Día: sábado, 29 de diciembre de 2012
Entre las 06:00 y las 09:00 horas
Valle de Nuria
Había sido un amanecer frío de un día más gris de lo normal. Como una maldición añadida la nieve continuaba cayendo. La luz de un sol que no podía estar más escondido dejaba ver un Valle plagado de cadáveres. El rojo oscuro de su sangre era la única nota de color sobre el extenso manto blanco. Hacía ya rato desde que realizaron el último disparo. Fue a un zombi procedente de la zona del Albergue. Ramón casi agradeció haber llegado de noche, disparar sobre esas personas, zombis o no, siendo capaz de verlas perfectamente era aún más difícil.
Uno de los cazadores, Gustavo, estaba preparado café en un hornillo. Ramón observó como la cacerola de aluminio sobre el fuego echaba humo distorsionando las imágenes. Recordó los momentos pasados de caza en los que había agradecido ese café recién hecho, caliente, demasiado fuerte para su gusto pero agradable por la compañía y la situación. Ahora dudaba si sería capaz de hacerlo pasar por su garganta sin necesitar vomitar una vez más.
Gustavo llenó varios vasos de plástico y los fue dejando en el maletero del 4×4. Todos, excepto los dos cazadores que había designado el Jefe para que continuasen cubriendo, uno el eje del Albergue y la Estación y otro el Hotel, fueron acercándose a por su vaso. Ramón se quitó los guantes y cogió entre las palmas de las manos el vaso hirviendo. Sintió como el calor iba invadiendo sus agarrotados dedos. Se acercó el vaso a los labios, casi estaba frío, la temperatura de sus manos lo había enfriado en exceso. Se lo tomó casi de un trago antes de que fuera imbebible. Alba lo miraba en silencio. No hacía falta que hablase, sabía lo que pensaba. Había que moverse. Tenían que ir al Hotel y enfrentarse en los pasillos a esas cosas. Esperó no obstante a que todos acabasen sus cafés para empezar a organizar el ataque.
—Gustavo, tú te quedarás al frente de esta posición. Tan solo Alba, Pique, Ramos, Corbé y yo iremos al Hotel, el resto permaneceréis aquí.
—Pero vosotros no sois suficientes, si vamos…—el Jefe lo cortó.
—No puedo pediros que vengáis con nosotros, ya habéis arriesgado suficiente. Además, necesitaremos que nos cubráis desde aquí, al menos hasta que nos adentremos en el Hotel.
Se tomó unos instantes y prosiguió.
—Si… si no lográsemos acabar con todos debéis poneros a salvo, debéis regresar a Ribes e informar de lo que aquí ocurre. Si las comunicaciones siguiesen interrumpidas tendríais que ir hasta Barcelona. La infección no puede salir de este Valle. Y Gustavo, una vez en la Comisaría, deberéis acabar con Puyol, él ahora mismo es la principal amenaza, no quiero pensar lo que ocurriría si quedase libre.
Se aproximaban en dos vehículos, uno lo conducía el Jefe, a su lado Piqué y detrás Corbé, el todoterreno de la mujer asesinada lo llevaba Alba, en el asiento del copiloto, Ramos.
Ramón observó el helicóptero al pasar junto a él. La nieve caída no había podido esconder las huellas de sangre esparcida por todas partes. Varios cuerpos muertos a su alrededor daban fe del horror que se había vivido en él. Se fijó en algunos de los cadáveres, se movían, o mejor dicho, abrían y cerraban la boca. Tomó nota mental de que deberían acabar con ellos cuando el Hotel hubiese sido dominado.
Se detuvieron frente a la puerta principal sin apearse de los coches. Un zombi apareció por la ventana rota, cayó al salir y se incorporó con la cara desencajada alargando sus manos hacia ellos.
¡BANG!
El disparo de alguno de los cazadores atravesó su cabeza y lo lanzó contra otra de las ventanas del Hotel. Sus amigos estaban atentos.
El Hotel constaba de tres plantas. Tendrían que ir piso a piso. Cada uno de ellos llevaba una Franchi y una pistola con dos cargadores. Todos portaban además una bandolera con más cajas de munición para la pistola y para la escopeta. Irían en dos grupos, Ramón, Piqué y Corbé en uno y Ramos y Alba en el otro.
Escopetas en mano se adentraron en el comedor por la ventana rota. Rápidamente se desplegó un grupo a cada lado del pasillo central. Había manchas de sangre por todas partes, restos humanos tirados bajo las mesas, lo que no hallaron fue ningún cadáver. Los muertos ahora caminaban junto a ellos.
Alba acercó su oído a la puerta de la cocina, no sabía a dónde conducía ni lo que se podía encontrar al otro lado. Le indicó con una mano a Ramos que se preparase para cuando abriese, un dedo, dos, al tercero empujó la puerta. Una vez dentro pensó que había sido una estupidez lo de los dedos, los zombis no entienden de tácticas; meneó la cabeza a un lado y a otro. Nada, en la cocina no había nadie. Mostraba un aspecto relativamente pulcro, no parecía que allí hubiese habido enfrentamientos. El almacén adyacente también se encontraba vacío.
El Jefe se dirigió hacia la puerta que daba a los lavabos. Una vez abrió se dio de bruces con la pila de muertos amontonados tras el ataque inicial, entre ellos estaban los de Lara y Klaus. Observó que una de las puertas de los váteres estaba cerrada, se lo hizo notar a Piqué.
—¿Hay alguien ahí?
En el interior del aseo pudieron escuchar claramente movimiento.
—Si hay alguien responda. De no ser así abriremos fuego.
El ruido de un pestillo al moverse precedió a la apertura lenta de la puerta. Ernest fue asomando la cabeza hasta identificar al Jefe de policía, sabía quién era, se había entrevistado en alguna ocasión con él por motivos de su trabajo como vigilante en el Hotel.
—Somos dos, hay un huésped conmigo. No estamos infectados —añadió enseguida— no disparen, no estamos infectados —insistió.
Los dos salieron con las manos en alto y entumecidos por el intenso frío soportado y la obligada inmovilidad.
Al escuchar voces, Alba y Ramos se acercaron sin perder de vista los accesos.
—Bajen los brazos ¿Dónde está el resto de huéspedes vivos? ¿Cuántos son?
Ernest y Mikel se miraron uno a otro. Fue una vez más Ernest el que respondió.
—No lo sé. En el comedor estábamos unas veintitantas personas cuando el monje disparó contra la ventana. Cada uno intentó escapar como pudo. Nosotros tuvimos suerte. Nos encerramos aquí y permanecimos en silencio, sin hacer ruido.
—En absoluto silencio —remarcó Mikel.
—Si los zombis no detectan ruidos acaban por tranquilizarse —aclaró Ernest.
—Entonces ¿No saben si hay más supervivientes?
—No, lo mismo pueden haberse salvado todos que ninguno.
Mikel hizo un gesto de asentimiento para significar que estaba de acuerdo con lo dicho por Ernest.
—Bien, ahora él —señaló a Piqué— les acompañará fuera. Quiero que vayan camino adelante hasta unos coches estacionados, permanecerán en ellos, allí hay gente que puede protegerles.
Cuando ya se disponían a salir por la ventana, Ramón cogió del brazo al vigilante.
—Ernest ¿Verdad? —Él asintió— mi hermano ¿Sabes algo de mi hermano? ¿Era uno de los que estaba aquí cuando dispararon contra la ventana?
Ernest bajo levemente la cabeza antes de contestar.
—No, cuando salimos a despejar de zombis los pasillos él…él no regresó, no sé lo que pudo pasar, no iba con mi grupo, iba con ese monje hijo de puta, el que disparó a la ventana.
—Y mi primo ¿Sabes que ha sido de él?
—No conozco a su primo.
—Eduardo, lo tienes que conocer, siempre iba con mi hermano.
—Espere, sí, Eduardo, sí, lo vi cuando llegó, el… joder ya no sé ni que día es hoy.
—Tranquilo.
—No le volví a ver, seguro.
—Pero podría estar en alguna habitación escondido.
Ernest volvió a mirar a Mikel antes de contestar.
—Cuando salimos a limpiar el Hotel, repasamos las habitaciones, no quedaba nadie con vida, bueno, miento, tan solo había una familia escondida en, no recuerdo el número, en la segunda planta. En algunas otras habitaciones había zombis, pero nadie más vivo, seguro. Lo siento.
—¿Cómo sabíais que había zombis dentro y no supervivientes? —preguntó Piqué.
—Llamábamos a la puerta, si contestaban estaban vivos, si gruñían y daban golpes en la puerta eran zombis.
—Marcamos con los cuchillos en las puertas de las habitaciones que había zombis una “Z” de, de zombis —aclaró Mikel.
—Vale, ahora salgan y continúen camino arriba, ya hemos avisado por radio que van para allá. Obedezcan cuanto les digan y esperen noticias nuestras.
Cuando salieron Ramón se apoyó contra la pared.
—Puede que estén en otro sitio, o que no contestasen cuando les llamaron —Piqué intentaba animarlo.
—Sí, puede, podría ser.
Volvieron a ocupar el salón y caminaron hacia la puerta principal del comedor. En la Recepción hallaron múltiples cadáveres. Procedente de las oficinas se escuchó un gruñido, luego pasos apresurados hacia su posición.
—Atentos —avisó el Jefe.
Una mujer ataviada elegantemente, apareció frente a ellos, en uno de sus pies faltaba un zapato, el otro producía un sonido seco a cada paso, un ¡Clac! Que se te metía en el cerebro.
—Por Dios, comprobad que son zombis antes de disparar —avisó el Jefe.
Las postas de la escopeta destrozaron su cabeza desperdigando restos por todas las paredes. La mujer salió despedida hacia atrás y rebotó contra un armario archivador quedando inmóvil boca abajo. El olor a muerte y a sangre se hizo más presente imponiéndose al hedor que despedían esos seres. Ramón sacó otro cartucho de la bandolera y lo introdujo en la recámara de la escopeta.
Abandonaron las oficinas de Recepción tras comprobar que no quedaba ningún zombi en ellas.
Subieron hasta la primera planta. El escenario era sobrecogedor, sangre y restos humanos por todas partes, prendas abandonadas, rotas y manchadas. Bolsos, móviles, incluso billeteras tiradas en el suelo. Intentaban caminar evitando pisar alguno de esos enseres.
Avanzaron hasta el final del pasillo de la derecha de la primera planta. No se tropezaron con zombi alguno. Ramón se preparó para abrir la puerta de la última habitación. Piqué y Corbé apuntaban con sus pistolas hacia la puerta. El Jefe empujó.
—Está cerrada, las cerraduras continúan funcionando.
—Aparte —Ramos se acercó con la intención de disparar con la escopeta sobre la puerta.
—Espera —Alba lo sujetó— no podemos ir descerrajando a tiros todas las puertas del Hotel. No creo que sea buena idea. Ya has oído lo que han dicho: los zombis reaccionan al ruido, además tampoco tenemos demasiada munición.
—¿Y cómo vamos a entrar entonces? —Ramos lo miraba sin dejar de apuntar con la escopeta hacia la puerta.
—En todos los hoteles tienen llaves maestras, tarjetas que abren todas las puertas —aclaró.
—Y de dónde vamos a sacar una de esas llaves —Ramos seguía con la intención de volar la cerradura.
—Supongo que estarán guardadas en Recepción —intervino el Jefe.
—Ramos y yo iremos a buscarlas —Alba le indicó que lo siguiera.
—Bien, nosotros comprobaremos si alguna de las habitaciones está abierta en esta planta.
De vuelta a Recepción Alba se ocupó de buscar por los cajones y casilleros a ver si daba con alguna llave maestra. Ramos vigilaba la entrada, la escopeta en sus manos parecía dotada de vida propia. Como no encontraron llave alguna pasaron a las oficinas. Cada uno se dirigió a una mesa para registrarla.
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Bastian había escuchado los disparos de escopeta, quien fuese ya estaba en el Hotel. Después de meditar al respecto había descartado que se tratase de gente afín al monje y a Alizée. Ellos ya tenían lo que querían y si su equipo había venido a buscarlos no se detendrían a intentar limpiar de zombis el Hotel, eso no iba con ellos, no era su problema. Por tanto debía tratarse de un grupo de rescate reducido, tal vez policías o personas de los pueblos cercanos. Esto último era más complicado, no veía como se podía convencer a civiles para que fuesen a enfrentarse a zombis, tal vez familiares de los trabajadores del Hotel. En cualquier caso eran la última esperanza de salir con vida del infierno en que se encontraban.
Volvió a asomarse por la mirilla. Aunque no veía directamente ningún zombi intuía que estaban cerca. Extrajo su arma y se dirigió al lado de Gwen.
—Vas a salir ¿Verdad? Sólo te queda una bala, es una locura. Tú mismo lo dijiste, lo mejor es esperar a que nos rescaten.
Bastian cogió su mano y colocó en ella la pistola.
—El arma es para ti.
La pequeña se acercó a Bastian y tiró de él para que se agachase.
—Les ayudas y vienes ¿A que sí?
—Sí, eso es.
El francés se incorporó y se dirigió al padre de Mario.
—Una vez que salga no debe permitir pasar aquí a nadie que no sea yo ¿Me ha entendido?
El hombre asintió levantándose después de varias horas sentado en la misma posición y acudió a la puerta. Bastian le hizo un gesto con la cabeza y salió. Al momento oyó como la puerta se cerraba de nuevo tras él.
No había zombis a la vista. Se dirigió a las escaleras y se asomó. Le pareció que alguien hablaba en la planta baja, enseguida descubrió a varios zombis que se dirigían hacia esas voces.
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Arnau también había escuchado los disparos producidos en el interior del Hotel. Hablaba con Leo a cerca de la posibilidad de salir a ayudar cuando Pietro les alertó.
—Arnau, dos personas acaban de bajar, llevaban escopetas y uniformes de policía. No se irán ¿Verdad?
El monje policía no supo qué contestarle.
—Será mejor que trate de hablar con ellos.
Dio un vistazo por la habitación buscando algo que sirviese como arma. Lo único que encontró fue una lámpara de pie. Arrancó el cable y desarmó la parte de arriba. Mediría poco más de un metro pero podría usarla para golpear a los zombis. A estas alturas ya había renunciado a esperar una posible curación para ellos, ahora se trataba de sus propias vidas, matar o morir.
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En las oficinas de Recepción Ramos había dejado su escopeta sobre una mesa y buscaba de forma frenética en los cajones a ver si daba con la llave dichosa. Cada pocos segundos levantaba la vista para controlar la entrada.
Los oyó antes de verlos. Se volvió para empuñar su escopeta. Cinco zombis asomaron a la puerta y se dividieron entre los dos objetivos, tres fueron hacia él y los otros dos se lanzaron a por Alba.
Ninguno de los dos policías se había visto acosado tan de cerca por varios zombis furiosos. Una cosa era acabar con ellos desde la distancia con la asepsia de un disparo en la frente y otra muy diferente tenerlos a escasos metros. Ni siquiera Alba se había sentido tan amenazado en su anterior enfrentamiento con ellos en las vías, tal vez por ignorar su origen y su naturaleza. Saber a lo que se enfrentaban lo hacía aún más inquietante.
El primero en disparar fue Ramos, las postas alcanzaron de lleno al primer zombi que se vio lanzado hacia atrás. El disparo no había sido todo lo preciso que debiera y el cerebro del zombi no recibió daños. Los otros dos se tiraron sobre él sin darle tiempo a disparar otra vez. Tan solo pudo interponer la escopeta y tratar de evitar sus dientes.
Alba no tuvo tiempo de empuñar su Franchi. Los dos zombis se abalanzaron sobre él sin que pudiese cogerla.
Cuando Bastian alcanzó la Recepción ya sabía que algo no iba bien, pudo escuchar los gritos de los zombis y al poco el disparo de escopeta le confirmó que estaba en lo cierto. Accedió a la oficina asomándose levemente a la puerta para evitar que otro disparo le volase a él la cabeza. Se encontró primero a Alba. Forcejeaba con un zombi intentando usarlo de pantalla para evitar las acometidas del otro. Bastian se aproximó en silencio. Cogió al zombi más retrasado de la capucha del chaquetón que llevaba puesto y tiró de ella con violencia hacia abajo. La frente del zombi golpeó contra la mesa de escritorio y rebotó. Bastian repitió la operación. El zombi recuperó la verticalidad. Tras el segundo golpe daba la impresión de estar conmocionado. Bastian aprovechó el momento de aparente confusión del zombi para lanzarle un tremendo derechazo a la mandíbula. El zombi cayó al otro lado de la mesa arrastrando papeles, bandejas y todo lo que había sobre ella.
La aparición del francés había dado un respiro a Alba que ahora sólo tenía que ocuparse de uno.
Bastian acudió entonces en ayuda de Ramos, tenía a tres zombis sobre él. Cogió a uno de ellos de una pierna y tiró con fuerza. Un sonido imposible de describir acompañó el cuerpo de Bastian en su recorrido hacia atrás. El francés cayó contra un armario sujetando entre sus manos la pierna arrancada del zombi. Intentó levantarse pero un lacerante dolor le subió desde el costado paralizándolo. Tuvo que desistir y dejarse caer.
Arnau entró en la oficina blandiendo la lámpara de pie como si de un bastón de majorette se tratase. La base de la lámpara alcanzó al zombi al que había arrancado una extremidad Bastian. El impacto se la desplazó a un lado. El siguiente golpe lo realizó como si dispusiera de un enorme martillo. La cabeza resultó aplastada y el zombi quedó inmóvil sobre el otro.
Alba logró por fin disparar su pistola contra la cabeza del zombi que lo acosaba, lo hizo prácticamente a quemarropa. En cuanto cayó realizó otro disparo sobre el zombi que había derribado Bastian.
Lo siguiente que se escuchó fue el disparo de escopeta que efectuó Ramos, la cabeza del zombi casi desapareció arrancada por los perdigones impactando a tan corta distancia. Al instante giró el arma buscando la cabeza del otro zombi que lo atacaba.
Tras los disparos, en la habitación se hizo el silencio y el olor a pólvora se fue extendiendo por todos los rincones imponiéndose al hedor congelado de la muerte.
—Suelte eso.
Tanto Alba como Ramos apuntaban con sus armas a Arnau. Los dos tenían frescas las explicaciones dadas por Ernest y Mikel sobre el monje que había disparado contra la ventana permitiendo la entrada de los zombis en el Hotel.
Arnau dejó caer el trozo de lámpara y levantó levemente los brazos.
—¿Quién es usted? —Alba se dirigió a Arnau ignorando la presencia de Bastian.
Arnau enarcó las cejas y tras meditar un instante decidió que debía decir la verdad aunque resultara increíble.
—Soy policía, pertenezco a Interpol Europa.
—Ya —Ramos avanzó un par de pasos hacia Arnau— uno de los huéspedes nos informó sobre un monje que había disparado contra los cristales y bueno, usted lleva hábito.
—Él no fue —Alba pasó a apuntar ahora a Bastian.
—¿Cómo dice?
—Que él no fue quien disparó. No sé si es policía o no (aunque en su interior pensaba que era así) pero él no disparó —Bastian respondió mientras se incorporaba con dificultad.
—Y usted es…
—Un huésped, soy sólo un huésped que debió elegir otro lugar para pasar sus vacaciones.
—Está herido —Ramos levantó la escopeta y apuntó directamente a la cabeza de Bastian— le han herido.
Bastian se levantó el jersey dejando a la vista el vendaje ensangrentado.
—No es de ahora y no me lo hicieron ellos.
—El contagio es muy rápido, si lo hubieran herido ya se habría transformado —Arnau acudió ahora en apoyo de Bastian.
El ruido de pasos procedente de la Recepción obligó a los dos policías a prestar atención a la puerta de entrada.
—¿Qué ha ocurrido? —Ramón entró seguido de Piqué y Corbé, en cuanto se hizo cargo de la situación dirigió el cañón de su arma hacia Arnau.
Una vez superada la confusión y recibidas las oportunas explicaciones por parte de Arnau y Bastian, Ramón decidió aparcar el tema de momento. No estaban para desaprovechar cualquier ayuda por extraña que pareciese. Les puso al corriente de sus planes y solicitó la colaboración de Arnau para proceder a limpiar el Hotel.
—No es buena idea —Bastian hurgaba en el contenido de un botiquín colgado tras una puerta en la oficina, cogió vendas, desinfectante, lo dejó casi vacío.
—A qué se refiere —El Jefe se había acercado a Bastian y observaba preocupado la sangre de su costado.
—No sabemos cuántos zombis puede haber en las habitaciones —mientras hablaba había desenvuelto varios rollos de vendas— marcamos las puertas de las habitaciones en las que había zombis, pero puede haber uno o diez —dejó su torso desnudo y se quitó el improvisado vendaje efectuado por Gwen— el espacio en la entrada de las habitaciones es muy reducido y no hay margen para el error, eso ya lo habrán comprobado.
Todos permanecían pendientes del francés, prácticamente vació el bote de desinfectante sobre su herida para limpiarla por completo, un gesto de dolor marcó su rostro. La secó con uno de los rollos de venda y fue aplicándose tiritas de sutura hasta realizar un cosido aceptable.
—Y según usted ¿Qué deberíamos hacer? —Alba era el que parecía más receptivo a escuchar los consejos del desconocido.
—Primero sellar los posibles accesos para que más zombis no puedan alcanzar el interior del Hotel —Alba tomó el rollo de venda que intentaba colocarse Bastian y terminó él de vendarlo— la ventana rota y cualquier otra ventana que hayan podido usar para entrar. Luego —inspiró con dificultad, el vendaje que le aplicaba Alba estaba bastante más apretado que el que llevaba— luego acabar con los zombis de los pasillos. Una vez se haya terminado con todos podrán ir limpiando cada habitación, una a una.
Se incorporó, ahora encontraba su costado más sujeto, de momento la herida había dejado de sangrar. Descolgó una chaqueta de un perchero y se cubrió, se estaba quedando helado.
—Todo esto dando por supuesto que no podemos contar con ayuda de ningún tipo ¿Cierto? —El Jefe asintió.
—Parece usted saber muy bien de lo que habla para ser un simple huésped —Ramos le observaba con recelo, también Arnau evaluaba su explicación. La manera en que se había realizado la auto cura indicaba a las claras que no debía ser la primera vez.
—Digamos que las horas superadas en esta situación son de algo más de sesenta minutos.
Alba situó el todoterreno de la mujer asesinada cubriendo la ventana rota. El resto se aplicó en verificar que no existiese ninguna otra entrada franca en la planta baja.
Bastian y Arnau observaban el lago helado y el terreno más cercano al Hotel. La nieve estaba enrojecida. Todo eran cadáveres desperdigados en las posiciones más diversas. El gesto del francés era preocupado.
Alba se situó a su lado.
—Parece perturbarle algo.
Bastian le devolvió la mirada inexpresivo.
—¿Han retirado cadáveres?
—¿Cómo? No, no hay tiempo para eso.
Bastian meneó la cabeza a un lado y a otro.
—Ahí hay muy pocos cuerpos. El Hotel estaba sitiado —Arnau asintió confirmando lo que decía.
Era algo que Alba ya había hecho notar aunque quería creer que podría haber calculado mal en su anterior visita al Valle.
—Y ¿Dónde han ido?
Bastian volvió a repetir el gesto.
—No lo sé.
Una vez cerrados los accesos se reunieron en la cocina. Llevarían a cabo la limpieza del Hotel tal y como había sugerido el francés.
Una vez verificada la primera planta Arnau condujo al grupo a la habitación en la que se protegían Leo, Pietro y André. Frente a la puerta de la habitación 139 Ramón saludó con frialdad al Director del Hotel.
Pietro no quería dejar la habitación hasta que todos los zombis estuvieran muertos pero tampoco quería quedarse solo. La decisión de Leo y André de acompañar a los policías acabó por convencerlo de salir también.
Las habitaciones de la primera planta no mostraban ninguna información acerca de los posibles ocupantes de las mismas, debía haber sido comprobada por Alain y Alizée. Bastian dudaba de que quedasen más supervivientes ocultos pero mientras permaneciesen dentro estarían protegidos. Decidieron subir a la segunda planta.
Verificado un corredor se dirigieron a la otra ala. Caminaban despacio, evitando hacer ruido alguno. Al llegar al final tampoco encontraron a ningún zombi. Se detuvieron frente a unas puertas de madera que ocupaban todo el pasillo. Bastian se aproximó hasta situarse a un metro de ellas, los otros permanecían junto a la puerta de la última habitación del rellano, excepto Piqué que fumaba un cigarro junto a las escaleras. El olor que escapaba le era de sobra conocido.
—No recuerdo que estas puertas estuviesen aquí —había retrocedido hasta colocarse al lado del Director y le hablaba al oído.
—Normalmente están abiertas, tras ellas hay otra puerta similar a la de una habitación pero de doble hoja.
—Y esa puerta ¿Adónde lleva?
El Director empezaba a intuir el motivo de las preguntas que le formulaba Bastian.
—No creerá… conducen, conducen a una sala de reuniones… con capacidad para trescientas personas.
El Jefe de policía junto con Alba caminó hasta las puertas. El hedor que ambos percibieron no necesitaba explicación. Regresaron sin quitar ojo a las puertas junto a Bastian y al Director del Hotel.
—Ahí tiene al resto de sus zombis —Bastian acompañó su afirmación apoyando su espalda y la planta del pie contra la pared.
—Y… y ¿Qué hacemos ahora?
—Ante todo mantenernos en silencio, si estamos en lo cierto y ahí dentro hay más de un centenar de zombis no tendríamos ninguna posibilidad en este espacio cerrado.
El disparo de escopeta efectuado por Piqué los cogió a todos desprevenidos por completo, a ese siguieron otros tres. Otros tantos zombis rodaron escaleras abajo hacia el policía.
Al otro lado de las puertas un rumor creció de la nada hasta convertirse en un ensordecedor y encolerizado bramido. Las puertas vibraron con la primera acometida. No resistieron una segunda. Una maraña de zombis las arrancó cayendo sobre ellas.
—¡CORREEEED! —Bastian ya volaba presionando sobre su costado hacia las escaleras.
—Hay que escapar del Hotel, así Gustavo y los otros podrán cazarlos según salgan —Ramón corría el último hacia las escaleras sin poder dejar de mirar atrás, hacia la multitud zombi que los iba a perseguir.
Bajaban los escalones saltando de tramo en tramo. Caían y se levantaban como si el suelo quemase. Tras ellos, el rugido de los gritos de los muertos vivientes era sobrecogedor.
Alba, Piqué y Bastian alcanzaron los primeros el comedor. El policía novato corrió hacia la ventana taponada por el todoterreno
—Quitaré el coche y podremos salir.
—No hay tiempo.
Bastian, sin detenerse, cogió del brazo a Piqué y apuntó la escopeta contra la ventana que tenían enfrente. Las postas reventaron los cristales y la ventana desapareció. El gélido aire del Valle entró para liberarles del olor a muerte que cada vez sentían más cerca.
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—Por allí aparecen dos más.
Domingo se apoyó sobre el capó del coche para estabilizar su puntería. Gustavo dirigió sus prismáticos a los zombis que apuntaba su amigo.
¡BANG!
El proyectil impactó a pocos centímetros de los pies de los zombis.
—Pero ¿Qué haces? ¿Por qué me has empujado?
—Espera, mira esos zombis, se mueven raro.
—Pues claro que se mueven raro joder, están muertos, bastante tienen con caminar —Domingo volvía a colocarse en posición de realizar un nuevo disparo.
—Que esperes coño. Mira, van agarrados, son dos mujeres y van agarradas.
Domingo ajustó la mira de su fusil pero apartó el dedo del disparador.
—No habíamos visto a ningún zombi que se agarrase a otro.
—Parece que una de ellas esté ayudando a caminar a la otra; además, han reaccionado al disparo, los zombis no actúan así. Dispara sobre sus cabezas a ver si hacen algo.
Domingo volvió a encarar su fusil y disparó un palmo por encima de las cabezas de las mujeres. Ambas chicas se agacharon y se giraron en todas direcciones tratando de encontrar el origen de los disparos. Luego una de ellas comenzó a mover los brazos como si estuviese dando indicaciones a un avión para aterrizar.
—No son zombis, están vivas. Tenemos que avisar a Ramón para que las recojan.
El resto de cazadores observaron también a las mujeres mover frenéticamente los brazos.
—Protégelas de cualquier zombi que se las acerque, yo voy a informar a Ramón.
El estruendo de cristales volando fue perfectamente audible desde su posición, a Gustavo casi se le escapa de las manos el walkie.
—¿Qué pasa? ¿Quién ha disparado contra esa ventana?
Todos los cazadores orientaban sus elementos de visión hacía el Hotel. Desde su situación fueron testigos de cómo los zombis que perseguían a los policías salían en tropel. Mikel se mordía las uñas nervioso por no disponer de prismáticos aunque quizá era mejor ver la escena de lejos.
—¡GUSTAVO! —El walkie crepitó en sus manos— los zombis que faltaban estaban en una sala ocultos. Ahora están libres, tenéis que cubrirnos. Por Dios, asegurad los disparos, hay varios civiles más con nosotros, todos varones…
La comunicación se interrumpió y el sonido de los disparos provenientes del otro lado del lago llenó el Valle.
Marga y Luna observaban incrédulas como a través de la ventana reventada iban saliendo policías y otras personas. Poco después les seguía una multitud de zombis. Los policías se alejaron de la ventana y comenzaron a abrir fuego con escopetas sobre los zombis que lograban escapar del Hotel. Se fijaron en que la mayoría eran abatidos antes de lograr atravesar la ventana. Alguien disparaba desde el otro lado del Valle, seguramente los mismos que habían disparado contra ellas. Un escalofrío recorrió sus cuerpos al ser conscientes de lo cerca que habían estado de ser tiroteadas momentos antes.
—Marga, tenemos que alejarnos, vamos.
Luna, con el brazo de su amiga sobre el cuello trataba de ayudarla a caminar sin que tuviese que apoyar el tobillo en el suelo.
Arnau permanecía cuerpo a tierra junto a Bastian. Pietro, Leo y André se protegían tras el grupo de policías. Eran pocos los zombis que no resultaban alcanzados antes de salir, pero no eran impactos certeros, los proyectiles impactaban en pecho, brazos y los derribaban pero no los detenían definitivamente. Bastian trató de divisar a los tiradores pero no lo consiguió. Por la cadencia de los disparos dedujo que no podían ser muchos.
—No serán más de cuatro o cinco tiradores.
—Máximo seis —confirmó Arnau.
El Jefe de policía no había querido informar a nadie de la ubicación ni el número de las fuerzas que los apoyaban desde la distancia pero la evaluación de Bastian y Arnau había resultado bastante precisa.
Una vez más la decisión de permanecer a cubierto e inmóviles se revelaba como la alternativa más acertada. Los zombis que salían, cada vez en más número, encaminaban sus pasos hacia los policías olvidándose de ellos.
Pronto hubo decenas de zombis fuera. Acosados por los disparos de los policías caían y en la mayoría de los casos, volvían a levantarse.
—Los tiradores cada vez tienen más dificultades para acertar a los zombis, están demasiado cerca de los polis —Bastian trataba de encontrar una solución a toda prisa.
Mientras buscaba en todas las direcciones descubrió a dos chicas que corrían, bueno corrían, se alejaban de la refriega como podían. Cuatro zombis iban tras ellas.
—¡Mierda!
Se incorporó y corrió medio agachado. La desconfianza de los policías en Arnau y él había derivado en que el Jefe se negase a facilitarles arma alguna así que sólo contaba con sus manos, ni siquiera disponía de uno de esos cuchillos de cocina por el que ahora pagaría lo que fuese.
Los zombis cada vez estaban más cerca de las chicas, eran más rápidos que ellas. Bastian se sobresaltó al sentir a alguien a su lado. Al volverse descubrió a Arnau.
—Para ti el hombre y la mujer —le indicó al poli-monje los dos objetivos de la derecha— para mí los dos de la izquierda.
Arnau se ratificó en su idea de que ese hombre no era un simple huésped. Si todo acababa bien debería tener una charla con él.
Luna no podía ya con Marga, un leve traspiés terminó con las dos amigas sobre la nieve chillando histéricas. Arnau llegó primero hasta ellas. Con un acrobático salto hizo que sus piernas impactaran en la espalda del hombre. El zombi arrastró en su caída a la mujer. La maniobra consiguió el efecto buscado. Ambos zombis se olvidaron de las mujeres y fijaron su atención en el monje.
Bastian notaba como los puntos tiraban de su herida. Alcanzó a los dos zombis que le tocaban y agarró a uno de ellos del abrigo, el otro llevaba el torso descubierto, dejando ver los graves daños que había padecido antes de transformarse en lo que era. Acompañó el movimiento interponiendo el pie en su trayectoria y el zombi cayó de espaldas sobre la nieve. El otro ya se abalanzaba sobre las chicas. El disparo atravesó su cuello y lo lanzó casi en brazos de Bastian. El tiro no le había alcanzado en la cabeza y el hombre se levantó con inesperada rapidez. Bastian estaba detrás de él, en la misma línea de fuego, así los tiradores no dispararían por temor a alcanzarlo a él. Tenía que moverse, salir de la línea de mira. A la vez que daba un paso para apartarse giró la mirada para avisar al monje de que hiciera lo mismo. Sus ojos se quedaron fijos en la mujer, su pelo enmarañado no impedía ver la profunda herida de su cara. A pesar de los daños que presentaba se movía con aceptable agilidad. Sus ojos mostraban una ira característica en todos ellos.
El tirador aprovechó el desplazamiento de Bastian y la bala atravesó esta vez su cerebro.
El monje comprendió también que debía apartarse. Un nuevo disparo acabó con la vida del hombre. Bastian asistió inmóvil al fin de la mujer, su rostro pareció estallar al alojar el nuevo proyectil. El cuerpo cayó hacia atrás, casi al lado suyo. Bastian se inclinó sobre ella y cerró sus ojos para siempre. No pudo evitar pensar, primero en Alizée y, de inmediato, en Gwen y la pequeña.
La lucha había sido encarnizada pero la ayuda de los tiradores había resultado determinante en el resultado. La nieve estaba cubierta de cuerpos, lo mismo que la ventana del Hotel por la que habían ido saliendo. A Alba le temblaban las piernas, Ramos tuvo que apoyarse en el coche para tratar de canalizar el nerviosismo que sentía fuera de él.
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Nacho mantenía la palanca hacia adelante. Con el crucifijo dentro de la boca rezaba sin parar rogando que la niveladora no se averiase. Llevaban rato escuchando disparos. Según Sergio provenían del Valle. La niveladora no era un vehículo que se pudiera caracterizar por su velocidad pero esta en cuestión era realmente lenta, para Sergio seguramente la avería electrónica afectaba a más sistemas. Varios zombis los seguían de cerca, a esa velocidad no lograban dejarlos atrás.
Por fin parecía que distinguían a lo lejos la silueta del Hotel y de la Estación de esquí. Aroa opinaba que debían estar a unos quinientos metros, los copos dificultaban la visión pero según avanzaban se iban materializando delante de ellos.
Los disparos arreciaron, el repentino aumento de las detonaciones sobresaltó a Nacho tanto como al resto. Sin querer dejó de empujar la palanca, al volver a apretar, la niveladora se paró con un profundo traqueteo.
—Arranca, arranca Nacho, vuelve a hacer que ande.
Sergio zarandeaba a Nacho del hombro, al final terminó apartando su mano de la palanca e intentando arrancar él mismo.
—El borne —susurró tímidamente Nacho.
Los pequeños comenzaron a llorar, los zombis se acercaban.
Sergio bajó. Sacó el cable del borne y lo volvió a colocar de nuevo.
—Arranca Nacho.
El chico repitió el mismo ritual que la primera vez pero el motor seguía mudo. Vera bajó también del vehículo, los zombis estaban muy cerca. Sergio sacó de nuevo el cable. Volvió a colocarlo, no tenía tiempo ni llave para apretarlo más pero antes había funcionado así. Escuchó los vanos intentos por arrancar del chico. La niveladora continuaba inmóvil, muerta, como los zombis que iban a su encuentro. Vera se acercó a Sergio. Después de muchas horas por fin se sentía liberada, sabía lo que tenía que hacer. Los remordimientos la acosaban, en su retina la imagen de los chicos devorados por los zombis pasaba y pasaba como una película sin final. Sabía que de no haber actuado como lo hizo posiblemente la dañada hubiera sido ella, puede que la hubieran matado o algo seguro peor, no la habrían permitido escapar de aquella habitación; pero su conciencia la atormentaba, nunca lo superaría, estaba convencida. Ahora tenía la oportunidad de redimirse.
—Tienes que sacarlos a todos y seguir a pie, ya no estamos lejos.
Se dio la vuelta e hizo intención de ir al encuentro de los zombis.
—Espera, te matarán, el motor arrancará, espera.
Sergio tuvo que soltarla para volver a manipular la batería y Vera se alejó corriendo, gritando y moviendo los brazos para llamar bien la atención de los zombis. Sergio dudó entre seguir con el cable o ir a por ella. Al final lo soltó y corrió tras la chica.
—¿Te has vuelto loca? Vamos, ya están ahí —Sergio volvía a sujetarla.
Vera lo miró con infinita dulzura. Una sonrisa fuera de lugar en ese momento tan terrible apareció en sus labios.
—Hice algo horrible, esto no lo arreglará, pero… será mi redención. Corre con los niños, tendréis una oportunidad, la niveladora no va a arrancar, ve —dio un fuerte tirón soltándose de los brazos de Sergio y corrió hacia los zombis de nuevo.
Sergio la observó alejarse, no comprendía nada pero si no hacía algo pronto todos morirían, tenía una responsabilidad. Se dio la vuelta y corrió a la niveladora.
—Salid, vamos, rápido, hay que seguir a pie.
Ayudó a salir a todos y echó Erika sobre su hombro, Aroa cogió a Martina, Nacho a su hermana Maite y Alberto al pequeño Luis. Los que no calzaban botas enseguida sintieron el frío trepar por sus huesos.
Los gritos desgarradores de Vera al ser atacada por los zombis los espolearon a todos. Corrieron todo lo rápido que podían sin mirar atrás.
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Bastian y Arnau esperaban junto al todoterreno policial. El Jefe, junto con el resto había vuelto a entrar a terminar de limpiar de zombis el Hotel. Debían verificar que ya no quedasen más seres aparte de los que permaneciesen dentro de las habitaciones, de esos se ocuparían más tarde.
Bastian descansaba sentado sobre el capó del coche en marcha, se comprobaba el vendaje, volvía a estar manchado de sangre, nada comparable a cómo lo tenía antes. Arnau mantenía la pistola que le había dejado el Jefe en la mano incapaz de decidirse sobre dónde colocársela. Recordó las palabras del Jefe de policía: “Usted es policía ¿No? Tenga, sólo por si acaso, no se alejen de los coches, así los tiradores podrán protegerlos si aparecen zombis”.
—Así que sólo es un huésped más —Arnau había optado por depositar el arma sobre el capó del coche.
—Sí.
—Y se alojaba usted ¿Solo?
—Sí —Bastian contestó por segunda vez sin mirarle.
—Es curioso porque… porque me dio la impresión de que conocía a esa mujer —Bastian ahora sí que lo taladró con la mirada— la que acompañaba al monje que disparó sobre la ventana. Parecía conocerla muy bien ¿No?
Bastian refrenó sus deseos de descargar toda la ira que llevaba acumulada sobre el rostro del poli disfrazado de monje y tras unos instantes observándolo sin pestañear respondió con voz neutra.
—Practicamos sexo salvaje el otro día.
La contestación cogió totalmente por sorpresa a Arnau dejándolo sin palabras.
—¡RAMÓN! ¡Ramón contesta!
El sonido de la radio del coche llegó en el momento preciso para terminar la conversación.
—El Jefe de policía no está, ha pasado al interior del Hotel ¿Qué ocurre?
Tras unos segundos de espera la comunicación se reanudó.
—La visibilidad es muy mala pero creemos que detrás de ustedes se aproxima algo o alguien.
Bastian se incorporó sobre el capó y de ahí saltó sobre el techo del 4×4. No tardó en descubrir lo que ocurría.
—Viene gente, les persiguen zombis, están cerca.
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Gwen se enfrentaba al padre de Mario, éste se había levantado y la impedía salir de la habitación.
—Tiene que dejarme salir, esa gente está en peligro, tengo que avisar a los policías para que los ayuden.
El padre de Mario permanecía impasible apoyado contra la puerta.
—Cierre enseguida, será solo un momento, tenemos que ayudarles.
Como el hombre no reaccionaba Gwen habló sin pensar.
—¿Y si se tratase de su familia? De su mujer y de sus hijos ¿Eh?
Las palabras de la mujer hirieron profundamente al hombre pero no lograron su objetivo.
—Escuche los disparos, continúan enfrentándose a… a esas cosas. Su novio dijo que no abriésemos, lo dejó muy claro, nadie debe salir hasta que él regrese.
—Que no es mi novio, escúcheme por favor, esa gente necesita ayuda…
—Bastiaaaan.
Gwen se volvió hacia la niña, la pequeña saltaba sobre la mesa frente a la ventana dando palmas. Corrió junto a ella.
—Es Bastian.
Delante iba el último monje que había entrado, Gwen no salía de su asombro.
El padre de Mario también se asomó.
—Les ayuda y viene enseguida ¿A que sí?
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Arnau corría varios metros delante. Bastian se había descolgado. Al no disponer de ningún arma recogió de la cocina un cuchillo, más corto de lo que hubiera deseado, y ahora avanzaba tras el monje.
Sergio estaba exhausto, sus fuerzas se encontraban al límite. Tropezó y la chica salió despedida sobre su cabeza. Por detrás Nacho se detuvo, intentó levantar a Erika sin dejar a su hermana en el suelo pero al final ambos cayeron sobre la nieve.
Aroa y Alberto se habían detenido varios metros antes, con sólo los calcetines, el intenso frío que sentían les impedía incluso razonar, se dejaron caer derrotados, tanto el pequeño Luis como Martina lloraban y gritaban al ver cada vez más próximos a los zombis.
Arnau llegó hasta ellos.
—Tenéis que seguir, debéis alcanzar los coches.
Avanzó unos pasos más y se detuvo a apuntar al zombi que venía en cabeza. El proyectil erró el blanco, ni siquiera resultó alcanzado, catorce, contó mentalmente las balas que le quedaban, nueve zombis, deberían ser suficientes. Volvió a apuntar, trece. Esta vez la bala sí halló carne, pero no acertó la cabeza. El impacto en el pecho hizo que el zombi resultara frenado de golpe. Otro de los zombis que corrían tras él se lo llevó por delante y los dos acabaron rodando sobre la nieve.
Aroa y Alberto eran incapaces de continuar caminando, no sentían los pies, era como si de rodilla para abajo no tuvieran nada, pero de ahí para arriba el dolor era insoportable. Vieron como otro hombre se acercaba y levantaba a Luis y Martina. Aroa intentó incorporarse, no conocía a ese hombre, su ropa estaba manchada de sangre por todas partes, en circunstancias normales hubiera evitado su contacto pero comprendió que ahora podía significar la única oportunidad de los dos críos. Los dejó marchar y se acercó a Alberto.
—Tenemos que seguir, queda poco, vamos.
El chico no hizo intención de levantarse, ya no podía. Recordó cuando deseaba ser mayor, crecer mucho, ser tan grande como su padre; ahora deseaba volver a ser pequeño, más incluso que Luis, así, tal vez, ese hombre hubiera podido cargar con los tres. De todas formas la idea de esperar tumbado sobre la nieve, quieto, inmóvil, se le antojaba cada vez más atractiva.
Arnau no confiaba en su puntería, aprovechó la caída de los dos zombis a sus pies para asegurar los disparos; doce, once.
Bastian llegó junto al coche al mismo tiempo que lo hicieron Sergio y Nacho. Dejó a los niños en el suelo.
—Situaros delante del vehículo, allí enfrente —señaló al otro lado del Valle, donde esperaban apostados los tiradores— hay personas que os protegerán de los zombis pero tienen que poder veros bien.
Se volvió dispuesto a regresar a por los demás.
—Voy contigo —Sergio hizo intención de seguirle.
—Yo los traeré, esperad aquí y no os pasará nada.
—Pero…
—Sitúalos delante del coche como te he dicho, debéis ser visibles para los tiradores —lo cogió del pecho y lo empujó con violencia hacia los niños— hazlo ya.
Otro grupo de cuatro zombis se acercaba a Arnau. Decidió esperar a tenerlos suficientemente cerca para no fallar. El primer disparo impactó en la frente del que llegaba por la izquierda, una mujer con el brazo fracturado a la altura del codo, diez, el siguiente proyectil entró por el ojo de uno de los monitores de esquí que trabajaban en la Estación, nueve. Los otros dos zombis se le echaron encima a la vez. Empujó a un lado al primero pero el segundo consiguió agarrarlo. La rapidez con que llevó los dientes a su brazo lo sorprendió. Sintió como los dientes se clavaban, notó su presión, igual que si le pellizcasen con una tenaza. Disparó con el cañón de la pistola apoyado sobre la cara del zombi, ocho. Su muñeca se vio libre de la presión de los dientes. Retrocedió con rapidez varios pasos. Se agarró el brazo donde le había mordido sin atreverse a levantarse la manga.
—Te han mordido.
Al levantar la vista se encontró a Bastian frente a él, con el cuchillo preparado para hundirlo en su cabeza. Arnau se retiró la manga del hábito. En su brazo se observaba claramente la marca de todos los dientes del zombi, pero la carne no había llegado a ser desgarrada.
—No me ha herido.
Bastian ya se había olvidado de él y corría hacia Aroa. Se la echó al hombro y corrió hacia el Hotel. En esta ocasión se detuvo antes, dejando caer a la chica sin ninguna delicadeza.
—Intenta alcanzar a tus amigos.
Sabía que ya no le iba a dar tiempo de llegar al coche y regresar, el monje iba a necesitarle.
Arnau había disparado sobre el zombi al que había derribado antes, también le acertó de lleno en el cerebro, siete.
Los otros cuatro zombis cercaban a Arnau y aún llegaba uno más, una mujer, Vera.
Arnau difícilmente mantenía los nervios. Todavía podía sentir la presión de los dientes del zombi, el sitio donde le había mordido parecía latir de forma independiente. Reculó hasta colocarse delante de Alberto, el chico estaba tumbado con la cara sobre la nieve, parecía sin sentido. Levantó el arma para apuntar a la cabeza del hombre sin boca que se le acercaba. La pistola se movía demasiado. La sujetó con las dos manos y disparó, seis. La bala arrancó carne del cuello del hombre pero no lo detuvo. Disparó nuevamente, cinco. El hombre resultó alcanzado en el pecho y salió despedido hacia atrás.
Arnau cambió de estrategia entonces, se alejó del chico, intentaría que los zombis se dirigieran a por él. La argucia funcionó sólo a medias, los tres zombis que quedaban en pie lo siguieron pero el que acababa de derribar con el último disparo, no. Arnau se serenaba por momentos pero ahora la cabeza del zombi estaba todavía más lejos. No podía detenerse a apuntar, los otros zombis estaban demasiado cerca. Expulsó el aire lentamente y apretó el disparador hasta que un “CLIC” le indicó que el cargador estaba vacío. Ya no tenía munición, dejó caer la pistola, había conseguido su objetivo, el zombi estaba quieto a un metro del chico. Ahora debía enfrentarse a tres zombis sin ningún arma.
Se posicionó firmemente sobre la nieve, esperando, el tiro no era lo suyo, la lucha cuerpo a cuerpo era otra cosa, en eso sí era bueno, muy bueno. Una zombi, desnuda de cintura para abajo y con parte del cuádriceps de la pierna izquierda devorado se adelantó a los otros dos. Los pies descalzos, necrosados, demasiado delicados para sustentar tanto odio avanzaron casi al mismo tiempo, como saltando. Arnau se movió hacia ella al tiempo que llevaba a la horizontal el brazo. La cabeza de la mujer recibió el golpe en la frente y su cuerpo realizó una acrobacia imposible para caer de espaldas sobre la nieve. Arnau retrocedió y volvió a la misma posición en la que estaba un segundo antes.
Corrió envolviendo por un lado a los dos zombis que quedaban en pie. Los dos tenían el abdomen abierto y vacío de vísceras, cuando el movimiento abría sus chaquetones la visión era espeluznante. Se encontraban fuera de la pista, donde la cantidad de nieve caída hacía más difícil el movimiento. Los dos se giraron. Ahora los tenía alineados. En ese momento descubrió a la chica, la había olvidado, se dirigía a por el chaval.
La cara de Vera era una máscara sanguinolenta, se inclinó sobre Alberto. Antes de que llegase a tocarlo Bastian apareció de la nada, casi volando. Cayó sobre ella, su cabeza golpeó con fuerza hacia atrás y los ojos de la chica parecieron dar una vuelta completa sobre su eje, cuando regresaron a su posición vieron llegar la punta del cuchillo hasta desaparecer atravesando su cabeza y clavándola al suelo. Sus brazos se relajaron. Extrajo el cuchillo con un movimiento seco y corrió hacia Arnau. El monje había derribado a los dos zombis lanzando al primero sobre el de detrás y ahora se ocupaba de la mujer. Bastian se acercó a ella por la espalda y sujetando la cabeza de la frente hundió el cuchillo por su nuca, el cuerpo se desmadejó a sus pies.
Los últimos dos zombis cayeron al recibir sendos disparos por parte de Alba, había aparecido del interior de la cocina y acercó la pistola a sus cabezas con excesiva confianza. Arnau lamentó no haber hecho eso él mismo cuando todavía tenía munición en el cargador.
Ramos había recogido a Alberto, le había dado la vuelta y, tras tomarle el pulso, efectuaba maniobras de reanimación sobre la nieve.
Ribes. Comisaría
Juanjo y Germán se habían quitado las esposas. Les había costado pero al final lograron localizar la pequeña llave, recogerla y liberarse de los grilletes. Los dos permanecían sentados sobre el camastro pegado a la pared más alejada de los barrotes. Al otro lado, la patrulla de la Guardia Civil al completo pugnaba por arrancar las rejas. El último movimiento del Guardia que los custodiaba cerrando las esposas sobre los barrotes los había salvado de convertirse en dos zombis más.
—Joder, es horrible, el olor que despiden es insoportable, vomitaría, pero tengo el estómago limpio por dentro.
Germán lo ignoró, se levantó y se acercó a la puerta, una vez allí golpeó las rejas con la bandeja metálica de la comida. Al momento los zombis reaccionaron enfurecidos rugiendo y tirando de los barrotes, la puerta amenazaba con arrancar la cadena de las esposas que la aseguraban. Si eso sucedía sería su fin.
—Joder, deja de hacer eso, van a partir la cadena y luego nos comerán.
Germán regresó al camastro. Los zombis gritaban agolpados sobre los barrotes, eran como animales. El cazador los contó una vez más.
—Quince —repitió.
—Quince, sí, quince, ¿Qué quieres, que encima se reproduzcan?
—Imbécil —se situó frente a Juanjo con la bandeja en alto— todo esto es culpa tuya, debería aplastarte la cabeza. Hay quince, sí, todos los que entraron. No podemos permitir que salgan de la Comisaría, si lo hacen nada impedirá que la infección se disperse, todo el pueblo caerá, mi familia, la tuya.
—¿Y qué culpa tengo yo de que los polis atasen un zombi a una celda?
—Eres un idiota, si no te hubieras colado en la Comisaría y no hubieras salido hablando de torturas hubiéramos podido explicar lo que ocurría a los Guardias y todo esto no estaría pasando.
Germán realizó un último esfuerzo y logró contenerse, luego se dio la vuelta y volvió a golpear los barrotes con la bandeja.
—Tenemos que mantener su atención sobre nosotros y evitar así que salgan fuera.
Juanjo no tuvo fuerzas ni argumentos para replicar.