Jueves 27 de diciembre de 2012. Entre las 06:00 y las 09:00 horas
Londres. Aeropuerto
El aspecto que mostraba el exterior del Aeropuerto de Londres distaba mucho del que se podía disfrutar en Doha. Te entraba frío sólo con asomarte a la ventana, fuera debían estar cerca de bajo cero, esa temperatura era muy superior a la que le esperaba en su destino, la diferencia era que a aquél tiempo ya estaba acostumbrado, es más, lo extrañaba profundamente. El invierno era una época para pasar frío, no podía concebir unas Navidades sin nieve, nunca se le habría ocurrido ir a celebrar el Fin de Año a un lugar en el que no tuviese que ponerse un grueso abrigo para pasear por la calle o calzarse unas buenas botas para caminar sobre la nieve recién caída. Recordaba haber leído ¿Cuanto hacía? No podía precisarlo, que se esperaba el primer gran temporal de nieve en la Península en pocos días, era perfecto, ahora sólo necesitaba quitarse el gripazo de encima. Aunque se notaba muy caliente sentía un intenso frío. Se acomodó en el asiento de la terminal, se subió el cuello de su chaquetón y se tapó hasta la nariz con la manta que le habían facilitado en el avión.
Queralbs
Hacía un frío del copón, tenía el cuerpo completamente destemplado. Se había vuelto a quedar dormido en el sofá, la chimenea se debía haber apagado hacía rato. Se incorporó con dificultad y se dirigió tiritando a la cocina. Encendió todos los fuegos y colocó las manos a pocos centímetros del más grande. El calor proporcionado por el gas enseguida reactivó la circulación de la sangre por sus dedos. Cuando consideró que podía moverlos con soltura puso una cafetera al fuego. Hoy iba a ser un día duro, seguro, ya acabó mal ayer pero el de hoy fijo que sería peor. Encendió la televisión. La agencia de Meteorología anunciaba un fuerte temporal de nieve y viento en todo el Noroeste de la Península. La imagen del mapa significativo mostraba un enorme copo de nieve sobre Nuria. Eso sólo podía significar una cosa: más problemas para él.
Al menos no había recibido ningún aviso durante la noche; sólo habría faltado eso. En la esquina superior derecha de la televisión se mostraba la hora, las 06:38. Ya había entrado en calor y sabía que no sería capaz de dormirse de nuevo, así que se tomó a tragos cortos la taza de café cargado recién preparada y se dispuso a darse una ducha. Se dirigió al baño y encendió la estufa colocando el termostato a tope, luego abrió el grifo del agua caliente y dejó que el vaho desprendido fuese elevando la temperatura del interior. Mientras se calentaba la estancia se dispuso a afeitarse. La imagen que le devolvió el espejo le recordó su edad, ya pasaba de los cuarenta, tez más quemada por el aire que bronceada, unos crecientes mechones blancos sobre las sienes, pectorales atléticos aunque ya no tan marcados como antaño y una mirada dura, tal vez demasiado dura, que poco tiempo atrás no tenía.
Ribes. Comisaría
El policía de servicio le saludó sorprendido, lógico, no hacía más de cinco horas que se había marchado y ya estaba allí de vuelta otra vez. Tras hacer una parada obligada en la máquina de café se acomodó en la silla de su despacho, era fácil, tenía la forma de su cuerpo perfectamente definida.
Apartó la taza de café hirviendo a un lado y desplegó un plano de la zona. En pocas horas, si la nieve continuaba cayendo de esa forma, los pueblos de la comarca quedarían aislados. Eso, en sí no era un problema, todos los vecinos sabían cómo debían actuar y podían resistir mínimo una semana. Las dificultades comenzarían cuando se produjese alguna emergencia que lo pondría todo patas arriba.
Miró el calendario que tenía colgado en la pared, un oso polar con pinta de haberse bebido un bar entero dormitaba apoyado contra la pared en un mugriento y oscuro callejón al lado de una Administración de Lotería en la que se suponía que acababa de tocar el Gordo de Navidad ¡Joder! Quién había diseñado ese calendario. Era 27 de Diciembre, mañana 28, ese era con diferencia el día que más odiaba de las fiestas navideñas.
Apuró la taza de café y se dispuso a consultar los últimos informes llegados de la Central. Alerta de nieve, cuando ya lo sabía toda España, nuevas medidas para reducir gastos y, sí, menos mal, al final le mandaban un agente nuevo, había solicitado tres, en esas fechas la faena se multiplicaba por diez, pero los mamones de Barcelona sólo le enviaban uno; en fin, como solía decir su padre, eso era mejor que una patada en el hígado.
Se acercó de nuevo a la máquina de café y, con otra generosa taza en la mano se concentró en diseñar el Plan de Acción para el día que comenzaba, por hacer algo, porque fijo que al final algún suceso lo haría pedazos.
A las ocho en punto ya estaban todos los agentes en sus puestos y él ya saboreaba la cuarta taza de café desde que se despertase. Marc entró en su despacho sin pedir permiso ni saludar y le dejó sobre la mesa una carpeta.
— La documentación del nuevo.
Cuando salió por la puerta difícilmente podía disimular la sonrisa de su cara ¿Porqué se descojonaba el mamón ese? Cogió los papeles y sacó el expediente del novato.
— ¡Mierda! —las carcajadas fuera de su despacho se multiplicaron.
Cristian Alba Roca, Cristian ¿Dónde quedaban los nombres de toda la vida? Pedro, Francisco, Manuel, Jose, pues no, le tenían que llamar al niño Cristian. Pero no era eso lo que provocaba todavía las incontenidas carcajadas en el exterior de su despacho, se descojonaban del apellido, Alba. Era el que faltaba, ahora sí que tenía a toda la Zaga de la Roja; Marc Piqué, Artur Puyol, Miguel Ramos y el nuevo, Alba. Ya podía escuchar las risotadas de toda la gente del bar.
Esto tenía que ser cosa del cabrón de su hermano, o del bastardo de su primo, por fuerza tenían que conocer a alguien en personal. Qué hijos de puta, aún así no pudo evitar una sonrisa.
Rememoró los tiempos en que los tres iban por toda la comarca haciendo putadas de todo tipo, podía decirse que los añoraba, echaba de menos esos momentos. Eduardo había quedado huérfano siendo muy pequeño, sus padres lo acogieron y desde ese momento fue un hijo más para ellos y un hermano para Julián y para él. Los tres tenían prácticamente la misma edad y se convirtieron en inseparables.
El problema era que desde que él entrase en la Policía, su vara de medir las cosas y su forma de valorar las consecuencias habían cambiado. Ahora en lugar de protagonizar las bromas junto a ellos tenía que sufrirlas. En su última inocentada llegaron demasiado lejos y a punto estuvieron de causar daños a terceros, uno de ellos: él. Este año estaba decidido a que las cosas fuesen diferentes. Aunque la semana anterior le habían prometido que esta vez no iban a hacer ninguna de las suyas, no tenía la más mínima confianza en ello. Por eso había tomado medidas adicionales.
Nuria. Refugio
No podía ver el momento de encontrarse con su primo. Tenía preparada una cojonuda para mañana, pero necesitaba una buena dosis de preparación para que tuviese una mínima calidad y fuese digna de ellos. Había intentado comunicarse con él varias veces pero no tuvo éxito. Tampoco respondía a sus whats ap, supuso que no tendría cobertura. El restaurante a esas horas prácticamente marchaba solo, Artur, el primer ayudante de cocina que se había agenciado era un portento y aprendía a toda velocidad, podía ausentarse sin problemas, pero debía tener cuidado de que André no le pillase. No era mal tío el franchute, tan sólo intentaba hacer su trabajo dirigiendo el Hotel pero su sentido del humor era sencillamente inexistente. Salió a hurtadillas de la cocina y se dirigió a su habitación.
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Se había pasado nevando toda la noche, el recepcionista no daba abasto para retirar la nieve que no cesaba de caer. Tenía narices, apenas había nevado un par de veces entre Noviembre y Diciembre y, justo ahora, caía la nevada del siglo. En Administración ya se habían registrado varias llamadas para cancelar las reservas. La gente que no hubiese entrado en el Hotel, difícilmente podría hacerlo después de hoy ¡Y estaban a menos del sesenta por ciento de ocupación! Tenía que dejar de nevar.
Más tarde llamaría a la Estación del Cremallera a ver como estaba la vía. Gracias a Dios con la máquina quitanieves se podía completar el recorrido. Pero todo tenía un límite, tenía que dejar de nevar, era lo único que se le ocurría.
Había pasado mala noche, se ve que el suceso, por llamarlo de alguna forma, con la morena y el tipo del bar, le afectó más de lo que en un primer momento pensó. Decidió acercarse a la cafetería a preguntarle a Gwen si sabía algo de la señorita pero en el último momento recordó que ese día no entraba hasta las doce de la mañana. Se sintió frustrado pero no cedió, consultaría con Administración a ver si allí podían decirle algo de ella.
Antes se dio una vuelta por el vestíbulo; a pesar del tiempo de perros que hacía la gente, ávida de esquí, ya bajaba a desayunar y salía por los alrededores de la entrada a echar un pitillo y tratar de predecir cómo podía evolucionar el temporal. Las pistas no comenzaban a funcionar hasta las diez de la mañana pero los más aficionados no querían perder ni un minuto.
Raquel estaba al teléfono. Se medio sentó sobre una de las mesas a esperar que terminase mientras bebía un vaso de agua de la máquina. Aprovechó el momento en que colgó para preguntarle por la mujer morena. La chica sonrió, evidentemente pensaba que el interés en la huésped era debido a otra cosa. Si, como no acordarse, ella había hecho el alta.
— Tercera planta, habitación 350, recuerdo que su nombre me pareció demasiado, como decirlo, demasiado perfecto para ella, como si estuviese… no me sale la palabra… diseñado, eso es, diseñado a medida, inventado, eso es. Si quieres te busco la ficha. El teléfono volvía a sonar. Se sentía estúpido por las tonterías que se le habían pasado por la cabeza a cerca de la mujer, y además Raquel le miraba con esos ojos socarrones, su interés por un huésped no iba a pasar inadvertido. Raquel era majísima y muy eficiente en su trabajo pero dentro de un rato todo el Hotel sabría de su repentino interés en la mujer de la habitación 350.
— No, no hace falta, continúa con tu trabajo, era…, era una tontería.
Nuria. Albergue
Nines ya había terminado de montar el comedor para los huéspedes del Albergue. Eric trataba de despejar las salidas al exterior. La temperatura ambiente dentro era muy agradable, incluso elevada, pero fuera la nieve ya tapaba todo rastro de caminos y carreteras. El hielo acumulado en las esquinas de las ventanas acrecentaba la sensación de frío extremo fuera del recinto. Ya llevaba varios años dirigiendo el Albergue y se daba perfecta cuenta que de seguir nevando a ese ritmo en poco tiempo quedarían aislados. Esa no era la mejor noticia, las cosas no iban bien y aunque años atrás hubiesen podido aguantar más de una semana de aislamiento, en la actualidad difícilmente podrían resistir cuatro días. Eric no quería preocuparla pero ella también veía los extractos bancarios; su situación financiera era muy delicada. Por si fuera poco, el hecho de que la única forma de acceso fuese con el Cremallera lo dificultaba todo más si cabía. Naturalmente en caso de emergencia podía contactar con Ribes y les abastecerían por aire en helicóptero, pero mientras el temporal no remitiese eso resultaba imposible.
Puso a un elevado volumen el Concierto de Aranjuez y degustó una taza de té hirviendo mientras esperaba que los huéspedes más madrugadores fuesen apareciendo.
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El fin de fiesta no había estado mal, Pau se había pasado a la otra habitación con Marga y Toni se había quedado con ella. El polvo fue cojonudo pero no podía decir que hubiese pegado ojo. A Toni le gustaba dormir muy pegado a ella y así era incapaz de conciliar el sueño ni una hora. Como Toni continuaba roncando decidió salir de la cama y darse una buena ducha a ver si se espabilaba.
PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO