Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 00:00 y las 03:00 horas
Nuria. Ermita de San Gil
Lucía y Ana continuaban completamente entumecidas, una vez finalizado el esfuerzo realizado y alejado el peligro más inmediato, su cerebro se empeñaba en recordarlas que debían entrar en calor lo antes posible. La temperatura en el interior de la Ermita no era mucho más elevada que en el exterior bajo la nieve. Se habían librado de la ventisca y la nevada, sí, pero su situación seguía siendo muy complicada.
—Debimos ir a Sierra Nevada, como tú querías —Lucía se frotaba las manos enrojecidas por el frío mientras zapateaba contra el suelo de la iglesia.
—No nos llegaba la pasta, ya lo sabes —tartamudeó Ana mientras apretaba sus manos con las axilas y frotaba una pierna contra la otra.
Como los golpes y gruñidos de las dos locas que las habían perseguido ya no se escuchaban se acercaron a la zona de las ofrendas y Ana se dedicó a encender con manos temblorosas todas las velas existentes. Cuando terminó sacó una moneda de dos euros de uno de los bolsillos de su pantalón y la echó dentro del cepillo, tuvo que sujetarse la mano con la otra para poder acertar en la ranura.
Las dos jóvenes extendieron los dedos sobre las llamas de las velas, al instante comenzaron a notar un intenso hormigueo en su interior, se les antojó la mejor sensación que hubiesen percibido nunca.
—Las velas se apagarán.
—Sí.
—Tendríamos que buscar alguna forma para calentarnos.
—Sí.
Ana se frotó con fuerza las manos una vez más y cogió una de las pequeñas velas, quemaba, la soltó de nuevo. Sacó de un bolsillo su móvil. Estaba descargado, le dio la vuelta y colocó sobre él la vela. Había dos lámparas antiguas colgando del alto techo, pero ninguna respondió a los interruptores que encontró. Recorrió con precaución todo el interior de la Ermita. No tenía ventanas, al menos ventanas por las que pudiesen escapar. En la pared principal, encima de la puerta de entrada, descubrió tres ventanucos redondos, eran una especie de tragaluces; imposible acceder a ellos, quedaban demasiado altos. Continuó caminando pegada a la pared. Encontró una puerta cerrada y recordó a dónde conducía. La mañana anterior habían pasado cerca, era una especie de pequeño habitáculo, como añadido, con otra campana en lo alto. Claro, la campana, sólo tenía que tocarla y alguien vendría a ayudarlas. Era medianoche pasada, a quien la oyese le extrañaría y la pesadilla terminaría. Tanteó y la puerta se abrió.
—¡Bien! —No pudo reprimir una exclamación de alegría.
Atravesó la estancia y buscó alumbrando por la pared hasta que dio con una larga cuerda enganchada en un colgador. Ahí estaba. La desató y cogiendo aire, saltó tirando de la cuerda. La campana restañó con un ruido enorme que la dejó algo sorda. Pudo advertir como la nieve chocaba contra el suelo cayendo desde el tejado debido a la vibración. Se preparaba para repetir la operación cuando Lucía se acercó corriendo y le arrebató la cuerda de las manos.
—¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca? Devuélveme la cuerda, hay que hacer sonar la campana, enseguida vendrá alguien a… —se interrumpió. Al otro lado de la puerta los golpes y gruñidos de las dos mujeres reaparecieron con más fuerza que antes.
—Si vuelves a tocar la campana todas esas cosas vendrán aquí, escúchalas, han enloquecido, tiraran la puerta abajo si sigue sonando y si vienen más será peor.
Era cierto, el comportamiento agresivo de las dos mujeres iba desapareciendo a medida que el sonido se apagaba. Ana se sintió ahora abatida.
—Sólo tenemos que resistir hasta mañana, cuando amanezca alguien vendrá a ayudarnos, ya han tenido que descubrir los cadáveres del camping.
—¿Qué cadáveres? Si andan todos por ahí comiéndose a la gente.
—No, eso ha sido sólo en el camping, la gente del Hotel vendrá mañana a ayudarnos ¿Verdad?
Las dos amigas permanecieron un momento en silencio y luego se fundieron llorando en un abrazo.
—Vamos a buscar algo para hacer fuego, tenemos que calentarnos.
Entre las dos buscaron algo que poder quemar. Sólo encontraron un par de cuadros con el fondo de contrachapado y grueso marco de madera. No era suficiente. Las dos miraron al altar. En la capilla de la Ermita se celebraba misa, no regularmente, pero sí en días señalados. Era de fría piedra. Frente al altar se encontraban dispuestas dos filas de cuatro bancos cada una. Ana se colocó frente al último de la derecha, lo arrastró separándolo del resto y lo levantó hacia delante, quedando elevado ahora el reposa rodillas. Con una fuerte patada lo partió. Después, entre ambas amigas fueron troceando los listones de madera en pedazos más pequeños.
Destrozaron un total de tres reposa rodillas. Reunieron la leña a los pies de la Pila Bautismal, tenía algo menos de un metro de diámetro. Depositaron en ella los trozos más pequeños de madera que habían partido y los mezclaron con octavillas de oraciones arrugándolas. Con ayuda de las velas de las ofrendas lograron encender su improvisada hoguera. Rodearon la Pila y fueron notando como su cuerpo iba reaccionando al incremento de temperatura.
Después de pasada media hora pegadas a la hoguera, Ana se dirigió a un enorme mural existente sobre una de las paredes, en él se podía leer la historia de la Ermita de San Gil.
Según la tradición, San Gil llegó al valle alrededor del año 700. Este santo, de origen ateniense, residió en el valle durante cuatro años. Siempre según la leyenda, el santo talló una imagen de la Virgen que escondió en una cueva al verse obligado a huir del valle cuando los árabes invadieron la Península Ibérica. Junto a la Virgen dejó escondidas la olla que utilizaba para hacer la comida, la cruz que presidía sus rezos y la campana con la que llamaba a los pastores para que vinieran a comer.
En 1072, un peregrino procedente de Dalmacia, y de nombre Amadeo, llegó al valle buscando la imagen de la Virgen según una revelación divina. Construyó una pequeña capilla a la que acudían los peregrinos. En 1079 encontró la imagen, junto a la cruz, la campana y la olla y trasladó todos los objetos sagrados a la capilla.
La imagen de la Virgen de Núria que hoy se venera es una talla datada entre el siglo XII o siglo XIII. Se trata de una talla en madera de estilo románico. De rasgos primitivos, la talla mantiene aún su policromía perfectamente conservada. La Virgen tiene al Niño sentado sobre su rodilla izquierda. Éste tiene una de sus manos levantadas en señal de bendición. Tanto María como el Niño visten manto y túnica. Antes de la restauración, la imagen tenía un color negruzco provocado por el paso del tiempo, la humedad y el humo de las velas. Este color le valió el apelativo de Moreneta del Pirineu.
Hasta nuestros días ha llegado una curiosa tradición. Las mujeres que desean tener hijos colocan su cabeza bajo la olla de San Gil y hacen tocar la campana. Cada repique representa un hijo con el que se espera que la Virgen la bendiga.
Los pastores consideraban a la Virgen de Núria patrona de la fertilidad. Desde 1983 es también la patrona de los esquiadores catalanes. La coronación canónica de la Virgen de Núria tuvo lugar en 1965. Su festividad se celebra el 8 de septiembre.
En el año 1087, los pastos del valle de Núria (citado como Annúria) fueron cedidos al monasterio de Santa María de Ripoll por Guillem Ramon de Cerdaña.
No se tienen datos exactos sobre la fecha de su fundación. En el año 1162 el valle contaba con un albergue que hacía las funciones de hospital y refugio de pastores. Junto al albergue se encontraba una capilla dedicada a Santa María. Ese mismo año, el Papa Alejandro III concedió indulgencia a todos los peregrinos del lugar.
En el año 1428 un fuerte terremoto destruyó por completo el albergue y la capilla. Se realizó una primera reconstrucción en 1449 y se reconstruyeron por completo entre 1640 y 1648. En 1728 fueron ampliados.
La iglesia actual se inauguró en el año 1911. Poco después se añadió un hotel y se inició la construcción del Vía Crucis, obra que no finalizaría hasta 1963.
En 1931, en la habitación número 202 del hotel, se redactó el que sería el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que quedó refrendado en las urnas el 2 de agosto de 1931 y aprobado por las Cortes el 9 de septiembre de 1932.
El 22 de julio de 1936, pocos días después de que se iniciara la Guerra Civil española, el por aquel entonces rector de la parroquia, huyó a Francia llevándose consigo la imagen de la Virgen de Núria. Quería así salvarla de los milicianos y de la quema indiscriminada de objetos religiosos que algunos de ellos estaban llevando a cabo.
La imagen terminó en Suiza y estuvo oculta hasta 1941, año en el que regresó al valle. Al finalizar la guerra civil, el ejército nacional instaló en el valle unas dependencias del ejército de montaña.
La iglesia actual es de construcción reciente y tiene forma de cuadrado abierto por uno de los lados. A su lado se halla el hotel. Justo enfrente se encuentra la capilla de San Gil donde, según la leyenda, se encontró la imagen de la Virgen. Fue construida en 1615 y ampliada con posterioridad.
Cuando Ana hubo terminado de leer, Lucía se encontraba a su lado. Ambas comprendieron la función de esa pequeña capilla, la campana y la extraña colocación de la olla.
—Una bonita historia ¿No crees?
—Si logramos salir con vida prometo meter ahí mi cabeza y hacer sonar la campana media docena de veces. Lo juro —Ana se acercó al lugar donde los peregrinos metían su cabeza y se arrodilló frente al hueco— lo juro.
—Las dos lo haremos.
Ribes. Comisaría
El Jefe tardó más que nunca en llegar hasta el Ayuntamiento. El todo terreno no iba fino. Tras varios intentos arrancó, pero daba tirones raros y se le había calado en un par de ocasiones, era como si la electrónica del coche estuviese averiada. Todo era de lo más extraño. Cuando aparcó se encontró con un belén similar al que tenía él en la Comisaría. Sorteó a varios funcionarios que discutían con los enfadados vecinos y subió las escaleras de los tres pisos que lo separaban del despacho de la Alcaldesa. Recordó a su padre cuando le recriminaba para que subiese los escalones de uno en uno, pero no era capaz, aunque siempre lo intentaba, uno otro, al tercero aumentaba la zancada y continuaba de dos en dos.
La puerta estaba abierta. Se encontró a la Alcaldesa recostada en un sillón de cuero blanco que ya se veía muy rozado. Tenía los ojos cerrados y una taza de café en la mano. La observó unos instantes desde la puerta. Aunque conocía esos rasgos desde la infancia pudo comprobar cómo los signos del paso del tiempo eran visibles en su rostro, los años pasaban igual para todos, no sólo para él. Continuaba siendo una mujer atractiva, conservaba la misma belleza que una vez lo cautivó. Recordó la corta pero intensa relación que mantuvieron y la forma intempestiva como terminó. Ahora conservaban una buena amistad que, a veces, los conducía a alguna noche de sexo.
—¿Cómo van las cosas por la Comisaría? —No había abierto los ojos pero lo había reconocido— deberías cambiar de colonia, tal vez la que te regalé.
—La uso los días de fiesta, hoy no es precisamente uno de ellos. ¿Sabes el motivo de que no funcione la electricidad? —Prefería ir al grano, era una de las cosas que a ella no le gustaban de él.
—Sí y no. Sabemos el motivo, pero no la causa que lo ha provocado.
—Explícate, por favor —el Jefe se dejó caer en un sofá contiguo al sillón que ocupaba la Alcaldesa.
Leyre se incorporó abriendo los ojos por fin. Se podía leer el agotamiento en ellos, tampoco debía estar resultando un día fácil para ella.
—A ver cómo te lo digo; según el encargado de mantenimiento del Ayuntamiento los transformadores encargados de proporcionar energía están fritos.
—Y ¿Para cuándo tendrán los repuestos?
—Me he explicado mal: todos los transformadores están averiados. Es como si un rayo les hubiese caído encima, pero lo curioso es que no se ven daños externos, simplemente están inutilizados. Según él si a todos los transformadores les ha ocurrido lo mismo, los repuestos, si los tienen, tardarán semanas, dice que nunca ha visto nada igual y ya tiene unos añitos —el Jefe puso cara de no estar comprendiendo nada.
—¿Quién iba a sabotear todos los transformadores a la vez? Es …
—No te he hablado de sabotaje —la alcaldesa observó con más detenimiento al Jefe de policía, su rostro indicaba a las claras que hacía rato que no descansaba, no sabía cuánto haría que no daba una cabezada. Expulsó aire lentamente mientras buscaba la mejor manera de hacerse entender, ella misma tampoco estaba en su mejor momento y además el tema de por sí era ya complejo— el técnico ha revisado, además de los transformadores otros elementos eléctricos; aparentemente están bien, pero no funcionan, y no es porque no haya electricidad —se anticipó al comentario del Jefe— es debido a que están muertos, algo ha afectado a los elementos electrónicos. A los coches, televisiones, móviles, a casi todo lo que lleve un chip.
—La tormenta eléctrica —Ramón estaba reproduciendo la conversación mantenida en Comisaría con uno de sus hombres, creía recordar que había sido Juliana.
—Sí, esa es una de las hipótesis que se apuntan. De todas formas es pronto para hacer previsiones, habrá que esperar a que el temporal pase y se restablezcan las comunicaciones.
—¿Y luego qué?
—No lo sé, según el técnico siempre, no cree que los fabricantes dispongan de transformadores a esa escala para poder sustituirlos. En situaciones así, pero aisladas, es decir, cuando ocurre sólo en una localidad, instalan grupos electrógenos hasta que puedan restablecer el servicio definitivamente, pero esto es mucho más gordo, no piensa que tengan medios suficientes.
—Joder Leyre, estamos en mitad de un temporal del copón, sin electricidad no disponemos de calefacción. La gente…
—Ya he dado instrucciones para que se habiliten estufas de leña en el polideportivo y el Hogar mantendrá las puertas abiertas y dará servicio como pueda. El Ayuntamiento tiene dos grupos electrógenos, no son de mucha potencia pero servirán para dar servicio a estos dos sitios. Por aquí la mayoría de las casas tienen chimenea, podrán arreglarse hasta que la situación se estabilice, y los que no, pueden acudir a estos puntos.
—¿El ambulatorio?
—Es verdad, allí también tienen un grupo. He hablado antes con el director, mantendrá personal de guardia para emergencias.
—Supongo que tampoco os funcionan las comunicaciones.
—La línea fija desde el accidente de Francesc y los móviles desde las diez de la noche creo.
El Jefe se puso en pie.
—Ten —le alargó un walkie— este parece ser el único medio de comunicación que funciona por el momento. Tiene la batería cargada a tope. Si hay algún problema o se produce alguna novedad avísame. Está en nuestra frecuencia.
Leyre se levantó también, colocó el aparato sobre su mesa y antes de que el Jefe saliera lo llamó:
—Ramón; está situación es… nunca había pasado algo así… es…
—Tranquila, esto pasará tarde o temprano, estamos en el siglo XXI, podemos con todo —había regresado al lado de la mujer, tomó las manos entre las suyas y las acarició un instante, pensó decir algo más pero no se atrevió— duerme un poco.
Cuando salió del Consistorio había menos gente que a su llegada. Subió al todo terreno y se dirigió al polideportivo, luego iría al Hogar y al ambulatorio y por último a recoger a Ramos y Piqué.
Habían sacado una litera al pasillo. Pau estaba sentado en la cama de abajo. La habían situado frente a la entrada. Con Marga a su lado compartía una manta sobre sus hombros. Luna dormía en la de arriba tapada hasta las orejas. El resto de los huéspedes que se habían salvado permanecían en las dos habitaciones más cercanas. Trasladaron más camas y se acomodaron entre ellas. El frío se empezaba a notar de veras. La calefacción, sin energía eléctrica, había dejado de funcionar.
Tras inspeccionar las habitaciones del primer y del segundo piso acordaron reunirse todos. En total eran once personas. Ellos tres, Nines, dos chicos y cinco chicas más. A Leo no lo localizaron. Debía haber saltado por alguna de las ventanas del primer piso. Encontraron una de las habitaciones con ella abierta. Mejor, podría haber causado problemas. Si quería morir allá él.
La luz de emergencia más lejana parpadeó un par de veces y se apagó definitivamente, comenzaban a agotarse sus baterías. Daba igual, pronto amanecería y no las necesitarían.
—¿Crees que saben lo que está ocurriendo aquí? —Marga se volvió a subir la bufanda sobre la nariz tras hablar.
—Seguro, alguien llamaría a la policía o a su familia antes de que empezasen a fallar los teléfonos.
—¿Y si no? ¿Y si nadie llamó?
—Si nadie logró llamar, cosa muy rara, pronto empezarán a echarnos de menos. Toni —tuvo que tragar saliva un par de veces y alejar de su mente la imagen de su amigo pisando sus propios intestinos arrancados sobre la nieve pisoteada, antes de poder continuar— Toni y yo teníamos que haber cogido el Cremallera de ayer. Íbamos a llamar avisando de que se había suspendido el servicio, de hecho, llamé a mi tía, pero no lo cogió. Cuando vea la llamada y compruebe que no llegamos comenzarán a hacer averiguaciones. Es cuestión de tiempo.
—A nosotras no nos esperaban hasta después de fin de año.
—Da lo mismo, una vez que venga la policía nos sacarán a todos de aquí.
—¿Crees que la policía podrá acabar con esas cosas?
—Seguro, ellos van armados, sabrán cómo hacerlo, además, puede que cuando lleguen se hayan muerto solos. Lo que sea que les pasa terminará por matarlos.
Marga se acurrucó más a él. Ninguno dijo nada más pero ambos albergaban serias dudas sobre sus últimas palabras.
Nuria. Santuario
La sorpresa y el nerviosismo iniciales habían dado paso a un profundo abatimiento. El Abad se mostraba claramente superado por los acontecimientos. Tras esos primeros momentos, el hermano Joan elevó la voz para explicar que en la Biblioteca se encontraban todos, no faltaba nadie, bueno aparte de Donato y Martín. Al Abad ni siquiera se le había ocurrido comprobar si todos estaban bien, se alegró sinceramente de que alguien lo hubiese comprobado. El hermano encargado de la cocina propuso preparar unos calditos y reunirse en el Refectorio, pero para eso debían cruzar casi todo el Santuario y esta vez, el Abad sí que mostró su disconformidad.
—¿Los vamos a dejar así? —Pietro, un joven monje venido de Sicilia señalaba a Donato y Martín con expresión compasiva— deberíamos tratar de atenderlos de algún modo y habría que llamar a la policía y a una ambulancia, alguien sabrá cómo tratar esto.
—El teléfono no funciona, será por la tormenta —el Abad iba a continuar cuando otro monje lo interrumpió.
—El móvil no consigue encontrar señal —mostró el teléfono mientras lo movía en una y otra dirección como si fuese una brújula.
El Abad no pudo reprimir una mueca de desaprobación, los móviles estaban prohibidos en el Santuario, todos los monjes lo sabían y lo aceptaron en su momento. Más adelante debería volver a tratar ese tema. De todas formas era una contrariedad que tampoco funcionasen. Se le ocurrió algo.
—Supongo que nadie más dispone de un móvil con el que llamar por lo…
Varios monjes lo interrumpieron mostrando sus terminales, en todos se leía una señal parecida, estaban fuera de servicio.
—Bueno, en ese caso tendremos que esperar a que vuelva a funcionar el teléfono fijo. Al amanecer enviaremos a alguien al Hotel para que se comunique con Ribes…
—¡Ehm! —el joven que había venido en compañía de Arnau se adelantó un paso con la mano en alto, como si estuviese en una clase en la facultad y solicitara permiso para intervenir; como nadie dijo nada continuó— creo, creo que eso no es buena idea, cuando se fue la luz, los móviles dejaron de funcionar también, en el Albergue ninguno daba señal. Las personas que nos atacaron venían, creo que venían del Hotel, si no salieron de aquí, venían del Hotel, no es buena idea ir allí.
Interrogado por el hermano Pietro, el joven Leo procedió a relatar los acontecimientos ocurridos momentos antes en el Albergue.
Cuando hubo terminado, los presentes habían pasado del abatimiento a la desesperación. Inconscientemente se habían ido pegando unos a otros a la vez que se alejaban de los monjes infectados.
—¿Y si… y si más de esas personas han entrado en el Santuario? —la reflexión de Pietro levantó murmullos entre los acobardados monjes.
—Deberíamos comprobar todas las entradas, yo puedo ir.
—Te acompañaré —se sumó Alain a la sugerencia de Dominique.
El Abad no salía ahora de su asombro, en el tiempo que llevaban allí ninguno de ellos se había ofrecido voluntario para nada y ahora lo hacían los dos, puede que por fin estuviesen evolucionando.
—Bien, pero que el hermano Arnau os acompañe creo que…
—Sería mejor que permaneciese aquí, alguno de ellos podría desatarse y él ya ha demostrado su habilidad para contenerlos —Dominique interrumpió lo más rápido que pudo al Abad, no quería que Arnau fuera con ellos.
La idea de que alguno de los infectados se desatara y los pudiese atacar elevó un nuevo cúmulo de murmullos que acabaron con la petición del hermano Joan de que Arnau permaneciese allí por si acaso.
—Si hay algún problema volveremos corriendo, no tardaremos —la intervención de Alain provocó múltiples asentimientos de cabeza en los presentes.
—De acuerdo pues, id los dos, con cuidado —el Abad no tenía muy claro que, en caso de presentarse más seres como los que permanecían allí atados, los dos monjes más gordos del Santuario pudiesen escapar, pero ningún otro se había ofrecido a ir y la verdad era que tampoco lo seducía la idea de que Arnau se ausentara de la Biblioteca y los dejase con los tres infectados.
Arnau creía conocer el motivo latente por el que Dominique había actuado así, pero al salir voluntario para acompañarlo Alain se había quedado sin argumentos coherentes para ir él. Además, la situación lo preocupaba en extremo. Si lo que había contado el joven Leo era cierto, todo el Valle podría estar asediado por esas cosas y, en esos momentos, con el temporal de nieve fuera y sin posibilidad de comunicación con el exterior, sus prioridades habían cambiado, su misión quedaba ahora en segundo plano.
—Lo mejor sería dividirnos —Dominique se expresó así nada más abandonar la Biblioteca sin apenas mirar a Alain.
—Sí, yo también creo que será lo más adecuado —cualquiera de los monjes a los que les hubieran propuesto ir en solitario por el Santuario en busca de infectados habría pensado que se trataba de una locura, pero Alain también tenía sus propios motivos para querer intimidad.
—Yo iré a mirar en la capilla —Dominique dirigió sus pasos hacia allí protegiendo la llama de la vela con la otra mano.
—Yo miraré en la cocina.
Al pasar junto a las escaleras que llevaban a las celdas de los hermanos, ambos monjes echaron una mirada de soslayo y cada uno tomó una dirección.
En la biblioteca, Arnau intentaba convencer a los presentes para que lo ayudasen a encerrar en el pequeño archivo a todos los infectados. Tras chocar con el rechazo frontal de todos los monjes los estaba trasladando con la ayuda de Leo.
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A Dominique se le erizó todo el vello. Permaneció completamente inmóvil. Se pegó al suelo al otro lado de la cama. Había oído ruido de pisadas en el pasillo, estaba seguro, apagó la vela y se deslizó bajo la cama. Comenzó a temblar de forma descontrolada, tenía la impresión de que toda la cama debía estar moviéndose al compás de sus estremecimientos. No había tenido la precaución de coger algo con lo que defenderse. Después de lo que le había costado llegar hasta allí una de esas cosas enfermas iba a acabar con él. Su corazón estaba a punto de estallar, la taquicardia que sentía iba en aumento. Oía como el intruso se acercaba, lo debía haber descubierto. Cerró los ojos e intentó comenzar alguna oración. Cuando acabó el padre nuestro, única oración que se sabía completa, abrió los ojos lentamente esperando ver frente a él, agachado, la figura de uno de esos seres con la boca abierta, llena de restos de carne y dientes sucios de sangre y esos ojos rojos rojos. No había nadie, una tenue luz amarillenta se veía ondular reflejada en el suelo de la celda, luz como la de la vela que había apagado momentos antes. Asomó la cabeza por debajo de las mantas que colgaban de la cama sin hacer y vio; vio a Alain rebuscando en los cajones del armario.
El ruido que provocó al salir arrastrándose de debajo de la cama hizo que ahora le subieran las pulsaciones al gordo monje por el sobresalto.
—Creí oír que ibas a la cocina —Alain dio, en un principio, gracias de que fuese Dominique y no una de esas bestias, aunque luego no pudo ocultar su fastidio al haber sido descubierto.
—Yo te hacía a ti en la capilla —Alain iba rehaciéndose por momentos.
Los dos se medían ahora en silencio. Dominique recogió la vela que había apagado y la encendió acercándola a la de Alain.
—Creo que este juego es absurdo y ya ha durado mucho. Arnau ¿Está contigo? —Alain habló mientras se giraba y continuaba registrando el armario de la habitación.
—No, y deduzco que tampoco viene contigo.
—No.
—Puede que sólo sea un monje un poco más atrevido que el resto, más osado. O puede que haya tenido suerte. O tal vez…
—Si realmente creyeras eso no estarías aquí, en su habitación —había cogido una carpeta y tras dejar la vela sobre la mesa procedía a comprobar minuciosamente su contenido.
—En realidad pensaba que estaba contigo.
Alain cerró la carpeta, le volvió a ajustar las gomas y la dejó en el sitio del que creía haberla sacado. Luego se encaró con Dominique.
—Enfrentarse a una persona no es fácil, hay que valer, estar preparado, hacerlo con tres, en las condiciones que presentan esos seres, es aún más meritorio. Pero todo eso podría ser, como tú dices, suerte, naturaleza, lo que ya no es normal es el modo en que luego se comportaba, como asumió un liderazgo vacante y se hizo cargo de inmediato de la situación. No, ese tío es cualquier cosa menos un modesto monje —terminó su alocución pasándose varias veces la mano por la cabeza rapada y girándose de nuevo para continuar con el registro.
—Tú tampoco pareces muy preocupado.
Alain se giró dando por acabado el registro del armario y acercándose a la cama para levantar el colchón.
—Escúchame bien: Nuestro acuerdo sigue en pie. Tú tienes algo que no te pertenece y que yo he venido a recuperar; y yo tengo lo que tú exigiste para entregarlo. Ese hombre podría echarlo todo a perder. La única forma de anticiparnos a sus movimientos es saber más acerca de él. Acabemos con esto antes de que nos echen de menos y se pongan nerviosos.
—¿Has traído mi dinero?
—Claro, lo llevo debajo del hábito —Alain miró ahora a los ojos a Dominique con una mezcla de incredulidad y desdén— no consigo creer que fueses capaz de hacer lo que hiciste, no me entra en la cabeza.
—Pero lo cierto es que lo hice, por eso estás tú aquí ahora —Dominique se había estirado arrogante tratando de elevarse sobre Alain.
—Un momento ¿Tienes aquí la mercancía?
Dominique se puso alerta y negó con la cabeza.
—¿Seguro?
—¿Me crees imbécil? Está a buen recaudo, si me ocurre algo nunca lo encontraríais.
—Y ¿Por qué habría de ocurrirte algo? —La pregunta sonó completamente falsa a oídos de Dominique— estamos entre —dudó— ¿Clérigos? —las risas que acompañaron a la pregunta lo inquietaron aún más.
Tras ordenar todo como más o menos estaba, salieron de la habitación de Arnau.
—Vamos a comprobar que todas las puertas están cerradas, pero juntos —Alain pasó en cabeza.
—¿No deberíamos mirar en el resto de dependencias por si alguna otra de esas cosas ha entrado?
Alain volvió a mirar a Dominique sin terminar de creerse que una mente tan simple hubiese podido urdir semejante operación.
—Basta con que nos aseguremos de que todos los accesos estén cerrados. Si uno de esos seres hubiese entrado ya estaríamos muertos.
Cuando los dos monjes regresaron a la Biblioteca Arnau y Leo habían trasladado a los tres infectados al archivo. El Abad Pere se acercó sólo entonces a cerrar con llave y al sacarla la hizo desaparecer en el interior de su hábito.
Los gritos despertaron a André, y su movimiento para ver lo que ocurría hizo lo propio con Julián y Gwen. Se levantaron y acudieron frotándose los ojos a la puerta lateral del comedor. Delante de la misma se había desatado una discusión por algún motivo que aún desconocían.
—Le he dicho que necesito ir al aseo —la anciana se dirigía a Bastian en catalán, éste negó una vez más con la cabeza, sin contestar.
—¿Es que no me entiende? Tengo que ir al baño, no puedo aguantar más —el grupo con el que se había juntado la mujer rodeaba a Bastian interpelándolo a coro.
A lo lejos, Alizée despertó también y tras comprobar que la pequeña seguía dormida se acercó al grupo por detrás.
—¿Qué es lo que pasa aquí? —André se abrió paso hasta situarse delante del francés.
—Este hombre no nos deja salir al baño, esta señora se mea y nosotros también. Dígale que se aparte, ni siquiera es un trabajador del Hotel.
—Si quieren mear háganlo en aquella esquina. Nadie va a abrir esa puerta.
El último comentario del francés terminó de calentar los ánimos. Un hombre joven, de veintitantos años, que había sido testigo de cómo Bastian clavaba un cuchillo en la cabeza de su hermana, aprovechó el tumulto y se abalanzó sobre él sujetándolo del cuello y lanzando un puñetazo directo a su rostro. La cabeza del francés apenas acusó el impacto pero ni el joven que le había agredido ni los que lo rodeaban, percibieron el rápido movimiento de su mano que terminó con el joven sujetándose la garganta y tratando de inspirar el aire que sus bloqueadas vías eran incapaces de conseguir.
André tampoco había podido seguir el golpe lanzado por Bastian pero se interpuso entre los furiosos clientes y su compatriota. Al instante comenzó una retahíla de protestas que, por momentos iban elevando su tono.
Todos los huéspedes amotinados cesaron en sus quejas cuando escucharon los golpes contra la puerta que pretendían atravesar, los desgarradores gruñidos proferidos en los pasillos les helaron la sangre y enfriaron sus reivindicaciones. No hizo falta insistir en la necesidad de mantener la puerta bloqueada. De repente todos habían perdido el interés en abandonar la protección del comedor.
Los padres del niño pequeño se habían aproximado hasta André. El ambiente en el interior del salón era muy frío pero al Director no se le ocurría ninguna forma de subir la temperatura.
—Espera un momento —Julián se dirigió hacia la cocina.
Encendió todos los fogones y al momento comenzó a notarse como el calor se incrementaba. Todos se fueron aproximando hasta la cocina. Julián calentó leche y sirvieron tazas de café caliente. El momentáneo bienestar contribuyó a hacer olvidar cualquier conflicto y a intentar disfrutar de ese instante.
Gwen se acercó a Bastian y Alizée con un par de tazas de café caliente en las manos. El francés y la chica habían sido los únicos que no se habían acercado a la cocina. Permanecían junto a la puerta de salida a los pasillos tratando de adivinar el número de esas personas que acechaban al otro lado.
La chica rechazó la taza con un brusco ademán, Bastian, por el contrario, aceptó el café que le ofreció Gwen.
Un alarido interrumpió toda la escena. Era el grito de alguien vivo, no era un gruñido como los de antes. No podían saberlo con seguridad pero podía proceder del primer piso, tal vez del segundo. Carreras y gruñidos lo siguieron y fueron desapareciendo dirección a las escaleras de acceso a las habitaciones.
Gwen había dejado caer la taza al suelo y se había agarrado al brazo de Bastian.
—¿Qué… qué ha sido eso?
—¿A ti qué te parece guapa? —Alizée caminaba tranquilamente hacia el sofá— alguien ha calculado mal sus posibilidades y ahora es cebo de zombis.
La palabra zombis resonó en los oídos de todos los presentes pero ninguno se atrevió a plantear ninguna objeción.
André recorrió a la carrera la distancia que lo separaba de Bastian.
—Cree… —Bastian no lo dejó empezar siquiera.
—Si quiere que continuemos vivos convenza a esa gente para que obedezca. No podemos salir de aquí, al menos por ahora. Haga que lo entiendan, por las buenas o por las malas —tras terminar se alejó y se tumbó en el sofá al lado de Carla mientras Alizée lo relevaba.
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En el interior de la habitación 360 Sofía observaba a su marido.
—¿Qué le pasa a papá?
Su hijo Mario la miraba con ojos llorosos esperando una respuesta razonable. Ella intentó revivir lo ocurrido desde que se disponían a bajar a cenar, para tratar de comprender:
—Mamá tengo hambre —la pequeña Marta urgía a su padre para que apagase la tele y bajasen a cenar, no perdonaba una comida.
Se sentaron en la misma mesa que utilizaron a la hora de comer. Estaban esperando la bebida para ir a recoger los platos al bufet.
De la recepción comenzaron a llegar sonidos confusos, parecía que algunas personas se estuviesen peleando en el exterior.
—¿Por qué grita esa gente? —El pequeño Diego se puso de rodillas en su silla para intentar ver algo sobre las cabezas de los otros comensales.
—Voy a ver.
—Tú te quedas ahí, si hay algún problema ya lo solucionaran los empleados del Hotel —la cara de Mario no pudo disimular su fastidio.
El rumor de pelea y de bronca en la entrada se iba incrementando por momentos. Su marido estaba cada vez más tenso, intentaba que sus gestos no dejasen ver su creciente nerviosismo pero ella lo conocía, Enrique era una persona que siempre eludía cualquier enfrentamiento, no se encontraba a gusto en medio de una disputa. Todavía no sabían a qué se debían los gritos procedentes del exterior, pero cuando el sonido del disparo retumbó en las paredes del comedor cogió a Diego y Marta de la mando y los obligó a todos a subir de nuevo a su habitación.
La confusión en la Recepción del Hotel era total, alguien había disparado contra un hombre. A todos les impactó ver como una niña pequeña, con su abrigo y la cara y las manos llenas de sangre pasaba corriendo delante de ellos y se acurrucaba bajo las escaleras.
Las mismas por las que subieron ellos, ni siquiera esperaron para llamar al ascensor. Una vez a salvo, el nerviosismo de todos era evidente.
—¿Qué le pasaba a esa niña? —La que preguntó lo que todos querían saber fue la pequeña Marta.
— Debía… debía haberse caído y se había hecho sangre —la inquietud que transmitía su voz no ayudó a calmar el nerviosismo de sus hijos— vamos a ver la tele un rato y luego volveremos a bajar a cenar; ¡venga! A ver la tele.
Mientras los niños veían la televisión su marido trató de comunicarse con Recepción a través del teléfono del Hotel. Sus intentos resultaron infructuosos, nadie contestó.
—Papá, tengo hambre.
—Yo también —se sumó el pequeño Diego.
—Mirad los dibujos, ahora iremos.
—No se ve la tele.
Ni su marido ni ella se habían dado cuenta que las luces no iban, pensaron, cuando se apagaron, que alguno de sus hijos había tocado el interruptor.
—¿Qué pasa ahora? ¿Por qué se ha ido la luz? Quizá deberíamos bajar a Recepción a ver qué ocurre.
Debido a su insistencia, su marido accedió a bajar, irían ellos dos solos y el mayor se quedaría al cuidado de sus hermanos.
Al salir al pasillo los ruidos procedentes de abajo se hicieron más presentes. Se dirigieron a los ascensores pero tampoco funcionaban. Parecía que la corriente fallaba en todo el Hotel.
Bajaron por las escaleras hasta la Recepción. Allí todo era caos. El Director parecía enzarzado en una discusión muy poco amistosa con un hombre rubio y una mujer morena. Su cara y su pecho estaban manchados de sangre. A partir de ese instante los acontecimientos se precipitaron. Gritos procedentes del comedor dieron paso a personas que corrían despavoridas. Una de ellas chocó contra Enrique haciéndolo caer al suelo. Su marido ya tenía bastante.
—¡Vámonos! Volvamos arriba.
En ese intervalo, más personas enloquecidas y con las ropas manchadas de sangre, pasaron delante de ellos. Su marido la sujetó firmemente de la mano y tiró de ella con intención de arrastrarla de regreso a su habitación. Corrieron escaleras arriba procurando evitar el contacto con nadie. En un tramo de las escaleras entre la primera y la segunda planta tuvieron que detenerse. Un hombre joven trataba de levantar a una mujer que no reaccionaba, parecía muerta. Ocupaban todo el ancho de la escalera. La sangre manaba abundantemente de su cuello manchando los escalones color marfil.
—¡Ayúdenme! —El hombre se dirigía a ellos pidiéndoles ayuda.
Enrique no se movía, por más que el otro volvía a solicitar su ayuda. Ella también estaba paralizada. Ninguno sabía cómo actuar.
La mujer pareció reaccionar entonces, se movía. Levantó sus brazos y cogió al hombre del cuello del abrigo hasta acercar su cara a su boca. El mordisco fue bestial. El grito que profirió el hombre se les metió a ambos en el cerebro. Después de un intenso forcejeo logró alejarse de los dientes de la mujer. En pie, se palpaba la mejilla en la que lo habían mordido incapaz de reaccionar. La mujer caída se levantó torpemente y volvió a arrojarse sobre el hombre, éste, ya prevenido la esquivó apartándose escaleras arriba. La mujer tras chocar con la pared pareció descubrir su presencia. Se lanzó con violencia hacia su marido. Enrique logró sujetar sus muñecas y esquivar sus dientes. Sin pensarlo mucho dio un tirón de ella y la arrojó escaleras abajo. Al caer, un sonido de huesos rotos encontró hueco en su saturado cerebro. La mujer, con la pierna claramente partida a la altura del fémur, se volvió a levantar y cayó al suelo de nuevo al intentar subir los escalones. Enrique ya tenía suficiente. Volvió a cogerla de la mano y emprendió una loca carrera hasta la puerta de la habitación. Al llegar hasta ella estaba tan nervioso que la tarjeta de entrada saltó de su mano hasta el suelo. En el interior de la habitación su hijo abrió al reconocer sus voces.
—¡Mamá! ¿Qué le pasa a papa? ¿Qué ocurrió abajo?
—No lo sé hijo, de verdad, no lo sé —la voz de su hijo la sacó de su ensimismamiento.
Desde que entraron a la habitación, su marido no se había movido. Se sentó en una silla frente a la puerta y permaneció en la misma posición sin articular palabra. Sus hijos pequeños se habían terminado por dormir pero el mayor se resistía.
—Mamá, si está enfermo debería verlo un médico, en el Hotel tiene que haber alguno o sabrán qué hacer —su madre negó con la cabeza.
El chico, en un impulso no premeditado se abalanzó sobre la puerta para salir y dirigirse a Recepción. En cuanto abrió, un hombre con la cabeza ensangrentada y el maxilar inferior colgando corrió en su dirección. El joven se quedó paralizado sin poder apartar sus ojos de esa horrible visión. No fue consciente del tirón que recibió hasta pasados unos segundos. Su padre lo había agarrado del cuello y lo arrastró al interior de la habitación. Cerró la puerta y volvió a sentarse en la misma silla, en la misma posición.
—¡NO! ¡NO! —Esas fueron las únicas palabras que articuló al tiempo que giraba la cabeza negando en silencio, luego nada.
Al otro lado de la puerta los golpes de puñetazos y los gruñidos se repitieron unos segundos hasta que lentamente fueron cesando del todo.
—¿Qué … qué era eso mamá?
— No lo sé, no lo sé, pero no vuelvas a abrir esa puerta nunca, por favor.
Los pequeños se habían despertado sobresaltados y lloraban sentados en la cama. La madre se acercó a ellos y se fundió en un abrazo con los tres. Su padre continuaba inmóvil, ausente, ajeno a todo lo que no fuese la puerta de la habitación.
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Gracias
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