Día: sábado, 29 de diciembre de 2012
Entre las 03:00 y las 06:00 horas
Vías del Cremallera entre Ribes y Nuria
Ramón abría el convoy. Con él iban tres de los cazadores de su partida. Le seguía Ramos al volante de otro 4×4, a su lado Corbé. El siguiente era conducido por Piqué, con él los otros tres cazadores. Cerraba la marcha Alba. Nadie había querido ir a su lado. Al novato le daba lo mismo. Tan sólo hubiera deseado ir en cabeza para imprimirle un poco más de velocidad a la marcha. Le parecía que ya habían recorrido más de la mitad del trayecto. Desde luego ya se encontraban en el tramo del Cremallera propiamente dicho y hacía rato que habían dejado atrás Queralbs.
Fuera continuaba cayendo con fuerza la nieve. Con las dos manos en el volante y la mirada atenta al exterior, Alba agradecía la calidez proporcionada por la calefacción, hasta tenía calor. Sin embargo no se encontraba cómodo, la sensación era engañosa. Una vez más rememoró lo vivido con Puyol poco antes. Todos esos seres sitiando el Hotel. Era una situación que había puesto a prueba su cordura y pondría la de todos. No tenía nada claro que los cazadores que había reunido el Jefe fuesen capaces de disparar contra los zombis, no se trataba de ciervos o jabalíes, aunque no fuesen ya humanos tenían su aspecto. Ni siquiera podría asegurar que él mismo fuese capaz de liarse a tiros con ellos.
La mayor intensidad de las luces de freno del coche de delante le sacó de sus pensamientos. El convoy se detenía, aflojó la marcha hasta pararse por completo. Delante de él las puertas se abrían y la gente se iba apeando. Después de observar en todas direcciones reconoció el lugar. Era donde habían atropellado al zombi, donde se transformó Puyol en uno de esos demonios. Antes de bajar también, empuño su pistola.
Cuando alcanzó el grupo se hizo un silencio extraño. El Jefe alumbraba a un lado y a otro iluminando los cuerpos de los zombis abatidos por Alba. En el suelo, la nieve caída no había sido suficiente para camuflar el horror desatado en ese paraje. El cono de luz proyectado por las linternas mostraba la nieve enrojecida y los cuerpos tendidos entre las vías daban fe de que lo que quiera que hubiese ocurrido allí horas antes no había sido una invención de Alba.
—Por dios espero que tengas razón —lanzó entre dientes Ramos a Alba —las mutilaciones de estos cadáveres… —dejó la frase en suspenso.
—Ojalá no la tuviese, ojalá se me hubiese ido la cabeza y cuando llegásemos al Valle la gente estuviese esquiando y divirtiéndose, créeme que eso sería mil veces mejor que lo que nos espera.
Sin aguardar contestación se dio la vuelta y regresó al coche. Ramón, ayudado por sus hombres, apartó los cuerpos a un lado de las vías. Al poco, todos embarcaron de nuevo y se reemprendió la marcha.
Había un pensamiento que se repetía una y otra vez en la mente de Ramón: ¿Y si se equivocaba? ¿Y si esas personas no estaban muertas? Puede que estuviesen tan solo enfermas. Era cierto que no había visto nunca enfermos con ese aspecto, ni que reaccionasen como lo hacía Puyol. Coño, ni sabía de ningún ser humano que se moviese sin que su corazón bombease una sola gota de sangre y con las tripas fuera. Pero ¿Y si se equivocaba? ¿Y si esas personas no estaban muertas? Las mismas interrogantes lo acosaban otra vez. Además, si él no tenía claro a lo que se enfrentaban ¿Cómo iba a pedirles a sus amigos que disparasen sobre otros seres humanos? Ni siquiera a sus hombres. Observó de reojo a Gustavo. En todo el trayecto no había abierto la boca, él, que no había manera de que se mantuviese callado un minuto, el resto tampoco parecía dispuesto a entablar conversación alguna por trivial que fuese. Estaba seguro de que les asaltaban las mismas dudas que a él mismo. Seguramente ese era el motivo por el que ninguno había querido subir con Alba en el coche. Decidió darle una oportunidad a la cordura, una vez comprobada la situación en el Valle tomaría la decisión que fuese y ojalá no se equivocase.
Por fin alcanzaron el Valle y el Jefe creyó identificar el promontorio que había descrito Alba, se dirigió hacia él y detuvo el 4×4 fuera de la vía dejando espacio para que todos estacionasen detrás.
Fueron abandonando los vehículos con los fusiles de caza a punto. La oscuridad era prácticamente total.
Se hallaban reunidos al lado del coche del Jefe de policía intentando ver algo a lo lejos. Uno de los cazadores olisqueaba como un sabueso mientras el resto observaba los movimientos que se producían en el lago helado.
—Alguno de los edificios ha debido arder, creo que se trata del Albergue, el olor viene de su posición. —Alba empuñaba su pistola y no dejaba de observar en todas direcciones.
—Ramón —Gustavo habló por primera vez desde que dejasen atrás Ribes— esto no me gusta —el resto de cazadores murmuraron asintiendo— no podemos disparar sobre personas, son personas ¿Y si… y si se equivoca? —Señaló a Alba— sería un asesinato, no, sería una masacre.
Alba se situó frente a él señalando el lago y a los seres que se movían sobre él.
—Fijaos bien en ellos, lo que hay ahí no son personas, son máquinas de matar, pero eso no es lo peor —cogió aire para proseguir— lo peor es que no te matan, te infectan y te transforman en otra máquina de matar. Si esas cosas logran salir del Valle será el fin, no los podremos parar. Un infectado contagia a otros, estos a otros más, es exponencial.
Alba iba observando a todos, no era un buen orador, sentía que estaba perdiendo, no los convencía.
—Decís que no vais a ser capaces de disparar a esos seres, personas muertas a las que ni siquiera conocéis ¿Qué haréis cuando quien se os enfrente sea vuestro hijo, vuestra mujer, vuestros padres? Será imposible, nadie lo parará. La transformación es extremadamente rápida, he sido testigo de ello. No podemos dejar que ni uno solo de esos zombis escape.
—Yo aún no he visto ningún zombi, tan solo a tipos patinando en el lago —Ramos continuaba dolido.
—¿Patinando? Tú eres idiota —estalló Alba— mira como se mueven ¿A ti te parece normal?
Ramos se lanzó sobre el novato y los dos rodaron por la nieve. A Ramón y a Piqué les costó algún que otro puñetazo separarlos.
—Ya basta joder.
—Ramón —uno de los cazadores llamaba— creo que por allí viene alguien.
El Jefe se colocó los prismáticos.
—Es un hombre, un hombre, y parece herido.
—No es un hombre —Alba empuñó su pistola.
—Alba, espera, es una orden. ¡Espera!
El zombi que se aproximaba era Pau. Había permanecido en los alrededores del convoy del Cremallera estacionado y al descubrir las luces de los coches había dirigido sus pasos hacia los faros.
El que tenía prismáticos miraba con ellos, los que no, lo hacían con la mira del fusil.
Ramón recogió las gafas de visión nocturna del 4×4. La tonalidad verdosa que le confería a la imagen el intensificador no ayudaba, aunque con ellas distinguía mejor los rasgos del hombre que se aproximaba. Le pareció que presentaba heridas en el cuello, también en el lado izquierdo de la cara. Por lo demás, aparte del andar tambaleante y el extraño aspecto de sus ojos, poco podría decirse de él, tal vez fuese un borracho. Deseó que se tratase de un jodido borracho y que Alba estuviese equivocado, lo deseó de verdad.
—Ya está muy cerca —Piqué retrocedió un par de pasos, el más adelantado era Alba.
Era cierto, el Jefe apartó las gafas, ya se le podía distinguir, se encontraría a unos treinta metros avanzando por las vías. Para sorpresa de todos, el zombi tropezó con algo y cayó de bruces golpeando con la cara sobre la cremallera central. El ruido que produjo el choque fue perfectamente audible. Un murmullo recorrió los labios de los presentes.
—Se podría haber matado —uno de los cazadores se acercaba a Alba.
Al instante Pau se levantó y continuó su penoso avance.
—Ni siquiera se ha frotado la cara, ni un gesto de dolor, y mirad su nariz.
Todos enfocaron con sus elementos de visión. Su nariz estaba completamente torcida, se le había partido.
Ya estaba a unos quince metros.
—Es un zombi y hay que acabar con él.
Ante la inacción del resto, Alba avanzó dos pasos y apuntó a la rodilla. El disparo sonó como un trueno. La rótula del zombi voló hecha añicos y todo el cuerpo se le giró hasta terminar cayendo. Al instante ya estaba intentando ponerse en pie otra vez.
—¿Conocéis a mucha gente a la que le vuelen la rodilla y no suelte ni un lamento de dolor, ni tan solo se lleve las manos a la herida?
Ninguno de los presentes era capaz de hablar.
Alba apuntó de nuevo al zombi, esta vez al pecho, al corazón. El impacto fue preciso. El impulso del proyectil lo tumbó de espaldas. No tardó en volverse a levantar.
—¿Y a alguien que camine con un tiro en el corazón? ¿Conocéis a alguien que pueda hacer eso?
Pau ya estaba a unos ocho metros, su avance era mucho más lamentable con la pierna rota. A esa distancia ya escuchaban perfectamente el gruñido continuo que profería, una amenaza más que un lamento.
—¿Qué, alguno se lo quiere llevar a su casa? ¿Al hospital tal vez?
Domingo, otro de los cazadores avanzó hasta situarse al costado de Alba.
—Acaba ya con esto.
Alba lo miró a los ojos. Luego apuntó a la cabeza del zombi y apretó el disparador. La cabeza de Pau se sacudió y el cuerpo se desplomó quedando por fin inmóvil.
—En la cabeza. Hay que alcanzarles en la cabeza, sólo así se acaba con ellos.
El silencio que se sucedió lo rompió otro de los cazadores, apuntaba con su fusil hacia el Hotel.
—Por el camino que viene del Refugio llegan más zombis.
Gustavo también habló.
—A este de la vía le siguen otros tres zombis.
Alba había ganado, todos estaban ya convencidos.
El Jefe de policía formó dos grupos con los fusiles disponibles, uno cubriría el Hotel y otro la vía que llegaba de la Estación y el camino que venía del Albergue.
Alba se colocó las gafas de visión nocturna. Delante del Hotel no había muchos zombis. No habría ni un centenar, pero si no estaban ahí ¿Dónde habían ido? Por fin descubrió la ventana del Hotel rota, así que era eso. Se aproximó al Jefe y le pasó las gafas.
—Algo ha ocurrido, una de las ventanas está rota, los zombis han entrado en el Hotel, por eso fuera hay tan pocos.
—¿En el Hotel? Y ¿Qué coño quiere decir eso?
—Que, a no ser que vayan saliendo al escuchar nuestros disparos, tendremos que limpiar planta a planta el Hotel.
—Un momento, un momento, una cosa es disparar a cientos de metros de esas cosas y otras meterse en una habitación con ellos, —señaló a los cazadores— no están preparados, y sinceramente, no sé si nosotros lo estaremos.
Algunos zombis iban saliendo del Hotel por la ventana rota. Parecían llegar más zombis procedentes del Albergue que del Hotel. Dos de los cazadores se aplicaron en abatirlos; les pareció que algunos llegaban completamente calcinados.
A todos les pitaban los oídos, ninguno había tenido la precaución de coger tapones o auriculares.
—Cada vez salen más espaciados del Hotel —gritó para oírse él mismo, Piqué.
—Si están en el interior del Hotel ¿Por qué no salen todos a por nosotros? Es obvio que oyen los disparos, pero no habremos abatido un centenar siquiera —levantó en exceso la voz el Jefe.
Ramón se había dirigido a Alba. El intervalo entre disparos era cada vez mayor, Ramos, Piqué y Corbé se acercaron.
Alba continuaba observando el Hotel, en silencio.
—Esas cosas no funcionan normalmente —viendo las caras de sus compañeros aclaró— quiero decir que parecen capaces de atacar en busca de los objetivos que tienen cerca o respondiendo a sonidos, aunque sean lejanos. Cuando se rompió la ventana, al otro lado estaban los supervivientes, ellos lo sabían y fueron a por ellos. Las personas vivas debieron intentar huir y los zombis los perseguirían —ninguno parecía saber adónde quería llegar Alba— puede que una vez desperdigados por los pasillos y habitaciones del Hotel, puede que no sean capaces de orientarse para encontrar la salida, puede que sencillamente estén detrás de una pared sin saber sortearla.
—Pero entonces… –empezó Piqué.
—Entonces tendremos que acercarnos al Hotel. Habrá que limpiarlo habitación por habitación. Pero será mejor esperar, no tardará en amanecer, sin luz es una locura meterse ahí dentro.
Ramón estableció un par de turnos para que estuviesen alerta por si salía algún zombi más.
Alba devolvió las gafas al Jefe y se alejó hacia su vehículo. Al llegar a la parte de atrás vomitó todo lo que llevaba en el estómago.
—Lo siento.
Alba se giró. Ramos le tendía la mano.
—Estaba equivocado, tenías razón, no son humanos, lo siento.
Alba aceptó con un movimiento de cabeza sus disculpas y desapareció en el interior del todoterreno.
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Bastian se incorporó de golpe. Gwen al sentir el brusco movimiento gritó y sin saber como lo había hecho se pegó a la pared subida sobre la almohada. Mario y la pequeña se despertaron más calmados pero se asustaron al ver dónde estaba Gwen.
Una vez que todos fueron conscientes que nada ocurría volvieron a tumbarse en la cama. Bastian se puso en pie.
—Bastian.
—Hay disparos ¿Los oyes?
—Tu costado.
Bastian bajó la vista, el vendaje estaba manchado de sangre, la herida estaba abierta.
—Es normal, no está cosida.
Caminó hasta la ventana. Ahora se podían escuchar con total claridad las detonaciones procedentes del exterior.
—¿Quién dispara? —Preguntó Mario dirigiéndose a la ventana junto a Bastian.
—No es un solo hombre, los disparos se superponen, hay varios tiradores, parecen fusiles. Puede que por fin haya llegado la ayuda.
—¿Has oído papá? —El chico corrió junto a su padre— ya vienen a ayudarnos, ahora ya podemos salir a buscar a mamá y a mis hermanos —mientras besaba a su padre en la mejilla no vio la mirada de Bastian a Gwen.
Se acercó a la puerta y se asomó a la mirilla. En ese momento un zombi pasó por delante y Mario retrocedió asustado.
—Todavía hay zombis.
—No podemos salir. Si salimos moriremos también —el padre de Mario volvía a repetir lo mismo otra vez.
—Pero ahora hay soldados, puede que mamá necesite ayuda, se habrá escondido en otra habitación ¿Verdad? —El chico se volvió hacia Bastian— escaparía como vosotros ¿A que sí?
Bastian eludió responder y caminó hasta la puerta. En el pasillo apenas se veía nada, era imposible saber si había zombis cerca. Se palpó el vendaje, notó el tacto viscoso de la sangre.
—Tu padre tiene razón, es mejor esperar aquí dentro de momento.
El chico se encerró enfurruñado en el aseo dando un portazo.
Cuando Bastian pasó junto a su padre éste lo sujetó del brazo.
—Gracias —susurró.
—Realmente creo que usted tiene razón.
—Por no decirle nada de su madre y de sus hermanos —le soltó y volvió a su posición estática observando la entrada.
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En los aseos, Mikel y Ernest se miraban. Los dos escuchaban perfectamente los disparos. También pudieron oír como la puerta de los aseos se abría y cerraba varias veces. Habían estado en lo cierto, dentro de los baños había zombis, si no hubiesen permanecido en silencio todo ese rato seguramente habrían reventado la puerta y ahora caminarían como borrachos por los pasillos del Hotel. Mikel hizo intención de decir algo pero Ernest le cortó con un movimiento rotundo de cabeza.
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En la habitación 139 se había desatado la euforia. Según Arnau los disparos que se escuchaban tenían que provenir de diferentes armas, eso implicaba que hubiera más de un tirador, según el policía entre cinco y ocho.
Pietro y Leo intentaban ver algo a través de la mirilla de la puerta. Mientras tanto André aprovechó para hablar en voz baja a Arnau.
—Solo cinco personas no parece una misión de rescate.
—Entre cinco y ocho —rectificó Arnau.
—Tanto da, no son muchos. Una unidad militar habría venido con más efectivos ¿No cree?
Arnau se masajeó la barbilla sin responder.
—Usted es el experto.
—Podrían ser policías de la población más cercana. En estas localidades las dotaciones de policía no son muy grandes.
—Pero no cree que sean militares ¿Verdad?
—No, las comunicaciones siguen interrumpidas, las carreteras estarán colapsadas. No, lo más probable es que se trate de policías.
André permaneció un momento en silencio, meditando si debía decir lo que pensaba. Al final se decidió a hablar.
—¿Y si son cómplices de ese hombre, del que iba disfrazado de monje? —Arnau callaba— usted también lo piensa ¿No es así?
Pietro y Leo regresaban.
—Son policías, seguro.
—Ves Pietro, son policías, ya te lo decía yo.
—¿Y qué vamos a hacer? Interrogó el monje directamente a Arnau.
Éste miró al Director.
—Esperar. Esperaremos a que desalojen el Hotel de zombis.
Los tres se fueron a sentar en la cama y Arnau quedó pensativo de nuevo. Zombis. Ya había terminado por asumir que esos seres no estaban vivos, que no eran personas, que seguramente no tenían cura. No sabía si encajaban en el concepto de “zombi” que tenía, si es que tenía alguno, pero lo que de verdad le preocupaba era la posibilidad de que quienes estaban disparando fueran cómplices de los delincuentes, era algo a lo que no le veía sentido pero ¿Qué tenía sentido en las últimas 48 horas? De momento lo mejor sería esperar a ver como se desarrollaban los acontecimientos. Si se trataba de policías o militares pronto se identificarían y si no…
Nuria. Vagón del Cremallera
—¿Qué harás si conseguimos salir vivas de aquí?
Luna abrió los ojos y se enderezó un poco, se apartó el pasamontañas de la boca lo justo para hablar. Lo encontró blanco, el aire expirado por su respiración se congelaba.
—Abrazar a mi hermano pequeño. Puede llegar a ser muy pesado pero te juro que ahora no sé lo que daría porque entrase a mi cuarto en busca de gresca —la voz se le entrecortaba.
—Pues yo, bueno, aparte de ir a que me escayolasen el pie, me daría un baño eterno en agua bien caliente, ardiendo.
—Se te mojaría la escayola —la interrumpió Luna.
—Es verdad, bueno, pues dejo la pierna fuera. Y luego me tomaría una taza enorme de leche con chocolate caliente con un pedazo de tarta de chocolate del horno de mi calle ¡Mmmh! Que hambre tengo.
—Y que frío —añadió Luna.
Las dos amigas se acurrucaron más.
—Seremos amigas para siempre.
—Para siempre —confirmó Luna.
¡BANG!
Al escuchar el disparo las dos amigas, instintivamente, se encogieron.
—¿Qué…
—¡Sssssst! —Luna la mando callar.
¡BANG!
Alrededor del vagón escucharon como los zombis reaccionaban a los disparos gruñendo y moviéndose.
Marga temblaba.
—Otra vez no, otra vez no —repetía en voz baja.
¡BANG!
Las dos amigas permanecieron en silencio hasta que los disparos se incrementaron, ya no se trataba de tiros aislados. Luna sonrió, Marga también.
—Ya vienen a ayudarnos —Luna se puso en pie en uno de los asientos— disparan a los zombis.
—¿Dónde vas? —Interrogó Marga asustada.
—No sé, intento ver algo, quién es el que dispara.
En el cristal de la puerta que unía un vagón con otro apareció un agujero irregular y Luna cayó entre las dos filas de asientos.
—¿Estás bien?
Luna se acercó gateando junto a Marga.
—¿Qué ha pasado?
Marga no contestaba, se fijó en sus ojos, los tenía abiertos como platos, estaba aterrorizada. Se apartó de ella y comenzó a alejarse reculando, arrastrando el culo por el suelo del vagón. Luna no entendía qué le ocurría a su amiga, tampoco por qué comenzaba a sentirse mal.
—Tu cara, tienes una herida en la cara, sangras mucho.
—Algún cristal me ha debido cortar —Luna apoyó la cabeza contra un asiento, se encontraba mareada, su mano se llenó de sangre, la sentía deslizarse por su rostro.
Marga continuaba alejándose, ya estaba a cuatro asientos de su amiga.
—Luna, están disparando a los zombis, si les han dado y luego te han herido a ti… no tienes buen aspecto.
—Ayúdame Marga no me encuentro bien.
—No puedo —Marga lloraba mientras se arrastraba pasillo atrás— la transformación es muy rápida, yo estoy herida, no puedo correr, joder ni puedo andar. Tengo que alejarme antes de que…
Luna se giró y devolvió lo poco que podía quedarle en el estómago. El vómito manchó su pantalón.
—No es justo, no es justo joder, ahora no, ahora no.
Se puso en pie y la emprendió a puñetazos contra el cristal que la bala acababa de atravesar. Los trozos que quedaban cayeron hacia fuera y un aire aún más helado penetró en el vagón.
—Luna, Luna —la chica se giró y se encontró con Marga, en pie y apoyada sobre su pierna buena— han pasado varios minutos —Luna no entendía, sus ojos llenos de lágrimas distorsionaban la imagen de su amiga.
—No es justo Marga, ahora no.
—Han pasado muchos minutos —insistió Marga— la transformación es muy rápida.
—Entonces…
—Perdóname Luna, perdóname por favor, tú has cuidado de mí y yo…
—¿No estoy contagiada? —Se miró de arriba abajo, se tiró de los mofletes y se limpió la sangre con la palma de la mano— no, no, ja, ja, ja. Gracias, gracias.
Se abrazó a Marga y las dos acabaron cayendo al suelo.
—¡Sssssst! Pero cállate o atraerás a todos los zombis.
Luna se tapó la boca con ambas manos hasta lograr contenerse.
Fuera, los disparos habían arreciado y ahora parecían llegar de varias direcciones.
—Nos van a ayudar, nos van a ayudar, lo vamos a conseguir, podrás abrazar a tu hermano otra vez.
—Y tú tomarte ese baño caliente.
Restaurante la Cabaña de los Pastores
Sergio no paraba de darle vueltas a la cabeza. El último suceso ocurrido había hecho mella en él. El simple sonido producido por la cisterna al llenarse había estado a punto de costarles la vida. La protección proporcionada por la puerta de los aseos era excesivamente frágil. No aguantaría un segundo envite y Sergio estaba seguro que más pronto que tarde éste se terminaría por producir. Una caída, un grito, un llanto, tal vez un ataque de tos, la cosa más absurda podía despertar el instinto asesino de los seres del otro lado. Luego estaba lo que les había dicho a las chicas, que las cosas tenían que mejorar por fuerza. Era tan sólo un deseo, nada más, claro que su situación podía empeorar, pero salir ahí fuera, con todos esos críos. La disyuntiva era diabólica.
—¿En qué piensas? —Aroa le susurró.
—En nada, duérmete.
—Cómo si pudiera.
—Pues descansa.
—Llevamos descansando —hizo un alto para calcular el tiempo que llevaban en el restaurante — joder, no soy capaz de decir todo el tiempo que llevamos aquí metidos, pero estoy harta de seguir sin hacer nada —se desperezó y cambió de posición.
Sergio no pensaba confesarle sus pensamientos. Intentar escapar cargados con los críos era, seguro, una mala idea.
—Tengo pis.
El pequeño Luis estaba en pie frente a Aroa. Al menos en esta ocasión había avisado antes.
—Ve con él, y no tiréis de la cadena, no quiero más sorpresas —Sergio se incorporó y se acercó a la puerta por si se producía un imprevisto.
Desde dentro Vera le llamó todo lo bajo que pudo.
—Sergiooo.
El argentino se volvió con intención de decirle que se callase. Regresó junto a ella sobre sus pasos. Cuando se acercó pudo ver su cara descompuesta y adónde miraban sus ojos.
Fuera, un zombi acercaba su cara al cristal de la ventana, de la que estaba agrietada. Podían distinguir perfectamente su silueta, su tambaleo característico.
Sergio le puso el dedo índice en la boca abierta a Vera para indicarle que permaneciese en silencio. El zombi golpeó levemente con la cabeza contra el cristal. El corazón se les aceleró a los dos. Dio gracias a Dios de que los demás estuviesen durmiendo.
El pequeño Luis apareció desde el baño, Sergio lo había olvidado por completo. El pequeño se colocó entre Sergio y la ventana, venía contento porque esta vez no se había hecho pis encima. En un instante el infierno se desató de nuevo.
El zombi pegó la cabeza al cristal a la vez que apoyaba las manos en la ventana. El niño se vio sorprendido y se giró, cuando descubrió la clara figura del zombi al otro lado no pudo evitar que un grito escapase de su garganta. Sergio se lanzó a por él y le tapó la boca pero ya era tarde, el zombi de fuera les había oído. El cristal agrietado de la ventana sólo aguantó un golpe, al siguiente saltó hecho añicos.
El ruido, unido al aire helado que se coló por el hueco, los despertó a todos. Cuando descubrieron la cara deformada del zombi tan cerca de ellos y sin nada en medio que los protegiese, los gritos de terror se sucedieron. Los zombis de dentro del local se reactivaron y el mismo coro de gruñidos amenazantes se repitió.
El zombi de fuera se lanzó hacia delante y cayó dando toda la vuelta. Sergio se lanzó sobre él, lo puso boca abajo y se subió a su espalda. El argentino trataba de pensar, debajo, el zombi forcejeaba y gruñía, los niños lloraban y se agolpaban al final de los aseos. El gozne de la puerta de los baños crujía cada vez más por los empellones y golpes recibidos.
—Fuera, sacad a los niños fuera, por la ventana, hay que llegar a la niveladora.
Las cosas al final habían empeorado y ahora su única esperanza era alcanzar esa maldita máquina y lograr que arrancase.
La puerta de los aseos cedió cayendo con estrépito con algunos zombis encima. Sergio se apartó con rapidez del zombi y saltó también por la ventana, todos se hallaban fuera.
Aroa les pedía a los niños que no llorasen. Nacho llevaba en brazos a su hermana, Vera cargaba con Martina. Sergio los alcanzó rápido, se echó a Erika al hombro y se puso en cabeza. Aroa y Alberto caminaban descalzos, el chico transportaba como podía a Luis, en breve dejarían de sentir los pies.
Sergio recordó las explicaciones de Vera sobre el lugar en que permanecía la niveladora averiada. Recordó también el comentario de la chica sobre el jovencito Frankenstein; su situación todavía podía empeorar, si el vehículo no estaba donde ella decía sería el fin.
Tras ellos podía escuchar los gritos, lamentos y gruñidos de los zombis hambrientos de su carne. Podía imaginarlos saliendo del restaurante en su persecución, cayendo por la ventana para ir tras ellos. Sintió que le faltaba el aire, Erika era con mucho la niña más grande, el hombro le dolía, sentía que se le dormía el brazo.
Por fin alcanzó la caída tras la que se suponía que debía estar la niveladora. Nacho se situó a su lado. Los dos pararon un instante y dejaron a las niñas en el suelo. La pequeña Maite se quejó enseguida del frío y Nacho volvió a auparla.
Sergio no veía la niveladora desde su posición. El resto tardaba demasiado.
—Bajad deslizándoos sobre el culo, como si os tiraseis en trineo, al final de esta caída debe estar el vehículo, esperadnos allí.
Nacho se sentó en el suelo con su hermana encima, Erika se colocó a su lado. Ninguno terminaba de atreverse a lanzarse hacia la oscura ladera. Sergio los empujó a ambos y regresó sobre sus pasos. No tardó en llegar junto a Vera. Cargaba con Martina, como al salir, pero ahora entre Alberto y Aroa, los dos descalzos, intentaban izar a Luis.
Sergio levantó al pequeño.
—Dame las llaves de la niveladora Vera, trataré de arrancarla.
Sin dejar de caminar, Vera las sacó de su bolsillo y se las tendió a Sergio. En el último momento las sujetó.
—No nos abandonéis aquí, por favor, no nos dejéis.
El argentino asintió y se hizo con la llave.
—No os paréis. Al llegar a la bajada dejaros caer.
Sergio corría como no lo había hecho en su vida, el peso de Luis era infinitamente menor que el de Erika, eso le facilitaba el avance. Con la boca abierta sentía entrar los copos dentro, mentalmente lo agradeció, la abrió más para dejar que continuasen entrando. Al llegar a la caída ni siquiera se paró, se lanzó y rodó ladera abajo deslizándose a la vez que intentaba proteger al pequeño.
A un lado de la bajada estaba la niveladora y junto a ella Nacho y los otros niños. Sin soltar a Luis introdujo la llave en la cerradura y abrió rápido la puerta. Los pequeños pasaron dentro y él se aplicó en inspeccionar el cuadro de mandos.
—Es ahí —Nacho le quitó la llave y la metió en el contacto.
Sergio miró un instante a Nacho y giró la llave deseando que el motor arrancase. Nada. Lo intentó otra vez, nada.
—El borne, lo que dijo Vera —Nacho agitaba el hombro de Sergio.
El argentino asintió. Pero no se movió.
—¿Qué haces? La batería —gritó Nacho.
Sergio se volvió hacia él.
—¿Dónde coño tiene esto la batería?
El argentino intentó tranquilizarse. Al otro lado de los cristales de la cabina no había nada, por tanto el motor debía ir en otro sitio.
—¡Detrás!
Salió y comenzó a manipular una tapa existente entre la cabina y el habitáculo de atrás.
—¡Sí! Aquí está.
La batería tenía el borne sacado. Inspiró con fuerza, cerró los ojos y lo colocó en su sitio. Dio un golpe sobre la carrocería. Nacho giró la llave. Las luces de cortesía del vehículo se encendieron. Al instante el motor de arranque comenzó a sonar. El vehículo intentaba arrancar. Sergio volvió al interior de la cabina. Apartó la mano de Nacho y realizó otro intento. En esta ocasión el motor arrancó y una nube de humo negro salió por el escape.
—¡SERGIO!
El grito de Aroa le indicó que ya estaban cerca. Salió fuera de un salto y corrió hacia los bultos que rodaban cerca de él.
Aroa apareció caminando con Martina en brazos, un poco más atrás llegaba Vera.
—¿Y Alberto?
Aroa se detuvo delante de él.
—Iba descalzo, se quedaba atrás, supongo que no tardará en llegar.
—Joder —Sergio echó a correr ladera arriba mientras gritaba a Aroa que pasasen dentro de la niveladora y se preparasen para marchar.
A la mitad se encontró con Alberto. Avanzaba arrastrándose, intentando que la nieve no tocase sus pies.
—Están muy cerca, están muy cerca, nos van a coger, tengo los pies congelados.
El argentino lo cargó sobre su hombro y corrió de vuelta, al cuarto paso perdió el equilibrio y los dos cayeron rodando ladera abajo. Sergio se levantó antes que el chico y fue a por él. Podían escuchar los gruñidos de los zombis, ya bajaban. El primero pasó de largo incapaz de detener su caída. El siguiente fue a impactar contra Sergio y ambos rodaron por la nieve. El zombi volvía a ser más lento. Sergio se levantó primero y le colocó una precisa patada en la cabeza. El ser volvió a caer unos metros más abajo.
Izó de nuevo a Alberto y corrió hacia el sonido liberador del motor de la niveladora. Entraron directos al habitáculo de atrás. En la cabina, Nacho empujó la palanca y la quitanieves comenzó su avance.
—¿Hacia dónde voy?
—Sigue recto hacia abajo, luego coge la pista de la izquierda, es la que transcurre paralela a la línea del telesilla, termina en el remonte para principiantes, junto a la Estación de Esquí.
Cerca de Ribes. Control Guardia Civil
El Cabo salió del Patrol mascullando. A ver qué quería ahora el cretino del Teniente, putos oficialuchos de academia. Sólo le faltaba proponer hacer señales de humo al imbécil. Llevaban incomunicados desde que los teléfonos dejaron de funcionar; estaban demasiado lejos de su base para lograr enlazar por radio. Ya no se acordaba de cuanto hacía que pasó el último coche por el control si ya no se puede circular joder. A ellos les costaría Dios y ayuda lograr salir de allí. Pero ahí continuaban, identificando al aire y el pavo insistía en mantener el control.
—Mi teniente ¿Me ha llamado?
—Desmonte el control Cabo, nos vamos.
Por fin, el Cabo se alegró de que el oficial hubiera entrado en razón, aún así una duda lo asaltó.
—Y ¿Adónde vamos a ir?
—Regresamos al Cuartel ¿Dónde si no?
Ya estamos otra vez, al Cuartel, en trineo no te jode.
—Mi teniente —tragó saliva para contenerse— las carreteras están impracticables, tal vez…
—Ya sé que hay nieve ¿Cree que estoy ciego? Por eso nos replegamos.
—En Ribes hay una Comisaría de Policía, quizá a ellos sí que les vayan las comunicaciones —uno de los Guardias intervino para evitar otro enfrentamiento entre el Cabo y el Teniente.
—Está a pocos kilómetros, es lo más sensato —no renunció al comentario el Cabo.
El teniente lo fulminó con la mirada, se dio la vuelta y se alejó hacia su Nissan.
—Prepare el convoy, iremos a la Comisaría de Ribes.
Ribes. Comisaría
Juanjo estaba al corriente de las últimas conversaciones mantenidas por radio por el Jefe de Policía. Habían evitado decir nada comprometido pero algo en particular había llamado su atención. Había pedido que preparasen una celda para Puyol, si no recordaba mal, Puyol era otro de los polis. Naturalmente podría tratarse de otra persona, pero entonces el Jefe no se habría mostrado tan enigmático, se habría explayado en las explicaciones. No, tenía que tratarse del poli y eso significaba, seguía elucubrando, que ese Puyol podría estar infectado. Tenía que verlo, y tal vez sacarle unas cuantas fotos, eso estaría bien, cuando se restableciesen las comunicaciones podría colgarlo todo en su blog.
Dejó preparado de nuevo el equipo de grabación, cogió la mejor cámara que tenía, lo cual no era decir mucho, y una potente linterna con el mango muy largo que volteó un par de veces antes de dejar sobre la cama. Tras vestirse con varias capas abandonó su casa rumbo a la Comisaría.
No había contado con la cantidad de nieve del camino. El frío a esa hora se tornaba insoportable aún con todas las capas de ropa que llevaba. En todo el trayecto no se encontró con nadie. Quién iba a querer caminar entre la nieve, al fin y al cabo ellos no sabían lo que estaba ocurriendo.
Cuando alcanzó la Comisaría sólo pudo ver el convoy que partía, seguramente con dirección al Valle. En la Comisaría permanecía Germán, lo conocía, era amigo del Jefe de Policía, aunque no podía asegurar si había alguien más con él. A los otros que se habían ido en los 4×4 no los conocía. Parecía que habían montado una partida o algo así, todos los polis y varios civiles de refuerzo.
Tenía que conseguir ver al zombi, porque seguro que se trataba de eso, Puyol se había transformado en un zombi, tenía que verlo con sus propios ojos, verlo y fotografiarlo.
Germán había cerrado las puertas de la Comisaría. Si pudiese colarse por algún lado todo sería más fácil. Rodeó todo el edificio en busca de alguna puerta o ventana abierta pero no dio con ninguna, todo estaba cerrado a cal y canto. Tendría que pasar al plan “B”.
Caminó hasta la entrada, guardó la cámara en un bolsillo y apretó el pulsador del timbre. Mierda. Golpeó la puerta con el puño. Nada. Esperó unos segundos más y volvió a golpear. En ese instante un escalofrío le recorrió la espalda ¿Y si le abría la puerta un zombi? El ruido al otro lado disparó sus pulsaciones y le obligó a retroceder un par de pasos.
La puerta se abrió despacio y apareció en ella Germán, normal, no parecía un zombi, le alumbró con la linterna directamente a los ojos.
—¿Qué haces tú aquí?
La brusquedad de las palabras lo puso aún más nervioso. Interpuso la palma de la mano en el haz de luz para evitar seguir siendo deslumbrado.
—Nada, es decir —pensaba a toda prisa, se maldijo por no haber preparado algo para cuando se abriese la puerta— el Jefe me dijo que viniese, quería… quería que revisara los equipos de radio.
Germán lo miraba con el ceño fruncido. Bajó la linterna.
—Ya sabrás que no funcionan bien y yo soy especialista, tengo una estación de…
—Lo que sé es que Ramón te echó una buena bulla en el Ayuntamiento hace un rato.
—Sí, sí, eso también, pero me ofrecí a revisarle las radios para… para compensar mi error —casi interrogó más que afirmó.
Germán no se había movido un ápice y continuaba observándolo impasible.
—Me da igual, de todas formas Ramón no está, estoy solo y me ha dejado muy claro que no entre nadie aquí, tendrás que volver más tarde —hizo intención de cerrar la puerta.
En ese instante Juanjo, sin pensarlo, le propinó un fuerte empujón haciéndolo caer; con la entrada libre, se escabulló al interior corriendo.
—¡Eh! Pero ¿Qué haces?
Se levantó, recogió la linterna que se le había caído al suelo y, empuñando la pistola que le había dejado Ramón, fue en su busca.
—¡Buenos días!
Germán se detuvo y se dio la vuelta, lo que vio sí que no se lo esperaba; había varios Guardias Civiles en la puerta.
—¡Joder! ¡Qué pasada! Es increíble ¿Lo habéis torturado? ¿Hablan? Despide un olor insoportable.
Cuando Juanjo volvió a la entrada se encontró encañonado por varias armas y a Germán en el suelo esposado y con un Guardia presionando con la rodilla sobre su espalda.
—Tire lo que lleva en la mano y póngase contra la pared.
Uno de los Guardias le apuntaba directamente al pecho. Juanjo soltó la linterna y se apoyó presto contra la pared. Al momento sintió como lo cacheaban sin ningún tipo de delicadeza y como unas argollas metálicas abrazaban sus muñecas llevando sus brazos a la espalda.
—¿Quiénes son ustedes y dónde están los Policías de esta Comisaría?
Germán y Juanjo se miraron uno a otro, esa reacción no pudo parecer más sospechosa. El cazador identificó al que le había formulado la pregunta como el oficial de mayor rango, las dos estrellas lo situaban al mando. La cuestión era cómo explicar su presencia allí, la ausencia de Ramón y el resto de policías y lo que era más complicado, cómo justificar la existencia de una persona con miembros amputados, aspecto de haber sido sometida a todo tipo de vejaciones y sujeta con cinta por varios puntos de su cuerpo a los barrotes de uno de los calabozos.
—Verá señor el…
—Mi teniente, tiene que ver esto.
Mientras los esposaban, dos Guardias habían pasado al interior a inspeccionar la Comisaría. Si hubiera habido luz, el oficial podría haber podido apreciar la lividez de sus rostros.
—Que no se muevan.
El teniente recogió la linterna que había soltado Juanjo y siguió a sus hombres.
—¡NO PUEDEN PASAR! ¡NO TOQUEN A ESE…AAGG
El guardia que se mantenía sobre la espalda de Germán apretó obligando al cazador a gritar de dolor.
El último Guardia de la patrulla entró en la Comisaría dejando la puerta abierta, de los quince efectivos que constituían el operativo, cuatro Guardias quedaron custodiando a los sospechosos y el resto avanzó curioso tras el Teniente a ver qué era lo que había causado esa reacción en sus compañeros.
Cuando el oficial llegó a la celda se encontró con un policía uniformado encintado a los barrotes de la celda por la cabeza, cuello, brazos, piernas y tronco. Su boca, también precintada, sólo le permitía emitir gruñidos y sonidos ininteligibles. En el suelo bajo él, manchas de sangre espesa probablemente suya. Atada a un barrote junto al individuo, una bolsa de plástico blanco, muy fina, guardaba algo. El hedor a descomposición era insoportable en el interior del calabozo.
—Hijos de puta. Pero qué coño ha pasado aquí. Suelten a ese agente y atiéndanlo, a ver qué nos puede decir.
Ramos y Piqué habían atado una chaqueta a la cintura de Puyol para evitar la visión de su cavidad abdominal hueca. Tal vez si los Guardias la hubieran visto hubiesen actuado de otra forma.
—No es sólo eso mi teniente, en la última celda hay dos cadáveres. Un hombre y una mujer. Ninguno parece haber muerto por causas naturales.
A la entrada, Germán intentaba encontrar la forma de explicar el motivo de que un hombre estuviese atado y en ese estado sin tener que mencionar la palabra zombi.
—No lo toquen, está, está infectado, es contagioso, si lo tocan…
—Será mejor que se calle, lo que diga sólo empeorará su situación.
—ES UN ZOMBI JODER, SE COME A LA GENTE, el Valle está lleno de ellos…
El Guardia que custodiaba a Juanjo le propinó un golpe seco en un costado que lo dejó al momento sin respiración, sintió que se ahogaba.
—Os han dicho que a callar.
En el interior de la celda, entre dos Guardias cortaban con sus navajas la cinta que mantenía atado a Puyol a los barrotes. El teniente desató la bolsa y la abrió.
—¡Joder! Es su mano, guardaban en una bolsa la mano amputada —soltó la bolsa y la mano escapó fuera, quedó en el suelo con la palma hacia arriba, incluso les pareció que sus dedos se movían.
Mientras los dos Guardias terminaban de cortar la cinta que sujetaba la cabeza a los barrotes y le retiraban la que servía de mordaza, las dos linternas iluminaron el miembro desgarrado en el suelo.
—Pero qué… ¡HOSTIA! Me ha mordido, joder, pero qué le pasa a este tío.
Sin el impedimento de la cinta, Puyol tenía total libertad de movimientos. Se lanzó sobre el otro guardia derribándolo. En el suelo, sus dientes hicieron blanco en su mejilla arrancando un trozo de carne.
—¡AAAAAGHHHH! Quitádmelo, quitádmelo de encima coño.
Hicieron falta cinco hombres para inmovilizar a Puyol. En el forcejeo todos ellos recibieron alguna herida causada por los dientes del policía enloquecido o por las uñas de su única mano. Uno de ellos intentó cerrar su boca oprimiendo con su mano y se llevó otro bocado que por poco le arranca el meñique. Por fin lograron inmovilizarlo boca abajo.
Los gritos de dolor de los Guardias se mezclaban con los gruñidos incesantes de Puyol.
—No me encuentro bien, me estoy mareando.
—Yo también, joder qué me pasa, me siento raro —una arcada lo hizo vomitar.
Los tres Guardias Civiles que no habían sido atacados intentaban atender a los heridos.
A la entrada, los cuatro Guardias estaban inquietos, escuchaban los gritos de dolor de sus compañeros y no sabían lo que ocurría.
—Id a ver vosotros qué es lo que pasa.
—No, levanta a esos dos y vamos todos.
—No, no podemos ir, son zombis, nos matarán —un nuevo puñetazo, en plena boca esta vez, hizo callar a Juanjo.
Dos Guardias empujaban a cada detenido hacia el oscuro interior. Cuando alcanzaron los calabozos se encontraron con tres de sus compañeros devorando el vientre del Teniente. Sólo uno de ellos pudo reaccionar y empujó a los dos detenidos al interior de una de las celdas, extrajo sus esposas de la funda y las colocó en la puerta cerrando e impidiendo así el acceso, luego arrojó al interior la pequeña llave. No le dio tiempo a nada más, otro de sus compañeros se le echó encima. Sacó su arma y realizó dos disparos antes de ser derribado.
Pronto, dentro de la Comisaría sólo quedaron zombis gruñendo y gritando agarrados a los barrotes de la celda en la que permanecían encerrados Juanjo y Germán, espectadores involuntarios de ese horror.