Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 18:00 y las 21:00 horas
Restaurante Cabaña de los Pastores
Dentro del restaurante la luz provenía de la iluminación que proporcionaban los fuegos de la cocina y del destello de las llamas de la chimenea. Todos los niños se encontraban sentados en el suelo alrededor, disfrutando del calor que proporcionaba el fuego. Nacho y Maite no se habían separado desde que éste llegase. Eran los únicos situados en una mesa algo apartada aunque también climatizada por la hoguera. La pequeña se había quedado dormida en brazos de su hermano.
Sergio y Aroa preguntaban a Vera y Alberto acerca de los zombis bajo la atenta supervisión de Klaus y Lara. Las respuestas que les dieron no hicieron sino confirmar los peores temores de ambos. Contaron como en cuestión de minutos la Estación de esquí cayó bajo poder de los zombis. Como ninguno de los dos podía asegurar la situación en el Hotel, Klaus y Lara se dirigieron entonces a Nacho, lo llevaron poco menos que a la fuerza a la cocina y lo interrogaron sobre las personas que podían permanecer vivas en el interior del Refugio. Maite se acurrucó en brazos de Aroa. Vera se les unió también.
El chico les relató, entre lágrimas como había salido de su habitación y como los zombis atacaron a su abuelo, el trayecto hasta el aseo y la angustia de no poder ni siquiera llorar la horrible muerte del anciano.
—Entonces, en el comedor del Hotel hay supervivientes ¿Es eso? —Lara había pasado sutilmente a dirigir el interrogatorio.
—Creo que sí, pero no me abrieron, me tuve que esconder en el baño.
—Y ¿Cómo escapaste de allí?
—Aproveché la confusión que produjo la llegada del helicóptero y…
—Un momento ¿Qué es lo que has dicho? —Interrumpió Klaus.
Nacho lo miró sin entender.
—¿Has dicho algo de un helicóptero? ¿Estás seguro?
Un intenso temblor recorrió todo el cuerpo de Vera. Ella también había escuchado el ruido del helicóptero, de hecho probablemente le debía la vida a su llegada, logró escapar debido a la distracción que provocó. Lo que no se había parado a pensar hasta ese momento era qué había ocurrido con él. Se sobrepuso algo y aguardó con el mismo interés que el resto la explicación de Nacho.
El chico recordó otra vez la huída de su habitación y la pérdida de su abuelo. Sin darse cuenta cogió el crucifijo colgado en su cuello y lo introdujo en su boca. Cuando comenzó a hablar hubo de escupirlo para que pudieran entenderle.
—Cuando salté por la ventana ya habían dejado de escucharse disparos a lo lejos. Pensé que la policía habría matado a las cosas esas y corrí para rodear el Hotel —hizo una pausa, parecía estar reviviendo nuevamente el momento— encontré zombis muertos en el suelo. Me alejé de la pared para ver el lago. Allí estaba el helicóptero, rodeado de zombis. No vi a nadie vivo, sólo zombis, zombis por todas partes que ya venían a por mí. Corrí y me escondí con ella en la niveladora. Luego vinimos aquí.
—Pero ¿Del helicóptero bajaron soldados o no? —Klaus zarandeó al chico del hombro sin importarle las lágrimas que se deslizaban ya por su mejilla.
—No vi ningún soldado, sólo zombis —repitió el chico congestionado.
—¿Y el piloto? ¿Tampoco viste quién pilotaba?
—¡NO! ¡SÓLO ZOMBIS! —Gritó Nacho soltándose de la mano del alemán— sólo zombis, nada más que zombis.
Se alejó de ellos y corrió junto a su hermana que ya comenzaba a llorar en brazos de Aroa, contagiando al resto de los niños.
Klaus hizo intención de ir tras él pero Sergio se interpuso en su camino.
—Deja al crío en paz. Ya le has oído, no vio a nadie vivo, sólo zombis.
—¡Klaus! —Llamó Lara viendo el cariz que tomaba la situación.
El alemán retrocedió hasta situarse junto a su compañera sin dejar de medir su mirada con la del argentino.
—Tenemos que irnos —le susurró la mujer al oído.
Los dos se apartaron disimuladamente del resto para poder hablar sin temor a que alguno les escuchase.
—Debemos partir cuanto antes. Aprovecharemos toda esta confusión que han creado los zombis para escapar del Valle —insistió Lara segura.
—Ya has escuchado al chico, el piloto debe estar muerto o ser una de esas cosas ¿Quién va a pilotar? ¿Tú? Porque yo no tengo ni puta idea de hacerlo.
—¿Crees que se trataba de nuestro transporte?
—¿Cómo saberlo? Puede ser pero no hay forma de estar seguros. También puede haber sido la poli. Pero si no es o el piloto está muerto estaremos atrapados abajo.
—Ahora estamos atrapados aquí. En el Valle tendremos más posibilidades.
—Vale, lo haremos a tu manera —Klaus cogió un par de botellines de agua, los metió en la mochila y se colgó ésta a la espalda— vamos.
Los dos se dirigieron a Alberto.
—¿Dónde está la llave de ese trasto?
—¿Qué? —El chico no se esperaba esa pregunta y tampoco comprendió a qué se refería el alemán.
—Klaus se refiere a la llave del vehículo en el que habéis venido —intervino Lara.
—Y ¿Para qué queréis la llave ahora? —Sergio se situó al costado de Alberto. No había perdido de vista a los dos, no había podido escuchar su conversación pero estaba seguro de que tramaban algo.
—No estoy hablando contigo —Klaus ni siquiera miró a Sergio— la llave chico ¿Dónde está?
—No te va a dar la llave, si…
El alemán no dejó que acabase, se lanzó a por Sergio, lo giró sin ninguna dificultad pese a la oposición de éste y apretó el cuello con su brazo. La cara del argentino se iba amoratando por momentos mientras intentaba zafarse sin éxito.
—La llave chico —repitió Klaus sin el menor esfuerzo.
Alberto miraba a Sergio, éste trataba de decirle que no con gestos.
—Está en el contacto —Vera contestó incapaz de continuar presenciando la cruel escena, junto a la chimenea, los críos, después de tantas situaciones estresantes, ni siquiera lloraban— puestas en el contacto, suéltale ya ¡Por favor!
Klaus lanzó a Sergio contra unas mesas próximas. El argentino cayó al suelo tras golpearse contra una de las sillas; una brecha apareció de inmediato en su frente comenzando a sangrar.
—Tranquilos, nadie va a sufrir ningún daño, ahora nos iremos y en el Hotel informaremos de vuestra presencia aquí para que envían a por vosotros —Lara se había dirigido a todos con una voz suave aunque con un marcado matiz que no dejaba lugar a objeción alguna.
Se dio la vuelta y avanzó hacia la puerta mientras Klaus continuaba vigilando al grupo.
Lara abrió confiada la puerta y antes de que terminase su movimiento un zombi gordo y rechoncho se abalanzó sobre la entrada. La mujer, desprevenida, tan solo fue capaz de empujar la puerta pero sin lograr cerrar por completo. El zombi introdujo la pierna a la vez que intentaba agarrar a Lara de la cabeza. Klaus corrió hasta ella y abrió tras apartar a Lara. Con espacio suficiente, golpeó todo lo fuerte que pudo al zombi en el pecho haciéndolo retroceder. La puerta quedó libre el tiempo suficiente para que, con la ayuda de Lara, pudiese cerrarla.
En el exterior un coro de gruñidos y lamentos creció para ir apagándose lentamente.
Dentro del local todos, excepto Klaus y Lara, habían ido alejándose hacia la cocina.
Sergio se aproximó hasta una de las ventanas y levantó con precaución uno de los manteles y la cortina de debajo. Fuera apenas se veía nada pero pudo descubrir a un montón de zombis frente a la puerta y alrededor de la niveladora.
—No lo entiendo, no había ninguno y ahora creo que hay más que antes ¿De dónde han salido? —Sergio dejó caer la cortina y el mantel y se alejó hacia dentro, junto a Aroa.
—Os han seguido imbéciles —Klaus se encaró a Vera y Alberto— habéis traído a un puñado de zombis detrás vuestra y no os habéis dado cuenta.
—¡Jódete cabrón! —Sergio se aproximó a él provocador.
Klaus proyectó toda la ira y frustración que sentía sobre él. Lo derribó, se situó a horcajadas sobre su pecho y golpeó una y otra vez su rostro. Sólo se detuvo cuando Vera y Aroa lograron sujetar su brazo y la voz tranquilizadora de Lara lo sacó de su abstracción.
—Déjalo Klaus, está inconsciente,
—Sí, déjalo, por favor, lo vas a matar —imploró Aroa a su lado.
El alemán se incorporó, levantó a Sergio como si de un muñeco de trapo se tratase y lo llevó hasta los aseos lanzándolo dentro.
—¡Todos a los lavabos! ¡YA!
Los niños se miraban unos a otros sin saber qué hacer, tampoco Vera y Aroa comprendían nada.
—No lo voy a repetir de nuevo.
Aroa cogió de la mano a los más pequeños, Nacho levantó en brazos a su hermana y juntos pasaron al interior de los lavabos.
Klaus cerró la puerta y gritó para que desde dentro le escuchasen:
—Yo que vosotros cerraría por dentro y me aseguraría de atrancar la puerta.
—¿Qué vas a hacer? —Lara observaba como Klaus se limpiaba la sangre de la cara de Sergio que manchaba su puño con un trapo en la cocina.
—Repetiremos la misma acción que antes, cuando escapó el chico. Llamaremos la atención de los zombis desde la cocina, cuando todos estén dentro saldremos por este lado y nos largaremos en la niveladora.
—Dentro, pero ¿Y los niños?
Klaus la miraba indiferente.
—Mientras permanezcan donde están no les pasará nada.
—Pero, ahí dentro…
—Cuando nos marchemos podrán salir —Klaus zanjó la conversación con un brusco ademán.
Lara se situó junto a la entrada, observando el comportamiento de los zombis. Klaus abrió la puerta de la cocina, no había ningún zombi en esa parte, una ráfaga de aire helado se dispersó por todo el Restaurante. Previamente había despejado la cocina para no tropezar cuando tuviese que huir, también había apagado los fuegos, por lo que la visibilidad era muy precaria y el frío se hizo más perceptible.
Nada más empezar a golpear un par de cacerolas, Klaus pudo observar como los zombis iban llegando. Se desplazó hasta la puerta del comedor sin dejar de hacer chocar las cacerolas hasta que el primer zombi entró en la cocina, en ese momento cerró y paró de golpear.
Desde su posición, Lara distinguía con dificultad el movimiento de los zombis hacia la cocina.
—Creo que algunos siguen todavía ahí.
Klaus caminó hasta su lado y se asomó por otra ventana. Había menos zombis, pero no podía precisar cuántos. Regresó a la puerta de la cocina y la reemprendió a cacerolazos. Al otro lado se podían escuchar los gruñidos y los golpes que los zombis propinaban. Cada vez se iban excitando más.
Lara hacía rato que estaba fuera de sí, había perdido el control por completo y miraba hacia fuera incapaz de decidir.
—Cuando te lo diga sal corriendo, métete en la niveladora y arranca, luego iré yo. Hazlo rápido, sin pensar.
Lara no podía concentrarse, observaba como Klaus iba de una ventana a otra apartando manteles y abriendo cortinas. Gracias a eso pudo ver con más facilidad que, excepto dos zombis que continuaban a unos metros de la niveladora, el resto había caído en la trampa.
—¡AHORA LARA! —El grito sorprendió tanto a la mujer que en un primer momento no reaccionó— ¡Vamos Lara, ¡SAL!
La mujer se movió por fin y salió corriendo al exterior. Uno de los zombis se dirigió de inmediato hacia ella. Sin mirarlo abrió la puerta del vehículo y se metió dentro. Al cerrar, el resto de cristales que quedaban en la ventana astillada cayeron sobre sus piernas. Tanteó en busca de la llave temiendo que el chico les hubiese mentido pero no, enseguida la localizó y accionó el contacto. La niveladora arrancó con un sonoro traqueteo. Empujó levemente la palanca para probar el funcionamiento. La máquina saltó hacia delante reaccionando al movimiento. El aire frío que se colaba contribuía a despejar su mente y la permitía concentrarse.
De reojo vio a Klaus salir de la casa machete en mano. Corrió al encuentro del zombi que se interponía en su camino. Le lanzó un machetazo que le alcanzó en el cuello y le hizo caer hacia atrás. No estaba muerto pero eso ahora era lo de menos. Avanzó entre la nieve hasta rodear por completo la niveladora y entrar por la otra puerta.
—¡Da la vuelta, vamos, rápido!
Lara movió la palanca de control y el vehículo giró completamente. La mujer devolvió la palanca al centro y la empujó. La niveladora avanzó camino de la pista de esquí. Al abandonar el Restaurante Lara vio como los zombis salían ahora del interior del mismo, no sólo de la cocina.
—Has abierto la puerta de la cocina y no has cerrado la del Restaurante —había dejado de apretar hacia adelante la palanca y la niveladora se había detenido mientras la mujer miraba con horror al hombre.
—Calla y conduce —Klaus colocó su mano sobre la de ella y la obligó a mover la palanca hacia adelante con fuerza.
—Has condenado a muerte a esos chicos —Klaus continuaba oprimiendo su mano.
—Para tomar este tipo de decisiones es para lo que me has contratado, yo cuido de nuestra seguridad, es mi trabajo. No queremos testigos molestos de nuestro paso por aquí. Y ahora conduce de una puta vez, no quiero tener a esas cosas cerca de nosotros.
Nuria. Vagón del Cremallera
Marga y Luna se habían repartido entre sollozos la ropa que había logrado reunir Pau. Su temperatura corporal era ahora algo superior. Puede que después de todo lograsen sobrevivir una noche más.
El tobillo de Marga, estuviese o no roto, no mejoraba. El intenso frío que sentía en él ayudaba a calmar el dolor pero las dos chicas eran conscientes que eso no era una solución.
—Tengo sed, y hambre —Marga se ladeó para cambiar de postura.
—Lo lamento, yo también estoy sedienta, recogí todo lo que me lanzó Pau pero… —la chica dejó de hablar— espera, Pau tiró algo más, debió escurrirse entre los asientos.
Luna observó como su amiga se alejaba gateando.
—Ten mucho cuidado —susurró demasiado bajo para que la pudiese escuchar.
Cuando regresó un par de minutos después, en la cara de Luna se vislumbraba una enorme sonrisa.
—Mira, un walkie, ahora podremos pedir ayuda —la sed parecía haber desaparecido por el momento.
—¿Funcionará? —Interrogó Marga.
—Ya escuchaste a Pau, las radios no tienen nada que ver con los móviles, sí, funcionará, tiene que funcionar.
Luna arrimó el walkie a su boca, apretó el pulsador y comenzó a hablar
—¿Hay alguien ahí? ¿Alguien nos escucha?
No sabían muy bien qué decir así que hablaron de todo, de los zombis, del apagón, la tormenta, el incendio en el albergue, su actual situación en un vagón de tren.
Su entusiasmo inicial fue decayendo una vez que constataron que nadie les respondía. Ni siquiera podían estar seguras de que alguna persona hubiese recibido su mensaje.
—¿Y si está rota? —Preguntó Marga.
Luna apretó y soltó varias veces el pulsador, la radio cortaba cada vez.
—Sí funciona, no es eso.
—Entonces qué pasa.
—Tal vez la gente que nos puede escuchar está en otra ¿Cómo se dice? En otro canal, otra frecuencia.
—O tal vez están demasiado lejos para oírnos —apuntó Marga.
Luna manipuló el selector de frecuencia y los números del display cambiaron. Fue repitiendo el mismo mensaje en todas las frecuencias que pudo hasta que la batería se agotó y el walkie dejó de funcionar.
—¿Crees que alguien nos habrá escuchado? —Marga observaba a su amiga con una lágrima a punto de brotar de sus ojos.
Sin ser capaz de contestar, Luna se abrazó a ella.
Ayuntamiento de Ribes
Juanjo permanecía en los alrededores del Ayuntamiento. Las palabras, qué demonios, las amenazas del policía aún retumbaban en sus oídos. Ese poli imbécil no había entendido nada. Lo que la tormenta solar había provocado dibujaba un escenario mundial completamente diferente. Si como decían las comunicaciones que había interceptado las cosas estaban tan mal, la vida iba a volverse mucho más complicada para todos. Y en el mundo que iba a resultar, su papel, al menos al principio, podía tornarse en fundamental. Siempre, pero en el momento actual con mucha más razón, la información era poder, y él poseía el único medio para obtener esa información en muchos kilómetros a la redonda.
La nieve continuaba cayendo. No recordaba que hubiese parado en las últimas treinta y seis horas. En eso el tarugo ese de poli tenía razón, en la comarca habían sufrido temporales como el actual y seguramente incluso más fuertes. Se quitó el gorro de lana que cubría su cabeza y lo sacudió con fuerza para eliminar la nieve que ya empezaba a aferrarse a él.
Desde su posición había visto como el poli se marchaba en coche con la Alcaldesa y al poco, como dos polis más abandonaban el Ayuntamiento. Habían dejado a uno, por si se desmandaban las cosas, supuso.
Le apetecía un vaso de chocolate caliente. Era hora de regresar a casa. Allí disponía de todo. Un potente generador lo abastecía de electricidad y el depósito de gasoil recién lleno la semana pasada le aseguraba un relativo confort al menos en los próximos días.
Aceleró el paso entre la nieve, el esfuerzo a realizar era considerable, aún tardaría una media hora. Se moría de ganas de comprobar lo que su equipo podía haber captado. Cuando salió de su casa camino del Ayuntamiento para comunicar a la Alcaldesa su descubrimiento dejó funcionando el equipo de grabación para no perderse ninguna comunicación. Había modificado su estación para poder detectar cualquier frecuencia en la que se produjese una comunicación y el equipo de grabación lo almacenaba todo en un disco duro. Lo más tedioso era comprobar luego todos los archivos generados aunque, en realidad, disponía de otra aplicación que le permitía visualizar el contenido en bruto, si descubría oscilaciones eso quería decir que había grabado algo.
Entró en su casa y cerró la puerta con llave y con los dos cerrojos. Al momento comprobó que todas las ventanas de la casa continuasen cerradas. Todas disponían de rejas. Siempre había sido extremadamente celoso de su intimidad pero en las circunstancias actuales era mucho más que eso, se trataba de su seguridad.
Acudió al salón donde alimentó la chimenea con un par de gruesos troncos y luego se acercó a la cocina donde se preparó un chocolate caliente pero en un cazo, nada de microondas, el generador se lo habría permitido pero, en general, prefería calentar las cosas de esa forma. En el futuro tal vez volviese a ser la única.
Rodeando la taza ardiendo con las manos ascendió a la última planta, donde tenía montado su estudio con la estación de radio. Era una habitación perfectamente equipada, incluso disponía de un confortable sofá, por algo era una de los lugares de la casa en los que pasaba más tiempo. Aproximó su silla giratoria a la mesa y comprobó los archivos guardados. Había más de un centenar aunque probablemente muchos de ellos fuesen sólo estática o ruidos incomprensibles. Los fue estudiando uno a uno y eliminó los que no presentaban ninguna oscilación representativa. Le quedaban treinta y siete. Estudió la información relativa a cada registro, todos se correspondían a diferentes frecuencias. Eso no era normal. Daba la impresión de que alguien hubiese estado emitiendo en distintas frecuencias desde la misma estación, eso no era habitual ni útil en términos prácticos. Su curiosidad se impuso y abrió el primer archivo.
Era una mujer, seguramente joven, el sonido era aceptable. Se comunicaba desde el Valle, en concreto desde un vagón del Cremallera en la Estación de Nuria. Lo que escuchó le puso los pelos de punta. Pasó al siguiente archivo; era de la misma persona, y el siguiente, y todos. En ese momento entendió lo que había pasado, la chica no lograba enlazar con nadie y fue emitiendo en todas las frecuencias hasta que la batería de la radio se agotó.
Cuando escuchó el último entrecortado mensaje su frente se hallaba cubierta de un frío sudor. Se apartó de la mesa y bajó de nuevo a la cocina, rellenó la taza con el chocolate ahora más frío que templado y se la llevó a la boca. El sabor dulzón y pegajoso no le atrajo. Dejó la taza y regresó del salón con una botella de Orujo. Se sirvió un chupito y se lo tomó de un trago. Tras ese se bebió dos más.
Lo que esas chicas contaban, había al menos dos personas, podía provocar el pánico si se conocía, el caos. Aunque le pesara tenía que informar al Jefe de Policía, que él se hiciese cargo de administrar esa información. Se sirvió un nuevo chupito y se lo tomó igualmente. Se llenó otro pero antes de bebérselo pensó que lo mejor era permanecer completamente sereno, si el poli lo notaba achispado podría no tomarlo en serio.
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Ramón continuaba en el domicilio de Leyre. Cuando llegaron ella lo invitó a tomar una taza de algo caliente y el calor de una cosa llevó a la otra y ahora descansaban de la última acometida en la enorme cama de ella que no le resultaba para nada desconocida.
Leyre no disponía en su domicilio de generador así que la habitación aparecía iluminada por media docena de velas perfumadas que invitaban a cualquier cosa menos a levantarse.
—Voy a darme una ducha.
La mujer le dio un fugaz beso y, apartando un poco la ropa de cama, se dirigió desnuda al baño. Ramón la siguió con la mirada sintiendo un creciente calor.
El walkie emitió un chisporroteo. Ramón lo observó hastiado deseando que no volviese a sonar.
—Jefe ¿Está ahí? ¿Me copia?
Me copia, fantasma, reconoció la voz al instante.
—Creí haberte dejado claro que no interfirieses en la frecuencia de la policía. Qué parte no comprendiste.
—Cállese y escuche —el radio aficionado lo cortó sin contemplaciones.
Ramón se sentó en la cama con un presentimiento terrible.
—Habla, te escucho.
Cuando Leyre regresó de su ducha con la toalla anudada a la cintura, dejando a la vista sus preciosos pechos, sólo tuvo que fijarse en el color de la piel del hombre para comprender que algo había ocurrido y, a juzgar por la expresión de su rostro, seguro que no era bueno. Regresó al aseo y volvió cubierta con un albornoz malva.
—¿Qué ocurre? —Colocó la almohada en su sitio y se sentó a su lado.
Ramón se masajeó las sienes antes de responder, de repente se le había puesto un dolor de cabeza insoportable.
—Juanjo, el radio aficionado ese de los cojones, acaba de comunicar conmigo —se detuvo sin saber por dónde empezar su explicación— ha interceptado varias comunicaciones desde el Valle, en concreto desde un vagón detenido en la Estación de Nuria.
—¿Y? Vamos, no puede ser tan malo —lo animó la mujer.
—Según su interlocutor, una mujer, joven según él… todo el Valle está plagado de zombis, el Hotel, el Santuario, la Estación de esquí, la del Cremallera. El Albergue se ha incendiado. Hay cientos de muertos. Dice —dudó— dice que los zombis atacan a los demás y si los hieren se transforman en más zombis.
—Entonces, la llamada anterior desde el Restaurante…
—Sí —interrumpió Ramón— y también la llamada que hizo a mi móvil mi hermano. Debí haber hacho caso. La llamada se recibió ayer, AYER, tal vez se hubiera podido evitar todo esto.
—Vamos, no lo sabías, no puedes sentirte responsable ¿Qué sabes de esa mujer? Podría tratarse de…
—No, creo que es cierto, algo en mi interior me dice que es verdad, una terrible verdad.
—Y ahora ¿Qué podemos hacer ahora? Las comunicaciones no funcionan ¿Cómo vamos a detenerlos?
—¿Detenerlos? No se los puede detener, de hecho, ni siquiera se mueren, según la chica que llamó caminaban ardiendo ¿Entiendes? Ardiendo, con el cuerpo cubierto de llamas y continuaban caminando como si no les afectara lo más mínimo.
Ramón se echó las manos a la cara y comenzó a llorar. Leyre no recordaba ninguna ocasión en la que le hubiese visto llorar, no lo hizo ni en el entierro de su padre.
—No es culpa tuya, el temporal, la tormenta solar, no es culpa tuya, no sabemos cómo ha comenzado todo. Además ¿Qué credibilidad podemos darle? Podría tratarse todo de una broma desagradable —insistió la mujer.
—Tengo que ir al Valle, ya debería haber ido. Tengo que saber cuál es la situación allí —el Jefe la ignoró.
Se levantó y comenzó a vestirse. Se abrochó el pantalón y volvió a coger el walkie. Antes de hablar supuso que sus hombres habrían oído también la conversación.
—Piqué, Alba, Corbé ¿Estáis ahí? ¿Habéis escuchado la última comunicación?
—Piqué y Ramos: Afirmativo.
—Corbé: Afirmativo.
Todos permanecieron a la escucha esperando la confirmación de Alba o de Puyol.
—Alba, Alba ¿Me recibes? Alba, contesta joder.
Tras darle unos segundos para responder ordenó:
—Todos a la Comisaría, ni una palabra de esto. Nos vemos allí lo antes posible.
Terminó de vestirse y salió junto a Leyre sin cruzar más palabras.
Cuando llegaron al Ayuntamiento continuaba nevando con la misma intensidad. Ya no había nadie en los alrededores. Por fortuna parecía que Juanjo había mantenido la boca cerrada.
—Quiero que permanezcas en todo momento a la escucha —le alargó su walkie.
—En mi despacho tengo el que me diste.
—Quédate este también.
—Vas a ir ¿Verdad?
—Tengo que saber qué es lo que está pasando ahí arriba. Una vez que conozca cuál es la situación tomaré una decisión sobre lo que debemos hacer.
—No deberíamos llamar a la Guardia Civil o al Ejército?
—Y ¿Cómo vamos a hacerlo? No hay manera de comunicarse con ellos y si enviamos a alguien, suponiendo que lo creyeran, tardarían demasiado en venir.
—¿Qué puedo hacer para ayudar?
Ramón dedicó un momento a pensar en ello.
—Traslada aquí, al Ayuntamiento, el generador del Hogar, que te ayuden todos los funcionarios. Si te preguntan di que se trata de una emergencia… sanitaria mismo, no des más explicaciones.
—Pero…
—No hay peros, tengo que irme.
Rozaron levemente sus manos y Ramón aceleró nada más ella cerró la puerta del coche.
Cuando llegó a la Comisaría todos esperaban dentro, todos excepto Alba y Puyol.
—Dónde están Alba y Puyol.
Se miraron unos a otros bajando la cabeza.
—He hecho una pregunta ¿Dónde están…
—Creemos que han debido partir hacia el Refugio, debieron salir nada más ir nosotros al Ayuntamiento —el que había hablado era Corbé.
—¿Habéis intentado comunicar con ellos?
—Yo lo intenté desde el Ayuntamiento antes, antes de que nos enterásemos de esto, pero no contestaron. Probablemente no tengan alcance o —dejó la frase en suspenso.
Ramón tomó una decisión.
—Preparad todas las armas de fuego de que disponemos. Rellenad todos los cargadores que tengamos. Manteneos permanentemente a la escucha. Yo marcharé tras ellos, en cuanto tenga más noticias os lo haré saber.
—Pero solo, no puede ir solo —el que había hablado era Ramos.
—Os necesito aquí, preparando lo que os he dicho. Y que no se corra la voz de lo que ocurre en el Valle.
Después de ir a la armería y coger una Franchi y un fusil con varios cargadores llenos, abandonó la Comisaría dirección al Valle.
Nuria. Ermita de San Gil
La resistencia inicial de las jóvenes a darle a Dominique las piedras había terminado pronto, de hecho acabó en el mismo momento en que Ana sintió el frío del cañón de la pistola apretado contra su frente.
Dominique había obligado a las dos amigas a sentarse juntas, alejadas, en el último banco. Habían intentado sonsacarle pero el monje no tenía ganas de hablar. Él se sentó en otro banco junto a la hoguera de cara a las dos mujeres. Qué diferencia con el frío que había tenido que soportar hasta llegar a la Ermita.
El calor era soporífero, unido a la falta de sueño le provocaba inevitables cabezadas.
El ruido lo despertó de golpe. Las dos chicas se habían levantado y caminaban hacia él.
—Vale, vosotras os lo habéis buscado; entrad ahí —les indicaba la pequeña habitación donde habían encontrado los diamantes.
—No, por favor, ahí hace demasiado frío, no volveremos a intentar nada —Ana se dirigía a él con las manos enlazadas en posición de oración.
—No os lo repetiré; pasad dentro.
Las dos amigas obedecieron cabizbajas y Dominique cerró la puerta y atravesó un banco para no verse de nuevo sorprendido.
Regresó a su asiento y colocó la pistola y el peluche en su regazo. Ya tenía casi todo lo que quería. Había llegado antes que Alain y además disponía de un arma, puede que hubiese llegado el momento de renegociar las condiciones de su acuerdo. Lástima que no tuviese ninguna noticia de Lara.
Pronto terminaría todo, la complicada decisión de ocultarse en ese Santuario, el temor a ser descubierto, el acuerdo al que tuvo que llegar para salvar el pellejo. No veía el momento de tumbarse en una cálida playa del Caribe al sol, alcohol, mujeres. Si no estuviese a punto de llegar Alain podría haber hecho pasar a alguna de las chicas, o a las dos, imaginándolo rió ruidosamente.
PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO