiente salida a Roma.
Las cuatro mujeres respiraron aliviadas. Evan se plantó frente a Kool.
—Así que se emborrachan durante su guardia, descuidan la vigilancia de la valla, los zombis podrían haberse colado, esos desertores huido, y tú propones encargarles siete más, para que puedan continuar emborrachándose. Los zombis podrían haber accedido al recinto. Esas ratas podrían haber escapado… y tú propones… no, creo que no.
Las cuatro mujeres palidecieron. Kool miró preocupado a Stark.
—Aisha, tú has capturado a los traidores. Llévalos a la Capilla. Remy condúcelas a ellas también a la Capilla. Alma, captura diez zombis y llévalos también a la Capilla: vamos.
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Las puertas de la Capilla Sixtina volvieron a abrirse. Dentro la oscuridad era casi total. La luz de la luna no alcanzaba para iluminar el interior.
Pronto Su Santidad retomó de nuevo sus gemidos. El recinto pasó a estar iluminado por las potentes linternas de varias mercenarias. Los encadenados a la mampara fueron reaccionando poco a poco. Shania, que agotada se había dormido, despertó sobresaltada.
—¿Qué queréis ahora hijos de puta?
Nadie se molestó en responder. Shania intentó una vez más sustraer su muñeca a la esposa que la encadenaba.
—Esposad a los desertores a la mampara… por el otro lado.
El eco de la inconfundible voz de Evan se propagó por toda la bóveda mancillando los sagrados óleos que la vestían. Avanzó varios pasos sujetando algo bajo el brazo.
Aisha los fue empujando. Los niños intentaron escapar. Varias mercenarias los agarraron y los arrojaron al interior de la Capilla sin contemplaciones.
—Si alguno se resiste disparadle.
—Evan —Aisha señalaba al otro lado de la Capilla—el Papa.
Evan se fue abriendo paso hasta la puerta central de la mampara.
—Por favor, no hagas esto. Deja que los niños se vayan. Los pequeños no tienen culpa, la decisión la tomamos nosotros. Ellos no eligieron.
Caronte había sujetado a Evan del brazo.
—Todo el mundo tiene elección, además, todo esto no tiene nada que ver con vosotros.
—No es inteligente acabar con los niños, son el futuro, tú mismo lo dijiste, y tú no eres estúpido.
—Lo que es, es un hijo de puta —las palabras de Shania rezumaron todo el odio que sentía.
Evan hizo intención de dirigirse hacia Shania. Caronte tiró de su brazo y lanzó la rodilla contra su estómago. Evan amortiguó el golpe ladeándose y luego soltó su codo. Caronte recibió el impacto en pleno rostro. Otra mercenaria la emprendió a patadas con ella y Caronte no pudo hacer más que intentar protegerse.
Evan empujó con fuerza las puertas hacia dentro. El Papa recibió el golpe de lleno y cayó derribado hacia atrás. El hermano de Luca dejó algo en el suelo y se colocó tras él, esperó a que se incorporase y lo inmovilizó por la espalda.
—Esposad a los desertores en ese lado —señaló la parte derecha de la mampara— las incompetentes en el otro lado.
En pocos minutos todos quedaron esposados. Los niños no dejaban de llorar, Marta y Lucía gritaban histéricas. Las mercenarias estaban lívidas. Kool se colocó frente a Evan, el Papa lanzó sus brazos para intentar atraparlo.
—Evan ¿Qué vas a hacer?
—Alma mete a los zombis.
—Evan, no puedes hacer esto, no está bien, por favor —Kool intentaba acercarse a Evan pero este movía al Papa manteniéndolo en medio.
—¿Qué es lo que no puedo hacer Kool, qué es? —Evan lanzaba al Santo Padre sobre él amenazando con soltarlo para volver a inmovilizarlo al instante— todo el mundo puede elegir. Ellos —señaló a los civiles— ellos decidieron huir, preferían la compañía de los zombis a la nuestra, pues ahora van a disfrutar de ella. Y ellas, ellas decidieron ignorar sus obligaciones, mis órdenes, y se emborracharon como cubas. La Organización no perdona la incompetencia y yo tampoco.
—Evan, Evan, por favor, no volverá a suceder, por favor, no volveremos a probar la bebida, por favor —las mercenarias suplicaban, el miedo había disuelto todo el alcohol de sus venas.
Alma, hizo pasar a los diez zombis sujetos por una mercenaria cada uno. Kool se acercó a uno de ellos y apartó a la mujer que lo retenía para inmovilizarlo y empujarle él mismo, se trataba de un joven ataviado con una sudadera gris con capucha. Evan retrocedió hasta la puerta.
—Soltadlos y salid, rápido.
Las mercenarias arrojaron a los zombis al suelo y corrieron hacia las puertas. Kool llevó la mano a la empuñadura de su arma, su mirada se cruzó con la de Caronte, mostraba el rostro ensangrentado pero le indicó que no con la cabeza. Kool retrocedió con el resto y pasó el otro lado de la mampara, entonces sus labios dibujaron una palabra; Caronte lo miró sin entender. Evan recogió el aparato que antes había depositado en el suelo y cerró las puertas, sin llave.
—Sos un sentimental. Treinta y tres zombis, la edad de Cristo.
Evan sonrió al abuelo.
—En verdad me caes bien anciano, eres más listo que la mayoría de estos, lástima que mañana tengas que morir.
—Viste, tuve una vida larga, vos… vos no vivirás mucho.
El abuelo miraba a Evan con una sonrisa de desprecio, este asintió con la cabeza y se acercó a Sandra. Sacó una llave del bolsillo de su camisa y abrió la esposa que aprisionaba su muñeca.
—Deja a la niña cabrón —Caronte tiraba salvajemente de su brazo esposado en un inútil intento de alcanzar a Evan.
El mercenario se descuidó un instante y Shania lanzó una brutal patada a su costado. Evan acusó el golpe y se alejó lejos del alcance de Shania para doblarse sobre sí mismo y coger aire. Dos mercenarias se dirigieron hacia Shania con intención de golpearla pero Evan les indicó con un gesto que se alejaran. Cuando se sintió recuperado fue a por Shania. Ella le esperaba en posición de ataque pero su situación era muy comprometida al continuar esposada a la mampara.
Evan volvió a depositar el objeto que sujetaba en el suelo. No especuló, no esquivó, ni siquiera se protegió. Shania lanzó un puñetazo al rostro de Evan que este encajó para, al momento, apresar su brazo. Con un rápido movimiento la hizo volverse y aplastó su cara contra los barrotes de la mampara.
—Mira, mira con mucha atención —en el otro lado los zombis se habían lanzado sobre los encadenados. Las mercenarias se defendían como podían pero no tardarían en ser alcanzadas por las fauces de los zombis— mañana vosotros estaréis también bajo sus dientes, eso si durante lo que queda de noche los zombis no consiguen atravesar esa puerta.
Evan golpeó a Shania en el estómago con el puño y la dejó boqueando en busca de aire. Recogió lo que antes había dejado y pulsó uno de los botones, era un equipo de música, lo había cogido del Cuerpo de Guardia antes de ir a la Puerta de Santa Anna. Una música estridente se apropió de la acústica del recinto. El “Highway to hell” de ACDC comenzó a sonar a todo volumen.
Living easy, living free
Season ticket on a one-way ride
Asking nothing, leave me be
Taking everything in my stride
Don’t need reason, don’t need rhyme
Ain’t nothing I would rather do
Going down, party time
My friends are gonna be there too
Mientras iban saliendo de la Capilla los gritos de desesperación de los vivos iban dejando paso a los gruñidos de odio de los zombis, todo aderezado por esa música de fondo.
I’m on the highway to hell
On the highway to hell
Highway to hell
I’m on the highway to hell
Las puertas se cerraron oscureciendo el interior del Templo. Al otro lado de la mampara las mercenarias y los civiles gritaban, lloraban, lanzaban plegarias.
No stop signs, speed limit
Nobody’s gonna slow me down
Like a wheel, gonna spin it
Nobody’s gonna mess me around
Hey Satan, paid my dues
Playing in a rocking band
Hey mama, look at me
I’m on my way to the promised land, whoo!
Gio, lo mismo que el resto, se tapaba los oídos como podía para tratar de apagar los alaridos de los vivos, los gruñidos de los muertos.
I’m on the highway to hell
Highway to hell
I’m on the highway to hell
Highway to hell
Don’t stop me
Caronte maldijo al hombre en el que una vez creyó… eso quedaba ya muy lejos. El recuerdo de Sandra arrastrada por él la consumía. Se prometió que si lograba seguir con vida le mataría, sin más consideraciones, aunque le costase la vida.
I’m on the highway to hell
On the highway to hell
I’m on the highway to hell
On the highway
Yeah, highway to hell
I’m on the highway to hell
Highway to hell
Highway to hell
Shania volvió a dejarse caer. Intentó concentrarse en las estrofas de la canción. Se le antojó muy apropiada para la ocasión, el cabrón de Evan había sabido elegirla. Agradeció la oscuridad que les impedía a todos tener que presenciar el desgarrador final de toda esa gente.
And I’m going down
All the way
Whoa!
I’m on the highway to hell
Amos se tapaba los oídos con las manos, apretaba con tanta fuerza que tuvo la impresión de que si continuaba aumentando la presión su cráneo estallaría. No sabía qué le afectaba más, los alaridos finales de todos esos inocentes o la maldita música que retumbaba por todas las paredes. Cuando cesó la última estrofa y el aparato quedó mudo, apenas algunos gritos de auxilio continuaban al otro lado. Al instante la música comenzó a sonar de nuevo y la misma canción los torturó otra vez. El hijo de puta de Evan la había dejado en modo repetición.
Tras haber dado nuevas órdenes para restablecer la guardia de la Ciudad, Evan se dirigía hacia el Palacio de la Gobernación conduciendo el todoterreno. En el asiento del acompañante iba Sandra.
—No pareces impresionada por lo que ha pasado ahí dentro.
La niña no respondió, no se movió, permaneció con la mirada al frente y los brazos descansando a los lados de las piernas.
—¿Vas a matarme?
Evan no se esperaba esa pregunta.
—Si hubiera querido matarte te hubiese metido con los zombis.
—Me necesitas.
Evan sonrió. Le gustaba la cría.
—Sí, necesito que hagas algo por mí. Te necesito para que Sami se muestre más colaborador.
Por primera vez Evan percibió, no miedo, pero sí intranquilidad y desasosiego en la pequeña.
—No te ayudaré.
Evan rió con suficiencia.
—Claro que lo harás, tú le importas, le importas mucho, y él a ti también.
—No te ayudaré —repitió.
—No sé por qué estás cabreada conmigo. Yo no maté a tu padre, fue mi hermano —por segunda vez, Evan percibió algo en la niña, en esta ocasión fue dolor— el árabe experimentó contigo, te trajo hasta aquí, y aun así le aprecias. No te entiendo.
—Sami me ha salvado muchas veces. Es bueno.
—Si tú lo dices.
Evan detuvo el coche frente al Palacio con un frenazo brusco que obligó a Sandra a protegerse con los brazos para no impactar contra el salpicadero.
—Me da igual el motivo por el que lo hagas, amor, gratitud, interés o miedo, pero procura que Sami me dé lo que quiero o los dos tendréis una audiencia privada con el Papa.
Evan condujo a la niña hasta el laboratorio. Sami estaba tan concentrado en el trabajo que no le sintió entrar. La pequeña se lanzó corriendo a sus brazos.
—Mi niña… estás bien.
El árabe la rodeó con su único brazo. Después de permanecer abrazado a ella la apartó y se encaró a Evan.
—No creo que pueda lograr aislar la vacuna en tan poco tiempo.
Evan miró en silencio a Sami, luego observó a Sandra.
—Si mañana no la tienes, ella morirá.
Sami palideció.
—¿Qué vas a hacer con ella ahora?
—Se quedará aquí, contigo, te servirá de motivación.
Sami respiró aliviado… de momento.
Evan abandonó el laboratorio y fue al encuentro de Armand. Cuando el médico le vio entrar se puso tenso, cruzó las manos y comenzó a entrelazar los dedos sin parar.
—¿Cómo va mi hermano?
Armand tragó saliva, echó un vistazo rápido al cuerpo tendido en la camilla y respondió.
—Ya le he inyectado la droga. Ahora es cuestión de tiempo.
—¿De cuánto tiempo?
—Y cómo voy… no, no estoy seguro, la otra vez despertó después de seis horas pero las condiciones fueron perfectas, esta vez… sinceramente no lo sé.
Evan le colocó las manos sobre los hombros, Armand no podía estar más rígido.
—Tranquilo. Todo va a salir bien. Tiene que salir bien. Cuando Luca despierte esta vez le ayudaremos a recordar.
Una fina gota de sudor apareció en la sien de Armand.
—¿Estás bien? No te habrás metido nada ¿Verdad?
—No, no, no, no, es solo, es solo que estoy muy cansado, nada más.
—Bien.
Evan procedió a esposar a Luca a la camilla. Los dos brazos y las dos piernas. Le enseñó la llave a Armand y se la guardó en el bolsillo.
—Cuando despierte, sea a la hora que sea, la que sea, quiero que me llames —le entregó a Armand un walkie— con este walkie, no con otro. Solo lo oiré yo. No quiero que nadie hable con él, nadie, ni siquiera tú ¿Me has entendido?
Armand asintió torpemente varias veces.
—¿Y si… y si no contestas?
—Contestaré, pero recuerda…
—No quieres que nadie hable con él.
—Exacto. Ahora pide que te traigan un tanque de café, te espera una larga noche.
—¿Tú, tú que harás?
Evan se volvió y soltó una carcajada.
—Dormir, claro.
Armand le vio alejarse y supo que iba a hacer lo que decía. Sabía de la importancia que Evan concedía al descanso. Todas las noches intentaba dormir un mínimo de seis horas, por eso siempre se encontraba más alerta que sus subordinados, más descansado y activo.
Kool se hallaba reunido con Stark y Kendra junto a la puerta de la dependencia donde continuaban retenidos el resto de los niños capturados en el refugio.
—¿Qué está pasando Kool?
El hombre miró instintivamente alrededor suyo.
—¿Sabías que Evan tenía un hermano, un hermano gemelo?
Stark estaba enfadada, Kool lo sabía, no por su expresión, la colombiana tenía uno de esos rostros que siempre parecían reflejar un permanente cabreo con el mundo, no, era por el tono de su voz. La modulación de sus palabras siempre era idéntica, pausada, melosa, te adormecía o te excitaba, aunque su cara te dijese otra cosa. Eso cambiaba cuando estaba enfadada.
—Sí.
—Joder —Stark lanzó varios puñetazos al aire.
—Esto va a empeorar ¿Verdad?
Kendra era inalterable, pragmática. Antes de que Kool pudiese responder intervino Stark de nuevo.
—Vale, nos largamos. Esta noche, no: ahora.
Las dos se pusieron en movimiento esperando que las siguiese.
—¿Por qué no te mueves Kool? —La ghanesa había regresado para pegar su rostro la de Kool.
—No puedo huir. Evan…
—Evan no puede impedirlo, la Organización ya no existe, quedamos cuatro gatos —Stark se había acercado también, su rostro reflejaba ahora perfectamente lo que el tono de sus palabras indicaba.
—Me he expresado mal —Kool se pasó la mano por la barba canosa, la sensación le tranquilizó, la notó demasiado larga, puede que no tuviese oportunidad de recortársela— no quiero huir, no quiero dejar el Vaticano, este lugar es seguro, no encontraremos un sitio igual.
—¿Quién lo dice? Buscaremos una isla, echaremos al mar a los zombis y nos dedicaremos a fumar maría mientras escuchamos música reggae.
Kendra observaba a Kool.
—Este sitio te da igual ¿Verdad?
Kool se enfrentó a ella.
—Voy a matar a Evan.
—¡Joder! —Stark la volvió a emprender a puñetazos y patadas con el aire, como si estuviese llevando a cabo una sesión de prácticas de combate.
—Vale y cómo piensas hacerlo.
—Qué… no vamos a cargarnos a Evan, no podemos, nadie puede, nos largamos de aquí, los tres, ahora, ya —Stark había cogido de la pechera a los dos y tiró— vamos.
Ninguno de ellos se movió.
—Mierda. Sois dos putos locos, solo dos putos locos. Evan tiene de su lado al resto. Es imposible. Lo sabéis.
—Eso no es exacto ¿Verdad Kool? —Kendra sonreía de medio lado.
—Están los prisioneros de la Capilla Sixtina, Armand, Sami…
—Cojonudo. Quieres que nos ayuden un montón de niños, un médico borracho, otro manco, un Guardia cojo y Caronte y Shania que están apaleadas: brillante… y suicida —Stark no dejaba de dar vueltas alrededor de los dos.
—¿Y Luca? El hermano de Evan…
—Nos habría podido ayudar. Ya no. Evan le ha vuelto a inyectar esa puta droga. Cuando despierte mañana volverá a tener la mente en blanco —Kool terminó con las esperanzas de Kendra.
—Los civiles no nos ayudarán, no harán nada, esperarán a que nos matemos, no, a que nos maten. No entiendo cuál es el plan —Stark se había detenido por fin y ahora se encontraba situada entre ambos.
—No hay plan. La historia se acaba aquí —Kendra no apartaba los ojos de los del hombre— ¿Verdad Kool?
El mercenario suspiró.
—Volved con los detenidos. Intentad descansar. Mañana…
Kool fue incapaz de terminar. Las dos mujeres desaparecieron cabizbajas. Una vez solo, Kool rebuscó de nuevo en sus bolsillos. Encontró un cigarrillo arrugado, medio roto. Siguió buscando hasta dar con el mechero. Lo encendió y aspiró profundamente. Expulsó el humo pensando que seguramente ese fuese el último cigarro de su vida.
@@@
Kool no había podido dormir nada. Acababa de amanecer, la mañana era fresca. Evan no tardaría en ir a recoger la vacuna. Kool no estaba dispuesto a permitir que se hiciese con ella. Subió las escaleras de dos en dos, aceleró el paso y se adentró en el laboratorio. Mientras avanzaba desenfundaba su arma. Encañonó a Sami, este se levantó rápido y se alejó de la niña.
—No puedo dejar que le des la vacuna a Evan.
La afirmación cogió por sorpresa al científico.
—Él no puede tenerla. Dámela, no quiero hacerte daño.
Sami levantó el único brazo que podía usar y dirigió la mirada hacia una de las camas que había en la habitación. Kool llevó también su vista hacia ella. Estaba vacía, las sábanas arrugadas.
—No queda mucho tiempo. Dame la vacuna.
Sami anduvo arrastrando los pies hasta la cama y se dejó caer sobre ella.
—No hay vacuna, no hay nada. Evan nos matará a todos.
Kool no entendía, estudió la habitación. Dirigió la mirada a la cría. Su aspecto era relajado, tranquilo, estaba en paz con el mundo, le daba igual morir. Luego estudió al árabe. Aparecía demacrado, despedía un notable olor a sudor. Manchas rojizas salpicaban su bata blanca.
—De qué estás hablando. La última vez que vino Evan le dijiste que…
—No sirve. La vacuna no vale. La sangre de ese hombre no nos proporcionará la vacuna que necesitamos, al menos no con los medios de que dispongo.
—No te creo. Dame la vacuna o tendré que hacerte daño.
Kool dio un par de pasos al frente. El cañón del arma quedó a un palmo de la cara de Sami.
—Es cierto.
Kool se giró buscando la procedencia de esa voz en español. En la habitación no había nadie más. La niña no había sido, Sami tampoco. Algo comenzó a aparecer desde debajo de la cama. Kool se retiró un paso y apuntó hacia el bulto que iba saliendo. Lo reconoció. Se trataba del chico muerto durante el último incidente con Evan. Había atacado a Evan para que soltase a la chica que retenía y este le había golpeado con dureza. La japonesa había dicho que estaba muerto y nadie lo había comprobado.
—No funcionará, lo he visto.
Kool apuntó ahora al chico.
—Habla.
—Ese hombre, Ambros, él, él se… tuvo… tuvo relaciones con… con Laura. En menos de ocho horas ella murió. No funcionará.
—No lo entiendo. Ese hombre es inmune pero su sangre ¿No sirve para hacer una vacuna?
Sami se quitó las gafas de la cara, luego se miró el muñón.
—Es… es como los enfermos de sida que aún no han desarrollado la enfermedad, que puede que nunca lleguen a desarrollarla. Ellos están sanos pero…
—Pero pueden infectar a…
—Exacto —terminó Sami.
Kool enfundó el arma.
—Si Evan no se va de aquí con una vacuna os matará.
—Podríamos huir —aventuró sin mucha fe el árabe.
—Os faltaría mundo. Tienes que darle algo, lo que sea.
—Seguiría sin servir.
—Pero os daría algo de tiempo.
El walkie de Kool crepitó dos veces.
—Mierda, viene Evan, deprisa, piensa algo.
—Podría, podría darle sangre, soy donante universal.
—Hazlo, ya. Y otra cosa —el árabe se detuvo— una vez que se la hayas entregado a Evan coge a la chica y al chico y desapareced de aquí.
—Antes has dicho que nos faltaría mundo para escondernos ¿Dónde quieres que vayamos?
—No lo sé, y tampoco quiero saberlo.
Cuando Evan entró en el laboratorio enseguida notó el olor a sudor, a sangre, no pudo reprimir un sentimiento de rechazo pero continuó hasta llegar al lado del científico. Se hallaba inclinado sobre una mesa y manipulaba tubos de ensayo y material diverso. Evan sentía asco por todo tipo de material médico o científico. No, más que asco era resentimiento; demasiadas agujas a lo largo de su infancia
Echó un rápido vistazo a la habitación. La niña parecía dormir sobre una cama con las sábanas sin entallar. Presentaban varias manchas rojizas. En el suelo había varios papeles tirados. También podían apreciarse manchas de sangre.
—Deberías adecentar un poco este sitio. Parece el laboratorio del doctor Muerte.
—Creí que querías la puta vacuna.
—Cuidado.
Evan se aproximó a Sami y este se estremeció de pies a cabeza.
—Aquí está. Aquí la tienes.
Sami le tendió un autoinyectable. En el interior se veía fluir un líquido rojo.
—¿Qué coño es esto?
Sami intentó que el temblor que sacudía todo su cuerpo se notase lo menos posible.
—Con los medios de que dispongo es lo mejor que he podido conseguir.
Evan lo levantó y lo observó con detenimiento a la luz del fluorescente. Sami tuvo que sentarse en una silla para evitar que se notase más su nerviosismo.
—Parece sangre.
—Es sangre, sangre básicamente.
—He visto muchas vacunas y ninguna tenía este aspecto.
Evan miraba a Sami con el ceño fruncido.
—Una vacuna comercial está tratada con otras sustancias que adulteran su color y su densidad reales. Insisto, con lo que tengo es todo lo que puedo conseguir.
Evan volvió a observar el autoinyectable.
—¿Solo hay esto?
Sami negó. Se incorporó, ya algo más tranquilo, y le entregó un segundo autoinyectable.
—Ya no hay más.
Evan cogió uno con cada mano.
—¿Funcionará?
Sami suspiró y movió la cabeza.
—No he podido comprobarlo. La obtención de una vacuna conlleva muchas etapas, muchos pasos que yo me he saltado ¿Qué si funciona? No lo sé.
—Y el tipo ese, Ambros…
—Ahora duerme.
Evan se guardó uno de los autoinyectables en un bolsillo del pecho y el otro lo conservó en la mano.
—Bien, en menos de diez horas sabremos si lo has conseguido.
—¿Y si no?
—Reza, reza para que funcione. Reza a Alá o al Profeta, pero reza.
Evan se dio la vuelta y salió del laboratorio con largas zancadas.
Cuando Evan salió del Palacio, Kool le esperaba fuera. Junto a él se hallaba la colombiana malencarada y la africana.
—Hace una mañana magnífica ¿No crees?
La pregunta cogió por sorpresa a Kool. Evan estaba resplandeciente, sonreía y su felicidad parecía sincera. Hacía tiempo que Kool no veía esa expresión en su rostro, tanto como tiempo llevaba Luca fuera. Añoró momentos pasados, momentos que ya no regresarían.
—¿El árabe lo ha conseguido?
Evan colocó el autoinyectable entre el pulgar y el corazón y se lo enseñó a Kool.
—Enseguida lo comprobaremos —guardó la vacuna en un bolsillo y se encaminó hacia el coche en el que le esperaba Alma.
—Evan —llamó Kool— ¿A quién se lo vas a inyectar?
Se detuvo, se volvió y se dirigió hacia Kool de nuevo, sonriendo, pero su sonrisa ya no tenía nada de sincera ni de sana.
—Tranquilo. No vas a ser tú.
Kool endureció las mandíbulas, sus puños se cerraron.
—No adelantemos acontecimientos, sería estropear la sorpresa. Vamos, será divertido —se volvió y se alejó definitivamente.
Cuando Stark puso la mano en el hombro de Kool notó la tensión de sus músculos, estaba a punto de saltar, las venas de su cuello podrían estallar en cualquier instante.
—Vamos. Este no es el momento, ni el lugar.
En el mismo vehículo que Evan y Alma subieron cinco mercenarias más. Otro grupo permanecía atento en las escalinatas del Palacio.
Kool relajó sus músculos. Su agotamiento, tanto mental como físico, era evidente. Se dejó llevar hasta el otro coche y partieron tras Evan.
@@@
Nadie había podido dormir durante la noche, nadie excepto Shania, esa mujer parecía ser capaz de abstraerse de cualquier cosa. Caronte la observaba con respeto y con miedo a la vez. Ella era la que se encontraba más cerca de las puertas. Los minutos habían transcurrido con el temor a que, de un momento a otro, algún zombi consiguiese abrir esas puertas centenarias.
No tenía forma de saber qué hora era, ninguno llevaba reloj. La luz comenzaba a entrar tímidamente por las vidrieras. Estaba amaneciendo. A qué hora amanecía en Roma en esa época del año. Lanzó un puñetazo con su mano libre a la pared del muro.
—¡AGHHH!
Ahora también le dolían los nudillos, mejor, así desviaba la atención de su mente hacia otra cosa que no fuesen los gemidos, gruñidos y lamentos de los zombis.
Se recostó en la mampara. Notó la tela del uniforme pegada a su cuerpo. Estaba bañada en sudor, en un sudor frío, glacial. Comenzó a temblar sin control. Era por el frío, eso se repetía sin parar, temblaba por el frío. No era cierto. Una persona puede engañar a cualquiera menos a sí misma. Por primera vez en toda su vida era consciente de que iba a morir, de la peor manera posible, pronto, al alba. A qué hora amanecía en Roma. Tenía que pensar algo pero era incapaz de concentrarse en nada que no fuesen esos malditos gruñidos. Intentó recordar cuál había sido el último instante de silencio del que había disfrutado en el interior de esa puta Capilla.
Cuando salió la última de las mercenarias y se cerraron las puertas la oscuridad lo envolvió todo. Entonces los gritos de dolor, de socorro, de súplica, de las personas esposadas al otro lado se habían impuesto a los gruñidos de los zombis, incluso a los acordes de esa maldita canción que se repetía una y otra vez. Incapaces de huir, atados a las rejas, todos habían ido sucumbiendo. Primero los críos, los zombis se cebaron con ellos. Escuchaban con impotencia sus gritos desgarradores, sin poder hacer nada. Así, uno a uno, habían ido callando, callando como vivos.
Luego les tocó el turno a las mercenarias. Ellas habían resistido algo más, poco más. Con un brazo inmovilizado y sin armas era imposible presentar demasiada oposición. No lo podía ver, pero podía imaginarlo. Habrían tratado de mantener alejados a los zombis, sin siquiera verlos, lanzando patadas y puñetazos, cualquier cosa para que no se acercasen. Pero eran humanos. El agotamiento habría hecho mella en todas. Alguna habría sentido horadar su carne, en ese momento ya estaban condenadas, ya todo daba lo mismo, la desesperación se abría paso. Se habrían dejado llevar deseando que todo acabase lo más pronto posible. Cuando volviesen a ver los frescos de las paredes, sus ojos ya no tendrían vida, no disfrutarían de la belleza que los rodeaba, de su armonía, solo buscarían la presa más próxima a la que devorar.
En el otro lado de la mampara de separación las cosas no habían sido mucho mejores. Seguían vivos, sí, pero en la situación que se encontraban vida no era esperanza, era solo una prolongación de la agonía, una tortura inhumana.
Habían asistido impotentes a la caída de la vida, a la victoria de la muerte. Francesca les había gritado, sobre los alaridos y los gruñidos, a los niños que se tapasen los oídos, que no escuchasen, o que se concentrasen en esa puta canción. Ella también lo había hecho, también se había cubierto los oídos, primero aplastando las palmas hasta sentir dolor por la fuerza ejercida. Era inútil, los gritos continuaban llegando. Entonces había introducido un dedo en cada oído, hasta dentro, hasta hacerse daño; nada. Al final terminó cantando la canción a voz en grito, hasta que notó hervir su garganta por el esfuerzo.
Después, después los gritos y las llamadas de auxilio se habían ido apagando, solo quedaban algunos gruñidos animales con la banda sonora de ACDC de fondo. Ya no quedaban vivos, humanos que suplicasen o se lamentasen, solo muertos… y zombis. En un primer momento los zombis se habían visto excitados por los llantos de las niñas, de Jorge, de ella. Luego todos habían comprendido que debían permanecer en silencio, en absoluto silencio. Daba lo mismo. Las notas que escapaban del equipo continuaban atrayendo a los zombis. Lo que en un principio les había ayudado a sobrellevar los sonidos del horror se volvía ahora en su contra.
Horas después, una vez agotadas las baterías del equipo de música, sin estímulos visuales ni sonoros, los zombis habían ido entrando en ese estado de hibernación, de aletargamiento. Entonces el silencio lo había cubierto todo, todo, todo. Ese había sido el último momento en que había disfrutado del silencio. No podría decir qué era peor.
Ahora amanecía. Qué hora sería. A qué hora amanecía en Roma.
Los golpes la sobresaltaron, los sobresaltaron a todos. Ruidos de pasos, voces, una llave girando dentro de una cerradura. Las puertas abriéndose y esa voz, esa puta voz.
Los gruñidos volvieron a arreciar. Caronte buscó a Evan entre las mercenarias que habían traspasado las puertas pero no le encontró, sin embargo le había escuchado, seguro.
—¿Qué tal habéis pasado la noche? ¿Entretenida?
Caronte no tardó en localizar la voz. Procedía del púlpito, según recordaba de las explicaciones lanzadas por Gio, hacía las veces de eso, de púlpito y también para ubicar al coro que intervenía en determinados actos religiosos, no recordaba cuales, no había prestado tanta atención. Junto a él se hallaban varias mercenarias, demasiadas. La mulata traidora, la canija Alma y otras cuyos nombres desconocía. También Kool estaba allí, junto a la africana y a la latina, Stark, creía recordar. Volvió a fijarse en Kool y lo descubrió haciendo un extraño movimiento con el cuello, muy leve. Entonces recordó la noche anterior. Buscó el punto al que parecía dirigir sus movimientos. El joven con sudadera con capucha gris. No fue capaz de deducir qué trataba de decirle. Por el contrario lo que halló al otro lado solo pudo hundirla todavía más; allí solo había zombis, todos se habían transformado, todos.
—A ver, damas y caballeros, por favor.
Evan dio varias palmadas con fuerza que retumbaron por toda la Capilla. Además de llamar su atención, sirvieron para que los zombis se reuniesen en torno al púlpito lo mismo que fans enloquecidos alrededor del escenario de un concierto. Bueno, los zombis que continuaban libres, los recién transformados permanecían esposados, todos excepto uno de los niños que lucía un insoportable brazo desgarrado. Las esposas que lo habían sujetado colgaban vacías de la mampara.
—Os explicaré lo que vamos a hacer. Para que no podáis pensar que no soy magnánimo, he decidido no ejecutaros —ninguno de los esposados al otro lado de la transenna reflejó algo parecido a la esperanza o la alegría— vaya, cuanto entusiasmo. Vale, puede que tengáis razón, no os ejecutaré pero tampoco os voy a soltar sin más.
Evan comenzaba a estar molesto, incluso a sentirse algo ridículo. Había esperado que los prisioneros saltasen de alegría para luego suplicar por sus vidas como habían hecho los desertores la otra noche pero nada de eso estaba sucediendo. Nadie suplicaba y las miradas que detectaba no eran de temor, en las dos crías sí pero el resto le lanzaba miradas asesinas, de odio, de desprecio, de indiferencia.
—Vale, visto que no tenéis muchas ganas de charlar iremos al grano. Ahora vamos a soltar a todos los zombis esposados —su voz se había tornado dura— en efecto, estáis pensando que en estos momentos ya hay varios zombis sueltos y no os pueden importunar porque… están al otro lado de esas puertas. Sí, estáis en lo cierto, pero por poco tiempo. Ahora abriremos esas puertas ¿No os parece divertido?
—Puto demente. Suéltame y te mataré cabrón —Shania se había encaramado a la mampara y le enseñaba el dedo corazón estirado a Evan— que te jodan.
—Bien, bien, bien, muy bien, ya nos vamos animando —varias mercenarias lanzaron carcajadas al aire.
—El sargento vendrá. Cuando venga nos soltará y te matará. Deberías marcharte.
Ninguna de las mercenarias hizo comentario alguno en esta ocasión, se volvieron hacia Evan, su expresión grave no les gustó.
—Lo siento chico. Esta vez no va a poder ser.
—Da igual lo que digas, vendrá, vendrá y te matará.
—Luca está durmiendo. Cuando despierte no recordará nada, no sabrá dónde está, quién es, no te recordará a ti, a ninguno. Esta vez no chico.
El silencio se propagó por la bóveda, incluso los zombis parecieron respetar la gravedad del momento cesando en sus gruñidos. Evan sí que pudo apreciar ahora cómo el desánimo cundía entre ellos…
—Da igual lo que digas. El sargento siempre vuelve, si yo fuese tú echaría a correr y no pararía hasta llegar al mar.
La expresión de Evan se endureció. Luca volvía a superarle incluso sin estar. Sintió celos, sintió odio, tuvo que ejercer un increíble acto de autocontrol para no desenfundar su pistola y alojarle al chico una bala en la cabeza.
—Bien, se acabó el tiempo. Rezad lo que sepáis.
—Espera —Caronte se había subido también a la mampara para hablar— no es un enfrentamiento justo. Somos soldados, merecemos un final digno.
—Ya, digno ¿Y qué propones?
—Suéltanos, si sobrevivimos nos dejarás marchar.
Evan sonrió abiertamente, ahora sí se empezaba a divertir.
—Vale. Pero antes hay una parte que no os he contado —hizo una pausa para dar dramatismo a lo que se disponía a compartir con ellos— mirad esto —mostró en alto el autoinyectable que le había facilitado Sami— esto es la primera vacuna creada para el virus zombi —realizó una nueva pausa mientras sonreía— y uno de vosotros será el afortunado que la probará ¿Algún voluntario?
—Tarado hijo de puta ven a inyectármela tú y te la clavaré en la puta cabeza cabrón —Shania se había subido a la mampara y le desafiaba abiertamente.
Evan entornó los ojos y endureció el gesto, luego dio media vuelta y desapareció del púlpito.
En pocos minutos entró en la Capilla y se dirigió hacia Shania.
—Intenta pincharme eso cabrón.
Shania le esperaba en posición defensiva pero su situación era muy comprometida. Evan se aproximó, recibió el golpe que le lanzó Shania y contraatacó con varios puñetazos al estómago y al rostro de la mercenaria para finalizar lanzando una patada el pecho malherido de la mujer. Shania se dobló sobre sí misma sangrando y sorbiendo para poder respirar. Evan le levantó la cabeza tirando de sus cabellos con fuerza y colocándola en una posición indefendible. Shania intentó golpearle con su mano libre pero Evan detuvo el golpe sin dificultad, acto seguido golpeó su rodilla y la hizo caer ante él.
—Déjala asesino.
Evan se volvió hacia Amos. Había logrado incorporarse y ahora descansaba el peso de su cuerpo entre su única pierna y la mampara. Lanzó a Shania contra el suelo y se dirigió hacia él lentamente. En su trayecto observó al anciano; parecía a punto de dar el último suspiro, ahora ya no se mostraba tan locuaz. A su lado aguardaba el final la chica a la que había estado a punto de estrangular, probablemente lloraba la muerte del joven que acudió en su ayuda. El tipo que habían apresado en la Piazza Navona, el artífice del control de los zombis, se encogió a su paso, se pegó tanto a las rejas que seguramente le costaría trabajo separarse. A continuación se hallaba Caronte, en su rostro se observaba el castigo sufrido antes. Ahora aguardaba sentada en el suelo con la mano esposada en alto y la otra a lo largo del suelo. Su rostro, al contrario que el del joven anterior, no denotaba miedo, ni siquiera odio como el de Shania, tan solo desprecio e indiferencia.
Pasó de largo a una chiquilla atemorizada, a la compañera del Guardia Suizo y a una cría de cabello rojizo ensortijado y ojos extremadamente azules que escondió el rostro entre sus piernas hasta que la hubo sobrepasado.
Se detuvo frente al Guardia Suizo.
—Tú, tú serás el elegido, el primer hombre inmune al virus zombi. Cojo pero inmune —rió su ocurrencia.
—Estás loco si crees que vas a poder inyectarme eso —los puños de Amos se cerraron.
Evan lanzó varias carcajadas roncas.
—Vale, si tú no quieres lo probará ella.
Se volvió hacia Francesca, la alcanzó en dos rápidos pasos, la incorporó del cuello y colocó el autoinyectable sobre su yugular.
—Déjala cabrón, vale, vale, déjala, te mataré, si le haces daño te mataré, vale, joder, por favor —Amos forcejeaba, la herida de su mano derecha se abrió y las vendas que la cubrían se tiñeron de sangre.
Evan soltó a Francesca sonriendo y caminó hasta el Guardia. Los ojos de Amos despedían odio. La sonrisa de Evan se amplió. Con un rápido movimiento barrió la única pierna que le sostenía. Se agachó sobre él inmovilizándolo con su rodilla y tiró de la pierna amputada, dejó el muñón a la vista y clavó con violencia el inyectable. Una vez lo hubo vaciado lo lanzó sobre la cara del Guardia.
—Entenderás que para poder verificar la eficacia de la vacuna tendremos que dejar que uno o dos zombis te muerdan ¿Verdad?
Mientras se alejaba podía escuchar el llanto de temor y miedo de Francesca y el de impotencia de Amos.
Evan volvió al púlpito y se dirigió a Remy.
—Suelta a los zombis que permanecen esposados.
La mulata palideció, la piel de su rostro se tornó blanca.
—Pero… si me acerco… los otros…
Remy temblaba de pies a cabeza, su garganta no obedecía era incapaz de continuar hablando.
Los disparos la sacaron del trance. Alma había encarado el fusil y disparaba desde el púlpito sobre las esposas cerradas que rodeaban los barrotes de la mampara. Los proyectiles, en su trayectoria, atravesaban los cuerpos de los zombis. Caronte y Shania se agacharon y se protegieron tras la mampara lo mismo que el resto. Las ráfagas fueron encontrando las cadenas y partiéndolas. Pronto todos los zombis estuvieron libres. Los disparos cesaron.
Evan lanzó una mirada de desprecio a Remy, no hizo falta que hablase para que la mulata supiese lo que sentía.
Stark había tenido que sujetar a Kool. Cuando los disparos comenzaron sin mediar aviso, su mano había volado hacia su arma. Una vez comprobado que no iban dirigidos contra las personas había cedido a la presión de la colombiana.
El olor a la pólvora alivió el hedor a muerte y sangre que se respiraba. Caronte volvió a asomar sobre la mampara.
—Vamos, ahora suéltanos a nosotros, somos soldados merecemos morir con dignidad. Por los viejos tiempos.
Evan sostuvo la mirada de Caronte que había reaparecido tras la mampara. Recordó esos ojos verdes, recordó el instante en que la conoció, recordó el olor de sus cabellos, el aroma de su piel, sus gemidos mientras hacían el amor.
—Bien, de acuerdo. Salid de la Capilla —gritó a las mercenarias que permanecían junto a las puertas— cerrad y permaneced al otro lado hasta que os lo ordene.
Evan sonrió.
—Te diré lo que vamos a hacer. Lanzaré la llave a ese mocoso que tanto idolatra a mi hermano. Luego reventaré a tiros la puerta. Creo que es un trato digno teniendo en cuenta que vosotros pensabais matarme.
Caronte volvió la cabeza hacia Jorge. Era solo un niño. Estaba demasiado lejos. Probablemente no fuera capaz de coger la llave de las esposas y si lo hacía seguramente no sabría abrirlas. Volvió a mirar a Evan y descubrió una sonrisa de victoria, de revancha. Antes de que pudiese objetar nada vio volar la llave, lento, la vio ascender levemente para comenzar a trazar una pequeña parábola sobrepasando los barrotes de la mampara, la siguió durante toda la trayectoria, despacio, a cámara lenta, la vio girar sobre sí misma varias veces y avanzar al mismo tiempo, la vio iniciar el descenso hacia la posición del chico y vio… como Jorge saltaba y la atrapaba en el aire. Caronte soltó un suspiro de alivio.
Al momento varios proyectiles impactaron en los goznes de las puertas de madera. Caronte comprobó con pánico que las hojas de madera cedían sin sujeción y comenzaban a caer del lado de ellos. Se apresuró a sujetarlas como podía. Las puertas eran pesadas, de madera maciza. Con enorme esfuerzo sujetó la más cercana con su hombro y la otra con la mano libre. No podía empujar demasiado o las hojas caerían del otro lado. Logró alzar la cabeza y vislumbró la sonrisa en el rostro de Evan. Todo estaba sucediendo en segundos, eternos, pero segundos al fin y al cabo. Lo siguiente que escuchó Caronte fue la voz del chico.
—Shania.
Caronte vio volar de nuevo la llave pero esta vez el tiempo parecía haberse acelerado. La vio girar sobre sí misma y terminar en la mano de Shania.
La mercenaria, que hasta ese momento había parecido apática, se movió con absoluta rapidez y precisión. Abrió la esposa que retenía su muñeca y corrió hacia las puertas. No llegó a evitar que las hojas cayesen del otro lado pero sí a darle la llave a Caronte, luego atravesó la mampara y corrió hacia el altar. Subió los cuatro escalones y se dirigió hacia la puerta de la izquierda del altar, la Sala de las Lágrimas, así había dicho Gio que se denominaba, recordó que le había parecido un lugar extremadamente solitario. En su interior seguro que hallaba algo que poder usar de arma. Sus esperanzas se desvanecieron al intentar abrir la puerta. Intentó derribarla con el hombro pero era imposible, sus castigadas costillas no lograrían reventar unas puertas de madera maciza. Corrió hacia la otra; más de lo mismo. Regresó hasta el altar y se preparó para defenderse con lo que tenía: sus manos.
Desde el púlpito Evan, lo mismo que el resto, presenciaban asombrados los precisos movimientos que se producían abajo.
—Parece que tu hermano les ha entrenado bien.
El comentario de Kool no hizo otra cosa que ahondar en el resentimiento que invadía a Evan. Iba a responderle cuando el walkie sujeto a su cintura crepitó.
—Evan: Luca ha despertado.
Todos escucharon con claridad las palabras pronunciadas por Armand al otro lado de las ondas.
—Voy —respondió Evan y le entregó a Alma el walkie.
Se abrió paso en el púlpito y se dirigió al todoterreno.