Jueves 27 de diciembre de 2012 entre las 21:00 y las 00:00 horas
El Abad se encontraba en su habitación. Había estado leyendo un rato recostado en la cama después de haberse entregado a la oración. La luz de su cuarto se apagó y él no pudo reprimir una maldición. La bombilla debía de haberse fundido. Salió de la cama y buscó una vela sobre su escritorio, tras encenderla pensó bajar a la cocina, allí guardaban un arcón con repuestos, bombillas, en fin, de todo. No se había calzado las zapatillas y notaba el suelo helado en las plantas de sus pies. Miró su reloj, quedaba poco para Laudes, cuando terminase buscaría otra bombilla. Se dio la vuelta y se arrebujó entre las mantas, reposaría un rato antes de ir a la capilla. Apagó la vela y apoyó suavemente la cabeza sobre la almohada, había sido un día muy largo.
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El hermano Dominique fumaba un cigarro frente a la ventana, desde ella podía oír como los monjes de cocina trajinaban abajo. La luz de su cuarto se había apagado, al igual que las del exterior. Debían haber saltado los plomos. Se alegró de estar ya en su celda, de otra forma seguro que el jodido Abad lo mandaría a él a comprobarlos. Sonrió, ya no le quedaba mucho tiempo más que soportar a ese cretino estirado.
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El hermano Arnau se encontraba en la Biblioteca junto a varios monjes más. Mientras éstos estudiaban volúmenes antiguos él aprovechaba para terminar de perfilar su plan de acción. Todas las luces de la amplia habitación se apagaron a la vez. Se había ido la luz. Un murmullo de voces se levantó. El Hermano Martín encendió las velas de uno de los candelabros que colgaban de una de las paredes y la estancia se iluminó levemente. Entre otros monjes encendieron dos candelabros más y se reunieron todos en torno a la mesa en la que los depositaron.
— Han debido saltar los plomos, iré a comprobarlo —el hermano Martín levantó uno de los candelabros y se dirigió hacia la puerta.
Arnau dudó por unos instantes si acompañarlo fuera. Llevaba todo el día inquieto y que ahora se fuese la luz…, no es que fuera algo que no pasaba nunca, desde que él estaba en el Santuario recordaba al menos dos ocasiones en las que había saltado el automático, pero esa noche tenía un mal pálpito. Al final, tras pensarlo unos instantes cogió una de las velas encendidas de uno de los candelabros y salió en pos de Martín.
Avanzaba despacio, protegiendo la llama del cirio con su mano. Si se apagaba con el aire tendría que volver, no llevaba mechero ni nada con que encender de nuevo la vela.
Escuchaba de lejos el eco que producían los pasos de Martín, al igual que él, también caminaba lentamente. Había decidido salir por la entrada principal, buena idea, allí las luces de emergencia iluminarían algo el camino. Oyó claramente como la cerradura era accionada y como los goznes de la enorme puerta chirriaban como cada vez que ésta se abría. Él aún no había alcanzado la zona en la que funcionaba la iluminación de emergencia.
El desgarrador grito que escuchó hizo que la vela que sujetaba se moviese demasiado, la cera acumulada cayó sobre su mano quemando su piel y terminó por soltarla. Ahora no disponía de luz, al fondo, a la entrada, continuaban escuchándose gritos y lamentos, era Martín, reconocía su voz, algo ocurría.
— ¡MARTÍN! MARTÍN ¿QUÉ OCURRE?
Chillaba al mismo tiempo que aceleraba el paso. Sus ojos se adaptaban a la oscuridad rápidamente, al fondo ya distinguía la iluminación de las lámparas de emergencia. Aceleró todavía más.
— ARNAU, ESTÁ LOCO, ESE HOMBRE ESTÁ LOCO, ME HA MORDIDO, ME HA ARRANCADO UN TROZO DE CARNE DE LA PIERNA, ESTÁ LOCO, LOCO.
Martín regresaba cojeando con el hábito levantado dejando ver una herida sangrante que claramente se podía identificar como un mordisco. Arnau intentó que parase para poder ayudarlo y, tal vez, realizarle un vendaje con el pañuelo, pero se desasió de sus brazos y enfiló de nuevo hacia la Biblioteca sin dejar de cojear.
Arnau dudó si acercarse a la entrada a ver qué tipo de animal había mordido a Martín, pero el estado de nervios del joven monje lo persuadió de hacerlo y salió corriendo tras él, el animal que fuese ya se habría ido.
Cuando entró en la Biblioteca se encontró al joven monje atacado tirado en el frío suelo y al hermano Donato practicando ejercicios de reanimación sobre él.
— Pero ¿Qué ha pasado? —No podía entender cómo había terminado Martín ahí, en el suelo— Sólo le ha mordido algún animal, ¿Es que se ha caído o algo?
Ninguno contestó pero todos volvieron la vista hacia la entrada y de sus bocas escapó al unísono una exclamación de temor. Arnau también miró en esa dirección. Un hombre avanzaba renqueante hacia ellos, pero no era la forma de caminar lo que había asustado al grupo de monjes, era el aspecto que presentaba. Avanzaba lentamente con la cabeza ladeada, como si no fuese capaz de sostenerla erguida, sus brazos realizaban movimientos extraños como si no pudiese controlarlos y su boca, su boca estaba completamente roja, toda su cara estaba llena de sangre y enganchado en los dientes colgaba un trozo de carne sanguinolento. Pero lo peor de todo eran sus ojos, era como si todos los vasos sanguíneos se le hubiesen reventado, causaban auténtica repulsión. Arnau inspiró profundamente y se interpuso en el camino del individuo.
— ¿Quién es usted? ¿Qué le ha ocurrido? ¿Por qué tiene sangre en la cara? ¿Ha mordido usted a Martín? —las preguntas le salieron atropelladamente, tal vez demasiado rápido.
El hombre no hizo intención de contestar, si es que lo había entendido. En cambio, modificó su trayectoria y se dirigió hacia Arnau olvidándose del resto de monjes de la Biblioteca. Arnau se fue desplazando para alejarse del Hermano Donato y que pudiese así continuar ayudando a Martín. El individuo lo seguía como un niño sigue un caramelo, parecía no prestar atención a nada más. Arnau dio con la espalda contra la pared de la Biblioteca, no podía seguir retrocediendo. Dejó que el hombre se acercara y cuando lo tuvo lo suficientemente cerca lo cogió con rapidez del brazo, se lo retorció obligándolo a echarse al suelo. Ahí, tumbado de espaldas, agarró firmemente su otro brazo y, con el cordón de su hábito, le ató ambas manos a la espalda. El individuo se resistía, era enormemente fuerte. Por fin pudo incorporarse y apartarse de él. Todo había ocurrido muy rápido. El hombre se mostraba incapaz de levantarse por sí solo, ni siquiera podía darse la vuelta. Todos sus intentos de incorporarse resultaban infructuosos. ¿Qué era lo que le pasaba?
El grito de Donato lo sacó de sus pensamientos, cuando lo localizó estaba tendido de espaldas y Martín era el que ahora se encontraba encima. Donato a duras penas era capaz de mantenerlo sujeto por las muñecas, la boca del joven monje lanzaba continuas dentelladas a su rostro. En uno de esos intentos logró morderlo en el brazo. No lo soltaba, tiraba intentando arrancar el trozo de carne.
— Arnau, por Dios, ayúdame, quítamelo de encima, me va a arrancar el brazo.
Arnau corrió a ayudar a Donato. Cogió a Martín de los hombros pero no podía hacer que lo soltara, no recordaba que tuviese tanta fuerza, de hecho lo tenía por una persona más bien floja, pero ahora parecía poseído.
— ¡Ayudadme! —Les gritó al resto de monjes.
Ninguno hizo intención de moverse. Parecían catatónicos.
— ¡Ayudadme joder! No puedo con él —ni siquiera el exabrupto hizo reaccionar al resto de religiosos.
En un intento desesperado de ayudar a Donato, sujetó de la cabeza a Martín y tiró hacia atrás con todas sus fuerzas. El escalofriante crujido que produjeron sus vértebras al quebrarse le produjo tanta sorpresa que lo soltó y cayó al suelo hacia atrás. El cuerpo de Martín por fin se relajó y Donato pudo empujarlo lejos de él.
El grupo de asustados monjes al comprobar que la situación parecía estar bajo control fueron acercándose lentamente hasta ellos. Cuchicheaban quedamente unos con otros preguntándose qué era lo que había ocurrido. Todos menos Arnau, él observaba alternativamente al individuo loco, a Martín y luego a Donato. Su mirada iba de uno a otro, de la boca sanguinolenta del extraño al que había reducido, a los ojos, ahora completamente rojos, pero vivos a pesar de tener claramente el cuello roto, de Martín, pasando por el brazo herido de Donato. Algo no iba bien, pero la velocidad de los acontecimientos no le dejaba pensar con claridad.
— ¡ALEJAOS DE DONATO! —Gritó intentando que su voz sonase autoritaria— Alejaos de él. No está bien —No hizo falta que se lo repitiese a los asustados monjes, todos ellos recularon alejándose del hermano Donato.
— Está ocurriendo algo raro, primero ese hombre —señaló al extraño tendido en el suelo que continuaba intentando levantarse sin éxito— ese hombre mordió a Martín, y ahora Martín ha atacado a Donato. Ese hombre le ha contagiado algo a Martín, fijaos en sus ojos, son iguales, tienen la misma mirad de odio —los religiosos se fueron apartando aún más.
Arnau no tenía claro a dónde quería llegar, todo era una locura. De pronto reaccionó, comprendió lo que tenía que hacer. Corrió hacia el grupo de aterrorizados hermanos y les arrancó a dos de ellos los cordones de sus hábitos. Regresó junto a Donato y lo obligó a sentarse en una de las sillas.
— ¿Qué haces? ¿Qué hacéis? ¿Por qué no me ayudáis, el brazo me duele horriblemente.
Arnau ató firmemente las dos muñecas a los brazos de la silla. Donato no se resistió, comenzó a escupir una baba sanguinolenta por la boca y dejó caer su cabeza sobre el pecho. Al instante estaba completamente inmóvil. Parecía muerto, su diafragma no se movía. Había dejado de respirar.
Arnau se apartó de Donato y volvió la vista hacia el grupo de monjes, lo miraban con el mismo terror con el que antes habían observado al individuo que atacó a Martín. No era de extrañar, su hábito estaba manchado de sangre en varios sitios, al igual que sus manos. Si unía eso al hecho de que acababa de atar a dos de ellos y partirle el cuello a un tercero, lo raro era que no se le echaran encima. ¿Cómo iba a justificar su comportamiento?
El cuerpo de Donato sufrió un espasmo sobresaltándolos a todos. Cuando levantó la cabeza sus ojos eran tan rojos como los de los otros dos. El grupo de asustados monjes profirió un nuevo grito de terror.
— Lo que quiera que sea que padece ese hombre —señaló al extraño tendido en el suelo— es muy contagioso, en pocos minutos ha enfermado a Martín y a Donato. Hay que llamar a un médico, alguien tiene que ayudarnos.
— Hay que avisar al Abad —oyó que intervenía uno de ellos aunque no logró identificar quién había sido.
— Sí, hay que avisar a todo el mundo, creo que deberían bajar aquí.
El hermano Juan, junto con el monje que había hablado antes y al que ahora sí había logrado reconocer, tomaron sendas velas de un candelabro y se dirigieron con paso vacilante hacia las habitaciones.
Una vez que hubieron salido, Arnau lo lamentó, no podía estar seguro de que no hubiese más personas infectadas como el extraño ese que había entrado. No sabía si Martín había cerrado la puerta exterior o no. Si la dejó abierta, más individuos enfermos podrían vagar por el interior del Santuario.
— Creo que debemos ir a comprobar que la puerta esté cerrada y de paso tratar de volver a conectar los fusibles —a pesar de mirar uno a uno a todos los presentes ninguno hizo intención de acompañarlo. Sacó otro de los cirios y se encaminó con paso decidido a la salida.
Ribes. (Domicilio Juliana)
El agua fría que cayó sobre el rostro de Juliana lo despertó de golpe. Frente a él, un tipo negro con la cabeza llena de rastas mantenía una pistola con silenciador apuntando a su pecho. Llevaba puestas unas gafas de sol pero se le veía perfectamente la cara. Eso no era bueno. Él era poli y, sin duda, ese hombre lo sabía. Estaba jodido, no se había cubierto el rostro, eso significaba que le daba lo mismo que le pudiese reconocer, la pistola llevaba silenciador, la televisión estaba a un volumen elevado, iba a matarlo.
Se llevó la mano al lugar de la cabeza en que había recibido el golpe. Debía haberle atizado con la culata del arma. No sabía que podía querer ese hombre así que permaneció en silencio, esperando.
— Tenéis un helicóptero que utilizáis para comunicaros con el Hotel del Valle —el tipo acusaba un claro acento francés y no le preguntaba, estaba afirmando, sabía de la existencia del aparato— necesito que me digas dónde se guardan las llaves y como llegar hasta ellas —el tono en el que se había expresado resultó suave, educado, pero se podía adivinar la amenaza implícita que conllevaba.
Permanecía medio sentado sobre la mesa del salón. La pistola apuntaba sin moverse lo más mínimo a su pecho, al centro del corazón. La cabeza de Juliana iba a mil por hora. Tenía que ganar tiempo. Miró su muñeca, su reloj no estaba. Lo había dejado en la cocina. Dirigió la mirada hacia su arma, continuaba en la mesa detrás del tipo.
— ¿Qué hora es? —Formuló la pregunta como si estuviese hablando con un compañero de trabajo.
El negro no se movió un ápice, después de un instante, sin mediar palabra bajó lentamente la pistola hasta dejar el cañón apuntando a la rodilla izquierda de Juliana y
… disparó.
¡FLOP! el policía sintió reventar su rodilla. El dolor se trasladó a su cerebro haciéndole soltar un alarido que la conversación elevada de la tele a duras penas pudo camuflar.
— ¡SSSSH! Silencio, te lo preguntaré por última vez ¿Dónde se guardan las llaves y … —la luz se apagó dejando a oscuras la habitación y la tele en silencio.
Juliana no esperó más, tenía que aprovechar ese momento de sorpresa de su atacante para intentar reducirlo. Apoyó todo el peso en la pierna buena y se lanzó sobre el individuo. Fue un espejismo. Antes de que llegase siquiera a tocarlo el intruso ya le había alojado dos balas en el pecho. El policía se precipitó al suelo sin haber alcanzado a su asesino.
La situación se había complicado. Didier se hallaba contrariado. La cosa iba bien hasta que la luz se fue. Se asomó a la ventana. Las farolas de la calle también estaban apagadas, todo era oscuridad. Vaya momento para irse la luz. Desenroscó el silenciador y guardó el arma. Sacó del bolsillo su teléfono móvil, tenía que hablar con Bastian. No había cobertura, la pantalla del celular indicaba “Sin servicio” ¡Cojonudo! Rebuscó en los bolsillos de Juliana. Nada. Usando su propio teléfono a modo de linterna fue mirando por la habitación. Descubrió el chaquetón que llevaba el poli en el respaldo de una silla. Inspeccionó todos los bolsillos hasta encontrar en uno de ellos lo que buscaba. Nada. Ese teléfono mostraba el mismo mensaje. Soltó un taco en francés. Todo se había torcido, la tormenta, el apagón, el poli que se hacía el listo. Ahora tendría que ir a la Comisaría directamente, a las bravas, y encima no tenía forma de comunicarse con Bastian. Soltó un par de maldiciones más y abandonó el domicilio de Juliana cerrando la puerta a su paso.
Nuria. Restaurante la Cabaña de los Pastores
En el restaurante todos los niños, excepto el más mayor, se hallaban agrupados, se habían sentado en el suelo frente a la chimenea, alejados a partes iguales de la entrada y de la puerta de la cocina, sin duda su joven instinto los había inducido a situarse a la mayor distancia del peligro, eso y el hecho de que el fuego hacía que esa fuese la zona más iluminada. Con los pies descalzos, los gorros puestos y las caras sucias fruto de las lágrimas derramadas, parecía un grupo de refugiados.
El mayor se les acercó.
— ¿Qué está pasando? —Formuló la pregunta en voz muy baja dirigiéndola a ambos.
Aroa y Sergio se miraron uno a otro. Una de las lámparas de emergencia se apagó, para al instante volverse a encender. Los dos jóvenes se llevaron al chico a la entrada del restaurante. Aroa levantó de una esquina el mantel que tapaba el cristal de la puerta. Los tres se inclinaron para poder ver el exterior, la oscuridad era casi total, sólo el reflejo de la luz de la luna que la nieve proyectaba permitía adivinar algo entre los finos copos que caían. Frente a la puerta, en pie, cuatro de esos seres permanecían inmóviles, sin acusar el frío de fuera. Dos de ellos eran los padres del chico. Un par de lágrimas se escaparon de sus ojos. El chaval levantó un poco más el mantel para verlos mejor. Al momento los cuatro se abalanzaron contra la puerta emprendiéndola a golpes contra el cristal. El sobresalto hizo que soltasen la tela y que el grupo de niños comenzase a lloriquear de nuevo.
— Esos eran mis padres —el chico se limpiaba las lágrimas con la manga del forro polar mientras se alejaba de la puerta un par de pasos. Los golpes en el cristal fueron cesando.
Aroa se acercó a él y lo abrazó. Se recompuso rápido y volvió a interrogar.
— ¿Qué le ha ocurrido a nuestros padres? ¿Por qué se comportan de esa forma? ¿Por qué no hay luz?
— Mira chico ¿Cómo te llamas? —Sergio lo sujetaba suavemente de los hombros.
— Me llamo… —vaciló unos segundos— me llamo Alberto.
— ¿De dónde eres Alberto? —Aroa se inclinó un poco para situar sus ojos a la altura de los del chico.
— De Madrid, somos de Madrid —ahora no vaciló.
— ¿Has venido con alguien más? Aparte de tus padres quiero decir —el chaval negó con un leve movimiento de cabeza, no fue capaz de hablar.
— Escúchame bien —seguía inclinada junto al chico pero se irguió y continuó en voz alta para que todos los niños la escuchasen— escuchadme todos: No sabemos lo que ocurre, por qué han enfermado vuestros padres y se comportan así, pero seguro que en la Estación de Esquí ya tienen que echarnos de menos. Puede que hayan decidido venir a rescatarnos mañana, cuando haya luz del día, pero seguro que vendrán a ayudarnos. Ahora vamos a preparar esa zona en la que estáis para pasar esta noche, cuando os levantéis mañana seguro que ya estarán aquí las personas que nos vengan a ayudar. Vuestros padres se pondrán bien, ya lo veréis.
Los pequeños la observaban atentos sentados en el suelo con las piernas cruzadas y muy quietos todos. Aroa se fijó en cada uno de ellos.
Maite y Martina estaban sentadas juntas y agarradas de la mano. Luís permanecía a la izquierda de Martina y Erika a la derecha de Maite. Todos mostraban en sus rostros las huellas de las lágrimas que habían derramado. Eran muy pequeños, el mayor era Alberto con trece años, el resto no superaba los nueve. Tenían que mantenerlos entretenidos, lograr que no pensaran en lo que estaba sucediendo en el exterior.
— Venid, me ayudaréis a preparar las camas.
Cubrieron el suelo frente a la chimenea con todos los manteles que quedaban a modo de precario colchón. Tumbaron a los pequeños y los taparon con los chaquetones. El calorcillo desprendido, unido al cansancio de un día muy largo y las últimas experiencias vividas, sumió a todos, excepto al mayor, en un sueño reparador no exento de pesadillas.
Aroa y Sergio, que se habían tumbado con ellos para tranquilizarlos, se levantaron y se apartaron para que no se despertaran, Alberto los siguió. Se detuvieron frente a la puerta de la cocina y el argentino acercó la oreja. Al otro lado no se escuchaba nada.
— ¿Crees que se habrá muerto?
— No lo sé Sergio pero no vamos a abrir para comprobarlo.
— El Walkie está ahí, tal vez con él podamos comunicarnos con el Hotel.
El golpe que el chico dio sobre la puerta los sobresaltó a los dos y la respuesta al otro lado les confirmó que el padre de Maite seguía “vivo”.
El pulso de los tres se había acelerado. Después de unos cuantos golpes el silencio volvió a reinar.
Aroa se frotó los brazos, alejados de la chimenea la temperatura descendía considerablemente. Habían utilizado sus chaquetones para tapar a los pequeños y ahora notaban el frío.
— La leña que tenemos se consumirá en siete u ocho horas, puede que menos, y no podemos salir a por más.
— ¿Que dices? Para entonces ya habrán venido a rescatarnos ¿No? —Aroa convino con el chico.
— Escuchad, yo no lo tengo tan claro —Sergio se mostraba escéptico— le he estado dando vueltas y, ¿Y si abajo también hay personas infectadas, Toni y Machu vinieron de la Estación de Esquí puede…
— Tú dijiste antes que no, que eso no era posible —interrumpió el adolescente.
— Sé lo que dije pero quizá debamos ponernos en lo peor.
Nuria. Refugio
El vestíbulo de entrada al Hotel era un auténtico caos. Había sangre diluida con la nieve entrada de fuera por todas partes. La luz emitida por las lámparas de emergencia era claramente insuficiente y proporcionaba a la escena un tono más estremecedor. Ernest había vuelto a encararse con varios huéspedes que gritaban presos del pánico. Gwen intentaba ayudar a un hombre mayor a apoyar a su mujer contra la pared. Llevaba parte de la camisa por fuera de la falda, desabotonada hasta la mitad. Su pelo, antes recogido en un perfecto moño, aparecía ahora revuelo y sin ningún orden, pero el temple que mostraba en sus movimientos y la serenidad que transmitía con sus palabras estaba contribuyendo enormemente a tranquilizar la situación.
— Ven —Julián estaba tirando de su brazo, lo arrastraba hacia algún sitio— ven, mira eso.
Fuera, decenas de clientes, aunque en realidad no podía saber cuántos había detrás de esas personas enloquecidas, golpeaban furiosos los cristales de las puertas de entrada. Si no estuviesen preparados para el frío y tuviesen ese grosor ya hacía rato que los hubiesen reventado. Pero no era eso lo que había llamado su atención, ambos miraban al mismo individuo. No podía ser, ese hombre no podía estar en pie, le habían disparado en el corazón, lo vieron perfectamente, el tipo había caído hacia atrás y una enorme mancha roja se había extendido por todo su pecho. Se acercaron a la puerta. No cabía duda, era él. La mancha roja abarcaba todo su corazón pero estaba vivo, y no debería estar vivo. Los dos se miraron sin comprender y sin encontrar una explicación plausible.
La visión de toda esa gente desesperada al otro lado de la puerta resultaba sobrecogedora. ¿Cómo era posible que hubiese tantas personas fuera? Lo peor era que entre todas ellas ninguna parecía ser normal, esos ojos. Ernest y un cliente arrastraron unos expositores enormes hasta apoyarlos contra las puertas. El exterior dejó de verse y a partir de ese momento los golpes y gruñidos se fueron aplacando hasta desaparecer. El silencio que sobrevino permitía oír la respiración entrecortada de todos, hasta se diría que podía escucharse el apresurado latido de los corazones bombeando sangre a toda prisa, excesivamente acelerados. Al instante, múltiples conversaciones histéricas empezaron a sucederse superponiéndose unas sobre otras.
André y Julián se situaron frente a las escaleras, al lado de los ascensores ahora parados y con su luz de emergencia encendida también. Los dos iban recobrando el pulso poco a poco. La situación vivida momentos antes sobrevolaba sobre sus cabezas. Los huéspedes que habían sido testigo de la locura desatada los fueron rodeando entre protestas a la espera de una explicación.
— ¡EH! —André sujetó al tipo rubio del brazo, bajaba al lado de la morena de ojos verdes.
— Antes ha disparado sobre un hombre —la mujer había descendido un escalón más que el rubio hasta ponerse a la misma altura que estaba el Director del Hotel— ¿Con qué le ha disparado? ¿Qué clase de bala era? —el rubio miró a Alizée con cara de no entender.
— Mire eso —como no se decidía a explicarse, André tomó a Bastian del codo para llevarlo hasta la entrada.
No habían dado más que un par de pasos cuando la pequeña Carla corrió hasta ellos y se agarró con fuerza a la pierna de Bastian. El rubio se detuvo sorprendido y se encogió de hombros ante la mirada inquisitiva de Alizée. Intentó avanzar a ver si la niña se soltaba pero nada, era una lapa. Se agachó y la tomó de los hombros hasta conseguir que lo soltase.
— Guapa ¿Y tu papá?
— Muerto —la respuesta rápida y segura de la niña les impactó a todos.
— ¿Y tu mamá? —interrogó ahora André.
— Muerta, y mi hermano también está muerto. Mi mamá me gritó que corriera al Hotel. Unos chicos que bajaron del camino los atacaron, los mordían y todos gritaban —Carla volvió a agarrarse, esta vez al brazo de Bastian.
La situación era ridícula, la pequeña no lo soltaba y Alizée lo miraba como esperando alguna explicación para tan raro comportamiento, al final optó por darle la mano y dejar que lo siguiera y así poder ver lo que le quería mostrar el Director. Se aproximaron a las puertas de entrada y entre Julián y André apartaron uno de los expositores. Enseguida volvieron a escucharse los golpes sobre los cristales. El tipo al que Bastian había disparado continuaba ahí, se diría que cuando taparon la entrada los seres que estaban fuera hubiesen permanecido en la misma posición, inmóviles, ajenos ya a todo.
— No puede ser —intentó avanzar un paso pero la niña tiraba asustada de él evitando mirar hacia fuera. Se inclinó hacia adelante para ver mejor, sí, era el hombre al que había disparado con una Colt del 45 casi a quemarropa en el pecho, pero era imposible que continuase vivo.
Retrocedió unos pasos atrás y el expositor volvió a su sitio para alivio de todos los presentes que dejaron de escuchar los golpes y gritos de los seres del exterior.
— ¿Qué tiene que decir? —Algunos huéspedes se estaban agolpando en torno a ellos— Sígame a la oficina.
Bastian terminó por coger en brazos a la pequeña y caminar junto a Alizée en pos del Director. Ernest y Gwen impidieron al resto de clientes acceder también a la oficina.
— ¿Y bien? —Volvió a preguntar André una vez se encontraron en el interior de la habitación donde el cadáver del tipo gordo continuaba sobre la mesa. Carla giró su cabeza para no tener que mirarlo.
— No sé, puede que llevase un chaleco bajo el abrigo, o tal vez no le alcanzase la bala de lleno como creí. No sé, la verdad.
— Pues yo creo que usted sabe más cosas de lo que quiere aparentar. Sacó una pistola en medio de un tumulto y disparó a bocajarro sobre un hombre, no me diga que la bala no lo alcanzó de lleno, además ¿Por qué va usted armado? ¿Quién es usted en realidad? Y ¿Por qué disparó? No lo dudó mucho. ¿Qué sabe de todo esto? ¿Por qué esas personas se comportan de ese modo?
Bastian miró de pasada a Alizée. Adivinó que se debatía entre mandar a la mierda al Director o simplemente dar media vuelta y largarse; pero el ambiente ya estaba suficientemente enrarecido así que decidió hacer uso de la historia que tenían preparada para casos así.
— Verá, Director —remarcó en exceso la palabra— con el debido respeto, no tenemos por qué contestar a ninguna de sus preguntas, usted no tiene ninguna autoridad; no obstante, le diré que somos investigadores privados, estamos trabajando en un caso pri-va-do para el que hemos sido contratados, eso es todo —pareció haber finalizado ahí la frase para a continuación terminar— lo que puedo decirle.
— ¿Qué caso? ¿Para quién trabajan? Y ¿Qué tiene que ver con esa gente enloquecida?
— Entenderá que no podemos revelar quién nos ha contratado, tan solo podemos decirle que se trata de una empresa suiza y que nada tiene que ver con lo que sea que les ocurre a esas personas.
— Una empresa suiza ¿Está de broma? A quién querría investigar una empresa suiza en Vall de Nuria? —Tanto el hombre como la mujer permanecieron ahora en silencio.
— Tal vez prefieran hablarlo con la policía.
— Cuando vengan las autoridades estaremos encantados de colaborar con ellas, por cierto, puede que también quieran saber porqué un hombre yace tumbado sobre su mesa con un cuchillo atravesando su cabeza.
— No es un cuchillo, es un abrecartas. Ese hombre nos atacó, no pude hacer otra cosa, iba a morder a André —contestó atropelladamente Julián.
— La morena iba a decir algo cuando ruido de gritos y de carreras provenientes del comedor la interrumpieron.
— ¡ANDRÉEEEE! —Era la voz de Ernest llamándolo.
Todos echaron a correr en dirección al comedor. Varias personas huían hacia Recepción, otras forcejeaban con individuos que tenían el mismo aspecto que los que aporreaban los cristales en la entrada y que ahora se habían desplazado y golpeaban los cristales del salón comedor.
— La puerta del almacén debe estar abierta, hay que cerrarla antes de que todos esos seres se nos metan dentro —Julián corría ya entre las mesas tratando de esquivar a sanos y enfermos. Mientras avanzaba, trataba de no pensar en lo que ocurría a su alrededor.
Decirlo era sencillo, otra cosa era ir a enfrentarse a lo que quiera que fuesen ahora esos hombres y mujeres. Alizée miró a Bastian.
— No es cosa nuestra, será mejor que nos retiremos —la mujer le señaló a un individuo de color que peleaba con una mujer enorme, a duras penas podía contener sus arremetidas; la situación se le complicó, otro de esos extraños enfermos lo cogió de un brazo y lo mordió en el cuello. La mujer lo tumbó sobre la mesa y desgarró las ropas hasta dejar su abdomen al descubierto, ahora ya podía alcanzar su carne. Essien gritó como nunca le habían escuchado hacerlo. A la mujer y al hombre se sumó un tercero. Entre los tres lo estaban devorando.
— Ahora sí es cosa nuestra.
La morena sacó de su espalda una pistola como la de Bastian y se dirigió hacia la mesa en la que se daban el festín con su amigo. Bastian bajó a la pequeña Carla al suelo. Ni siquiera sabía cómo se llamaba. La niña no esperó que le dijese nada y se metió bajo una de las mesas. Bastian corrió, ahora ya libre, detrás de Alizée.
La mujer se aproximó a un par de metros y disparó sobre el último en unirse a la fiesta. Apuntó al cuello del hombre, allí no podía llevar chaleco. Su carótida izquierda reventó seccionada por el disparo. El hombre se incorporó y se tambaleó, daba la impresión de que estaba a punto de caer al suelo, pero eso no ocurrió, recobró el equilibrio y avanzó hacia la mujer que le había disparado. Alizée observó el impacto de su cuello, debería estar salpicando sangre en todas direcciones; sin embargo, la sangre resbalaba por la herida muy lentamente, como si no le quedase ya nada o como… como si su corazón no estuviese bombeando. Pero eso no era posible, se movían, caminaban, chillaban. Disparó de nuevo, ahora al pecho del hombre. El impacto lo lanzó hacia atrás, cayó sobre una mesa montada para la cena levantando por los aires todos los servicios. Apuntó a la mujer que mordía el estómago de Essien, no podía disparar, corría el riesgo de darle a él. En ese instante se irguió tirando con los dientes de los intestinos de su amigo. Ahora sí disparó. El tiro en el pecho la lanzó hacia atrás un par de pasos pero sin terminar de derribarla. Disparó una segunda vez y la mujer se precipitó contra una sillita de bebé partiéndola en su caída. Quedaba uno, estaba devorando la cara de un Essien que ya no se movía nada. Se acercó a él y le descargó la culata de la pistola en la frente, el tipo no se inmutó, apenas acusó el golpe. Dio un par de pasos más y se situó a su espalda para poder tirar de él y alejarlo de la mesa. Consiguió que soltase a su presa y lo lanzó al pasillo del comedor, apuntó la pistola a su corazón y cuando ya iba a disparar comprobó que la mujer y el hombre, a los que antes había disparado, volvían a estar frente a ella. No era posible, no había fallado, las heridas que los proyectiles habían causado en sus cuerpos eran perfectamente visibles. Se bloqueó, no era capaz de pensar.
¡BANG! El disparo reventó la cabeza del individuo y restos de huesos y masa encefálica se esparcieron por las mesas de alrededor. Ahora el hombre sí cayó y quedó definitivamente inmóvil.
— A la cabeza, dispara a la cabeza.
Alizée apuntó a la cabeza de la mujer y la bala se alojó en su cerebro. Ahora sí se precipitó al suelo como un fardo quedando definitivamente inmóvil. Bastian abatió también al otro.
André se acercó a ellos.
— Hay que cerrar la puerta.
— Vaya, nosotros le cubriremos.
Todavía quedaban personas que corrían entre las mesas esquivando el bufet preparado para la cena e intentando escapar de las criaturas que pretendían comérselas. Algunas lo lograban y huían hasta la Recepción, donde un superado Ernest trataba de prestarles la ayuda que podía.
Alizée alcanzó a Julián. Forcejeaba sujetando las manos ensangrentadas de una mujer que había aparecido desde la cocina. Una niña pequeña se le acercaba por detrás con intención de morderle la pierna. Alizée alejó a la pequeña de una patada en el pecho y reventó la cabeza de la mujer de un tiro. Julián se quedó sujetándola de las manos sin saber muy bien qué hacer. Cuando por fin la soltó se desplomó. La niña pequeña volvió a lanzarse a por Julián. Alizée la disparó en una pierna, la bala fracturó su pequeño fémur pero la niña continuó cojeando hacia ellos. La morena cerró los ojos y disparó sobre la cabeza de la cría. Como en los casos anteriores ella también quedó por fin inmóvil.
André descargó una silla sobre la cabeza de otro de esos enfermos que le cerraba el paso. El golpe le desencajó la mandíbula pero volvió a la carga. El Director armó la silla de nuevo y la estrelló otra vez sobre su cabeza. Un fuerte ¡CLAC! sonó y el hombre cayó al suelo, quieto ya para siempre.
Bastian, por su parte, disparó sobre una mujer que sujetaba a otra del pelo para acercar el cuello a su boca. La bala impactó contra su paladar y la mujer salió despedida hacia atrás, su presa, ahora libre, corrió hasta la salida del comedor.
— ¡LA CERRÉ! La puerta está cerrada —Julián había logrado atravesar el comedor y cerrar el acceso a la cocina desde el almacén.
Al otro lado se podían escuchar gritos y ruido de golpes que se fueron aplacando poco a poco. Aunque la puerta exterior del almacén continuase abierta esas personas ya no lograrían entrar.
André alcanzó la cocina y se topó de bruces con una anciana con el pelo rojizo totalmente revuelto, debía tener al menos sesenta años, se dirigió gruñendo hacia él. El Director reculó hasta el fregadero. El suelo estaba resbaladizo, intentó huir pero patinó y acabó cayendo de bruces. La mujer saltó sobre él, sintió el aliento en su nuca. El mordisco que le tiró erró por poco y no logró traspasar la americana a la altura de su hombro. André no dejaba de moverse intentando quitársela de encima. Un cuchillo jamonero atravesó la cabeza de la abuela de lado a lado y su cuerpo se relajó de inmediato. Julián ayudó a levantarse a André, extrajo el cuchillo y volvieron lentamente al comedor; el Director no podía apartar la mirada de la hoja del enorme cuchillo que Julián trataba de limpiar con mano temblorosa con una servilleta.
En el salón ya sólo quedaban los enfermos abatidos y dos personas a las que habían atacado, mención aparte de Essien. Bastian y Alizée se acercaron a él.
— Fíjate que carnicería, cómo pueden hacer estas cosas, qué coño les pasa.
Essien yacía sobre la mesa con los intestinos fuera y los ojos y la boca exageradamente abiertos. Alizée acercó su mano para cerrárselos. Essien se incorporó de golpe pillándola por completo desprevenida. El cuchillo jamonero que momentos antes atravesase la cabeza de la anciana penetró su cráneo. Sangre y restos de fluidos salpicaron el brazo de la chica. Su sorpresa ahora fue total.
— Estas personas parecen sufrir algún tipo de infección muy virulenta, sea lo que sea actúa en muy poco tiempo, ya lo habéis visto, no podemos estar seguros de cómo se transmite, aunque lo más probable es que una vía sea la sangre —mientras hablaba André tenía fija la mirada en la sangre que había salpicado la mano de la chica, al darse ésta cuenta cogió una servilleta y se la limpió por completo frotando compulsivamente— aunque puede que también lo haga por otros medios.
Bastian extrajo el cuchillo de la cabeza de su amigo. Lo empuñó y enfrentó su mirada a la de André. Por un momento éste pensó que lo iba a atravesar, pero el francés se dirigió al pasillo, entre las mesas, y fue acabando con todas las personas que, de momento, yacían en el suelo tras haber sido atacadas por alguno de esos seres. Cuando se aseguró de que ya no quedaba ningún cadáver con el cráneo intacto regresó junto al resto, aún continuaban adecuando su respiración. Julián y André no perdían de vista a la mujer intentando adivinar algún detalle que les indicara que podía estar infectada.
— ¡ANDRÉ! —El grito provenía de Recepción, era Ernest. Habían olvidado a las personas que escaparon en esa dirección, algunas podían estar infectadas.
Alizée, junto con André y Julián, se dirigieron hacia allí corriendo. Bastian volvía a tener a la pequeña Carla agarrada a su pierna. Había visto que no quedaba ninguno de esos seres y le había salido al paso. Renunció a intentar razonar con ella. La levantó y se la colocó a caballito en su espalda. Recogió el cuchillo otra vez y caminó todo lo rápido que pudo hacia la entrada del Hotel.
Ernest se encontraba debajo de una adolescente a la que, en condiciones normales no habría tenido ninguna dificultad en reducir, pero lo que fuese que transformaba a esas personas las dotaba de una fuerza desmedida. Había logrado sujetar sus manos y al mismo tiempo cruzar sus brazos para impedir que la chica lo alcanzase con la boca. Gwen mostraba la camisa completamente abierta dejando ver un bonito wonderbra de color azul eléctrico que subía y bajaba al ritmo de su respiración, gritaba fuera de sí tratando de defenderse interponiendo un expositor entre ella y un hombre de mediana edad ataviado con un gorro de lana que le tapaba por completo un ojo.
Alizée se aproximó por detrás al hombre y le disparó en la base del cráneo. No esperó a ver cómo caía; se giró y sujetó a la enloquecida adolescente del pelo obligándola a echar la cabeza atrás para así poder disparar sin riesgo de herir al vigilante. Ernest empujó a la chica a un lado y se incorporó todo lo rápido que pudo.
— Han pasado más personas, subieron hacia las habitaciones.
Gwen se acercó al grupo intentando recomponerse la blusa, le faltaban casi todos los botones, se anudó los dos extremos a la cintura. Al terminar se encontró a André y Julián observándola, bajó su mirada y se apretó más el nudo.
— ¡Qué! —con lo que tenían encima y estos dos no hacían otra cosa que mirarle las tetas.
— Te han herido —la que había hablado era la morena de ojos verdes.
Volvió a mirarse con más detenimiento, ahora sí lo vio. Presentaba un corte no muy profundo en el abdomen, justo debajo del ombligo, una fina línea roja lo remarcaba. Al levantar de nuevo la vista se encontró con la pistola que empuñaba la mujer apuntando a su cabeza.
— ¡Espera! ¡No dispares! Estoy bien —se cubrió la cara con los brazos como si así pudiese detener una bala— me habré arañado con algo, no dispares por favor, no…
— El periodo de tiempo en el que se muestran los síntomas y se transforman es muy corto, espera por Dios —André había colocado su mano sobre el hombro de la morena— espera, por favor —Alizée observó el gesto de asentimiento de Bastian y relajó su posición sin descuidar la vigilancia de la mujer pero regalándola unos segundos más.
Gwen se encontraba en medio de un ataque de nervios, lloraba de forma espasmódica. Bajó las manos y se sentó sobre una enorme maleta que milagrosamente continuaba intacta después del caos que había asolado la Recepción. Intentó recordar las oraciones que rezaba con su madre cuando era niña pero no logró comenzar ninguna.
Pasados unos quince minutos Gwen parecía más calmada y el resto convencidos de que no estaba contagiada. Los golpes en las ventanas del comedor amenazaban con volverlos a todos locos.
— Y ahora ¿Qué hacemos? —Ernest se pasaba una y otra vez las manos por el flequillo incapaz de mantenerlas quietas; al verse observado por todos las cruzó sobre su pecho primero y terminó por meterlas en los bolsillos intentando aparentar tranquilidad.
En la Recepción no sólo estaban ellos, numerosos huéspedes los observaban seguramente esperando que les dijesen que todo era una broma pesada, una cámara oculta o si todo era cierto, que ya había terminado. Una pareja de chicos vencía la repulsión y el temor que sentía e iban corriendo las cortinas de las ventanas.
— Ernest, ¿Cuántos clientes crees que han podido subir a las habitaciones? —André intentaba recuperar la autoridad que sabía había perdido hacía rato.
El vigilante vaciló un instante intentando recordar. Un violento escalofrío recorrió su columna al rememorar los ataques anteriores, las carreras, los salvajes mordiscos, la adolescente sobre él.
— No puedo saber con exactitud cuántas personas, pero más de diez, seguro —al final había contestado antes Gwen, al hablar volvía a tomar conciencia de sí misma, de su existencia, de lo cerca que había estado de morir bajo las fauces de ese loco primero y a manos de la morena después.
— Joder, y más de veinte —añadió ahora Ernest.
— Si alguna de ellas estaba infectada el resto de clientes está en peligro, tenemos que reunir a todos los huéspedes y aislar a los que estén enfermos —el comentario del Director hizo crecer entre los presentes un murmullo de temor.
— Si reunimos a las personas sanas con los infectados será como meter varios lobos en un rebaño de ovejas, no, peor, porque las ovejas no se transforman en lobos y las personas atacadas sí se infectarán, sería el final de todos.
— Muy bien y ¿Qué propone usted? —André enfatizó demasiado la última palabra.
— Tenemos que ir acabando con las personas enfermas de forma aislada, una a una, evitar que la infección se propague por todo el Hotel…
— Pero, pero no podemos matar a esa gente, mi marido debe estar entre ellos, tenemos que avisar a la policía, que vengan ambulancias, tiene que haber alguna vacuna, no podemos matarlos.
Comentarios de todos los presentes fueron sucediéndose tras la intervención de la mujer: “mis hijos han desaparecido”, “mi teléfono no funciona”, “tengo que subir a mi habitación”, “alguien ha podido hablar con la policía”, “cómo se han infectado las personas que han llegado del lago”, “cómo…
Las conversaciones se iban sobreponiendo unas a otras hasta resultar imposible entenderlas.
— ¡SSSSSH! ¡Basta! —Bastian tuvo que elevar la voz sobre todos— Ahora no podemos ir buscando por los pasillos a la gente, tampoco podemos hacerlos salir, no hay luz, la iluminación de emergencia es muy pobre, los pondríamos en peligro. Permaneceremos reunidos en el comedor, sellaremos como podamos los accesos y mañana con la luz del día comprobaremos todo el edificio y reuniremos aquí a los —iba a decir supervivientes, pero la connotación apocalíptica del término le hizo cambiarlo sobre la marcha— que permanezcan en sus habitaciones.
— Mi marido debe de estar en la habitación con mi hijo, no voy a quedarme aquí esperando para que una de esas cosas los ataque cuando salgan —ante el desconcierto de todos se dirigió con paso rápido a las escaleras dirección a las habitaciones.
El grito los sorprendió. André y Julián corrieron hacia allí seguidos a unos pasos por algunos huéspedes; Bastian, con la niña aún en brazos, alargó el cuchillo a Alizée.
— Los disparos pueden atraer a más de esas cosas —ella asintió comprendiendo.
En el rellano, una de las mujeres encargada de la limpieza de las habitaciones, Isabel se llamaba, había derribado a la mujer que acababa de salir. Aunque se defendía con valor, ya era tarde, tenía mordiscos visibles en los brazos. El Director la sujetó por los hombros y se la quitó de encima. Isabel se incorporó sorprendentemente rápido y se encaró ahora a André. La sujetó como pudo de las manos esquivando sus dentelladas. Alizée se acercó por detrás y, mientras elevaba su cabeza tirando hacia arriba de la coleta, hundió el cuchillo hasta el mango por su nuca, el cuerpo cayó inerte.
Todos se giraron hacia la mujer atacada. Se miraba las heridas de las manos. Un violento estertor hizo que se doblase sobre sí misma. Alizée no esperó a que se transformase, clavó el cuchillo en su cabeza y lo extrajo con la misma rapidez.
Tras los últimos acontecimientos nadie volvió a discutir la propuesta de Bastian. Entre todos se organizaron para sellar los accesos al comedor con todo lo que encontraron.
Los únicos puntos de luz provenían de las lámparas de emergencia de la entrada al albergue y de su interior. El desconcierto inicial por la ausencia de iluminación, unido a la falta de adaptación de los ojos a la oscuridad, hizo que el ataque de las personas infectadas llegadas de la pista de hielo fuese aún más brutal. Los jóvenes se vieron abordados y derribados sin entender lo que ocurría. Los gritos desgarradores se sucedían, los amigos trataban de ayudarse pero sin ser conscientes de lo que realmente estaba en juego.
El muchacho que se acercó a interesarse por el agredido fue el primero en resultar atacado: el individuo, con la cara llena de nieve por el bolazo recibido, se lanzó sobre él arrancándole la boca. Su grito se pudo oír en todo el valle.
Toni enseguida se vio abordado por varios lados, Pau se dispuso a ayudarlo pero Marga y Luna lo sujetaron. Lo que veían en la explanada delante del Albergue era horrible, el grupo recién llegado había agredido salvajemente a los jóvenes que no sabían cómo reaccionar. La nieve se cubría de rojo por momentos y los alaridos de los que estaban siendo devorados bloqueaban a los que los escuchaban. Toda esa confusión contribuyó a que tan sólo los tres amigos, que ya estaban en las escaleras de acceso al Albergue lograsen entrar, el resto se vio inmerso, de una u otra forma, en la multitudinaria pelea que sólo podía acabar de una forma.
En el interior Eric se frotaba los ojos, no podía creer lo que veía, la batalla de bolas de nieve había derivado en una especie de lucha a muerte, no se explicaba cómo había comenzado, parecían estar divirtiéndose y de repente todo eran gritos de dolor, agresiones y cuerpos caídos sobre la nieve. Calculó que fuera, más de cuarenta personas peleaban entre sí, tenía que hacer algo. Pau, Marga y Luna impidieron que saliese, gracias a Dios. Una joven se acercó a la entrada, gritaba pidiendo que la abriesen, sujetaba su oreja derecha con la palma de la mano contra la cabeza para evitar que se desprendiese totalmente, estaba fuera de sí. Eric no lo pensó, abrió la puerta lo suficiente para que la chica pudiese entrar pero no fue lo suficientemente rápido para cerrarla antes de que el resto de seres llegase. La tromba de personas que se precipitó al interior, entre gente que intentaba huir y los infectados que les iban a la caza impidió a Eric cerrar a tiempo. Pau, Marga y Luna corrieron hacia las escaleras que comunicaban con los pisos superiores. Subieron todo lo rápido que pudieron hasta el primer piso. Existían unas puertas pero estaban abiertas y sujetas a la pared con una fina cuerda para evitar que se cerrasen. Rompieron las sujeciones y las cerraron. La sensación que daban no era de mucha seguridad, no disponían de la llave. Si empujaban con fuerza desde el otro lado las abrirían. Pau corrió hasta la máquina de café existente en esa planta. Trató de empujarla él solo pero pesaba demasiado. Luna se quedó apoyando la espalda contra las puertas y Marga fue a ayudar a Pau. Entre los dos la acercaron hasta la puerta, la situaron en el centro. No era suficiente. Colocaron la máquina de bebidas junto a la otra. Aún así no se veían seguros.
— Pero ¿Qué estáis haciendo? y ¿Qué son todos esos gritos? Sabéis que no podéis jugar con el mobiliario, apartad eso de ahí.
Los tres chicos se quedaron alucinados mirando a Nines, otros jóvenes fueron saliendo al rellano.
— ¿Por qué no hay luz? Y ¿Qué ocurre que grita tanto la gente?
Pau tragó saliva, no sabía cómo explicar lo que había visto abajo, ni siquiera tenía claro lo que sucedía, lo único que sí tenía claro era que no iba a permitir que esas cosas entrasen en esa planta.
— En la calle… jugábamos con la nieve… llegaron… llegaron personas… atacaron a la gente… todo se llenó de sangre enseguida… Eric intentó ayudar a huir a una chica pero esas cosas entraron y atacaron… atacaron a todos los que estaban en la planta de abajo —Marga se detuvo exhausta.
Todo lo que había dicho sonaba a locura o a una docena de porros, pero la expresión de infinito terror que reflejaban los rostros de los tres chicos la confundían. Nines se giró hacia una de las habitaciones, la más cercana, estaba abierta y sus ocupantes tan alucinados como ella permanecían expectantes en la puerta. Entró y se asomó a la ventana seguida por los jóvenes que se alojaban en ella. Lo que vieron los dejó más helados que el gélido aire que entraba de fuera.
— ¡ERIC! ¡ERIIIIIC! —Nines salió gritando el nombre de su marido. Apartó a Marga y se dispuso a desplazar las máquinas para abrir y bajar al piso inferior.
Los gritos de la mujer tuvieron un efecto inmediato al otro lado de la puerta. Gruñidos, golpes y empujones se sucedieron. Si no hubiera sido porque Pau, Luna y otros dos jóvenes empujaron las máquinas para evitar que las desplazasen, éstas habrían cedido. Marga sujetaba a Nines. La reacción de los seres del otro lado los había dejado a todos desconcertados, el temor que los dominaba les impedía incluso hablar.
Al no escuchar voces procedentes del otro lado de la puerta, los extraños seres que habían asaltado el Albergue fueron dejando de presionar y gruñir hasta cesar toda presión.
— ¿Se han ido? —el que preguntaba era uno de los asustados jóvenes que no separaba su espalda de la máquina de bebidas, estaba clavándose la ranura por la que se introducían las monedas, pero por nada del mundo se habría separado de ahí.
Pau acercó el oído a la puerta. Podía sentirlos al otro lado. Dio una fuerte palmada contra la hoja metálica. Al instante los empujones, golpes y gruñidos volvieron a aparecer y, como antes, tras unos instantes volvieron a cesar. Pau se giró hacia el resto y colocando su índice sobre los labios les indicó que permaneciesen en silencio.
Marga y Luna acompañaron a Nines al interior de la habitación. La mujer estaba rota, la situación la había superado por completo. Se sentó en la cama y, cubriéndose la cara con las manos, lloró en silencio, casi con miedo de hacer demasiado ruido y que los seres que permanecían abajo volviesen a emitir su macabro concierto de gritos, golpes y gruñidos.
Luna regresó junto a Pau y le susurró al oído:
— Tienes que ver esto.
Luna lo condujo hasta la ventana. Abajo, los restos de la violenta batalla vivida momentos antes eran evidentes; sangre por todas partes, ropa desgarrada y esparcida ahora sin dueño y lo peor, esos malditos seres que les habían atacado sin mediar palabra deambulando por la explanada. La chica se dio cuenta que no había visto lo que le quería mostrar; guió su mirada y le indicó:
— Allí.
Entre la oscuridad y la nieve que no dejaba de caer lo descubrió. Era Toni, en un principio un sentimiento de esperanza lo inundó, pero pronto se dio cuenta que no había motivos para alegrarse. Toni caminaba en círculo sobre la nieve pisoteada, muy despacio, tan pronto seguía como volvía a detenerse, pero lo malo no era eso, lo peor era lo que arrastraba. Su chaquetón había desaparecido, debía ser uno de los muchos tirados por el suelo, y sus intestinos colgaban fuera de la cavidad abdominal, cuando se detenía era porque se los pisaba.
— Es imposible, nadie puede soportar heridas como esas y continuar en pie, tendría que estar, tendría que estar muerto.
— Quizá lo esté.
— ¿Qué quieres decir? —Pau se giró hacia Luna.
— No lo sé, de verdad, no lo sé.
Nuria. Estación del Cremallera
Los golpes en la puerta les hicieron brincar a los dos.
— ¡Joder! ¿Qué coño pasa?
Xavi abrió rezongando la puerta. Una chica joven, de no más de veinte años se coló dentro sin que pudiese impedirlo.
— Cierra, rápido. —como los dos permanecían en pie sin decir nada la chica se precipitó sobre la puerta y la cerró apoyando su espalda contra ella.
La sorpresa inicial dio pie a que ambos le diesen un repaso a la joven de arriba abajo y sonrieran.
— Hay que llamar… hay que llamar a la policía —la respiración de la chica era muy irregular— … los han matado… a todos, nos han atacado… mi teléfono no funciona.
Ante la cara de Carlos y Xavi la joven se acercó hasta el teléfono situado sobre la mesa sin dejar de observar la puerta.
— No funciona —volvió a colgar con un fuerte golpe tras comprobar que no daba señal.
— Las líneas están caídas, ha habido un accidente con, bueno da igual, el caso es que no van —Xavi sonreía, ya empezaba a comprender, tenía que tratarse de una broma del mamón de Eduardo— vale, vamos a ver a esos muertos —expresó sonriendo de oreja a oreja.
La chica abrió mucho los ojos son comprender.
— No, no podemos salir de aquí, nos matarán, lo he visto, ellos… ellos te matan no te dan ninguna oportunidad —su pulso volvía a acelerarse.
Carlos no sabía de qué iba todo eso pero dio un respingo al escuchar los golpes sobre la ventana.
— Pero qué…
Los puñetazos sobre los cristales arreciaron. Xavi se acercó a ella y retiró el vaho con la manga. Carlos se acercó también.
— Joder, va a romper la ventana —se dirigió a la puerta para salir y decirle cuatro cosas a ese payaso.
Paró en seco cuando los cristales reventaron con uno de los manotazos de uno de los dos individuos que había fuera. Una astilla de cristal se clavó en el pómulo de Xavi.
— No abras, son ellos, estamos perdidos, vamos a morir.
Si era una broma, había dejado de tener gracia. Xavi se limpiaba la sangre de la cara tras extraer el trozo de cristal.
La siguiente andanada de golpes arrancó parte de la ventana lanzándola al interior de la estación. La chica había retrocedido hasta el lado opuesto de la habitación, los temblores de su cuerpo eran evidentes.
— Cabrón, te vas a enterar —Xavi se dirigió puño en alto a la ventana.
Uno de los individuos que intentaban entrar, el que había roto la ventana, tenía metida la cabeza y medio cuerpo; parecía no moverse con naturalidad, se había quedado encajado, intentaba retroceder dando violentos tirones. En uno de ellos logró echar atrás la cabeza pero uno de los cristales que quedaban en la parte superior le desgarró desde la coronilla a la frente. El trozo de epidermis se quedó colgando sobre su cara. Xavi se detuvo en seco.
— No creo que tus puñetazos le puedan hacer daño, este tío debe ir hasta arriba de coca, fíjate, ni se ha inmutado. Tenemos que salir de aquí.
— No, si salimos nos mataran, como a todos los demás, no, no.
— Si nos quedamos aquí al final acabarán entrando, hay que aprovechar que están los dos, los tres —un tercero se había unido a la pareja inicial— distraídos y escapar por la puerta, vamos, ¡rápido!
Los dos hombres se dirigieron a la puerta, la chica no quería salir pero tampoco podía quedarse sola dentro, echó a correr tras ellos y salió la última. El individuo que había llegado más tarde logró agarrarla del chaquetón. La joven tiraba y tiraba pero no conseguía soltarse. Lo único que se le ocurrió fue desabrochar su cremallera y dejar que el animal ese le arrancase el abrigo. Del impulso cayó al suelo de bruces. Carlos y Xavi la ayudaron a levantarse y los tres huyeron corriendo.
— Vamos al Hotel, nos protegeremos allí, sus ventanas y puertas son más resistentes. Alguien podrá llamar a la policía.
La chica continuaba entre los dos. La nieve seguía cayendo con fuerza, en los caminos se acumulaban ya más de veinte centímetros de polvo blanco y caminar y correr resultaba agotador. Los tres habían caído varias veces, sus cuerpos tenían nieve por todas partes.
La carrera había sido agotadora. Pararon un instante y miraron atrás, apenas se distinguía nada pero estaban seguros que esos seres les seguían. Avanzaban más lentamente ahora hacia el Hotel, ya estaban más cerca.
Xavi redujo su paso hasta pararse, Carlos le interrogó con la mirada.
— Delante del Hotel, fuera, hay gente, rodean todo el perímetro y… y se mueven igual que los que intentaban entrar en la Estación.
La joven se dejó caer de rodillas y con la cara entre las manos comenzó a llorar.
— ¡SSSSHT! Calla, es mejor que no nos descubran, tenemos que irnos, no podemos entrar, hay más de esas personas y nos siguen otros tres, tenemos que ir a Queralbs.
— Eso es una locura, no llevamos ropa ni calzado adecuado nos perderemos y terminaremos congelados —Carlos no paraba de negar con la cabeza.
El gruñido les erizó el vello, sus perseguidores se acercaban. La chica y Carlos echaron a correr tras Xavi.
— Seguiremos el trazado de la vía férrea, así no nos perderemos. Si avanzamos sin parar lo lograremos.
Caminaban todo lo rápido que la nieve existente y el cansancio acumulado les permitía. La chica observó que por la parte izquierda del camino que seguían había menos nieve y, sin pensarlo dos veces saltó hacia allí. La frágil capa de hielo junto a la orilla se partió y la joven desapareció con apenas un grito.
Carlos intentó sacarla, metió los brazos casi hasta los hombros, ni siquiera conocía su nombre.
— ¡CHICA! ¡CHICA! Agárrate a mí.
— No chilles, conseguirás que todos vengan a por nosotros.
— Ayúdame, tenemos que sacarla.
— Carlos, NO está, ya no está, ha desaparecido, tenemos que seguir —los gruñidos y el ruido de pisadas cada vez más cercanas lo convencieron para continuar.
Avanzaban por la vía, cada paso costaba más. Xavi iba en cabeza, estaba más en forma y era más joven, a Carlos le abrasaban los pulmones, estiraba el cuello intentando inspirar el aire suficiente para seguir, pero cada bocanada era más fría y corta. Intentó pisar tras las huellas de Xavi pero tropezó y su tobillo se dobló. Consiguió acallar el grito de dolor pero se quedó en la nieve, sentado, exhausto. Xavi volvió a su lado. Intentó ponerse en pie, al apoyarse sobre el pie lastimado el dolor le obligó a echarse de nuevo al suelo.
— Vamos, tenemos que seguir. Están cerca, puedo oírlos.
— Sigue tú, estoy agotado, creo que me he roto el tobillo.
Con la ayuda de Xavi se levantó y se sentó en una montaña de traviesas de madera apiladas al lado de la vía. Los pasos y los gruñidos de su o sus perseguidores se oían cada vez más cerca.
— ¿Es qué ellos no se cansan nunca?
Xavi no lo escuchaba, buscaba algo con lo que defenderse. Por fin encontró un grueso cable desechado del tendido, no era muy largo, poco más de medio metro pero tendría que servir. Se plantó en la vía a esperar. Al momento lo vio venir, lo reconoció, era el que había agarrado del abrigo a la chica. Incapaz de esperar se dirigió hacia él con el trozo de grueso cable armado atrás. Lo descargó con fuerza sobre el hombre. Le imprimió tanta fuerza al movimiento que cayó sobre él tras golpearlo. Se incorporó todo lo rápido que pudo doliéndose de la mano izquierda, se había cortado con algo.
— Se levanta, se levanta —Carlos gritaba incrédulo, el golpe había sido terrible, le había alcanzado en plena cara, pero el tío se levantaba.
Xavi volvió a golpearlo, en la espalda, antes de que terminara de levantarse. El hombre cayó, pero de nuevo comenzó a incorporarse. Era una locura. Xavi lo golpeó entonces varias veces muy seguidas, no podía parar, por fin sonó un seco ¡clac! Xavi paró, dejó de golpearlo. El tipo se quedó inmóvil. Xavi caminó tambaleante hasta Carlos, se sentó a su lado, le costaba respirar.
— ¿Estás bien? Xavi, ¿Estás bien?
— Sí, sí, sólo… sólo necesito descansar un momento.
Nuria. Estación de Esquí
El Cremallera estaba cerrado, ningún tren saldría de momento, así que antes de ir a su habitación del Hotel, Vera decidió aprovechar ese rato para adelantar las reservas del día siguiente, aunque si no se restablecía el tráfico sólo podrían disfrutar de la nieve los que ya estuviesen alojados en el Hotel.
Una vez que terminó con las reservas se conectó a una página de regalos online. Quería encargarle a su hermano para Reyes una carcasa para el móvil personalizada con el escudo de su equipo favorito. Cuando terminó de diseñarla y finalizar el pedido trató de descargarse algunas canciones y actualizó su Kindle. Cuando llegase a la habitación se daría un baño y luego aprovecharía para avanzar en la lectura del último libro que había adquirido, bueno, después de cenar a cargo de la empresa. Para finalizar programó un back up para ese instante.
Estaba consultando su correo mientras terminaba la copia cuando la luz se fue. El ordenador se apagó antes de acabar. Había pedido varias veces que le conectasen un SAI pero seguía sin recibirlo. El alumbrado de emergencia se encendió enseguida. No era la primera vez que un apagón se producía en el Valle. Normalmente la electricidad regresaba rápido. De todas formas, como era tarde decidió recoger y marcharse a cenar. Ninguno de sus compañeros de la Estación andaba por allí, era la última. Cogió una linterna de uno de los armarios, se ajustó la bufanda y el abrigo y cerró con llave la puerta de su oficina alejándose hacia la salida. Mientras caminaba se iba levantando el cuello del abrigo y calándose los guantes. La luz de emergencia era suficiente para permitirle avanzar aunque llevaba encendida la linterna. Lo malo sería andar entre la nieve de fuera a oscuras, pero bueno, sólo iba a ser un momento.
Abrió la puerta de salida de la Estación, la ventisca arrastraba un aire helado. Se subió la bufanda hasta los ojos y se dispuso a introducir la llave en la cerradura para cerrar el acceso. El guante de lana hizo que la linterna escapase de su mano. Cayó al suelo, sobre el enrejado metálico que ayudaba a los esquiadores evitando que la nieve que desprendían sus botas terminase formando hielo y acabasen resbalando. Tras girar en círculo se detuvo enfocando su haz hacia las escaleras. Fuera todo era oscuridad, la energía había fallado en todo el Valle. Vera se inclinó y recogió la linterna. No la dio tiempo a incorporarse del todo, una persona llegó corriendo de la nada y se adentró en la Estación empujándola al suelo. Varias personas más entraron tras ella.
— ¡EH! Está cerrado, no pueden estar aquí. ¡EH! Tienen que salir —Vera se levantó recogiendo la linterna y se plantó en el interior a esperar que saliesen. Todo estaba cerrado, no podrían acceder a ninguna dependencia.
— Rápido, vienen detrás, corred —los intrusos giraron al fondo del pasillo y comenzaron a descender al piso de abajo. Allí la única puerta abierta era la de los aseos.
¿Quién venía? Vera se dio la vuelta, fuera se oían más carreras. Se dirigió a la puerta para cerrar y evitar que más gamberros entrasen.
El hombre cayó quedando su cuerpo mitad dentro mitad fuera.
— ¡Ayuda!, ¡Ayuda, ya están aquí! ¡AAHGGGGGG!
El grito sobresaltó a Vera, pero lo que realmente la impactó fue ver como otra persona saltaba sobre el caído y, a horcajadas sobre él, le arrancaba de un mordisco un trozo de su cuello. Vera veía la escena iluminada por el haz de su linterna.
— ¡Cooorre! —el grito del caído la sacó de su trance y regresó a la carrera hacia su oficina.
Cuando llegó de nuevo a la puerta se dio la vuelta para ver qué era del hombre. No debió hacerlo. El haz de luz apenas alcanzaba a esa distancia pero el alumbrado de emergencia fue suficiente para ver como otros dos hombres permanecían tirados alrededor del caído… comiéndoselo.
— Por aquí no hay salida, hay que volver —unos jóvenes, parte de los que se habían colado al principio, regresaban tras comprobar que abajo todo estaba cerrado. Se encontraron de bruces con Vera, a la que del nuevo susto se le cayeron las llaves.
Vera era incapaz de articular sonido alguno, recogió las llaves y comenzó a seleccionar la de la puerta. De la entrada se escuchaban pasos y gruñidos acercándose. El llavero volvió a resbalarse de sus manos enguantadas. Tres jóvenes más, procedentes de abajo, subieron y decidieron intentar salir esquivando a las personas que los atacaban. Vera recogió el llavero y se giró a mirar hacia la salida. Allí las luces de emergencia iluminaron una nueva escena temible. El hombre al que habían atacado antes se levantaba rodeado de más de esas extrañas personas. Vera sintió flaquear sus piernas, avanzaban hacia ellos. Los que habían intentados escapar eran irremisiblemente alcanzados y derribados para luego ser devorados entre horribles gritos.
— Trae —uno de los jóvenes arrancó las llaves de sus manos— harás que nos maten a todos.
En el llavero había tres llaves, metió la primera en la cerradura pero no correspondía.
— Es esa —el dedo índice de Vera señalaba temblando visiblemente la única llave de cabeza redondeada.
El joven la introdujo y empujó, la puerta se abrió y los cuatro chicos entraron en tropel. Una de las personas que intentaron escapar venía hacia ella.
— Ayudaaa…
— Esperad, viene otro —Vera se colocó delante de la puerta impidiendo que la cerrasen.
— Ese no va a entrar, pasa o te quedas fuera —el que había abierto empujaba ya la puerta.
Al final Vera cedió y entró, el joven cerró y echó la llave. El llavero quedó colgando de la cerradura. Al otro lado, los gritos del desdichado se introdujeron en los oídos de Vera repitiéndose como si su cabeza propagase el sonido.
— ¿Qué ha pasado? ¿Qué eran esas personas? Lo has dejado fuera cabrón.
SSSSHT. Otro de los jóvenes se abalanzó sobre ella y la tapó la boca impidiéndole hablar.
— Calla loca, calla o derribarán la puerta.
Los ojos de Vera amenazaban con escapar de sus órbitas pero cuando escuchó los primeros golpes y gruñidos al otro lado cedió y dejó de forcejear y presentar resistencia. Los golpes y los sonidos fueron cesando poco a poco. La bufanda apretada contra sus labios hacía más desagradable aún la presión de la mano.
Cuando los sonidos en el pasillo de fuera cesaron por completo Vera tiró de la mano que la seguía amordazando. El joven la apartó señalando con la otra que debía permanecer en silencio.
PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO