Día: sábado, 29 de diciembre de 2012
Entre las 00:00 y las 03:00 horas
Ribes. Comisaría
Alba aparcó detrás del coche del Jefe de policía. Toda la calle de la Comisaría estaba a oscuras, sólo se escuchaba el silbar del viento envolviendo el ruido del motor, la nieve continuaba cayendo; el haz de luz de ambos coches era lo único que contribuía a darle algo de vida, de calor a la escena. Antes de que ninguno se bajara de su vehículo aparecieron en la puerta Ramos y Piqué. Caminaron alumbrando al suelo con una linterna hasta detenerse junto al coche del Jefe. Alba descendió de su vehículo y se reunió con ellos.
Ninguno de sus hombres había sido capaz de imaginar el motivo que podía existir para tener que encerrar en una celda a su compañero Puyol. Observaban al novato con una mezcla de irritación y desprecio.
Por fin el Jefe se apeó del coche también.
—¿Habéis podido reunir a todos?
Ramos miró de arriba abajo a Alba antes de responder.
—Sí, todos están dentro, esperando, con… con las escopetas y la munición que nos dijo. La Alcaldesa también aguarda en Comisaría.
Piqué examinaba el interior del coche preguntándose dónde estaba su compañero Puyol.
—¿Tenéis preparada la celda?
Tanto Ramos como Piqué movieron afirmativamente la cabeza pero ninguno articuló palabra alguna.
—Vale, vamos.
Caminaron los cuatro hasta el maletero del coche del que había bajado Alba. A un gesto del Jefe el novato abrió el portón. En el interior del maletero, a pesar de la cinta que cubría su boca, los gruñidos de Puyol se incrementaron al mismo tiempo que se retorcía intentando soltarse.
Ramos y Piqué alumbraban con sus linternas el bulto informe que no dejaba de moverse.
—Qué coño… es Puyol —Ramos alargó la mano hacia su compañero.
—¡NO! —La reacción del Jefe los sorprendió a todos— apartaos. Alba, tú coge de las piernas.
Entre el Jefe y el novato trasladaron, no sin esfuerzo, el cuerpo de Puyol a la celda que habían preparado. Los gruñidos que profería y el hedor que dejaba a su paso hicieron salir a los presentes. Con curiosidad y tratando de evitar respirar ese olor se concentraron alrededor de la celda.
En el suelo del calabozo Puyol, con media cara encintada, continuaba su serenata de gruñidos.
—Ramón ¿Qué es todo esto? —La Alcaldesa observaba horrorizada la escena— ese hombre necesita asistencia médica, no que lo tiren al suelo atado. ¡Por Dios! Fíjate en su brazo amputado, hay que detener la hemorragia. Tiene sangre por todas partes.
—¿Su brazo? Joder Leyre no le quedan intestinos dentro y te preocupas de su brazo. Este… este ser de aquí ya no es un hombre, ya no es Puyol —todos le miraban como si se hubiera vuelto loco.
Se acuclilló en el suelo y sujetando la cabeza del que fuese su compañero llamó:
—Ramos, búscale el pulso.
La extraña petición lo dejó tan sorprendido como al resto. Qué pulso iba a buscar, el cuerpo de Puyol no dejaba de moverse, para él estaba claro que estaba vivo.
—Vamos.
Ramos se agachó y acercó lentamente su mano al cuello de Puyol. El Jefe mantenía sujeta contra el suelo su cabeza.
—Con cuidado.
Ramos, al igual que el Jefe hiciera antes, buscó una y otra vez los latidos de su amigo.
—No… no lo entiendo, no tiene pulso.
—Pero se mueve, tiene que tenerlo.
Piqué se arrodilló también y tanteó la yugular de su compañero.
—Es increíble, es cierto, no tiene pulso, es como… como si estuviese muerto.
—Está muerto, completamente muerto —intervino Alba— ni siquiera gritó cuando le arrancaron las tripas. Tendríais que haber visto a esos seres.
En su despacho, después de dejar unos minutos para que todos asumieran lo que acababan de ver, Ramón, ayudado por Alba, puso al corriente de lo que sucedía en el Valle a todos los presentes. Tras no poder contestar a la infinidad de preguntas que les dirigieron, Ramón les explicó cuál era su plan.
—No podemos pedir apoyo por radio ni por ningún otro medio, además resultaría increíble y dudo mucho que alguien nos tomase en serio. No tenemos tiempo de enviar a nadie a Barcelona, en el interior del Hotel hay supervivientes —Ramón no podía dejar de pensar en su hermano y en su primo— no sabemos en qué situación se encuentran ni lo que podrán resistir. Según Alba, al otro lado del lago, junto a las vías, hay un promontorio que permite dominar la zona en la que se encuentran esos seres. Nos apostaremos allí y acabaremos desde la distancia, con nuestros fusiles de caza, con todos ellos. No será una tarea fácil, según Alba sólo caen muertos al recibir un tiro en la cabeza, ya habéis visto a Puyol.
—¿Cuántos son todos ellos? —El que preguntaba era uno de los cazadores compañeros de Ramón.
—Cientos —respondió Alba sombrío.
—Ramón ¿Te das cuenta de lo que nos pides? Quieres que disparemos contra personas. Eso… eso no es legal, no podemos…
—Ya no son personas y si no ayudamos pronto a los supervivientes seremos culpables de su muerte o de algo peor que su muerte. Sé que no puedo obligaros a que vengáis conmigo, ni siquiera tengo derecho a pedíroslo pero no cuento con nadie más.
—Yo, yo no puedo, lo siento Ramón, me conoces, haría lo que fuese por ti, pero no puedes pedirme esto, no sería capaz.
—Lo entiendo, no te preocupes —se volvió hacia el resto de los presentes— necesito saber con cuantos de vosotros puedo contar, si no queréis venir lo entenderé.
El resto de compañeros de caza accedió a ir al Valle, una vez allí tomarían una u otra decisión. Sus hombres tampoco estaban seguros pero ellos no tenían elección.
Ramón se dirigió entonces al único que se había resistido a acompañarlos.
—Necesito que hagas algo por mí —el hombre asintió— no disponemos de mucho tiempo, quiero que lleves a la Alcaldesa al Ayuntamiento y que luego regreses aquí. No quiero dejar… a Puyol sin vigilancia así que esperaremos a que vuelvas —el hombre asintió.
—Bien, ahora preparad el armamento y la munición, Alba os dirá lo que necesitaremos —se dirigió al resto.
Llevó aparte a Leyre. Todo su cuerpo temblaba.
—Necesito que reúnas a todas las personas en el Ayuntamiento, quiero que permanezcáis allí todos juntos, que te ayuden los funcionarios. No sabemos si alguno de esos seres habrá podido llegar hasta aquí o a Queralbs. Alba se encontró un grupo en las vías —Ramón se interrumpió.
—Pero ¿Qué les digo?
—No menciones a los zombis, en el peor de los casos cundiría el pánico y en el mejor no te harían ni caso. Diles que hay una emergencia meteorológica, que el temporal va a empeorar aún más. Tienes que conseguir que todos los vecinos se resguarden en el Ayuntamiento y no dispones de mucho tiempo.
El trayecto de ida y vuelta al Ayuntamiento había sido más costoso de lo que pensaron en un principio. Cuando el cazador regresó ya tenían todo preparado. Ribes era una localidad pequeña, sus fuerzas de seguridad limitadas y sus recursos armamentísticos escasos. Habían cargado las otras cuatro pistolas de que disponían así como las cuatro escopetas Franchi. La munición tampoco sobraba. En cuanto al material de caza, acordaron llevarse también la escopeta de Germán, él no iba a necesitarla en Comisaría. Juntando la munición de los siete cazadores no reunieron más de mil cartuchos. Repartieron el armamento entre los tres todoterreno policiales que se llevarían, no tenían más disponibles. Alba convenció al Jefe para llevarse también el vehículo de la mujer asesinada.
Una vez que el material estuvo embarcado y todos preparados para partir, Ramón llevó aparte a Germán.
—Espéranos aquí. No te separes de la radio. Tú no nos llames, nosotros lo haremos. Otra cosa, no dejes que nadie entre en la Comisaría y mucho menos que se acerque a Puyol, es muy peligroso; prométemelo.
—Nadie se acercará a él estate tranquilo —Germán no podía quitar de su cabeza la imagen de Puyol sujeto con cinta a los barrotes de su celda.
—Germán, otra cosa —Ramón bajó la cabeza dudando— si no volvemos o algo ocurriese ahí arriba, dispara un tiro en la cabeza a Puyol y luego asegúrate de que la gente esté protegida en el Ayuntamiento. En ese momento envía a alguien en busca de ayuda.
Cuando acabó puso en las manos del cazador la pistola de Juliana.
Nuria. Refugio
En la habitación 245 el silencio era total. Fuera también parecían haberse aplacado los gritos y gruñidos que los persiguieron en su huida del comedor.
Aún le temblaba el cuerpo cuando pensaba en lo que acababan de vivir. Entre ella y Mario habían lanzado por la ventana los cuerpos de los zombis muertos. El momento más difícil fue cuando tuvo que acabar con la vida de los dos zombis a los que no había matado Bastian. Aunque quedaba una bala en la pistola prefirió guardarla. El único objeto punzante eran unas tijeras obtenidas del neceser de la madre de Mario. Tras atravesar los cráneos de los dos zombis “vivos” y haber logrado dejar de vomitar, ella y el chico fueron lanzando todos los cuerpos por la ventana.
Aunque habían rociado toda la habitación con colonia, el hedor a muerte persistía o puede que estuviese impregnado para siempre en su cerebro.
Los ojos de Gwen solo acertaban a distinguir sombras, contornos, la poca luz de luna anterior había desaparecido.
En las dos camas unidas que el Hotel había habilitado para que pudiesen alojarse los cinco huéspedes de la familia Gardó, descansaba a un lado el chico, Mario, al chaval le había costado mucho dormirse pero al final lo había conseguido. En el centro dormía exhausto Bastian. La herida de su costado parecía superficial, había sangrado abundantemente y sin duda tenía que ser dolorosa pero no le daba la impresión de que fuese muy grave. La había limpiado como pudo y le realizó un vendaje, que no habría ganado ningún premio, con tela de algunas camisas del padre de Mario. Después de acabarse cuatro botellitas de diferentes tipos de alcohol para mitigar el dolor, el herido se había rendido al agotamiento. A su lado, sentada y con la espalda apoyada en el cabezal, permanecía despierta la pequeña. No había habido forma de convencerla para que durmiera. Manteniendo siempre en contacto su mano con alguna parte del cuerpo de Bastian parecía cuidarlo, velar su sueño. Para Gwen era un misterio indescifrable lo que podía pasar por la mente de la cría. Le apartó un mechón de pelo manchado, seguramente de sangre, de la cara y la pequeña esbozó una breve sonrisa.
El padre de Mario, Enrique se llamaba, permanecía inmóvil, sentado en una silla frente a la puerta. Según su hijo, era la misma actitud que había mantenido desde que su mujer y sus hijos hubieran salido acompañados de André y Bastian. Gwen no había tenido el valor suficiente para decirles que habían visto como los zombis acababan con ellos, seguramente sería mejor para su estabilidad mental mantener un asomo de esperanza y ella no se veía con la fuerza necesaria para darles esa noticia.
Hubiera deseado poder abandonarse al descanso también pero no era capaz, su cerebro parecía estar en constante actividad, sobreexcitado. Puede que se tratase de un cierto sentido de la responsabilidad. El padre de Mario era claramente incapaz de proteger a nadie, ni siquiera de protegerse él mismo y ella había asumido ese papel mientras Bastian descansaba.
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Ernest y Mikel continuaban ocultos en los aseos, encerrados en uno de los váteres. El vigilante se encontraba sentado sobre la taza y Mikel tirado en el suelo. Ambos tenían el cuerpo completamente entumecido por la inmovilidad y el frío. Aunque los gritos habían cesado hacía rato, de vez en cuando escuchaban claramente como los zombis caminaban por los pasillos.
Su situación era extrema, si no acababan muertos de frío, alguno de los zombis que dominaban el Hotel terminaría por descubrir su escondite. Desde que se refugiaron ahí, ninguno de los dos había vuelto a abrir la boca, temían que cualquier ruido pudiese delatar su posición.
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En la habitación 139 la situación era más tranquila. Por suerte cuando entraron se hallaba vacía, ni zombis ni supervivientes. Una vez que hubieron acabado con todos los snacks y bebidas de la pequeña nevera, Pietro y Leo se habían tumbado a descansar.
Arnau se hallaba apoyado en la pared, junto a la ventana, intentando identificar algo de lo que sucedía en el exterior. De vez en cuando le parecía descubrir el movimiento lento de alguno de esos seres arrastrándose entre la nieve pero no podía estar seguro de ello, la visibilidad era imposible.
—Y ahora qué —La voz del Director lo sacó de sus pensamientos.
—Debería intentar dormir algo.
La expresión del rostro del Director permanecía inalterable esperando una respuesta.
—No lo sé, no tengo una respuesta. No esperaba que Alain actuase así.
—Usted dijo que era una persona muy peligrosa.
—Sí, supongo que de alguna forma debería haber previsto esta posibilidad.
—No se culpe, ha hecho lo que ha podido, la cuestión es qué hacer ahora.
—Tarde o temprano alguien acudirá en nuestra ayuda. El tipo de la linterna volverá con refuerzos y esta locura acabará, sólo tenemos que esperar, sólo eso.
—Sí, esperar —el Director gateó por la cama hasta acomodarse entre los dos hombres que descansaban.
Esperar era una actitud totalmente pasiva, no hacer nada en realidad era lo mejor que podían hacer en esas circunstancias. Arnau se subió la cremallera del chaquetón que había encontrado en uno de los armarios de la habitación. El fuerte olor a tabaco que desprendía le resultó hasta agradable, le transportó a otras situaciones, a otros lugares. Caminó hasta la puerta y volvió a asomarse por la mirilla; nada, sólo oscuridad. Deseó que el hombre de la linterna no fuese tan solo el superviviente de algún otro lugar asolado por los zombis. Deseó que fuese la avanzadilla de la llegada de un ejército salvador.
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En la cocina, Alain y Alizée se habían encontrado con un huésped inesperado, o mejor dicho, una huésped. Una vez que cerraron descubrieron a Bea sentada en el suelo, en una esquina, contra la pared, inmóvil. Los ojos de la mujer lo miraban con horror y eso que no sabía que había sido él quien había disparado. El monje mantuvo la mirada fija en la mujer unos instantes y luego se sirvió un vaso de brandy del usado para aderezar algunos alimentos, era fuerte, nada refinado. Alizée estuvo segura de que el monje había sopesado la posibilidad de acabar con su vida, pero por alguna razón había decidido no hacerlo.
El ambiente dentro de la cocina era agradable y la iluminación que proporcionaban los fuegos resultaba suficiente. Mientras permaneciesen ahí estarían a salvo pero Alain sabía que debían salir cuanto antes, preferiblemente mientras fuese de noche. Caminó hasta la puerta de salida y pegó el oído. Fuera todo parecía en calma, pero sabía que era una sensación falsa, el infierno se desataba en cuestión de segundos.
—Prepárate, nos vamos.
La orden cogió por sorpresa a Alizée, pensaba que aguardarían a que amaneciese. A pesar de ello no opuso objeción alguna, se armó con el cuchillo más largo que encontró y caminó hasta la puerta.
—¿Y ella?
Alain se acercó a Bea.
—Usted viene con nosotros.
La mujer no se movió y negó con la cabeza. Alizée se aproximó con la intención de levantarla de los pelos, pero Alain la tranquilizó con un gesto.
—Señora, este lugar no es seguro, debemos irnos, escaparemos los tres en el helicóptero, es la única forma de salir del Valle.
El tono de voz modulado y persuasivo del monje pareció ser lo que necesitaba la mujer para convencerse, se levantó encogida y se situó a su lado, caminaba con dificultad, las botas que le habían dado de una de las maletas abandonadas le quedaban grandes y se le iban saliendo.
Alain se colgó la mochila a la espalda y se dispuso a abrir. Se conocía el camino a la Ermita de memoria, podría llegar sin trabas con los ojos cerrados, la oscuridad no sería un problema para ello; los zombis, por el contrario, eran harina de otro costal, pero naturalmente también había pensado en eso. Había elegido la Ermita como punto de encuentro tiempo atrás, se trataba de un lugar relativamente aislado y apartado de miradas indiscretas. En la situación actual continuaba manteniendo esas mismas características.
El monje abría la marcha caminando entre la nieve, a Bea la habían situado entre él y Alizée. La talla más grande de sus botas hacía que casi se le saliesen a cada paso que daba sobre la nieve. Alizée la empujaba sin reparos cada vez que hacía ademán de detenerse.
El avance resultaba excesivamente lento para el gusto Alain. En lo que llevaban de recorrido no habían tenido que enfrentase con ningún zombi pero la cosa estaba a punto de cambiar. Se detuvo, Bea iba mirando al suelo y chocó contra él.
—¿Hemos llegado al helicóptero? —Preguntó mirando alrededor sin conseguir localizarlo— no lo veo.
Alain le indicó con un gesto que guardase silencio y Alizée la sujetó por un brazo. La Ermita estaba enfrente, a pocos metros. El monje no pudo localizar ningún movimiento, parecía estar también libre de zombis, pero aún así no lo tenía claro. Separó las manos del cuerpo y dio dos sonoras palmadas. De inmediato varios gruñidos se sucedieron. Pudo identificar cinco objetos acercándose, sonrió al pensar en los zombis como objetos, en realidad era una descripción bastante acertada.
—Dios… son… vienen… hacia nosotros… —Bea temblaba agarrada con toda la fuerza que podía del brazo de Alain.
El monje la tranquilizó y la situó frente a él.
—Si gritas todo esto se llenará de zombis.
Sin darle tiempo a la mujer a responder le aplicó un golpe seco en la tráquea. Bea intentó gritar de dolor pero no podía, sentía que se ahogaba. Soltó al monje y se llevó las manos a la garganta tratando de que entrase algo de aire. Alain golpeó lateralmente la pierna de la mujer. Su rodilla se partió pero continuaba sin poder emitir un grito claro de dolor, tan solo quejidos que llamaron más la atención sobre ella. Tras el golpe, el monje la empujó haciéndola caer delante de los zombis que se aproximaban.
Alizée comprendió ahora el motivo de acceder a traerse a la mujer con ellos, la mente de ese hombre era perversa, sintió un escalofrío que le recorrió la columna. Estaba segura de que no dudaría en ofrecerle a ella como cebo igualmente si era necesario para sus planes, debería de tenerlo muy en cuenta.
Tres zombis se lanzaron sobre el cuerpo de Bea. Los otros dos continuaron hacia Alain y Alizée, él esquivó el ataque del que se le echó encima y continuó aligerando el paso hacia la entrada de la Ermita.
—Ocúpate de ellos ¿Quieres?
Alizée se encontró ahora enfrentada a una zombi que se le venía de frente y a otro que se recomponía tras haberse caído al intentar cazar el cuerpo esquivo del monje. En el suelo los zombis arrancaban trozos de carne a la mujer, en breve serían cuatro enemigos más, tenía que darse prisa.
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En el interior de la Ermita algo había llamado la atención de Ana y Lucía, se habían levantado y caminaban hacia la puerta.
—Quietas ahí ¿Dónde creéis que vais?
—Hemos oído algo fuera, creo que hay alguien fuera, me ha parecido escuchar un grito —Lucía asentía con la cabeza a la respuesta de Ana.
—Claro que hay gritos fuera, los zombis no paran de gruñir y gritar, no saben hacer otra cosa, volved a sentaros y…
—Dominique abre la maldita puerta.
Las palabras procedentes de fuera los sobresaltaron a los tres más que los golpes que las siguieron, las dos chicas gritaron asustadas y se apartaron de un salto de la puerta. El pulso de Dominique se aceleró. Había conocido esa voz; era Alain, había logrado llegar con vida hasta él.
—Abre de una puta vez o no tendrás forma de salir de este jodido Valle.
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Alizée empuñó el cuchillo y, tras esquivar el ataque de la mujer, la sujetó del cuello del abrigo y hundió la hoja por completo en su cabeza. A pocos metros Alain golpeaba la puerta de la Ermita y se dirigía a alguien en el interior, ahora conocería a Dominique.
No pudo continuar pensando en eso, el otro zombi se dirigía con la mandíbula desencajada hacia ella. El pie de Alizée en el pecho frenó en seco su avance.
La puerta de la Ermita se abrió fugazmente dejando escapar un tenue triángulo de luz, si no se apresuraba no dudaba de que el monje la dejaría fuera. Le lanzó otra patada a la cabeza al sorprendido zombi y corrió hacia la Ermita. Llegó justo a tiempo de interponer su pie entre la puerta y el marco evitando así quedarse fuera. Empujó y pasó al interior. Dentro, Ana cerró con rapidez la puerta de nuevo. Fuera diez pares de manos golpearon la puerta entre quejidos y lamentos.
Alizée tardó unos instantes en conseguir apartar su mirada cargada de odio de Alain, cuando lo hizo descubrió a dos chicas jóvenes pegadas a la pared y sin saber muy bien adónde mirar. Frente a ellas, alejado varios metros, otro monje tan orondo como Alain les apuntaba con una pistola.
—Señorita. Tire el cuchillo, por favor.
Alizée miró su mano, la hoja del cuchillo mostraba restos del último uso que había tenido. Abrió la mano y lo dejó caer de golpe, el impacto contra el suelo hizo que las partículas adheridas a la hoja salpicasen en todas direcciones. Ana se apartó de un salto para evitar que la alcanzasen.
Tras el último tintineo del cuchillo se produjo un incómodo silencio en el interior de la iglesia. Las dos jóvenes se apartaron discretamente a un lado. Alain ignoró la amenaza de la pistola y caminó hasta situarse frente a la pila. Colocó las manos sobre las pequeñas llamas y las mantuvo hasta que el calor fue insoportable, luego las separó y las frotó una contra otra.
—Es tarde, supongo que tienes mis diamantes —Alain dirigió entonces la mirada directamente a los ojos de Dominique pasando por alto el arma que continuaba apuntándole.
—No veo mi dinero por ninguna parte —echó a andar hacia Alain pero se detuvo a cuatro o cinco metros.
Alizée hizo intención de dirigirse también hacia la hoguera.
—A ti nadie te ha dicho que puedas moverte, donde estás, estás muy bien.
Alizée miró a Alain que le indicó que permaneciese allí, luego se quitó la mochila de la espalda y la lanzó a los pies de Dominique.
—Ahí tienes lo pactado —se giró y volvió a calentarse las manos.
Dominique recogió la mochila y se sentó en uno de los bancos.
—Se te va a caer la pistola.
Dominique levantó la vista en busca de Alain pero el monje ya no se encontraba junto a la pila, se había desplazado en completo silencio y se encontraba en el banco de delante, sentado.
Dominique trató de tranquilizarse, él tenía la pistola, él controlaba la situación.
—¿Y mis diamantes? —La madera del banco crujió al recostarse el monje. Con la mano quitaba restos de nieve de la suela de su calzado.
—He pensado que deberíamos renegociar los términos de nuestro contrato.
—¿A sí? Y ¿Por qué motivo?
Dominique sacudió la pistola.
—Tengo un arma.
—Ya y ¿Qué propones?
—Yo me quedo con el dinero y con los diamantes y dejo que sigas con vida, sigáis —señaló con un amplio abanico al resto de los presentes.
—Pero sigues sin tener medio de escape. El helicóptero ¿Recuerdas?
—Ya pero ¿Sabes? Creo que eso no será problema.
—Ah, claro, tus amigos —sujetó el pendrive con dos dedos y se lo enseñó a Dominique— no presentan muy buen aspecto ahora.
La piel del rostro de Dominique se puso blanca. Se levantó sujetando por un asa la mochila y se apartó de Alain.
—Maldito demente, estás loco.
—Creo que deberías tratarme con un poco más de respeto si quieres salir con vida de aquí.
Dominique había comenzado a sudar copiosamente, de repente sentía un tremendo calor por todo el cuerpo.
—Es hora de irse, seguramente con el alba llegue la policía con refuerzos al Valle. Dame la mochila, los diamantes y la pistola y seré yo quien te dejará vivir; pero te partiré algún hueso, eso tenlo claro.
—Si te acercas a mí te mataré, gordo tarado.
—Alizée, abre la puerta.
La orden de Alain cogió a todos desprevenidos, ni siquiera Alizée se esperaba algo así y tardó en reaccionar.
Dominique apuntó con la pistola hacia Alizée.
—No toques esa puerta.
—No puedes apuntarnos a los dos al mismo tiempo.
Alain volvía a estar peligrosamente cerca de Dominique y éste volvió a mover el arma para apuntarle.
Ese instante lo aprovechó Alizée para abrir la puerta completamente ocultándose tras ella. Las dos jóvenes no pudieron reprimir sendos gritos. Los zombis no tardaron en entrar y gruñendo se lanzaron sobre ellas, las dos chicas desaparecieron bajo sus cuerpos.
—Eres un maldito loco, sigo teniendo la pistola, acabaré con los zombis y luego… luego la mataré a ella —señaló a Alizée que había salido de detrás de la puerta y había recogido el cuchillo del suelo.
—Bien, dispara y en poco tiempo esto estará lleno de zombis, conseguirás que nos maten ¿Quién es el loco ahora? O, dame el arma y Alizée acabará con esos seres en silencio y podremos abandonar de una vez el puto Valle.
Dominique no era capaz de pensar, aunque se liase a tiros con los zombis dudaba de que fuese capaz de acertarles, no tenía mucho aprecio por las armas y lo que decía Alain era cierto, enseguida llegarían más, amén de que seguía necesitándolo para pilotar el helicóptero.
—Vale, vale —dejó el arma sobre uno de los bancos y se alejó un paso— tenemos un trato, te daré los diamantes, puedes quedarte con los protocolos, pero tendrás que llevarme contigo.
—Y romperte algún hueso, ya te lo dije.
Alain ya había recogido la pistola y Alizée no esperó más para comenzar a atravesar cabezas, con rápidos movimientos terminó con los cinco atareados zombis, luego con más calma hizo lo propio con las dos chicas antes de que llegasen a transformarse.
Dominique alargó a Alain el osito, éste lo miró sin entender.
—En el interior, guardé las piedras en el interior.
Alain tomó entonces el peluche, confirmó que los diamantes estaban ocultos dentro y colocó el pendrive junto a ellos, luego guardó el osito dentro de la mochila donde escondía el dinero.
Alizée miraba con impaciencia al exterior, temía que en cualquier momento la Ermita se llenase de zombis. De buena gana le hubiera gritado al gordo monje que era hora de largarse de una jodida vez, pero los últimos comportamientos de éste invitaban más a permanecer callada que a expresar opinión alguna.
—Bien, ya tienes los diamantes, supongo que el dinero está en esa mochila, así que creo que, tal vez debería llevarla yo y ¿No crees? Un trato es un trato.
Alain se acercó a Dominique y le colocó el cañón en los labios, empujando le obligó a abrir la boca y lo introdujo por completo en su interior. A Dominique no podían caerle más gotas de sudor, suponía que no iba a disparar pero no entendía a qué venía ahora esa maniobra.
Después de un minuto, que a Dominique le pareció una hora, Alain sacó la pistola llena de babas, la limpió sobre el cuerpo de Dominique y la depositó en el banco, junto a la mochila. A Dominique se le escapó un soplido de tranquilidad. Alizée, que observaba con impaciencia toda la escena, apenas fue capaz de seguir la mano de Alain. El golpe alcanzó a Dominique de lleno en la barbilla, al instante se desplomó con los ojos totalmente abiertos, muerto.
Alizée sólo había visto con anterioridad matar a un hombre de esa forma. No era una cuestión de fuerza, más bien de precisión en la ejecución del golpe. Ese hombre era Bastian. Todo resultaría más fácil con él de su lado, aunque dudaba que hubiese llegado a someterse a la autoridad de Alain. Al final chocarían, no lo habían hecho ya porque no habían tenido tiempo. Bastian era así, tenía un extraño sentido de la lealtad, un estúpido sentido de la lealtad, aunque ella hubiese cambiado todo el dinero de la mochila por tenerlo ahora a su lado.
—Deberías concentrarte en lo que tenemos entre manos.
Alain se hallaba junto a ella y ni siquiera podía decir cómo había llegado hasta allí, realmente tenía razón, debía prestar toda su atención. Sacudió con fuerza la cabeza y asintió.
—Cuando quieras.
Alain abría la marcha. No tardarían en llegar hasta el helicóptero. De momento no se habían encontrado con ningún zombi, parecían estar todos en el interior del Hotel. La jugada del monje había resultado perfecta para sus intereses no así para los de los pocos supervivientes refugiados en el comedor. La rapidez con la que se habían sucedido los acontecimientos le impidió verificar el destino de Bastian. La última referencia suya la tenía tumbado en un sofá, dormitando junto a la maldita cría. La situación dentro se habría vuelto muy compleja. De haberse encontrado solo no dudaba que ahora estaría a salvo en cualquier sitio pero con el lastre de la niña sus posibilidades se reducían.
Su cuerpo chocó con el del monje. Había vuelto a perder la concentración. Alain la miraba acusador. Se agachó y recogió un puñado de nieve con la que se frotó el rostro. No es que sirviese de mucho, ya tenía la cara helada pero contribuyó a despejarla algo y sobre todo, a apartar de sus pensamientos a Bastian.
—Ahí tenemos el aparato. No se ven zombis alrededor aunque habrá que llevar cuidado. Vamos.
El helicóptero tenía una de las puertas abiertas, sin duda la que había usado Didier para bajar. Didier, otra baja en esa extraña misión. La nieve había cubierto cualquier rastro de sangre que delatase el horror que se había producido alrededor del aparato, pero no podía hacer desaparecer los cuerpos de los zombis a los que había logrado abatir Didier antes de caer bajo sus fauces. Alizée tropezó con algo que la nieve ocultaba y cayó de bruces. Su pie se había enganchado con algo. Al tirar para liberarlo una pierna quedó al descubierto. Alizée se apartó con rapidez pero el cuerpo no se movió en absoluto. Alain continuó su marcha sin mirarla.
En el interior del aparato se acumulaba la nieve, la puerta abierta había permitido que se hubiese depositado en cantidad. Alain se ocupó de extraer parte, lo que consideró necesario, luego lanzó atrás la mochila y se acomodó en el asiento del piloto.
—¡Sube!
Alizée rodeó el aparato y se sentó en el otro asiento. Alain comenzó el proceso de arranque. Arrancar un helicóptero no se parecía en nada a arrancar un coche, ni siquiera un camión, era algo mucho más complejo. Requería llevar a cabo numerosas comprobaciones, pero Alain no disponía de tiempo. Inició sólo la parte esencial del procedimiento. Conectó la energía exterior, el sistema antiincendios, las bombas, verificó el combustible en el reloj, accionó la APU, unidad de potencia auxiliar, sin ella nunca arrancaría el aparato. Encendió la baliza exterior y conectó el secundario, inercial, por fin conectó la APU. Un zumbido inundó el interior del aparato. También sería audible desde el exterior así que en breve comenzarían a aparecer zombis, pero para cuando llegasen hasta allí ya se habrían largado. Arrancó turbinas y el sonido se hizo aún más fuerte. Al quitar el bloqueo del rotor las palas giraron de improviso. La nieve depositada sobre ellas cayó sorprendiéndoles a los dos. Las palas tomaron más velocidad incrementando la intensidad del ruido.
—¿Dónde vamos a ir? —Chilló Alizée para hacerse oír.
—De momento a algún lugar más cálido —Alain se colocó los auriculares para mitigar el sonido.
Las turbinas dejaron de funcionar y la APU perdió toda la potencia. Las palas comenzaron a detenerse.
—¿Qué ocurre? —Alizée miraba fijamente a Alain, por primera vez le había parecido atisbar un gesto de preocupación en él— ¿Por qué se para? Hay gasolina ¿No?
Alain comprobaba indicadores y manipulaba interruptores.
—La temperatura es muy baja, puede haber afectado a los sistemas, pero arrancará enseguida —chilló de nuevo.
Alizée volvió a entrever las dudas del monje.
—Ya están aquí.
Decenas de zombis tambaleantes iban apareciendo procedentes del Hotel. Alain se giró y extrayendo la pistola de la mochila se la entregó a Alizée.
—No dejes que se acerquen demasiado —Alain se había colocado los auriculares en el cuello.
—Pero si disparo, el ruido…
—Eso ya da igual, ve, esto arrancará enseguida.
Alizée se bajó del aparato y cerró la puerta. Avanzó unos pasos sin dejar de vigilar a Alain. Todo podría ser una estratagema para escapar dejándola allí, a merced de los zombis.
El primero llegó con bastante anticipación al resto. Alizée decidió ahorrar munición. Lo recibió plantada y tras esquivar un primer ataque se situó a sus espaldas y le partió el cuello. Se volvió hacia la cabina, la cara de Alain no presagiaba nada bueno. Lo vio manipular de forma frenética palancas e interruptores pero la aeronave no se movía.
Un grupo de cuatro zombis se aproximaba, era la avanzadilla letal de un ejército de muertos cuyo objetivo era ella. Alizée se asentó y disparó. Tres tiros, tres blancos. Al siguiente le golpeó en la mandíbula con el cañón de la pistola, vio varios dientes saltar hacia arriba. El zombi acusó el golpe y se detuvo. Alizée le golpeó en la rodilla derribándolo, una vez en el suelo saltó sobre su cuello. El zombi, aunque no estaba muerto, ya no se levantó. El siguiente grupo era demasiado numeroso. Detrás de ella escuchó las turbinas de nuevo, se volvió excitada pero la expresión del rostro de Alain alejó definitivamente sus esperanzas. Al instante las turbinas dejaron de zumbar.
Parte de los zombis se dirigieron al aparato. Alizée retrocedía a la vez que disparaba a los que iban en cabeza, el “CLIC” la sorprendió en el lago helado, sus pulsaciones se desataron, había reculado tanto que ahora se encontraba sobre el hielo. Las sienes le retumbaban. Cogió impulso y se alejó hacia el interior. La descoordinación de los zombis les hacía caer, una vez sobre el hielo ya no eran capaces de levantarse. Alizée observó el helicóptero rodeado por completo de esas bestias. No había visto salir a Alain. Ya era tarde para él. Continuó patinando sobre el hielo, tratando de no caer mientras pensaba que si lograba alcanzar el final podría huir por el camino y ocultarse en algún sitio, tal vez la Ermita.
Un crujido la hizo detenerse, estaba claro que el destino le tenía reservada otra cosa. La capa de hielo se resquebrajaba. Se dio la vuelta y vio con horror como los zombis se aproximaban a ella, unos a gatas, otros arrastrándose. Intentó alejarse pero era inútil, el hielo volvió a crujir. Si los zombis llegaban hasta ella la capa de hielo se partiría definitivamente. No tenía muchas opciones, la orilla estaba a unos veinte metros, su salvación a unos pocos pasos. Respiró con fuerza y echó a correr procurando no caer. Al segundo paso el hielo se partió bajo ella y los zombis sólo pudieron ser testigos de cómo hizo un par de intentos por subir de nuevo sin conseguirlo. Cuando el primero que llegó hasta allí cayó al agua también, ya no había rastro de Alizée.
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En los aseos, Mikel se atrevió a hablar por fin.
—Ese ruido parecía el helicóptero.
—Sí, alguien lo ha puesto en marcha —convino Ernest casi susurrando.
—Alguien ¿Quién?
—Ni idea pero ya ha parado, a quien fuese se lo van a terminar comiendo los zombis.
El eco de las detonaciones de los disparos excitaron a todos los zombis, por el pasillo contiguo al baño se sucedieron de nuevo las carreras y los gruñidos. Ernest le hizo un gesto con la mano a Mikel para que permaneciese en silencio.
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Arnau identificó enseguida el sonido del helicóptero, los otros dormían juntos en la cama, ni una bomba podría despertarles. Alguien trataba de abandonar el Valle de la única manera posible. Tenía que tratarse de Alain, ese cabrón al final iba a salirse con la suya. También podía ser Dominique, aunque le costaba imaginarlo a los mandos del aparato.
El ruido del motor cesó. Al momento se escucharon disparos. Otra vez el motor. Más disparos. Luego nada. El helicóptero no se había elevado, seguro, alguien había calculado mal sus posibilidades.
Caminó hasta la puerta y observó por la mirilla, apenas se veía nada. Los zombis seguramente se habrían sentido atraídos por los últimos ruidos, tal vez fuese un buen momento para intentar escapar. Agarró con fuerza el pomo de la puerta. Tras un instante de duda lo soltó. Escapar adónde. El Hotel estaba infestado de zombis, todo el Valle, como probaba lo último ocurrido. En la cama, André y Pietro continuaban durmiendo ajenos a todo, Leo hasta roncaba ligeramente. Sería mejor esperar a que amaneciese, luego tomaría una decisión. Para entonces tal vez ya hubiesen recibido ayuda.
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Gwen se incorporó. Se giró hacia el padre de Mario. Él también lo había escuchado, trataba de identificar el sonido orientando la cabeza.
Le pareció un motor, un motor potente ¡el helicóptero! gritó para sí. Tenía que tratarse del helicóptero, puede que llegase otro. El rumor se acalló. El padre de Mario había vuelto a su posición estática. Gwen observó a Bastian, continuaba durmiendo, también Mario, incluso la pequeña se había rendido. Dudó un instante antes de acercar la boca a su oído.
—Bastian —susurró.
El hombre no reaccionó.
A lo lejos le pareció escuchar disparos. Ya no volvió a oír el ruido del helicóptero.
Volvió a concentrarse en Bastian, no se había movido lo más mínimo. Se asustó. Colocó la mano sobre su pecho y acercó los labios a los suyos. Al momento sintió como una leve corriente de aire escapaba de la boca del francés. Se apartó un poco sintiendo su corazón desbocado.
Restaurante la Cabaña de los Pastores
Aroa acercó su boca al oído de Sergio y habló en voz baja:
—Yo no creo que lo mejor sea quedarnos aquí a esperar.
—Yo también creo que sería mejor intentar escapar —a pesar de lo bajo que había hablado Aroa, Vera la había escuchado— creo que deberíamos darle alguna oportunidad a la niveladora, no sé, es mi opinión.
—La niveladora está averiada, tú nos lo has dicho, si se para entre los zombis será el fin, y no sólo nuestro fin, también el de los pequeños, queramos o no, nos guste más o menos, estos críos son ahora nuestra responsabilidad.
—Nadie lo pone en cuestión —levantó un poco la voz Vera.
—¡SSSSSST! —Le indicaron a dúo Sergio y Aroa.
—Hasta ahora no ha aparecido nadie, nadie ha venido a ayudarnos. Explícame, no, explícanos a todos por qué ahora será diferente.
Las dos chicas, al igual que Nacho y Alberto observaban en la oscuridad a Sergio.
El argentino se tomó un tiempo para responder.
—Vendrán, alguien vendrá a ayudarnos, que por qué lo sé, por probabilidad, porque realmente lo deseo, por justicia divina, nuestra suerte tiene que cambiar, no puede ir a peor.
Erika se incorporó hasta ponerse en pie.
—Me hago pis ¿Puedo ir al baño?
—Pero no hagas ruido —Sergio apartó sus piernas para que pudiera pasar.
—Lo que dices no tiene ningún fundamento lógico —volvió al tema anterior Aroa.
—Sí lo tiene, piénsalo; primero se jode el telesilla, el temporal impide que la gente baje esquiando, luego se va la electricidad, los teléfonos no funcionan y aparecen los zombis. Logramos mantenerlos fuera, sólo teníamos que esperar, disponíamos de casi todo, podíamos esperar muchos días y… y aparecen ese par de… ese par de hijos de puta y terminamos aquí encerrados, sin comida, sin abrigo y rodeados de zombis. No, realmente ya no nos puede ir peor, a partir de ahora las cosas van a cambiar, seguro, Dios nos lo debe ¡Joder!
Al acabar, Erika tiró de la cadena, siempre hay que tirar de la cadena después de ir al baño. La cisterna chirrió mientras realizaba la descarga y luego las cañerías entonaron otro lamento mientras se completaba el rellenado. La pequeña se asustó y al otro lado los zombis parecieron despertar también de su letargo. La puerta de los aseos se vio sacudida por los golpes y los empujones. Los más pequeños se despertaron y comenzaron a llorar. Sergio corrió a la puerta para intentar aguantarla en caso de que los zombis la lograran quebrantar.
—Haced callar a los críos por Dios.
Aroa y Vera intentaban calmar a los pequeños, la cisterna seguía chirriando y los golpes, sobre una puerta que cada vez temblaba más, arreciaban.
Cuando la cisterna alcanzó más de la mitad de su nivel dejó de producir ese sonido, los pequeños habían parado de llorar por indicación de Vera y Aroa, Nacho consolaba a su hermana Maite. Los zombis del otro lado fueron calmándose hasta desactivarse del todo. La puerta había resistido el asalto. Sergio regresó temblando y se sentó en el mismo sitio que ocupaba.
—No sabía que… no sabía que haría ruido, yo…
—No te preocupes cariño, no es culpa tuya, no es culpa tuya, ni vuestra —acarició las cabezas de Luis y Martina.
—Ja ja ja —Vera tuvo que taparse la boca para evitar que se la escuchara.
—Y tú ¿De qué coño te ríes tú? ¿Qué te pasa ahora?
A vera le costó unos minutos poder hablar.
—Es la situación, es esta situación, decías que no podía irnos peor —sofocó otro ataque de risa— perdonad, me he acordado del jovencito Frankenstein.
Todos la miraban sin entender.
—El jovencito Frankenstein, la película —intentó explicar— hay una escena en la que Igor, que era el criado de Frankenstein, aparece junto a éste sacando un ataúd de una fosa. Frankenstein le dice a su criado que el trabajo que están haciendo es asqueroso. Igor le responde que podría ser peor no sé cómo pregunta Frankenstein. Podría llover, contesta Igor y ¿Adivináis? Comenzó a llover que te cagas —tuvo que taparse de nuevo la boca para que no se la oyera reír.
Aroa y Sergio se miraron, a ellos no les había hecho ninguna gracia.
Nuria. Vagón del Cremallera
Un sonido despertó a las dos amigas. Ninguna sabía muy bien qué era el ruido que habían oído. Luna se incorporó un poco mientras intentaba desentumecer las piernas.
—¿Qué era ese ruido? ¿Tú lo has oído también?
—Sí, pero ahora ya no se escucha nada —al espabilarse, el dolor volvía al pie de Marga.
—¿De dónde vendría?
—Creo que del Valle —Marga observaba su pie, tenía una tonalidad entre azul y morada.
El zumbido que habían escuchado se repitió unos instantes para volver a desaparecer.
—¿Lo oyes? —Insistió Luna.
La joven se asomó con cuidado por una de las ventanas. La Estación continuaba a oscuras, aunque la capa de nieve depositada sobre el cristal tampoco le hubiera permitido ver gran cosa.
—¿Qué crees que era?
—Parecía el ruido de un motor ¿No? —Marga se apretaba el tobillo con dos dedos buscando las zonas que más dolor le provocaban.
—¿Cómo llevas el pie? —A Luna no le gustaba el color que presentaba ni lo hinchado que lo veía pero pensó que sería mejor no comentarle a ella nada.
—Mal, aunque diría que ahora me duele menos.
Procedentes del Valle les llegaron nuevos sonidos.
—¡Son disparos! —Las dos amigas chillaron al mismo tiempo.
—¿Vendrá alguien a ayudarnos?
Marga no llegó a contestar, el ruido de las detonaciones había cesado del mismo modo que empezó.
—Ya no se oye nada, eran pocos disparos para acabar con tanto zombi.
—Tengo mucho frío —a Marga casi se le escapaban las lágrimas.
Luna se acurrucó junto a ella.