Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 21:00 y las 00:00 horas
Restaurante la Cabaña de los Pastores
La temperatura en el interior de los aseos era muy inferior a la que disfrutaban en el comedor. La oscuridad reinante tampoco ayudaba a mejorar su situación. Los más pequeños, exhaustos tras tantas emociones intensas, dormitaban pegados unos a otros, tiritando. Sergio aún se encontraba conmocionado y su rostro mostraba las huellas del tremendo castigo a que lo había sometido el alemán.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —Aroa habló entre susurros dirigiéndose a Sergio.
—Sólo podemos esperar. Rezar para que alguien venga a ayudarnos a tiempo —su nariz, rota, comenzó a sangrar de nuevo. El argentino se apretó para ejercer presión y echó la cabeza a tras para cortar la hemorragia— no disponemos de ningún vehículo, esos cabrones se han llevado la niveladora. Joder, que mierda, maldigo a esos hijos de puta, si hay Dios debería hacer que se transformasen en zombis y vagasen por el mundo para siempre.
—Tranquilo Sergio —Aroa le acarició el cabello estropajoso.
—No, joder, sólo teníamos que esperar, había comida, bebida, teníamos fuego… pero esos cabrones —el argentino no pudo evitar que varias lágrimas rodasen por sus mejillas— y ahora…
Vera llevó la mano a su bolsillo. Sí. Allí estaba. El llavero seguía allí.
—Eso no es del todo cierto —susurró.
Tanto Aroa como Sergio la miraron sin comprender. También Alberto y Nacho prestaron atención a lo que decía.
—Hay otra niveladora —continuó.
—Otra niveladora, pero ¿Dónde? —interrogó Sergio sin dejar de oprimir su maltrecha nariz a la vez que intentaba secarse las lágrimas.
—La quitanieves está cerca, en el remonte siguiente al telesilla, a unos ciento cincuenta o doscientos metros.
Un murmullo de esperanza se repitió en los labios de todos.
—Pero —Vera se interrumpió— pero hay un problema.
—No tienes la llave —intentó adivinar Alberto.
—La llave sí que la tengo —la mostró a los demás antes de continuar— el problema es que la niveladora está averiada.
—¿Averiada? ¿Y para qué nos has dicho nada entonces? —Levantó la voz Aroa.
—¿Sabes que le pasa? A la niveladora ¿Sabes qué le pasa?
Todos se callaron aguardando la respuesta de Vera.
—No arranca.
—¡Mierda! —Estalló Alberto.
—Si no arranca no tenemos nada que hacer —confirmó Sergio— tendrá jodida la batería o el motor de arranque.
—No —interrumpió Vera— no es eso, es una avería electrónica. El sistema eléctrico detecta algún fallo y actúa bloqueando el arranque para que el vehículo no se pueda mover.
—Bueno, tanto da, en cualquier caso no podemos ni sabemos repararlo.
—Tal vez sí podamos —insistió Vera— recuerdo la explicación que le iba a dar Toni al Director de la Estación sobre la avería que sufría la quitanieves.
Todos estaban ahora expectantes.
—Continúa —solicitó Sergio.
—Por lo visto la avería hace que el sistema detenga la máquina, pero basta con quitar uno de los bornes a la batería y se resetea permitiendo que vuelva a arrancar.
—Bien, en ese caso sí podemos arreglarla —intervino más animado Alberto.
—Hay algo más ¿no? —interrogó Sergio.
—El caso es que al poco tiempo el error se repite y el sistema detiene el vehículo de nuevo.
—Poco tiempo ¿Cuánto tiempo? —El tono de Aroa mostró el desánimo de todos.
—Varía, lo mismo pueden pasar dos minutos que una hora, así lo explicó Toni.
—Es una locura, si se parase los zombis rodearían el vehículo y acabarían por atraparnos, recordad como rompieron la ventanilla, estaríamos perdidos —Aroa negaba con la cabeza.
—Eso sin contar con que se encuentra a doscientos metros de aquí, si es que sigue allí —la nariz de Sergio había dejado de sangrar y bajó la cabeza por fin.
—Sigue allí, seguro —confirmó Vera.
—Es inútil, nunca podríamos alcanzarla, llevamos a varios críos, descalzos encima, es una locura. Además no podemos salir de aquí, el restaurante está infestado de zombis y…
—Yo puedo ir —interrumpió Nacho a Sergio— llevo calzado.
—¿Es que no escuchas? Al otro lado un montón de zombis esperan con la boca abierta para comerte vivo.
La crueldad de su intervención le costó al argentino una reprimenda por parte de Aroa y Vera.
Nacho se incorporó y se acercó a la pared de enfrente. Les señaló las ventanas. El cristal de una de ellas presentaba una grieta que iba de abajo arriba.
—Puedo salir por ahí, da a la calle ¿No? —Aroa afirmó con la cabeza— luego corro hasta el remonte y arranco la niveladora y regreso a por vosotros.
—Que no arranca Nacho, está averiada.
—Bueno pero se le hace eso del porne que ha dicho Vera.
—Es borne —corrigió Sergio— y ni siquiera sabes lo que es una batería.
Nacho fue a replicar pero calló, tenía que reconocer que eso era cierto.
—Tú sí que lo sabes, podrías ir con él.
—Yo también iré —intervino Vera.
—No, es una locura. Aunque lográsemos llegar hasta la niveladora y regresar, y que no se nos parase aquí, no podríamos subirnos todos sin que nos alcanzasen los zombis. No vamos a ir a ninguna parte, esperaremos, seguro que con el nuevo día alguien viene a rescatarnos.
A esas alturas ninguno confiaba en la veracidad de esa afirmación pero al mismo tiempo, era la única esperanza a la que podían aferrarse.
Nuria. Refugio
La llegada del extraño lanzando señales con la linterna en el exterior había servido para librar, al menos momentáneamente, del acoso a preguntas a Alain. André había intentado continuar indagando pero un gesto claro del monje le hizo desistir.
La pequeña dormitaba en el sofá, acurrucada entre Bastian y Gwen.
—¿Crees que conseguiremos salir con vida de aquí?
Bastian examinó cuidadosamente el rostro de la mujer, a pesar de todo lo que había vivido las últimas horas, aún conservaba intacta su belleza. Sus ojos mostraban un comprensible agotamiento pero sin quererlo desprendían una atracción irresistible. Dirigió luego la mirada hacia la niña, continuaba durmiendo aunque con visible inquietud. Buscó a Alain y Alizée situados a un lado de la puerta de entrada de la cocina y por fin respondió.
—No.
Bastian comprobó como la mujer, con la cabeza echada hacia atrás había cerrado los ojos; no podría asegurar si para tratar de descansar o en un intento de evitar que las lágrimas se le saltaran. Probablemente esperaba que su respuesta hubiera sido afirmativa, sin titubeos, tan esperanzadora como falsa. Pero no había sido así, él podía ser muchas cosas, pero idealista nunca. Ese era el motivo de que, en su profesión, todavía continuase vivo. Analizaba fríamente la situación y actuaba en consecuencia. Siempre intentaba ponerse en lo peor, el escenario más peligroso y este, este escenario no podía ser peor.
—¿Vas a contarme qué es lo que está ocurriendo? —Alizée se dirigió a Alain entre dientes, sin mirarlo, como si no estuviese hablando con él.
—Sé más o menos lo mismo que tú. Unos zombis que no se mueren y…
—Déjate de gilipolleces —lo interrumpió sin mirarlo siquiera— ¿Qué haces aquí? ¿A qué has venido? Este no es un trabajo para ti; tú no te encargas de minucias como esta, un simple intercambio, no, hay algo más y tú me lo vas a decir.
Nada más acabar de hablar Alain se colocó frente a ella, en silencio, observándola, valorando. Alizée fue, en ese instante, consciente de que el tono empleado no había sido el más apropiado. Conocía al hombre que tenía delante, lo conocía demasiado bien. Sabía que ahora estaba barajando dos opciones, ni una más; acceder a lo que ella le había exigido o… eliminarla, así, sin más, delante de todo el mundo, sin que nada le importase.
—No sólo se llevaron diamantes de aquella caja de seguridad —Alain se había vuelto a colocar a su lado y habló con un tono carente de toda emoción.
Alizée soltó el aire que había contenido sin darse cuenta y esperó, sabía que había pasado la prueba, de momento, ahora sería informada de lo que él creyese conveniente.
—Se llevaron información altamente sensible.
Alizée había recuperado ya sus pulsaciones normales y aguardaba en silencio, tratando de entender.
—Con dicha información y los conocimientos adecuados se podría quebrantar la seguridad de determinadas entidades bancarias.
—Y eso es lo que le has quitado a ese hombre —sonrió la mujer.
—Ya suponía que te habías dado cuenta, chica lista —sonrió ahora Alain.
—¿Quién es Dominique? Al oír ese nombre supiste quién era ese tipo.
—Dominique fue el artífice del robo. Desconocíamos todo a cerca de él. Pero no hay ladrón, por muy bueno que sea, que no cometa errores, va dejando pistas, pequeñas miguitas que, al final, siempre nos conducen hasta él. Creyó que refugiándose en el Santuario y haciéndose pasar por monje no lo encontraríamos, pero se equivocó. Cuando lo localizamos nos propuso un trato, los diamantes a cambio de una cantidad asequible de dinero e inmunidad. Pensó que no estábamos al corriente de lo que, en realidad, había en juego y, de nuevo se equivocó.
Alain se detuvo e introdujo un caramelo en la boca, Alizée esperaba que continuase tratando de dominar su impaciencia.
—Dominique, mientras tanto, planeó con otros cómplices el atraco de varias entidades, andorranas, para ser más concretos. Nos costó, es decir, me costó bastante tiempo conocer su identidad, no sabía nada de él, cómo era, qué aspecto tenía, nada.
—Pero si ya habíais contactado para el intercambio con él.
—Es un poco más complejo —la entonación empleada daba a entender que no debía intentar profundizar en eso.
—¿Y por qué enviarnos a nosotros?
—Si yo no lograba descubrirlo antes, al final lo haría él solo al llevar a cabo el intercambio, se entregaría a vosotros.
—¿Y luego? —Interrogó Alizée situándose frente a Alain.
—Luego qué —Sonrió cínico Alain— creo que ambos sabemos lo que hubiese pasado luego.
—Y aun así pretendes que yo te ayude y confíe en ti.
—No, no pretendo que me ayudes y mucho menos quiero tu confianza. Creo que amas lo suficiente la vida y eres lo bastante inteligente como para saber en qué lado de la balanza situarte. Con él —señaló con la barbilla a Bastian— o con quien puede sacarte de aquí —concluyó Alain seguro de sí.
—Ahora mismo sólo hay una forma de salir de a… ¡Sabes pilotar! ¡Qué cabrón! Así que es eso, quieres alcanzar el helicóptero y huir por aire. Supongo que también sabes Morse.
—Antes tengo que recuperar los diamantes y ajustar algunas cuentas pendientes con ese imbécil.
—Dominique —susurró Alizée— pero han dicho que el Santuario estaba lleno de zombis.
—Dominique espera en la Ermita, con los diamante, supongo. Por cierto, el de la linterna era un poli, tenemos que darnos prisa, volverá.
Alizée permaneció un instante ordenando sus ideas y preguntó.
—¿Para qué necesitabas el dinero? ¿Por qué ponernos en peligro para recuperarlo?
—¿Qué dinero? —Preguntó inocente Alain.
—¿Cómo…? Te lo vas a quedar —Alizée se llevó las manos a la cabeza.
—La situación es perfecta, la aparición de todos esos zombis en el Valle es lo mejor que nos podía pasar —la incluyó deliberadamente.
—También quieres los diamantes. Nos cogerán, lo sabes. Nos perseguirán hasta matarnos.
—No se puede matar a los muertos.
Mikel se aproximaba a ellos así que se vieron obligados a posponer su conversación.
Arnau intentaba no perder detalle de ningún movimiento de Alain y de la mujer. Los veía hablar intentando pasar desapercibidos, hubiera dado un brazo por poder escuchar lo que decían.
Una idea le rondaba la cabeza. Había visualizado una y otra vez la escena reciente en los lavabos; algo no cuadraba pero estaba demasiado cansado para poder ordenar sus pensamientos. Apoyó la cabeza en sus brazos sobre la mesa y cerró los ojos, se abandonó al sueño; estaba tan agotado. Una sucesión de flashes fueron impresionando su retina, como una colección de diapositivas; los gritos, los disparos, ellos entrando en los aseos, Alain escondiendo algo en la manga de su hábito, el Director alumbrando los cadáveres, los últimos, los que terminaban de abatir, con sendos orificios en sus cráneos y sangre, mucha sangre en sus cuerpos, sangre reciente, no oscura ni reseca…
—¡SÍ!
Se incorporó a la vez que gritaba. Eso era, los últimos cadáveres, a los que acababan de disparar, estaban cubiertos de sangre, demasiada sangre para haber muerto de un tiro en la cabeza; cuando los mataron no eran zombis y probablemente no murieron de un disparo. Buscó con la mirada a Alain: te tengo.
Localizó al Director, dormitaba apoyado en otra mesa cerca de la cocina. Le costó un rato que se despejara y mucho más convencerlo para que lo acompañase hasta la ventana donde, momentos antes, había intentado comunicarse con el extraño de fuera.
Una vez separado del resto y lejos de oídos indiscretos le puso al corriente de su teoría.
—Eso sería un asesinato. Si está en lo cierto habrían matado a dos personas vivas. Pero ¿Por qué?
—No lo sé seguro pero tengo una teoría. Creo que los conocían.
—Yo no voy matando a mis conocidos —rechazó el Director.
—Yo tampoco —reconoció Arnau— debían tener algo contra ellos, ya le he dicho que es sólo una teoría.
Tras permanecer unos momentos en silencio Arnau habló decidido.
—Tengo que ir a los aseos. Tengo que inspeccionar los cuerpos, sólo así estaré seguro.
—Si está en lo cierto ese hombre no le dejará salir y recuerde que ella está armada con una pistola, y sabe utilizarla.
Arnau se sumió, de nuevo, en un incómodo silencio. Intentaba dar con la forma de acceder a los baños sin que nadie detectase sus verdaderas intenciones, sin levantar sospechas.
—Ya está, antes le oí decir que el cocinero, ese tal…
—Julián —apuntó el Director.
—Eso, antes dijo que había desaparecido sin dejar rastro, que debía haberse ocultado en alguna habitación. Usted dirá que quiere ir en su busca y yo me ofreceré a acompañarlo.
André lo miró con una buena dosis de aprensión. No le seducía precisamente la idea de salir del comedor y encontrarse con algún zombi y, aunque fuesen directos a los aseos y no se toparan con ninguno, si el policía llevaba razón, el seguro enfrentamiento que se auguraba con el monje tampoco era plato de buen gusto.
Arnau pareció leerle el pensamiento.
—No debe preocuparse, en el caso de que nos encontremos con algún zombi yo me ocuparía de él y si estoy en lo cierto como creo, sólo yo me encargaré de detener a Alain.
André continuaba sin decidirse, no veía al policía disfrazado de monje capaz de acabar con un zombi violento y ávido de sangre. Mucho menos le creía capaz de derrotar al tal Alain.
Sin usted no podré hacerlo. Piense que ese hombre ya debe tener planeada la forma de escapar de aquí y no pasará por llevarnos a todos con él, más bien nos utilizará para salir indemne.
—Vale, de acuerdo —André se rindió al fin— le ayudaré, aunque creo que es una locura.
—Estupendo —Arnau se giró hacia la cocina y echó a caminar.
—Pero cómo —el Director lo sujetó de la áspera manga— ¿Ahora?
—No hay tiempo que perder. Lo que sea que tenga planeado, no tardará en llevarlo a cabo.
A Bastian le había vencido el sueño. A su lado la pequeña dormía sin soltar su mano. Gwen los observaba a los dos. Puede que fuese la única que entendía la actitud de la niña hacia el francés, a ella le ocurría lo mismo. La pequeña era afortunada al contar con un ángel de la guarda como él. En ese instante decidió que no se separaría tampoco de Bastian.
En la cocina parecía estar formándose algún tipo de altercado. Era raro, aunque parecían discutir, todos lo hacían en un tono demasiado moderado, eso hacía que tan solo alcanzase a escuchar palabras aisladas. Con todo, entendió que André quería ir a buscar a Julián, intentaba convencer al joven que se había enfrentado a Bastian para que lo acompañara. Dudó sobre si debía despertarlo pero concluyó que era mejor que descansase, de su estado iba a depender la seguridad de la niña, y la de ella.
En la cocina, Mikel se negaba a acompañar al Director, era de noche, todo estaba oscuro y no sabían cuantos zombis podrían haber entrado por el baño, o haber permanecido escondidos por el interior del Hotel.
A pocos metros de ellos Alain parecía dormitar pero permanecía atento al desarrollo de los acontecimientos. También Alizée estaba pendiente del Director. Algo la escamaba.
Tras recibir la negativa de Mikel, André se aproximó a Alain.
—Creo que Julián podría seguir con vida, escondido en alguna habitación, necesito su ayuda. También la suya —se dirigió a Alizée.
La mujer permaneció en silencio esperando la respuesta del monje.
—Sólo soy un servidor de Dios ¿En qué podría ayudarle yo?
—Antes no ha tenido reparos en acabar con esos dos zombis, además, Julián iba en su grupo cuando salimos a limpiar de zombis el Hotel, creo que me lo debe.
—Su Hotel quiere decir. Ya le he explicado que sólo soy un monje, antes conté con la inestimable ayuda de la señorita —señaló a Alizée.
La mirada de André fue de uno a otra varias veces pero ninguno accedió a acompañarlo.
—Si es necesario iré solo, no voy a abandonar a ese hombre a su suerte. Al menos déjeme su pistola, así tendré más oportunidades —la mujer no se movió siquiera.
El Director se giró y se encaminó hacia la salida del comedor que daba a la Recepción sentía los nervios agarrados a sus tripas y no sabía qué estaba haciendo.
Cuando ya había terminado de apartar los muebles apilados contra la puerta y se disponía a abrir se acercó a él Arnau.
—Yo iré con usted, no sé si seré de mucha ayuda pero lo acompañaré.
Pietro y Leo asistían incrédulos, ambos habían visto a Arnau luchar y reducir a más de un zombi pero no comprendían qué necesidad tenía de salir.
Tras abandonar el comedor, Mikel cerró de nuevo y atrancó la puerta.
—Es raro —Alizée miraba a Alain, como éste no decía nada continuó— hace un rato estaban hablando juntos; traman algo.
—Sí, pero con un poco de suerte los zombis de ahí fuera nos harán un favor.
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Una vez al otro lado de la puerta, los nervios abandonaron el estómago de André para agarrarse a su garganta, era incapaz de respirar normalmente. Necesitaba hacer algo o se pondría a chillar de un momento a otro. Echó a andar hacia la Recepción.
—¿Dónde va? Es por el otro lado —susurró Arnau.
Como el Director ni paró ni contestó, no le quedó más remedio que ir tras él. Lo halló rebuscando por los cajones.
—¿Tiene una pistola?
—¿Y por qué iba a tener yo una pistola? —André contestó sin dejar de revolver los cajones tratando de hacer el menor ruido posible— ¡esto es lo que buscaba! —levantó una linterna de un palmo, con un haz de luz mucho más potente que la pequeña que portaba.
Le lanzó la pequeña a Arnau.
—Ya podemos irnos.
Caminaban despacio para no ser descubiertos por Alain al otro lado de la pared. Entraron en el aseo. A pesar del ambiente gélido el olor a sangre era perfectamente perceptible, Arnau lo conocía muy bien. Acercó la mano a la cabeza de Klaus para darle la vuelta.
—Tenga cuidado, por Dios —el haz de luz de la linterna de André parecía tiritar de frío como él.
Arnau identificó al momento la tremenda herida que presentaba en el cuello. Dio la vuelta a la mujer y descubrió su garganta.
—Los han ejecutado, fíjese en sus gargantas.
—Bueno, eso no prueba nada, tal vez sólo se defendieron hasta poder dispararles en la cabeza.
—Mire sus ojos, son normales, no estaban transformados, no eran zombis —rodeó con la luz el orificio de entrada de la bala en la cabezas de los dos— fíjese en ese cerco alrededor de la herida, apoyaron el cañón de la pistola en su cabeza, dispararon a quemarropa, para disimular su acción, para hacernos creer que eran zombis pero fue un asesinato, los ejecutaron.
André lamentó la confirmación de sus temores, en su interior albergaba la esperanza de que ese monje que decía ser policía estuviese equivocado; ahora tendría que detener a ese tipo y no creía que se lo pusiera fácil. De inmediato se sintió culpable por no haber pensado en el destino de esas dos personas asesinadas aunque, si como sospechaba el policía se conocían, tal vez se lo merecieran. Desechó esos pensamientos y observó a Arnau, rebuscaba en los bolsillos de los muertos
—¿Qué hace ahora?
—Busco algún arma pero no hay ninguna, tampoco llevan documentación de ningún tipo.
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Una vez que les abrieron, no sin alguna duda, Pietro y Leo les rodearon.
—¿Lo habéis encontrado? —Interrogó el joven monje.
El Director no respondió y se limitó a bajar la linterna y lanzar una mirada a Arnau.
El policía se dirigió caminando hacia Alain y Alizée, una vez frente a ellos les apuntó con la linterna a los dos alternativamente.
—Soy policía, pertenezco a Interpol. Están detenidos por los asesinatos de esas dos personas de los aseos, levanten los brazos y colóquense contra la pared —acompaño sus palabras con un movimiento de la linterna para iluminar la pared adyacente.
—¿Qué personas? En esa habitación hay un montón de muertos, zombis —Alain no se había movido ni un ápice, tampoco Alizée.
—El juego ha terminado, sé quién eres y lo que has venido a hacer aquí, pero te has equivocado, no tenías que haber matado a esas dos personas.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —Alain lo miraba desafiante.
—Ya te he dicho que te coloques contra la pared.
—No —insistió Alain. Alizée empuñó su pistola y le apuntó al pecho.
La atención del reto de asistentes era absoluta, realmente no entendían lo que pasaba pero intuían que las cosas no iban a acabar bien.
Gwen decidió que ahora sí debía despertar a Bastian. El francés se incorporó de golpe, le costó un momento ubicarse. Cuando lo hizo se encontró con Alizée apuntando a uno de los últimos monjes que había entrado.
—Dice que han asesinado a dos personas —informó Gwen.
Bastian ya evaluaba la situación, la niña se había despertado y bostezaba sujetando el brazo del hombre con las dos manitas. Creía saber a qué dos personas habían asesinado. Los cadáveres de los aseos, al primer vistazo lo tuvo claro. Tenía que intervenir, una cosa era que no estuviese de acuerdo con la actitud reciente de Alizée y otra que, si le obligaban a elegir, no se posicionara a su lado.
Alizée obligó a retroceder a Arnau mientas Alain hacía que todos saliesen de la cocina. Antes de escabullirse por ella agarró la mano de Alizée en la que portaba la pistola y oprimió su índice disparando contra una de las ventanas, de inmediato abandonaron el comedor y cerraron a su paso.
Los acontecimientos se precipitaron, multitud de zombis cubiertos de nieve penetraron en el comedor a través de la ventana rota por el disparo, gruñendo, gritando, ávidos de sangre. Dentro, los supervivientes gritaban incapaces de contener su miedo, sin darse cuenta que esos mismos gritos atraían hacia ellos a los zombis. Al cerrarse la puerta de la cocina, la única fuente de iluminación de que disponían, los fuegos, desapareció. La visibilidad pasó a ser casi nula lo que hacía la situación todavía más aterradora.
Ernest, el vigilante y Mikel se apresuraron a retirar los muebles apilados contra la puerta que daba al pasillo frente a los aseos. El matrimonio con su hijo pequeño intentó seguirles pero la mujer resultó alcanzada por un zombi que se precipitó sobre ella. Los dos cuerpos rodaron por el suelo. Cuando la mujer fue capaz de detenerse sintió el ardor de las múltiples dentelladas recibidas. Su marido intentó ayudarla tratando de apartar de su alcance a su hijo al mismo tiempo. Otro zombi se lo arrebató de la mano; el instante de duda sobre a quién socorrer resultó fatal, dos muertos vivientes más se lanzaron sobre él.
El comedor se había sumido en un mar de gritos. Los zombis iban haciendo presa, uno a uno, en los supervivientes que encontraban. André, junto con Arnau, al que seguían Pietro y Leo, logró abrir la puerta y escapar a la Recepción, tras ellos salieron varios muertos vivientes.
Bastian se había recostado en el sofá y acariciaba el cabello de la pequeña, ocultando su carita contra su pecho. Cada vez que mesaba su pelo sentía los continuos estremecimientos que la sacudían. Le daba vueltas a la última escena una y otra vez. El monje intentando detener al otro monje y a Alizée, y ella disparando contra la ventana a sabiendas que eso acabaría con la vida de todos ¿Cómo podía haber hecho eso? No la conocía, había estado tan ciego. O puede que los dos fuesen iguales y algo hubiera hecho que él cambiase. Acarició de nuevo la cabeza de la niña. Lástima que ya fuera tarde.
—¿Qué… qué vamos a hacer? —Gwen permanecía inmóvil a su lado presenciando horrorizada la masacre de los últimos supervivientes del Hotel.
—Nada, no podemos hacer nada, estamos muertos.
La niña asomó la cabeza y acercó una de sus manos a la cintura, donde Bastian llevaba su pistola. El francés la empuño y extrayendo el cargador verificó lo que ya sabía: le quedaban tan solo cinco cartuchos. Volvió a colocar la cabeza de la cría contra su pecho y apuntó el cañón hacia su sien, no dejaría que se transformase en una de esas cosas. Otra bala para la mujer. Dos más para abatir zombis y, por último, la suya. Ahí terminaba todo.
—Creo que no nos ven —susurró Gwen al oído de Bastian.
El francés observó con más detenimiento la escena. Los zombis gruñían y gritaban mientras despedazaban a sus presas. Algunas de ellas ya se transformaban en más muertos vivientes. Pero era cierto, sólo habían atacado a los que habían gritado o corrido intentando ponerse a salvo. La escasa iluminación y su inmovilidad en el sofá apartado de la acción probablemente los había mantenido con vida hasta ese momento, pero eso no duraría eternamente, tarde o temprano los descubrirían y sería el fin, pero eso aún no había ocurrido y ahora tenían una oportunidad.
Bastian obligó a la niña a mirarlo. Llevándose el índice a los labios le indicó que permaneciese en silencio. La pequeña asintió, Gwen también pareció comprender.
Bastian le pasó la pequeña a Gwen, empuñó su arma y se puso en pie lentamente. La percepción de que todo había llegado a su fin iba desapareciendo y en su mente se formaba una clara idea de los pasos a seguir. Gwen se incorporó también y, con la niña a horcajadas, observaba a Bastian, esperaba alguna indicación suya.
La visibilidad para ellos tampoco era suficiente pero tenía a su disposición el resto de sentidos y, sobre todo, el instinto de supervivencia que se imponía a los demás por momentos.
Bastian salió a la Recepción seguido a menos de un paso por ellas. Gwen volvió a pegar los labios a su oído.
—¿Qué vamos a hacer? —Repitió la pregunta realizada antes sin ser consciente de ello.
—Escondernos en alguna de las habitaciones.
—¿Cómo? Están cerradas y si revientas la cerradura no podremos contenerlos.
El cerebro de Bastian procesaba a toda velocidad. Buscaba posibilidades, las evaluaba, las desechaba y volvía a empezar. Con la adrenalina a tope, sus capacidades se encontraban al doscientos por cien.
—¡Vamos! —Ordenó.
Caminaba hacia las escaleras mientras intentaba terminar de acostumbrar sus ojos a la oscuridad reinante. Levantó un pie y pasó por encima de uno de los cadáveres que permanecía en el suelo consecuencia de la excursión anterior. Con una seña se lo indicó a la mujer. Gwen se apartó de la trazada seguida por él para evitar el cuerpo y con un par de pasos de más se situó a su lado. Procedente del primer piso se podían escuchar numerosos gruñidos, ruidos de pasos y traspiés, ahí había más de un zombi, pero no sabían cuántos. En ese instante todo pareció acelerarse, del comedor salió un grupo de zombis quejándose con esos lamentos que helaban la sangre. El encuentro fue inevitable, prácticamente se chocaron contra Gwen y la niña.
—¡BASTIAN! —El grito de la mujer alertó también a los de arriba; ahora se encontraban entre dos fuegos.
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Ernest y Mikel habían escapado los primeros del comedor. Lograron abrir la puerta que conducía al pasillo frente a los aseos y ahora se hallaban escondidos los dos en el mismo baño en que había estado oculto Nacho. El espacio era muy reducido, el hedor insoportable, la oscuridad casi total. A Ernest le dio la impresión de que el simple estruendo de su respiración bastaría para revelar su posición a los zombis. Intentó taparse la boca y calmar su nerviosismo. Mikel, en cambio, parecía encontrarse más tranquilo. Trataba de evaluar lo que estaba ocurriendo en el comedor. Un último vistazo antes de abandonarlo le permitió comprobar cómo los zombis se abalanzaban sobre todas las personas que iban encontrando. No sabía decir si alguien más había conseguido escapar. En cualquier caso su situación ahora no podía ser más precaria.
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Una vez consiguieron abrir la puerta de salida a la Recepción, André echó a correr escaleras arriba.
—¡Rápido! Tenemos que refugiarnos en alguna de las habitaciones.
Mientras hablaba, el Director rebuscaba en el bolsillo de su pantalón la tarjeta maestra sin dejar de correr.
Leo y el Hermano Pietro lo seguían de cerca. Arnau cerraba la marcha. En teoría todo el peligro les llegaría de atrás, así protegía a los demás.
Una vez alcanzó la primera planta, André corrió hacia una de las habitaciones, quedaba más o menos a mitad del pasillo. Se situó frente a la puerta número 139. Los temblores que sufrían sus manos le dificultaban introducir la tarjeta en la ranura. Cuando el pequeño led verde le indicó que ya tenía acceso libre a la habitación un pensamiento lo asaltó ¿Y si dentro había algún zombi? La primera planta era la que les correspondía comprobar al monje gordo y a la mujer, los mismos que habían asesinado a sangre fría a dos personas y no habían dudado en disparar contra una de las ventanas permitiendo a los zombis entrar y condenando a los supervivientes a una muerte segura. La puerta no mostraba ninguna marca, ni “Z” ni “V” pero eso no significaba nada. Sintió como los otros le empujaban para que entrase pero no cedió.
—Puede que dentro haya zombis, no sabemos si verificaron esta habitación cuando salimos la otra vez. Le tocaba al monje y a la mujer, no creo que se preocupasen en hacerlo.
—Tenemos que entrar, aparte de una vez.
Arnau echó a un lado al Director y se adentró en la habitación seguido de Leo, Pietro y por último André.
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Bastian tiró del brazo de Gwen hasta situarla delante de él, el impulso utilizado para desplazarla lo transformó en forma de bestial patada sobre el pecho del zombi que ya rozaba con sus dedos descarnados el brazo de la mujer. En su caída arrastró a los muertos más próximos formando a los pies de las escaleras un pequeño tumulto que impedía a los siguientes progresar con facilidad. Era una solución provisional, pero les proporcionaba unos segundos preciosos para tomar algo de distancia con ellos. Llevaba la pistola en la mano pero era mejor utilizarla lo más tarde posible, el ruido sólo atraería a más zombis.
—Por arriba vienen más —en la voz de Gwen se podía identificar con claridad el terror que sentía.
Bastian lo sabía, también podía escucharlos pero debía retrasar a los que venían detrás. Uno de los zombis consiguió pasar por encima de los caídos, era un adolescente escuálido. Bastian lo golpeó con el cañón de su arma en la frente y usó el instante de vacilación, de sorpresa, para coger su cabeza entra las manos y de un brusco giro partir sus cervicales; sus brazos cayeron flácidos a los lados, todo el cuerpo hubiera seguido el mismo camino de no haberlo izado Bastian sobre su cabeza. Cuidando que sus dientes no lo alcanzaran, lo lanzó con toda la fuerza que pudo contra la primera fila de zombis que ya sorteaban el barullo formado.
—¡NOOO! Suelta.
La llamada hizo que el francés no pudiera verificar el resultado de su acción, se olvidó de los de atrás y voló escaleras arriba. En el siguiente descansillo encontró a Gwen sujetando de las muñecas a una zombi tan grande como ella, la niña ya no estaba cogida a su pecho, una punzada de preocupación lo invadió. La descubrió en el suelo, agarrada a una pierna de la mujer. Gwen movía a la zombi de un lado a otro para impedir que los dos de detrás pudiesen alcanzarla, al tiempo que evitaba las dentelladas que le lanzaba. La zombi tenía más fuerza que ella y Gwen terminó contra la pared, intentando proteger con su cuerpo a la pequeña. Los otros dos zombis tenían paso libre, no podría aguantar.
Bastian estaba muy cerca pero no llegaría a tiempo, apuntó con todo el cuidado que pudo y disparó, el proyectil impactó en la cabeza de uno de los dos zombis, el otro, en lugar de ir a por él como esperaba continuó su acoso. Un nuevo disparo acabó con su existencia. Bastian por fin alcanzó la posición de la chica, agarró del pelo a la mujer tirando hacia atrás y arriba al mismo tiempo que golpeaba su rodilla. La pierna se fracturó y el equilibrio de la zombi desapareció. Un salvaje tirón de su cabeza hacia atrás partió su cuello y acabó de una vez con su resistencia.
Gwen volvió a coger en brazos a la niña.
—Gracias —balbuceó.
—Tenemos que lograr alcanzar la segunda planta, habitación 245, allí hay supervivientes, hay que conseguir que nos abran.
Gwen no estaba muy segura de haber entendido el número de la habitación, los oídos le pitaban horriblemente por el ruido de los disparos efectuados en el interior del pasillo. El vaho procedente de la boca del hombre le recordó la baja temperatura que soportaban aunque no fuesen conscientes de ella.
Bastian lanzó uno de los cuerpos escaleras abajo sabedor de la importancia de tomar algo de ventaja con sus perseguidores. En la primera planta, junto a los ascensores, incomprensiblemente una de las lámparas de emergencia seguía funcionando. La débil luz que despedía le permitió ver que otro grupo de cuatro zombis se aproximaba procedente de uno de los pasillos. ¿Cómo podían haber llegado hasta allí con tanta rapidez? Debían haber seguido a los primeros que salieron, pero de ellos no había rastro, se habrían logrado ocultar en alguna de las habitaciones o bien habían seguido ascendiendo. Gwen se colocó junto a él, su agitada respiración lo distrajo un instante. Llevó la mano a la cabeza de la pequeña.
—Tranquila, no te pasará nada —la niña asintió.
Continuó avanzando escaleras arriba, atento a la llegada de nuevos zombis. El siguiente rellano antes de alcanzar la segunda planta estaba repleto de cuerpos. Indicó a Gwen que se apartase y lanzó un par de ellos escaleras abajo, contribuirían a crear confusión entre sus perseguidores.
Por fin se encontraban en la segunda planta, en ella ninguna lámpara de emergencia funcionaba y la oscuridad era prácticamente total. Bastian tenía que acercarse a las puertas para poder leer el número.
—¿Cuál buscamos? —Interrogó la mujer.
—La 245 —Bastian regresaba tras comprobar que hacia allí los números descendían.
—Es en esa dirección —aprobó Gwen sin perder de vista las escaleras.
Los gruñidos se escuchaban cada vez más cerca. Un zombi enorme apareció en el pasillo. Bastian ya tenía localizada la habitación. Llegó hasta ella y golpeó la puerta repetidas veces.
—Abra, necesitamos ayuda, los zombis llegarán pronto: ABRA.
Gwen se acercó a Bastian y lo apartó con suavidad. El tono empleado por él no incitaba a la misericordia precisamente.
—Por favor, abra la puerta, necesitamos ayuda, déjenos entrar por favor…
—Ya están aquí. Tienes que convencer al hombre o al chico que está con él, creo que es su hijo, no hay tiempo, tienes que hacerlo ya.
Bastian se apartó un par de pasos y se dispuso a recibir al enorme zombi. Tras él podía escuchar como Gwen intentaba conmover al hombre para que les permitiese entrar.
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En el interior de la habitación, el joven Mario trataba de identificar a la persona que les hablaba al otro lado de la puerta. De lejos se escuchaban los horribles gritos que no habían vuelto a escuchar desde la marcha de su familia. Algo había ocurrido, los zombis parecían dominar los pasillos del Hotel otra vez.
—No abras. Entrarán aquí. No vamos a abrir.
Mario observó a su padre, a pesar de sus intentos no había conseguido que volviese a comportarse de manera normal, continuaba sentado en la silla, frente a la puerta, cubierto con la manta que él le había echado por encima.
—Conozco la voz de esa mujer, la he oído antes, en la cafetería creo.
El padre seguía inmóvil en su silla y él volvió a observar por la mirilla de la puerta. Recordó una ocasión en que se habían alojado en otro Hotel, sus hermanos aún no habían nacido y él preguntó el motivo de que las puertas del Hotel tuviesen mirilla; ahora se alegraba de disponer de ella aunque no fuese capaz de ver gran cosa.
Fuera había una mujer, trabajaba en el Hotel, la recordaba, también un hombre, él había llamado primero, su voz con acento francés imponía, si no miedo, respeto.
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—Chico, chico —Gwen había oído la voz del chico al otro lado de la puerta— no sé cómo te llamas, pero tienes que ayudarnos, tienes que convencer a tu padre para que nos deje entrar… por favor —no sabía qué más decir, veía a Bastian enfrentarse al enorme zombi y podía escuchar a los otros subiendo por las escaleras— por favor, abre. Hay una niña pequeña con nosotros, por favor.
–Abre, por favor —gritó la pequeña.
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En el interior de la habitación Mario sintió un intenso estremecimiento; una niña, iban con una niña. Su voz apenas había resultado audible, podía tratarse de su hermana. Por el estrecho agujero de la mirilla no era capaz de identificarla, la mujer llevaba en brazos algo, la niña, parecía demasiado pequeña para tratarse de su hermana pero no podía estar seguro.
—Tenemos que abrir, podría ser Marta, puede que haya más personas con ellos, puede que estén también Diego y mamá, en el pasillo no se ve casi nada.
Su padre continuaba en el mismo sitio, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Si abres moriremos nosotros también.
Las palabras de su padre impactaron sobre él como un mazazo.
—NO ESTÁN MUERTAS, MAMÁ NO ESTÁ MUERTA Y MARTA Y DIEGO TAMPOCO.
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Bastian se enfrentaba al enorme zombi, era un adulto un palmo más alto que él, también era mucho más corpulento y lamentablemente no parecía tener ningún miembro afectado, se desplazaba con relativa rapidez y movía los brazos con extrema violencia intentando agarrarlo. El resto de zombis se aproximaban escaleras arriba, pronto los tendría encima. Bastian se movía como bailando alrededor del hombre igual que si estuviese disputando un combate de boxeo; incluso le había lanzado un par de ganchos, pero sus golpes no causaban dolor en su adversario y su corpulencia hacía que apenas se moviera al encajarlos, resultaban inútiles. Había vuelto a guardar el arma, no quería perderla de algún manotazo de esa bestia. Escuchaba como Gwen continuaba intentando convencer al hombre y al chico ocultos en la habitación de que les abriese, cada una de sus palabras retumbaba en su cerebro mezclada con los gruñidos del animal que tenía frente a él, sus sienes latían al ritmo de sus lamentos.
El zombi le había hecho ir retrocediendo, ya estaba a pocos metros de Gwen y de la niña. Por fin el zombi dudó en uno de sus movimientos y Bastian logró golpear frontalmente en su rodilla, la articulación crujió, rota. El enorme peso que soportaba hizo que se precipitase al suelo, había logrado tumbarlo, pero ya era tarde, el resto de zombis estaba en el rellano, podía olerlos, oírlos, sentir su hambre, su odio.
Inconscientemente fue reculando en un último intento de proteger a la cría. Le quedaban tres balas, lo sabía, una para cada uno. Sería el fin, ninguno se transformaría en una de esas cosas. No podría con todos, no había otra opción, ya no.
Un ruido seco sonó a su espalda. Al otro lado de la puerta Mario los apremiaba a entrar, la mujer había conseguido convencerlo pero los zombis estaban ya demasiado cerca.
El chico tiró de Gwen para que entrase con la intención de cerrar de nuevo a su paso pero no lo logró. Sobre él cayó un tumulto de zombis y debajo de todos ellos Bastian. Mario se levantó como pudo y retrocedió al interior de la habitación viendo con horror la puerta ahora abierta.
Bastian se puso en pie rápido, sujetaba a dos zombis intentando que no le mordieran, los arrastró hasta el interior del baño, quería encerrarlos pero era imposible, en el hueco de la puerta un grupo de cuatro zombis caídos impedía que el resto accediese a la habitación. Esa situación no duraría mucho, cuando despejasen la entrada el resto pasaría también. Empujó a los dos zombis hasta hacerles caer en la bañera. Al salir del baño echó un vistazo a la habitación, el leve resplandor de la luna que entraba por la ventana le permitió ver la cara de terror de la pequeña. Tenía que cerrar esa puerta.
Pasó por encima de los cuerpos hasta alcanzar la entrada a la habitación, empujó hacia atrás a la zombi que ya se disponía a entrar y empezó a tirar de los caídos hasta hacer que pasaran al interior. En el momento en que se apartaron de la puerta cerró. Cuando se dio la vuelta, dos de los cuatro zombis ya se habían incorporado y se dirigían a por él. Los otros dos gateaban al interior de la habitación. El chillido de la cría lo taladró.
—A la cama, subid a la cama —Mario tiraba de su padre para que subiera.
La niña se escurrió de la mano de la mujer y se arrastró bajo la cama, Gwen saltó y se pegó a la pared; había perdido de vista a la cría, pensó decírselo a Bastian pero suficientes problemas tenía este ya, prácticamente no lo distinguía.
Había logrado cerrar la puerta pero ahora tenía a cuatro zombis dentro de la habitación. Había oído el grito de la niña y como el chico les decía que subieran a la cama, eso no sería obstáculo para los zombis, tenía que ayudarlos. Se dirigió por el pasillo al encuentro de los dos zombis. Al pasar por la puerta del aseo una rechoncha zombi se abalanzó sobre él; había olvidado a los que empujó a la bañera. Se zafó de su abrazo y la empujó contra los dos zombis que se aproximaban, sólo un zombi y la mujer cayeron, el otro apenas acusó el golpe. En la puerta del baño apareció el otro zombi, también había conseguido salir de la bañera. Se trataba de un varón, más o menos de la misma constitución que Bastian. Intentó empujarlo pero no fue capaz, tuvo que sujetar sus manos para evitar que lo arañaran y apartó la cara para no sufrir ningún mordisco.
La zombi ya se había levantado y volvía a la carga seguida de los otros dos. Bastian basculó sobre sí mismo y estrelló al zombi contra el lavabo. Su cabeza impactó contra el espejo haciendo saltar cristales en todas direcciones. Un afilado pedazo quedó sujeto por el marco. Bastian agarró la cabeza del zombi sin darle tiempo a reponerse e intentó ensartarla en el cristal. Era muy fuerte y evitó el filo, lo que no logró evitar fue que el trozo de espejo seccionase su yugular y parte de su cuello expulsando una sangre densa y oscura que terminó depositándose en los brazos de Bastian. Aún con el cuello hecho jirones intentaba morderle. El francés presionó sus cervicales contra el borde del lavabo y sus vertebras crujieron ahogando sus gruñidos. Lo soltó y se dirigió a la puerta, podía escuchar los gritos del chico, a la que no había vuelto a escuchar era a la pequeña, su corazón se le aceleró todavía más.
A la primera que se encontró fue a la zombi rechoncha, la esquivó fácilmente y la empujó dentro del baño. No se quedó para ver como tropezaba con el cuerpo del otro zombi y se golpeaba el cráneo contra la bañera.
En la habitación, uno de los zombis había visto esconderse a la cría bajo la cama e intentaba colarse a por ella, el otro se había puesto en pie y buscaba la forma de alcanzar a los que permanecían subidos a la cama. Apoyó las dos manos y avanzó la rodilla, Gwen le propinó, con toda la fuerza que fue capaz de reunir, una patada en la cabeza, el zombi, un joven de entre veinte y treinta años al que le faltaba parte de su pómulo derecho, salió despedido hacia atrás. La pequeña apareció por el otro lado de la cama y trepó hasta terminar en los brazos de Gwen.
Bastian no pudo prestar atención a nada más, los otros dos zombis se abalanzaron sobre él a la vez y terminaron derribándolo. La escena podría haber resultado hasta cómica de no ser por lo que estaba en juego. Bastian resistía bajo el peso del zombi más grande; el otro había caído justo sobre él y lanzaba bocados que se cobraban trozos de carne muerta.
Bastian se había beneficiado en principio de la falta de coordinación y de la incapacidad de los zombis para repartirse el trabajo pero ahora veía como el peso de los dos muertos y el esfuerzo de mantenerlos a raya lo aplastaba y agotaba. Con las dos manos en la cara del zombi le oprimía la boca y abriendo los brazos intentaba que sus manos no lo alcanzaran. El zombi podría estarse así toda la eternidad pero a él se le terminaban las fuerzas. Aprovechando uno de los esfuerzos del zombi por abrir la boca cedió en su presión e introdujo ambas manos en su boca; con la izquierda tiraba de su mandíbula superior y con la derecha empujaba la inferior. El hedor que exhalaba su boca era indescriptible. Con cada gruñido partículas de saliva y sangre putrefacta salpicaban en todas direcciones. Bastian mantenía los ojos entornados y su boca cerrada para evitar que pudieran penetrar fluidos infectados.
Con un último esfuerzo tiró con sus manos en direcciones opuestas y descoyuntó la mandíbula del zombi. Con la mano derecha, libre ahora, provocó un imposible giro en la cabeza partiendo sus vértebras.
Bastian se encontraba exhausto, sentía como la falta de oxígeno comenzaba a afectar a su cerebro, tenía que quitarse al otro zombi de encima. Con la inmovilidad del que le oprimía directamente, el de encima encontraba más facilidades para intentar hacer presa en la carne de Bastian. Los brazos del francés se mostraban incapaces de continuar manteniendo a raya las acometidas de sus fauces; tampoco le quedaban fuerzas para tratar de partir su cuello, ni siquiera para tratar de deslizarse y escapar de él. Sentía clavarse la empuñadura de la pistola en su costado, pero si soltaba una mano para cogerla no sería capaz de evitar que el zombi le mordiera.
Giró la vista hacia la cama a tiempo de ver como el chico propinaba una patada en el destrozado pómulo del zombi que intentaba subir de nuevo; cuando este cayó creyó ver los ojos de la niña, aterrorizados, buscando los suyos, agarrada a la pierna de la mujer era incapaz de gritar. El joven zombi regresó interponiéndose en su línea de visión, la pequeña desapareció de su vista.
—¡La vista! —logró farfullar.
Desplazó sus manos hasta situarlas en las sienes del zombi y en ese instante hundió ambos pulgares en sus ojos. El contenido ocular resbaló por las cuencas como mermelada podrida. La jugada surtió efecto, ahora el zombi estaba ciego. Bastian, por fin, consiguió apartarlo a un lado y escabullirse a su peso. Resultaba increíble ver como el zombi lanzaba dentelladas en todas direcciones.
Bastian devolvió su atención a la situación de la niña. Gwen sujetaba la cabeza del joven del pómulo desgarrado mientras el chico le daba una y otra patada tratando de alejarlo. El hombre, sentado sobre la almohada y con la espalda apoyada en el cabezal, abrazaba sus rodillas encogidas intentando ocultar la cabeza entre ellas. La pequeña se hallaba poco menos que subida a su espalda para evitar que el otro zombi, que ya había conseguido subir a la cama, la alcanzara.
Bastian notaba los brazos pesados, todo su cuerpo agotado. Se arrastró hasta lograr apoyar su espalda contra el mueble que soportaba la televisión. No llegaría a tiempo de ayudarla. Llevó la mano a la cintura buscando la empuñadura de la pistola. Su pulso estaba desbocado. Apoyó los codos en las rodillas y apuntó. Dejó escapar todo el aire de sus pulmones y apretó el disparador. La bala atravesó la cabeza del zombi que amenazaba a la pequeña y su cuerpo muerto cayó a peso sobre la cama deshecha esparciendo restos de sangre por todas partes.
El sonido de la detonación invadió toda la habitación. Bastian agradeció el olor de la pólvora que produjo el disparo, lo alejaba un poco de la irrealidad de la situación y le ayudaba a ganar concentración. El zombi que amenazaba a Gwen y al chico se volvió ahora hacia él. Volvió a apuntar y disparó de nuevo. La bala le entró por la boca y le salió por la cabeza. Todo su cuerpo se elevó un poco y fue a parar contra la mesita de noche partiendo el cristal que la adornaba.
Bastian consiguió incorporarse. Las piernas apenas lo sostenían. El zombi ciego seguía lanzando mordiscos que acababan en el cuerpo del que tenía debajo. La pared de enfrente mostraba el agujero provocado por la bala rodeado de restos de masa encefálica y sangre. Buscó con la mirada a la niña, sus ojos. Intentaba acercarse a él pero la mujer no se lo permitía, la mantenía sujeta, abrazándola. Le decían algo, le estaban hablando, podía ver moverse los labios carnosos de la mujer; también el chico le gritaba ¿Qué decían? No lograba oír nada. Lo señalaban con sus manos ¿Por qué? Ya no quedaban zombis, sólo el ciego, pero ese ya no suponía un peligro para nadie.
Entonces lo sintió. Un ardor ácido en su costado. Por fin logró escuchar la voz de la mujer entremezclada con la del chico.
—Bastian, tu costado.
Bajó la vista y lo vio. Un profundo corte era lo que provocaba su dolor. Lo habían herido, de alguna forma aquellos putos zombis habían conseguido acabar con él. No tenía mucho tiempo, la transformación era rápida. Llevó con enorme esfuerzo la pistola a su boca e introdujo el cañón en ella. Tenía gracia, al final esa bala sí que iba a ser para él. En los pulgares todavía podía apreciar restos de los globos oculares del zombi.
La situación no podía ser más extraña. Lejos de sentir inquietud o temor alguno, su mente se iba serenando, sus pulsaciones remitían y su respiración se relajaba. Notaba como el latir de la sangre en sus sienes iba siendo cada vez más espaciado.
BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM
Podía escuchar los latidos de su corazón bombeando sangre por todo su sistema circulatorio, sangre que ahora estaba infectada y que se extendía por todo su ser. Cerró los ojos, no podía seguir mirando a la niña. Era raro, había pensado que el proceso resultaría extremadamente doloroso pero no era así, diría que incluso se iba sintiendo cada vez más relajado.
BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM
De pronto una punzada de inquietud lo invadió ¿Y si no se daba cuenta de que se transformaba? ¿Y si no era consciente del cambio de su naturaleza?
Pero era tan adictivo…
BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM BUM-BUM
Tenía que disparar, no podía esperar más.
Sintió cómo unas manos tiraban de su pantalón y cómo otras sujetaban suavemente las suyas obligándole a sacar lentamente la pistola de la boca.
Cuando abrió los ojos se encontró con la pequeña cogida a su pierna.
—No te muevas. No parece que te hayan contagiado, ese corte no te lo han provocado los zombis, pero tienes sangre y restos por todas partes, túmbate en la cama y te limpiaré la herida —el chico apartaba las sábanas para evitar el contacto con la ropa ensangrentada.
Bastian soltó la pistola sobre el escritorio y se dejó acostar. Agotado, cerró los ojos sintiendo como la mujer le iba limpiando primero la herida del costado y luego las manos retirando los restos de ellas. Al instante notó como la pequeña volvía a cogerse a sus dedos.
@@@
En el interior de la cocina, Alain permanecía sentado en la bancada situada al lado de los fuegos, Alizée se le había acercado. Ya no se escuchaban apenas gritos ni carreras al otro lado de la puerta.
—¿Crees que habrán muerto todos?
—Eso da igual. Nuestra prioridad sigue siendo la misma; de momento alcanzar la Ermita y hacernos con los diamantes, luego escapar en el helicóptero.
—Y con ella ¿Qué piensas hacer?
Alizée señaló a Bea, la mujer se hallaba sentada en suelo de la cocina cuando Alain disparó contra el cristal y los observaba con ojos aterrados.
—Nos acompañará naturalmente, la pondremos a salvo —sonrió de lado el monje.
Ribes. Comisaría
El Jefe conducía con destreza el todoterreno pero avanzaba demasiado deprisa para el estado de la calzada. La curva tomada a excesiva velocidad le hizo salirse de la desaparecida carretera y a punto estuvo de terminar estrellado contra un árbol.
Se tomó unos instantes para tranquilizarse. Las lágrimas no tardaron en aparecer en sus ojos. Imaginó a su hermano llamando desesperado a su móvil antes de ser atacado por uno de esos zombis. Ni siquiera sabía cómo serían esas personas. Se secó las lágrimas y regresó a la carretera. Decidió avanzar con más precaución. El calor de la calefacción y el repetitivo sonido de los limpias al moverse contribuyeron a tranquilizarlo. Se concentró en no salirse de la carretera e intentó dejar la mente en blanco, no pensar en lo que le podía esperar en el Valle.
Ya se encontraba cerca de Queralbs, pronto tendría que meterse en las vías del Cremallera para poder continuar avanzando.
Al coger dirección al trazado ferroviario, una luz procedente de un vehículo llamó su atención. Avanzaba con lentitud y aún así el coche dio varios volantazos. Terminaba de dejar la vía para tomar la carretera. Iba directamente hacia él.
Ramón detuvo su coche y esperó a que el otro vehículo se acercara. Por fin llegó hasta él, las luces impedían descubrir quien se encontraba al volante. El coche era uno de los de policía, tenía que tratarse de Alba y Puyol pero no era capaz de distinguir nada. Apagó las luces y se dispuso a bajar del vehículo.
Enfrente, Alba descendió del coche y caminó hasta situarse entre las dos luces de su coche. Podía ver la cara del Jefe y hasta podía intuir su enfado, pero no era eso lo que le preocupaba. Los faros del otro coche se iluminaron y las largas se encendieron y apagaron varias veces. El joven agente echó a andar hacia la puerta del acompañante, abrió y pasó dentro sin pronunciar palabra.
Ramón lo observó en silencio. Su primer día no podía haber sido peor. Su expresión mostraba un abatimiento que no presagiaba nada bueno y su cara parecía haber envejecido veinte años.
—¿Dónde está Puyol?
Esperó unos minutos para que Alba respondiese pero sus labios no se despegaron, continuaba igual que cuando entró, con la cabeza apoyada en el asiento y la mirada perdida al frente.
—¿Está…
—¿Muerto? —Interrumpió Alba— no —negó con la cabeza— ojalá estuviese muerto, pero no, no está muerto. O sí, en realidad no sé como está.
El Jefe permaneció en silencio. Sin saber qué decir.
—Venga, se lo mostraré.
Alba salió del coche y, sin cerrar la puerta, caminó encogido hacia la parte de atrás del otro todoterreno. Ramón se apresuró a seguirlo.
El joven agente esperó a que el Jefe llegara a su lado para abrir el portón del maletero. Al instante un olor a podrido y algo que ninguno sabía definir invadió sus sentidos y se propagó por el gélido ambiente. En el interior, Puyol se contorsionaba y gruñía como podía. Con la boca completamente encintada y sus brazos y piernas igualmente inmovilizados sus posibilidades de movimiento eran casi nulas.
Ramón encendió la linterna que portaba al cinto y alumbró todo el cuerpo de Puyol. Descubrió su rodilla atravesada por un disparo y al fondo la mano amputada pero eso no era lo que había atrapado su atención; la cavidad abdominal del policía se encontraba ahora vacía de órganos, hasta creyó ver la columna desde dentro del estómago. Después de haber logrado vencer las nauseas que le subieron hasta la garganta se inclinó con la intención de observar más de cerca.
—No se acerque, créame, no debe acercarse.
Ramón se desasió de la mano de Alba y llevó dos dedos al cuello de Puyol. Tanteó en busca de un pulso inexistente. Tras no encontrarlo examinó minuciosamente todo el cuerpo de su agente.
—Esto no es posible Alba, no es posible —el Jefe negaba con la cabeza y movía el dedo de un lado a otro delante de la cara del novato— se mueve, no tiene tripas y se le ve la columna, tendría que estar muerto, quieto, muy quieto, no retorciéndose.
Por fin se apartó y cerró el maletero. Luego se coló en el vehículo, se colocó completamente recto y dejó la mirada perdida. Su garganta subía y bajaba, no dejaba de tragar saliva. Alba se sentó en el otro asiento y respetó el silencio de su Jefe, él ya había pasado por eso.
Después de varios minutos Ramón pareció reaccionar, se giró hacia atrás y descubrió la radio destrozada por el disparo.
—Cuéntame lo que ha pasado.
Alba le puso al corriente de lo ocurrido las últimas horas. Del ataque que los sorprendió y que transformó a su compañero en eso, de la multitud zombi que deambulaba alrededor del Hotel, de las personas que descubrió dentro. Cuando acabó, el Jefe le dio una palmada afectuosa en la espalda.
—Has hecho lo que debías. No podías enfrentarte a todos esos… esos seres.
Ramón no se había formado todavía una opinión, su mente seguía negándose a aceptar el relato de Alba pero lo que no podía ignorar ni negar era la presencia de Puyol y el extraño estado en que se encontraba. Decidió informar desde la radio de su vehículo a Ramos y Piqué de la situación.
—Ramos —esperó apenas unos segundos a que le llegase la respuesta.
—Aquí Ramos.
Antes de decidirse a hablar se frotó las sienes mientras pensaba que no podía contar algo así por la radio, no sólo por lo increíble que podía sonar sino porque podía haber alguien más a la escucha, el tal Juanjo seguro y probablemente alguien más. Decidió decir lo menos posible.
—Preparad una celda para Puyol —al instante se arrepintió de haber dicho el nombre, pero ya era tarde— llevad a la Alcaldesa a la Comisaría y Ramos, lleva discretamente a mi partida de caza con sus escopetas y munición a la Comisaría, te repito que seas discreto, en seguida estamos allí, no digáis nada más por radio.
Nuria. Vagón del Cremallera
Marga observaba como el pecho de Luna subía y bajaba al ritmo de su respiración. El cansancio la había vencido y dormitaba a su lado. Ella no era capaz de dormir, el frío, aunque intenso, era tolerable, pero el dolor de su tobillo era cada vez más insoportable. Se acababa de quitar la bota, intentó masajearse el pie pero el solo roce era ya doloroso. Volvió a estirar la pierna y apoyó la cabeza en la pared del vagón.
Un sonido llamó su atención, juraría que se había tratado de un disparo, se parecía a los que había escuchado cuando estaban en el Albergue solo que más apagado. Permaneció atenta pero no identificó ningún otro, tan solo le pareció que una especie de rumor se extendía momentáneamente para desaparecer enseguida. Dudó si despertar a Luna pero ¿Para qué? Ya no se escuchaba nada y no podía estar segura de que se hubiese tratado realmente de un disparo. Decidió dejarle que continuase durmiendo. Al menos una de las dos estaría descansada.
Nuria. Ermita de San Gil
Alain ya estaba tardando demasiado. El humor de Dominique empeoraba por momentos. ¿Y si se la había jugado? Pero no, él tenía los diamantes, no, Alain vendría tarde o temprano. Le había dado varias vueltas y sólo encontraba una explicación para que el cabrón ese no hubiese ido directo a la Ermita, al fin y al cabo, el punto de reunión lo había sugerido él. Algo le había impedido llegar, los zombis, seguro.
La otra cuestión que no podía alejar de su cabeza era la forma en que iba a salir de allí. Si Lara y el transporte no llegaban tendría que buscar un plan alternativo de huída.
Dominique no tenía forma de saber que la persona que debía recogerlos y ponerlos a salvo a él y al equipo de Lara había dado media vuelta cuando se encontró el despliegue policial en mitad de la carretera. Su intención había sido ponerse en contacto con ellos pero obviamente las consecuencias de la tormenta solar no se lo habían permitido. Ahora esperaba en un Hotel de carretera cercano a Barcelona.
Dominique echó el último trozo de madera a la pila. Habría que partir más. Se dirigió a uno de los bancos volcados e intentó trocear el reposapiés. Resultaba más complicado de lo que parecía a primera vista, pero no tenía por qué hacerlo él.
—¡EH! Vosotras dos, venid aquí.
Ana empujó la puerta que golpeó el banco.
—Empuja fuerte —Dominique les gritaba sentado de nuevo junto al fuego.
Entre las dos amigas empujaron hasta lograr abrir y pasar a la Ermita. La concentración de humo era muy grande y las dos tosieron abruptamente pero el calor que se disfrutaba dentro compensaba de sobra tener que respirarlo.
Dominique reparó entonces en el exceso de humo, si no tenían cuidado podrían intoxicarse. Arrancó un aplique de la pared y lo lanzó contra el ventanuco situado sobre la puerta. El ruido de cristales rotos despertó de su letargo a los zombis del exterior y los gruñidos, golpes y lamentos volvieron a atormentarlos. Como en otras ocasiones, al poco fueron cesando hasta desaparecer por completo.
—Coged esos dos bancos y partidlos, necesitamos leña. Si os portáis bien dejaré que os quedéis aquí, pero no quiero ni una tontería más —aderezó su comentario con un leve movimiento de la pistola apuntando a la cabeza de Ana —¡Vamos!
Las dos amigas se aplicaron en hacer leña de los bancos. Los golpes hacían que los zombis de fuera volviesen a gruñir.
—¡Alto! Parad —Dominique se había incorporado y trataba de orientar sus oídos intentando identificar el sonido que había escuchado.
Las dos chicas se miraban sin saber qué hacer, ninguna había escuchado otra cosa que no fuese los quejidos de los seres de fuera.
—Creo que ha sido un disparo —el monje tenía pegada la oreja a la puerta.
—Cuando llegó el helicóptero también se escucharon disparos, aunque luego cesaron de golpe, pero ahora no he oído nada —Ana aprovechó para sentarse en uno de los bancos a descansar.
—El hombre que llegó en el helicóptero creo que está muerto, se lo comieron —Lucía se sentó junto a Ana.
—Seguid partiendo leña.
Dominique regresó junto a la pila. Si ese sonido había sido un disparo podía significar que Alain disponía también de un arma. Eso no era bueno. Naturalmente no podía estar seguro de que realmente se hubiese tratado de un disparo, ni de que lo hubiese efectuado Alain pero lo más prudente sería ponerse en lo peor.
No se había parado a pensar de nuevo en el helicóptero. Lo vio de pasada al abandonar el Santuario. No sabía quién lo pilotaba. El medio de transporte que habían acordado no era ese. Pero las circunstancias impuestas por el temporal podían haber hecho que se hubiera decidido por él. En ese caso tenía otro problema más. También estaba cada vez más preocupado por Lara y su equipo, apreciaba a esa chica, era como una hermana para él pero si no aparecía a tiempo no dudaría en largarse sin ella.