Una sed insoportable me hizo abrir los ojos. Sentía la garganta completamente reseca. Mis pupilas tardaron unos instantes en enfocar. Giré la cabeza a un lado y otro intentando recordar dónde estaba y cómo había llegado hasta allí, pero no lo conseguí. Traté de incorporarme de la cama donde permanecía tumbado, pero la sensación de mareo me obligó a desistir.
Algo me pinchaba en el brazo derecho. Tenía una aguja clavada en la mano. Un gotero enviaba líquido a mi organismo a través de ella. Sentí como el mareo empezaba a remitir así que decidí incorporarme. Bajé los pies de la cama y me senté. Me notaba entumecido.
Miré la estancia donde me encontraba. Parecía la típica habitación de hospital, paredes blancas y desnudas salvo por un reloj que marcaba las once de la mañana de… qué día. Una mesita con un vaso. Lo cogí y terminé toda el agua que contenía. En el fondo se podía ver la puerta que parecía de entrada a la habitación. Seguí inspeccionando el entorno. No había ninguna ventana. Al otro lado de la cama había un sillón. En él dormía un chico. Logré enfocar la vista.
—Por fin has despertado.
Una mujer entraba por la puerta. Llegó hasta la cama y me abrazó. Sus labios recorrieron mis labios resecos. El chico que dormía en el sillón saltó sobre la cama y se abrazó a los dos. Cada movimiento del joven repercutía en todo mi cuerpo. Sentí como me tiraba el hombro izquierdo, en el pecho, sobre el corazón, y en la espalda.
—Te dije que se salvaría, el sargento siempre vuelve, siempre, te lo dije, os lo dije a todos.
—¿Cómo estás? Cuando te encontramos no respirabas.
La miré sin entender. Me llevé la mano al pecho. Noté el vendaje.
—¿Estás bien? ¿Me recuerdas?
—Shania.
—¿Y a mí? —El chico me giró la cara.
—Jorge.
—No se ha movido en todo este tiempo de la habitación. Quería estar aquí cuando despertases.
—Ella tampoco se ha movido.
Una joven entró en la habitación con unos platos.
—Clémentine.
—En realidad los tres hemos acampado en la habitación.
—Y… y la niña… estaba llena de sangre… la disparó…
—Sandra está bien. La salvaste al tenderte sobre ella, usar esos pergaminos ayudó a que la hemorragia fuese menor, eso impidió que se desangrase y… ella te salvó a ti. Cuando perdiste el sentido introdujo los dedos en tu herida para evitar que la sangre continuase saliendo. Así os encontramos, pero túmbate, aún estás muy débil.
—¿Cuánto… cuánto tiempo llevo aquí?
—Has permanecido en coma… dos semanas. Francesca y Sami te operaron.
Volví a incorporarme.
—¿Cúantos días?
—Dos semanas —repitió.
—¡Días! ¿Cuántos días?
—Catorce —pareció contar mentalmente— catorce días, sí.
Me giré y me puse en pie.
—¿Qué haces? No puedes hacer eso, estás convaleciente. No puedes levantarte, aún estás muy débil.
—Tengo que irme. Dame mi ropa. Evan nos matará. Tengo que encontrarle antes.
—Ha pasado mucho tiempo. Cuando os encontramos no había nadie más en la habitación.
Shania me empujó con delicadeza pero con firmeza haciendo que me volviese a recostar.
—Desapareció. Dijo que era una habitación mágica.
—De magia nada. Había una puerta camuflada. Nunca la habríamos localizado de no haber sido por la niña. Ella nos lo dijo cuando se encontró mejor. Kool y yo recorrimos el pasadizo. Comunicaba con el exterior. Con el Castillo de Sant Angelo. No encontramos rastro de Evan. A la vuelta volamos el pasadizo y reforzamos la seguridad. No volverá a entar en el Vaticano y si lo hace, será para morir. Así que túmbate y descansa. Obedece por una puta vez.
Dejé de pugnar con ella y me arrellané en la cama. Clémentine me colocó un par de almohadas para que pudiera estar más cómodo.
Francesca entró en la habitación con una bandeja. Había un plato de sopa.
—Me han avisado que habías despertado, debes comer, perdiste mucha sangre.
Caminó hasta la cama y sonrió.
—Me alegro de que hayas conseguido recuperarte.
Dejó la bandeja sobre la mesa y volvió a salir de la habitación.
Mientras tomaba la sopa entró Thais con Giulia y Mia de la mano. Se acercaron las tres a la cama.
—Gracias —Thais me besó en la mejilla— gracias —repitió Giulia en inglés— Mia me acarició la mano y se situó detrás de Thais.
Shania se sentó en la cama junto a mí.
—Sigue sin hablar —dirigí la vista a la puerta de salida.
Las tres niñas se habían marchado de la habitación.
—Necesita tiempo. Vio como su familia se transformaba y se comían unos a otros, es normal.
—Supongo que tampoco ayudó que la lanzase a un mar de sangre.
—No, seguro que eso tampoco ayudó.
Terminé la sopa. Caronte entró en ese momento. Lucía un aparatoso vendaje en el hombro.
—Me alegro de que estés de vuelta.
Su rostro se situó a pocos centímetros del mío. Esos ojos verdes continuaban infundiendo serenidad y excitación a partes iguales.
—¿Quién está al mando ahora? Quiero decir…
—Se ha formado una especie de Consejo —Shania se había acercado también— Amos, Caronte… y Kool.
—¿Y tú? —Me dirigí a Shania.
—No me va la política.
—Tú también formarás parte de ese Consejo —explicó Caronte— esto no habría sido posible sin ti. Pero ya habrá tiempo para hablar de eso, os dejo ahora solos. Me alegro de que te hayas recuperado.
Me estrechó la mano y salió de la habitación.
Mariano entró con Sandra a su lado. La pequeña mostraba un agradable color sonrosado, se la veía muy recuperada. También el abuelo presentaba mejor cara.
—Mirá que sos duro boludo —el anciano se abrazó a mí y se echó a llorar.
Cuando se apartó, la niña seguía en pie, en el mismo lugar. Me miraba fijamente.
—Sandra…
La pequeña dio un paso y cogió mi mano.
—Ya no te odio por matar a mi papá. No eras tú.
La angustia se agolpó en mi garganta, solo fui capaz de asentir mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.
La niña me dio un beso en la mano y comenzó a alejarse, el abuelo se volvió para marcharse con ella.
—Mariano —conseguí expresar— necesito ir al aseo, puedes, puedes acompañarme.
El anciano se volvió indeciso, dirigió la vista a Shania pero se acercó y me llevó al baño. En cuanto pasamos cerré la puerta y le cogí por los hombros.
—Necesito que hagas algo por mí —el anciano me miró confundido— necesito que traigas aquí a Amos.
—¿Al aseo?
—A la habitación.
—¿Y por qué querés eso?
Medité un instante.
—Debo acabar con mi hermano. Él lo entenderá. Tienes que hacerle venir.
—Decíselo a Shania.
—Shania no me lo permitirá y no queda apenas tiempo.
—Shania se enfadará conmigo, lo sabés.
—Mariano…
—Vale, vale pibe. No sé lo que querés hacer pero rara vez te equivocás. Lo traeré —se volvió hacia mí antes de salir— jamás vi a nadia para quien la vida fuese más rápido.
Cuando salimos de la habitación Shania nos observaba con suspicacia.
—¿Debo empezar a preocuparme? —Miraba con media sonrisa en la cara al abuelo.
—Sos una boluda.
El anciano echó el brazo a Sandra por el hombro y abandonó la habitación medio apoyado sobre ella.
Al poco rato entró Amos en la habitación. Shania se puso rígida nada más verlo. No hubo saludo, apenas un movimiento de cabeza entre ambos. Jorge y Clémentine habían accedido a marcharse a descansar un rato a sus habitaciones tras irse el abuelo. Con nosotros tres únicamente dentro, la tensión aumentaba.
—Voy a por un café.
—¿Puedes traerme otro?
—La doctora no ha dicho…
—Shania, por favor.
Salió con uno de sus gestos sin más de la habitación.
—Veo que te encuentras más recuperado.
Le di un poco de tiempo a Shania para alejarse y me levanté. Caminé hasta el armario y saqué mi ropa. Estaba doblada y limpia en uno de los estantes. Cogí también las botas y me senté en el sillón en el que había estado sentado Jorge. Me quité el pijama que llavaba y comencé a vestirme.
—¿De qué va esto, me has hecho venir para que vea como te pones los pantalones?
Terminé de ajustarme el ceñidor y me acerqué a Amos.
—Mi hermano sigue vivo.
—Lo sé. Escapó por un pasadizo desde los Archivos al Castillo de Sant Angelo pero ahora él está fuera y nosotros dentro.
—Por lo que tengo entendido ya habías estado en esta situación hace algún tiempo y perdiste el Vaticano… y una pierna.
—Hijo de puta.
Terminé de vestirme y me situé frente a él. Se podía leer el odio y el desprecio en su rostro.
—Escucha, no te he llamado para enfrentarme contigo, no pretendo insultarte.
—No es esa la impresión que da.
—Tú y yo nunca nos llevaremos bien, es más, no tenemos porqué hacerlo, pero eres la única persona que comprenderá lo que va a pasar… porque fuiste testigo de como ocurrió hace unos meses.
Amos tragó saliva.
—Habla.
—Tengo que ir a buscar a mi hermano.
—¿Por qué, para qué?
—Porque si no lo hago él regresará. Él mismo me lo dijo. Sé que no mentía.
—Es una persona sola, un asesino muy bueno, pero uno solo. He reforzado la seguridad y, como te he dicho antes, él ahora está fuera y nosotros dentro.
—No necesita a nadie. Dentro de menos de veinticuatro horas regresará y arrasará esto.
Todo el cuerpo del Guardia Suizo se estremeció.
—Y cómo va a hacer eso.
—Tiene un helicóptero de combate.
—Qué… no había ninguna aeronave aquí. Estuve hablando con Kool, las perdieron todas intentando traer de vuelta a la niña y al árabe.
—El helicóptero está en Roma. Siempre ha estado allí, era su plan de escape.
Amos se masajeó la frente.
—Da igual. Sigue siendo un hombre solo. Tendría que destruir toda la Ciudad del Vaticano.
—Pues la destruirá… para luego volver a levantarla y… ¿De verdad crees que él está solo? ¿Cuántas mercenarias quedan ahora en la Ciudad? ¿De verdad piensas que te obedecerán a ti antes que a él?
—Debí matarlas a todas.
—No. Hiciste bien. Las necesitas y las necesitarás más aún en el futuro. Pero tienes que ayudarme.
—Ayudarte… a qué.
—Necesito un vehículo con el depósito lleno, agua, algunos víveres y un fusil con silenciador y varios cargadores… y un dron.
—Si sabes dónde está prepararemos un equipo y…
—No. Es mi hermano. Iré solo. Yo lo mataré. Yo solo.
Amos permaneció pensativo un instante.
—¿Cómo sabes que tiene un helicóptero de combate? ¿Cómo sabes dónde está? Y ¿Cómo sé que no te unirás a él y cargaréis los dos contra nosotros?
Shania entró en ese momento en la habitación con un café en cada mano.
Acerqué la boca al oído del Guardia Suizo y le susurré mientras ella dejaba los cafés sobre una mesita.
—¿No te ibas ya?
Amos estaba lívido. Asintió y se alejó caminando con ayuda de las dos muletas.
—No soporto a ese tipo. Algún día le cortaré la otra pierna, le dejaré las dos a la misma altura ¿Y tú qué haces vestido? Pensaba aprovechar que andabas medio desnudo.
Sonrió mientras levantaba su taza y me acercaba la otra.
Me lo bebí en silencio, saboreando cada trago. Fue una delicia, uno de los mejores momentos desde que desperté… en el CNI.
—Lo hice por ti, porque… porque creo, no, sé que te quiero, te amo desde la primera vez que te vi, a ti, no a Evan, amo a Luca.
—Qué —había conseguido sorprenderme— a qué…
—En el Hotel, cuando nos dispararon, me preguntabas por qué iba contigo a enfrentarme a la Organización.
No supe qué decir.
—Cuando te vi tirado en el suelo, cubierto de sangre yo… creí, creí que te iba a perder.
—Ya me encuentro mejor —su confesión me había cogido desprevenido, lo hacía todo más complicado, retiré una lágrima que no había conseguido controlar de su rostro y la abracé— estoy… estoy bien.
—¿Sí?— Su expresión volvió a cambiar, sabía que me había puesto en una situación comprometida, la misma en la que había quedado ella, ninguno estábamos acostumbrados a exponer nuestros sentimientos— pues túmbate en la cama. Hace tiempo que estoy esperando esto.
En ese terreno los dos nos encontrábamos más cómodos.