Jueves 27 de diciembre de 2012. Entre las 15:00 y las 18:00 horas
Estación de Ribes
¿Qué es lo que decían por megafonía? A Eduardo le costaba horrores concentrarse. Que este iba a ser el último tren que saliese hoy, era el que llevaba acoplada la quitanieves. Por lo visto había caído una cantidad de nieve enorme y las otras máquinas no podían circular. El problema ahora era toda la gente que quería embarcar. Repetían una y otra vez que el convoy no disponía de plazas para todos.
¡Joder! No podía quedarse ahí con el trancazo que llevaba, era una locura, además si las vías estaban saturadas de nieve, las carreteras debían estar intransitables, tampoco podría llegar en coche a Queralbs y seguramente el Refugio se quedaría otra vez aislado, mejor, esto era ideal para sus planes, pero tenía que encontrar la manera de subir al Cremallera.
Se dirigió a la cabecera del convoy, a la máquina. Le costaba sobremanera arrastrar su maleta. A ver si tenía un poco de suerte para variar. Se asomó al interior ¡bingo! Allí estaba Xavi. En cuanto lo descubrió salió a recibirlo.
— ¿Qué haces aquí? Tienes un aspecto penoso —pareció que iba a darle un fuerte abrazo, como siempre, pero se ve que su estado lo echó para atrás y terminó por estrechar tímidamente su mano.
— Xavi, tengo que coger este tren, han dicho que no puede salir ningún otro porque no hay más máquinas quitanieves. Si me quedo no llegaré a los Inocentes.
— ¡Joder! Tú y tus inocentadas, algún día la vais a liar, acuérdate de la del año pasado. Ya sois mayorcitos tío.
— Que sí, tú llévame en la máquina, como cuando éramos niños y tu padre nos colaba a los cuatro.
— Ni de coña, si me pillan puedo perder mi empleo y no está la cosa para andar jugando —mientras hablaba no dejaba de manipular instrumentos del panel de control.
— Va, te deberé una, pídeme lo que quieras —Xavi dejó por un instante de apretar interruptores y se dirigió a su amigo.
— De acuerdo, con lo que está nevando fijo que no podemos abandonar Nuria, así que nos pegaremos una buena cena, ves llamando a tu primo a ver qué nos prepara —le tendió la mano abierta— y ahora quédate ahí quietecito sin moverte.
La gente se mostraba cada vez más indignada en el andén, cientos de personas se iban a quedar allí tiradas. Por el espejo retrovisor vieron como la Guardia Urbana se llevaba en volandas a un individuo que intentaba subir al tren a empujones, era negro y se expresaba a gritos en francés, menuda pinta de cabrón tenía. En el momento que el tren echó a andar pareció tranquilizarse y los guardias lo soltaron. Llevaba la cabeza llena de trencitas, Eduardo puso cara de asco al pensar en la cantidad de porquería que se acumularía en ellas. Era el tercer tipo que veía con esa especie de rastas desde que embarcó en Doha, o puede que lo hubiese soñado, daba igual, se dejó caer al suelo y cerró los ojos.
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Al fondo de la Estación el individuo parecía tranquilizarse y disculparse ante los agentes. Éstos renunciaron a identificarlo, ya no era un peligro y en las taquillas la gente comenzaba a alterarse demasiado.
Una vez que los policías se desentendieron de él recogió su maletín y se encaminó al exterior. Mientras enviaba un whats ap a Essien avisándole del contratiempo, buscaba un vehículo. Parecía que ahora la nieve caía con más fuerza. En el aparcamiento de la Estación una mujer se esforzaba en asegurar a su bebé en la sillita del coche. Era un todoterreno, un Toyota. Se acercó hasta él rodeando varios coches aparcados. Echó un último vistazo alrededor para comprobar que nadie le observaba y se dirigió hacia ella. En ese momento cerraba la puerta trasera del coche, ya había sujetado perfectamente al bebé. No le oyó llegar. Sólo la dio tiempo a sentir como un brazo la cogía por detrás y oprimía su cuello con tal fuerza que en pocos segundos sus vértebras se quebraron. Cuando el tipo de las rastas giró el cuerpo para poder arrastrarlo hasta el maletero del coche, los ojos sin vida de la mujer, a punto de salirse de las órbitas, parecían observarlo sin comprender, ni siquiera pudo exhalar un último suspiro. Dentro del todoterreno el bebé saboreaba su chupete ajeno al trágico final de su madre.
Tras ocultar perfectamente el cuerpo en el maletero, cerró el portón con un sonoro golpetazo. Ahora quedaba el pequeño. Abrió su puerta pero en el último instante decidió dejarle ahí. Las carreteras estarían llenas de nieve y, sin duda se encontraría con policía regulando el tráfico, con un crío pasaría más desapercibido, sí, se lo llevaría. Dejó en el asiento del acompañante el grueso chaquetón y el maletín, y tras programar el navegador rumbo a Queralbs aceleró tarareando la canción que sonaba en la radio.
Ribes. Comisaría
Puyol y Alba ya estaban de vuelta. Francesc había tenido un accidente, se salió de la carretera y se llevó por delante varios postes del tendido de teléfonos. El servicio no se restablecería de momento, el temporal impedía a los técnicos llegar. Ramos y Piqué se habían desplazado a la entrada de Ribes para ayudar a regular el tráfico. La gente seguía llegando a pesar de la nevada.
Juliana entró en la sala de reuniones con varios papeles en las manos.
— En la Central insisten en que tomemos precauciones para evitar posibles efectos adversos de la tormenta solar, han especificado una serie de medidas a… —se detuvo al ver la cara del Jefe de Policía.
— Juliana ¡joder! Tenemos todas las carreteras impracticables por la nieve y tú vienes tocando las pelotas con el sol, a ver si revienta de una vez y se funde toda la nieve —había ido elevando el tono tanto que prácticamente terminó chillando, expiró aire lentamente hasta calmarse— a ver, tú y Corbé, acercaos a echar una mano con el tráfico a Ramos y a Piqué —¡Joder! Parecía que estuviese dando instrucciones en un entrenamiento de la selección.
Corbé se había levantado y ya se dirigía a la salida, pero Juliana continuaba en pie, parado, el Jefe lo miró, si volvía a decirle algo del puto sol lo mandaba a patrullar toda la noche.
— Hay otra cosa, de la Central también ha llegado esto —le tendió varias hojas al Jefe y se preparó para salir con Corbé.
— Y esto qué tiene que ver con nosotros —interrogó Alba que estaba leyendo también.
El Jefe continuó.
— Es absurdo que nos llegue este aviso. Hay que ser gilipollas para cometer un delito grave en Andorra —Alba puso cara de no comprender y el Jefe se vio obligado a explicarse— en el momento que se comete un delito importante en Andorra se cierran las fronteras, es prácticamente inmediato, cuentan con la Guardia Civil aquí y la Gendarmería en Francia. Llevo en Queralbs toda la vida, nací allí, y no recuerdo ningún robo ni delito de otro tipo mínimamente grave en Andorra.
— Pero ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Qué delito se ha cometido?
— No lo sé —respondió Juliana— pero ha tenido que ser algo gordo, el aviso le ha llegado a la Central desde el Ministerio del Interior, creen que han intervenido al menos cuatro personas, seguramente alguna de ellas mujer y piensan que habrían podido dirigirse hacia aquí, quieren que controlemos a todos los huéspedes de los hoteles que se hayan registrado desde los últimos dos días hasta hoy. Solicitan el listado inmediatamente. Hay montados varios controles por toda la zona.
— Y ¿Cuándo ocurrieron los hechos? —inquirió Alba.
— Eso es lo más curioso de todo —respondió Juliana— yo también lo pregunté y no me lo supieron decir, o no quisieron. La verdad es que me dio la impresión de que no lo sabían.
Acojonante, con el lío que el temporal había montado en la comarca y encima tenían que establecer controles y andar preguntando en los hoteles, sin ni siquiera saber cuándo escaparon los sospechosos.
— Vale, nada de lo dicho, Juliana y Corbé a los hoteles, indagar en los de aquí y luego desplazaos a Queralbs. Solicitar con discreción la lista de las personas que se hayan registrado hoy, a ver si os la quieren dar, porque esa es otra. Alba y Puyol, vosotros os quedáis aquí. Yo voy a intentar hablar con la Central a ver si saco algo más en claro y luego llamaré al Refugio.
Nuria. Zona de acampada
La jornada de esquí no había estado mal pero resultó agotadora, la ventisca no había cesado en todo el día. A pesar del cansancio Cris y Alex querían ir al lago a patinar, intentaron convencer a los demás pero sólo Marta y Robert se apuntaron. Teresa y Juan Carlos decidieron quedarse en la tienda, encendieron el camping gas y trataron de fumarse un cigarro en el interior. Las noticias pronosticaban más nieve y frío para los próximos días así que habían decidido por unanimidad regresar a la mañana siguiente.
Juan Carlos no sabía a dónde mirar, hacía un par de semanas se encontró por casualidad con Teresa, los dos iban solos, Robert trabajaba ese día y Marta estaba en cama con gripe. Fueron a tomar una copa juntos y una cosa llevo a la otra y la otra a los dos a la cama. Desde esa noche no habían vuelto a estar a solas. Cuando Robert les llamó para proponerles pasar el Fin de Año en Nuria, la primera reacción fue declinar la invitación, pero Marta sí que quería ir, a ella le encantaba esquiar; como hubiese resultado algo extraño que se negara en redondo, al final accedió. Sabía que lo ocurrido no significaba nada, pero no podía evitar sentirse atraído por Teresa, puede que fuese únicamente el morbo de saber que sus parejas estaban cerca.
Cogió el cigarrillo que le pasaba Teresa rozando deliberadamente su mano al hacerlo. Ella la retiró rápido, se sentía tan incómoda como él o puede que más. Decidieron ir al bar a tomar un chocolate caliente.
Nuria. Refugio
André estaba en su despacho hablando con Toni por el walkie, el telecabina había fallado y en la Cabaña de los Pastores, el restaurante situado a más altura de la Estación de esquí, todavía quedaba gente, además de los trabajadores del restaurante varios esquiadores permanecían a la espera de que se reparase para bajar. Entre la ventisca y que estaba anocheciendo no se atrevían a descender esquiando. Quedaban algunas familias y varios niños pequeños.
— Y quién tiene que arreglar la avería —interrogó André.
— Depende de lo que sea, si es cosa de alguno de los fusibles, como en otras ocasiones, yo mismo lo podría solucionar pero si se trata de algo más serio hará falta que vengan los de mantenimiento del tendido. De momento voy a bajar a echar un vistazo. Cuando llegue te digo algo.
— No quedará nadie colgado en las cabinas ¿Verdad?
— No, menos mal.
— Vale, haz lo que puedas y tenme informado.
La tostada volvía a caer del lado de la mantequilla, a ver que más cosas podían salir mal.
Bajó al vestíbulo del Hotel, no había visto a la mujer en todo el día, sin embargo sí que localizó al otro tipo reunido con un tercero, su actitud seguía siendo de lo más rara, en cuanto descubrieron que los observaba se separaron y cada uno se fue por un lado. Quién sabe, puede que se estuviese volviendo paranoico.
La entrada al Hotel estaba repleta de clientes, unos que terminaban su jornada de esquí y otros, los menos, que intentaban salir al exterior a patinar o dar una vuelta por los alrededores. También llegaban algunos huéspedes nuevos que se afanaban en registrarse en Recepción. Miró su reloj, las cinco y cuarto, el Cremallera acababa de llegar, venía con retraso. No había tenido tiempo de hablar con la Estación; decidió hacerlo en ese momento.
Si hubiera permanecido unos segundos más allí, habría visto como pasaba a registrarse Eduardo y sin duda se hubiese sorprendido del mal aspecto que presentaba.
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Por momentos se encontraba peor, le costaba cada vez más tirar del equipaje. Entró en su suite y soltó de inmediato la maleta. El ambiente era acogedor y la temperatura agradable, pero a pesar de ello se dirigió al termostato del aire y lo puso a tope. Tenía frío, estaba tiritando. Pensó en llenar la bañera de agua caliente y darse un reparador baño pero le agotaba la sola idea de pensarlo. Se aflojó el nudo de la corbata y se tumbó en la cama sin tan siquiera despojarse de la americana. No había avisado a su primo, no se veía con fuerzas, mañana ya hablarían y prepararían la inocentada del año.
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Frente a la puerta de la habitación 350 un hombre esperaba apoyado en el marco tras haber golpeado con los nudillos levemente la madera. Era rubio, casi albino, bien parecido y con los músculos perfectamente definidos. Sus ojos excesivamente azules permanecían fijos en la mirilla.
Alizée, la bella morena de ojos verdes, recibió a su invitado tan sólo con la toalla del Hotel enrollada por encima de su pecho. El rubio comprobó rápidamente que no hubiese nadie observando en el pasillo y entró. Una vez dentro cerró la puerta a su espalda. La mujer le contemplaba entre provocativa y sorprendida.
No vio venir la mano del hombre. La bofetada la pilló completamente desprevenida, ni siquiera se habían saludado. Un fuerte empujón la lanzó sobre la cama. La morena cayó aún sin saber de qué iba aquello. La toalla se le había abierto parcialmente y dejaba entrever sus firmes pechos. No hizo nada por cubrirse, al contrario, sonrió a la vez que pasaba el pulgar lentamente por la herida abierta en el labio.
El rubio la obligó a darse la vuelta arrancándole la toalla para después poseerla brutalmente sin siquiera quitarse los pantalones. Cuando acabó dejó a la mujer tumbada y se fue al baño a tomar una ducha.
A su regreso la morena fumaba un cigarro tranquilamente con la espalda apoyada contra el cabezal de la cama.
— Bastian —arrastró lentamente las palabras al pronunciar el nombre del tipo— si me vuelves a dar otra bofetada será lo último que hagas —acto seguido se le tiró encima y ahora fue ella la que cabalgó sobre él.
Cuando terminaron, Alizée acercó dos botellitas de Bourbon de la nevera de la habitación. Desenroscó ambos tapones y le pasó una a Bastian. Brindaron y sonriendo acabaron de un solo trago con todo el alcohol. Cada vez estaban más cerca de su objetivo.
— ¿Dónde anda Essien? —la mueca que forzó la chica no le gustó.
— La última vez que lo vi andaba detrás de un huésped belga con el culito muy duro.
— Esperemos que esta vez no la cague —su rostro se endureció de repente.
Nuria. Restaurante la Cabaña de los Pastores
Acababa de hablar con su padre, su hijo no había querido ponerse, seguía enfadado por la reprimenda que le había echado por la mañana. Nacho era un chaval de doce años maravilloso, pero a veces se le cruzaban los cables y daba unas contestaciones a todo el mundo que te dejaban sin saber si darle un pescozón, castigarle duramente o echarte a reír y dejarlo pasar. Esa mañana le había tocado a su madre. En esta ocasión sólo lo reprendió, pero el chico se lo tomó a la tremenda y decidió quedarse con su abuelo en lugar de acompañarles a esquiar.
Le apenaba que no hubiese venido, su hermana Maite lo había echado de menos y todo el día había transcurrido más silencioso y triste que si él hubiese estado con ellos. Tenía claro que la educación de su hijo era una cosa muy importante que no podía dejar pasar, pero por otro lado, cada vez que debía reñir o castigar a alguno de sus dos hijos se le partía el alma. Deseaba regresar cuanto antes para tratar de quitarle tensión a la situación. A ver si reparaban rápido el telecabina y podían bajar. La dirección del restaurante les invitaba a lo que quisieran mientras se solucionaba la avería pero lo único que le apetecía de verdad era regresar junto a su hijo y a su padre.
En el restaurante aún permanecían varias familias en la misma situación que la suya. Al menos no se habían quedado colgados en el telecabina, en ese caso el tema sí que se hubiese complicado. Parecían tener dificultades para repararlo y fuera el temporal arreciaba.
Se dispusieron a dar buena cuenta de las costillas asadas que había preparado el cocinero argentino.
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