Día: sábado, 29 de diciembre de 2012
Entre las 12:00 y las 15:00 horas
Valle de Nuria
Después de no pocas deliberaciones, todos los supervivientes, sin excepción, decidieron partir con los policías y los cazadores a Ribes. Permanecerían en la Comisaría o en algún otro lugar seguro. A pesar de que ya lo suponían libre de zombis ninguno había consentido en quedarse en el Hotel.
Ya tenían organizado el convoy. En cabeza iría Alba. En su coche los supervivientes rescatados del restaurante de las pistas, además de Nacho.
El siguiente 4×4 lo conduciría Ramos, junto a él se acoplaron Mario y su padre, Arnau, Pietro, André y por último Leo.
Al volante del tercer vehículo se situó Piqué. Los seis cazadores se metieron con él en el coche.
Por último, cerrando la marcha iría Corbé, él conduciría el 4×4 perteneciente a la mujer asesinada. Mikel se sentó delante y Marga, Luna y Gwen detrás. Bastian y la pequeña Carla iban sentados en el maletero.
Alba arrancó y emprendió la marcha, el resto fueron arrancando también para situarse formando la columna que los conduciría hasta Ribes.
Corbé giró la llave en el contacto. Nada sucedió. Lo intentó de nuevo. El resultado fue el mismo. En el cuadro de mandos no parecía funcionar nada.
—¿Qué, qué pasa? ¿Por qué no arranca? Se alejan.
Mikel se removió inquieto, incluso intentó él hacer arrancar el coche. Marga y Luna comenzaron a llorar asustadas ante la perspectiva de tener que permanecer en el Hotel.
—Alba, tenéis que volver, el coche no funciona.
El convoy dio la vuelta y los ocupantes del coche averiado se fueron distribuyendo entre los demás vehículos. Corbé y Mikel se acoplaron en el de Piqué. Marga y Luna con Ramos. Bastian colocó, ayudado por Alba, a Gwen y Carla en su coche, luego llevó aparte al policía.
—Trataré de reparar el coche averiado, tengo conocimientos de mecánica, creo que podré arreglarlo.
—Ni hablar ¿Y si no lo consigue? No permitiré que se quede solo aquí.
—Esa no es su decisión, ni siquiera soy ciudadano español. Todos los coches van demasiado cargados, es mejor intentar reparar este. Si alguno sufre un percance no podrán continuar todos en dos coches.
A Alba no le hacía gracia tener que dejar a ese hombre en el Refugio solo. Lo que decía parecía tener sentido pero lo cierto era que estaba tan cansado que no podía razonar con claridad.
—No se preocupe, no tardaré, seguro que conseguiré repararlo.
Alba accedió por fin, no podían continuar demorándose, cuanto más tiempo pasase habría más probabilidades de que la infección se extendiese por todo el pueblo. Le entregó un walkie a Bastian y subió al coche.
—¡BASTIAAAAN! ¡NOOOOO!
La pequeña forcejeaba y retorcía su cuerpo para intentar zafarse de los brazos de Gwen.
—Bastian vendrá luego cariño.
Las palabras de Alba no calmaron en absoluto a la niña. Se giró y mordió con fuerza la mano de Gwen. Cuando ésta la soltó para apartarla la pequeña aprovechó para abrir la puerta y salir del 4×4. Una vez en el suelo corrió hasta Bastian y se le lanzó encima. Los pequeños bracitos de la niña rodearon con fuerza su cuello sin soltar el peluche que le había regalado.
Gwen y Alba salieron de nuevo del coche.
—Pequeña, no puedes quedarte aquí, él… Bastian lo arreglará y vendrá luego, sube al coche con la chica, por favor.
La niña no podía abrazarse con más fuerza a Bastian y éste empezaba a temer que al final el policía le obligase a subir a él también.
—No se preocupe agente, está bien, se queda conmigo y en cuanto lo repare les alcanzaremos.
—Ni hablar, eso no es aceptable.
Bastian improvisaba a toda prisa.
—Piénselo, aún en el caso de que no lograra arreglarlo usted no puede asegurar que no estemos aquí más seguros ¿Verdad?
Los otros vehículos comenzaron a hacer sonar el claxon, no entendían el motivo de este nuevo retraso.
Alba no supo como rebatir a Bastian así que accedió a que se quedase también la pequeña, le entregó una escopeta, regresó al volante y reemprendieron la marcha.
Una vez que Bastian vio alejarse a los coches un íntimo pesar desapareció. La cría llevaba el osito. Sabía, estaba seguro de que la niña actuaría como lo había hecho, pero durante un ínfimo instante temió que la pequeña no lograra salir o la mujer no se lo permitiese; y no se trataba sólo del contenido del peluche, había algo más, realmente se encontraba a gusto junto a ella. No era capaz de dar con las palabras que definieran lo que sentía por esa mocosa pero se sorprendió al comprender que si la niña no hubiera salido habría parado el convoy para retenerla junto a él.
—Tengo frío —la pequeña lo sacó de sus pensamientos.
Se agachó hasta que los pies de la niña se posaron en el suelo. Su costado volvió a enviarle un pinchazo. La cría en lugar de soltarse una vez en el suelo, se colgó de nuevo de sus hombros y levantó las piernas. Bastian desistió de intentar razonar con ella. Se elevó de nuevo sintiendo otro toque de atención de la herida recibida.
Dejó el walkie sobre el capó del coche y avanzó con la escopeta hacia el helicóptero.
—¿Vamos a ir volando en el helicotero?
—Helicóptero —corrigió Bastian.
—Sí ¿Sabes conducirlo?
—Pilotarlo —volvió a corregir a la pequeña.
—No ¿Sabes conducirlo? —Repitió.
Bastian no pudo evitar sonreír.
—No, no sé conducirlo —usó ahora sus mismas palabras.
—¡Qué pena!
El aparato estaba rodeado de cadáveres de zombis. Localizó al gordo monje entre ellos. Se arrepintió de no haber insistido más en que la niña permaneciese en el coche.
—Tengo que coger algo de dentro. Cierra los ojos y no los abras hasta que te lo diga ¿Vale?
—¿Es un juego?
—Sí, supongo que es un juego.
Bastian se inclinó y alargó el brazo libre hasta alcanzar la mochila.
—¡AH! —No pudo reprimir una queja de dolor, el esfuerzo había sido demasiado esta vez.
—¿Te duele la pupa?
—¿Pupa?
La niña le señaló el costado.
—Sí, me duele la pupa.
—Si quieres puedo ir andando para que no te duela.
—No te preocupes. No pesas mucho.
—¿Por qué has robado esa mochila?
Bastian se detuvo un momento y miró a los ojos a la niña. Tenía su cara a un palmo.
—Esta mochila era… es mía.
—Y ¿Por qué estaba en el helicotero?
—Alguien me la quitó.
—Alizée.
—Sí, Alizée.
Una vez junto al todoterreno abrió la puerta de atrás, hizo pasar a la niña y dejó la mochila en el suelo del coche. Se sentó al volante y descubrió la tapa de fusibles.
—¿Qué haces?
—Arreglar el coche.
—¿No abres el motor?
—No hace falta.
Colocó los fusibles que había sacado con anterioridad, cerró la tapa y giró la llave en el contacto. Al instante el motor rugió.
—¿Puedo ir delante?
Bastian se giró para mirar a la pequeña.
—Mi madre nunca me deja ir delante.
—Entonces supongo que no puedes.
—Ya no está mi madre y detrás no hay sillita.
Bastian volvió a girarse. La niña le observaba con una mueca que pretendía ser graciosa en la boca.
—Vale. Pasa aquí delante.
La pequeña saltó con habilidad al asiento del copiloto y se sentó. Su cabeza apenas superaba la parte de abajo del cristal de la ventanilla. Bastian se colocó su cinturón y se dispuso a arrancar.
—¿No me atas?
—¿Atar?
—Mamá nunca me deja ir sin cinturón.
Bastian extrajo la marcha y puso el freno de mano. Tiró del cinturón de seguridad del acompañante y lo abrochó. La parte de abajo le llegaba casi por el pecho y la parte superior le pasaba sobre la cabeza.
—Así no está bien.
—Espera aquí.
Bastian corrió de regreso al comedor, fue hasta el sofá. Los asientos presentaban manchas de sangre. Eligió dos de los cuatro y regresó al coche. Los colocó con la parte más limpia hacia arriba y sentó sobre ellos a la niña, luego volvió a asegurarla con el cinturón.
—¿Mejor así?
—Sí.
—Bien.
Arrancó por fin mientras observaba de reojo como la niña acariciaba la cabeza del osito.
Las huellas de los coches que le precedían eran perfectamente visibles. Aceleró. No tenía pérdida pero no quería que se distanciasen demasiado.
La niña intentaba vencer la resistencia del cinturón para alcanzar a encender la música. En lugar de ayudarla permitió que la cría lograse su objetivo.
—¡Ya está!
El equipo de música se encendió pero no sonó nada.
—¿Está roto?
Bastian miró el display.
—Es la radio. Las radios no emiten nada. Nada desde que se fue la luz.
—¡Jo!
Bastian pulsó otro botón y la opción de CD se encendió, al instante una música invadió todo el coche.
Si alguien juzga mi vida contigo
Y te dice a pesar del dolor
Si me acusan de no haber tenido
La fe para darte todo lo que soy
Si me dices que nunca he creído
En la magia, la luz de neón
Si me acusan
Mi amor hoy te digo que yo sólo soy…
Culpable por haber aprendido a querer
Por haber escuchado tu voz
Y culpable de haberte tenido
Y de darte calor
Culpable por haber esperado tu amor
Por haber aprendido a entender
Y culpable de haberte perdido
—Es Lagarto Amarillo
—¿Qué?
—Esa canción le gusta mucho a mi hermano ¿Sabes lo que es un lagarto?
Bastian no pudo evitar sonreír.
—No —contestó— dímelo tú.
—Es… como una lagartija pero más grande.
—Ahora creo que ya sé lo que es.
La niña continuó tarareando la canción.
Y si juzgan que nunca he tenido
Ni poder, ni palabra de honor
Si te dicen que nunca he sabido
Volver cada vez que me voy
Y a la vez que la excusa fue haberme perdido
En los brazos de quién me encontró
Si me acusan
Mi amor sólo digo que yo sólo soy…
Culpable por haber aprendido a querer
Por haber escuchado tu voz
Y culpable de haberte tenido
Y de darte calor
Culpable por haber esperado tu amor
Por haber aprendido a entender
Y culpable de haberte perdido
Si me dices que nunca he querido creer
En la magia, la luz de neón
Si me acusan
Mi amor hoy te digo que soy…
—¿Te ha gustado?
—Claro.
—¿La ponemos otra vez? ¿Sí?
Bastian pulsó para que la canción sonara de nuevo.
Continuar tras las huellas del convoy no estaba resultando tan complicado pero Bastian tenía que prestar toda su atención para no dormirse, la niña, en cambio, ponía una y otra vez la misma canción y no paraba de cantarla. La nieve se acumulaba en el parabrisas empujada por los limpias formando ya una gruesa capa.
—¿En qué coche va Gwen?
—¿Ves aquellas luces rojas de delante? —Bastian le indicaba a la niña los faros traseros del último coche— pues dos coches más adelante.
—No.
—Espera, han girado, enseguida volverás a verlas.
—Ahora sí, ahora sí las veo. Yo te aviso para que no te pierdas ¿Vale?
—Vale.
El camino transcurría con la niña avisándole cuando las luces reaparecían y protestando cuando no las veía.
—Bastian, aquí Alba ¿Ha conseguido reparar el coche? —El walkie sonó a todo volumen pero el francés lo ignoró.
—Bastian ¿Me oye? ¿Ha reparado el coche?
Los ojos de la niña iban alternativamente del walkie a Bastian y viceversa. Estiró su brazo y se lo ofreció a Bastian. Él lo cogió y lo mantuvo pegado a sus labios unos instantes pensando qué contestar.
—No, está costando más de lo que esperaba, pero no se preocupe, estamos bien.
—Vale, si lo consigue diríjase a la Comisaría de Ribes, en caso de que no pudiese arreglarlo asegúrese en la cocina del Hotel, seguiremos en contacto, fin.
—¿Por qué le has dicho que no habías arreglado el coche? Eso es una mentira.
—Es, es una sorpresa.
Bastian apagó el aparato y lo lanzó al asiento de atrás. La pequeña le observó sin estar muy convencida.
Del exterior sólo se percibía el monótono sonido de la nieve al ser aplastada por los neumáticos del coche. Las casas aparecieron de repente. Tenían un blanco inmaculado, de hecho eran completamente blancas, como los árboles, también las farolas; todo era de de un color blanco tan intenso que hacía daño a la vista. El 4×4 redujo la velocidad al mínimo. La puerta del jardín de la primera casa se abrió y de ella salieron dos chicos, se acercaron al coche sonriendo y pusieron sus manos rosadas sobre el cristal. La pequeña colocó la suya desde dentro, sobre su huella. Sonrió también. Cuando la retiró no quedaba rastro de las delicadas manos, ahora eran dos muñones sangrantes. Sus caras ya no mostraban sonrisas sino muecas terroríficas. No eran personas. Eran zombis, una familia completa de zombis con las ropas raídas, manchadas de sangre. Los dejaron atrás. De la siguiente casa salieron más… zombis, cuatro, dos adultos y dos niños, junto a ellos un perro, también infectado. Miró al final de la calle, se llenaba por momentos de zombis, salían de todas partes, parecían surgir de la nada. La nieve se iba tiñendo de rojo. Volvió la cabeza hacia atrás. La nieve ya no era blanca, el rojo de la sangre se extendía por el suelo, las paredes, las casas, los árboles, incluso daba la impresión de que el cielo también fuese adquiriendo ese color. Hasta los copos que caían eran rojos. Una población de zombis seguía el rastro del vehículo con paso vacilante. Volvió a mirar al frente. Los zombis invadían la carretera, a medida que el coche avanzaba todo se fundía en rojo. Un grupo se acercó a su ventanilla, los conoció enseguida: el Director del Hotel, el monje malo que disparó al cristal. Los dos eran horribles zombis. Incluso el bello rostro de Gwen era ahora una máscara de sangre y odio deformado por completo. Más adelante reconoció al policía joven, también al monje que ayudó a salvarla. Su hábito estaba tieso por la cantidad de sangre que lo impregnaba. Fue encontrando a cada una de las personas con las que se había refugiado en el Hotel. Todos tenían el mismo aspecto, todos eran zombis.
El coche se detuvo totalmente incapaz de seguir avanzando. La mancha sanguinolenta que les perseguía se cerró completamente por delante, engulléndoles. Ahora todo había dejado de ser blanco para ser rojo, rojo sangre. Tres zombis se abrieron paso entre la muchedumbre que rodeaba el coche. Les reconoció de inmediato se trataba de sus padres y de su hermano. Sin embargo, sus rostros no estaban manchados de sangre, eran la única nota blanca que quedaba. Su piel parecía perfecta, lisa, brillante. Sólo sus ojos denotaban su condición. Sus padres y su hermano pegaron las caras a la ventanilla. Carla dejó escapar un reguero de finas lágrimas.
—Tienes que ayudarles Bastian, tú puedes, tienes que ayudarles a todos.
—Bastian…
—Bastian…
Giró la cabeza y lo descubrió con los dedos descarnados al volante, ya no quedaba rastro de su bello rostro y sus ojos ya no eran de ese azul intenso, ahora eran como los de los otros, rojos, muertos, vacíos de vida y llenos de odio. Su mano se dirigió hacia ella.
—Pequeña, pequeña despierta.
La niña abrió los ojos de golpe. Bastian la sujetaba suavemente del hombro, sus ojos volvían a ser maravillosamente azules, sus manos, aunque sucias, volvían a tener toda la carne. Al frente el paisaje era de nuevo nevado. Apenas podía inspirar algo de aire, su corazón jamás había latido tan rápido.
—Te has dormido. Has debido tener un mal sueño, no te preocupes, ya estás a salvo.
La niña no fue capaz de decir ni una palabra.
Las casas del pueblo de Queralbs, cubiertas con un grueso manto blanco, parecían una postal navideña. El convoy, una vez abandonadas las vías, tomó la carretera que conducía a Ribes. Bastian se detuvo para que no les descubrieran, conducía con las luces apagadas pero no quería correr riesgos. Cuando consideró que estaban suficientemente lejos continuó la marcha y entró en la carretera. Al llegar al desvío que había tomado el convoy lo dejó a la derecha y siguió recto.
—¡No! Es por ahí —la niña señaló la carretera que habían dejado a un lado— frena, es por allí —se giraba del todo y señalaba hacia atrás.
Bastian detuvo el coche.
—No vamos a ir con ellos.
Podía haber mentido a la niña, podía haberle dicho que irían por otro camino pero algo en su interior le impedía engañarla.
—Pero Gwen… Gwen va en ese coche, tenemos que ir con ella.
—Ellos van a un sitio —meditó las palabras a usar para evitar resultar cruel con la pequeña pero una vez más no supo encontrarlas. Nuevamente se decidió a hablarle con una total sinceridad— en el pueblo al que van hay zombis. Seres como los que había en el Hotel, dicen que sólo dieciséis pero no será así, la infección se extiende muy rápido y apenas les queda munición. No podrán con todos y morirán. Gwen también.
La niña no parecía escucharle. Le cogió de la manga.
—Todos van a morir, las personas del pueblo. Tienes que ayudarles, lo he visto. Contigo tendrán más possbidades —a la pequeña no le salía la palabra que Bastian le dijera en el Hotel— si no, todo será rojo ¡TODO!
Bastian no entendía a qué se refería.
—Esta vez no pequeña, esta vez no iremos con ellos.
La niña frunció los labios y se soltó con habilidad el cinturón. Se giró y antes de que Bastian pudiera reaccionar abrió. Como la puerta del coche resultó pesada para ella empujó con las dos manos y el cuerpo para ayudarse. Al abrirse por fin, cayó de bruces desapareciendo en la nieve.
Bastian bajó por el otro lado y corrió hacia ella. Cuando llegó, la niña se sacudía la nieve de la cara y se volvía hacia él.
—¡CARLA! ¡ME LLAMO CARLA! ¡NO ME LLAMO PEQUEÑA!
Bastian la observó darse la vuelta y caminar en la dirección que recordaba haber visto alejarse los coches. La nieve le llegaba casi al pecho. Cada dos o tres pasos caía y volvía a levantarse escupiendo nieve, pero no se detenía. Bastian sonrió. La niña tenía razón. Mientras no tuviera nombre era alguien de quien podía prescindir sin esfuerzo, alguien sin la menor importancia. Pero intentaba engañarse, esa cría era, posiblemente, la única persona que le importaba en el mundo y lo curioso era que no sabía por qué, pero iba a permitir que una mocosa de, ni siquiera conocía su edad, cinco, seis años, tomase las decisiones por él. El horror vivido había creado un extraño vínculo entre ambos y desde luego, él no quería romperlo, no podía, no era capaz.
—Carla —Bastian utilizó por primera vez su nombre.
—¡QUÉ! —La niña se dio la vuelta.
—Vale, tienes razón, iremos al pueblo.
—LES AYUDAS Y NOS VAMOS —volvió a gritar.
—De acuerdo —asintió.
—¿Puedes cogerme? Hace mucho frío.
Ribes. Hogar y polideportivo
La familia de Germán había decidido reunirse en el Hogar. Cuando le dijeron que irían allí en lugar de dirigirse al Ayuntamiento, antes de conocer la naturaleza de la llamada de Ramón, no le concedió importancia. Ahora que los zombis habían escapado de la Comisaría sólo podía pensar en una cosa: su familia.
Ya habían contactado con el Valle y en el Ayuntamiento, la Alcaldesa estaba al corriente de los últimos acontecimientos, ya había hecho bastante, tenía que poner a salvo a su familia.
—Me voy al Hogar.
Juanjo lo miraba dentro del Nissan de la Guardia civil en el que se encontraban.
—Pero, nos dijeron que fuéramos al Ayuntamiento, todo el mundo debía reunirse allí.
—Y con lo que sabes ahora te parece la alternativa más inteligente —no le dejó responder— además, mi mujer y mis hijos están en el Hogar. Hay más gente allí refugiada con ellos, alguien tiene que advertirles de lo que ocurre.
—Pero…
—Tú puedes hacer lo que quieras, ve al Ayuntamiento, ve a tu casa o ven conmigo, tú decides.
Germán inspiró profundamente y bajó del coche.
—¿Qué haces? Voy contigo, pero vayamos en coche.
Germán señaló el contacto.
—No está la llave, seguramente continúe dentro del bolsillo de alguno de los Guardias.
—Me refería a tu coche.
—Vine con Gustavo. Tenemos que ir andando.
Germán empuñó la pistola que había encontrado y extrajo el cargador. Estaba lleno. Debía haber unas catorce balas. No había disparado una pistola desde que hizo el servicio militar, pero disparaba su fusil de caza a menudo. Alojó un cartucho en la recámara y se guardó la pistola en el cinturón. Luego cogió una de las Franchi colocadas en el armero del 4×4. No podía sacarla, una barra de hierro recorría todos los guardamontes y terminaba con un candado.
—Dispara. Dispara al candado, tienes una pistola.
Germán colocó el cañón del arma tocando el candado. Volvió a guardar el arma sin disparar.
—¿Qué haces? Yo no tengo ningún arma. Dispara.
—No. el ruido podría atraerlos aquí ¿Quieres eso?
—No joder, pero ¿Cómo voy a defenderme sin la escopeta?
—¿Has disparado alguna vez una de esas?
—¿Dónde voy a disparar una escopeta de la policía? Claro que no.
—Entonces es mejor que no lleves un arma; terminarías dándole a alguien.
—Sí, a uno de esos zombis.
—No, a cualquiera que esté cerca de ti, yo incluido. Si nos encontramos con los zombis lo mejor es correr, no enfrentarse a ellos. Y vámonos ya.
Germán cerró la puerta y echó a andar entre la nieve con paso rápido. Juanjo dio varios tirones de la barra y al final bajó también y corrió tras el cazador.
Germán caminaba entre la nieve pensando que no se escuchaba nada, apenas el leve zumbido del poco viento que soplaba. Muchos inviernos habían sido así. Nieve, frío, incomunicación. Se detuvo, dio una vuelta sobre sí mismo y continuó. Todo parecía normal, nada indicaba que un pelotón de zombis anduviesen sueltos por el pueblo.
Juanjo se situó a su costado, respiraba con dificultad, su forma física no era la más adecuada, o tal vez el miedo que sentía, que ambos sentían, le impidiese a sus pulmones abrirse normalmente.
Germán se detuvo de golpe. Juanjo chocó contra su espalda y los dos tuvieron que hacer equilibrios para no caer. El cazador extrajo la pistola de su cinturón. Delante de ellos la nieve aparecía pisoteada y con manchas de sangre.
—¡Joder! ¿De dónde ha salido esa sangre?
—¡Sssssst!
Ahora ya no se escuchaba sólo el zumbido del viento, tampoco su respiración desbocada podía solapar el… el otro sonido que flotaba en el aire.
—¿Qué es eso? ¿De dónde viene?
Germán señaló a su derecha, delante. Asió el arma con las dos manos y caminó arrastrando los pies. Juanjo iba pegado a él, con la mano en su espalda. El ruido iba creciendo, el cazador lo identificó por fin, alguien se alimentaba, desgarraba y masticaba febrilmente lo mismo que las alimañas del monte.
Dos pasos más les permitieron ser testigos de la escena; Puyol y un anciano desgarraban el vientre de una mujer, también mayor, seguramente su esposa, sobre un charco de sangre que crecía por momentos. Juanjo se dobló sobre sí mismo y vomitó al lado de Germán. Éste ni se inmutó, permanecía absorto, incapaz de apartar la mirada de los restos que se iban diseminando por el suelo.
—Dispara. Dispara sobre ellos, sólo son dos.
Puyol y el zombi levantaron las cabezas, les habían descubierto. Germán apuntó hacia ellos, los tenía a pocos metros. Dudaba a quién disparar primero. En ese instante los dos apartaron sus fauces del estómago de la mujer y ésta se incorporó como si tuviese un muelle articulado en su tronco. Sus ojos y sus facciones ya no eran humanos.
—Mierda ¿Has visto eso?
Los ojos de los tres zombis les observaban. Lentamente se fueron incorporando. De las bocas de Puyol y el anciano goteaban regueros de sangre. El vientre de la mujer devorada dejaba escapar órganos a sus pies. Todos iniciaron movimiento hacia ellos.
La pistola subía y bajaba, las dos manos de Germán parecían no ser suficientes para detener su movimiento. El cañón del arma iba de uno a otro, incapaz de decidirse, bajó la pistola y echó a correr hacia el Hogar. Juanjo tardó un momento en reaccionar pero enseguida le siguió.
—Tenemos que avisar a la gente, será una masacre.
Juanjo miró hacia atrás mientras corría, sí, les seguían los tres zombis, los dos ancianos delante y el policía cada vez más retrasado.
El barullo procedente del Hogar era cada vez más perceptible. Cuando los dos hombres entraron todas las cabezas se giraron hacia ellos. Estaban tan exhaustos que ninguno podía hablar con claridad. Germán cerró la puerta y comenzó a colocar contra ella mesas y sillas.
—Eso es muy endeble, no aguantará.
Juanjo corrió hasta la mesa de billar, dos hombres jugaban una partida. Germán llegó al otro lado y entre los dos comenzaron a arrastrarla hacia la puerta. Las bolas iban de un lado a otro del tapete.
—¿Qué coño os pasa? Estamos jugando.
El otro jugador le dio un codazo y le señaló la pistola que descansaba en la espalda de Germán.
—Tenemos que cerrar todo, no pueden entrar.
De pronto recordó algo y corrió hacia la barra.
—¿Dónde está mi mujer?
El camarero lo miraba sin atreverse a responder.
—¿DÓNDE? —Gritó.
—Supongo que estarán en el polideportivo, han organizado juegos para los niños.
Juanjo se asomó a una de las ventanas.
—No vienen. Germán, no nos han seguido.
—Han ido al polideportivo ¡Joder!
Entre los dos volvieron a apartar la mesa ante la mirada de incomprensión de los presentes.
—¿Quiénes no os han seguido? ¿Quién ha ido al polideportivo?
El camarero sujetaba a Germán de las solapas de la chaqueta, en su rostro se adivinaba ahora el miedo. Se fijó en la ropa del cazador. Tenía manchas de sangre y todo él despedía un fuerte olor a podrido. Lo soltó y se echó atrás.
Los gritos procedentes del exterior les llegaron con total claridad.
—¿Quién viene? ¿Por qué gritan?
—Los zombis, vienen los zombis y grita la gente por qué la están devorando —contestó Juanjo.
El camarero se apartó un par de pasos de ellos sin tener muy claro qué pensar.
Los gritos de una mujer se escucharon al otro lado y la puerta comenzó a recibir multitud de golpes.
—Abrid, abrid por favor. Se los comen, se los comen y luego se levantan.
Germán terminó de apartar la mesa de billar y abrió la puerta. Al instante varias personas entraron en el local, cuando el último pasó, Germán volvió a cerrar.
—¿Y la gente? ¿Dónde está el resto de la gente?
—Nosotros hemos conseguido salir por la puerta más cercana, el resto de la gente ha escapado por la otra, gritaban que debían ir al Ayuntamiento como nos dijeron en un principio. Es horrible, dos personas entraron. Parecían malheridas, algunos intentaron ayudarlos y se les echaron encima como animales, arrancaban su carne a dentelladas, y —se detuvo un instante para tomar aire— y enseguida, los que habían sido mordidos actuaban como ellos. Es horrible. Joder ¿Qué les pasa? ¿Por qué hacen eso?
Los que estaban dentro del Hogar los miraban sin saber qué pensar.
Más golpes sobre la puerta y gritos desgarradores los sorprendieron, pero en esta ocasión no eran gritos humanos, no podían serlo.
Se acercaron a una de las ventanas. Fuera, tres zombis aporreaban la puerta.
—Fíjate en eso —señalaba al zombi más próximo a la ventana. Un trozo de intestino grueso le colgaba de la cavidad abdominal— no se puede tener las tripas así y continuar vivo.
—Ya no están vivos, son zombis. Hay que impedir que entren aquí —Juanjo cerraba las cortinas a la vez que intentaba apartar a la gente.
—Mi familia está fuera.
Germán empuñó la pistola y abrió la puerta cogiendo a todos por sorpresa. El primer disparo instaló un pitido uniforme en el cerebro de todos. La cabeza del zombi más próximo se desplazó hacia atrás y el hombre se desplomó. En el interior del Hogar los gritos se sucedieron. Germán encañonó al segundo y volvió a disparar. En esta ocasión todo el cuerpo salió despedido hacia atrás. El tercer zombi tropezó con el cadáver caído del primero, su cabeza quedó entre las piernas de Germán. Apoyó la pistola sobre su coronilla y apretó el gatillo. Su cuerpo entero se sacudió y quedó inmóvil sobre el cerco de sesos y sangre esparcido por el suelo.
A todos les pitaban los oídos. Ninguno acababa de reaccionar ante los asesinatos que terminaban de presenciar.
Germán sacó los cuerpos fuera y, situándose en la puerta, les gritó a los de dentro más fuerte de lo que hubiera querido:
—Permaneceremos aquí dentro. No dejaremos entrar a nadie y estaremos en silencio. La policía ya está de regreso del Valle, no tardarán en ayudarnos.
Ribes. Ayuntamiento
La Alcaldesa se removió inquieta frente a la ventana. Los peores temores de Ramón se habían cumplido y además él estaba muerto, asesinado por su propio hermano. Todo parecía sacado de una película de terror. El temporal, el aislamiento, los asesinatos, y ahora los zombis. Retomó imágenes de películas y series de zombis. Siempre le había parecido un argumento absurdo, imposible, los muertos no andaban. Pero ahora estaba ocurriendo y pasaba en su pueblo.
Cuando le dijeron que la infección ya estaba en Ribes las piernas estuvieron a punto de fallarle pero cuando la informaron de que un montón de zombis caminaban detrás de un coche fue demasiado. Alexander volvía al Ayuntamiento, ella se lo había indicado así. Debía recorrer todo el pueblo avisando a sus habitantes y luego regresar… al Ayuntamiento. Llevando detrás de él a ese cortejo mortal.
Le habían dicho que debían permanecer encerrados dentro del edificio del Ayuntamiento. Sin hacer ruido ni dejarse ver. Cuando le comunicó al policía que estaba al mando que parte de la población estaba repartida en el Hogar y Polideportivo, el silencio que se produjo le indicó que eso no era bueno.
La población estimada de Ribes era de unos mil ochocientos habitantes, amén de los visitantes y turistas; de ellos, unos seiscientos se hallaban refugiados en el Ayuntamiento, el resto o estaban en el Hogar o permanecían dentro de sus casas. En el Hogar no disponían de walkie así que no tenía modo de saber cuántos habían acudido allí. Era consciente de que los hoteles seguramente no se habrían desalojado por completo, no disponía de personal y probablemente tampoco de autoridad para obligarles. Al menos había conseguido que los que se hallaban en el Consistorio permaneciesen encerrados juntos en la estancia más grande; el Salón de Plenos. Habían asegurado todo a cal y canto. No les había informado de lo que realmente pasaba, corría el riesgo de que no la tomasen en serio y se marchasen, o de que cundiera el pánico y decidieran huir. Les había contado que la policía rastreaba el pueblo en busca de los asesinos del agente de policía y del bebé. Algunos habían presentado múltiples objeciones pero al final el grupo se había impuesto. Leyre observaba como cuchicheaban en corros, tal vez demasiado alto.
El sonido del megáfono fue llegando hasta ella. El resto de vecinos también lo fue oyendo. Algunos caminaron hasta las ventanas para contemplar la llegada de Alexander.
El conductor observó por el retrovisor. Se intuía el grupo caminando tras él. No entendía el motivo de que fuesen andando. Para llegar hasta Ribes habrían usado sus coches y el tiempo que hacía no invitaba precisamente a pasear. Decidió esperar a que lo alcanzaran.
El golpe sobre la ventanilla lo sobresaltó. Qué formas de comportarse eran esas. Cuando ya se disponía a abrir y encararse con el animal se fijó en el rostro del Guardia; eso no era un rostro, era una máscara de terror, la cuenca de su ojo derecho era un agujero sangrante y el ojo que aún le quedaba en su sitio daba más miedo que la ausencia del otro. El gruñido y los nuevos golpes sobre el cristal lo sacaron de sus pensamientos. El grupo de Guardias Civiles rodeaba su coche. Tenía que largarse de allí. Pero no podía reaccionar, le resultaba imposible dejar de llevar la vista de la cara de uno de ellos a la de otro. Todos presentaban los mismos ojos, la misma mirada mezcla de intenso odio y primitiva necesidad de alimentarse.
Desde las ventanas del Ayuntamiento fueron testigos de cómo el grupo de Guardias reventaban ventanillas y parabrisas para, acto seguido, sacar a Alexander del vehículo y proceder a devorarlo delante del coche, con ellos como macabros espectadores.
Los gritos de terror se extendieron por el interior del Salón de Plenos. Algunos intentaron salir para auxiliar a su vecino. Leyre intentaba que todos mantuviesen la calma pero en realidad casi no podía reprimir sus ganas de gritar también. Los zombis no tardaron en escucharles. En cuanto el cuerpo de Alexander volvió a la vida se aplicaron en buscar nuevo alimento.
En ese momento comenzaron a llegar personas corriendo y gritando procedentes del Hogar. Los primeros se lanzaron inocentes en brazos de los Guardias, cuando repararon en su error ya era tarde. En la entrada del Ayuntamiento los alaridos de terror y de impotencia eran continuos. Los que llegaron después tuvieron más suerte, los zombis andaban ocupados devorando a los primeros. Fueron acercándose a las puertas, les habían dicho que debían refugiarse en el Ayuntamiento y no pensaban en otra cosa que no fuera eso, daba lo mismo que estuviese cercado por los zombis.
Leyre, ayudada por varios vecinos, abrió las puertas, la gente, histérica, entró en tropel. La Alcaldesa intentaba observar a los que pasaban, le habían dicho que la infección se transmitía de forma inmediata, en pocos segundos te transformabas en una de esas cosas y ella había sido una testigo aventajada del proceso. Si se colaba algún infectado dentro todos estarían perdidos. Permanecía atenta a las puertas, cuando dejó de llegar gente aprovechó para cerrar.
En el exterior los atacados ya se habían transformado y más de cuarenta zombis se dirigían hacia la entrada del Ayuntamiento. En el interior se escuchaban llantos y gritos ahogados. Leyre trataba de observar los rostros de los presentes buscando signos de comportamientos extraños. Sólo encontró miedo y desesperación. Ninguno de los refugiados parecía estar infectado, ya se habría transformado; eso era bueno. Las puertas de entrada comenzaron a temblar; eso era malo. Las hojas eran de madera maciza, robustas, pero con semejantes embates acabarían por derribarlas. Recordó las palabras del joven policía: permaneced en el interior del Ayuntamiento en silencio y sin dejaros ver, los estímulos sonoros y visuales los activan.
Se subió con dificultad en la barandilla de la escalera y les hizo señales a todos para que permaneciesen en silencio. La gente fue callando y a medida que lo hacían los zombis del exterior se iban calmando.