Alguien aporreó la puerta de la habitación. Mi hijo me dijo algo y se acercó a la mirilla. Al otro lado una voz imploraba que les dejásemos pasar al interior de la habitación, con nosotros, a nuestra seguridad. Mi hijo volvió a dirigirse a mí. En el pasillo los gritos y el fragor de la pelea se incrementaban. Mario abrió por fin.
—PASAD, RÁPIDO.
Al instante tiró de la mujer y la niña pequeña que habían estado llamando. Juntos corrimos al fondo de la habitación.
Mi hijo trató de volver a cerrar pero era demasiado tarde. Un hombre rubio se precipitó al interior cayendo bajo varios de esos…
…Zombis.
Mario consiguió zafarse de ellos y se alejó gateando hasta llegar junto a nosotros. El hombre rubio también logró escapar del barullo de brazos y piernas. Era el mismo que vino la otra vez, el mismo con el que se fueron mi mujer y mis hijos.
Desapareció en el interior del baño empujando a dos de esas criaturas. Cuando reapareció, el lío de zombis caídos aun continuaba. En la puerta, muchos más de esos seres aguardaban para entrar. Se agachó sobre los caídos y, tirando con fuerza, los apartó de la entrada lanzándolos al interior de la habitación, junto a nosotros.
La pequeña gritó.
—A la cama, subid a la cama —Mario tiraba de mí para que subiera.
Los tres saltamos sobre el colchón. La niña se escurrió bajo la cama y desapareció de mi vista. En la entrada de la habitación el hombre rubio alcanzó la puerta y logró cerrarla. Ahora estábamos encerrados con seis zombis.
El hombre regresaba, parecía exhausto. Una mujer, no, una muerta de esas, se abalanzó sobre él al pasar por el aseo. El hombre sujetó sus brazos y la lanzó contra los otros dos que ya iban a su encuentro. Al instante desapareció de nuevo en el interior del baño. Golpes de cristales rotos indicaron que la lucha continuaba en el aseo.
El hombre volvió a aparecer. Presentaba restos de sangre por todas partes. La muerta se encaminó hacia él. La cogió por los brazos y la lanzó dentro del baño.
Uno de los zombis intentó encaramarse a la cama para alcanzarnos. La mujer le pateó la cabeza y lo derribó de espaldas. El otro zombi intentaba colarse bajo la cama para atrapar a la pequeña.
Los otros dos ya habían derribado al rubio y se hallaban sobre él. Sujetaba las manos de uno de ellos justo debajo de ambos. El zombi que se encontraba más arriba mordía con rabia buscando carne sana. El hombre lo único que podía hacer para defenderse era sujetar la cabeza del zombi más cercano a la vez que apartaba las manos con sus codos.
La niña apareció por el otro lado de la cama y trepó por las piernas de la mujer hasta terminar en sus brazos.
Me volví de nuevo hacia el hombre. Ahora tenía sus manos metidas en el interior de la boca del zombi. Tiraba en sentidos opuestos tratando de evitar que cerrara la boca. El crujido me sorprendió. La boca del zombi acabó definitivamente desencajada. Un último tirón partió sus cervicales.
El zombi volvió a intentar subir otra vez a la cama. Fue mi hijo el que le propinó ahora una bestial patada en la cabeza lanzándolo un par de metros atrás.
El rubio sujetaba la cabeza del zombi de más arriba sin poder apartar del todo al que terminaba de romper el cuello. Miró en nuestra dirección. No me miraba a mí. Sus ojos buscaban a la pequeña. Cuando la encontraron, introdujo ambos pulgares en las cuencas oculares del zombi y apretó hasta que en su interior no quedó nada. Los apartó y apoyó la espalda contra el mueble que soportaba el peso de la televisión. Se le veía agotado.
Me giré hacia la niña. El zombi estaba a punto de alcanzarla. Nadie podía ayudarla.
¡BANG!
El sonido del disparo penetró en mi cerebro. El olor purificador de la pólvora invadió toda la habitación.
La cabeza del zombi que trataba de alcanzar a la pequeña reventó antes de alcanzarla.
¡BANG!
El nuevo disparo terminó con la vida del que ya se hallaba encaramado por el otro lado.
El silencio frío y denso ocupó toda la estancia. Sólo se oía la respiración jadeante del hombre. Se puso en pie con dificultad. Todos miraban su costado. Yo también. Una fea herida sangraba abundantemente.
—Bastian, tu costado.
Bastian. Así se llamaba. Bajo la vista y comprendió. Yo también comprendí. Levantó la pistola empuñándola con ambas manos e introdujo el cañón en su boca. Cerró los ojos lentamente.
Me desperté empapado en sudor una noche más. Siempre en el mismo momento, siempre justo antes de que todo acabase. Daba lo mismo, yo sabía cómo terminaba. No había tomado mis somníferos. Sin ellos, sólo lograba conciliar el sueño cuando me encontraba tan agotado que mi cerebro era incapaz de recordar.
Era verano en Zaragoza. A pesar de ello las ventanas de mi habitación estaban cerradas, lo mismo que las de toda la casa. Me senté en la cama, me calcé unas chanclas y me incorporé. Antes de salir de la habitación me volví. Su lado de la cama estaba perfectamente hecho, una cama en la que ella nunca volvería a descansar. Una vez más me lamenté. Debí haber impedido que se marchasen, debí haber sido más fuerte y haberme impuesto a todos. Ahora seguirían vivos. Nunca se habrían transformado en… en eso.
Salí de mi habitación. Avancé pasillo adelante. Frente al cuarto de mis pequeños acaricié la puerta con las yemas de los dedos. Desde que volvimos no había vuelto a entrar en esa habitación. No era capaz. Mi hijo tampoco. Continué caminando hasta el cuarto de Mario. La luz azul del despertador de números enormes iluminaba perfectamente su cara. Ni rastro de inquietud. Dormía plácidamente. Lo envidiaba. El sicólogo se asombraba de su capacidad de recuperación. Claro que él no tenía ningún sentimiento de culpa, porque no era culpable de nada. Yo era el culpable, el débil, el que no había sido capaz de proteger a su familia.
Caminé a oscuras hasta la cocina y alumbrado por la luz de la nevera llené un vaso de leche y extraje dos cápsulas del envase. Necesitaba dormir. El doctor me decía que con el tiempo podría dejar de tomarlas, que con el tiempo y la terapia lo superaría. Yo sabía que no. Necesitaba saber, conocer, cómo había podido llegar a producirse una cosa así, una aberración semejante, sólo entonces sería capaz de descansar.
Miércoles, 26 de diciembre de 2012. Entre las 21:00 y las 00:00 horas
Espacio aéreo ente Doha y Londres
Le dolía todo el cuerpo, se caía de sueño y por si fuera poco parecía haber cogido algún virus. Seguro que se lo había contagiado la chica. Cuando su jefe le dijo que debía viajar a Doha esa semana le sentó, como solía decir su tío, igual que una patada en el hígado. No porque no le gustara la idea sino porque en esas fechas siempre se cogía unos días para ir al pueblo con sus primos, no había faltado ningún año, le servía para cargar las pilas y desconectar por completo. En verano podía ir a cualquier sitio, pero las Navidades eran otra cosa, las Navidades las tenía que pasar en Vall de Nuria, en el Refugio, con su primo.
Ya creía que este año iba a faltar a la tradición pero la operación se había resuelto más rápido de lo esperado y aunque tuvo que pasar la Nochebuena y la Navidad en Doha podría llegar a Fin de Año y lo que era más importante, entre Julián y él podrían idear otra de sus reconocidas inocentadas. Tendrían menos tiempo para prepararla pero seguro que Julián ya habría pensado algo.
Aprovechó el paso de la azafata para pedirle un par de aspirinas y mientras las esperaba rememoró una vez más el encuentro de anoche con la joven. Esa era la parte buena de viajar a Doha, podías disfrutar de unas mujeres como no las había en ningún otro lugar. El sexo con ellas era sencillamente espectacular.
Ya regresaba la azafata. La verdad era que no estaba nada mal, la rubia que le recibió a la entrada no le atrajo lo más mínimo, pero esta pelirroja sí. Una vez se tomó las pastillas se entregó a la tarea de telefonear a su primo, nada, no tenía cobertura. Cogió uno de los periódicos que le habían dejado al llegar e intentó leer algo. Las explosiones en la superficie solar podrían provocar la mayor tormenta electrónica de la historia, montones de satélites se podrían ver afectados y millones de abonados quedarse sin servicio. Puede que fuese ese el motivo de que fallara la red, aunque el titular anticipaba que tardaría unos días en producirse, si es que al final tenía lugar. De todas formas la prensa siempre lo exageraba todo, seguro que llegado el momento se produciría alguna interferencia y poco más. No era capaz de concentrarse en la lectura, cada vez se encontraba más congestionado.
Si tan sólo hubiera continuado leyendo la siguiente noticia, tal vez hubiera comprendido que el virus que parecía afectarle era algo más que un simple constipado:
“Extraño suceso en Doha”. Una mujer, supuestamente bajo los efectos de las drogas, se abalanza sobre una limpiadora en el Hotel Retaj Al Rayyan, la mujer tuvo que ser abatida por la policía tras haber matado a dentelladas a la trabajadora. Otras fuentes consultadas especificaron que la perturbada estaba devorando a su víctima, al parecer se habría comido los intestinos de la infeliz; la policía sólo fue capaz de reducirla efectuando varios disparos que, a la postre, acabarían con su vida. Los agentes buscaban al último ocupante de esa habitación para interrogarle.
Nuria. Refugio
Este era el tercer año que ostentaba la dirección del Hotel-Refugio de Vall de Nuria. Durante ese tiempo había pasado irremediablemente por diferentes etapas o momentos. Unos fueron buenos, la mayoría, y otros malos, los menos, lo preocupante era que todos los que recordaba cómo, no malos sino peores, hubiesen tenido lugar en esas mismas fechas y, curiosamente, hubieran sido causados por la misma persona. Resopló sólo de recordarlo.
Julián era un cocinero brillante, de haber sido una persona más cabal y responsable hubiese podido regentar su propio Restaurante de autor, tipo el de Adrià pero un par de escalones por encima. El problema era su falta de responsabilidad y su tendencia a provocar situaciones de difícil justificación. Sus creaciones eran conocidas en todos los circuitos del sector, críticos gastronómicos venían de todos los lugares a degustar sus platos y lo mismo pasaba con los clientes del Hotel, eran multitud los que regresaban año tras año para volver a disfrutar de la comida del Hotel y lo primero que preguntaban al realizar la reserva era si el Jefe de Cocina continuaba siendo Julián Ramis. Esa era la única razón de que siguiese trabajando allí.
En cualquier caso, este año iba a ser diferente, se había propuesto atar corto a Julián y al tarado de su primo, si querían gastar una de sus jodidas inocentadas tendrían que elegir un sitio distinto al Hotel. Se asomó a la ventana de su despacho, a pesar de la hora y de la nevada que estaba cayendo se podían observar multitud de personas en el exterior. Las luces nocturnas le conferían al Hotel y sus alrededores una belleza especial.
La melodía de su teléfono le devolvió a la realidad. Era el encargado de la Estación de Esquí. Como siempre malas noticias, nunca llamaban para dar buenas nuevas. Una de las niveladoras había quedado fuera de servicio, presentaba una avería de tipo electrónico y la pieza de repuesto que necesitaban para su reparación tardaría una semana en llegar. Ahora sólo podían hacer uso de una. Genial. Era algo tarde ya, hoy se quedaría también en su suite del Hotel pero antes decidió pasarse por la Cafetería. Un par de dedos de Macallan le ayudarían a conciliar el sueño.
El salón estaba muy animado. En torno al piano varias mesas disfrutaban del artista contratado para la ocasión. Dio un largo trago y se deleitó con el paso del líquido por la garganta sintiendo de inmediato como aumentaba la temperatura desde la tráquea hasta el estómago. Mientras degustaba el whisky fue observando a los clientes de cada una de las mesas. Una pareja intentaba escuchar los acordes ignorando a los cuatro monstruitos que no dejaban de pelearse, sintió lástima por ellos. Desplazó la mirada a la siguiente mesa, allí una pareja compartía un Gin-tonic, de cada uno de sus movimientos emanaba la complicidad que sólo unos enamorados eran capaces de transmitir, se acordaba de ellos, les recibió al llegar, estaban de Luna de Miel. Al fondo del salón un par de adolescentes, chico y chica, hermanos según creía recordar, se peleaban sin descanso molestando con sus voces a las personas de su entorno. El acento dulzón de una voz francesa desvió su atención, le acababa de pedir la cuenta a Gwen, no, no quería que le cargasen la consumición a la habitación, pagaría en efectivo. Mientras la señorita aguardaba que Gwen le devolviese el cambio del billete de cincuenta euros, André aprovechó para observarla mejor, los enormes ojos verdes unidos a la perfecta simetría de su rostro la convertían, sin duda, en la mujer más bella que se había hospedado en el Refugio desde que era el Director. Se retiraba de forma descuidada los cabellos de un negro brillante de la mejilla, a la vez que ladeaba descuidada la cabeza. Aunque lo intentó no fue capaz de imaginar lo que la chica podía estar pensando. Una vez recibido el cambio la mujer se encaminó hacia la salida, no sin antes dirigirle una enigmática mirada en la que pudo fácilmente adivinar “te he visto, llevas un rato observándome, métete en tus asuntos”. Al instante sintió como el calor subía de nuevo a su rostro pero en esta ocasión la bebida no era la razón.
Apuró el contenido de su copa y al depositarla sobre la barra descubrió, reflejado en el espejo de enfrente, como los ojos de un tipo de color, sentado solo en la mesa más próxima al pianista, le diseccionaban. Si lo que leyó en la mirada de la mujer no le agradó, lo que dejaba entrever la del hombre le produjo un profundo estremecimiento. Cuando se giró para estudiarle mejor éste ya se había levantado y se dirigía a la salida opuesta a la utilizada antes por la mujer. Puede que estuviese exagerando, habían pasado muchas horas desde que se levantó, lo mejor sería retirarse a descansar.
Nuria. Zona de acampada
Era la primera vez que acampaban allí. El año anterior lo intentaron pero la imposibilidad de contratar más de dos noches les hizo replantearse el viaje. Curiosamente este año se permitían estancias de hasta siete días, con lo que se decidieron a venir. La belleza del lugar era sobrecogedora y el entorno natural resultaba impresionante, estaban seguros de que no habían acampado en un lugar más bonito que ese.
Al final vinieron tres parejas. Convencer a Marta y Juan Carlos no fue difícil, pero lograr que Cris y Alex aceptasen acampar en el Pirineo en pleno mes de Diciembre necesitó de todas sus dotes de persuasión.
El lugar les encantó a todos y aunque contaron once tiendas plantadas pudieron montar las suyas juntos. Ahora en cambio, la ola de frío que les amenazaba les estaba haciendo replantearse su estancia allí. La meteorología no era una ciencia exacta y normalmente se exageraba, pero la verdad es que hacía un frío del carajo. Sonrió al recordar la expresión que repetía su padre en esos casos:
“Cuando el grajo vuela bajo hace un frío del…”
Lo cierto era que si por allí había algún grajo, fijo que ya estaba congelado. Sus padres intentaron persuadirle para que no fuese a esa zona en esas fechas, o, al menos, que se alojase en el Refugio, ellos le invitaban, pero ¿Qué iban a hacer pagarle la estancia a los seis? Además, lo que a ellos les gustaba era permanecer alejados de los hoteles, disfrutar del contacto con la naturaleza y por encima de todas las cosas esquiar.
Hoy empezó a nevar temprano y no había dejado de caer nieve en todo el día, eran copos pequeños, pero suficiente para que un blanco manto se extendiese por todas partes. La jornada de esquí fue una pasada, disfrutaron de lo lindo, aunque si al día siguiente no mejoraba la situación lo más prudente sería regresar.
Teresa ya estaba dormida en el saco, momentos antes hacían el amor, como suponía habrían hecho sus amigos, para entrar en calor más que nada, y lo consiguieron, pero ahora volvía a sentir el frío intenso proveniente del exterior. Estiró el saco de plumas desde atrás y se cubrió por completo sin dejar nada fuera, si sacabas la nariz del saco se te quedaba pasmada.
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