Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 12:00 y las 15:00 horas
Nuria. Refugio
Después del fiasco de la llegada del helicóptero la moral de todos los presentes había caído de nuevo. La aparición del monje proveniente del Santuario tampoco había contribuido a elevar los ánimos precisamente.
El matrimonio que permanecía con su hijo se había acercado a la cocina, allí la temperatura era más agradable y Julián estaba preparando algo de comer.
El grupo de tres hombres independientes también se hallaba cerca de la cocina, se habían sentado a una mesa pero no se dirigían la palabra aunque probablemente sus pensamientos coincidiesen más de lo que hubieran deseado.
La mujer recién llegada, Bea seguía en estado catatónico, ni la llegada del helicóptero ni las posteriores situaciones que sobrevinieron la sacaron de su particular trance.
El resto se encontraban alrededor del fraile cosiéndolo a preguntas. En particular las cuatro personas más mayores parecían las más interesadas en tener noticias del Monasterio.
—Entonces ¿También hay zombis en la iglesia? ¿El resto de monjes están bien?
El que había preguntado era uno de los hombres más mayores. Escuchar la palabra zombis en su boca resultaba raro en extremo. Alain se tomó unos momentos para contestar. Le hubiera gustado responder que todo el Santuario estaba invadido de zombis, que no había supervivientes, pero era consciente de que las mentiras mal tejidas siempre terminaban saliendo a la luz. Por todo ello, tras meditar unos instantes les puso al corriente de cuál era la situación real del Monasterio. Les informó a cerca de los tres infectados que tenían encerrados y de que el Santuario era, entre comillas, un lugar seguro.
—¿Y por qué ha abandonado un lugar seguro? —Interrogó extrañada la anciana que tanto interés mostró en hacer sus necesidades en los lavabos— y sagrado —apostilló la otra anciana.
Ahí Alain no supo que responder, en verdad era extraño y no podía explicarles sus verdaderos motivos.
Alizée acudió entonces en su ayuda.
—El padre seguramente se encuentra algo confuso, tal vez deberíamos dejarle descansar unos instantes. Una taza de leche caliente lo reconfortará.
Su parrafada no pareció convencer a nadie, pero el aviso por parte de Julián de que había preparado algo de comer contribuyó a liberar al monje de la presión y los curiosos. André quería seguir averiguando cosas de la situación en el edificio contiguo pero Julián necesitaba ayuda y acudió junto a Ernest para preparar el reparto.
Alizée se alejó entonces con el monje. Bastian llevaba de la mano a la niña. La pequeña estaba hambrienta y quería ir a la cocina con los demás, así que tiraba del brazo del francés.
—Yo la acompañaré —Gwen se acercó a ellos y tomó de la mano a la niña alejándose en dirección a la cocina.
Bastian no terminaba de catalogar a la exuberante morena. Observó cómo se alejaba con la pequeña. Y caminó hacia su compañera, era hora de que le explicase qué estaba pasando.
Al acercarse a ellos el monje calló, interrumpió lo que estaba diciendo e interrogó con la mirada a la mujer a cerca del hombre que se acercaba.
—Él es Bastian, está conmigo, con nosotros. Somos los dos únicos miembros del equipo que quedamos, los otros… los otros están muertos.
Alain pareció debatirse unos instantes antes de aceptar las explicaciones de Alizée. Después fue directo al grano.
—¿Y el dinero?
Bastian lo examinó intrigado, quién era ese tipo que sabía lo del dinero.
—Está arriba, en nuestra habitación —se adelantó Alizée.
—Bien, pues lo recogeremos y luego nos marchamos al punto de reunión.
Recoger el dinero, punto de reunión. Bastian no salía de su asombro, pero asistía incrédulo a la aceptación de todas las palabras del monje por parte de Alizée. Por fin estalló.
—¿Quién es este hombre? —Se dirigió a la mujer ignorando deliberadamente la presencia junto a ellos del monje.
—Para que lo entiendas de una vez y podamos continuar con lo que hemos venido a hacer; este hombre es el que os ha asignado vuestra misión, este hombre es al que deberíais estar diciendo en estos momentos que el plan iba según lo previsto, este hombre es el que ha tenido que desplazarse hasta este puto lugar y dejar la comodidad de su suite debido a vuestra incompetencia, en definitiva estoy aquí para cerciorarme de que vuestro trabajo termina felizmente —el gordo monje mostraba ahora en sus ojos la misma mirada que Gwen había visto cuando estaba en el exterior.
Bastian normalmente no hubiese permitido que nadie le hablase de esa manera, tampoco Alizée, pero conocía a su compañera, era ella la que se ocupaba de cerrar los trabajos y parecía aceptar la jerarquía de su interlocutor, así que decidió mantenerse en silencio, de momento.
—¿Y cómo ha pensado el reverendo que subamos entre los zombis que deambulan por todo el edificio hasta nuestra habitación? —No pudo renunciar a clavar una pequeña pulla— ¿Levitando? Nuestra habitación está en la última planta y todos los rellanos se encuentran a rebosar de muertos vivientes y otra cosa ¿Cómo le vas a explicar al Director que vamos a salir en busca de un maletín lleno de dinero? —Se dirigió ahora a Alizée.
—Tenemos que lograr que algunos de los huéspedes nos ayuden. Les diremos que vamos a limpiar el Hotel.
—No hace mucho te mostrabas contraria a jugarnos la vida por ellos —la interrumpió Bastian.
—Serán ellos los que se la jueguen por nosotros. Los utilizaremos de distracción para llegar hasta el dinero.
En las mesas adyacentes a la cocina Julián había servido la comida y el ambiente era algo más distendido. La única persona que no se había acercado a comer era Bea, continuaba retraída en el mismo sitio.
Una vez hubieron acabado, Alizée y Alain se aproximaron con la intención de explicarles sus intenciones.
Al terminar, tan sólo el Director y el joven que había golpeado a Bastian, se habían unido a la causa; André para intentar rescatar al mayor número posible de huéspedes y el joven para intentar encontrar el momento de ajustar cuentas con el francés.
Tras un segundo intento se sumaron Julián y Ernest y dos hombres más. En total saldrían nueve personas. Todos ellos se reunieron en la cocina para intentar coordinarse lo mejor posible. Se quedaron extrañados al enterarse de que el monje iba a acompañarlos.
Bastian procedió a repartir los cuchillos de más dimensiones. Cada uno fue surtido con un par de armas blancas.
—Pero vosotros tenéis pistolas ¿No? —Preguntó uno de los hombres.
—Apenas nos quedan balas y los zombis reaccionan al sonido, si nos liamos a tiros se nos echarán encima —las palabras de Alizée no contribuyeron a calmar los ánimos.
De los dos hombres que se habían unido los últimos uno se echó atrás definitivamente. Sólo saldrían ocho.
—¿Cuántos zombis creéis que habrá en los rellanos?
—No podemos saberlo pero ella sí podría ayudarnos —Alizée respondió a Alain señalando a la mujer recién llegada.
Ante la mueca de incomprensión del fraile la mujer le explicó que había sido la última en llegar y había recorrido los pasillos del Hotel. Ella podría ponerles al corriente sobre si había muchos o pocos zombis.
Tras más de diez minutos intentando que la mujer les dijese algo tuvieron que convenir que de ella no iban a sacar ninguna información de utilidad.
Se constituyeron en dos grupos. Por una parte Alizée, Alain y curiosamente Julián, el resto conformaron el otro.
La idea era sencilla, irían limpiando el Hotel de zombis de abajo arriba. Posteriormente decidirían qué hacer con las habitaciones.
Antes de que salieran, la pequeña Carla se escabulló del regazo de Gwen y corrió hasta echarse en brazos de Bastian.
—No puedes venir conmigo —tras esperar a que la niña dejase de llorar la colocó suavemente en el suelo— debes esperarme aquí. Ella cuidará de ti.
—¿Por qué tienes que ir tú?
Bastian meditó qué repuesta sería capaz de procesar su pequeño cerebro. Como no fue capaz de llegar a ninguna conclusión le habló como lo habría hecho a cualquier otro adulto.
—Conmigo tendrán más posibilidades de volver todos con vida.
La niña, lejos de sentirse asustada o de no comprender lo que le decía, pareció agradecer la sinceridad y el tono con que se dirigió a ella o puede que no hubiera entendido nada.
—Vale, les ayudas y vienes enseguida.
Se izó sobre las puntas de sus pies y, tirando hacia abajo de su cuello, le dio un sonoro beso en la mejilla. Luego caminó cabizbaja al lado de Gwen. Bastian tardó unos segundos en reaccionar y no supo cómo interpretar el gesto de la niña.
—¿Estás seguro de que quieres venir? Puedes quedarte haciendo de canguro —Alizée no perdía ocasión para meter una pullita.
Una vez de acuerdo, el grupo de Bastian salió por la puerta que daba a la entrada principal y el de Alizée por el pasillo lateral.
El ambiente fuera del comedor era todavía más gélido, pero aún así se podía sentir un intenso hedor a muerte.
Nada más salir, Ángelo, el italiano que se había separado de los amigos con los que viajaba sintió una súbita parálisis, incapaz de avanzar se dio la vuelta hacia la puerta, pero los de dentro ya habían cerrado y no estaban dispuestos a correr el riesgo de abrir si no se había limpiado el Hotel de zombis.
Bastian no hizo mucho caso de esa actitud, no tenía tiempo, iba en cabeza y el primer zombi se le echó encima a él. Lo esquivó con un rápido movimiento y le golpeó en la espalda derribándolo de bruces. Sin perder un segundo hundió el cuchillo en su cabeza y lo volvió a sacar.
El siguiente en ser atacado fue André, una mujer con un brazo dislocado intentó arañarlo con su miembro útil mientras lanzaba sus dientes hacia su cara. El Director reaccionó y sujetó la única mano que la mujer parecía ser capaz de manejar. Con la otra mano hundió el cuchillo en su pecho y la empujó hacia atrás. La mujer trastabilló por el empellón pero se mantuvo en pie y volvió a la carga.
—En la cabeza, en el pecho no le hará nada —el que gritó fue Bastian, tuvo que atravesar la cabeza de la mujer para evitar que alcanzase al Director.
Mientras éste recogía el cuchillo con una mueca de repugnancia en su rostro, Bastian se vio obligado a retroceder hacia la Recepción. Cuatro zombis más les acechaban. Con la escalera, en principio libre, vio como el otro grupo subía sin problemas y desaparecía rellano arriba.
El hombre que perdió a su hermana a manos de Bastian, Mikel era su nombre, se enfrentaba a un zombi enorme, el tipo había perdido un zapato y parte de su pie parecía haber sido devorado. Mikel lo esquivó con relativa facilidad y observó como resbalaba y chocaba contra el expositor que cubría la entrada, se le vino encima y quedó trabado bajo él.
El Director se enfrentó a otro zombi, era un chico de no más de catorce años, llevaba la equipación de esquí completa pero le faltaba la mitad de la cara. Sujetó sus brazos y lo observó buscando algún resto de humanidad en esos ojos de mirada muerta. A pesar de su edad gruñía como el resto.
—Chico. Chico, no, cálmate.
—NO HABLE CON ELLOS, ATRAVIESE SUS CABEZAS —el aviso de Bastian le llegó tarde.
El adolescente dejó de hacer fuerza con sus brazos y adelantó el rostro con la boca abierta hacia su cuello. André se vio sorprendido y se dejó caer hacia atrás para evitar que lo alcanzase. Las acometidas del joven zombi le obligaron a soltar el cuchillo para intentar sujetarlo y mantener sus dientes alejados de su cara, ahora no tenía forma de acabar con él. Con el corazón desatado vio como Ernest cogía al chico del flequillo, echaba su cabeza hacia atrás y le hundía el cuchillo hasta que la punta apareció por su boca. Un reguero de sangre cayó sobre el pecho del Director.
André apartó de un fuerte empujón el cuerpo del adolescente y se levantó de un salto buscando algo con lo que limpiarse la sangra.
Bastian observó de reojo como el zombi cojo al que había derribado Mikel ya se levantaba de nuevo pero de inmediato tuvo que enfrentarse a otro de esos seres, éste era un varón enorme, más alto y corpulento que él, vestía con un grueso anorak sin apenas manchas, tampoco le apreció herida alguna, pero el rojo de sus ojos no dejaba lugar a dudas. El hombre venía más veloz que los anteriores, Bastian asentó sus pies para recibirlo pero el impulso que llevaba y su masa corporal fueron demasiado. El francés no pudo aguantarlo y cayó bajo su peso. A pesar del violento golpe contra el suelo consiguió interponer los dos cuchillos entre la boca del zombi y su cara; las hojas se hundieron en su cara, pero el tipo no cedía, con sus manos tiraba del forro polar de Bastian intentando despellejarlo. Si le daba por desgarrar su cara en lugar de su ropa estaba perdido, tenía que actuar rápido.
Una de las trabajadoras del Hotel se dirigió hacia Ernest, la conocía, vivía, como él, en Queralbs. Esos preciosos segundos que el vigilante perdió en recordar el último momento pasado cerca de la mujer le bastaron a ésta para alcanzarlo. Sólo le dio tiempo a apartar su cabeza, la mujer clavó sus dientes en el hombro, sobre su chaqueta. La apartó de un empujón lanzándola al suelo. Sabía lo rápido que se transmitía la infección, lo había visto. Se miró el hombro, la ropa estaba desgarrada pero no sentía dolor, puede que no le hubiese herido. Su ex compañera ya se había vuelto a incorporar y, de nuevo, iba a por él. Ernest llevó el brazo atrás y cogiendo todo el impulso que pudo asestó un brutal tajo a la cabeza de la mujer, el cuchillo alcanzó su cuello y la fuerza que le había imprimido al movimiento fue tan grande que se precipitó al suelo sin llegar a ver como la cabeza y el cuerpo de la zombi se separaban.
Al lado de Bastian, Mikel se enfrentaba otra vez al cojo. Cuando se le echó encima lo sujetó por los brazos y antes de que le lanzase un bocado le golpeó con la cabeza en su frente, el golpe fue tan violento que el zombi se quedó un instante inmóvil, como grogui. Sin darle tiempo a reaccionar, Mikel le propinó otro cabezazo tan brutal como el anterior y luego otro y otro. Tiró de los brazos y el zombi quedó conmocionado con los brazos en cruz. Sin descanso clavó los dos cuchillos en su frente, cuando los extrajo el zombi se desplomó.
Bastian no había visto como Mikel se había librado de su oponente. Bastante tenía con mantener la boca del zombi alejada de su cara. Aumentó la fuerza en su brazo derecho y liberando la mano izquierda hundió el cuchillo repetidas veces en el costado del tipo, nada, lo sacó y lo empuño al revés clavándolo en la espalda una y otra vez hasta que la hoja encontró la columna y quedó trabado. Las piernas dejaron de ejercer fuerza y los brazos cayeron a los lados, la cabeza, sin embargo, continuaba empujando sin descanso. Bastian localizó a un par de pasos a Mikel, lo observaba con una mirada mezcla de odio y satisfacción, debía haber acabado con el zombi cojo pero no pensaba ayudarle. No lo culpaba, en su caso habría hecho lo mismo, no, él ya lo habría matado. Con un solo cuchillo, a Bastian sólo le quedaba una cosa por hacer, atrajo hacia sí con la mano libre la cabeza del zombi a la vez que empujaba con todas sus fuerzas el cuchillo. Cuando la hoja llegó a la tráquea la cabeza se relajó por fin y cesó todo empuje.
Bastian estaba exhausto, no le quedaban fuerzas para apartar de él esa mole. Volvió la cabeza y vio como el Director acababa de colocar otra vez en su sitio los expositores, si los zombis continuaban viendo lo que pasaba dentro se excitarían tanto que terminarían por derribar la puerta. Mientras terminaba de recolocarlos, a Bastian le dio la impresión de que fuera ocurría algo, le pareció que los zombis se iban hacia el Santuario. Cuando volvió a prestar atención al interior descubrió como Ernest caía fruto del impulso aplicado a la cuchillada asestada a la zombi y se golpeaba contra el mostrador. Un nuevo zombi uniformado, también trabajador del Hotel casi corría en dirección a él. Ernest permanecía en el suelo conmocionado, estaba demasiado lejos para que André pudiese ayudarlo, no llegaría a tiempo. Presenció como levantaba una silla de despacho con ruedas tirada junto a él y la lanzaba contra el atacante, la silla llegó tarde y tan solo rozó un pie del zombi, fue bastante para desequilibrarlo y hacerlo caer… a los pies de Bastian. El zombi cambió de objetivo y se dirigió a por él.
Bastian seguía sin ser capaz de apartar la mole que tenía sobre su cuerpo. Trató de esconder sus piernas entre las del zombi pero podía escuchar gruñir al otro cada vez más cerca. El hedor del cadáver que tenía encima lo aturdía. Intentó ahora sacar su pistola pero antes de que llegase a disparar sintió como el pesado cuerpo que tenía sobre sí se apartaba lo suficiente para poder salir de debajo. Bastian rodó sobre su eje y se incorporó de un salto cuchillo en mano. Angelo había vuelto asustado a su posición pegado a la puerta y el zombi ahora iba a por él. Bastian lanzó el cuchillo y la cabeza del zombi resultó atravesada. El cuerpo, por la inercia acabó chocando contra Angelo para luego caer al suelo.
La situación a la entrada de recepción era horrible, cuerpos mutilados y sangre por todas partes, el olor era difícilmente soportable.
Bastian se giró en redondo, no descubrió ningún otro zombi, luego se dirigió a Angelo.
—Gracias. Mantente detrás de mí a partir de ahora —el joven consiguió asentir.
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El grupo en el que se había integrado Julián aprovechó la confusión en Recepción para encarar las escaleras y subir a la primera planta. Julián avanzaba en la última posición, no tenía claro que hubiese elegido la mejor compañía pero según habían dicho, ellos tratarían de acceder los primeros a la tercera planta y él quería ir a la habitación de Eduardo, siempre se alojaba en la misma, la 375. Su primo tenía que estar ahí. Siempre había sido un tío espabilado, se habría dado cuenta de la situación y estaría esperando a que alguien le rescatara con un gin tonic en la mano. No valoraba otra alternativa, su primo tenía que estar allí, vivo.
En la primera planta ya se les estaban complicando las cosas, dos niños de no más de diez años, transformados en esos seres horribles corrían hacia ellos. La visibilidad en esa zona central del pasillo no era muy buena. Julián se sintió tan horrorizado que se detuvo y reculó varios pasos. Miró el cuchillo que llevaba en la mano, nunca sería capaz de clavárselo en la cabeza a esas criaturas. Ninguno sería capaz, estaban perdidos.
Julián vio como el monje continuaba subiendo, doblaba y ascendía a la siguiente planta, huía y los dejaba con los dos críos.
Ya estaban frente a la mujer. Desde su posición Julián vio como Alizée cambiaba el cuchillo de posición y de un certero tajo cercenaba la cabeza completa de uno de los niños, el tronco cayó inerte y la cabeza rodó hasta sus pies. Al otro niño lo sujetó de un brazo obligándole a darse la vuelta y clavó el cuchillo en su nuca. Lo mantuvo un instante cogido en vilo y lo dejó caer. Los había matado, los había matado sin ningún escrúpulo. Unos golpecitos llamaron su atención, bajó la vista y observó la cabeza, abría y cerraba la boca ensangrentada, el ruido que oía eran sus dientes chocando. Lo miraba con ansia asesina mientras un líquido demasiado denso y oscuro para ser sangre se escapaba de su cuello.
—¿Vienes, o prefieres quedarte jugando con los niños? —La mujer lo llamaba.
El jefe de cocina saltó sobre la cabeza y corrió tras ella.
Alizée avanzaba caminando, sin prisas ni temor. Julián pensó que le daba más miedo la mujer que los zombis. Y se alegró de que estuviese de su parte, aunque eso último no lo tenía muy claro. De la habitación más cercana a las escaleras salieron tres zombis más. Esta vez eran tres adultos, dos varones más corpulentos que Alizée y una mujer que debería tener más de cincuenta años. Ella era la que mejor aspecto presentaba, los dos hombres no podían estar más destrozados. La nariz y la boca habían desaparecido, estarían en los estómagos de otro, puede que de la mujer. Curiosamente, Julián se encontraba ahora más dispuesto a enfrentarse a ellos, al menos eran de su tamaño. Uno de los hombres lo eligió como objetivo. Pronto lamentó que no hubiese sido más pequeño. Logró esquivarlo empujándolo y apartándose al mismo tiempo. Movía los brazos al frente y hacía que Julián se sintiera incapaz de lograr clavarle el cuchillo.
Alizée por su parte corrió hacia los otros dos, al llegar a un metro de ellos se dejó caer al suelo y se deslizó por el suelo de mármol resbaladizo por la sangre derramada. Con los brazos en cruz golpeó en las piernas a los dos haciéndoles caer. Se incorporó y volvió sobre sus pasos. Los zombis intentaban levantarse, Alizée se subió en la espalda del hombre y agachándose clavó el cuchillo en la cabeza de la mujer. Cuando lo extrajo saltó arriba y cayendo con los dos pies sobre el cuello se lo partió. La cabeza del hombre quedó de lado, abría y cerraba los dientes descarnados intentando morder el aire.
Alizée se volvió buscando a Julián, lo encontró debajo del otro zombi, lo tenía difícil, se dio la vuelta y se alejó. Nada más subir el primer escalón se detuvo. Si el cocinero era mordido se transformaría y luego tendría que vérselas con dos zombis. Regresó corriendo. Julián sujetaba al zombi de los brazos mientras esquivaba sus dientes. Alizée propinó una bestial patada al zombi en la cabeza pero ni así cedió en sus intenciones. Lo agarró de la ropa y lo levantó en vilo, una vez en pie lo arrojó contra la pared, salió rebotado y lo recibió con una patada en el pecho, el zombi chocó contra la puerta de una de las habitaciones y Alizée atravesó su pecho con los dos cuchillos dejándolo clavado en la madera. Retrocedió un paso y observó los intentos del zombi por soltarse. Sonrió y le partió el cuello con una patada inverosímil. Al extraer los cuchillos el zombi se desplomó.
—Te habías ido ¿Por qué has vuelto a ayudarme?
—Me pones a cien cariño —Alizée le sonrió mientras limpiaba la hoja de los cuchillos en la espalda del zombi.
—Siguen vivos, quiero decir, mira sus cabezas.
—Tú también tienes cuchillo ¿No? —Se levantó y enfiló hacia las escaleras.
Alain avanzaba sin realizar ningún ruido, su destino era la tercera planta, la habitación 350. Le traían sin cuidado los zombis. Ya se encontraba en ella y aún no había tenido que enfrentarse a ninguno. El ruido que formaba Alizée los dirigía hacia ella y le dejaba el paso franco.
La cosa cambió en el último piso. La habitación 350 quedaba hacia la derecha. Desde el otro lado venían dos zombis pero decidió ignorarlos y continuar hacia su destino. Dos más se le interponían, a ellos no podría eludirlos. Continuó caminando tan tranquilo, balanceó en sus manos los dos rodillos de amasar, él no quería cuchillos, y se preparó para el enfrentamiento.
El primero que llegó a él era un adulto de complexión media, su muñeca derecha colgaba sujeta por algún tendón, iba y venía al arrítmico paso que llevaba. Gruñía como Martín y Donato y olía peor. Alain se apartó a la izquierda y golpeó al zombi en la cabeza con el rodillo. El hombre pareció entrar en cortocircuito, sufría tembleques que iban de su cabeza a sus pies. El monje volvió a golpearlo, esta vez lateralmente, en plena boca. Ahora sí cayó hacia atrás.
Alain se aplicó al otro, era una mujer, vestía una especia de uniforme, seguramente trabajaría en el Hotel, emitía los mismos sonidos guturales, venían de serie en todos ellos. La pierna izquierda, por debajo de su falda, dejaba ver unas terribles laceraciones fruto de los mordiscos de algún otro zombi. Curiosamente era algo que no parecía afectarla para caminar. La otra pierna estaba intacta, hasta era bonita. Se desplazaba relativamente erguida y no se tambaleaba como el que acababa de “liberar”. Alain sonrió al pensar en el término usado.
Aceleró un poco el paso hacia ella y cuando ya la tenía enfrente hizo una finta a la izquierda difícilmente creíble en una persona de su corpulencia. Desde ahí golpeó lateralmente en la nuca a la mujer que salió lanzada hacia delante con el cráneo roto. El monje ni siquiera se detuvo a mirarla, continuó hacia la puerta 350. Al llegar empujó sin complejos. La puerta no se abrió, lo volvió a intentar pero no había forma. Las cerraduras electrónicas continuaban funcionando a pesar del apagón “viva la tecnología”, era fascinante.
Se dio media vuelta, al final tendría que enfrentarse a los otros dos. Apoyó el peso en una de sus piernas, esperando. Llegaban separados tres o cuatro metros; mejor, más sencillo. Alain agitó la cabeza, otra vez los mismos quejidos. El primero en llegar era un joven más bien enclenque, su cuenca ocular izquierda estaba vacía y supuraba un líquido denso incalificable. Cuando lo tenía a un metro lanzó uno de los rodillos, impactó en su frente. El zombi permaneció en pie, aturdido. Alain caminó hasta su lado y golpeó de abajo arriba con el otro rodillo en su mentón. El joven saltó hacia atrás y cayó desplomado.
El monje dirigió la mirada al rodillo lanzado que ahora estaba en el suelo.
—¡Mierda!
Pisó con fuerza en una de las asas y el rodillo saltó hacia arriba, lo cogió al vuelo y fue a por el siguiente.
Se trataba de un anciano, con diferencia era el que peor aspecto presentaba, se habían ensañado con él a conciencia. Sus dos brazos estaban partidos y su pie izquierdo al revés. Ni siquiera gruñía. Alain esperó paciente a que llegase hasta él y golpeó con los dos rodillos al mismo tiempo. Su cabeza estalló como una nuez cascada. No esperó a ver cómo caía.
Alizée y Julián no habían podido pasar de la primera planta, se encontraron con varios zombis a medio camino, prefirieron volver al rellano y evitar el enfrentamiento en la escalera. Los zombis bajaban muy lento cuando no rodando, su coordinación era penosa.
Alizée se giró hacia Julián.
—¿Vas a participar o lo que te va es el rollo de mirar?
Julián no se atrevió a contestar.
El primer zombi llegó, con el ansia de devorarlos lo antes posible pisó mal y cayó a los pies de Alizée, ésta sólo tuvo que clavar el cuchillo en su coronilla.
—El siguiente para ti —se apartó a un lado y le dejó sitio a Julián.
Un nuevo zombi llegó rodando. El jefe de cocina tuvo que apartarse para que no lo derribase. Sin siquiera levantarse, gruñendo, avanzó de rodillas y adelantó su brazo para cogerlo de la pierna. La respiración de Julián no podía ir más aprisa. Se subió en la espalda de un salto e intentó clavar el cuchillo en su cabeza. Le daba tanta aprensión y se sentía tan mal que la hoja no llegó a atravesar el hueso. El zombi hizo un movimiento brusco y Julián resbaló cayendo al suelo.
—¡Ayuda! —Consiguió articular.
—De eso nada esta vez te toca a ti, mátalo tú solito.
Alizée se fue a por un zombi que venía completamente desnudo. Lucía un llamativo tatuaje en el bíceps izquierdo, una flecha roja atravesando el nombre de Bea. La parte derecha de su musculado abdomen había desaparecido.
—Se te han comido media chocolatina chico.
Alizée arrancó a correr de repente sorprendiendo al hombre. Cuando estuvo a su altura asestó al joven una cuchillada lateral en el cuello seccionándolo. Su cabeza se dobló hacia atrás y quedó colgando del tronco por la piel y poco más.
Cuando volvió a las escaleras se encontró bajando a Alain. Agarraba por detrás a los zombis que iban delante y los lanzaba por el hueco de la escalera.
—Creo que me necesitabas.
—Los dos nos necesitamos —contestó Alizée sonriendo de lado.
Los gritos de atrás hicieron que se girasen los dos. Julián clavaba salvajemente el cuchillo en el cráneo del zombi una y otra vez.
—Ya vale campeón, ya vale, guarda fuerzas.
Esperaron unos instantes pero no parecía que llegasen más zombis así que subieron seguidos por Julián todavía aturdido y tembloroso.
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Ernest se había sentado en el primer escalón. Todos estaban agotados.
—¡Cuidado! —El aviso de André llegó acompañado de un fuerte tirón que lo derribó de la escalera.
Al lado del lugar en que estaba sentado cayó un zombi. Al momento otro.
—Pero qué… —tronó Ernest.
Dos zombis más cayeron. En el hueco de la escalera, un entramado de piernas y brazos se movía con vida propia. El último zombi caído logró avanzar arrastrándose, su columna parecía estar partida. Mikel se le acercó y hundió el cuchillo en su cabeza sin dejar de mirar a los ojos de Bastian. Repitió la operación con los otros tres. Él solo acabó con los cuatro sin separar la vista del francés.
Tras verificar que no llovían más zombis ascendieron con cautela.
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En la tercera planta Alizée había insertado su tarjeta en el lector de la puerta. Cuando Julián se disponía a pasar dentro la mujer puso la mano en su pecho.
—Tú a lo tuyo.
Lo empujó fuera y cerró.
Julián tomó nota mental de lo raro que era el comportamiento de la mujer y del fraile, tendría que hablarlo con André cuando bajase. Estaba solo en el pasillo. Se dirigió con paso rápido a la habitación de Eduardo. Mientras caminaba sacó de su bolsillo una tarjeta maestra. Cuando se reuniese con él ambos pondrían al corriente al Director. Por un instante pensó en lo curiosa que era la vida, el año anterior montaron una broma basada en los zombis y este año por poco se lo comen los muertos vivientes, sí, la vida era realmente curiosa.
Tenía que darse prisa, no quería que lo vieran el monje y la mujer ni que pudiese llegar algún otro zombi. Aún temblaba de pensar lo que acababa de hacer, se había vuelto loco, no podía parar. Si no hubiese sido por el aviso de la mujer todavía estaría clavando el cuchillo en la cabeza de ese desgraciado.
Introdujo la tarjeta en el lector y pasó gritando:
—Edu, Edu cabrón, ya estoy aquí.
Cerró y se adentró en la suite. El ataque lo cogió completamente desprevenido.
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Se encontraron todos en la tercera planta. Bastian no pasó inadvertida la mochila que portaba el fraile.
—Parece que ya no hay más zombis por los rellanos —André creyó haber conseguido que su tono de voz no reflejase lo asustado que aún estaba.
—Podría haber más en las habitaciones —a Ernest se le notaba más templado.
—Tenemos que revisar todas las habitaciones y…
—No vamos a ir puerta por puerta —Alizée limpiaba el cuchillo en la pernera de su pantalón.
—Pero puede haber más supervivientes, en alguna habitación podrían quedar personas vivas.
Alizée continuaba inflexible negando con la cabeza.
—Marcaremos las habitaciones en las que quede gente viva y en las que haya zombis, pero sólo sacaremos a los vivos —Bastian se medía a los ojos de Alizée.
—¿Y cómo sabremos donde hay zombis y donde no? ¿Y cómo señalizamos cada habitación? —Preguntó ahora el Director.
—Sólo hay que llamar a la puerta, si contestan están vivos, si gruñen son zombis —habló Mikel mirando a Alizée de abajo arriba.
—¿Y cómo marcamos cada habitación? —Preguntó ahora Ernest.
—Una “Z” zombi una “V” vivo —habló despacio el monje— nosotros empezaremos abajo —y se encaminó a las escaleras sin soltar la mochila y sin dar lugar a más debate.
Bastian se desplazó hasta la última habitación del pasillo en el que estaban. Comprobó que la puerta estaba cerrada y dio varios golpes sobre la madera con la mano abierta. Pegó el oído a la hoja pero del interior no escapó ningún sonido.
Se desplazó a la siguiente habitación e hizo lo mismo. Mikel se aplicó en el otro lado del pasillo. Ernest y André comenzarían por el otro lado, Angelo se quedó junto a Bastian.
Después de comprobar todas las habitaciones de la tercera planta se reunieron delante de las escaleras. No encontraron a nadie con vida; por el contrario, en cuatro habitaciones detectaron gruñidos.
—Eso quiere decir que hay cuatro zombis más, podríamos acabar también con ellos —apuntó Ernest.
—Nos limitaremos a marcar las habitaciones, sólo sacaremos a los que estén vivos.
Aunque Bastian no había dejado lugar para muchas dudas Ernest volvió a la carga.
Sólo son cuatro zombis, no tardaríamos nada y dejaríamos limpia la planta entera.
—No podemos saber cuántos zombis hay en cada una de las cuatro habitaciones, podría haber uno o diez, no hay necesidad de tomar más riesgos. Oscurece rápido, vayamos a la planta segunda y terminemos.
El razonamiento del francés era claro y nadie más replicó.
En el siguiente piso se distribuyeron de igual forma. Marcaron dos habitaciones con la “Z”, y al llegar a la número 245 escucharon voces humanas al otro lado.
Después de marcar otras tres habitaciones con la “Z” se concentraron todos frente a la puerta número 245. André se dirigió a los huéspedes ocultos.
—Les habla el Director, soy André Montanier. Hemos limpiado los pasillos de… de zombis, tenemos la situación relativamente controlada. En el comedor estamos una veintena de… de supervivientes. Tenemos comida y con los fogones de la cocina estamos más o menos calientes. Tengo una llave maestra, vamos a entrar.
A pesar de que al introducir la llave el led indicó que el pestillo estaba libre la puerta no se abrió. Un segundo intento obtuvo idéntico resultado. Ernest le pidió la llave para volver a intentarlo.
—Es tontería Ernest, tienen cerrado por dentro, está claro que no confían en lo que se puedan encontrar. Escuchen —continuó el Director— si no quitan el seguro no podremos abrir. Pronto oscurecerá y debemos estar para entonces en el comedor. El exterior del Hotel continua sitiado por esas cosas, es más seguro que permanezcamos todos juntos.
Aunque Bastian no hizo ningún comentario albergaba serias dudas acerca de eso.
Al otro lado de la puerta pudieron escuchar murmullos, pasos e incluso algún forcejeo.
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Dentro, Sofía se acercó a su marido. Seguía sentado en la silla frente a la puerta, impasible.
—Enrique, cariño, tenemos que ir con ellos, juntos estaremos más seguros, aquí no tenemos comida y tú, tú, tú necesitas ayuda y nosotros también. Los niños tienen hambre y frío, voy a abrir.
—No.
Enrique cogió de la muñeca a su mujer. Los pequeños Diego y Marta se acercaron a su padre.
—Tenemos hambre papá. Queremos salir.
—No, no podemos salir, nos matarán.
Mario, el mayor se situó detrás de su padre y le acarició la cabeza.
—Papá y yo nos quedaremos un rato más, mañana saldremos ¿Te parece papá?
El padre, agotado, cedió por fin y su mujer levantó el seguro. Después abrió despacio la puerta. En el pasillo el Director, junto a otras cuatro personas cubiertas de sangre y con aspecto de haber librado la peor de las batallas, la animaba a salir.
Se despidieron entre lágrimas de su familia y la puerta se cerró de nuevo. Desde fuera escucharon como el pestillo era colocado otra vez.
—Aquí estaremos bien papá, y ellos también estarán bien, no te preocupes, te recuperarás.
—No tenían que haber salido, van a morir. No tenían que haber salido.
Mario se abrazó a su padre y le besó en la coronilla. Se estaba volviendo loco pero él lo cuidaría, no le iba a dejar solo.
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Entre Ernest y André tranquilizaron a los dos niños y a la mujer, los situaron en el centro del grupo y bajaron tras Bastian. La siguiente planta era la que le correspondía comprobar al otro grupo así que siguieron hacia el comedor.
Las puertas de acceso estaban cerradas. Una vez que el Director llamó y al otro lado comprobaron que sólo venían ellos, abrieron y pudieron pasar. Bastian esperó a que todos hubieran entrado y luego se dirigió al aseo, tenía el forro polar empapado en sangre y no quería que la niña lo viese así.
El baño de caballeros, donde habían metido a los zombis del comedor desprendía un hedor insoportable. A pesar de las bajas temperaturas los cuerpos debían estar descomponiéndose, era extraño.
Entró en el de señoras, comprobó que no hubiese ningún invitado no previsto y se colocó frente a uno de los lavabos, dejó la pistola donde pudiera alcanzarla en caso de necesidad. Se quitó el forro polar y lo arrojó a una de las papeleras. La camiseta interior que llevaba tampoco tenía mejor aspecto. Se la quitó también y se dispuso a asearse.
Dentro del comedor el Director intentaba que la mujer y los niños se encontrasen lo más cómodos posible. Los que se habían quedado dentro no paraban de hacer preguntas. Alizée y el fraile habían entrado antes pero no soltaron prenda.
La cara de Alain palideció al descubrir la presencia de Arnau, Pietro y el joven que había llegado del Albergue. Buscó a Dominique pero él no estaba. Ignoraba el motivo de que hubiesen abandonado el Santuario pero sospechaba que tenía que ver con él mismo.
Bea se acercó a Ernest y lo cogió del codo.
—Mi marido ¿Ha… ha visto a mi marido?
El vigilante la miró sin saber qué decirle, no sabía quién era su marido
—¿Su marido es un morenazo muy bien dotado y con un bonito tatuaje en el brazo? —interrogó Alizée dando un mordisco a una manzana.
—Sí, sí, sí es ¿Está bien? ¿Dónde está? —Bea se había aproximado a Alizée y la sacudía de los hombros.
La francesa terminó de tragar antes de contestar.
—Puedes considerarte oficialmente viuda —y dando media vuelta se dirigió a la cocina junto a Alain quien saboreaba otra manzana con la mochila al hombro.
—Hija de puta —escupió Ernest cuando Alizée ya se alejaba.
Bea no fue capaz de expresar nada, agachó la cabeza y volvió a tirarse en el suelo, en el mismo lugar en que había permanecido hasta ese momento.
La pequeña Carla continuaba de la mano de Gwen, habían visto entrar a todos menos a Bastian.
—¿Dónde está Bastian? —La niña preguntaba alargando el cuello hacia la puerta y tirando de la mano de Gwen.
—Cariño, tal vez…
—No, quiero que venga ya —la interrumpió, se giró e intentó ver algo por la puerta que permanecía entreabierta.
—Vamos, le preguntaremos a André.
—No —la niña se soltó de su mano.
—Vale, no te muevas de aquí, yo preguntaré. ¡Espérame aquí! —la niña asintió sin dejar de mirar hacia la puerta.
Cuando Gwen se volvió corrió hasta la puerta. No habían vuelto a colocar el mobiliario que servía de barricada así que logró abrirla. A partir de ese momento todo ocurrió muy rápido. Cuatro zombis entraron uno tras otro al comedor desde la Recepción gruñendo y gritando. Atacaron a las personas más cercanas a la puerta. El primero se enfrentó a Mikel, los otros tres fueron a por Angelo y la pequeña Carla. El italiano agarró a uno de ellos y lo lanzó a un lado para evitar que alcanzase a la niña, el segundo se le echó encima y cayeron ambos al suelo. Gwen ya corría hacia la pequeña, llegó a ella antes que el zombi que había apartado Angelo e intentó sujetarlo de las manos. La niña gritaba agarrada a las piernas de Gwen.
El último zombi fue interceptado por Arnau quien con una rápida maniobra lo inmovilizó con las manos a la espalda como ya hiciera con los otros monjes infectados en el Santuario.
En el comedor se sucedieron los gritos y las carreras para intentar alejarse de los zombis pero entre todos ellos se pudieron oír claramente los de Carla.
—¡BASTIAAAAAAAN! ¡BASTIAAAAAAAN!
El francés se frotaba la cabeza empapada intentando quitarse restos de sangre y no sabía qué más cuando escuchó la llamada de la niña. Algo pasaba, los zombis habían entrado en el comedor pero cómo.
Alain cogió el rodillo e hizo intención de correr hacia la puerta pero la mano de Alizée se cerró como una garra sobre su brazo.
—Espera, puede que los zombis nos hagan un favor —no sabía a qué se refería, Arnau ya había detenido al zombi. De todas maneras decidió aguardar como sugería ella.
Bastian cogió la pistola con las manos chorreando agua y corrió como no lo había hecho en su vida. Golpeó la puerta lateral pero nadie abrió. Voló hacia la puerta principal, ésta sí estaba abierta. Al mismo tiempo que avanzaba, su cabeza intentaba analizar la situación.
Angelo esquivaba como podía las dentelladas de un zombi que había logrado derribarlo, no tenía nada que hacer, ya estaba muerto. El tal Mikel acababa de clavar su cuchillo en la cabeza de otro zombi, el tercero se hallaba en pie, a duras penas sujeto por Gwen. La niña agarrada a la pierna de Gwen lanzaba patadas con los ojos cerrados. Un cuarto ser había sido inmovilizado por un monje que antes no estaba en el comedor.
Bastian corrió hacia la niña y se sorprendió rogando que la mujer lograse sujetar a esa bestia.
Agarró al zombi por detrás del cuello y, alejándolo de la cara de la chica disparó colocando el cañón en su sien. Lo soltó dejando que el cuerpo cayese empujado por el impulso del proyectil y se giró hacia Angelo. Ya era tarde para él. El zombi arrancaba en ese momento un trozo de carne de su brazo. Bastian se inclinó sobre el ser y con un preciso movimiento partió su cuello. Lo levantó y lo lanzó a un lado. Luego se acuclilló junto al italiano, éste ya comenzaba a notar el efecto del virus en su sangre. Bastian apuntó la pistola a su cabeza.
—Hazlo, no quiero convertirme en una de esas cosas —tiró del cañón de la pistola, se lo colocó sobre la frente y cerró los ojos— hazlo, por favor, con la pistola, con el cuchillo, con el cuchillo no.
El disparo retumbó en todo el comedor y poco a poco su eco se fue diluyendo.
¡PLAS!¡PLAS!¡PLAS! Unos aplausos sonaron procedentes de la cocina. Bastian buscó su origen; Alizée aplaudía con una cínica sonrisa en sus labios.
—¿De dónde han podido salir? Hemos revisado todas las plantas —André hablaba en voz alta sin dirigirse a nadie en concreto mientras comprobaba la puerta lateral. Mikel aseguraba la entrada principal.
—Puede que alguien no haya hecho su parte —Bastian había caminado lentamente hasta la mujer y ahora tenía la cara a escasos centímetros de la de ella— no habéis comprobado la primera planta y por vuestra culpa ese hombre está ahora muerto, nos habéis puesto a todos en peligro.
—Tranquilo chico —Alain colocó la mano en el hombro empujándolo hacia atrás.
Bastian se giró de forma inconsciente hacia el monje y le lanzó un salvaje directo a la mandíbula. El golpe no sólo no lo alcanzó sino que acabó con Bastian en el suelo y la rodilla de Alain sobre su pecho.
—Tranquilo chico —repitió— al final te harás daño —Alain hizo fuerza con la rodilla sobre el esternón de Bastian y apretó sus dedos sobre el cuello del francés.
Cuando sintió el cañón de la pistola en su costado aflojó y se fue apartando hasta ponerse en pie.
—La violencia no es necesaria hijo.
Carla corrió y se tiró sobre Bastian. Se abrazó a su cuello y no lo soltó ni cuando se hubo terminado de poner en pie.
—Y vístete por Dios que tienes a tu novia babeando —Alizée habló disimuladamente al oído a Bastian y se alejó con pasos cortos.
Bastian cubrió los ojos de la niña con su mano al descubrir la intención de Mikel de clavar el cuchillo en la cabeza del zombi que mantenía inmóvil Arnau. El monje no se lo esperaba, él no había querido acabar con la vida de ninguno.
—¿Qué coño hace? Acaba de matar a un hombre.
—¿Un hombre? ¿De dónde sales tú?
Mikel alcanzó al zombi al que Bastian había roto el cuello, seguía moviendo la boca y haciendo chocar sus dientes. Repitió la operación y se dirigió al monje recién llegado.
—No son hombres, son zombis, o los matas o te comen y padre: no debería decir tacos —se alejó a una de las mesas y se sirvió agua de una jarra.
Arnau no supo qué replicar y se reunió con Pietro y Leo intentando limpiar las manchas de sangre que habían salpicado su hábito.
—¿Por qué están ellos aquí? —Bastian señaló con un movimiento de cabeza a Arnau y los otros dos— ¿Quién les dejó entrar?
Gwen se tomó un instante para ordenar sus ideas.
—Nada más salir vosotros algo pasó fuera, de repente los zombis se volvieron como locos, al principio pensamos que era por vosotros, que de alguna forma habían sentido que habíais salido, pero al poco rato descubrí, bueno descubrió ella, que sobre el tejado de la pasarela había tres hombres, saltaron delante de la puerta y comenzaron a golpear la entrada. Corrí hasta la cocina y…, y abrí. No había zombis cerca, se habían ido hacia el Santuario pero ya comenzaban a regresar, los tres llegaron sin problemas y cerramos. Eso es todo —acabó la mujer.
—Escucha esto con atención: Nunca, repito, nunca, vuelvas a dejar entrar a nadie si yo no estoy ¿Está claro?
—Pero —intentó explicarse Gwen.
—Nunca —cortó tajante Bastian y se alejó hasta sentarse en el sofá con la pequeña en brazos.
Gwen se acercó a ellos con unas prendas que acababa de sacar de la maleta que abrió Bastian anteriormente.
—Póntelas o cogerás una pulmonía.
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La temperatura en la niveladora era terrorífica. Después de un intervalo de tiempo que ninguno de los dos era capaz de cuantificar se decidieron a asomarse fuera de la manta. Ambos se habían ido arrimando de forma inconsciente para estar más calientes y por qué no decirlo, también más seguros. Vera apartó las mantas y se destapó volviendo a cubrir a Nacho.
—¿Por qué sales? Hace mucho frío, vuelve a taparte ¿Me oyes? Chica, oye…
—Me llamo Vera y me estoy meando viva. Si no meo voy a reventar.
—No puedes salir fuera, te atraparán.
Vera se asomó por uno de los cristales, por ese lado no se distinguía a nadie aunque la visibilidad era muy mala, no podía estar segura de que en las inmediaciones no anduviesen media docena de esos zombis.
—¿Es qué no va a parar nunca de nevar? —Vera habló más para sí que otra cosa.
Se desplazó al otro lado, por allí tampoco se veía a ningún zombi.
—Voy a salir fuera, cierra la puerta.
Nacho apartó las mantas y la miró con los ojos como platos.
—No salgas, por favor, mea aquí pero no salgas fuera.
Vera lo ignoró y salió del vehículo.
El corazón de Nacho se revolucionó, volvió a introducir de forma maquinal el crucifijo en su boca. Ahora vendrían esos seres y se la comerían como habían hecho con su abuelo, la cruz daba vueltas a toda velocidad girada por su lengua, y él no podría hacer nada, y volvería a quedarse solo. La puerta abriéndose de nuevo lo sobresaltó, escupió el crucifijo. La chica volvía a subir. Corrió a la ventana, no divisó a ningún zombi, no la habían visto.
Vera se metió en la boca un puñado de nieve. Nacho la observaba atentamente. La chica le alcanzó un poco de nieve.
—Toma, al menos nos calmará un poco la sed.
Nacho dudó unos instantes pero al final la probó también.
—¿De dónde has salido? Quiero decir que si estabas alojado en el Hotel o solo habías venido a esquiar —Vera le preguntaba mientras revolvía por todos los compartimentos del interior de la niveladora.
Nacho tardó en responder, trataba de apartar de su retina la imagen de su abuelo bajo las fauces de esas bestias.
—¿Qué les ha pasado a esas personas? ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué nos atacan? Han matado a mi abuelo.
Vera se arrimó a él con unas velas en una mano, con la otra le apretó con fuerza en el brazo. Ella estaba tan asustada o más qué él, pero se trataba solo de un chico, ella era la adulta, la persona mayor, a ella le tocaba proporcionar consuelo. Tras meditar la oportunidad finalmente le preguntó
—¿Dónde están tus padres? Quiero decir, no habrás venido solo ¿No?
Las lágrimas asomaron a los ojos de Nacho, se las secó rápidamente con el dorso de la mano. Le contó a la chica que sus padres se habían visto atrapados por el temporal en el Restaurante de las pistas. No le habló de su enfado con ellos, se sentía demasiado avergonzado para contárselo a alguien y menos a una desconocida.
Vera encendió las cuatro velas que había encontrado y las colocó en círculo alrededor de ellos, en un sitio de dimensiones tan reducidas el fuego elevaría unos pocos grados la temperatura. Una segunda búsqueda dio con tres paquetitos de galletas. Los repartieron y comieron en silencio.
—Seguro que tus padres están bien. Allí no debería de haber zombis. Cuando todo esto pase te reunirás con ellos.
—Pero ¿De dónde han venido los zombis?
Vera se tomó unos instantes para encontrar el modo de explicárselo, ni siquiera ella estaba segura de lo que había pasado.
—Nacho…, Nacho, los zombis —no sabía cómo decirlo— los zombis son los huéspedes, se han transformado, por la sangre o, en realidad no sé porqué.
—Entonces, mi…, mi abuelo, mi abuelo ¿Es ahora uno de esos zombis? No, no puede ser.
En su cerebro se repitió todo el recorrido desde su habitación hasta los lavabos donde permaneció escondido. Cuando atacaron a su abuelo, en realidad estaban intentando comérselo, y una de las mujeres que sorteó era una de las señoras que estuvo limpiando la habitación el día anterior, ella ya se había transformado.
—¿Y se pondrán bien? Quiero decir ¿Se pueden curar?
—No, no lo creo Nacho, no lo creo.
El chico se sumió en un profundo silencio, se caló los auriculares, subió el volumen de la música y Vera no consiguió sacarle ni una sola palabra más.
Nuria. Ermita de San Gil
El tiempo parecía haberse detenido. Tras la excursión al exterior de Lucía, el ánimo de las dos chicas se había elevado. Cierto que la supuesta ayuda había sucumbido pero su llegada significaba que en el exterior ya estaban al corriente de lo que estaba sucediendo en el Valle. Era cuestión de tiempo que la ayuda llegase y esa locura terminara.
Colocaron la olla junto a su improvisada hoguera y la nieve se fue fundiendo rápidamente. El volumen se redujo a la mitad. Ana calculó que tendrían algo menos de un litro de agua. Con eso podrían aguantar un par de días si lo racionaban correctamente. Otra cosa era la comida. No disponían absolutamente de nada comestible. Según Lucía eso las serviría para recuperar su esbelta figura. Las dos se habían echado a reír tras el comentario.
Sin nada mejor que hacer partieron otro banco para tener leña y dejaron llevar su mente hacia las cosas que harían con el dinero que les proporcionase la venta de los diamantes. Lucía ya no se oponía y las dos amigas planeaban la manera de dar salida a las piedras preciosas.
PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO