Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 18:00 y las 21:00 horas
Trayecto del Cremallera
La oscuridad ya era total. El paso de la zona nevada al interior relativamente seco del túnel se hacía muy notable, el agarre del 4×4 aumentaba y Puyol aceleró. Nada más salir otra vez al firme nevado el coche derrapó de atrás. Puyol lo enderezó hábilmente pero no pudo evitar chocar con algo. El 4×4 se había calado y se encontraba atravesado en la vía. Aunque el golpe no había sido muy fuerte los dos airbags habían saltado y en el interior del habitáculo flotaba un polvillo blanco que dificultaba la respiración y la visibilidad.
Alba había olvidado colocarse el cinturón tras su salida a ver la vía y su cabeza había impactado contra el marco de la puerta de su lado. Se llevó la mano a la frente y la sangre que la impregnó le indicó que el golpe había sido más violento de lo que hubiese parecido en un principio, de hecho comenzó a sentirse algo mareado.
—¿Estás bien? —Puyol terminaba de apartar el airbag— ¿Con qué coño hemos chocado? En la vía no había nada.
Alba tenía nublada la vista y apenas era consciente de lo que decía su compañero.
—Ha debido ser algún animal, tal vez un perro —se auto respondió Puyol.
La única visibilidad del exterior era la que proporcionaban los faros que permanecían encendidos. Puyol abrió la puerta y descendió cerrando, tropezó con algo y cayó al suelo.
—¡Joder! —Oyó Alba que ya empezaba a sentirse mejor, pero cuando miró ya no vio a su compañero.
El grito que se sucedió logró despejar del todo al novato. Buscó con la mirada a Puyol al otro lado pero continuaba sin verlo. El siguiente alarido se cortó de golpe y le heló la sangre.
Alba abrió la puerta y salió con la pistola en la mano, su pulso temblaba ostensiblemente. Aún en pie seguía sin ver nada al otro lado del coche. El hecho de pasar la vista por la zona que los faros iluminaban sólo contribuía a deslumbrarlo.
—¡Puyol! —Llamó.
—¡Puyol! —Repitió.
Rodeó el coche con el arma al frente empuñándola con las dos manos. Cuando dejó atrás el haz de luz del faro izquierdo lo que vio en el suelo a punto estuvo de hacerlo vomitar.
—Pero qué…
Un hombre, Xavi, aunque eso él no lo sabía, abría el abdomen de Puyol con las manos y hundía la cara en él. El cuerpo de su compañero descansaba sobre un charco de sangre, prácticamente inmóvil. Un gruñido alertó a Alba, otro individuo completamente cubierto de nieve se le acercaba cojeando, su paso delante del haz de luz proporcionada por los faros resultó completamente irreal. Una inspección más minuciosa le permitió adivinar manchas rojizas bajo el manto helado y unos ojos…
Alba retrocedió de espaldas sin decidir qué hacer. Al segundo paso hacia atrás tropezó con la cremallera y cayó de espaldas. El otro individuo, Carlos, al que tampoco conocía, se acercaba. Al pasar por el centro tropezó también y cayó de bruces justo delante de Alba, entre sus rodillas. El novato echó un último y rápido vistazo a Puyol y disparó. La bala traspasó la cabeza de Carlos. Su cuerpo cayó para no levantarse más sobre la nieve.
Desde el suelo Alba escuchó un nuevo gruñido. Procedía de debajo del coche, otro de esos seres salía arrastrándose torpemente. Apareció reptando entre las dos ruedas delanteras. Se trataba de una mujer. Ese era el golpe que oyeron, la habían atropellado. La mujer sacó todo su cuerpo de debajo del coche. Avanzaba con la cadera vuelta del revés, el impacto debía haberle roto la columna. Apuntó cuidadosamente apoyando un codo en cada rodilla y la cabeza de la mujer se desplazó tanto hacia atrás que dio la impresión de que se le fuese a dar la vuelta completa antes de descansar definitivamente sobre un molde de nieve que cada vez iba adquiriendo una tonalidad más rojiza.
Junto al coche, el zombi, sí, eso es lo que eran, zombis, continuaba desgarrando ahora el bajo vientre de Puyol. Cuando ya se disponía a disparar también contra él, el zombi se incorporó, y al instante Puyol elevó el tronco. Alba no daba crédito, su compañero se movía, estaba ¿Vivo?
Disparó contra el zombi que caminaba ya hacia él pero esta vez su disparo impactó en el pecho en lugar de darle en la cabeza y tras atravesarlo se alojó en el 4×4. Alba corrigió y volvió a disparar su pistola, esta vez sí, la cabeza de Xavi reventó y el zombi se desplomó.
Todo eso había tenido lugar en escasos segundos.
Puyol, con los intestinos resbalando de su alojamiento natural, dio un paso hacia él, luego otro, y otro. Alba se incorporó y se apartó rápidamente cuatro o cinco pasos, Puyol era ahora lento, y torpe. Miró alrededor suyo para evitar verse sorprendido por más zombis pero no descubrió a ningún otro.
—Puyol, Puyol —llamó— ¿Estás ahí? ¿Puedes oírme? Soy Alba ¿Te acuerdas? Tu compañero. Amigo dime algo.
Puyol gruñó lastimero mientras cruzaba delante del haz de luz. Sus ojos eran ahora de un color rojo intenso. Resultaba imposible que una persona se mantuviese en pie después de sufrir ese castigo. Alba levantó de nuevo su pistola y apuntó a la cabeza de Puyol. Volvió a bajarla y reculó de nuevo. No podía disparar contra él, no era capaz. Abrir fuego contra alguien a quien no conoces es una cosa, pero volarle la cabeza a una persona con la que instantes antes conversabas en el interior de un vehículo es otra. Tal vez podría inmovilizarlo. Apuntó hacia abajo y el disparo reventó la rodilla de Puyol. Cayó de frente sin ni siquiera proferir una queja, pero en contra de lo que hubiera sido normal continuó avanzando hacia él, arrastrándose, incapaz ahora de ponerse en pie.
El cerebro de Alba procesaba a toda velocidad. Tenía que detenerlo, sí, lo ataría a conciencia y lo llevaría de regreso a Ribes ¿De qué otra forma lo iban a creer? Pero debía llevar mucho cuidado, si Puyol conseguía herirlo acabaría convertido en una cosa como él y además en muy poco tiempo.
Se situó a sus espaldas y se dejó caer sobre él clavando la rodilla en su espalda. Tiró con fuerza de los dos brazos de Puyol y lo esposó. Con los brazos en la espalda y la rodilla destrozada no sería capaz de levantarse. Su compañero se removía en el suelo intentando soltar sus manos y ponerse en pie. Alba se apartó y observó los otros tres cuerpos, lamentó profundamente haber tenido razón.
Se metió en el coche y cogió el micro. No sabía cómo se lo iba a decir al Jefe. Cómo decirle que acababa de disparar contra tres personas. Tres personas que intentaban devorarlos, de hecho una de ellas había destripado a Puyol. Sin darle más vueltas oprimió el pulsador del micro pero nada ocurrió, inspeccionó la radio y comprobó que la bala que había atravesado el pecho del zombi había destrozado la radio. Tal vez fuera mejor así, cómo contar una cosa como esa.
Se recostó en el asiento del conductor. Retiró la bolsa del airbag y apagó los faros, continuaban encendidos tras el accidente. Extrajo la llave del contacto, la guardó en un bolsillo y salió afuera. El ambiente gélido parecía espabilarlo. Observó de nuevo los cadáveres, una vez que habían llegado hasta allí no tenía sentido regresar sin confirmar la situación en el Valle. Ya había tomado una decisión.
Abrió el maletero, la iluminación que proporcionó su pequeña bombilla resultó reconfortante. Recogió el fusil con la mira, lo colgó terciado a la espalda con el cañón hacia abajo, probó las gafas nocturnas y las apartó también. Alojó un cartucho en la recámara de la Franchi, guardó varias cajas de cartuchos y balas del fusil y por último probó la potente linterna que había elegido Puyol. Se colocó las gafas de visión nocturna y con la pesada carga comenzó a andar hacia el Valle, según Puyol ya quedaba poco. Podía haber ido en el 4×4 pero así dispondría de algo más de tiempo para pensar, además, no tenía idea de la situación allí, el sonido del motor del coche en el silencio de la noche podría suponer un problema.
Efectivamente su compañero tenía razón, en apenas unos ochocientos metros accedió a la entrada del Valle. En verdad parecía un lugar de enorme belleza. Sin luz y habiendo oscurecido por completo le costó localizar cada edificio, todas las construcciones estaban cubiertas de nieve. Lo que sí descubrió al primer vistazo fue el helicóptero. Efectivamente el negro había venido al Hotel pero dudaba que hubiese logrado escapar de él. Alrededor del aparato le pareció descubrir varios cuerpos tendidos, inmóviles, seguramente presentarían un disparo en la cabeza.
En el ambiente flotaba un olor a incendio que ya había venido notando. Localizar la columna de humo en el horizonte fue algo más complicado. Durante el viaje había examinado un plano turístico del Valle. Por su ubicación procedía del Albergue.
Se subió a un repecho al otro lado de la vía y limpió el suelo de nieve. Luego se tendió cuerpo a tierra y tras maldecir su falta de previsión al no traer ningunos prismáticos apuntó con el fusil hacia el Hotel. Gracias a los aumentos de la mira fue descubriendo a todas las siluetas que deambulaban frente al Refugio, estaban por todas partes, debía haber más de cien, seguro y eso sólo fuera. Su caminar, de los que se movían, era errático, como si diesen tirones, cojeaban y realizaban movimientos descoordinados. Otros, en cambio, permanecían inmóviles, completamente cubiertos de nieve, hasta le costaba trabajo identificarlos. En ese momento un terror creciente le subió por la nuca erizando todo el vello de su cuerpo. Apuntó con el arma los caminos que llegaban a su posición y los accesos cercanos. Había comenzado a buscar a lo lejos olvidando su propia protección. No descubrió a ninguno de esos seres, zombis, eran zombis, como dijo la persona que telefoneó.
Una vez convencido de su relativa seguridad volvió a centrar su atención en el Hotel. Una inspección más minuciosa le reveló movimiento y alguna mínima luz al otro lado de las ventanas cubiertas por cortinas o manteles. Tras los cristales había personas. Después de meditar unos instantes concluyó que dentro tenía que haber supervivientes, si no fuese así, los zombis que vagaban por el exterior tendrían la entrada franca al Hotel. Lo que no tenía forma de saber era si todo el recinto estaría asegurado o los zombis dominarían algunos espacios. Imaginó la impotencia y el terror que debían sentir los que hubieran logrado refugiarse dentro. No podían huir y tampoco podían pedir ayuda. Se le ocurrió algo. Sacó la linterna, apagó las gafas para no dañarse la vista y la encendió. Apuntó hacia el Hotel y encendiendo y apagando repetidas veces la luz trató de llamar la atención de los refugiados en el interior. Por suerte los zombis no parecían enterarse de nada.
Tras pasar más de diez minutos encendiendo, apagando y moviendo la linterna descubrió una pequeña luz en el interior que se encendía y se apagaba las mismas veces que la suya. Dejó la linterna en el suelo apagada y volvió a conectar el intensificador para poder apuntar con el fusil. Localizó el punto exacto e incluso logró distinguir las facciones de un hombre sujetando una pequeña linterna. Al instante esa zona de la fachada se cubrió de zombis atraídos por el juego de luces de dentro.
Volvió a tomar la suya y mediante Morse les comunicó:
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SOY POLICIA SÉ LO QUE ESTÁ OCURRIENDO SÉ LO DE LOS ZOMBIS VOLVERÉ CON AYUDA RESISTID
Repitió el mismo mensaje varias veces. Desde el interior nadie respondió de la misma forma, eso significaba que ninguno de los supervivientes conocía el Código Morse, por lo que no le habían entendido, pero en cualquier caso les insuflaría esperanza el hecho de ver a alguien en el exterior. Ahora ya sabían que su situación era conocida y que pronto recibirían ayuda.
Recogió todos sus pertrechos y regresó hacia el vehículo. La noche había caído y la negrura era total. La tonalidad verdosa del intensificador de luz le daba a la escena un aspecto de videojuego, en este caso de terror.
Alrededor del coche continuaban los cuerpos de los tres zombis abatidos. Tenía que pensar cómo iba a trasladar a Puyol hasta la Comisaría, los otros cuerpos los dejaría ahí. Debía asegurarse de que nadie pudiese resultar infectado, sobre todo él. Depositó las cosas sobre el capó del coche y se levantó las gafas hasta apoyarlas en su frente. Abrió la puerta e introdujo en al asiento del copiloto la escopeta y el fusil. Luego caminó hacia el lado contrario del vehículo frotándose los brazos para entrar en calor. Al llegar, la sensación de frío glacial se incrementó. Se giró sobre sí mismo. Se apartó todo lo rápido que pudo del coche. Se subió en una pila de traviesas situadas en un lado y desenfundó su pistola.
No era posible, Puyol no estaba, no podía haber huido, tenía una rodilla rota y lo dejó esposado con las manos a la espalda. Tras varios vistazos en la zona no le quedó más remedio que aceptar que su compañero se había largado, pero cómo.
Se aproximó con precaución al coche e inspeccionó el sitio en el que recordaba haber dejado esposado a Puyol. La nieve estaba movida y revuelta, aplastada, con algunos restos de intestinos ensangrentados de su compañero ya casi congelados. Observó por el suelo en busca de algo que le indicase lo que había ocurrido allí. No encontró nada, no tenía sentido, caminó hacia el maletero. En su avance piso una cosa blanda, removió el suelo con la bota hasta desenterrar algo. No podía ser; dio un paso atrás y se inclinó para poder enfocar mejor con el intensificador de luz. Era una mano, la mano de Puyol, se la había arrancado a la altura de la muñeca, por eso se había soltado, era una locura. La recogió con su mano enguantada y se dirigió al maletero, guardaría el miembro amputado y luego buscaría el resto del cuerpo, tenía que encontrarlo.
Abrió el portón trasero y lanzó la mano al fondo. Cuando se disponía a comenzar a buscarlo tropezó con algo, o más bien algo lo hizo caer. Se dio la vuelta y se colocó bien las gafas nocturnas que se le habían movido sintiendo una punzada en la herida provocada en su ceja por el accidente. Sintió presión en un pie, algo lo sujetaba. Enfocó y vio emerger de la nieve el cuerpo de Puyol, agarraba su bota con la mano “sana” y con ayuda del muñón a la vez que intentaba clavar su dentadura en el tacón. Le lanzó una patada con el pie libre y reculó. Desde el suelo vio emerger por completo el cuerpo de su compañero de la nieve. Había huido reptando y se había enterrado en la nieve como si de un maldito gusano se tratase, una persona viva se hubiese ahogado pero él ya no era una persona viva.
Volvió al maletero, la pequeña bombilla le obligó a entrecerrar los ojos y retirar el intensificador. Rebuscó hasta localizar un rollo de cinta de embalar de color negro. Corrió hasta el cuerpo de Puyol que ya se daba la vuelta con dificultad para perseguirlo y le inmovilizó los brazos con varias vueltas de cinta. Luego hizo lo mismo con la boca y, por último, terminó encintando sus tobillos y rodillas. Tras tomarse unos instantes para recuperar el aliento lo subió al maletero y cerró el portón. Ya sólo le quedaba regresar.
Nuria. Refugio
Todo el comedor estaba en penumbra. Sólo una de las lámparas de emergencia continuaba funcionando y lo hacía de forma intermitente, únicamente servía para que de vez en cuando alguien se entretuviese observando cómo se apagaba y los lastimeros intentos que realizaba hasta que lograba volver a encenderse. El otro foco de luz provenía de los fogones de la cocina, el continuo fluctuar de la llama azulada mantenía completamente concentrada a Bea, la mujer continuaba sin soltar palabra. Entre Gwen y Ernest la habían acomodado en una silla dentro de la cocina a ver si el calor la hacía reaccionar.
La cocina era lo suficientemente grande como para permitir que casi todos pudieran compartir espacio en su interior. En el comedor, a medida que te alejabas de la cocina el frío se hacía más intenso. Tan solo Mikel, que no dejaba de mirar por una rendija, y Alain y Alizée que permanecían abrigados junto a la puerta que daba a los aseos, estaban fuera de la cocina, el resto había buscado un acomodo mejor o peor dentro de ella.
A Bastian le hubiera gustado poder hablar a solas con Alizée pero el monje no se separaba ni un segundo de ella. La pequeña bebía un batido de chocolate que sujetaba con una mano mientras con la otra agarraba con fuerza su pantalón.
André intentaba, junto a la mujer que rescataron de la habitación del primer piso, cocinar algo medianamente comestible. No entendía qué le podía haber ocurrido a Julián. Al día siguiente, al amanecer, con más luz, recorrería de nuevo el Hotel a ver si daba con él, puede que se hubiera tenido que refugiar en alguna habitación. Las señoras más mayores también intentaban aportar algo a la receta improvisada que elaboraban.
Arnau trataba de planificar la mejor forma de actuar en caso de tener que enfrentarse abiertamente a Alain y a su amiga armada. Sabía que ese momento terminaría por llegar y quería estar preparado. No creía poder contar con el apoyo explícito de nadie, ni siquiera del Director. Por el contrario debía estar muy pendiente de la reacción del tal Bastian, ahora parecía distanciado de la mujer, pero en caso de conflicto probablemente se terminase alineando con ella.
Alain y Alizée se habían movido quedando fuera de la vista de Bastian. El francés intentó moverse para poder seguir controlándolos pero la pequeña no se lo permitía. Una de las mujeres le había dado un polvorón e intentaba quitarle el envoltorio con una sola mano, naturalmente era incapaz, Bastian la aupó en brazos y la niña pudo usar ambas manos para pelarlo y él aprovechó para desplazarse a una posición en la que pudiese seguir observándolos.
Alain hizo un gesto a Alizée para que callara. Se levantó de la silla y se acercó a la puerta que daba al pasillo, frente a los aseos.
—¿Qué ocurre? —La mujer lo siguió sin entender.
—Escucha —Alizée seguía sin saber a qué se refería.
—¿No lo oyes? —Alain se volvió hacia la cocina, nadie parecía haberlo oído, aunque tanto Bastian como Arnau continuaban controlándolos.
—¿Qué es lo que tengo que oír?
—Un motor, algún vehículo se acerca; prepárate.
@@@
Lara intentaba permanecer dentro de la pista, la noche había caído por completo, avanzaban sin luces y no quería acabar rodando ladera abajo. De vez en cuando se volvía para tratar de ver si algún zombi los seguía. No había forma de saberlo pero tanto ella como Klaus estaban seguros de que acechaban en la oscuridad, siguiendo las huellas y el sonido de la niveladora, lentos, a su paso, pero sin desistir.
—¡Para! —La orden de Klaus la cogió por sorpresa.
Lara detuvo la niveladora y se giró por completo preocupada por que los zombis los alcanzasen.
—¿Qué pasa? —Preguntó por fin.
—No podemos seguir en este trasto. Ya estamos cerca, allí se adivinan ya las construcciones.
—¿No pretenderás que vayamos andando?
—Si nos acercamos en este vehículo, con el ruido que produce, todos los zombis de los alrededores se nos echarán encima.
—Pero nos alcanzarán los que nos siguen.
—No les daremos tiempo.
—Además, ya oíste al chico, el Hotel está rodeado de zombis, en la niveladora nos podremos proteger, podemos aplastarlos a todos.
—No, hay demasiados, acabarían por echársenos encima.
—Y entonces ¿Cuál es tu idea? ¿Pretendes que lleguemos andando, esquivemos a los zombis que se nos crucen y llamemos a la puerta para que nos abran? ¿Y si no nos abren? Ya oíste al chico —repitió— se tuvo que refugiar en los aseos porque nadie le abrió cuando llamó ¿Por qué a nosotros sí que nos iban a dejar entrar?
—No pediremos permiso, no llamaremos —Lara lo miró ahora sin comprender.
—Ese chico salió del Hotel por una ventana del aseo donde se refugió, eso dijo, la ventana seguirá abierta. Los aseos están orientados hacia aquí, hacia nosotros. Sólo tenemos que llegar hasta el Hotel, encontrar esa ventana y entrar sin causar el más mínimo ruido.
—Pero el chico dijo que el Hotel también estaba lleno de zombis.
—Lara, tenemos que entrar en ese Hotel. También dijo que pensaba que en el comedor, justo enfrente explicó, había supervivientes y nuestro contacto es —remarcó el monosílabo— un superviviente. Tranquila, lo lograremos.
Lara lo miró ya derrotada de antemano, la situación era demasiado para ella ¿Zombis? No, no estaba preparada para una cosa así. Decidió que lo único que podía hacer era confiar en que Klaus tuviese razón, al fin y al cabo era el mejor en su trabajo, eso era cierto, ella lo sabía.
—Vale, lo haremos como tú dices.
Caminaban muy juntos, a medida que avanzaban el Hotel iba haciéndose más visible a sus ojos, crecía delante de ellos.
Se detuvieron a unos treinta o cuarenta metros de la fachada. Klaus la obligó a sumergirse casi totalmente en la nieve y trató de ajustar los prismáticos para intentar ver algo en la negrura de la noche. Permanecieron así varios minutos, escuchando y observando. Sólo tenían que preocuparse de los zombis de alrededor del Hotel, los que los seguían desde el restaurante confiaban en que permaneciesen junto a la niveladora; al abandonarla no habían detenido el motor y eso debería llamar su atención.
Delante de ellos localizaron a media docena de zombis, aunque a veces parecían trastabillar, se movían con relativa rapidez entre la nieve. Parecían excitados por algo.
—Ellos también oyen el ruido del motor de la niveladora —Klaus seguía observando en busca de más de esos seres sin bajar los prismáticos.
Lara, a esa distancia apenas distinguía nada y cada vez se encontraba más nerviosa.
—Creo que no son capaces de localizar la fuente de sonido, por eso se muestran tan despiertos, pero no pueden ubicarla con exactitud.
—¿Deberíamos haber parado el motor?
—Ahora ya es tarde, debe estar rodeada de zombis —el alemán volvió la cabeza, sin bajar los prismáticos para intentar ver el vehículo— desde aquí no puedo verlo, pero tenemos que ir hacia delante.
Klaus dejó descansar los prismáticos sobre su cuello y se dirigió a Lara.
—Hay unos cuarenta metros hasta el Hotel. He contado siete zombis que deambulan por la acera adyacente, golpean las paredes porque no saben de donde procede el sonido que oyen pero el estado de alerta en que están los hace mucho más peligrosos. Avanzaremos gateando entre la nieve, casi no se nos ve, no deberían descubrirnos.
—¿Y cómo sabremos qué ventana es la del aseo?
—Cuando estemos más cerca volveremos a mirar, deberíamos ser capaces de distinguirla.
Lara no estaba convencida, en realidad lo que le pedía el cuerpo era alejarse cuanto más mejor del Hotel y de esos malditos seres, pero el miedo la atenazaba, para bien o para mal su futuro estaba al lado de Klaus.
—¡Vamos! —La tajante orden, aunque fuese esperada, volvió a cogerla por sorpresa.
Klaus avanzaba gateando delante, con precaución, sin perder de vista a los zombis que tenía localizados. Lara lo seguía de cerca, no quería quedarse atrás. La sola idea de verse aislada entre zombis la impulsaba a mover manos y piernas con más rapidez.
Klaus se detuvo y Lara estrelló su cabeza contra él. Lo rodeó y se situó a su altura. El alemán encaró de nuevo los prismáticos. Lara lo veía desplazarlos de izquierda a derecha, intentó distinguir algo al frente pero no veía ningún zombi, aprovechó para limpiarse los mocos que resbalaban por su nariz con el dorso del guante, la sentía congelada.
—¡CORRE! Nos han visto —Lara vio con pánico como su compañero se incorporaba y avanzaba olvidándose de ella.
Lara se puso en pie también y corrió. Intentaba avanzar tan rápido como le era posible. La masa de nieve era tan alta que no podía sacar los pies completamente para correr, al final decidió ir algo más lento arrastrándolos. Klaus se alejaba, la mancha en que se había convertido su cuerpo se desvanecía. Lara respiraba como un perro intentando introducir algo de aire en sus pulmones, tropezó con algo oculto entre la nieve y a punto estuvo de caer. Cuando logró recuperar el equilibrio vio con horror que la figura de Klaus había desaparecido definitivamente. Sacó fuerzas desde el pánico y aceleró. A pocos metros volvió a tropezar pero esta vez acabó en el suelo, sintió como la nieve abarcaba por completo su rostro.
Cuando se levantó tenía a Klaus a su lado, con el machete en la mano lo vio avanzar hacia uno de los zombis que les cerraba el paso.
—Hay tres, creo que la ventana que buscamos está enfrente.
La nieve también afectaba a la movilidad, ya de por sí reducida, de los zombis. Klaus saltó con los dos pies a un lado quedando al costado del primero, cambió la forma de coger el cuchillo y lo hundió hasta el mango en su cabeza como si intentase partir un gran bloque de hielo. Tuvo que tirar con fuerza para evitar que el ser se lo llevase alojado en su cerebro. Lara se encontró con que ahora tenía que saltar sobre esa cosa para continuar avanzando, se trataba de una mujer, no mucho más mayor que ella.
Klaus, lejos de esperarla, apretó el paso para colarse entre los otros dos zombis que se les acercaban. Lara se quedó petrificada, ahora tenía un zombi muerto a sus pies y otros dos que corrían hacia ella. Por alguna extraña razón que no entendió pero que agradeció profundamente, puede que los zombis no la hubieran visto o que considerasen al hombre una presa más apetecible, los dos seres se giraron y persiguieron a Klaus. Eso le concedió a la chica unos segundos preciosos para intentar serenarse y pensar sobre lo que debía hacer a continuación.
Klaus llegó hasta la ventana, la empujó pero no cedió, había errado el cálculo, no era esa. Naturalmente podía romperla y entrar pero eso alertaría a los zombis que se encontrasen dentro y además permitiría a los de fuera entrar también; esa no era una buena idea. La ventana tenía que estar cerca, corrió por la acera pegada a la pared hasta que uno de los zombis lo alcanzó y le cerró el paso. En la acera apenas había nieve, el tejado había impedido que se acumulase ahí en igual medida que al descubierto. Los zombis, por tanto, poseían una mejor movilidad en esa superficie.
La situación no era buena para Klaus, tenía un zombi furioso delante y otro que se le aproximaba entre la nieve por el lado. Decidió que entre la nieve, él tenía más posibilidades. Salió de la acera y corrió, levantando los pies hasta la rodilla a cada zancada, hacia el zombi. Pasó de largo y lo agarró por el cuello del chaquetón tirando hacia abajo, el zombi acabó sentado en el suelo y Klaus le clavó el machete en la cabeza, la punta de la hoja le salió por la boca. Lo extrajo con un violento tirón y se preparó para recibir al siguiente. La adrenalina se le había disparado, ya no sentía frío, ya no sentía cansancio, tampoco temor, sólo quería matar, matar para evitar ser matado.
—¡Por aquí! —El aviso de Lara pareció devolver a Klaus a la realidad— he encontrado la ventana.
Klaus vio como el cuerpo de la chica era devorado por la oscura boca del edificio. Sin pensar más rodeó al zombi que se le acercaba y corrió hacia el lugar donde había desaparecido el cuerpo de Lara. Se lanzó de cabeza y escuchó como la mujer cerraba a su paso la ventana y se alejaba de ella.
Un puñado de golpes se sucedió al otro lado de los cristales pero remitieron rápidamente. Lara había tropezado y se hallaba sentada sobre algo blando. Klaus, a la vez que intentaba reducir el sonido de su respiración, sacó el móvil de uno de sus bolsillos, pulsó sobre la pantalla y la tenue luz que desprendió les permitió ver que se hallaban sobre un montón de zombis apilados. Lara no pudo ahogar un grito y se levantó golpeándose con la pared mientras alzaba las manos y se quitaba los guantes empapados en sangre.
@@@
Tanto Alain como Alizée se habían ido acercando a la puerta. Ella seguía sin oír nada y, a juzgar por el comportamiento del resto, el monje era el único que lo escuchaba.
El golpe al otro lado sí que lo pudo percibir Alizée con toda claridad.
—Alguien ha entrado a los aseos —Alain observó el interior del comedor.
Sólo Bastian estaba pendiente de ellos. Llevaba en brazos a la maldita niña e intentaba dejarla en el suelo.
—¡ZOMBIIIIS! El grito del monje consiguió sorprender incluso a Alizée.
Mientras Alain apartaba los muebles que impedían el acceso a la puerta, en el comedor los gritos de terror se sucedieron. Sin saber por dónde iban a aparecer los zombis, todos se refugiaron en la cocina. Bastian convenció al fin a la niña para que se quedase con Gwen y volvió a salir al comedor. Para entonces la puerta que daba a los aseos ya estaba cerrada de nuevo y no había rastro del monje ni de Alizée.
@@@
El grito procedente del otro lado de la puerta sorprendió a Klaus de tal modo que el móvil escapó de su mano y fue a parar, con la pantalla hacia arriba, sobre el pecho cubierto de sangre reseca de un individuo extremadamente delgado. Al instante, un hombre ataviado con un hábito marrón seguido de una mujer armada con una pistola, entraron en los aseos y cerraron tras ellos.
Klaus observó a los recién llegados, Lara no sabía si echarse a reír o a llorar.
—Tú no eres Dominique —Klaus miraba directamente a los ojos de Alain— ¿Dónde está Dominique?
El alemán no fue capaz de seguir los movimientos de Alain, sólo sintió como una mano le arrebataba el machete y se lo hundía en la garganta. Klaus cayó de rodillas con las manos apretándose la herida intentando taponar la sangre que se le escapaba a borbotones, sin haber sido capaz de proferir un grito.
Lara tampoco entendió como le podía subir un dolor tan intenso de repente desde su cuello hasta el centro del cerebro. Cuando bajó la vista para intentar conocer el motivo observó como la sangre escapaba de su tráquea seccionada. Al igual que el hombre, cayó hacia atrás intentando cubrir su herida y sin ser tampoco capaz de preguntar por qué.
Alizée se encontraba tan sorprendida por los movimientos de Alain como sus víctimas y atónita observaba como el monje se inclinaba sobre el hombre y lo registraba con rapidez y habilidad. Sin que supiese si había encontrado lo que buscaba, Alain se incorporó tan rápido como se había inclinado.
—Dispara. Un tiro en la cabeza de cada uno. Ya.
—No me sobran las balas, ya est…
—Son zombis. Dispara. Ya.
Alizée acercó la pistola a la cabeza del hombre y disparó, repitió la operación con la mujer y se alejó un par de pasos. Alain giró los cuerpos de forma que se disimulasen los profundos cortes y sólo se viesen los impactos de bala.
La puerta dejó paso a Arnau, detrás de él entraron el Director y Bastian. Nada más pasar éste último la pantalla del móvil caído de Klaus se apagó, todo había transcurrido en escasos segundos.
El reducido haz de luz de la pequeña linterna de André iluminó la escena. Fue pasando sobre los cadáveres de los zombis, de ahí a la ventana y los lavabos.
—¿Qué ha pasado? —André continuaba iluminando los cuerpos mientras Arnau intentaba grabar en su memoria los detalles de los mismos.
—Zombis, los escuchamos entrar, alguien se dejó abierta esa ventana —giró la cabeza y miró directamente a Bastian. El francés no dijo nada, observaba con detenimiento los cuerpos de Klaus y de Lara.
Gruñidos procedentes de los pasillos los alertaron.
—Tenemos que volver, no sabemos cuántos zombis han entrado por esa ventana —remarcó Alain.
Bastian salió de regreso al comedor ignorando los comentarios del monje, André lo siguió y Alizée tuvo que empujar a Arnau para que abandonase los aseos.
Tras cerrar, Alain volvió a situar la mesa y el resto de muebles contra la puerta.
—¿Qué ha pasado ahí? ¿En qué estaban pensando? No tenían porqué salir —André iluminaba con la pequeña linterna el rostro de Alain.
—¡HAY UNA LUZ FUERA!
El grito procedente de la otra punta de la habitación sirvió para disolver esa reunión y relajar a un Alain que respiró profundamente y aflojó la presión de su mano sobre la empuñadura del machete oculto en la manga de su hábito.
—Hay alguien haciendo señales con una linterna al otro lado del valle.
El que había gritado era el hermano Pietro. Mientras observaba fascinado por una esquina descubierta el comportamiento de los zombis había localizado la luz. Tras comprobar que no era una alucinación lo comunicó al resto.
Todos se precipitaron sobre las diferentes ventanas levantando mínimamente los manteles y cortinas que las cubrían. La ausencia de luz en el interior del comedor hacía que los zombis no los descubrieran.
Arnau y el Director, con la linterna apagada, se situaron al lado de Pietro. Los dos veían perfectamente la luz al otro lado, muy lejana. Se encendía y se apagaba repitiendo una sencilla secuencia. André encendió la linterna y repitió la misma secuencia que veía. Al instante fue descubierto por los zombis del exterior que se abalanzaron sobre la ventana. Tuvo que apagar y junto al resto se desplazaron a otra ventana desde la que poder seguir observando.
La luz ya no repetía la misma secuencia de antes, ahora lo hacía de forma más rápida y precisa.
—Parece que trate de decirnos algo —el Director observaba a Arnau que continuaba mirando la luz.
—Es Morse, trata de decirnos algo en Morse —Arnau meneaba la cabeza.
—¿Lo entiende? ¿Puede entenderlo?
—No sé Morse —respondió Arnau al Director para luego gritar— ¿Alguien sabe Morse?
Nadie contestó, seguían observando fascinados los encendidos y apagados de la luz en el exterior.
Bastian no perdía de vista a Alain. No sabía Morse y no tenía sentido perder tiempo mirando una luz, en cambio se dio cuenta de que el monje permanecía completamente concentrado en ella y movía de forma imperceptible los labios. Lo entendía, sabía lo que el extraño de fuera estaba diciendo.
La luz al otro lado del lago dejó de encenderse y unos lanzaron lamentos y otros leves comentarios de esperanza. Poco a poco todos se fueron concentrando de nuevo al calor de los fuegos encendidos de la cocina.
PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO