Evan estaba exultante. Mientras Kool conducía sonreía al repasar los últimos acontecimientos. Había encontrado a Luca, a su hermano, pero no solo eso, había descubierto a los que habían estado atacándoles; un puñado de críos. Además ahora conocía una nueva forma de controlar a los zombis. Lo de los ultrasonidos jamás se le hubiese ocurrido. Sonrió ampliamente. Por si todo eso fuera poco estaba lo del griego, un tipo inmune que se había presentado por su pie en el Vaticano, no había tenido que emplear ningún recurso en capturarlo. Sí, sin duda la situación mejoraba.
Kool detuvo el todoterreno en la Piazza Navona. Según Shania Amos se escondía en la antigua Embajada de Brasil. Recordó el ingenioso sistema de defensa que había establecido el Guardia Suizo. Se moría de ganas de tenerlo frente a él.
Los cuatro vehículos que formaban el convoy, junto con el camión que había dispuesto para transportar a los malditos críos, se repartieron por la plaza, treinta y ocho niños nada menos, más los adultos.
Se apeó y se encaminó seguido de Kool al punto de entrada que le había indicado Shania. No podía esperar el momento de encontrarse con Amos. Le habían dicho que le faltaba una pierna y que necesitaba unas muletas para caminar. Cuando terminase con él nunca volvería a caminar, nunca volvería a levantarse. Recordó entonces lo que le había dicho a su hermano, le había prometido no matarlo. Sonrió. Las promesas no iban con él.
—Algo va mal.
Kool se hallaba frente a la puerta que se suponía que debía permanecer cerrada con el candado impidiendo que los zombis escapasen. Un par de mercenarias accedieron al interior alumbrando con sus linternas. Efectuaron varios disparos ahogados por los silenciadores.
—¡Limpio!
Evan accedió al sótano. Descubrió los altavoces de los que había hablado Shania.
—Creo que se han ido.
Evan se enfrentó a Kool. Su cara reflejaba la ira que sentía en ese instante.
—No pueden estar muy lejos, es un puto cojo rodeado de un puñado de críos. Comprueba el edificio con los visores térmicos.
@@@
Jorge despertó suavemente, percibiendo poco a poco cada uno de los músculos de su cuerpo. Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien, que no se encontraba tan descansado. No se atrevía a abrir los ojos, puede que estuviese muerto y por eso todo era tan relajante, tan pausado, por eso sentía tanta paz.
Fue levantando los párpados con temor. Frente a él apareció el bello rostro de la chica. Una sonrisa boba se le instaló en los labios. Clémentine dormía. Un mechón de su negro cabello descansaba sobre su mejilla. Entornó los ojos para apreciar mejor su cara. La ventana, con las cortinas abiertas, dejaba entrar toda la luz del día. En la piel, a la altura de la oreja, aún se veían restos de sangre impregnando el pequeño arete plateado, el nacimiento del pelo también se apreciaba manchado. Estuvo tentado de apartar el mechón pero se contuvo. No quería, en modo alguno, romper la magia de ese momento. En verdad era preciosa. Le gustaba todo de ella, su rostro, sus ojos, su boca, su pelo. La forma que tenía de caminar como si sus pies flotasen sobre el suelo. El resultado de las palabras en su español. Su… sintió un estremecimiento y fue consciente de que se estaba ruborizando; Clémentine le gustaba, mucho. Su memoria evocó las palabras de Shania:
“…chico, sal de ahí cagando leches. Sobrevive, has aprendido como hacerlo. No vayas a la Embajada, no es seguro. Huye de Roma y llévate contigo a la monada francesa…”
Supo al momento que Shania se había dado cuenta de sus sentimientos, le conocía bien. Se preguntó si ella tendría razón, si sería capaz de sobrevivir.
Desde que los zombis habían aparecido su vida había sido un continuo cursillo de supervivencia. Cosas que no habría podido aprender jamás en el colegio. Ese año, en julio, había cumplido 13 años, el veinticinco. No había dicho nada a nadie. Recordó exactamente dónde se encontraba: el chalet de Saelices. El día de su decimotercer aniversario había matado a un hombre. Sí, en todo ese tiempo no había hecho otra cosa que aprender… a sobrevivir.
Carmen le enseñó a no temer a los zombis, a moverse entre ellos. Una lágrima escapó al recordar su muerte. Iván le enseñó a gobernar un barco, un velero, a orientarse en el mar por las estrellas, no para emprender una travesía por mar abierto pero sí para navegar costeando. Del abuelo aprendió a cocinar, a pescar, a dar las gracias por llegar a ver un nuevo día. Seguramente los conceptos informáticos que había absorbido de Thais le sirviesen en un futuro. Laura se había esforzado porque entendiera que todas las personas conservaban su humanidad, si ese respeto por la condición humana se perdía, la civilización estaría perdida.
Shania le había enseñado a luchar, a defenderse, a igualar las fuerzas en una contienda. Y el sargento le había hecho ver que el honor lo era todo, la confianza, la fe, el orden, la obediencia, todos eran vitales para lograr sobrevivir. De ambos había aprendido a matar, a zombis… y a personas.
Incluso Clémentine le había enseñado cosas, cómo desplazarse por el entorno de una forma diferente, usándolo, sirviéndose de él.
Sí, estaba convencido de que sería capaz de sobrevivir por su cuenta y de que también conseguiría mantener con vida a la chica, ya lo había hecho la noche anterior.
Detuvo un momento sus pensamientos al darse cuenta de adónde le conducían.
“…el sargento está muerto…”
No, eso no podía ser, simplemente era imposible, el sargento siempre volvía, siempre aparecía cuando le necesitaban. Lo hizo salvándole a él y a Carmen de la terraza de su casa. Lo hizo también cuando rescató al abuelo de los zombis que le asediaban. Impidió que chupete y el otro cerdo abusaran de Laura. Apareció cuando Thais más lo necesitaba. Salvó de nuevo su vida en el desguace, y de nuevo la de todos al aparecer con aquella excavadora y sujetar la caseta. Logró que Iván se recuperase aun a costa de condenarse desangrando a otra persona. Salvó, otra vez, la vida de todos encontrando las medicinas que necesitaban. Incluso había salvado la vida de la niña que creía su hija, Sandra, y la de la mercenaria que la protegía. No. No era posible, el sargento no podía estar muerto.
Cuando volvió a mirar a la chica sus profundos ojos negros le observaban. Se ruborizo. Clémentine sonrió.
—Parecías mantener una conversación muy animada con tu subconsciente.
La expresión de Jorge se tornó seria.
—No está muerto, tú no…
—Escucha —la chica le interrumpió incorporándose y estirando los brazos para desperezarse— anoche no podía dormir. Mientras observaba tu sueño estuve pensando en algo.
Jorge se incorporó también hasta sentarse frente a ella en la cama. El chico no podía apartar la mirada de su pecho, la camiseta que vestía se hallaba demasiado pegada a su cuerpo.
—Gio tiene otro dron, bueno, tiene muchos, pero hay uno especialmente grande. Ese aparato tendría la autonomía suficiente para permitirnos ver el interior del Vaticano sin correr ningún riesgo. Puede que así salgamos de dudas ¿Estás de acuerdo?
Jorge consiguió por fin dirigir su mirada a los ojos de la chica, luego sonrió.
—Vale, así te demostraré que no está muerto.
Clémentine se alejó hacia la cocina, Jorge la vio alejarse con los pies descalzos. Cogió su mochila y la siguió. No se cansaba de mirarla. En la cocina la descubrió subida a uno de los muebles para poder alcanzar las estanterías superiores.
—Escondo las provisiones en los lugares más inaccesibles —explicó saltando con dos brick de leche en las manos.
Tomó dos tazas, sopló en su interior y pasó la mano para quitar el polvo. Situó ambas sobre la mesa. Las llenó de leche y volvió a trepar para regresar con un paquete de magdalenas.
Jorge leía la fecha de caducidad de la leche. Hacía más de dos meses que había caducado. Miró a la chica con preocupación. Ella le devolvió divertida la mirada y lanzó sobre la mesa un par de magdalenas duras como piedras. Levantó la taza del chico y olió la leche, luego dio un pequeño sorbo.
—No está agria —sonrió.
Tras terminarse las dos cajas de leche y el paquete completo de magdalenas Jorge colocó la pistola sobre la mesa y sacó de la mochila una caja de munición. Clémentine observó con atención cómo el chico iba introduciendo las balas en el cargador.
—Tengo pistolas.
—Qué…
—Y cargadores, bastantes. Amos no quería armas así que las que encontraba las escondía en los buzones de los pisos francos, en el de abajo tengo varias.
—Bien, nos las llevaremos todas.
Clémentine cogió una bala y la sopesó en su mano.
—Parece mentira que algo tan pequeño pueda hacer tanto daño.
Jorge no entendió con exactitud lo que había dicho la chica. Le tendió el cargador.
—Sigue tú.
Mientras ella terminaba de llenar el cargador él cogió una botella de agua y comprobó el resto de material. Fue registrando la cocina hasta dar con los cubiertos. Eligió los dos cuchillos más grandes que encontró y se los entregó a la chica.
—Prefiero no tener que enfrentarme a los zombis —Clémentine depositó el cuchillo con extrema delicadeza sobre la mesa, como si se tratase de un objeto maligno.
—No es para los zombis.
Tras recoger todo el material del que disponían bajaron a la calle. En el portal Clémentine se dirigió a los buzones y sacó las dos pistolas que había escondido en ellos. Jorge comprobó los cargadores, guardó una en la mochila y le entregó otra a la chica ya cargada. Ella la mantuvo en la mano sin saber qué hacer.
—Métela entre el pantalón, no tengo fundas, como yo.
Una vez equipados salieron al exterior. Clémentine le había dicho que estaban en la Plaza de San Marcos, tendrían que andar bastante hasta llegar al refugio. Ambos iniciaron la carrera.
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—¿Qué están haciendo ahora? ¿Por qué no se van? —Francesca no podía estar más nerviosa.
Amos, Francesca, Gio y el resto de los niños observaban el centro de la Plaza desde el edificio situado frente a la Embajada.
—Deberíamos habernos ido más lejos —Francesca daba rápidos paseos lo suficientemente lejos de las ventanas para que no la descubrieran pero siempre sin perder de vista lo que ocurría allí.
—Ven aquí —Amos tiró de ella obligándola a detenerse y agacharse— no podíamos ir más lejos, hemos tenido que abandonar gran parte del equipo, no habríamos podido llevarnos las provisiones a un lugar más alejado.
—¿Y ahora qué?
—No nos han encontrado, se marcharán y…
Francesca volvió a asomarse al ver la expresión de Amos. El Guardia Suizo temblaba de nuevo.
—Tenías razón, es el mismo hombre.
Francesca colocó su mano sobre el hombro de Amos.
—No lo sé. El hombre que vino no tenía ninguna cicatriz en la barbilla. La herida que le infligí no dejaba lugar a dudas, quedó marcado de por vida.
—¿Y ese hombre de abajo sí la lleva?
—No lo sé, no consigo verle bien el rostro —la voz aún le temblaba— la gorra, las gafas, no sé.
—¿Qué, qué hacen ahora?
Amos se levantó por completo.
—Tenemos que salir de aquí, tenemos que ir a la parte opuesta del edificio.
—¿Por qué, qué pasa? —Francesca también se había incorporado.
—Eso son visores térmicos, van a buscar fuentes de calor.
—Los zombis están fríos.
Francesca veía como Amos les hacía señas a los pequeños para que abandonasen la habitación.
—No buscan zombis, nos buscan a nosotros. Esos visores atraviesan los muros y muestran cualquier firma de calor dentro de su alcance, tenemos que irnos ya.
Todos habían abandonado las habitaciones adyacentes a la plaza, todos menos Toni. El pequeño había estado pendiente en todo momento de los gestos que hacía Amos. Normalmente era Clémentine quien estaba al tanto del niño, en su ausencia nadie se había hecho cargo de esa tarea. Con todo, el crío no había perdido en ningún momento la atención en Amos y Francesca… hasta que descubrió a Jorge y a Clémentine.
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Jorge ya había identificado la Plaza Navona así que adelantó a Clémentine. La chica estuvo a punto de sujetarlo para frenarle pero sabía la emoción que le embargaba así que le dejó pasar y le vio adentrarse en la Plaza desde la Via della Cucagna. Se detuvo al mismo tiempo que lo hacía él. En la Plaza, alrededor de la Fontana del Moro, había un grupo de personas, eran mercenarias. Un poco más hacia el centro había varios vehículos y un camión. Clémentine se pegó a la pared para ocultarse y llamó en voz baja a Jorge. Este se movió lateralmente, trataba de observar algo, algo que había llamado lo suficiente su atención como para hacer que no se escondiese. La chica se asomó también y entonces lo vio.
—Es el sargento, te lo dije, te lo dije, no me creías pero te lo dije, siempre vuelve, siempre.
Clémentine vio dirigirse corriendo al chico hacia el hombre que parecía dar órdenes, era Luca… o no. Había algo que no terminaba de cuadrarle, todas las alarmas se habían disparado en su cabeza. Había demasiadas mercenarias y el hombre que estaba junto a Luca, sí, seguro, ese hombre era el mismo que iba con… con Evan en la emboscada, con Evan, con el asesino despiadado que había lanzado a la muerte a Amos y al resto de los miembros de la Guardia Suiza. Además, sus ropas, sus cabellos, eran más largos que solo unas horas antes. Se escondió de nuevo. Todo su cuerpo temblaba cuando empuñó la pistola.
Jorge se abalanzó tan de improviso sobre Evan que ninguna de las mercenarias llegó a evitarlo.
—Jose, lo sabía, lo sabía, estaba seguro, no podía ser verdad, no podías estar muerto, sabía que Shania me había mentido para protegerme.
Jorge se había agarrado al costado de Evan para colocarse frente a él y mirarle desde su menor altura. El chico intentaba mantenerse pegado a él pero Evan fue apartándolo hasta cogerlo del pecho y levantarlo situando el rostro del chico a la altura del suyo. Con la otra mano le hizo un gesto a las mercenarias y a Kool para que se mantuvieran al margen.
Jorge había callado, se había visto sorprendido por el movimiento de Luca, lo había levantado bruscamente, le hacía daño. Le comenzaba a inquietar la sonrisa cínica que veía asomar en la boca del sargento.
—Jose, sargento, Luca, me haces daño, me…
Jorge se estaba fijando en la cicatriz que surcaba la barbilla del sargento, también la longitud de su cabello había llamado su atención. Alargó la mano hacia el rostro. Paso los dedos por la cicatriz.
—Qué… cómo te has… bájame joder.
—Fíjate Kool, parece que a alguien se le olvidó hablarnos de este valiente jovencito.
La voz era la misma, su tono, sus inflexiones y, sin embargo…
—¿Dónde… dónde está Shania? Y ese hombre y esas… ¿Quiénes son?
—Las preguntas las hago yo.
Kool se había acercado a Evan y observaba al chico con la cabeza ladeada. Jorge sabía que ocurría algo pero no era capaz de deducir de qué se trataba.
—¿Quién coño eres tú? No pareces del grupo de Amos, por tanto venías con Luca, a que sí.
—¿Luca? Tú eres Luca ¿Qué te pasa? ¿Es tu memoria? No puedes haberme olvidado, solo hac…
—Evan…
Jorge dejó inacabada la palabra al escuchar a la mercenaria que se había aproximado. Giró la cabeza a un lado y otro buscando a alguien más. El hombre que se hallaba junto a Luca era Kool, él le había llamado así y allí no había nadie más ¿Por qué esa mujer le había llamado Evan? Evan era el hombre que había dejado cojo a Amos.
—Te he hecho una pregunta enano.
¿Enano? Luca nunca se había dirigido a él así.
—Evan…
De nuevo la mercenaria pareció dirigirse a Luca, a Evan.
Sin estar seguro del porqué, Jorge llevó la mano a la empuñadura de la pistola que portaba en el pantalón. El movimiento cogió por sorpresa a Evan, pero el chico no pudo llegar a enderezar el arma. Evan alargó su mano izquierda y sujetó la muñeca de Jorge con fuerza torciéndola hasta que el arma cayó de sus dedos.
El chico no pudo reprimir unas lágrimas ante el dolor producido en su muñeca.
—Tú no eres Jose —balbuceó intentando controlar el dolor que sentía en la mano.
—Evan…
—Suéltale.
Evan se volvió sorprendido. Una chica le apuntaba con una pistola que se movía tanto que si la disparaba podría alcanzar a cualquiera en esa Plaza. La chica también pareció darse cuenta y sujetó el arma con las dos manos; no sirvió de mucho.
—Suelta a Jorge, suéltalo o te dispararé.
—Vaya, debes querer mucho a… a Jorge para plantarte delante de mí y apuntarme con una pistola ¿No te parece chico? ¿Qué sois novios o algo así? ¿Hermanos tal vez? ¿Qué dices chico, es tu hermana o tu novia?
Jorge estaba blanco, no acertaba a decir nada, la mano le dolía horriblemente, puede que tuviese rota la muñeca.
—Vale, se lo preguntaré a ella, pero primero suelta la pistola ¡YA!
Clémentine sudaba, no sabía qué hacer, ni siquiera estaba segura de si sería capaz de disparar y mucho menos de alcanzarlo, además podía darle a Jorge.
—Suelta la pistola o le vuelo la cabeza a tu novio.
Evan había desenfundado su arma tan rápido que Clémentine no había visto la pistola hasta que Jorge tuvo el cañón apoyado contra su cabeza.
—Vale, vale, vale, no dispares —Clémentine había dejado caer la pistola al suelo sin pensarlo más, todo su cuerpo temblaba.
—Bien. A ver si tú eres más locuaz que tu novio.
—No es mi novio —Clémentine comenzó la frase gritando pero la terminó casi en un susurro.
—Vale, y entonces ¿Quiénes sois vosotros?
—Bájalo… por favor —volvió a terminar susurrando Clémentine.
—Claro.
Luca lanzó a Jorge al suelo, cayó a los pies de la chica, Clémentine tuvo que ayudarle a levantarse.
—Evan…
—¡QUÉ!
Evan giró la pistola apuntando a la entrepierna de Alma que era la mercenaria que había estado llamando su atención todo ese tiempo. El rostro de la mujer perdió el color. Tragó saliva antes de responder.
—El edificio, la última ventana de la derecha, hay una firma térmica.
Alma señalaba con mano temblorosa al edificio situado frente a la Embajada. Evan enfundó el arma y miró hacia donde le indicaba la mujer. Jorge y Clémentine hicieron lo propio. La cara de la chica se transformó en una mueca al reconocer la silueta de Toni en la ventana.
Evan enfocó el visor térmico hacia el lugar que le había indicado Alma, luego barrió toda la fachada del edificio.
—Es un crío, no se ve a nadie más.
Le devolvió el visor a la mercenaria y volvió a fijar su atención en los dos jóvenes que seguían abrazados frente a él. Al instante reparó en la cara de la chica.
—Le conoces ¿Quién es ese crío? Responde ya o le parto los dos brazos.
—Tienes que prometerme…
—¿Qué, qué tengo que prometerte? Joder qué valor tienes niña. Te plantas frente a mí con una pistola y ahora me dices que tengo que prometerte ¿Qué es lo que tengo que prometerte? Dime.
—Que, que no matarás a ningún niño, prométemelo.
Evan miró a Kool divertido ahora. Una sonrisa había asomado a su rostro.
—Vaaaale. Te lo prometo.
—Es… es Toni, es el más pequeño, es sordo, no oye nada. Estará muy asustado.
Evan se dirigió hacia los dos chicos. Ambos intentaron retroceder sin éxito. Evan los cogió por el cuello a los dos y les empujó hacia el edificio.
—Kool. Amos debe estar en la parte de atrás del edificio, nos habrán visto y se han escondido. Que Alma entre por delante con su Unidad. Tú y yo vamos por la parte de atrás con el resto.
Kool asintió. Al instante Alma hizo una seña a las mercenarias bajo su mando y salieron corriendo hacia la parte delantera.
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En el interior del edificio, Amos casi contenía la respiración.
—No está.
Uno de los niños se había levantado, era Adriano.
—No está, Toni no está.
A Amos se le erizó todo el vello del cuerpo, incluso creyó sentir cómo lo hacía también el de su pierna amputada. Se sobrepuso como pudo y, apoyándose en las muletas, fue recorriendo todo el grupo. Tenía ganas de llamarlo a voces pero ni siquiera eso era posible, Toni era el chico sordo, el que Clémentine se había empeñado en acoger. Ahora iba a ser el responsable de que los capturasen a todos.
—No está —Francesca confirmó las palabras de Adriano— debió quedarse en el otro lado del edificio.
El fuerte golpe procedente del piso de abajo les sorprendió.
—Ya está, nos han descubierto —Amos se apoyó en la pared, soltó una muleta y empuñó una pistola.
—¿Por qué tienes un arma? —Francesca le observaba sorprendida con los ojos excesivamente abiertos mientras él se concentraba en controlar, alternativamente las dos direcciones por las que se podían presentar sus enemigos
De las plantas inferiores les llegó el ruido de carreras. Varias personas habían accedido al edificio y ya subían por las escaleras. Un murmullo contagioso recorrió la habitación. Los niños gemían, algunos lloraban de miedo.
El inconfundible sonido de los cristales al romperse les indicó que alguien había accedido al edificio también por el piso superior.
A pesar de que Amos y Francesca intentaban que los niños se mantuvieran en silencio el temor que las expresiones de los adultos les transmitían provocaba que los murmullos asustados crecieran.
Evan accedió al pasillo en el que se encontraban agrupados. Al instante las mercenarias se desplegaron. Varios puntos rojos procedente de las miras laser de algunos de los fusiles se fueron concentrando en el pecho de Amos, rodeando su corazón.
El Guardia Suizo solo tenía una cosa en mente: acabar con la vida de Evan. El intenso odio que sentía hacia ese hombre se había incrementado y en esos instantes nublaba su juicio por completo.
En cuanto lo descubrió apuntó su arma hacia él. Siempre había sido un buen tirador, uno de los mejores de su promoción pero enseguida comprendió que mantener la estabilidad necesaria para realizar un buen blanco con una pierna menos era algo para lo que no le habían preparado. Soltó la otra muleta y apoyó por completo la espalda en la pared. Ese movimiento mejoró su equilibrio y le permitió saborear la posibilidad del éxito.
El instante fue efímero. Evan extrajo la pistola de su funda y, sin siquiera encarar el arma disparó. El proyectil alcanzó a Amos en la mano derecha. Su pistola escapó por el aire y cayó a un par de metros de él.
Jorge había sido testigo privilegiado del momento. Pensaba que el tiempo pasado con el sargento le había preparado para casi todo, pero, sin duda, estaba equivocado. Desde el instante en que había accedido al extenso pasillo empujado y sujeto por… Evan el tiempo había parecido detenerse. Escuchaba los murmullos y los llantos de los niños como si estos se encontrasen a un montón de metros de distancia, ahogados, lentos, distorsionados.
Había visto al sargento hacer cosas extraordinarias, pero el movimiento del brazo de ese hombre había sido vertiginoso, en ese preciso instante dudó que el mismo sargento fuese capaz de vencer a ese hombre fuera quien fuese. Tras el disparo, el olor a pólvora inundó sus sentidos, el eco de la detonación instaló un pitido continuo en sus oídos. Su cabeza y su percepción parecieron ralentizarse, ir a mitad de velocidad.
Después de unos segundos que le parecieron una eternidad, todo pareció regresar a la normalidad, como si alguien hubiese liberado el botón de cámara lenta y todo se acelerase de repente.
La sangre que escapaba de la mano herida de Amos había salpicado su cara, la pared y comenzaba a gotear en el suelo. Los murmullos ahogados de los niños se transformaron en gritos y lamentos desconsolados. Francesca se inclinó hacia Amos con la intención de ayudarle a taponar la hemorragia.
Las mercenarias se habían desplegado en torno a los críos y les mantenían encañonados como si se tratase de los terroristas más peligrosos del planeta.
Evan y Kool, manteniendo sujetos a Jorge y a Clémentine, se plantaron frente al herido. Una de las mercenarias apartó a Francesca cogiéndola del pelo y arrastrándola a un lado. Jorge intentó soltarse para ayudar a la mujer pero solo consiguió que Evan le lanzase contra la pared. El chico se golpeó en el rostro y cayó al suelo semiinconsciente. Kool dejó que Clémentine se soltase para ir a socorrer al chico.
Entre los gritos y llantos de los niños, Evan caminó lentamente hacia Amos, el Guardia trataba de arrastrarse para alcanzar la pistola. Evan se interpuso en su camino.
—Vaya, vaya, vaya. Te juro que nunca esperé volver a encontrarme contigo, al menos sin haberte transformado. Te imaginaba babeando sangre, con la mitad de tu cara arrancada a mordiscos y avanzando a la pata coja ¿Te imaginas? Un zombi avanzando a saltitos —las carcajadas de Evan resultaron acalladas por los gritos de los críos— haced callad a esos malditos niños, pegadle un tiro al que siga llorando.
Gio se dirigió a los pequeños para que se callasen, los críos parecieron haber entendido lo que el monstruo que había disparado sobre Amos había dicho y los gemidos y lamentos fueron desapareciendo hasta cesar casi por completo.
Amos trató de rodear a Evan gateando, su mano herida dejaba un rastro de sangre en el suelo. Evan lanzó una brutal patada al rostro del caído. Su cabeza se giró y cayó a un lado. Francesca intentó zafarse de la mano que la mantenía sujeta por los pelos.
—Por favor, por favor, no sigas, vas a matarlo —la mercenaria la mantenía agarrada del cabello— Francesca unió las manos como lo haría en una plegaria para solicitar la piedad de Evan.
—¿Y Por qué debería hacer tal cosa? Ha intentado matarme, ni siquiera ha mostrado un mínimo respeto.
—Y te mataré, juro que te mataré, ya puedes dispararme porque te juro que te mataré —Amos se había vuelto a colocar de rodillas y de nuevo intentaba alcanzar el arma caída.
—¿Lo ves? —Evan lanzó una nueva patada, más salvaje aún que la anterior sobre la cabeza del Guardia. Amos cayó de lado, su cabeza rebotó en el suelo y quedó inconsciente junto a la pared.
—Basta por favor, haré lo que quieras. Lo que quieras pero deja de pegarle, le vas a matar, por favor, por favor.
Evan intentó remediar la frustración que le había provocado el hecho de que Amos hubiera quedado sin sentido dirigiéndose hacia la mujer. Hizo un gesto a la mercenaria para que la soltase. Francesca hubo de mantener toda su fuerza de voluntad para evitar abalanzarse sobre Amos, no le había visto moverse desde que recibiese la última brutal agresión.
—¿Y tú quién coño eres? —Evan sabía su nombre, conocía el de todos los adultos, Shania se lo había dicho, pero le gustaba atormentar a sus enemigos proporcionándoles la falsa esperanza de que tenían alguna posibilidad, que podían intentar engañarle de alguna forma.
—Francesca, me llamo Francesca.
Evan no apartaba sus ojos de los de ella, pudo distinguir como la mujer dirigía su mirada a la cicatriz de su barbilla, sin duda comparaba su cara con la de su hermano, no pudo evitar sentir aún más odio hacia Amos.
—Soy, soy médico, puedo, puedo trabajar para ti, puedo curar a tus hombres… a tus mujeres… yo…
—Ya tengo médicos.
Francesca se sintió ridícula suplicando pero no desistió.
—Sé, sé cocinar, puedo cuidar… he cuidado de estos niños… —no sabía qué más decir para convencer al demente que tenía delante.
Evan se colocó a escasa distancia de ella. Recorrió su rostro con la mirada, estudió su cuerpo, valoró sus curvas deteniéndose en su entrepierna para volver a fijar la vista en sus ojos.
El rostro de Francesca enrojeció.
—Haré lo que quieras, si le dejas vivir haré lo que tú quieras, lo que sea.
La mujer intentó extender el brazo para tocar a Evan, este retrocedió entre carcajadas.
—¿Qué te parece Kool, te lo puedes creer? Se ha insinuado, la muy zorra se ha insinuado.
Kool mantenía su rostro impasible, duro. No le gustaba el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Pensó en intervenir pero sabía que si lo hacía Evan se mostraría más insistente todavía.
—Mírate ¿Crees que puede atraerme una mujer como tú? Te faltan tetas y te sobra culo. Hasta ella resulta más atractiva —se había inclinado sobre Clémentine y la había levantado de los pelos.
La joven trataba de soltar las manos que la sujetaban del cabello y la obligaban casi a estar de puntillas para evitar el dolor.
Evan la mantuvo en esa posición y la atrajo hacia él cogiéndola del pecho. Todo el cuerpo de Clémentine comenzó a temblar.
—No, déjala, déjala, yo… yo haré lo que tú quieras pero déjala.
—¿Crees que ella también estará dispuesta a cualquier cosa por salvar la vida del tullido? —Evan llevó su boca al cuello de la chica— ¿Lo estás, estás dispuesta a hacer cualquier cosa?
—Creo que ya es suficiente. Hemos hecho demasiado ruido, esto no tardará en llenarse de zombis, tenemos que salir de aquí cuanto antes.
Kool había apoyado distraídamente la mano sobre la empuñadura de su pistola aunque sabía que nunca sería lo suficientemente rápido.
Evan aflojó su presa permitiendo que Clémentine apoyase los pies en el suelo por completo, luego la lanzó sobre Francesca y se situó frente a Kool. La tensión podía cortarse, las mercenarias se miraban unas a otras esperándose cualquier cosa y sin tener claro cómo podía terminar el enfrentamiento para Kool.
El tiempo parecía haber vuelto a detenerse, las manos de Kool descansaban ahora a los costados. Evan se mantenía en silencio frente a él.
—Claro Kool, como tú digas. Volvamos al Vaticano.
Evan lo rodeó y se dirigió a la salida.
—¡Alto! ¡Detente!
El aviso le llegó a Evan desde su espalda. Mientras se volvía fue desenfundando el arma, antes de girarse por completo ya había disparado dos veces.
Al sonido ahogado de los proyectiles penetrando en la carne le siguió el golpe de los dos cuerpos al estrellarse contra el suelo. Pero lo peor fueron los lamentos que llegaron después desde todas las gargantas. Francesca se hincó de rodillas, las piernas se negaban a sostenerla. Clémentine se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar ante lo que veían sus ojos. Las mercenarias bajaron la mirada, intentaban no cruzarla con nadie más. Incluso Kool sintió como su estómago se removía peligrosamente.
—Era sordo, el niño era sordo —acertó a decir por fin Clémentine mientras se incorporaba y se dirigía hacia el pequeño cuerpo caído viendo como la sangre escapaba por el orificio que había aparecido en su cabeza.
Junto al pequeño Toni se desangraba el cuerpo de la mercenaria que había gritado. La cabeza del niño descansaba sobre su pierna. Los brazos de la mujer rodeaban el pequeño cuerpo del niño como si quisieran darle un último abrazo. En el abdomen de la mercenaria crecía una mancha roja empapando la tela de su uniforme. La mujer escupió una última bocanada de sangre y su cuerpo se relajó definitivamente.
El doloroso silencio que se había extendido por el pasillo solo era roto por el sonido de los pies de Clémentine arrastrándose sobre el suelo, sus pasos se asemejaban a los de cualquiera de los zombis que deambulaban por la ciudad eterna.
—A los camiones ¡YA!