El regreso del GPS les había situado al Este de Salloum, una pequeña población costera de Túnez. Caronte volvía a estar al volante del Hummvy, se había dado cuenta de que mantener mente y cuerpo ocupados en algo la ayudaba a sobrellevar mejor la situación y mejoraba su concentración. Justo lo contrario era lo que sentía Megan. Desde el asiento del copiloto ya había desmontado, limpiado y vuelto a montar las dos pistolas. Caronte bajó el retrovisor para poder observar bien la parte de atrás del vehículo. Sami jugaba con la niña a un juego que ésta le había enseñado días atrás, los chinos o algo así, ahora parecía haber ganado y la pequeña reía a carcajadas. A Caronte le resultaba increíble la capacidad de recuperación que poseía esa cría. Con todo lo que había pasado aún era capaz de abstraerse y divertirse.
—Deberíamos repostar —Megan golpeó con el dedo sobre el indicador de combustible.
Caronte la ignoró y continuó conduciendo por la orilla del mar, la serenaba escuchar como las ruedas aplastaban la arena y sentir de vez en cuando las salpicaduras del agua que alcanzaban su rostro.
—El indicador marca casi reserva, deberíamos…
—Que sí —Caronte detuvo el vehículo y se giró hacia Megan— te sienta muy mal estar desocupada.
—Pues déjame conducir.
—¿Podemos bañarnos? —La pequeña miraba suplicante a Caronte.
Ésta echó un vistazo a la pantalla del navegador, pasaban unos minutos de las cinco de la tarde. No tenían prisa, tampoco destino alguno al que dirigirse y no se veían zombis por los alrededores. Asintió.
Mientras Sami y la niña chapoteaban Caronte y Megan rellenaron el depósito con las dos petacas. El indicador de combustible se fue a los tres cuartos.
—No es mucho —observó Megan.
—No —coincidió Caronte— tenemos que buscar víveres y gasoil.
Cogió el plano y lo extendió sobre el capó. Si continuaban por la costa tropezarían con una población relativamente grande Yasmine Hammamet, Caronte se lo señaló con el dedo a Megan.
—Habrá zombis, la ciudad es grande.
—No podemos seguir por la costa, nos aproximaremos a ella por el Oeste.
Megan estuvo de acuerdo.
—Será mejor ponernos en marcha, quiero estar lejos de ese sitio cuando anochezca.
Mientras Sami y la niña volvían a vestirse, Caronte les explicaba lo que se proponía.
—Caronte…
Todos se giraron y observaron hechizados el altavoz de la radio.
—Caronte, aquí Sienna.
—Caronte, aquí Sienna. Responde.
—Caronte, aquí Sienna. Dame posición.
Contemplaban la radio como si se tratase de un aparato maldito, embrujado. Tras unos cuantos intentos más la conexión cesó.
—¿Qué hacemos?
Megan miraba directamente a Caronte y ésta posó sus ojos en Sami.
—¿De verdad serías capaz de aislar una cura si dispusieras de los medios para ello?
Sami levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia Sandra, la pequeña asintió.
—Puedo intentarlo, es todo lo que puedo prometer.
Megan continuaba interrogando con el gesto a Caronte.
—A Sienna no le gustará haber perdido su Unidad. No podemos asegurar que no nos degüelle cuando se entere.
—Si no venís vosotras me negaré a realizar cualquier investigación —anunció Sami con solemnidad.
Tanto Megan como Caronte dejaron asomar unas sonrisas.
—No creo que estés en condiciones de exigir nada —avanzó Caronte por fin— ya sabes cómo trabaja la Organización.
—Sí, pero ahora las cosas han cambiado —miró alternativamente a las dos mujeres y luego le pasó la mano por los hombros a la niña— no creo que queden en el mundo muchos científicos capaces de llevar a cabo una investigación como esta.
Sandra se abrazó con fuerza a él.
—Vale ¿Cómo le decimos que han acabado con toda la Unidad?
Antes de que Megan terminase su pregunta Caronte ya había cogido el micro.
—Sienna, aquí Caronte.
—Sienna —se oyó por el altavoz con una mezcla de alivio e irritación.
—Equipo diezmado. Enemigos superiores en número. Solo dos supervivientes y un vehículo.
El silencio al otro lado se prolongó por espacio de más de cinco minutos. Caronte podía imaginársela con los tendones de su cuello tensos hasta casi romperse.
—Entiendo que toda su Unidad ha caído. Confirme.
—Solo quedamos Megan y yo.
Se sucedió un nuevo silencio pero más corto en esta ocasión.
—¿Qué ha sido de la niña y el científico?
Ahora fue Caronte la que tardó en responder. Sami le indicó afirmativamente con la cabeza.
—Los dos objetivos están vivos y con nosotros.
—Repita último mensaje.
—Los dos objetivos están vivos y con nosotros.
—¿Cuál es su posición?
—Próximos a Bouficha —Caronte no quiso dar su ubicación exacta.
—No se mueva y espere instrucciones.
—Hay más. Las fuerzas hostiles podrían habernos seguido, podrían haberse apoderado de nuestros vehículos. Si comunica coordenadas permanezca oculta a la vista.
—Entendido.
Mientras esperaban las instrucciones de Sienna aprovecharon para tomar los últimos víveres que les quedaban.
—¿Qué creéis que pasará ahora?
El tono de Sami no sonó ya con tanta seguridad como antes. Caronte se tomó un tiempo para contestar.
—Imagino que Sienna no estará de muy buen humor. Cuando se le haya pasado el enfado habrá comunicado con sus superiores para informarles de la situación.
—No creo que estén muy satisfechos con su trabajo —opinó Megan.
—Yo tampoco pero es todo lo que la Organización tiene en África.
—Nos ayudarán entonces —dudó Sami.
—Me conformaría con que no nos maten nada más vernos —expresó Megan.
—Pronto lo sabremos —concluyó Caronte.
Una hora después de la última comunicación la radio volvió a crepitar.
—Caronte, aquí Sienna.
—Caronte —respondió con rapidez en esta ocasión— pase a frecuencia de reserva.
Transcurrieron un par de minutos hasta que volvieron a recibir, ya por la nueva frecuencia.
—Diríjase a estas coordenadas:
36º 35’ 52.80’’ N
10º 30’ 35.69’’ E
Corresponden a un edificio. No alcance esa posición hasta el amanecer.
—Enterado —respondió Caronte.
Volvieron a extender el mapa y marcaron el punto con una cruz.
—¿Una Mezquita? —Se sorprendió Megan.
Caronte se encogió de hombros.
—Curiosa forma de identificar una Mezquita —expresó Megan observando la cruz.
Caronte introdujo las coordenadas en el GPS y le solicitó el trazado de una ruta. El navegador le mostró el recorrido elegido: menos de una hora para cubrir cerca de cuarenta y cinco kilómetros.
—Grombalia ¿Conoces el sitio?
Caronte negó.
—Pero lo vamos a conocer. Preparaos, salimos en diez minutos.
—A qué tanta prisa, nos han citado al amanecer y estamos casi al lado.
—No vamos a llegar allí de noche. Estaríamos en clara desventaja.
—Desventaja contra quién, contra los tuaregs o contra Sienna.
—No me fio de ninguno. Preparaos.
El viaje había sido rápido y había transcurrido sin contratiempos. Megan, dirigida por Caronte, había evitado la población de Hammamet. Desde una relativa distancia habían observado una ciudad arrasada por las llamas primero, y cubierta de arena después por la reciente tormenta. Los zombis que habían localizado daban la impresión de ser croquetas con piernas, completamente rebozados en arena.
Caronte consultó la hora en el GPS; las 19:45, disponían de menos de una hora para reconocer el terreno. Habían accedido al punto de reunión por el Este y en ese momento observaban la Mezquita desde el cruce de caminos adyacente. La mayor parte del edificio aparecía distribuido en una planta con el clásico minarete desde el que el muecín habría convocado a los fieles a la oración. A uno de los lados un enorme descampado. La calle a la que pertenecía la Mezquita estaba repleta de chabolas. El único edificio con apariencia más estable era el propio recinto religioso.
—Esto parece totalmente abandonado ¿Por qué nos habrá citado aquí? —Megan había abierto su puerta y puesto pie a tierra mientras observaba los alrededores.
—El descampado hace más difícil que nos puedan sorprender desde allí. Tampoco se observan huellas recientes. La tormenta ha dejado un manto inmaculado. De todas formas no creo que Sienna haya reconocido este lugar, simplemente ha elegido un punto representativo.
Sami abrió su puerta y se apeó.
—¡EH! ¿Dónde vas? Vuelve dentro inmediatamente.
Lejos de obedecer el científico echó a correr hacia la Mezquita.
—¡Mierda! Permanece en el coche con la niña. Si hay algo toca el claxon.
Caronte empuño la pistola y corrió hacia la puerta por la que había desaparecido el científico. La oscuridad en el interior de la Mezquita era relativa, parte del Quibla, el muro en el que se encontraba el Mihrab, había desaparecido dejando ver la calle a través de él. Caronte entrecerró los ojos y avanzó a paso ligero por el interior. No tardó en hallar al científico. Permanecía arrodillado sobre la arena que había invadido el templo en posición de oración perfectamente orientado hacia el Mihrab, la hornacina que marcaba la dirección a la Meca. Se fue deteniendo, aún con parte del muro caído sus pasos habían ido resonando en el suelo. Sami ni siquiera se volvió. Murmuraba rezos entre dientes. Caronte bajó el arma. Desde que iniciaron su huida de la Base no había visto rezar una sola vez al científico, la había extrañado aunque tampoco le había dado una mayor importancia. Ella no era creyente más allá de saberse condenada por muchos de sus actos. Decidió respetar el momento de recogimiento y se dirigió hacia la parte contraria, hacia el minarete, aquella zona se distribuía en dos pisos y unas escaleras conducían a alguna estancia de la segunda planta.
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En el Hummvy Sandra se había colocado en el asiento de delante y señalaba con la mano. Aunque el motor estaba parado y no habían realizado ruido alguno, el solo hecho de circular por una carretera en completo silencio había terminado por alertar a los zombis. Uno les había descubierto y se dirigía hacia ellas. Se trataba de una mujer. Avanzaba de lado al caminar, cada pocos pasos se detenía para redirigir la orientación hacia el vehículo. El hiyab que había vestido colgaba desplazado alrededor de su cuello y ahora recogía, a modo de babero, las secreciones sanguinolentas que resbalaban de su boca. Su rostro parecía llevar una máscara de arena. Megan colocó la mano sobre el claxon.
—Si tocas el pito vendrán más.
Megan se volvió hacia la niña.
—Ya lo sé —respondió molesta— vuelve a la parte de atrás.
Subió la ventanilla hasta la mitad y dio un par de golpes en la carrocería. La zombi se excitó de inmediato y aumentó algo su velocidad, eso hizo que la desviación aumentase más, parecía dirigirse hacia ellas trazando una línea curva en lugar de una recta. Cuando estaba a pocos pasos, Megan subió otro poco la ventana para permitir tan solo el paso de las manos de la mujer. La zombi pasó los brazos por la ventana y golpeó con la cabeza el marco superior de la ventanilla. Megan elevó el cristal y la mujer quedó atrapada por los brazos. Saltó al asiento del copiloto y salió del coche. Avanzó, a la vez que extraía el machete de su funda, hacia la zombi que continuaba intentando meter la cabeza dentro del vehículo. Se situó tras ella, sujetó con fuerza a la mujer por la frente y hundió la hoja en su sien. El cuerpo quedó inerte colgando de los brazos aún sujetos por el cristal. Megan extrajo el machete y abrió la puerta, bajó la ventanilla y la mujer cayó al suelo levantando arena en todas direcciones.
—Tu cuchillo está lleno de…
Megan se agachó y limpió la hoja del machete en las ropas de la zombi antes de devolverlo a su funda.
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Caronte subía lentamente los escalones. Había dudado, no tenía necesidad de hacerlo pero no podía permanecer quieta esperando el final de la oración de Sami. Una vez en la parte de arriba se dirigió hacia una habitación con la puerta entreabierta. Empujó la hoja con una mano mientras permanecía apuntando al frente con la pistola que sujetaba con la otra. No tuvo tiempo a fijarse en el interior, el gruñido pareció un rugido de león en el silencio del templo. Deshizo el camino corriendo, olvidándose del sigilo. Abajo, Sami huía de dos zombis dando vueltas a una estrecha columna. Los zombis lo seguían arrastrando los pies y levantando arena a su paso. Habían entrado por el muro caído. Esa parte quedaba oculta al Hummvy así que Megan no se estaría enterando de nada. Dos muertos más se colaron al interior. Caronte cargó contra uno de ellos lanzándolo a varios metros de ella.
—Al coche, rápido.
Esperó a que el científico saliese y cerró la puerta a su paso. Megan arrancó el motor en cuanto vio la forma en la que los dos corrían hacia ella.
—¿Divertida la excursión?
Caronte la observó resoplando.
—Acelera, busquemos un lugar en el que escondernos hasta el amanecer.
Las 07:00. Sienna apagó la pantalla de su Smartphone. A pesar de haber perdido su utilidad principal seguía manteniéndolo consigo. En ese aparato conservaba toda su vida. Recordó la conversación que había mantenido al conocer el desmantelamiento de su Unidad. Su rostro se tensó. Guardó el teléfono y miró a su conductora. Tamiko mantenía la mirada al frente, imperturbable. No había hablado desde el final de la comunicación. Llevaban mucho tiempo juntas, la conocía perfectamente y sabía cuando debía permanecer en silencio.
—Sé que eres amiga de Caronte.
Tamiko no dijo nada aunque un leve estremecimiento, que no resultó inadvertido para Sienna, recorrió su cuerpo.
—No puedo pasar por alto lo ocurrido.
Tamiko asintió levemente con la cabeza sin dejar de mirar al frente.
—Necesito que lo entiendas.
—Lo entiendo —respondió Tamiko con voz extremadamente ronca— tan solo…
—Tan solo qué.
—Puede que debiéramos esperar a estar a salvo.
—Caronte no abandonará viva este suelo.
Tamiko volvió a asentir y se sumió en un nuevo silencio.
Se hallaban detenidas en un descampado frente a la Mezquita, invisibles en el interior de los Hummvys indetectables. El alba se acercaba. Una especie de intenso soplido las sorprendió. Tamiko también lo había escuchado y buscaba con la mirada en el exterior intentando averiguar su naturaleza. Las flechas comenzaron a caer a su alrededor, quedaban clavadas en la tierra. Al instante comenzaron a chocar contra el techo de los dos Hummvys delatando su ubicación. Tamiko miró a los ojos a Sienna sin comprender.
—¿Quién nos ataca?
—¿Con flechas? —Completó Tamiko.
Una nueva andanada más densa que la anterior volvió a caer sobre los vehículos.
—¿Cómo podían saber que estábamos aquí?
Eso era algo que ya se había preguntado Sienna y tampoco encontraba una respuesta que la convenciese.
—Puede que por las huellas que dejamos al aproximarnos. Nos volvemos descuidadas.
—No sé, es noche cerrada, tampoco se ven.
—¿Desde dónde nos disparan?
Tamiko se encogió de hombros.
—Desde algún punto detrás de la Mezquita, creo.
Una nueva descarga de flechas, pero esta vez con la punta ardiendo, se alzó al cielo. El fuego que portaban les permitió ver su trayectoria y su llegada. En esta ocasión la mayor parte de ellas impactaron contra el techo de alguno de los dos vehículos, solo unas pocas se clavaron a su alrededor.
—Nos han descubierto, han usado las flechas para delimitar nuestra posición. Corrigen el tiro.
—Mientras permanezcamos en el interior de los vehículos sus flechas no pueden hacernos nada —Tamiko cerró las manos con fuerza sobre el volante.
—Tenemos que abandonar los Hummvys.
Ahora Tamiko sí se volvió hacia Sienna y la observó con incredulidad.
—Pero si salimos…
—¡Sal ya!
Sienna acompaño sus palabras de un rápido movimiento con el que abrió la puerta y se lanzó fuera rodando. El tiempo que Tamiko llevaba sirviendo al lado de Sienna la había enseñado a confiar en su instinto. Pocos segundos más tarde imitó a su jefa y saltó también. Una nueva andanada se elevó al cielo y comenzó su rápido descenso.
—Un lanzacohetes, en el tejado, corre.
Las dos mujeres se alejaron en direcciones opuestas. Las flechas encendidas cayeron sobre el techo de los Hummvys, en ese mismo instante las granadas de dos lanzamisiles abandonaron los tubos con destino a los dos vehículos y aprovecharon la exactitud con que los impactos de las flechas los tenían localizados para alcanzarlos de lleno. La onda expansiva provocada por las explosiones de los dos vehículos lanzó a las dos mujeres varios metros hacia adelante. Tanto Sienna como Tamiko quedaron tendidas en el suelo, el cuerpo dolorido, varias quemaduras, los oídos les sangraban. Sienna a duras penas fue capaz de girarse para contemplar el tejado de la Mezquita. Decenas de tuaregs armados con arco parecían observarlas. Se incorporó hasta sentarse esperando recibir la flecha definitiva. Pero eso no ocurrió, por el contrario todos los arqueros se dieron la vuelta y apostaron sus arcos en la dirección opuesta. Tamiko llegó hasta Sienna y la ayudó a levantarse.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué no nos disparan?
Aún con sus oídos maltrechos las dos pudieron escuchar el sonido de los disparos. A continuación lo vieron. El helicóptero de combate que escoltaba al de transporte que debía llevarlas a su destino disparaba sus ametralladores sobre los tuaregs. El grueso calibre de la munición hacía estragos, las dos mujeres fueron testigo de cómo los cuerpos de varios hombres se partían literalmente. Los disparos arrancaban brazos, piernas, los arqueros caían del tejado lanzados por la potencia de los impactos entre gritos de dolor. El Sikorsky aterrizó a cincuenta metros de ellas, en el descampado, levantando arena con las palas de los rotores. Tamiko se echó el brazo de Sienna al cuello, la mujer no era capaz de mover la pierna derecha. Avanzaban cojeando con extrema lentitud. La nueva explosión las sorprendió a las dos. Al girarse, todavía pudieron ver el Apache en llamas comenzar a caer sobre el tejado de la Mezquita. El Sikorsky inició una nueva maniobra para elevarse. Sin el apoyo del Apache no pudo evitar que un nuevo misil lo alcanzase también. Por suerte para las dos mujeres el lateral de la Mezquita absorbió los fragmentos del helicóptero abatido.
Sienna y Tamiko se detuvieron, ahora sí, esperando la flecha definitiva, la que terminase con sus vidas.
—¿A qué esperan? ¿Por qué no nos rematan?
Los oídos de Sienna todavía se encontraban afectados y Tamiko tuvo que repetírselo elevando mucho más la voz. Las dos se giraron hacia el tejado de la Mezquita. En él observaron cómo, mientras unos tuaregs terminaban con la vida de los compañeros malheridos, otros las observaban.
—No entiendo ¿Qué miran? ¿A qué esperan?
Tamiko se giró y palideció al instante. Decenas de zombis se aproximaban desde todas direcciones, estaban rodeadas. En el fragor del combate con los tuaregs se habían olvidado de los verdaderos enemigos, los enemigos eternos. El sentido del oído aún afectado les evitaba el pavor que les habría producido escuchar el conjunto de gruñidos de todos esos zombis aproximándose. Las dos mujeres se volvieron de nuevo hacia la Mezquita. Los tuaregs se retiraban, les dejaban el resto del trabajo a los muertos vivientes. Tamiko desenfundó su pistola, Sienna la imitó.
—Guarda una para nosotras —Tamiko asintió.
Las dos mercenarias abrieron fuego sobre los zombis más próximos. Sus disparos no eran tan precisos como de costumbre. El estrés de la situación y la certeza de la proximidad de su muerte influían en su pulso.
Tamiko disparó la penúltima bala y bajó su arma. Sienna acabó con una zombi que se aproximaba con un resto metálico del helicóptero abatido atravesándole el hombro, tras ese disparo bajó su arma también. Las miradas de las dos mujeres se cruzaron un instante. Los cañones de sus armas comenzaban a levantarse cuando algo diferente llamó su atención. Los zombis parecían inquietos y algo distinto a ellas los atraía. El Hummvy apareció entre la muchedumbre de muertos aplastando cuerpos, reventando vísceras. Derrapó y se detuvo a menos de un metro de las dos mujeres. La puerta de atrás se abrió. Sami les tendió la mano.
—¡Entrad! Deprisa o no podremos salir de aquí.
Megan detuvo el Hummvy en la arena, lo introdujo en la orilla dejando que el agua de las olas comenzase a desprender los restos de sangre y cuerpos adheridos en la carrocería. Sandra y Sami descendieron y se adentraron en la playa. Caronte y Megan se giraron en sus asientos. Sienna descansaba tumbada en el suelo, Tamiko le había practicado una cura en su pierna derecha herida. Ninguna de las dos se atrevió a hablar. Por fin Sienna abrió los ojos y los posó sobre los de Caronte.
—Tenía pensado ejecutarte.
—Lo sé.
—Y aún así viniste a por nosotras.
Caronte no respondió.
—Ahora comprendo lo que sucedió con tu Unidad.
Caronte no quiso mencionar que el final de su gente había sido muy distinto aunque quizás también más trágico si cabía.
—De todas formas ya da lo mismo.
—¿Qué quieres decir? ¿La Organización no volverá a por nosotras?
Sienna bajó la mirada.
—Pero continuamos teniendo a la niña, y al científico.
—Eso ya da igual. Las capacidades de la Organización están muy mermadas.
—Pero ahí solo había un helicóptero de transporte, no hubiera sido suficiente para… —Caronte se detuvo— no ibais a sacarnos a todas.
Sienna suspiró.
—¿Qué tenías pensado decirnos, que volveríais más tarde? O tal vez pensabas dispararnos sin más ¿Es eso verdad?
Caronte se dirigió a Tamiko, esta bajó la cabeza también. Abrió la puerta y descendió. Se dirigió a la playa y se mojó las manos y los brazos. Regresó al Hummvy con determinación.
—¿Dónde nos iban a llevar esos helicópteros?
El duro tono con el que se dirigió a Sienna puso en tensión a Megan quien no pudo evitar deslizar la mano hacia la funda de su pistola.
—A Roma.
—¿A Roma? ¿A qué parte de Roma?
—Al Vaticano.