Día: sábado, 29 de diciembre de 2012
Entre las 15:00 y las 18:00 horas
Ribes. Comisaría
Bastian circulaba más despacio de lo que hubiera podido, de alguna forma necesitaba tiempo para asimilar lo que se disponía a hacer. Carla continuaba tarareando la misma canción. No parecía asustada en absoluto. De repente sintió el impulso de preguntarle acerca de eso.
—Carla ¿No tienes miedo de los zombis?
La niña negó con un movimiento de cabeza primero para seguidamente responder.
—No. Les ayudas y nos vamos —volvió a repetir como un mantra bajando la cabeza.
Bastian sí que sentía miedo. En más de una ocasión ese miedo le había salvado la vida. El miedo le mantenía en tensión, le obligaba a ser consciente de sus limitaciones y le ayudaba a tomar las decisiones más acertadas. Pero ahora era distinto. No sentía miedo por él, ya no se trataba sólo de él, y eso lo situaba en una posición muy delicada, demasiado expuesta. Se palpó el costado, la venda estaba de nuevo mojada, no es que sangrase mucho, la herida se debía haber abierto.
No conocía el itinerario exacto a la Comisaría. Había entrado en un tramo en el que confluían huellas de varios vehículos, tenían que ser los otros miembros del convoy. A lo lejos identificó el luminoso, ahora apagado de la policía. Estacionó el coche a unos cuatro o cinco metros de la puerta de entrada. Alargó la mano y apagó la música. Carla lo miró pero no dijo nada. Ahora parecía más atenta, como en estado de alerta, a la espera de que algo malo sucediese.
Bastian no divisó a ningún zombi en los alrededores. Los vehículos de los cazadores tampoco estaban allí aparcados. Lo que sí advirtió de inmediato fueron las manchas de sangre sobre la nieve, las huellas de manos ensangrentadas dibujadas en la puerta de entrada a la Comisaría y en las paredes adyacentes. Se dirigió entonces a Carla, ella también había visto la sangre.
—Tienes que prometerme una cosa —ella lo miraba con los labios fruncidos— harás todo lo que te diga. Me obedecerás al pie de la letra y hasta que todo esto pase permanecerás con la chica, con Gwen, no puedes venir conmigo.
La niña bajó la vista y, por un instante, pareció que fuese a echarse a llorar.
—Vale —asintió varias veces con la cabeza sorbiendo por la nariz.
Bastian paró el motor y bajó del coche. Colocándose la mochila a la espalda caminó hasta la otra puerta sin dejar de vigilar los alrededores. La pequeña lo esperaba con el osito en las manos. Cerró y anduvo hacia la Comisaría con la niña en un brazo y la escopeta en la mano contraria.
Se detuvo frente a la entrada. Dejó a Carla en el suelo y la situó tras él, luego golpeó decidido la puerta con el cañón de la escopeta. Al instante pudo escuchar ruidos al otro lado aunque la puerta tardó todavía en abrirse. Bastian no se apartó, sabía que dentro no había zombis, los zombis no abrían puertas. Tras unos interminables segundos pudo descubrir a una chica cuyo nombre no conocía, la había visto subir a uno de los 4×4, era otra superviviente, creía recordar que iba con una amiga. Se apartó un poco y les permitió el paso, nada más entraron volvió a cerrar con rapidez.
Echó un vistazo a todos los presentes, no encontró a Gwen. Sólo estaban Mario y su padre, los supervivientes del restaurante de las pistas y las dos chicas.
—¿Dónde está el resto?
No dirigió la pregunta a nadie en especial. Fue la misma joven que le había abierto la que contestó.
—Creíamos que te había pasado algo, no contestabas al walkie —Bastian maldijo su imprudencia al haberlo apagado— te llamaron varias veces. La Alcaldesa habló con el policía, con Alba, la infección se ha extendido. Los Guardias que se contagiaron aquí han atacado a muchas personas en el pueblo. La Alcaldesa dijo que el Ayuntamiento estaba sitiado por los zombis. Los policías, junto a los cazadores y a los otros supervivientes, han ido para allí. Aquí no quedaban armas, tenían poca munición, recogieron las escopetas de los coches de la Guardia Civil y salieron para el Ayuntamiento.
Bastian intentaba pensar a toda prisa. Su cabeza iba de un lado a otro trazando un plan de actuación que le pareciese al menos realizable, que triunfara era ya otra cosa.
—Tienes sangre en el… —señaló hacia el costado de Bastian— deberías mirártelo.
Bastian se levantó el forro polar. El vendaje ensangrentado quedó a la vista.
—Ven, te limpiaré la herida y te cambiaré la venda.
Luna, la chica que le había abierto, la única que parecía con fuerzas para hablar, le acompañó hasta una mesa y comenzó a retirar las vendas empapadas. Carla permanecía agarrada de la mano de Bastian aunque evitaba mirar de cerca la herida.
Mientras la joven terminaba el trabajo, en la cabeza de Bastian iba cobrando fuerza una idea, la única posible.
—Ya está, ahora lo mejor es que descanses, en esa habitación hay un sofá.
—¿Tenéis algún arma aquí?
Todos negaron con la cabeza y Luna repitió que se las habían llevado todas, incluso las de los coches patrulla. Bastian no se molestó en comprobar de nuevo la munición de la escopeta, sabía que sólo disponía de cuatro cartuchos. Carla le miraba como miran las vacas el paso del tren.
—Deberías descansar —insistió la joven.
Bastian volvió a aupar a Carla y se encaminó a la salida.
—No debes ir así y menos con la niña —objetó Luna.
—Carla, su nombre es Carla ¿Verdad? —Bastian sonrió pegando su mejilla a la de ella— es mi responsabilidad y viene conmigo —la pequeña se abrazó con fuerza a su cuello.
El padre de Mario dejó la silla en la que estaba y caminó hacia la puerta.
—No te separes de ella, no la dejes, con nadie estará más segura que contigo y si llega el final, al menos estaréis juntos. No cometas el mismo error que yo, por favor.
La nieve había dejado de caer. Bastian elevó la vista al cielo, inspiró con fuerza y dejó que el aire gélido alcanzase cada uno de sus alvéolos pulmonares hasta que llegó a sentir dolor. El tiempo parecía haberse detenido también, al igual que la nevada. Observó las viviendas de alrededor. La mayoría eran casas bajas, la altura más elevada de las otras era de tres pisos. Nada de lo que veía en ellas hacía presagiar lo que le esperaba a ese pueblo.
El estremecimiento de Carla lo sacó de su abstracción; ella también había escuchado los disparos. Los acontecimientos se precipitaban. Echó a andar hacia una de las casas. Delante de la puerta principal, un pequeño jardín con un bonito árbol de navidad adornado con multitud de bombillas que ahora no lucían. En el caminito de acceso cubierto de nieve por recoger se podía observar las huellas dejadas por la apresurada huida de sus moradores tras la llamada desde el Ayuntamiento. Junto a la valla de la derecha, una caseta que albergaba la leña necesaria para alimentar la chimenea.
Bastian se acercó a una de las ventanas; como el resto, no tenía rejas, esa había sido la razón de escoger esa casa. Bajó al suelo a Carla y la situó tras él. La cristalera de la ventana saltó hecha añicos tras recibir el impacto del cañón de la escopeta. Apartó los cristales sujetos en los marcos y pasó al interior con la niña en brazos. El detector de movimiento se iluminó pero la sirena de la alarma no sonó, hasta la batería de emergencia se debía haber agotado, o simplemente puede que no estuviese conectada.
—¿Vamos a robar? —Carla evitaba mirarle a los ojos.
—No, pagaremos lo que nos llevemos, pero necesito algunas cosas —la niña pareció quedarse más tranquila.
La posó en el suelo y se dirigió a la cocina. Enseguida encontró lo que buscaba. Extrajo todos los cuchillos del soporte donde descansaban y, tras sopesarlos, eligió el que le pareció más largo y robusto.
—¿Para qué quieres ese cuchillo?
Sentó a la niña sobre la mesa antes de responder.
—Sólo me… sólo nos quedan cuatro cartuchos —corrigió haciéndola partícipe.
—¿Qué son cartuchos?
—Balas para la escopeta.
La niña pareció meditar sobre lo que le acababa de decir.
—¿Cuatro son muchas balas?
Bastian no pudo evitar sonreír.
—No, no son muchas, pero serán suficientes.
—Tengo hambre.
Bastian buscó por los armarios de la cocina y le dio a la niña un paquete de galletas rellenas de chocolate que ella comenzó a comer ruidosamente. Para él tomó de la nevera apagada una lata de Coca Cola que se bebió en pocos tragos. La cafeína contribuiría a elevar su nivel de atención. Guardó en la mochila un par de latas más, otro paquete de galletas y una botella pequeña de agua. Al colocar las cosas dentro pudo ver los fajos de billetes en el fondo, envueltos con papel de estraza. Era curioso lo poco que ocupaban cinco millones de euros en billetes de quinientos.
Antes de marchar se cambió el forro polar por uno limpio y se enfundó en una cazadora de cuero. Dejó un billete de quinientos euros sobre la mesa de la cocina. Esta vez salieron por la puerta.
—Espera —la niña pugnaba por soltarse y que la dejase en el suelo.
Cuando la bajó, echó a correr dentro y regresó con el osito bajo el brazo.
—Se me había olvidado.
Junto a la leñera, Bastian extrajo el hacha del tronco donde permanecía clavada, y tras aupar de nuevo a Carla, abandonó el jardín de la casa.
No se habían escuchado más disparos, era algo que no sabía cómo interpretar. No conocía con exactitud el camino hasta el Ayuntamiento, siguió la primera indicación de “Centro Ciudad” que encontró. Carla se agarraba con fuerza a su cuello y metía las manos por dentro de su chaqueta recién adquirida pero no perdía detalle de lo que pasaba a su alrededor.
—Por allí viene gente.
Bastian miró en la dirección que le indicaba la niña. No eran personas, eran zombis, tres zombis. Parecían ir en la misma dirección que ellos. Sopesó la posibilidad de atacarlos pero le asustaba la idea de tener que dejar a la cría, a Carla, sonrió pronunciando mentalmente su nombre.
—Vamos a jugar a un juego.
—¿Qué juego?
—El escondite ¿Lo conoces?
—Sí ¿Nos vamos a esconder de los zombis?
—Eso es.
Se apartaron un poco y se adentraron en una zona en la que la nieve acumulada era aún mayor. Sin tener muy claro si su idea iba a dar resultado fue agachándose hasta desaparecer por completo dentro del manto nevado. Para poder respirar sin dificultad abrió hueco a su alrededor.
No tardaron en escuchar como los zombis se iban aproximando, estaban muy cerca. Si les habían descubierto tendrían dificultades. Bastian ya se estaba arrepintiendo de no haberse enfrentado con ellos pero los gruñidos comenzaron a remitir, se estaban alejando.
Cuando ya no escucharon nada se fueron incorporando poco a poco. Tres zombis vagaban solos por el pueblo; no era buena cosa ¿Cuánta gente estará ya infectada?
Continuó tras ellos. Efectivamente llevaban la misma dirección. Puede que oliesen la sangre o tal vez se comunicaran de alguna forma entre sí. Ni una cosa ni otra tenían mucho sentido.
Después de atravesar dos calles más, se encontraron enfrentados a un callejón estrecho, demasiado estrecho y con más de medio metro de nieve, Bastian paró. Los zombis que les precedían habían abierto camino por él. Los callejones como ese no le traían buenos recuerdos, pero para evitarlo debían desandar en parte sus pasos y volver a la calle ancha en la que se les podía ver desde demasiados sitios. El costado apenas le molestaba, el último vendaje que le había aplicado la chica en Comisaría cumplía a la perfección. No nos meteremos ahí.
Retrocedió sobre sus pasos y se adentró en la calle. Avanzaba pegado a las fachadas. Sólo le quedaban unos veinte metros pero los escuchó con toda claridad. Ahí estaban. Con sus eternos lamentos. Carla también los oyó. Giró todo el cuerpo en brazos de Bastian hasta localizar su procedencia. Aparecieron enseguida. Dos zombis. No vestían uniforme, se trataba de víctimas del pueblo.
—Allí —señaló la niña.
Bastian asintió pero no les prestaba atención, observaba la otra esquina de la calle. Los dos zombis les descubrieron y apretaron el paso hacia ellos. Del otro lado llegaban cuatro zombis más.
—Allí, allí hay más —gritó ahora Carla al descubrirles.
—No te muevas de donde caigas ni hagas ruido alguno.
La niña miró a los ojos a Bastian sin comprender; caer dónde. Bastian la izó y la lanzó a un lado, la pequeña desapareció de la vista bajo la montaña de nieve. Los dos zombis más cercanos la siguieron con la mirada pero al no volver a salir perdieron todo el interés y se centraron en la presa visible. Bastian no quería usar la escopeta, sabía que el ruido de los disparos, con seguridad atraería a más zombis. La clavó sobre la nieve y empuñó con las dos manos el hacha. Los dos zombis se acercaban muy juntos, incluso parecían llevar el paso. Bastian, en lugar de esperarlos, echó a correr hacia ellos y los rodeó con habilidad. Al frenar de improviso y girarse para seguirlo, uno de ellos cayó al suelo. Con sólo un enemigo en pie Bastian echó atrás el hacha y la descargó sobre su cabeza. El sonido que produjeron los huesos al quebrarse resultó estremecedor. Parte del cráneo desapareció entre la nieve a no mucha distancia del resto del cuerpo. El otro zombi estaba a cuatro patas intentando levantarse. Bastian dio la vuelta al hacha y le golpeó con el contrafilo. De nuevo el mismo sonido al fracturarse su cabeza.
Los otros cuatro ya estaban cerca. Buscó el lugar donde había lanzado a la pequeña. Los movimientos realizados le hacían dudar. Tras observar el sitio en el que seguía en pie la escopeta se orientó. La niña permanecía oculta como le había dicho.
En esta ocasión los zombis se acercaban con más separación entre ellos, eso era bueno para Bastian. Se plantó a recibir al primero con el hacha sobre su cabeza. Podía sentir como los restos orgánicos de los zombis que acababa de matar, descendían por el mango hasta sus manos. Aún así no soltó el arma ni alteró su posición. Descargó el filo sobre la cabeza del zombi como si de un bate de béisbol se tratase; la pelota, su cabeza, saltó hacia arriba separada del tronco girando sobre sí misma y hundiéndose dentro de la nieve con los ojos hacia arriba, intentando divisar su objetivo. Volvió a buscar a la niña. La escopeta ya no estaba en pie, sintió que su corazón se aceleraba. No estaba seguro de la situación de la pequeña.
—No salgas de la nieve, no salgas hasta que yo te lo diga —recordó a gritos.
No quería moverse demasiado, si lo hacía en la dirección equivocada podía llevar a los zombis hacia la posición de la niña. Por fin creyó identificar el sitio. Uno de los zombis estaba muy cerca, indefectiblemente pasaría por encima de ella, tenía que atraer su atención.
Mientras intentaba localizar a la pequeña había descuidado a los otros dos zombis, uno de ellos saltó sobre él. Impulsó el hacha hacia adelante pero la hoja no alcanzó su objetivo. El mango golpeó en el pecho a la zombi. La mujer cayó derribada pero Bastian sabía que no tardaría en levantarse de nuevo, tenía que acabar con ella. El otro zombi, un adulto al que le faltaba la manga de la cazadora y con su húmero roído casi por completo, echó la mano hacia él. No tenía ninguna posibilidad con sólo un brazo útil, Bastian lo repelió usando el mango del hacha contra su mentón. El zombi retrocedió un paso pero no cayó. Efectivamente, la mujer ya se incorporaba con la misma cara de odio que mostraban todos ellos. Una alarma se encendió en el cerebro de Bastian. Venían tres zombis, la mujer, el manco; falta uno. Lo localizó de bruces en el suelo… en el lugar donde había lanzado a Carla.
—¡NOOOO!
Corrió entre la nieve levantando por completo las piernas para avanzar con más facilidad. Empuñó el cuchillo y soltó el hacha, con ella podía herir a la pequeña. Clavó la rodilla sobre la espalda del zombi, lo sujetó con una mano por la frente y con la otra hundió hasta el mango el cuchillo en su cabeza. Con movimientos frenéticos lo apartó a un lado para liberar a la niña pero… ¡No estaba! La pequeña no estaba ahí. Bastian no pudo seguir buscando, la zombi ya tenía los dientes sobre su hombro. Bastian le propinó un codazo, la nariz de la mujer pareció estallar. Ahora no disponía de ningún arma, el cuchillo continuaba clavado en el cráneo del zombi y el hacha había desaparecido bajo la nieve. Buscó alrededor suyo. Se lanzó a un lado a por la escopeta. Apuntando desde la cadera disparó dos veces, una sobre cada uno de los zombis que continuaban en pie. En el momento en que el último cayó, corrió hacia el sitio en el que debería estar la niña.
—¡CARLA! ¡CARLA! ¿Dónde estás?
Se lanzó sobre la nieve y empezó a apartarla excavando como un perro.
—Bastian. Estoy aquí.
La niña salió de entre una montaña de nieve varios metros a la izquierda abrazada firmemente al osito, su cabeza aparecía salpicada de nieve lo mismo que su ropa. Había escapado gateando del lugar donde él la arrojó. El francés se sentó en el suelo, agotado. El dolor de su costado regresaba provocándole pinchazos intermitentes cada vez más profundos. La pequeña caminó despacio hasta situarse enfrente.
—Es que…
—Has hecho bien, has hecho bien, tranquila —Bastian la interrumpió y la recibió en sus brazos cuando la niña se arrojó sobre él.
El ruido de disparos les sobresaltó a los dos.
—Ya ha empezado todo.
@@@
Una vez en la Comisaría, el convoy recién llegado del Valle recibió el aviso de la Alcaldesa de que una multitud de zombis rodeaba el Ayuntamiento. Sin dedicar un instante a planificar sus acciones siguientes, recogieron y distribuyeron las armas y la munición disponible y se dirigieron hacia el Consistorio.
En una de las calles que desembocaba en el Ayuntamiento se habían ido reuniendo cazadores y policías, el resto permanecía algo más retrasado.
Los zombis que rodeaban el edificio no tardaron en descubrirlos y dirigirse hacia ellos con un clamor creciente. Los cazadores abrieron fuego enseguida pero la situación era muy diferente a la vivida en el Valle. Allí estaban a suficiente distancia de seguridad, cómodamente apostados cuerpo a tierra y lo que era más importante; no conocían a las personas a las que tenían que disparar. Ahora, por el contrario, debían acertar en la cabeza a sus vecinos, amigos e incluso familiares, en movimiento y con la presión añadida de ver que se les iban acercando.
Aunque algunos zombis caían abatidos definitivamente de un certero impacto en la cabeza esos eran los menos, la mayoría de los disparos no encontraban la cabeza, tumbaban al zombi, sí, pero al momento su lugar era ocupado por otro y el caído no tardaba en volver a incorporarse.
Alba y Ramos gritaban órdenes que nadie escuchaba ni obedecía. En poco tiempo el grupo se vio forzado a dispersarse para evitar ser alcanzado por la tromba zombi.
@@@
Bastian había recuperado el hacha, el cuchillo y la escopeta. Ahora tan solo contaba con dos cartuchos. Caminaba pegado a las fachadas con la pequeña en brazos sujetando su osito con fuerza. A medida que iba acercándose hacia el lugar de procedencia de los disparos se repetía que lo que estaba haciendo era una locura. Su cabeza le decía con toda claridad que debía volver a por el coche y alejarse de allí inmediatamente, pero su corazón, al que nunca antes había escuchado, le decía todo lo contrario: les ayudas y nos vamos… les ayudas y nos vamos. La frase de la niña se repetía una y otra vez en su cabeza torturándolo.
Bastian se detuvo. En la calle de al lado se escuchaba ruido de carreras gritos y gruñidos inconfundibles. No quería enfrentarse a los zombis con la niña en brazos. Dio una vuelta sobre sí mismo y se dirigió hacia una furgoneta cercana. Subió a Carla al techo y le indicó que permaneciese tumbada y en silencio. Un último vistazo para asegurarse que la pequeña había desaparecido cubierta por la nieve y corrió hacia la esquina. Antes de que la alcanzase sonaron varios gritos seguidos de disparos de escopeta, pero ahora peligrosamente cercanos. Bastian asomó la cabeza con precaución, no era cuestión de que se la volasen por error. Llegó a tiempo de ver como uno de los cazadores era alcanzado por una zombi con la clavícula desencajada. El hombre no fue capaz de resistir ante el impulso animal de la mujer, el golpe le hizo caer bajo sus dientes.
Otro cazador se enfrentaba a culatazos con dos zombis. Más adelante, Gwen disparaba su último cartucho contra el pecho de un zombi de no más de quince años.
Bastian corrió hacia ella. El adolescente había caído un par de metros atrás pero sus heridas no eran letales, no para un zombi. Gwen apretaba una y otra vez el gatillo de la escopeta vacía. Cada “CLIC” del percutor sonaba como un martillazo en su cerebro. La mujer ni siquiera había advertido su llegada. Bastian disparó casi a quemarropa a la nuca del chico. Luego hizo lo propio contra los zombis que atacaban a los cazadores y, por último, descargó culatazos sobre la cabeza del cazador cazado y sobre la de su verdugo.
Gwen se abrazó al francés pero éste la apartó a un lado sin ninguna delicadeza, vigilaba al otro cazador, presentaba una herida sangrante en una pierna, observaba cada movimiento que hacía el hombre contando mentalmente de uno en uno.
—No, no dispare, no, por favor, no me ha mordido, me caí cuando nos dispersamos, me clavé algo, bajo la nieve no se ve lo que se esconde.
Bastian había contado más de veinte, el tipo no se había transformado, ya no lo haría. Un grupo de zombis más numeroso que el que acababa de eliminar se acercaba.
—No me quedan cartuchos. Vamos, deprisa, tenemos que irnos.
Ayudó a levantarse al cazador y se echó su brazo al cuello para que pudiese caminar.
—Coge su escopeta —Bastian le lanzó también la suya a Gwen.
—No le quedan balas tampoco —advirtió el cazador.
—Cógela de igual forma.
Con ayuda de Gwen condujeron al cazador herido hasta la furgoneta donde había dejado oculta a la pequeña. La niña les había visto llegar y ya estaba incorporándose, su rostro no podía disimular la alegría que sentía al ver de nuevo a Gwen. La recogió en brazos y continuaron su huida.
El cazador caminaba ahora ayudado por Gwen. Un grupo de varios zombis les seguía a corta distancia. Bastian reparó en un cartel indicador en el que se leía: Piscina Munic… el resto permanecía cubierto por la nieve.
—¿Qué es eso? —Bastian se detuvo.
A Gwen le costó gran esfuerzo poder hablar.
—Es la piscina del pueblo, se abre en verano, ahora está vacía —se volvió inquieta hacia los zombis.
—Vale, vamos hacia allí.
Una gruesa cadena con su correspondiente candado impedía el acceso al interior del recinto de la piscina
—Vamos, podemos saltar —Gwen intentó izarse para pasar al otro lado.
—Aparta.
Bastian golpeó con fuerza con el contrafilo del hacha el candado. Al segundo golpe saltó partido. Quitaron la cadena y se colaron dentro.
—¿Cómo vamos a cerrar ahora? —Gwen miraba asustada al grupo de zombis que estaba a punto de atravesar la puerta.
—No vamos a cerrar. Corramos a la piscina, rápido.
Como la mujer había dicho, la piscina olímpica estaba vacía de agua aunque con un manto de más de un metro de nieve en su interior.
—Saltad dentro.
—¿Qué? ¡NO! No puedes estar hablando en serio, no podemos meternos ahí, no tendremos escapatoria.
Gwen se giró hacia la entrada, los zombis ya habían accedido al recinto; el cazador miraba como hipnotizado el avanzar errático de los seres. Bastian comprendió que no iban a saltar y sin que ninguno se lo esperase les empujó dentro.
—Corred hacia la otra escalera.
El francés se encaró a los zombis y llamó su atención a gritos. El grupo era numeroso, si su apuesta salía mal no lo contarían.
Cuando los primeros estaban a un par de metros Bastian saltó. Como esperaba, uno a uno todos los zombis fueron cayendo al fondo de la piscina. Bastian ya corría hacia la escalera. Gwen mantenía encaramada a la niña a la mitad.
—Ahora, subid ahora —gritó Bastian cuando el último de los zombis se precipitó al interior.
Desde arriba observaban como los zombis intentaban sin éxito escapar de las cuatro paredes de la piscina. Sus gritos eran escalofriantes. Un par de ellos se había partido las piernas al caer y avanzaban, con la nieve hasta los hombros, sobre sus rodillas.
—Llevad allí a Carla —Gwen se sorprendió de que llamase por su nombre a la niña.
Bastian, desde el borde de la piscina fue lanzando hachazos a las cabezas de los zombis. Ninguno intentaba defenderse ni cubrirse de forma alguna, ni siquiera trataban de apartarse. La primitiva necesidad de conseguir alimento, el deseo de matar o lo que fuese que les mantenía en pie les impulsaba sin descanso, sin importarles o sin comprender que se dirigían a su fin.
Cuando ya sólo quedaban los dos zombis con las piernas rotas, Bastian volvió a saltar dentro de la piscina. Después de salir, el manto interior de nieve blanco era ahora un estampado de sangre. Las salpicaduras llenaban su cuerpo, su cara, sus manos.
Antes de acercarse a ellos, se limpió con nieve la sangre que manchaba sus manos y su cara, su ropa era un imposible. Carla corrió a su encuentro visiblemente nerviosa.
—Esa niña no debería estar aquí —el cazador se dejó caer sobre la nieve y apoyó la espalda contra la pared de la caseta de la depuradora moviendo la cabeza a un lado y a otro.
—Esa herida sangra demasiado, estire la pierna.
Mientras Bastian le realizaba un torniquete más o menos aceptable al cazador, intentaron decidir cuál debía ser su siguiente movimiento.
—Es inútil, no sabemos cuántos han sobrevivido ni la cantidad de infectados que hay en el pueblo. Creo que lo mejor es que cojamos un coche y nos vayamos de aquí. No seríamos los primeros, ya vimos gente abandonando el pueblo cuando nos dirigíamos al Ayuntamiento. Nadie nos puede juzgar por ello, además, volveríamos con ayuda.
Bastian observó a la niña buscando alguna reacción al razonamiento de la mujer pero tan solo le miraba fijamente.
—Mi familia está en el Ayuntamiento, no pienso huir a ninguna parte —el que sí habló fue el cazador, y apoyó su afirmación incorporándose con dificultad.
Gwen se dirigió entonces directamente a Bastian al que no había dejado de observar.
—¿Y tú qué dices?
Bastian se puso en pie, recogió el hacha y levantó en brazos a la pequeña.
—Nos quedamos.
Gwen se pasó las manos por el rostro y resopló.
—Nos estamos volviendo locos o qué. No podemos enfrentarnos nosotros solos con esto, tenemos que pedir ayuda. Desde el principio ha sido una locura. La infección se ha extendido demasiado, ya no podemos hacer nada. Joder, ni siquiera sabemos si alguno de los otros estará vivo.
—Si tuviéramos un walkie podríamos intentar ponernos en contacto con ellos —expresó el cazador reprimiendo un gesto de dolor al apoyar la pierna en el suelo.
—Volveremos a la Comisaría, es el punto de reunión lógico, además allí hay vehículos de la Guardia Civil, en ellos llevarán estaciones de radio. En marcha —se situó Bastian en cabeza.
Habían abandonado el recinto municipal sin más dificultades pero orientarse ahora, después de la loca huida anterior, con todo el pueblo nevado, le estaba costando a Bastian más de lo esperado.
—No, es hacia el otro lado, lo mejor es continuar por esa calle y doblar a la derecha.
Bastian ayudaba a caminar al cazador, Carla había accedido a que la llevase Gwen. El silbido les llegó desde algún lugar indeterminado. Mientras caía, Bastian admiraba la belleza de las vidrieras de la iglesia del pueblo hasta el momento de quedar inconsciente. La nieve amortiguó el golpe de su cabeza contra el suelo. Al instante, un cerco rojo comenzó a dibujarse en torno a ella.
—Nos disparan —el cazador logró mantener el equilibrio con dificultad arrimándose a la pared aunque en realidad no sabía de dónde había venido el disparo.
—¿Los zombis pueden disparar? —Gwen intentaba evitar que la niña se le escapase de los brazos a la vez que se pegaba a la pared también.
—Nos han debido confundir con zombis, por eso nos han disparado.
La niña no dejaba de llorar y patalear, quería ir junto a Bastian, ni siquiera el ruido de pasos sobre la nieve que cada vez era más perceptible la persuadía para calmarse.
—Somos… somos humanos, personas, no somos zombis, no dispare.
El cazador hablaba a la vez que intentaba empuñar su fusil de la mejor manera para defenderse. Deseó poder coger el hacha tirada junto al caído.
El ruido de los pasos iba aumentando. De repente cesó por completo. Al instante apareció frente a ellos un hombre.
—¿Mikel? —Preguntó Gwen sin dejar de observar el cañón que apuntaba directamente a la cabeza de Bastian— ¿Por qué has disparado? Somos nosotros.
El cazador adoptó una posición más confiada y se agachó para comprobar el estado del herido. Mikel le propinó una patada en el pecho derribándolo a un lado.
—Pero… qué…
Mikel no le dejó seguir.
—No tengo nada contra vosotros, apartad y no os ocurrirá nada.
El cazador se palpaba el pecho mientras observaba al tipo del arma sin dar crédito. Gwen pugnaba por evitar que Carla se le escapase e hiciese alguna tontería.
—¿Qué coño te pasa chico? Bastantes problemas tenemos como para pelearnos entre nosotros.
Mikel volvió la cabeza hacia él sin dejar de apuntar a Bastian.
—Mató a mi hermana. Este cabrón le clavó un cuchillo en la cabeza a mi hermanita.
—Sería una zombi, por eso lo haría.
—No, ella no se había transformado en una de esas cosas, sólo estaba herida y ese cabrón la mató. Vosotros podéis marcharos pero él no.
—¿Vas a dejarnos marchar después de ver como matas a un hombre? No te creo —el cazador no encontraba la forma de poder evitar el asesinato de Bastian.
Mikel rió histérico.
—¿Qué más da? En poco tiempo todos estaremos muertos o convertidos en una de esas cosas.
—¿De dónde has sacado ese arma? —Era el fusil de uno de sus amigos, en Comisaría los policías les habían dado a los otros escopetas o pistolas, los cazadores continuaron con sus armas.
—Se le cayó de las manos a uno de tus amigos cuando los zombis se le echaron encima.
—¡Cabrón!
Con la ayuda del cañón de la escopeta giró el cuerpo de Bastian hasta ponerlo boca arriba. Continuaba inconsciente. Apoyó el arma en su frente y apretó el disparador. Gwen cubrió los ojos de la niña para evitar que viera eso.
“CLIC”
El arma no disparó. Apretó repetidas veces el gatillo con idéntico resultado.
“CLIC” “CLIC” “CLIC”
—No te quedan balas.
El cazador se preparó para saltar sobre Mikel mientras éste daba la vuelta al fusil para aplastar la cabeza de Bastian a culatazos.
Lo que ocurrió a continuación les cogió a los dos desprevenidos. Un zombi se lanzó sobre la espalda de Mikel. Hundió los dientes sobre su cuello y tiró desgarrando su carne. Con la tensión del momento ninguno lo había oído acercarse.
Mikel estaba paralizado, era incapaz de reaccionar, había soltado el fusil y comenzaba a sentir como la infección se extendía por su sistema circulatorio, un dolor intenso lo sacudió. No vio como el cazador clavaba el filo del hacha en la cabeza del zombi que le había mordido. Su cabeza cayó sobre la nieve, de su boca asomaban tiras de la carne arrancada del cuello de Mikel.
—Acaba con él.
—¿Qué?
—Mátalo antes de que se transforme, luego será más difícil —el cazador llevaba la mirada de los ojos de Gwen a la mueca de dolor en que se había transformado el rostro ensangrentado de Mikel.
Por fin reaccionó y partió la cabeza del joven de un potente hachazo.
Gwen y la niña corrieron al lado de Bastian. Le limpió la herida de la cabeza. Carla no dejaba de llorar abrazada a su pecho.
—Sólo ha sido un rasguño, está vivo —Gwen extendió nieve sobre su cara al tiempo que le movía para intentar reanimarlo— ¿Ves?
—Date prisa tenemos que movernos, no tardarán en venir más —el cazador se había puesto en pie y miraba inquieto en todas direcciones.
Bastian había abierto los ojos y observaba aturdido a Gwen y a la niña.
—Déjale respirar Carla, dale tiempo, puede que no nos reconozca.
—Soy Carla —la pequeña le daba múltiples besos en la cara— ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas? No te mueras tú también.
Bastian intentó incorporarse pero antes de llegar a conseguir la verticalidad estuvo a punto de caer de nuevo. Gwen apenas podía sostenerlo.
—Tenemos que buscar algún sitio donde ocultarnos, al menos hasta que él se recupere.
El cazador se hizo cargo de las armas y del hacha, Gwen le servía de apoyo a Bastian. Carla no se soltaba de su mano y no dejaba de mirarle.
En un tiempo excesivamente largo a ojos del cazador alcanzaron la plaza. Una vez en ella se dirigió hacia la casa que más seguridad le inspiró. Era la típica casa de montaña, muros de piedra, un pequeño jardín rodeando un reducido sitio para aparcar un vehículo, y todo protegido por una puerta metálica de acceso para el coche, una sólida valla bien tejida y una pequeña puerta peatonal.
Dentro no había coche alguno aparcado. El cazador probó la puerta, estaba cerrada.
—Busquemos otra —intervino Gwen.
—No, espera, esta es perfecta.
Se acercó al Range Rover blanco equipado con neumáticos de nieve y estacionado excesivamente cerca de la puerta de acceso para los vehículos, apenas permitía pasar por la acera.
—También estará cerrada —insistió Gwen mirando con recelo en todas direcciones.
El cazador hizo caso omiso y se encaramó con dificultad en el motor del coche y de ahí al techo. Apartó la nieve con los pies y les tendió la mano.
—Vamos subid, lo usaremos para pasar al otro lado. Los zombis no lo conseguirán.
El salto al interior acabó con el cazador retorciéndose en el suelo de dolor mientras se sujetaba su pierna herida. Bastian ya parecía ir reaccionando y había ayudado a pasar a la pequeña.
La puerta principal también estaba cerrada así que usaron una de las ventanas laterales. La ausencia de rejas les facilitó las cosas. Una vez dentro se dirigieron al salón. La casa tenía una decoración más moderna de lo que uno se podía imaginar desde fuera. Un reloj con cada una de las piezas que señalaban las horas pegadas en la pared, marcaba las dos de la tarde. Bastian se quedó observándolo.
—No es esa hora —aclaró Gwen mirando su muñeca.
El cazador comprobó rápidamente los dos pisos de la vivienda y regresó con ellos al salón. Gwen sacó lo necesario de un botiquín hallado en uno de los baños para practicarle un vendaje a Bastian en la cabeza.
—Tengo frío —Carla estaba encogidita a su lado.
—Encenderé la chimenea —el cazador tiró dentro varios leños y alcanzó un largo mechero con el que prendió unas hojas de periódico enrolladas.
—¿Qué ha pasado? —Preguntó por fin Bastian.
—Te dispararon —contestó el cazador desde la chimenea.
—Mikel te disparó —aclaró Gwen— ¿Recuerdas a Mikel?
—Dijo que mataste a su hermana —volvió a intervenir el cazador girándose en esta ocasión para ver la reacción de Bastian.
—Dijo la verdad.
—Según él a su hermana no la habían mordido —insistió el cazador.
—La habían mordido, se iba a convertir en otro zombi, pero eso ya no importa demasiado ¿Qué le ocurrió a él?
—Un zombi le atacó. Él acabó con los dos —señaló al cazador Gwen.
El fuego se cogió rápido y el calor de las llamas enseguida comenzó a propagarse por la estancia haciéndola mucho más confortable. Carla pasaba los dedos por las rugosidades de la venda que Gwen le había enrollado a Bastian en la cabeza. Éste se levantó y caminó hasta la ventana.
—¿Cómo te llamas? —Preguntó Carla al cazador.
—Esteve ¿Y tú? ¿Tienes tú nombre?
—Claro —sonrió la niña— me llamo Carla.
—¿Alguien me escucha? —El cazador se apartó de la pequeña para hablar.
—¿De dónde has sacado el walkie?
—Lo llevaba su amigo en el cinturón —señaló con un gesto a Bastian.
—Soy Esteve ¿Alguien me escucha? —Repitió.
Todos, incluida la pequeña, observaban absortos el altavoz del walkie como si de él fuese a salir una persona completa, al igual que salía el genio de la lámpara de Aladino al frotarla.
—Aquí Esteve ¿Alguien puede escucharme?
Un chirriante ruido de estática precedió al mensaje.
—Aquí Alba ¿Dónde se encuentra? ¿Está con más gente? ¿Hay más supervivientes?
—Aquí Arnau, estamos ocultos en una casa, los zombis nos tienen cercados.
—¡Bien! —Estalló el cazador— al menos no estamos solos.
Tras intercambiar varios mensajes se hicieron una mejor idea de la situación.
Alba, junto a Piqué, Ramos y dos cazadores, se encontraban en el Hogar, también estaban rodeados de zombis.
Arnau estaba acompañado de André, Pietro y Leo, en una casa situada entre el Ayuntamiento y la Comisaría.
La Alcaldesa también había contestado desde el Ayuntamiento. Hicieron recuento. Habían perdido a Mikel y tres cazadores. Bastian asistía absorto a las conversaciones entrecortadas que se iban sucediendo con la pequeña en brazos, asomados a una ventana que daba a la plaza pero ocultos por las cortinas para no ser descubiertos por alguno de los zombis que aparecían por ella.
—La situación es peor que cuando llegamos —opinó Arnau.
—Cierto, es una mierda y ¿Cuál es el plan? —Lanzó la pregunta Esteve a la vez que abría una lata de cerveza.
Bastian tenía serias reservas acerca de la capacidad de ese policía joven para hacerse cargo de la situación aunque prefirió no exponerlas.
A pesar de no ser Alba el más antiguo en su empleo no había dudado en dar un paso adelante y ponerse al frente de la operación. Sus compañeros no parecían proclives a disputarle la responsabilidad en esos momentos. Aún siendo el más nuevo parecía bastante más entero pero su experiencia era nula.
Al otro lado de las ondas, sintiendo la mirada de todos los presentes en el Hogar fija sobre él, Alba se rascó el mentón sin afeitar antes de responder.
—¿Plan? No creo que exista en el mundo ni un solo cuerpo civil o militar que se haya planteado siquiera una situación parecida a esta.
Desde la casa en la que se hallaban escondidos, Arnau comenzó a hablar de forma clara y pausada a través del walkie.
—Recapitulemos. El Jefe de policía dio orden de que la población se reuniese en el Ayuntamiento. Al parecer parte de los vecinos no cumplieron esa orden y se agruparon en otro lugar, el Hogar y el polideportivo, donde están ustedes ahora. Sea como sea, la Alcaldesa nos advirtió de que el Ayuntamiento estaba cercado por decenas de zombis. Ya no se trata sólo de los Guardias transformados, la infección se ha extendido. Intentar actuar como lo hicimos en el Valle, abatiendo a los zombis desde posiciones alejadas no ha dado buen resultado, de hecho hemos perdido efectivos.
Bastian se preguntó si ese hombre continuaría vestido con el hábito del Monasterio, desde luego le pegaba más un uniforme de oficial.
—Y entonces ¿Qué sugiere que hagamos? ¿Esperar? Cuanto más tiempo pase, más vecinos caerán víctimas de ese virus y seguimos sin poder comunicarnos con el exterior —todos notaron al joven poli más alterado que momentos antes.
Arnau se tomó un tiempo para responder, buscaba la manera de comunicar la idea que iba tomando forma en su cabeza.
—Deberíamos agrupar a todos los zombis en algún lugar, el sitio más fácil en estos momentos sería el Ayuntamiento; la mayor parte se encuentra ya en los alrededores. Podríamos encerrarlos y luego incendiar el Ayuntamiento o hacerlo explotar.
Calló para observar como encajaban sus palabras los demás.
—No sueñe ni por un instante en meter a esos seres aquí —la voz de la Alcaldesa les llegó claramente temblorosa— provocaría un montón de muertes entre los ciudadanos de Ribes.
—Tampoco está claro que sirviese de nada quemarlos —ahora hablaba Esteve— en el Valle nos encontramos con multitud de zombis procedentes del Albergue incendiado y caminaban como si nada, abrasados, sí, pero el fuego no había logrado terminar con ellos.
—Además, aunque lográsemos encerrarlos y luego quemarlos en el recinto del Ayuntamiento, no podríamos contenerlos dentro, con el fuego las ventanas se romperían y esos seres acabarían saliendo, creo que sería inútil —Ramos había cogido el walkie de Alba— además sin electricidad no disponemos de nada que pueda oírse en todo el…
—¿Qué ha dicho? —Preguntó Gwen.
Esteve comenzó a manipular el walkie apretando el pulsador y cambiando la frecuencia.
—¡Joder! Se ha acabado la batería ¡Mierda!
—La iglesia.
El cazador se volvió hacia Bastian con cara de muy poquitos amigos.
—¿De qué hablas tú ahora?
—La iglesia está construida con robustas paredes de piedras, las ventanas están demasiado alto para que los zombis puedan escapar y además dispone de un sistema perfectamente audible en todo el pueblo…
—¡La campana! —Se adelantó Gwen— hay que decírselo a los otros.
Arrebató el walkie de las manos de Esteve y volvió a manipularlo de nuevo sin éxito.
—Tenemos que decírselo a los demás, hay que planificarlo todo bien. Tenemos que ir al Hogar, es el lugar que está más cerca. No sabemos en qué casa se ocultan los otros. Desde el Hogar podremos contactar con ellos.
Ni Bastian ni Esteve se movían.
—¿Qué? ¿Qué pasa? Tenemos que ir al Hogar.
—Aun reconociendo que lo que ha dicho sea cierto y que la iglesia sea el mejor sitio para encerrarlos hay una cuestión.
Gwen lo miraba sin entender.
—¿Quién será el que toque la campana? Quien sea deberá quedarse hasta que todos los zombis estén dentro y con la iglesia llena de zombis no podría salir.
—Bueno, puede tocar… puede tocar y… —ella misma comprendió que nadie se presentaría voluntario para una cosa así.
—¿Cuántas puertas de entrada tiene la iglesia? —Interrogó Bastian.
—Tres, la principal, una lateral que abren en bodas, funerales y cosas así, y la entrada a la casa del párroco, pero eso qué más da, nadie se va a meter ahí dentro.
—Yo tocaré la campana. Ya encontraré la forma de salir.
—No, ni hablar, tú no, no puedes, no lo voy a permitir.
—¿Por qué no? Puede que se sienta culpable por lo de la hermana de ese chico. Sería una buena forma de redimirse.
—No me siento culpable por nada, al menos no por lo de esa chica pero alguien tiene que hacerlo. Si no lo hago moriremos todos igualmente y lo que es peor: la infección se extenderá.
—¿Cómo llegaremos al Hogar?
Gwen se encaró a Esteve.
—No va a meterse ahí. No lo permitiré.
—Tranquila —Bastian se acercó a la chica y la cogió de la barbilla— puede que a los otros se les ocurra alguna otra cosa, pero debéis salir ya.
—¿Debéis? ¿Tú no vienes?
—Aún siento mareos, sería más un estorbo que otra cosa, además, es peligroso para ella, los dos esperaremos aquí vuestro regreso.
El cazador ya se había puesto en pie y empujaba a Gwen hacia la salida pero antes de que llegase a dejar el salón la chica se volvió.
—Prométeme que no harás nada hasta que regresemos.
Bastian asintió.
—¡Qué me lo prometas! —Exigió gritando.
—Te lo prometo —se vio obligado a contestar Bastian.
Gwen y el cazador avanzaban despacio, el hombre necesitaba del apoyo de ella para poder caminar. Intentaban utilizar las zonas en las que el nivel de nieve era menor pero resultaba una labor bastante complicada. Se encontraban ya cerca del Hogar cuando un sonido hizo que Gwen se detuviese bruscamente. El movimiento inesperado provocó que Esteve apoyase con más fuerza de la que debía la pierna y el dolor que recibió le hizo soltar un ahogado grito seguido de un taco.
—¡Joder!
—¿Qué ha sido eso?
El cazador se sujetaba la pierna tratando de asimilar el intenso dolor que había sentido.
—Yo no he oído nada.
—¡Mientes! Lo has oído tan bien como yo, han sido las campanas de la iglesia, las campanas han sonado.
—No se oye nada, escucha.
—Pero han sonado, estoy segura. Tenemos que volver.
Esteve la sujetó con fuerza del brazo.
—En serio, yo no he oído nada. Yo solo no lo conseguiré, necesito tu ayuda —Gwen dudaba— si estuviese en el campanario las campanas no dejarían de sonar. No es él.
—Si vuelvo a escucharlas volveré, me da lo mismo lo que me digas —cedió amenazando Gwen.
—De acuerdo. Ya falta poco.
Dos calles más adelante fue Esteve el que hizo que se detuviesen.
—El Hogar está al doblar esa esquina. Sería mejor rodearlo por detrás.
Gwen no entendió el motivo de no avanzar por donde iban pero no dijo nada. El cazador la condujo a un parque contiguo donde no les quedó más remedio que parar y ocultarse entre la nieve.
—Por eso no nos hemos encontrado a ninguno, están todos ahí. No podremos pasar, está rodeado por completo, mira esa gente, es como en el Refugio, ha pasado otra vez. Ahora qué.
El cazador la observó sin decir palabra, en su interior esperaba que algo ocurriese a no tardar mucho.
No tuvo que aguardar demasiado, las campanas volvieron a sonar ahora con más fuerza, el tipo no ganaría ningún concurso pero el sonido continuado serviría para orientar a los zombis hasta la iglesia. La muchedumbre reunida a las puertas del Hogar no tardó en reaccionar. En un principio giraron sobre sí mismos buscando el origen del ruido. Algunos, los más cercanos a la puerta y a las ventanas del Hogar, la emprendieron a golpes y gritos pero a medida que los más distantes iban alejándose en busca de la nueva y ruidosa presa, fueron cejando en su empeño y el grupo comenzó a dirigirse hacia la iglesia… por el camino que habían traído antes de desviarse.
—¡Cabrón! Por eso has insistido en entrar por este lado, sabías que yo estaba en lo cierto, oíste el repique de antes. Es Bastian, ha ido solo a la iglesia, morirá, no podrá salir. No espera que esa cantidad de zombis vaya hacia allí y faltan los que estaban rodeando la otra casa, y seguramente habrá más por otras partes y…
Esteve se lanzó sobre ella presionando con su mano para impedir que continuara hablando. Sin darse cuenta había ido subiendo el tono y si seguía así los zombis acabarían por descubrirlos.
—¡Sssssst! Ha sido su decisión. Puede que su conciencia no estuviese muy tranquila o puede que tenga madera de héroe —se expresaba entre susurros con su boca pegada al oído de Gwen— pero ya no podemos hacer nada. Si nos descubren nos convertiremos en un par de zombis más y su sacrificio no habrá servido para nada ¿Es eso lo que quieres? —Fue apartando la mano de su boca poco a poco— piensa en la niña.
—Hijo de puta —susurró ahora la chica mientras se frotaba la cara.
No tuvieron que esperar demasiado, los zombis habían reaccionado con relativa rapidez y ya no tenían contacto visual con el último de ellos. Avanzaron con cautela hasta la entrada del Hogar y golpearon con fuerza sobre la puerta.
—Abrid. Soy Esteve, no hay zombis, se han ido. Abrid.
En el interior, Alba abrió la puerta. Habían asistido atónitos a la marcha de los zombis en el momento en que comenzó a sonar la campana de la iglesia y también habían sido testigos de la aproximación del cazador y la mujer.
—¿Quién está haciendo sonar las campanas?
Al instante tronó el walkie, Arnau y la Alcaldesa se hacían la misma pregunta.
Bastian, se ha vuelto loco, tenemos que ir rápido, no podrá salir. La niña estará asustada.
Alba repitió lo que le contaba Esteve a través del walkie.
—La iglesia es el edificio perfecto para reunir a todos los zombis, es amplio, con robustos muros de piedra, ventanas lo suficientemente altas para que los zombis no puedan escapar por ellas y fácilmente controlable desde el exterior.
—Tenemos que salir ya —insistió Gwen.
A través de las ondas les llegaron mensajes de aprobación. Alba tomó de los hombros a Gwen y la llevó aparte. Le sirvió un vaso de agua antes de comenzar a hablar.
—La campana sigue sonando —se detuvo para intentar buscar las palabras menos duras— Bastian nos está dando la oportunidad que esperábamos.
—Pero morirá, no podrá salir —le interrumpió.
—No creo que quiera salir. Creo que sabía lo que hacía. En estas situaciones siempre surgen personas así.
—¿Situaciones? ¿Y qué coño sabes tú de situaciones como esta? ¿Eh? Dime ¿Qué coño sabes tú?
—Debe tranquilizarse.
Alba la dejó sentada en un taburete llorando sobre la barra. Varios vecinos se acercaron a ella para intentar darle ánimo.
Entre Arnau, Ramos y Esteve ideaban la estrategia que debían seguir. En el Ayuntamiento se encontraba uno de los empleados de la gasolinera. En ella estaba aparcado el camión de repostaje de gasolina. No había podido abandonar el pueblo debido al temporal. Al interrumpirse el suministro eléctrico habían pospuesto el rellenado de los depósitos de la gasolinera por lo que la cisterna estaba llena. El camión era manejable, podría rodear perfectamente la iglesia y con la manguera empaparían los muros, con un poco de suerte la nieve no supondría un impedimento.
Acordaron desplazarse lo antes posible hacia la iglesia. Se apostarían rodeándola para impedir que alguno escapase de la quema. El empleado de la gasolinera partió con otro vecino para trasladar el camión hasta la plaza de la iglesia. El resto de personas refugiadas en el Ayuntamiento permanecerían allí, protegidas, hasta que se les comunicase que el pueblo era seguro y podían salir.
Gwen no veía el momento de partir. Una vez establecidas las pautas que cada grupo debía seguir, y cuando se aseguraron de que ningún zombi quedaba en la zona, iniciaron la marcha. Alba percibió que el sonido de las campanas había cambiado, sonaba diferente, anárquico, no es que al principio pareciese un concierto pero algo le ocurría al tipo, puede que se estuviese agotando. No dijo nada pero acrecentó el paso.
En la casa donde permanecían ocultos Arnau y el resto también verificaron como los zombis se retiraban y ponían rumbo a la iglesia. El policía, vestido con un atuendo más adecuado para el frío, obtenido de los propietarios de la casa, abría la marcha.
—No me puedo creer que esto resulte tan sencillo.
—Ya era hora de que Dios se pusiese de nuestro lado, aunque fuese solo un poquito. Lo que nunca me hubiese esperado es que un hombre como ese Bastian fuese capaz de sacrificar su vida por alguien distinto a él —dudó moviendo a un lado ya a otro la cabeza el Director del Hotel.
—Puede que lo juzgase mal —deslizó Arnau sin mirarle.
—¡Mierda!
Todos se detuvieron y se giraron a mirar a Pietro, el joven monje señalaba a la derecha del camino que llevaban.
—No ha funcionado, no ha funcionado —repitió histérico— allí hay un zombi, habrá más en otros lugares. Dios ¿Por qué?
André, al igual que el resto, observó en todas direcciones, era el único zombi que se veía. No cabía duda de su condición, aún no los había descubierto pero no tardaría en hacerlo.
—Tenemos que decírselo a los otros, no funcionará —Pietro parecía a punto de sufrir un ataque de nervios.
André comenzó a caminar hacia la zombi. Arnau se situó junto a él.
—¡Eh! –Gritó.
—¿Qué coño hace? —Interpeló Arnau.
El Director comenzó a reír y a llamar a gritos a la mujer. Ésta, seguía sin reaccionar, inmóvil, esperando.
—Sí ha funcionado, no le diga nada, esa mujer, la conozco, trabajaba hace un par de años en el Refugio, hasta jubilarse —rompió a reír.
—¿Qué le hace tanta gracia? Haga el favor de explicarse —Arnau dudaba si seguir escuchando o avisar a los otros por el walkie.
—Es sorda, sorda como una tapia, de nacimiento. Por eso no acude al sonido de las campanas, no oía cuando era humana y no oye ahora que es zombi. Es sorda, es sorda —repitió entre risas.
Arnau sonrió también y caminó hacia la mujer. Llegó hasta su nuca sin que lo detectase y cuando la tuvo lo suficientemente cerca hundió un cuchillo en su cabeza.
Para cuando el grupo de André y Arnau alcanzó la plaza de la iglesia, el camión cisterna ya estaba allí, con el motor parado, a la espera de los otros grupos. En su interior observando nerviosos hacia todas direcciones, dos hombres. El policía se acercó por el lado del conductor y se encaramó hasta tocar con los nudillos en el cristal. La ventanilla bajó haciendo deslizar bloques de nieve adherida.
—¿Han visto entrar alguno?
El conductor lo miró, dirigió la vista de nuevo a la entrada principal de la iglesia y contestó sin volverse.
—No. Les hemos dado bastante tiempo. Deben estar dentro y deben ser muchos —una lágrima se deslizó por su mejilla sin afeitar— incluso desde aquí dentro se puede escuchar el clamor de sus lamentos. Es para volverse loco.
Arnau saltó al suelo. Era cierto, el rumor continuo que se percibía ponía los pelos de punta. Se volvió hacia André.
—Tenemos que cerrar esa puerta —el acceso principal a la iglesia continuaba abierto— si la campana deja de sonar antes de que lo hagamos y dispersemos la gasolina todo esto será inútil.
—El tañido es cada vez más irregular, antes me pareció que cesaba un instante —convino el Director.
—Ese hombre debe estar agotado. La situación puede superarlo en cualquier momento. Si eso ocurre podría decidir intentar escapar, y sin campanas sonando nada mantendría a los zombis ahí dentro.
Arnau, André y Leo se dirigieron caminando medio encorvados hacia la puerta de la iglesia. Decidieron que Pietro permaneciera junto al camión, el pánico que mostraba hacía más sensato mantenerlo alejado de los zombis. Desde allí fue testigo de cómo los tres se aproximaron a los escalones de la entrada. Sólo Arnau y André se acercaron a la puerta. El policía no pudo resistirse y asomó la cabeza dentro. Lo que vio lo paralizó por completo. No podía dejar de observar el interior. Los zombis se hallaban apiñados al fondo. El altar, los bancos, un confesionario, todo había desaparecido bajo sus cuerpos infectados y sangrantes. El hedor a muerte había desplazado cada centímetro cúbico de aire puro, lo había absorbido haciéndolo desaparecer. Los zombis se pisaban unos a otros, pudo ver a varios de ellos caídos bajo los pies del resto, intentando moverse hacia adelante en lugar de intentar escapar de esa tortura. Gritaban, gruñían, empujaban tratando de trepar unos sobre otros.
Arnau no pudo continuar observando, cuando buscaba a Bastian un fuerte tirón lo sacó de la iglesia donde se había ido adentrando involuntariamente. André cayó sobre él.
—Joder, me ha acojonado. No hacía caso, llevo varios minutos intentando que saliera, parecía hipnotizado. Tenemos que cerrar esa puerta.
Con la cadena que habían llevado rodearon las asas de hierro forjado de las puertas. La cadena, unida a que las puertas se abrían hacia dentro, dificultaría suficientemente la salida de los zombis. Otro asunto sería cuando el fuego redujese a cenizas la madera.
A una seña suya el camión se situó frente a la entrada. El conductor bajó y una vez desenrollada y acoplada la manguera comenzó a rociar todo de gasolina. El hombre no dejaba de sudar, lo que estaba haciendo era una operación de muy alto riesgo, cualquier pequeña chispa que saltase provocaría la inflamación del combustible y lo convertiría a él también en una pira andante; eso si no explotaba directamente la cisterna volándolo todo.
Mientras el camión iba avanzando, paraba, rociaba las paredes de piedra de gasolina y volvía a avanzar, el otro grupo apareció en la plaza.
Arnau, que permanecía alerta ante cualquier posible intento de escape de los zombis, los recibió sin dejar de vigilar la entrada. Los cazadores y los policías se distribuyeron rodeando la iglesia en tres grupos. Uno en la puerta principal, otro en la lateral y el tercero, más reducido, en la pequeña puerta de entrada a la parte de la iglesia en la que vivía el párroco. El cura no se había presentado en el Ayuntamiento ni en el Hogar, por lo que podría estar de nuevo entre los muros que habitaba.
Mientras la cisterna terminaba de rociar la iglesia y una vez asignadas funciones a cada uno, Alba volvió con Gwen. Continuaba en el mismo lugar donde la había dejado, tan solo Pietro permanecía a su lado observándola con preocupación.
—No ha dicho ni una palabra, prácticamente no se ha movido de ahí —le indicó el monje a Alba.
—Señorita, señorita —la mujer parecía hipnotizada, como en trance, tuvo que tomarla por los hombros y obligarla a girarse hacia él— creo, creo que deberíamos buscar a la niña, no es prudente que permanezca sola. No sabemos cómo va a terminar todo esto, podríamos tener que salir huyendo de aquí.
Gwen reaccionó por fin. La pequeña, Carla, sí, estaría sola, asustada. No acertaba a adivinar lo que le habría tenido que decir Bastian para que le permitiese alejarse de ella.
Se giró y localizó de inmediato la casa de la que había partido no hacía mucho.
—Allí —señaló.
—¿Cuál? —Interrogó Alba.
—Aquella, la que tira humo por la chimenea.
Caminaron juntos hacia ella. Alba se acercó a la pequeña puerta peatonal.
—No, está cerrada, tenemos que…
Calló y detuvo su avance. Alba observó como retrocedía unos pasos para poder abarcar toda la fachada de la vivienda, parecía buscar algo, dudaba.
—¿No es esta casa?
Gwen no contestó, se acercó a la puerta más grande, la que se usaba para el paso de los vehículos. Algo no estaba bien, había algo distinto.
Alba la observaba dar vueltas en círculos sobre sí misma, parecía buscar algo, o tal vez continuase en shock. El policía abrió la puerta peatonal y la llamó.
—¿Quiere acompañarme o prefiere esperar aquí?
Gwen lo miró.
—No, no se podía… yo… no… iré, iré con usted.
La chica parecía incapaz de reaccionar, seguía girándose buscando algo en la entrada.
Alba rodeó la casa y no tardó en encontrar el cristal roto anteriormente. Una vez dentro abrió la puerta principal. Entonces sí pareció despertar la mujer, se adentró corriendo en la vivienda. Alba le siguió preocupado pistola en mano.
Gwen se dirigió directamente al salón, la temperatura en él era muy agradable, nada que ver con el frío ambiente del exterior.
—¡Carla! ¡Carla! —Llamó.
—¡Carla! ¿Dónde estás? No te escondas, soy yo, Gwen.
Al no aparecer ni contestar la niña, Gwen abandonó el salón en dirección al resto de las estancias de la casa. Alba corrió tras ella.
—Espere, espere, no puede hacer eso, no hemos comprobado la casa, podría haber algún zombi en ella.
Gwen se detuvo, abatida.
—No, no había nadie dentro, Esteve comprobó toda la casa, no había nadie.
Se dio la vuelta y continuó hacia las habitaciones.
Tras unos interminables minutos los dos regresaron al salón. Debían aceptar que la pequeña no estaba en la vivienda.
—Debe haberse asustado y se ha marchado de la casa, en cuanto pueda enviaré a alguien a buscarla por los alrededores.
—Se la ha llevado con él.
—¿Qué? —Inquirió Alba.
—Ella no quería apartarse de él. Se había forjado una extraña relación entre ellos. Nunca habría aceptado quedarse aquí. La ha llevado con él, seguro.
El walkie de Alba crepitó.
“Todo el combustible está vertido. Hemos impregnado bien los muros. Vamos a incendiarlo”
—¡Noooo! —Gritó Gwen— tiene que detenerlos, la niña está con él, es solo una cría, no puede morir así, no debe. ¡Haga algo!
Al momento un profundo estruendo se sucedió. La combustión de toda la gasolina sonó como una lenta explosión.
Gwen corrió a la ventana, la misma ventana en al que poco antes estaba Bastian observando el centenario monumento. Las llamas ascendían devorando los muros y mientras tanto las campanas no dejaban de sonar, sus tañidos no cesaban.
Alba sostuvo a Gwen antes de que cayese al suelo. La sentó en el sofá y le llevó un vaso de agua.
—Lo lamento, de verdad. Siento mucho que haya ocurrido así.
La mujer no contestaba seguía con la mirada perdida en el flamear de las llamas que continuaban devorando la casa de Dios, la tumba de Bastian y Carla.
—Tengo que irme, debo coordinarlo todo, los zombis pueden intentar salir cuando se quemen las puertas de madera.
Como ella no hacía movimiento alguno el policía abandonó la casa, por la puerta en esta ocasión.
Gwen no pudo más y, al encontrarse sola, estalló a llorar, gritó y se golpeó con ambos puños en las piernas. El dolor pareció mitigar algo su pena. Fijó la mirada sobre la chimenea y entonces vio el osito de la niña. Parecía contemplarla desde su posición elevada, daba la impresión de que la estuviese llamando con insistencia. No pudo resistirse a su atracción y, sorbiendo los mocos que ya la impedían respirar, caminó hasta coger el peluche. Lo abrazó y lloró aún más desconsoladamente apoyada contra la pared.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando escuchó de nuevo la voz de Alba en el exterior gritando instrucciones, sirvió para sacarla de su abstracción y la obligó a moverse. Antes de salir reparó en un papel colocado en la mesa situada frente a la chimenea. Era un dibujo, en él se podía ver a tres personas, una mujer, dibujada con falda y pelo largo coloreada de rosa, un hombre con el pelo amarillo y coloreado de azul y entre ellos una niña toda de color rojo. Por la mesa, las pinturas que había usado para colorearlo. Gwen pasó el dedo por el contorno de cada uno de los dibujos, la yema quedó levemente impregnada de pintura de los tres colores. Recogió la hoja y abandonó la estancia abatida.
Las llamas envolvían por completo la iglesia… y las campanas continuaban sonando, era de locos. La temperatura en el interior del templo debía ser extrema. Recordó haber escuchado decir a alguien que el bronce de las campanas podría llegar a fundirse. Por fin el sonido cesó, las campanas quedaron en silencio definitivamente. Las lágrimas volvieron a inundar sus ojos saturados de llorar. Caminó hasta la puerta peatonal y salió fuera. El calor era insoportable, la nieve se fundía con rapidez en las inmediaciones y hacía correr a chorros el agua por la plaza. Se detuvo en el hueco que subsistía, aunque ya muy mojado por el hielo derretido, y recordó el coche allí aparcado, un 4×4 blanco. De nuevo se abrazó al suave osito como hiciera la niña pero esta vez no lloró.
Se aproxima el fin. Con la publicación del siguiente post se terminará la historia.
La publicación del capítulo final de Refugio zombi está programada para el día:
1 de abril a las 00:01
tic – tac