Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 12:00 y las 15:00 horas
Nuria. Albergue
Marga y Luna habían puesto al corriente a Pau de los acontecimientos ocurridos mientras estaba durmiendo.
—¿Seguro que se trataba de disparos?
—Nines así lo cree, también el resto de los chicos, además ¿Qué otra cosa podrían ser?
—¿Cuántos disparos oísteis?
—No sé, doce, trece, tal vez quince, es difícil saberlo, el eco de las detonaciones se solapaba con ellos —Marga contestó tras consultar a Luna con la mirada.
—Y ¿Seguro que no se veía nada?
—Seguro, de todas formas, con este temporal podríamos tener el Hotel enfrente y no verlo.
—Si la policía tuviese controlada la situación ya se habrían acercado hasta aquí —el comentario de Pau formulado como si nada, los sumió a los tres en un angustioso silencio.
@@@
Hacía rato que Maica había dejado de escuchar ningún sonido al otro lado de la puerta. Incluso juraría que había oído crujir una de ellas, eso indicaría que la zombi lisiada había regresado al salón aunque de esto último no podía estar segura, también podía haber entrado otro de esos seres. Sólo de pensar que ahora podía haber dos zombis al otro lado de la cámara tuvo que tragar saliva repetidas veces. Era mejor ser positiva, se dijo, sí, en la cocina ahora ya no había nadie.
Cogió aire más decidida y se dispuso a abrir la puerta de la cámara frigorífica. Conforme abría, la luz proveniente de la cocina iba inundando el interior de la nevera. Lo que alcanzaba a ver por la rendija, de más o menos un palmo, indicaba que se encontraba sola en la habitación.
Abrió hasta la mitad y asomó la cabeza. Inmediatamente notó un intenso olor a podredumbre, a muerte, que cuando se encerró no recordaba haber percibido.
Terminó de abrir y se dirigió hacia los fogones, quería sentir de nuevo el reconfortante calor de las llamas.
Nada más situarse frente a los fuegos y comenzar a frotarse las manos supo que algo no iba bien y al instante lo escuchó. Algo se arrastraba por el suelo de la cocina. Sin necesidad de volverse supo de qué se trataba. Cuando se giró descubrió el par de ojos completamente rojos fijos en ella. Con ayuda de los brazos había elevado un par de palmos la cabeza y ahora los tenía peligrosamente cerca.
Maica se volvió hacia la puerta, el resto de seres no parecía haberse dado cuenta de nada y seguía a lo suyo. La mujer no dejaba de arrastrarse en su dirección interponiéndose en su camino de regreso a la cámara. Pensó en saltar sobre ella pero las piernas le temblaban demasiado y no estaba segura de lograrlo.
La zombi bajaba la cabeza cuando adelantaba los brazos para impulsarse y la subía cuando el cuerpo alcanzaba las manos. Era una visión estremecedora e hipnótica. Maica se desplazó hasta la pared inmediata a la puerta de la cocina. La mujer tuvo que girar su cuerpo más de noventa grados y se dirigió de nuevo hacia ella. Una especie de coágulo sanguinolento le resbaló de la comisura de los labios y quedó pegado en el suelo tras uno de sus avances.
A Maica le latían las sienes con violencia y tenía la impresión de que de un momento a otro el cráneo la iba a estallar. Tenía que librarse de esa mujer, había comenzado a emitir una especie de gruñidos, al final los otros seres se verían alertados y la atacarían en masa. Sus pulsaciones se dispararon. Miró a su alrededor y fijó su atención en un enorme cuchillo situado junto al fregadero.
Sin pensarlo demasiado se desplazó con rapidez hasta situarse detrás de la mujer. En ese instante podría haber regresado a la protección de su escondite pero su razón ya no era clara, estaba enturbiada por la necesidad de supervivencia y la auto exigencia de realizar algo que apuntalase su minada confianza; así que cerrando los ojos, se agachó y clavó el cuchillo hundiéndolo hasta el mango en la espalda de la zombi. La hoja seccionó la maltrecha columna. Lo extrajo con un rápido movimiento. Una gota de sangre demasiado densa y oscura resbaló hasta caer sobre la bota de Maica.
La mujer parecía haber acusado el golpe y permanecía con la cabeza apoyada en el suelo y las palmas de sus manos cerradas, inmóvil. Maica se situó delante y la observó con detenimiento, tratando de no perder de vista tampoco la entrada. La mujer no tardaría en expirar, el golpe era mortal. Cuando la zombi abrió sus manos y apoyó las palmas en el suelo impulsándose de nuevo para elevar el tronco abriendo la boca y gruñendo algo ininteligible, Maica no pudo evitar que un grito de terror escapase de su garganta. Giró la vista hacia la puerta de entrada y descubrió a otro de esos repugnantes seres que ya la empujaba; la habían descubierto, tenía que lograr meterse en la cámara.
Esta vez no dudó en saltar por encima de la mujer tirada en el suelo y de unas rápidas zancadas se coló en el interior de la nevera cerrando a su paso. La oscuridad la liberó de la visión de ese cadáver andante y de la mujer que continuaba viva a pesar de haberle cercenado la columna. Todo era una locura sin sentido.
Dentro de la cámara Maica no vio como uno de los zombis que había entrado en la cocina, alertado por el caprichoso movimiento de las llamas de los fogones, acercaba sus manos intentando cogerlas. De inmediato el fuego prendió en su carne putrefacta y en sus ropas inflamables y de ellas se fue extendiendo a las de los zombis más próximos. En poco tiempo un montón de piras andantes se movían sin acusar el dolor que el fuego hubiese causado en sus cuerpos de haber estado vivos.
Maica permanecía sentada y con la espalda apoyada en la pared de la nevera, intentaba acompasar su respiración como recordaba haber visto en alguna película. Su pulso se iba reduciendo poco a poco, trataba de realizar inspiraciones profundas para volver cuanto antes a la normalidad.
El olor a carne chamuscada invadió su nariz. Una arcada ascendió desde la boca del estómago: sabía a que correspondía ese olor, era carne humana lo que se estaba quemando, pero no sólo eso, al otro lado podía escuchar el crepitar de las llamas. Se había desatado un incendio en la cocina. Imaginó las llamas de los fogones prendiendo en los cuerpos de esos seres insensibles y de ellos al mobiliario y al resto del edificio. Todo iba a arder y ella iba a morir asfixiada o lo que era peor, quemada.
Aunque no era capaz de verlo podía sentir el humo ascendiendo una vez que traspasaba la puerta por abajo. Intentó recordar lo que decían los documentales que su novio la obligaba a ver. Había que agacharse, pegarse al suelo y tapar las rendijas con trapos húmedos. No disponía de trapos ni nada con lo que mojarlos y le daba la impresión de que toda la cámara estaba llena de humo. Los ojos comenzaban a escocerle y la garganta a picarle. Tenía que salir.
Se subió el cuello del polo para cubrirse la boca y se recogió el pelo con un nudo. Tras santiguarse por tres veces empujó la puerta de la cámara. El humo apenas dejaba distinguir las llamas que se extendían por todas partes y trepaban por las paredes hasta cubrir todo el techo formando una especie de nubes anaranjadas.
Trató de visualizar mentalmente el camino que debía seguir y avanzó con paso rápido tropezando con objetos que era incapaz de identificar. Se concentró en mantenerse en pie y no caer, si terminaba en el suelo sería su fin. Cuando atravesó las puertas batientes de la cocina su desorientación fue completa. Avanzó empujando cuerpos de zombis envueltos en llamas, el fuego parecía afectarles también a ellos. Una vez alcanzó la recepción pudo ver la salida. Dio un tirón al sentir como unos dedos se cerraban sobre su brazo. Logró soltarse pero constató que sus ropas estaban ardiendo, al momento su pelo se cogió también y de inmediato sintió como se quemaba su cuero cabelludo. Corrió hacia la salida tratando de apagar las llamas de su cabeza con unas manos cada vez más abrasadas.
Alcanzado el exterior se lanzó en plancha sobre la nieve hasta casi desaparecer en ella, rodando de un lado a otro, disfrutando del frío que apagaba todas las llamas y refrescaba su piel. Se sentó envuelta en nieve y dio gracias a Dios por haber logrado salir de ese infierno.
@@@
Pau caminaba pasillo arriba y pasillo abajo frente a las puertas de acceso a la planta. Así controlaba que los zombis no entrasen y se mantenía caliente. Luna se acercaba desde el piso superior.
—¡Mmmmh! Tengo tanta hambre que hasta puedo oler un buen chuletón a la brasa, se me hace la boca agua —Pau observó como la chica incluso salivaba y sonrió.
Caminó hasta ella y se puso serio, realizó varias inspiraciones, del mismo modo que lo haría un perro de caza y corrió hasta la barricada. Comenzaba a entrar humo y al otro lado los zombis parecían excitarse, sus gritos y movimientos iban in crescendo.
—No es tu estómago, se ha declarado un incendio abajo —abrió las ventanas próximas y se acercó a la barricada, los seres de abajo empujaban y el humo que entraba ascendía hacia el techo.
—Avisa a los demás, el fuego ha hecho que los zombis se pongan violentos, van a entrar, las puertas y las máquinas no los frenarán, tenemos que meternos en las habitaciones.
Cuando el resto llegaron se encontraron con Pau empujando las máquinas para intentar retrasar lo inevitable. En los pasillos el humo ya era perfectamente visible y dificultaba la respiración. Los dos chicos y las cinco chicas corrieron a refugiarse en una de las habitaciones del último piso, pero Pau, Marga y luna se ocultaron todos en la habitación más alejada de las escaleras en el primer piso. Pau prefería estar más bajo si al final tenían que saltar al exterior. Estaba convencido de que el fuego terminaría por devorar todo el edificio. Nines había decidido ocultarse con ellos.
Pau permaneció asomado a la puerta hasta que observó como los zombis derribaban la barricada y accedían a la primera planta, entonces cerró rápido y colocó, con ayuda de las chicas el armario contra la puerta.
Como el humo ya se hacía notar colocaron paños mojados en las rendijas de la puerta para retrasar su paso. Al otro lado de la puerta los zombis golpeaban y gruñían como no los habían escuchado hasta ese momento. Antes del incendio, aunque sabían perfectamente donde estaban ellos, en ningún caso hicieron intención de derribar la barricada, sólo respondía a estímulos sonoros. Ahora algo había cambiado. Los zombis no podían verlos ni oírlos pero su nivel de violencia iba creciendo.
Se asomó a la ventana; fuera había dejado de nevar. El armario colocado contra la puerta vibraba cada vez más con las acometidas de los zombis.
—Tenemos que saltar, van a derribar la puerta, además, el incendio se extiende, aprovechemos que la tormenta ha parado y salgamos de aquí.
Las dos chicas le miraban con ojos aterrados y Nines negaba moviendo la cabeza de un lado a otro. Un golpe más violento que el resto las persuadió de alejarse de la puerta. Luna se acercó a la ventana y asomó la cabeza.
—Está muy alto.
—La nieve amortiguará la caída, no nos pasará nada. Así podremos huir al Hotel, allí podrán ayudarnos, confía en mí.
—¡Dios! —Exclamó Luna.
—Vale, también puedes confiar en Él.
—Ha salido una mujer ardiendo del interior, creo que está viva, fíjate —Luna asomaba medio cuerpo fuera.
Pau y Marga se asomaron también, Nines continuaba observando la puerta con mirada trastornada.
En el exterior una mujer se acababa de lanzar de cabeza a la nieve, intentaba así apagar las llamas que se extendían por su pelo y sus ropas. No era una zombi, se movía con coordinación, aún no la habían atacado.
—¡CUIDADO! —Marga fue la primera en verlos venir.
Varios zombis con su cuerpo también ardiendo se abalanzaron sobre ella. No tuvo ninguna oportunidad, ni siquiera los debió ver venir. Un total de cinco zombis inflamados se concentraron en torno a la mujer. Pronto la nieve se fue cubriendo de un rojo intenso a su alrededor.
—¡Ahora! Tenemos que saltar ahora.
Las dos chicas miraron alternativamente a Pau y al grupo de zombis.
—No, no… —Marga se había separado de la ventana y se dirigía al centro de la habitación.
Varios golpes más sobre la puerta la hicieron volverse. Los zombis del otro lado no tardarían en entrar y en cualquier caso el fuego acabaría por colarse en la habitación; si para entonces los zombis no habían entrado, sólo tendrían que esperar a que la puerta se consumiera.
—Ahora están ocupados, saltaremos y nos dirigiremos hacia el Hotel, puede que lo logremos —Luna cogía de la mano a Marga.
—Es ahora o nunca —Pau se había subido ya a la ventana.
—Pau tiene razón, tenéis que saltar.
—¿Y tú? —Interrogó Marga.
—Yo saltaré detrás de vosotros, vamos ya.
Pau flexionó las rodillas y saltó al vacío, cayó sobre la nieve, desapareció rodando en su interior y se incorporó de un salto haciéndoles señas de que se encontraban bien y para que saltasen rápido.
Luna y Marga decidieron saltar a la vez, así se infundían valor mutuamente. Se pusieron en pie sobre la ventana y, cogidas de la mano saltaron con un ahogado grito.
Pau corrió hacia ellas, el aullido de dolor de alguna no presagiaba nada bueno. Luna ayudaba a Marga a incorporarse. La cara de dolor de ésta era indescriptible.
—Creo que me he roto el tobillo.
Entre Pau y Luna cogieron a Marga. Pasaron sus brazos alrededor de sus cabezas para que no tuviese que apoyar el pie. Pau elevó la vista hacia la ventana.
—Nines, ahora tú.
En la habitación, Nines permanecía asomada a la ventana pero sin hacer intención alguna de saltar.
—Marchaos. Huid vosotros yo…
No le dio tiempo a terminar. La puerta había cedido calcinada por las llamas y uno de esos zombis encendidos la mordía salvajemente en el cuello. Dos zombis más se abalanzaron sobre la mujer. El impulso fue tan grande que los cuatro, Nines y los tres zombis se precipitaron ventana abajo, ardiendo, braceando y gruñendo sonidos indescifrables. Cayeron a pocos metros de los tres jóvenes.
—Tenemos que irnos de aquí —entre Pau y Luna arrastraban como podían a su amiga.
La primera chica atacada ya se había transformado y junto a sus atacantes había fijado su atención en ellos. Torpemente comenzaron a seguirlos entre la nieve.
Los tres jóvenes avanzaban sin descanso. A Pau y a Luna cada vez les costaba más ayudar a Marga. Una sucesión de gritos a sus espaldas les sirvió para detenerse y tomarse un respiro. En realidad no se habrían alejado ni siquiera cien metros. Desde una de las ventanas del último piso vieron saltar a los que habían decidido refugiarse allí. El fuego ya dominaba todo el Albergue, bien por eso o bien porque no les alcanzasen las llamas se habían visto obligados a saltar, la diferencia era que ellos lo hacían desde varios metros más arriba y su propia huída había congregado ya un número excesivo de zombis en los alrededores del edificio.
Mientras cogían aire fueron testigos de cómo los últimos supervivientes del albergue eran materialmente cazados por los muertos vivientes, ni uno sólo logró escapar. La balanza se iba inclinando todavía más del lado de los zombis y lo peor no era que los vivos perdiesen efectivos, sino que los zombis los iban ganando.
Sin mediar palabras ni compartir sus pensamientos continuó su penosa escapada perseguidos por media docena de muertos tambaleantes.
A pesar de tener que cargar con Marga, habían logrado incrementar la distancia que los separaba de sus rastreadores. En la Estación del Cremallera se vieron obligados a descansar. Pau y Luna tenían el rostro totalmente rojo, congestionado por el esfuerzo y el frío que complicaba más si cabe su respiración.
Marga se sentó en el andén sin dejar de mirar en todas direcciones mientras palpaba su tobillo intentando precisar el alcance de su lesión. Pau se había colado en una de las oficinas de la Estación, la puerta estaba abierta y hubiera sido un escondite aceptable si la ventana que daba a los andenes no hubiese estado rota. Un charco de sangre en el interior y otro fuera indicaba que ese logar tampoco se había visto libre de lucha. El resto de puertas permanecían cerradas y no disponía de medios para abrirlas. Regresó junto a Marga. Luna también regresaba de su limitada exploración.
—Tenemos que continuar, no podemos escondernos en la Estación, todas las puertas están cerradas a cal y canto excepto esa, pero la ventana está rota.
El gesto de Marga era de derrota, no se veía capaz de seguir huyendo y era consciente de que tener que cargar con ella disminuía las oportunidades de supervivencia de sus amigos. No creía tener roto el tobillo pero no era capaz de apoyarlo sin sentir un intenso dolor.
—¿Y el tren? —Marga y Pau se giraron hacia el convoy estacionado en la vía y devolvieron la vista a Luna sin comprender.
—Podríamos escondernos en el tren, al menos un tiempo así podríamos descansar un rato y despistar a los que nos siguen.
Pau la siguió hasta el primer vagón; por supuesto estaba cerrado. Corrió hasta el siguiente. Por la unión de los dos coches vio venir ya a los zombis. Tenían que tomar una decisión ya.
—Venid aquí.
Una vez que llamó a las chicas se inclinó hacia la vía y cogió la piedra más grande que encontró. Se acercó a una de las ventanas y la golpeó. Tuvo que repetir la operación varias veces, el sistema de protección para que no saltasen cristales en caso de accidente hizo que se astillara completamente y al final cayera limpiamente toda ella. Cuando hubo despejado el marco, Luna y Marga ya estaban allí.
—Podías haber roto la puerta —protestó Marga.
—Es mejor la ventana, los zombis no parecen ser capaces de trepar, así les costará más trabajo atraparnos.
Entre los dos izaron a Marga y luego Pau ayudó a entrar a Luna.
—Date prisa, los zombis están muy cerca —Luna observaba impaciente como Pau amontonaba nieve sobre el chaquetón que se había quitado.
El chico cogió el abrigo a modo de bolsa y lo metió en el vagón. A continuación saltó ágilmente dentro.
Restaurante Cabaña de los Pastores
Klaus se asomaba en ese instante por una esquina de una de las ventanas. Era la tercera vez que repetía la misma operación. Tras terminarse tres vasos de whisky seguidos no era capaz de creerse lo que le mostraban sus ojos. Cerebrito era ahora uno de esos “zombis”. Le costaba trabajo hasta pensar en denominarlos así. Lara se le acercó.
—Necesitamos su mochila, ahí guardaba el pendrive con toda la información. Hay que recuperarla como sea —susurró al oído del alemán.
Klaus la observó detenidamente admirado de su capacidad de abstracción, en la más surrealista de las situaciones ella no se desviaba lo más mínimo del objetivo final.
—Vale y ¿Cuál es tu plan?
—¿Estabais de acampada en la montaña? —El chico más mayor se había acercado silenciosamente a los dos.
Klaus le observó de arriba abajo. Iba descalzo, por ese motivo no lo habían escuchado acercarse.
—¿Qué le ha pasado a tus zapatos?
—Me quedé, bueno, nos quedamos atrapados mis… —tuvo que tragar saliva para proseguir— mis padres y yo, como el resto —señaló a los otros pequeños— así que como sólo teníamos las botas de esquiar para estar más cómodos nos las quitamos.
—Y tus padres ¿Dónde están? —Preguntó Klaus aunque de antemano suponía la respuesta.
—Son… son unos de…
—Quizá sea mejor que hablásemos de esto en otro lugar —Aroa los interrumpió para luego dirigirse a la cocina.
Una vez alejados de los pequeños Klaus les habló en tono serio a todos.
—Tenemos que recuperar la mochila que llevaba nuestro compañero.
Así que ese era el plan de Klaus, Lara meneó la cabeza de un lado a otro.
—No he oído lo que le has respondido a Alberto ¿Estabais de acampada? ¿Con este tiempo? —Interrogó ahora Sergio.
—Si no lo has oído es porque no le he contestado —se dirigió al argentino mirándole directamente a los ojos hasta que éste desvió su mirada— hacíamos senderismo, pero nos perdimos, ya sabes, la tormenta y todo eso.
—Senderismo. ¿Con este tiempo? —Insistió.
—Bueno, ya sabes, cuando salimos el temporal no era tan fuerte.
—No parece que vayáis pertrechados para…
—¿Desde cuándo están esas personas así? —Inquirió Lara para desviar la atención y quitar tensión a la conversación.
—Desde las nueve o las diez de la noche anterior, más o menos cuando se fue la luz y dejaron de funcionar los móviles —respondió Aroa. Sergio continuaba observando desconfiado la manera de actuar de los recién llegados.
—Eso es mucho tiempo ¿Cómo es que no habéis recibido ya ayuda?
—Por qué no funcionaban los teléfonos —acabó con tono entre interrogativo y sarcástico Sergio.
—Esta mañana hemos logrado comunicarnos con el walkie, pero no sabemos si nos han oído o no —intervino el chico.
—¿Con el Walkie? ¿Qué walkie? ¿Con quién habéis hablado? —Preguntó del tirón el alemán con su tono adusto.
El cocinero argentino le dirigió una mirada asesina al muchacho aunque luego cayó en la cuenta de que daba lo mismo, el walkie no tenía batería.
Alberto alcanzó el aparato apoyado junto a los fogones evitando mirar debajo de la mesa y sin posar los ojos en las marcas de sangre.
Klaus manipuló varias veces el comunicador sin resultado.
—¿No tenéis alguna forma de comunicaros con la Estación de esquí o con el Hotel? —Volvió a preguntar el alemán.
—¿Con el walkie con la batería descargada? —Sergio se mostraba cada vez más ofensivo.
—Aroa, te llamas Aroa ¿Verdad? —Lara era una artista a la hora de ganarse la confianza de la gente— ¿En qué momento comenzó todo esto? Quiero decir, parecen presentar algún tipo de infección extraña ¿Cómo se han infectado? —Ante la expresión desconcertada de la chica siguió— un ataque químico, les ha picado algún bicho, les ha mordido algún animal, han comido algo en mal estado, no sé…
—Todos estaban bien, salieron fuera porque el ambiente se estaba enrareciendo y varios padres se estaban enfadando con la dirección del Hotel por la tardanza en rescatarnos…
—Entonces en el Hotel saben que os encontráis aquí atrapados por esas cosas —interrumpió de nuevo el alemán.
—Sí, claro que lo saben pero como te decía todo iba bien, parecía que el telecabina volvía a funcionar, se acercaron a esperar que Toni, el de mantenimiento, subiese para poder bajar todos en alguna cabina y entonces fue cuando… cuando ocurrió. Creemos que Toni y el otro técnico ya estaban infectados, ellos atacaron al resto y debieron contagiarles algo. Al poco tiempo todos los clientes estaban así, fue algo muy rápido. Si no hubiéramos estado en el interior cuidando de los pequeños seguramente… —se detuvo incapaz de continuar.
Klaus se acercó a Lara y le habló como si el resto no estuviesen ya ahí.
—Eso significa que el Hotel debe encontrarse en la misma situación que nosotros: rodeado de cosas de esas. Incluso puede que otros lugares estén afectados ¿Has visto la rapidez con la que se propaga? En minutos podría extenderse en toda una población. Puede que esa sea la razón por la que no hay electricidad y no funcionan los móviles ni las comunicaciones.
—No —Aroa interrumpió las elucubraciones del teutón y se dirigió a Sergio— puede que los únicos infectados sean Machu y Toni, abajo no tiene porqué ocurrir nada. Díselo Sergio. ¡DÍSELO! —Gritó al ver que el cocinero bajaba la mirada y permanecía en silencio— Tú ya pensabas esto, lo pensabas y no nos lo dijiste ¿Por qué no nos lo dijiste abiertamente?
—Aroa, es imposible que en un trayecto de diez minutos en telecabina alguien se infecte por algo, ellos ya entraron así. Sí, creo que algo ocurre también en el Refugio, en caso contrario ya habrían venido a por nosotros —Sergio intentó acercarse a ella pero la joven se alejó al otro lado de la habitación.
Ignorando de nuevo al resto Klaus volvió a dirigirse a Lara
—Deberíamos informarnos de cuál es la situación en el Hotel…
—Yo iré —interrumpió Alberto— yo lo haré, bajaré esquiando al Hotel.
—Bien —aceptó Klaus.
—Ni hablar —espetó Sergio— es sólo un crío no va a ir a ninguna parte solo.
—Entonces puedes ir tú —accedió el alemán.
—No voy a dejar a estos niños aquí solos, son mi responsabilidad —miró a Aroa— nuestra responsabilidad. Esperaremos a que la situación vuelva a la normalidad, tarde o temprano llegará ayuda. No necesitamos salir, disponemos de agua y víveres, y también de leña troceando muebles, para varios días.
—Esas personas de ahí fuera no creo que dispongan de tanto tiempo para recuperarse. Cuantas más horas transcurran más difícil será poder hacer algo por ellos —Lara se dio perfecta cuenta de la estrategia que pretendía seguir ahora Klaus y de lo ruin que era.
—Es cierto, si no atienden pronto a mis padres, y al resto, no se pondrán ya bien.
Aroa se abstuvo de intervenir, aún estaba dolida con Sergio por no haberle confiado sus temores y prefirió mantenerse al margen aunque pensaba lo mismo que él. En cualquier caso no creía que el chico al final marchase solo.
—Alberto, a ver, verás —Sergio no sabía cómo decirle que lo más probable era que sus padres y ninguno de los otros tuviese ya salvación: estaban muertos, eso no había médico que lo solucionara, haría falta un milagro— creo que…
—Sé lo que vas a decir, no lo digas, se van a curar. Voy a ir al Hotel y volveré con un médico.
—Es una locura —Sergio se esforzaba en buscar otros argumentos para convencer al chaval— seguro que hay otras personas esperándote en algún sitio y si te ocurre algo…
—Mis padres son mi única familia; voy a ir digas lo que digas.
—Vale. Aceptemos por un momento que vayas. No podemos hacer desaparecer a, a esas personas de ahí. No podrás salir. Tendrías que ir esquiando, llegar hasta los esquís caminando con esas botas —señaló las botas de esquiar amontonadas a la entrada— y calzártelos: ¡Es una locura!
—Nosotros le ayudaremos —intervino el alemán.
—¿A sí? Y ¿Cómo? ¿Cómo coño vais a ayudarle? Eh ¿CÓMO? —Elevó ahora más la voz Sergio.
—Creo que deberías calmarte, no hace falta chillar. Asustas a los niños —se expresó con todo el cinismo del mundo Klaus.
—Podemos distraerles de alguna manera. Mientras el chico escapa al Hotel nosotros recuperaremos la mochila —intervino Lara ahora.
—¿Para qué coño queremos esa mochila? —Estalló al fin Sergio.
—En ella llevamos un walkie, si tienes la frecuencia en la que enlazaste podemos pedir ayuda.
La inesperada revelación del alemán terminó por desarmar al argentino.
—Escucha —medió Lara— lo planearemos cuidadosamente y al chico no le pasará nada. Puede que no logremos enlazar con nadie, o la batería podría estar también agotada, pero de todas formas estaríamos aumentando nuestras posibilidades.
—Y ¿Por qué no va uno de vosotros? —Insistió de nuevo Sergio.
—Yo recuperaré la mochila y ella me cubrirá desde aquí, además no tenemos equipo —sentenció Klaus.
Sergio se frotaba las sienes con las manos, incapaz de encontrar más objeciones. Si el chico quería matarse que lo hiciese. Lo que le sentaba peor era el hecho de que Aroa no lo hubiese apoyado lo más mínimo. Observó al tal Klaus y a la mujer, no se fiaba de ellos, estaba seguro de que ocultaban algo pero no era capaz de imaginar de qué podía tratarse. Alberto había separado sus botas de las del resto de los niños y Aroa se dirigía a su lado. Se acercó a una de las neveras y sacó una Cruzcampo, vació la botella de un par de tragos y la dejó sobre una mesa con un fuerte golpe. En unas pocas zancadas se situó junto al chico.
—No tienes ninguna obligación de hacer esto —Sergio había cogido a Alberto del brazo y lo miraba directamente a los ojos pero el muchacho estaba convencido.
El argentino se acurrucó junto al resto de pequeños al lado de la chimenea. No podía impedirlo pero tampoco pensaba participar en ello.
A ojos de Sergio el plan era tan sencillo como descabellado. Los dos recién llegados llamarían la atención de los zombis desde la cocina mediante gritos, ruidos, lo que hiciese falta. Mientras tanto, Alberto saldría con la puerta principal despejada y se colocaría los esquís. Cuando estuviese listo la situación sería a la inversa, crearían confusión desde allí y el alemán recuperaría la mochila con el walkie.
La chimenea se había apagado. Los niños se quejaban de la temperatura. Sergio cogió el hacha y comenzó a partir las sillas de madera. Al menos así mantenía la mente ocupada.
Aroa y Alberto, junto con Lara y Klaus habían repasado el plan varias veces y ya se disponían a ejecutarlo.
Sergio llevó a los pequeños a los lavabos y le indicó a Erika cómo cerrar una vez que él saliera. No quería que si algo iba mal y alguno de los zombis terminaba entrando los cogiese a las primeras de cambio. Por otro lado la situación los sometería a un estrés más que innecesario.
En el Restaurante todo estaba preparado. En el exterior la nieve volvía a caer con fuerza, esa mañana había parado unos pocos minutos en los que dio la impresión de que el temporal podría haber pasado pero fue un espejismo. Desde la cocina Klaus y Lara comenzaron su concierto de sonidos. Gritaban y golpeaban cacerolas. Sergio podía escuchar como los niños comenzaban a llorar asustados a pesar de estar ocultos.
Fuera, los zombis empezaron a moverse hacia la fuente de sonido. Uno a uno todos se dirigieron hacia la cocina. Una vez llegaron frente a la puerta los golpes y gruñidos se sucedieron. El argentino no tenía nada claro que la puerta aguantase semejantes embestidas durante mucho tiempo.
—¡AHORA! —Klaus gritó para que Alberto saliese.
El chico con las botas ya colocadas y perfectamente abrigado abrió la puerta y salió sin dudar lo más mínimo. Avanzó por la tarima de la entrada lentamente para producir el menor ruido posible. Sus esquís permanecían clavados en la nieve dentro de un soporte a la entrada de la zona de mesas del Restaurante. Alberto debía recorrer unos veinte metros hasta ellos. La atenta mirada de Sergio no lo perdía de vista. Había despejado un par de ventanas una vez que los zombis comenzaron a desplazarse a la cocina para poder descubrirlos si regresaban.
El muchacho ya había llegado hasta el porta esquís. Sacó uno de ellos y lo dejó caer sobre la nieve. Colocó la bota sobre la fijación y apretó. Sergio pudo observar desde su posición como levantaba todo el conjunto. Sacó la otra tabla y repitió la operación. Esta vez, al levantar la bota para comprobar que estuviese encajada, el esquí se soltó cayendo del revés sobre la nieve.
—Vamos chico —Sergio habló en voz alta al chaval a pesar de saber que no podía escucharle— deprisa.
En la cocina Klaus y Lara habían dejado de hacer ruido y viendo el agresivo comportamiento de los zombis al otro lado de la puerta, ya no estaban tan seguros del éxito de su plan, de hecho, en su fuero interno, Klaus dudaba de si sería capaz de salir fuera.
Alberto giró el esquí y volvió a intentar encajar la bota en la fijación. Ocurrió lo mismo otra vez, la bota no encajaba. Observó los esquís, eran los suyos seguro. Se sujetó al porta esquís y apretó con toda la fuerza que pudo. Nada, no encajaba. Los nervios comenzaban a agarrotarlo y un sudor incipiente empezó a escapar por todos los poros de su piel.
Desde la puerta Sergio observaba alternativamente al chico y a los zombis. Al cesar los ruidos en la cocina no tardarían en descubrir el intento de huida.
Alberto trataba de respirar profundamente para tranquilizarse. No había dicho nada para que no le impidieran ir pero no era un esquiador experimentado, ni siquiera novel, tan solo había esquiado tres veces y ahí incluía la del día anterior. Volvió a colocar la bota sobre la fijación y en esta ocasión incluso saltó para hacer más fuerza pero el resultado fue el mismo.
—¡MIERDA! —Gritó mientras intentaba recordar.
Desde su observatorio Sergio, al que se había unido Aroa, observaba aterrorizado como el chico era incapaz de colocarse la tabla. A una señal de Aroa comprobó como una de las zombis había descubierto a Alberto y ya se dirigía con paso vacilante hacia él.
Alberto rememoró su primer día esquiando. Se había quitado los esquís para entrar en el restaurante de la pista y comer con sus padres. Al terminar y disponerse a continuar, le ocurrió lo mismo que ahora, una de las tablas no encajaba. Recordó como su padre le echó una bulla por enredar, pensaba que había hecho algo al esquí y por eso no encajaba la fijación. Una de las personas que salía del restaurante les indicó que, en ocasiones, en la suela de la bota se adhería nieve en exceso y no permitía que la fijación se encajara. Sí, eso era, tenía que quitar la nieve de su bota. Con la punta del palo intentó rascar la nieve pero no lograba girar la pierna lo suficiente. A esas alturas su cuerpo ya estaba empapado en sudor, ni siquiera los fríos copos de nieve que seguían cayendo lo refrescaban. Bajó la cansada pierna y miró hacia los zombis, tuvo que girar todo el tronco. En ese momento la vio. La zombi caminaba sola hacia él, de momento no la seguía nadie más. Bajó los brazos y permaneció inmóvil, atenazado, incapaz de reaccionar, sin poder apartar los ojos de su cara. El chico veía avanzar a la mujer a cámara lenta, observaba sus rasgos desencajados, su mandíbula descarnada, el tremendo tajo que presentaba su pecho. Se vio invadido por una inmensa sensación de tranquilidad, de paz infinita. Ya la tenía a un metro de distancia, se iba a reunir con ella por fin.
Las salpicaduras de sangre y sesos que impactaron sobre su rostro lo sacaron de su ensimismamiento. La cara de la mujer pareció resquebrajarse y su cuerpo cayó delante de él, una de sus manos llegó a tocar su pierna, como si le dedicara una última caricia. En el rostro del chaval un par de lágrimas rodaron mejilla abajo.
Sergio se inclinó sobre el cuerpo de la zombi para extraer el hacha de su cráneo. Tiró pero no logró sacarla. Pisó la espalda de la mujer y tiró del mango del hacha con las dos manos al tiempo que hacía algo de palanca lateral. La hoja por fin salió.
—Despierta chico, trae la bota.
Como Alberto no terminaba de reaccionar Sergio levantó su pierna y golpeó la suela de la bota con el lado opuesto al filo del hacha. El pequeño bloque de hielo que impedía que la bota encajara en la fijación cayó al suelo.
—El esquí deprisa, vamos —apremió Sergio al chaval.
—¡SERGIO CUIDADO! —Gritó Aroa.
El argentino se dio la vuelta y descubrió al corpulento zombi que se aproximaba, lo conocía, era Machu. Se giró de nuevo hacia Alberto y lo empujó adelante. Antes de volver la vista al zombi que se le venía encima pudo ver de reojo como el chico se alejaba.
Elevó el hacha, asentó los pies en el suelo y se preparó para el impacto, ya no tenía tiempo de huir.
En el otro lado del Restaurante, Lara permanecía bajo el dintel de la puerta mientras observaba la carrera de Klaus hacia la mochila. Por el momento todo iba según lo planeado y los zombis habían regresado a la entrada principal del Restaurante, no había hecho falta que ninguno de ellos llamase su atención desde allí, los gritos de la chica y del cocinero habían bastado.
Klaus recorrió la distancia hasta la mochila todo lo rápido que le permitieron sus piernas y la nieve acumulada. Sentía sus pulmones arder y sus pulsaciones estaban disparadas. Recogió la mochila manchada de sangre, seguramente la de cerebrito, y regresó algo más despacio ahora. Sólo cuando atravesó la entrada de la cocina y cerró la puerta tras de sí se sintió mínimamente seguro.
—Por un instante pensé que no sería capaz de salir ahí fuera —confesó sincero.
—Yo también lo pensé —Lara depositó la mochila sobre la mesa y rebuscó en los distintos apartados hasta hallar el pendrive.
Por supuesto, no había ningún walkie.
Sergio optó por esquivar el ataque del peruano. En el último momento se lanzó a un lado. Mahu Pichu cayó sobre la nieve, casi desapareció dentro de ella. Eso dificultó sus movimientos y le permitió al argentino incorporarse y correr al Restaurante antes de que el resto de zombis llegasen.
Una vez a salvo en el interior fue consciente que no podía respirar, su diafragma estaba completamente dilatado. Trató de relajarse y normalizar su respiración. Cuando fue capaz de hacer que algo de aire entrase en sus pulmones se dirigió al aseo. Al pasar frente al espejo colgado en la pared observó su rostro lleno de salpicaduras de sangre y restos del cerebro de la mujer a la que acababa de matar. Observó sus manos igualmente manchadas y dejó caer el hacha que todavía mantenía firmemente agarrada. El golpe seco contra el suelo sobresaltó a Aroa que lo miró sin atreverse a decir nada.
—Saca a los niños de ahí.
Volvió a recoger el hacha y desapareció dirección a la cocina. Solo entonces Aroa volvió a ser consciente de los llantos y lamentos de los críos.
En la pista, Alberto descendía todo lo despacio que podía. Unos doscientos metros más abajo y doblado el primer recodo se detuvo. Se dejó caer al suelo de lado. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Alargó su brazo al frente imaginando que alcanzaba la mano de su madre, la mano que pareció brindarle la última caricia. Su madre ya no tenía cura, estaba muerta, el cocinero le había partido la cabeza de un hachazo. Recordó las salpicaduras que había sentido sobre su cara y se frotó el rostro con un puñado de nieve. El agua derretida llevaba un color rojizo.
Se puso en pie. Su madre ya no tenía remedio pero su padre aún podía curarse, debía seguir. Se enjugó de nuevo las lágrimas y se impulsó hacia adelante.
Ribes. Comisaría
Ramón daba vueltas alrededor de la mesa de su despacho. Hubiera deseado poder tomarse un café pero ni eso era ahora posible, sin electricidad no había café. Se recostó en su sillón. Se encontraba agotado, no tanto física como mentalmente. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? Se había juntado todo, el apagón, los asesinatos, la nevada brutal que estaban sufriendo, el extraño robo de Andorra. Pero eso no era lo que más lo inquietaba, no, era otra cosa la que lo angustiaba. Hasta ahora no había otorgado credibilidad a la llamada de su hermano, por supuesto no aceptaba la estupidez esa de los zombis, puede que lo hubieran entendido mal, las comunicaciones eran defectuosas, iban y venían. Sin embargo, el tema de los ladrones de Andorra continuaba pendiente. La Guardia Civil había llevado a cabo un gran despliegue. Por muy valioso o importante que fuese lo que habían robado no tenía mucha lógica. Puede que no les hubiesen contado todo lo que sabían, era algo típico de la Guardia Civil. Unos delincuentes capaces de provocar todo ese despliegue no podían ser cacos de tres al cuarto; sin duda debía tratarse de personas muy peligrosas. Si se hubiesen atrincherado en el Valle, eso le daría algo de lógica a ese sinsentido. Se inclinó hacia adelante y apoyó ambos codos sobre la mesa. Alargó una mano hacia el walkie que descansaba sobre ella.
—Refugio, aquí policía de Ribes
—Refugio, aquí policía de Ribes —repitió.
—Julián, soy Ramón ¿Puedes oírme?
Dejó el aparato y meneó la cabeza, era absurdo. Salió al pasillo y llamó a todos sus hombres.
Piqué había llevado el cuerpo sin vida del bebé al ambulatorio, allí podrían conservarlo en mejores condiciones que en la Comisaría, aún no había regresado, era el único que faltaba.
—Sé que todos estáis muy afectados por lo que les ha sucedido a ese bebé y a Juliana. La situación es muy complicada. En estos momentos no podemos esperar ningún tipo de apoyo, tendremos que arreglárnoslas solos —hizo una pausa por si alguien quería hacer algún comentario, pero como nadie dijo nada continuó— la única pista que podemos seguir es la del helicóptero. Según le dijo ese tipo a Puyol se iba a dirigir al Refugio. Naturalmente podría ser mentira, un señuelo, pero después de las comunicaciones que nos han llegado desde allí hablando de hechos extraños pienso que ese hombre realmente puede haber tenido como destino el Valle. Alba y yo nos iremos al Hotel. Puyol se quedará aquí al mando. Usaremos las vías del Cremallera para desplazarnos, no será la primera vez. Es arriesgado pero no creo que se restablezca de momento la electricidad así que el tráfico de trenes no se reanudará de momento.
—Ramón, soy Leyre —la voz proveniente del walkie los interrumpió sobresaltándolos a todos.
—Ayuntamiento aquí policía de Ribes —respondió el Jefe más formal.
—Ramón tienes que venir aquí enseguida, la gente está muy nerviosa, creo que puede pasar cualquier cosa, date prisa.
—Vale, voy para allá.
Todos sus hombres tenían los ojos clavados en él.
—Iré yo con Alba, ya hice ese trayecto antes —el que había hablado era Puyol.
Era cierto, hacía ya…más de tres años otro temporal de nieve sacudió la zona. En la Estación de esquí uno de los clientes sufrió un accidente y la fuerza de la nevada impidió que los medios aéreos despegasen. La solución fue que el Jefe y Puyol se desplazasen con un todoterreno hasta el Refugio y trasladasen al herido hasta una ambulancia que esperaba en Queralbs. En aquella ocasión todo fue bien, pero las circunstancias ahora eran muy diferentes. No sabían lo que se iban a encontrar en el Hotel.
Después de unos instantes que a todos les parecieron eternos el Jefe les habló afectado.
—Lo primero son los ciudadanos de Ribes y Queralbs, nos debemos a ellos —hizo una pausa para ordenar sus ideas— calmaremos los ánimos aquí y luego decidiremos cómo actuar.
—Si no nos damos prisa ese asesino escapará, no tenemos mucho margen.
Ramón observó a Alba, sabía que tenía razón, pero las circunstancias eran las que eran.
—El trayecto de aquí al Refugio en helicóptero no lleva más de veinte minutos, ni siquiera con este tiempo. Si ese tipo era lo suficientemente buen piloto como para volar en estas condiciones seguramente ya se encuentre lejos de aquí y en cualquier caso no tenemos medios para investigar un asesinato, aunque se trate de Juliana —dejó unos instantes para que todos asumiesen lo que decía— Alba y Puyol permanecerán aquí, el resto nos desplazaremos al Ayuntamiento. Si os necesitamos os lo comunicaremos por radio, permaneced alerta.
Alba hizo ademán de objetar algo.
—Todos tenéis vuestras órdenes, nos vamos ya.
Puyol y Alba observaron como sus compañeros se alejaban hacia el Ayuntamiento en dos coches. En cuanto los perdieron de vista regresaron dentro de la Comisaría sacudiendo los pies.
Una vez en el interior de la oficina Alba arrastró una silla y se sentó frente a Puyol.
—Tenemos que ir al Refugio, sé que allí ocurre algo, las cosas no van bien, lo sé.
—Ya has oído al Jefe, lo primero son los habitantes de aquí, además el trayecto hasta el Valle es muy peligroso en estas condiciones —Puyol sacó su móvil del bolsillo y comprobó que continuaba sin señal.
—Vamos, antes has dicho que ya habías hecho ese recorrido en condiciones similares.
—Tenemos nuestras órdenes y no vamos a incumplirlas.
Alba se giró y entró al despacho del Jefe.
—¿Qué coño haces Alba?
El novato le enseñó unas llaves girándolas sobre uno de sus dedos.
—En breve oscurecerá del todo voy a sacar más linternas y pilas de repuesto.
Puyol respiró más tranquilo. El nuevo por fin entraba en razón. Era un tío complicado, siempre parecía tener algo que decir. Sí, desde que se presentó el otro día no había hecho más que cuestionarlo todo y ahora él lo había convencido sin más. Apenas había insistido.
—¡Mierda! —Puyol se levantó de un salto y fue a paso ligero a la Armería, estaba cerrada— ¡Mamón!
Echó a correr a la salida y localizó a Alba al volante de un todoterreno. Se interpuso en su camino apoyando las manos desnudas sobre el capó del coche lleno de nieve. Al momento las tuvo que retirar.
—Aparta, nadie te obliga a venir pero yo voy a ir.
—Te han dado unas órdenes muy claras ¿Qué parte no entiendes? —Ambos chillaban para poder hacerse oír, uno dentro del coche y el otro fuera.
—Aparta a un lado.
—¿Me vas a atropellar, eso es lo que vas a hacer?
Alba detuvo el motor y salió del coche.
—Somos policías, ahí arriba ocurre algo, lo sé, y creo que tú también. Si no puedo ir con este coche buscaré otro, reventaré un cristal, le haré un puente y me marcharé, no podrás impedirlo, sólo conseguirás retrasarme.
Puyol se cruzó de brazos y respiró profundamente.
—Vale, tú ganas, iremos, pero harás todo lo que yo te diga. Ven conmigo a la Armería.
Puyol se alejó y entró en la Comisaría. Alba dudó pero al final decidió seguirlo. Cuando llegó a la Armería Puyol ya tenía preparadas varias cosas sobre la mesa.
—Un par de linternas, unas gafas de visión nocturna, dos chalecos anti balas, dos escopetas Franchi —Alba enumeraba en voz alta lo que su compañero iba depositando en la mesa— ¿Y eso de dónde ha salido? No es de dotación.
Puyol sopesó el arma que tenía en las manos.
—Esto, esto es una maravilla. Fusil Remington 750 con mira telescópica. Ya que le vamos a tocar los huevos al Jefe, lo haremos a lo grande. Es su escopeta de caza. Coge aquellas cajas de munición.
Una vez cargado todo el material en el 4×4 Alba se sentó al volante.
—Aparta —Puyol le indicaba que se pasara al otro asiento— yo conduzco.
Nada más salir el coche ya derrapó haciendo pensar a Puyol que lo que se disponían a hacer era una locura.
—Enciende la radio del vehículo.
—¿Y si llama el Jefe, qué hacemos? —Interrogó Alba.
—¿Ahora te preocupas del Jefe? Pues mentirle ¡No te jode!
Nuria. Santuario
Dominique estaba cada vez más tenso, no, ese no era el estado que mejor lo definía; frustrado, tampoco, cabreado, sí estaba cada vez más cabreado y lo que más furioso le ponía era que ese gordo cabrón le hubiera engañado. Había aprovechado la confusión vivida en el interior del Santuario con la llegada del helicóptero para largarse. Él sabía dónde había ido, se lo había dicho. En la Ermita y ¿Por qué en la Ermita? No podía ser casualidad, aquí ya nada era casual. Lo habían estado vigilando y habían descubierto su escondite. Todo estaba perdido.
Algo no cuadraba en ese razonamiento. Él era muy bueno en eso, era muy bueno razonando, pensando, buscando los puntos débiles de las personas, de los sistemas. Tenía que concentrarse, sólo así encontraría la solución. Pero quién podía concentrarse con ese murmullo constante, esa letanía repetitiva. Desde que los zombis aparecieron el Abad había prohibido que nadie anduviese solo por el Monasterio, todo lo hacían juntos, ahora rezaban al unísono en la Capilla por el alma del desgraciado devorado en el helicóptero. Tenía que salir de allí, pero no podía hacerlo. Sentía los ojos de Arnau en su nuca, maldito impostor. Lo vigilaba desde la fila de atrás. Esa era otra de las razones por las que no podía concentrarse. Desde que descubrió que Alain se había largado, Arnau no lo había perdido de vista ni un segundo.
Una conversación se superpuso al murmullo de las oraciones. Dominique se giró, el Abad cuchicheaba al oído de Arnau, apenas entendía lo que decía, hablaban de Alain, pero daba igual, ya no le interesaba lo más mínimo. El momento que había estado esperando había llegado. Se incorporó y se encogió agarrándose el estómago, se aseguró que el Abad lo viera y caminó algo encorvado hacia la entrada de la Capilla. Debía recorrer toda la iglesia, estaba sentado en la primera fila. Cuando alcanzó la salida se volvió a mirar, como esperaba el Abad continuaba dando absurdas instrucciones a Alain.
Su oportunidad había llegado, puede que no tuviese otra. Tenía que abandonar el Santuario y llegar a la Ermita antes de que lo hiciera Alain. Tal vez ya se encontraba allí, pero tampoco disponía de ningún medio para abandonar el Valle.
Ya lo tenía, sí, sólo era cuestión de un poco de silencio para poder concentrarse. Ahora ya sabía la manera de marcharse del Monasterio con seguridad, aunque eso implicara la muerte de todos los monjes… y de Arnau.
Corrió a su habitación. Todo el plan se iba materializando en su cabeza. Cogió el pequeño aparato de radio de su mesita y bajó corriendo hasta la entrada principal al Santuario. No tenía mucho tiempo. Abrió las grandes puertas de par en par y colocó la radio en el frío suelo. Sonaría en un minuto.
Regresó corriendo al primer piso y se acercó a la vidriera. Tendría que haber traído algo para romper el cristal. Aproximó su codo y golpeó con fuerza, el cristal estalló hecho añicos. El aparato de radio comenzó a sonar de forma estridente.
Dominique saltó sobre el techo de la pasarela de madera. Iba desde la Estación de esquí hasta la entrada del Hotel. Sobre él se acumulaba, al menos, medio metro de nieve. Caminó hacia la Estación, iba dejando un rastro claro pero era lo de menos, no quedaría nadie para descubrirlo. Los zombis llegaban de todos lados atraídos por la melodía que se propagaba en todas direcciones.
Arnau no paraba de volverse hacia la salida de la Capilla, Dominique no regresaba, temía que se hubiese largado como Alain.
—¿A qué persona tan importante está esperando que le impide prestar la debida atención a nuestra conversación? —El Abad lo miraba irritado— no se ha enterado de nada de lo que le he dicho ¿Verdad?
El abad tenía razón, no tenía ni idea de qué le estaba hablando.
El alarido le sorprendió a punto de confesarle al padre Pere su verdadera identidad. Los dos se volvieron, y como ellos la totalidad de los monjes. Los gritos se sucedieron. En los bancos de la entrada varios zombis atacaban a los frailes arrodillados en la última fila.
El Abad corrió hacia el Altar mayor. La mayoría de los monjes hicieron lo mismo. Arnau, por el contrario, se dirigió hacia los zombis.
—Espera —Leo lo sujetaba de la manga— no puedes enfrentarte a todos, han entrado cuatro, en pocos segundos serán ocho, luego dieciséis y luego todos, lo he visto, es jodidamente rápido, ya no tienen solución, tenemos que irnos.
Arnau se debatía entre hacer lo que proponía el joven y cumplir con su deber, era un servidor público, se debía a los demás.
—Vamos, sabes que tengo razón —insistió Leo.
—Sí Arnau, el joven tiene razón —el hermano Pietro lo cogía del otro brazo.
Al fondo, los cuatro primeros monjes atacados ya se habían transformado y se dirigían hacia el grupo refugiado tras el Altar.
—Seguidme.
Arnau corrió hacia la salida y en su carrera cogió un candelabro de uno de los bancos. Al llegar al final lo lanzó contra una vidriera cuyo significado nunca había conseguido entender. Los cristales saltaron en todas direcciones. Salieron al corredor mientras en la Capilla los gritos y alaridos se sucedían. Al llegar a las escaleras comprobaron que continuaban apareciendo más zombis.
—Dominique ¡Hijo de Puta! —Tanto Leo como Pietro lo miraban sin entender a que venía ese comentario— vamos, tenemos que salir de aquí. Subió al primer piso seguido por Leo y Pietro. Enseguida descubrió la cristalera rota por Dominique.
Podían escuchar como los zombis ascendían por las escaleras. Gracias a Dios no eran tan rápidos como ellos. Una vez asomados al exterior pudieron ver las huellas dejadas sobre el techo de la pasarela por Dominique y pudieron escuchar aterrados el sonido que emitía el altavoz de la radio.
Leo ayudó a saltar a Pietro y Arnau hizo lo propio con él. El primer zombi consiguió subir el último escalón. Ya corría hacia Arnau. El salto a punto estuvo de costarle un disgusto, ya no contaba con el colchón de nieve de que dispusieron los otros tres y por poco termina en el suelo.
Debajo de la pasarela multitud de zombis se agolpaban en torno aparato de radio. Leo y Pietro ya corrían en dirección al Hotel.
—No. por aquí —Arnau les gritaba entre dientes para indicarles que debían tomar la otra dirección, la misma que había tomado Dominique.
El primer zombi que llegó a la cristalera terminó cayendo al lado de Arnau, cayó a plomo sobre la madera y salió catapultado hacia el suelo. Tanto Leo como Pietro decidieron que no irían por allí, mas zombis se asomaban, era cuestión de tiempo que cayesen también. Arnau soltó una maldición y corrió tras ellos.
El final de la pasarela terminaba casi a la entrada del Hotel. Daba la impresión de que todos los zombis se habían largado al Santuario, aunque eso no duraría mucho.
Los tres saltaron aparatosamente y al momento vieron como los zombis iban a su encuentro profiriendo horrible gruñidos. La entrada al Hotel estaba firmemente cerrada. No tenían adónde ir. En ese instante Arnau observó a una mujer morena en el interior del Hotel, le hacía señales, quería que se dirigieran hacia delante.
PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO