Clémentine estaba furiosa. Furiosa con los chicos, furiosa con Amos pero sobre todo, estaba furiosa consigo misma. Las estúpidas ideas de Amos habían estado a punto de hacer que abandonase a su suerte a Toni. No, no era eso, había sido culpa suya, Amos no estaba allí. Ella estaba al mando, los niños eran responsabilidad suya, se había distraído y, Toni primero y todos después, habían estado cerca de morir. Si no hubiese sido por la milagrosa aparición de ese chico todos formarían parte dentro de poco del elenco de zombis que poblaban Roma.
Sí, estaba furiosa, desde que se alejaron de la fuente no había abierto nadie la boca, ni siquiera Leandro que no podía estarse callado ni un minuto. Repasó la escena una vez más. Solo el recordarlo hacía que se estremeciese, nunca había estado tan cerca de… eso no era totalmente cierto, en su cabeza se enfrentaban ideas opuestas, por una parte, aunque le pesase, sabía que Amos tenía razón, si alguien se veía envuelto entre los zombis lo más seguro para el resto era abandonarlo. Su decisión de intentar salvar a Toni casi los mata a todos. Pero por otra parte su humanidad le impedía abandonar a nadie, era incapaz.
Luego estaba lo de ese chico, sin conocerles, no había dudado lo más mínimo en enfrentarse él solo a decenas de zombis. Estaba claro que sabía luchar, disparaba sin fallar y se enfrentaba directamente a los zombis. Sin embargo le habían abandonado, habían huido sin siquiera darle las gracias. Sí, eso era lo que realmente la enfurecía. Se habían escondido a cubierto a ver como despedazaban a ese chico… pero eso no había pasado. El chico no estaba solo. Había sido impresionante la forma en que los dos, el hombre y la mujer, habían acabado con todos los zombis. Sus disparos eran totalmente certeros, podría asegurar que no habían fallado ni un solo tiro. Le habría gustado salir de su escondite y agradecerles lo que habían hecho por ellos pero había algo en la mujer… y también en el hombre…
Le había estado dando vueltas también mientras los observaba de lejos, le recordaban demasiado a los soldados que habían ocupado el Vaticano, sí, era eso, se movían igual, la misma seguridad, misma forma de desplazarse, era como si flotasen sobre el suelo, estaba segura de que observaban todo su entorno sin parecerlo, sin esfuerzo. Por el contrario, ellos no vestían igual, los dos adultos y la mujer llevaban la misma especie de uniformes, también chalecos antibala, pero no eran iguales que los de los asesinos.
Luego estaban los niños. Nunca había visto a los soldados del Vaticano con ningún niño, ellos iban acompañados de tres y había otra pareja que no sería mucho mayor que ella misma, aparte del anciano que le recordaba a su propio abuelo. Además no solo les acompañaban, les protegían, sí, seguro. Uno de los adultos cargaba todo el rato con la niña más pequeña y estaba claro que no dudarían en arriesgar sus vidas para salvar la de los niños.
Por ese motivo había decidido observarles sin que se diesen cuenta. Ahora avanzaba en paralelo a ellos sin perderlos de vista.
—¿Por qué no hay ningún zombi?
La inocente pregunta de la pequeña Eva provocó el mismo efecto que una descarga eléctrica. Clémentine tuvo un estremecimiento, se detuvo y giró sobre sí misma varias veces mientras los niños la observaban sin entender.
Era cierto, no había zombis, desde que dejaron la Boca de la Verdad no se habían cruzado con NINGUNO.
—¿Qué pasa Clém?
Los rostros de los pequeños reflejaban su propia preocupación.
—Nada cariño, no os separéis, tenemos que darnos prisa, hay que adelantarse a ellos.
—¿Ya no les vigilamos? —Interrogó Adriano.
—No, ya no, ahora tenemos que sobrepasarlos para ver qué hay delante.
—Pero ¿Por qué no hay zombis? —Insistió Eva.
—Igual se han muerto ya, tú lo dijiste —señaló a Clémentine— lo dijiste mientras tenías la mano dentro de la Boca esa, igual se han muerto todos —Leandro sonreía ahora buscando el consenso del resto de los niños.
—No creo que se hayan muerto, no todavía.
—Pero tú dijiste…
—Ya sé lo que dije —cortó tajante Clémentine— ya lo sé —intentó dulcificar el tono— sé lo que dije y, tarde o temprano los zombis se morirán, pero solo digo que es demasiado pronto para que lo que he dicho con la mano dentro de la Boca de la Verdad se haga realidad.
Clémentine se estaba liando.
—Claro, es demasiado pronto, igual mañana —aceptó Eva.
—Claro, puede que mañana —repitió Clémentine— pero ahora debemos apresurarnos, tenemos que adelantarles.
Cogió de la mano a Toni y aceleró el paso tratando de dar por finalizada la conversación. El pulso se le había vuelto a acelerar. No les iba a decir nada a los niños, solo serviría para asustarlos y no serían capaces de entenderlo, ni siquiera ella lo entendía.
Ya había sido testigo de una situación parecida. Fue al principio, antes de haber encontrado a Amos. Caminaba sola, siempre sola, tenía hambre, siempre hambre, siempre sed. Pasó mucho tiempo delante de un bar muy grande. Dentro debía haber comida, algo, cualquier cosa. Por fin se decidió a entrar, no se veían zombis, ninguno durante todo el rato que permaneció fuera hasta decidirse, ni en el tiempo que invirtió en registrar todo el local; ningún zombi. Recordó haber pensado que estaba de suerte, incluso especuló, como antes los críos, con la posibilidad de que los zombis hubieran caído muertos, al fin y al cabo ya estaban muertos, tenía que ser una cuestión de tiempo que se parasen del todo.
Nada más lejos de la realidad. En cuanto salió del bar lo sintió. Percibió que algo no iba bien. Primero fue ese rumor lejano que no fue capaz de identificar. Luego los gritos que se iban acercando y que le helaron la sangre. Por suerte los descubrió antes de que ellos la viesen. Recordó estar paralizada, incapaz de reaccionar, una turba de zombis avanzaba por la Via del Corso, ocupaban toda la calle, toda, caminaban, no, se arrastraban hombro con hombro. Ella quería correr, buscar algún sitio donde ocultarse, pero se encontraba paralizada por el terror, las piernas no le respondían. Fue consciente de que no sería capaz de huir, no podría.
Miró alrededor. Había coches pero no eran una opción, los zombis la descubrirían. Entonces lo vio, un contenedor metálico, no sabía si estaría abierto ni si podría ocultarse por completo dentro. Corrió hasta él y lo abrió, la tapa metálica llevaba soldado un pasador, en el pasado se usaba para colocar un candado y asegurarla, ahora ese candado había desaparecido. Cuando lo abrió supo la finalidad, estaba lleno de periódicos, prensa escrita que el dueño del quiosco de al lado no había llegado a repartir, la fecha era la de los primeros días de la infección, cuando la locura se desató.
Vació rápidamente el interior del baúl metálico de periódicos y se metió dentro. Si permanecía con las piernas dobladas podría ocultarse en el interior. Bajó como pudo la tapa. Buscó algún asa, algo de lo que tirar para mantener la tapa cerrada pero solo halló una cinta de tela. Pasó el índice y apretó con fuerza. Era solo una ilusión, hasta un niño podría tirar de la tapa y abrir pero los zombis no eran niños, no sabían realizar tareas complejas y, sobre todo, no sabían que ella se había ocultado dentro.
El tiempo transcurrido en el interior del arcón fue, sin duda, el peor que había vivido, incluso peor que cuando perdió a su amiga Denise, peor también que los últimos momentos en la fuente rodeada de zombis. No dejó de temblar en horas. El arcón estaba pegado a la pared, pero centenares de zombis pasaron junto a él rozándolo, golpeándolo con sus piernas descoordinadas, aporreando la tapa al caerse sobre él.
Lo más duro fue el rumor de miles de pies arrastrándose al mismo tiempo, había sido horrible, tuvo que taparse los oídos para no enloquecer. Pensó que en cualquier momento alguno de los malditos seres tropezaría con la caja y la tapa se abriría, entonces la descubrirían y se lanzarían a devorarla. Todavía hoy sufría esa misma pesadilla. Nada de eso había pasado. Después de varias horas los zombis habían sobrepasado su escondite. No la habían descubierto. Cuando se decidió a salir, cayó al suelo, las piernas no la sostenían, estaba totalmente entumecida.
—Clém, vamos muy rápido —Eva tiraba de la mano libre de Clémentine.
Se detuvo, sin darse cuenta había ido aumentando la velocidad, los pequeños y ella misma, resollaban por el esfuerzo. Sonrió y redujo la marcha un poco, hacía rato que habían dejado atrás a la partida de los niños y a Clémentine le pareció escuchar un rumor de sobra conocido.
Acababan de dejar atrás la Via dei Giubbonari para adentrarse en la Piazza Campo de Fiori. El otro grupo se dirigía también allí. Esa plaza se iba a convertir en pocos momentos en una ratonera. Se detuvo y observó a los niños, estaban cansados, asustados, todavía no se habían repuesto de lo vivido en el Templo de Vesta, sobre todo el pequeño Toni, apenas se había separado de ella. Recordó las palabras de Amos, sus normas. En caso de problemas no intervenir, era mejor perder a uno que a todo el grupo, a los zombis no se les podía combatir, había que esquivarlos, usarlos a lo sumo, pero nunca enfrentarse a ellos.
Esas palabras se repetían en el interior de su cabeza, parecían ir aumentando de volumen, rebotaban en las paredes de su cráneo provocándola un creciente dolor de cabeza. Pero ahora sabía que no eran acertadas, sí se podía luchar contra los zombis, y se podía derrotarlos, lo acababa de ver, acababa de ser testigo de ello. Esos hombres y ese chico habían arriesgado sus vidas para salvarlos, lo mismo que el mercenario había hecho el otro día.
Volvió a mirar a los críos, la observaban esperando instrucciones, esperaban que les dijese lo que tenían que hacer. Lo lógico sería escapar, ponerse a salvo, “que cada palo aguante su vela” que diría su padre, pero ya no podía y además no quería. No había tiempo de avisarles, solo podía hacer una cosa.
Dirigió al grupo de niños hacia la entrada de la plaza y giró para adentrarse en los Cines Farnese. Ya había estado allí, antes de encontrarse con Amos. Sabía que las puertas estaban abiertas, corrieron pasando por delante del mostrador en el que todavía descansaban tres máquinas de palomitas de maíz. Pudo sentir el aroma, el sonido de las palomitas explotando al abrirse, sabía que era una ilusión, irreal, allí solo olía a muerte y solo se oía el avance de los muertos hacia ellos. Subieron a la azotea de los cines y allí se dirigió a los pequeños.
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Entramos en una plaza. Avanzábamos muy juntos, en silencio. Llegamos hasta el centro. Me detuve frente a una estatua: el monumento a Giordano Bruno, un filósofo italiano que fue quemado vivo por hereje. Durante años, en ese mismo sitio se llevaron a cabo multitud de ejecuciones públicas. Más adelante, siglos después se había convertido en una hermosa plaza donde, durante el día podían adquirirse multitud de productos frescos procedentes de las tierras de cultivo más cercanas a Roma y, por las noches, se transformaba en un animado punto de encuentro.
Toda esa información había emergido de nuevo de algún sitio de mi memoria. No lograba recordar nada de eso pero, sin embargo, tenía la convicción de que era así.
—Dame un mordisco.
La mano de la mujer me cogió la manzana. Subió el pie sobre el escalón más bajo del pedestal de la estatua para luego apoyarse sobre mí. Se llevó la pieza de fruta colorada que acabábamos de adquirir en uno de los puestos de la plaza y mordió produciendo un sonido que siempre me cautivaba, luego dio otro y otro más, seguidos.
—No puedo parar, no sé cómo puedes dar un solo mordisco —una gota de jugo se deslizó por la comisura de su boca.
La mujer me devolvió la manzana. Estaba feliz, radiante, tranquila. Me esforcé en mirarla. Era imposible, su rostro se difuminaba, sabía que estaba delante de mí pero no podía verla, era la misma sensación de cuando miras hacia un punto y sabes que alrededor hay más cosas, intentas girar la vista pero sigues sin ver lo que quieres, nunca llegas a enfocarlo. Por más que me movía su rostro se escapaba.
—Luca… Luca joder qué te pasa.
Shania me tiraba del brazo para llamar mi atención.
—¿Por qué te paras aquí?
Di la vuelta sobre mí mismo. No recordaba cómo había llegado hasta la estatua, solo recordaba haber entrado en la plaza.
—Creo que he estado aquí antes, hace tiempo.
—¿Seguro?
—Seguro.
—¿Has tenido otra de esas visiones?
Yo seguía distraído, como ausente.
—Estaba con alguien, era una mujer, no sé quién, a veces no veo los rostros en mis… paseábamos, habíamos comprado…
—Manzanas, enormes manzanas rojizas —sus palabras me devolvieron al presente.
—Sí, eso es, cómo…
—En esta plaza fue donde nos vimos por última vez, yo era esa mujer. Fue, fue antes de recibir el informe de la última operación, la de la hacienda. Después de esa vez no volví a verte en Roma, no volví a verte hasta que te localicé en Madrid.
—Entonces, entonces son verdad, mis flashback, son ciertos, son recuerdos de algo que he vivido ¿No?
—Los demás no sé, este sí.
—¿Tu lo recuerdas? Ese momento ¿Lo recuerdas?
Shania tardó en responder.
—Sí, ese y todos, todos los momentos que pasé junto a ti.
—Sabes, no hablaba, en esta última… no decía nada.
—Eso también es correcto, no hablabas demasiado, a menudo me pasaba horas hablándote yo sola y sabes, luego, otro día, parecías no recordar nada de lo que te había contado, nada de lo que habíamos hablado. Era un poco extraño.
—¿Extraño?
—Siempre parecías atenderme embobado, pero… la siguiente vez que nos veíamos… no recordabas nada de nada.
—¿Y? Puede que prestase menos atención de lo que tu creías —estaba un poco incómodo con la deriva de la conversación.
—Ya, podría ser, pero es que días más tarde, a veces semanas, me sorprendías con comentarios que habías dicho no recordar, eras capaz de repetirme conversaciones, momentos, con puntos y comas.
—Eso no es normal ¿No?
—Decías que te gustaba vacilarme, pero sabes, a mí no me gustaba, me sentía rara, engañada, incluso…
Shania observó los rostros de los demás, escuchaban absortos su relato.
—Incluso al hacer el amor, era, era cojonudo, siempre, siempre lo era, pero en ocasiones…
—¿Qué es ese ruido, esa especie de murmullo?
Adam dio la vuelta completa al monumento con la pequeña Mia en brazos.
ZOMBIS
La palabra salió de todas nuestras bocas al mismo tiempo. La plaza comenzaba a llenarse de muertos andantes. Desde la Via del Pellegrino y por los dos sentidos de la Via de Baullari los zombis iban ocupando la plaza. Era como si alguien hubiera retirado los tapones de un recipiente y este comenzase a llenarse lentamente al principio y más deprisa según avanzaba el tiempo.
Una jauría de perros apareció de alguna parte, ladrando y gimiendo lastimeros, corriendo encogidos y atemorizados esquivando las manos putrefactas que intentaban agarrarlos; desaparecieron entre los coches desperdigados de la misma forma que habían aparecido.
—Debemos regresar.
Al volverme hacia el punto por el que habíamos entrado, la Via dei Giubbonari, vi que también estaba tomada por los muertos, incluso la Via della Corda: “Por todos los accesos a la plaza entraban zombis”. Tan solo la Via dei Cappellari estaba limpia, por ella no se veían zombis, pero por ella tampoco podríamos escapar nosotros. Un camión de gran tonelaje se había estrellado contra la fachada de una de las construcciones, parte del edificio se había derrumbado sobre él cubriendo la calle de escombros e impidiendo el paso en los dos sentidos. Reparé un instante en el lugar, en los accesos, conocía los nombres de todas las calles, era de locos.
—¿Cómo vamos a salir de aquí? —Iván estaba histérico, había cogido de la mano a Thais y no dejaba de dar pasos en círculo sin decidirse a avanzar en ninguna dirección.
Miré a Shania, su rostro congestionado por el dolor que sentía en el pecho con cada inspiración mostraba total determinación, evaluaba opciones, giraba, buscaba escapatorias. Mariano intentó colocar a Jorge tras él pero el chico se desasió y se colocó entre Shania y yo empuñando su pistola, cogió de la mano a Giulia y retrocedió con ella hasta el pedestal de la estatua. Adam se situó a mi lado con la niña en brazos, el rostro de la pequeña era de pánico, los ojos daban la impresión de ir a abandonar las cuencas de un momento a otro.
—Luca ¿Qué vamos a hacer?
—No tenemos suficiente munición, consumimos demasiada en el Templo de Vesta. Tenemos que escapar por alguno de los edificios, ocultarnos hasta que todo esto pase, no podemos enfrentarnos con tantos zombis.
—No lo conseguiremos, es mejor intentar escapar por alguno de los accesos a la plaza, por esa calle —señaló la Via della Corda— parece que el flujo es menor.
Shania se dirigió sin más hacia ese punto. Avanzaba un par de pasos y disparaba a los zombis más cercanos que se interponían en su camino. Sus disparos eran certeros, perfectos pero su esfuerzo era inútil, solo disponíamos de dos cargadores llenos, teníamos munición, no mucha, pero no nos daría tiempo a rellenarlos, cada vez había más zombis, nos rodeaban rápidamente. Avanzaban más deprisa que de normal, parecían hiperactivos.
—Retroceded hasta la estatua, que los pequeños suban todo lo alto que puedan, y el resto también.
Comencé a disparar sobre los zombis que se nos echaban encima. La plaza se llenaba por momentos, sus pasos sobre los adoquines sonaban ahora como martillazos, sus gritos nos taladraban el cerebro y el hedor que despedían paralizaba nuestros sentidos.
Expulsé el cargador e inserté el último. Shania retrocedía lentamente, había comprendido que por ahí no había escapatoria. Jorge comenzó a disparar su pistola también, el eco de las detonaciones se camuflaba con los gruñidos de los zombis.
A mi espalda Iván ayudaba a trepar al monumento a Thais, Giulia ya se hallaba encaramada, se agarraba con tanta fuerza a la piedra que sus dedos sangraban en algunos puntos. El abuelo se miraba las manos vacías, ni siquiera tenía un cuchillo con el que defenderse, con el que defender a los chicos, las bajó y elevó la cabeza, esperando.
Todos los regueros de zombis iban a confluir en un mismo punto: nosotros. Shania colocó el último cargador de su fusil, los disparos amortiguados por el silenciador del arma salían sin descanso, una bala, un muerto menos. Adam intentaba cubrir el otro flanco, sus disparos eran más imprecisos. Apuntó a un nuevo blanco y apretó el gatillo. El “CLIC” hizo más ruido que los anteriores disparos, su rostro palideció. Me miró. Se colocó al costado del abuelo. Shania lanzó el fusil, sin munición, sobre un zombi. El cañón atravesó su cabeza. Empuñó la pistola y continuó disparando.
Mi fusil también estaba ya descargado. Lo lancé al igual que Shania sobre una zombi y comencé a disparar con la pistola. Era el fin, lo sabía, no iba a haber más, se había acabado, no había salida. Dudé entre emplear las balas en eliminar cuanto zombi pudiera y acabar con la vida de los niños. Me volví hacia la estatua del ajusticiado. Apunté a la pequeña, sus ojos se cruzaron con los míos, estaban aterrados, las lágrimas no paraban de brotar de ellos, todo su cuerpo temblaba. Apreté la empuñadura con fuerza, cerré los ojos.
—¡LUCA! Shania, a mí no me queda munición.
El aviso de Adam me hizo abrir los ojos. Shania se enfrentaba ya cuerpo a cuerpo, cuchillo en mano a un zombi enorme, le sacaba más de una cabeza de altura, apenas podía sujetarlo con una mano mientras con la otra lanzaba continuas puñaladas a su rostro intentando alcanzar su cerebro. El zombi presionó y acabó por derribarla, su cabeza golpeó contra el adoquinado. Apunté y disparé, la cabeza del gigante estalló. Restos de cerebro y de sangre salpicaron el rostro de Shania. Busqué un nuevo blanco, luego otro, de todas formas no habría sido capaz de disparar sobre los críos, ya no.
Jorge enfundó la pistola sin munición en un gesto inútil y empuño un destornillador, escogió el zombi más pequeño de los que se le aproximaban y se enfrentó a él. Se plantó delante para, al momento, moverse a un lado y golpear su rodilla derecha, el zombi cayó de lado. En ese momento el chico atravesó su cabeza con el destornillador y retrocedió un paso, uno más. Ya estábamos pegados a la estatua. Mi pistola disparó en vacío, la lancé contra un zombi. Empuñé el cuchillo y me coloqué al costado de Shania. Su rostro era una máscara de sangre. Cada uno de sus movimientos mostraba el dolor que sentía. Aun así no pararía, nunca se rendiría, hasta el final, hasta el último aliento.
Sujeté a un zombi con una mano y atravesé la cara de otro con el machete, su sangre me salpicó. Lancé al que sujetaba hacia atrás, en su caída arrastró a varios zombis dejando ver muchos más detrás de ellos. La plaza estaba tomada. Mi respiración era atropellada, me agotaba, me agotaba lo mismo que Shania, que Adam, que Jorge, nos agotábamos todos y se agotaba nuestro tiempo. Como odiaba a los zombis, cuanto deseaba destruirlos. Me descolgué la mochila y avancé hacia los zombis girándola en círculo, cada vuelta derribaba un zombi, un zombi que no tardaba en volver a levantarse. Tras un número incontable de vueltas la mochila escapó de mis manos agarrotadas y derribó al último zombi.
En ese momento mientras sujetaba el cuello de uno y lanzaba una patada al pecho de otro ocurrió algo, los zombis dejaron de avanzar hacia nosotros, se paraban y se giraban hacia una esquina de la plaza, hacia la Via dei Cappellari, daba lo mismo, los procedentes de la esquina opuesta nos arrollarían. Entonces estos también se detuvieron y se volvieron hacia la esquina contraria a la Via Cappellari girándose 180 grados.
—¿Qué coño está pasando? —Jadeó Shania.
Otra parte de la turba zombi se giró hacia la Via del Pellegrino. Ya solo se movían los que entraban por la Via dei Giubbonari… pero estos también se detuvieron. Era alucinante, los zombis no avanzaban, nos ignoraban, nos daban la espalda. No estaban completamente quietos, daba la impresión de que algo les impidiese avanzar, algo invisible interfería con sus disminuidos cerebros, parecían hallarse en cortocircuito. Sus piernas temblaban al intentar avanzar, sus brazos realizaban pequeños movimientos descoordinados. Seguramente lo más inquietante era el silencio que iba cubriendo la plaza, los zombis se callaban, dejaban de gruñir, de gritar, hasta el punto que nuestras respiraciones parecían surgir a través de altavoces.
—¿Qué coño está pasando?
—No sé, pero es mejor que acabemos con los que podamos y nos abramos paso —Shania clavó el cuchillo en la cabeza del zombi que tenía delante, a menos de un metro de ella, de espaldas.
—No, si les atacáis llamaréis su atención —sonó una voz en francés.
Me volví buscando la procedencia. Algún zombi había hablado. Shania también se movía sin identificar la procedencia de esas palabras.
—Es la chica, la chica que estaba en la fuente, ves, ha vuelto.
Jorge señalaba hacia la entrada que habíamos tomado para acceder a la plaza, entre los zombis, mostrando una extrema habilidad para sortearlos sin rozar a ninguno apareció una jovencita de pelo liso moreno y grandes ojos marrones.
—No debéis tocarlos, pasar entre ellos como he hecho yo, deprisa, las baterías están a punto de agotarse.
Cogió a Jorge de la mano y comenzó a avanzar entre los zombis.
—Vamos a los Cines Farnese, a su azotea, allí nos esconderemos.
—Dice que corramos entre los zombis sin tocarlos, hacia los Cines Farnese, vamos —traduje.
Adam ayudó a bajar a Mia, Iván y Thais saltaron y corrieron tras la chica. Giulia se hallaba paralizada, era incapaz de moverse, estaba aterrada.
—Luca, la niña.
Cogí a Giulia en brazos obligándola a esconder la cara en mi pecho. Así fuimos avanzando todos tras el rastro de la chica y de Jorge entre una multitud de zombis paralizada. La tensión que sentía era máxima, notaba mis músculos a punto de romperse, me dolía el cuello y la sensación se extendía por mis sienes. Shania avanzaba encorvada por el dolor de su pecho, resollando por el esfuerzo, minimizando el sonido por temor a llamar demasiado la atención, el abuelo caminaba encogido, tratando de no tocar por descuido ningún trozo de carne, esperando que, de un momento a otro, los zombis recuperasen el control de sus cerebros de mierda y cayesen sobre él, sobre todos.
Recorrer los escasos cincuenta metros que nos separaban de la entrada de los cines resultó extenuante. Cruzamos la entrada, aseguramos las puertas como pudimos moviendo un par de mostradores y corrimos pasando entre una cristalera tras la que todavía se exponían los carteles de las películas que se iban a proyectar. Subimos las escaleras tropezando varias veces. La chica nos indicó el camino. Cuando salimos a la enorme terraza situada sobre los cines la sensación casi volvió a ser la misma que teníamos junto al pedestal. La chica cerró las puertas metálicas y nos hizo un gesto para que estuviésemos callados.
Nos asomamos a la calle. Los zombis seguían alelados, sin moverse, sin avanzar y sin retroceder, como si fuerzas opuestas tirasen de ellos desde distintas direcciones. Los que se hallaban orientados hacia nuestra esquina parecían observarnos, parecían estar aguardando su momento.
—Saben que estamos aquí, cuando lo que sea que les pasa pare nos seguirán y derribarán esa puerta —Shania señalaba la puerta metálica que daba acceso a la terraza en la que estábamos.
—Trae.
La chica arrebató algo de las mano de uno de los críos que estaban en la terraza, apenas había reparado en ellos, tres niños y una niña, todos… demasiado pequeños.
La chica avanzó hasta la barandilla de piedra y extendió las manos. Movía los pulgares manejando un par de joysticks. Entonces lo vimos, un dron se elevó sobre nuestras cabezas y avanzó en dirección a la estatua de la que veníamos, lentamente, se alejó hasta que todos los zombis lo siguieron con la mirada y nos dieron la espalda.
—Cuando caiga el primero tenéis que estrellar todos, al mismo tiempo ¿Entendido?
Los críos asintieron.
—Agachaos, no pueden saber que estamos aquí, si no subirán a por nosotros —nos indicó.
—Ya lo saben —respondió también en francés Shania.
—No, esas cosas no tienen memoria, ahora toda su capacidad de atención está puesta en el sonido que oyen, cuando cese no recordarán que nos habían visto subir aquí, pero debéis permanecer callados, quietos, casi sin respirar hasta que desaparezcan de la plaza, díselo a los demás —me señaló.
Traduje lo que había dicho. Todos se fueron sentando en el suelo, lejos de la barandilla de piedra que nos separaba del suelo. El abuelo intentaba consolar a Giulia para que dejase de llorar, Adam acariciaba la cabeza de la niña ocultando su cara en el regazo. Iván y Thais temblaban agarrados de las manos, ambos parecían rezar alguna oración olvidada.
Observé a los pequeños que acompañaban a la chica. Los otros tres que manejaban los drones mantenían la mirada en algún punto indeterminado de la plaza, concentrados, lo mismo que soldados experimentados en cien batallas.
—No es la primera vez que hacen esto —Shania expresó lo que yo estaba pensando.
—Supongo que eso es bueno ¿No?
Uno de ellos hizo una señal y todos movieron las manos orientando el mando hacia abajo, también la chica. El dron que manejaba se precipitó contra el suelo dirigido por ella, supuse que el resto había sufrido la misma suerte.
Los zombis avanzaron como si lo que fuese que los sujetaba hubiera dejado de existir. Al instante los gruñidos y gritos fueron regresando sustituyendo al silencio que los había expulsado antes. La chica tiró de Shania y de mí sin pronunciar palabra, quería que nos ocultáramos, su rostro ahora sí expresaba el temor que debía.
El tiempo había pasado muy despacio. Comenzaba a oscurecer. No hacía frío pero el ambiente era más fresco. El aire también parecía más puro. Hacía rato que apenas se escuchaba algún gruñido aislado. Los zombis debían haberse dispersado, de ahí que el aire fuese más respirable. En todo el tiempo que llevábamos en la azotea de los cines, no había dejado de observar a la chica que nos había salvado.
Una vez que entendió que habíamos comprendido lo que esperaba de nosotros, que permaneciésemos a cubierto y en absoluto silencio, se había sentado junto al resto de críos que viajaban con ella. El más pequeño se había terminado durmiendo en sus brazos, el resto no dejaba de observarnos con una mezcla de admiración, curiosidad y temor.
Seguramente podríamos habernos asomado a la plaza antes, pero decidí dejar que fuese ella quien nos avisase. Shania se había quedado dormida con la pequeña Mia en brazos, la niña seguía despierta con los ojos abiertos como platos y la cabeza girada hacia mí. Iván y Thais continuaban abrazados, Jorge y Giulia junto a ellos, ninguno había sido capaz de dormir. Adam seguía apoyado en la puerta de subida a la azotea, no quería verse sorprendido por los zombis.
Mariano era quien más me preocupaba lo tenía tendido junto a mí. Recuperaba y perdía la consciencia. Se había pinchado una dosis de insulina pero se le veía agotado.
La chica despertó al niño que sujetaba y lo colocó junto a los otros pequeños, luego me hizo una seña. Nos asomamos a la plaza. En efecto, los zombis se habían dispersado. En toda la plaza no conté más de ocho.
—Gracias —me susurró en francés sonriendo levemente.
—Has sido tú quien nos ha salvado, junto con esos críos.
Negó con la cabeza.
—Antes nos salvasteis vosotros, el chico primero —señaló a Jorge— gracias a él pudieron escapar los pequeños, luego llegasteis tú y esa mujer, de no haber sido por vosotros Toni y yo estaríamos muertos.
Asentí.
—¿Está herida? ¿La han mordido? —Shania respiraba con dificultad, había estado dormida o inconsciente la mayor parte del tiempo y llevaba sangre por todas partes.
—No, no la han mordido.
—¿Entonces? —Continuó recelosa.
—La han disparado, el chaleco la protegió pero debe tener rota alguna costilla.
—Los zombis no disparan, fueron los soldados del Vaticano —afirmó más que preguntó.
Shania se removió en el suelo con el rostro fatigado.
—Nadie me ha mordido —espetó con los dientes apretados dejando claro que no estaba tan dormida ni tan inconsciente como parecía.
—¿Qué sabes de esos soldados?
—Fueron ellos quienes la dispararon ¿Verdad?
Asentí esperando que respondiese a mi pregunta.
—Son asesinos.
Su voz reveló un intenso odio que me sorprendió, no había temor, solo odio.
—¿Por qué dices eso?
—Al principio, al principio nos alejamos porque creí que vosotros erais de ellos, asesinos del Vaticano. Luego, después de seguiros y observaros, me convencí que no estabais con ellos. Esa gente no lleva niños, ni ancianos —señaló al abuelo— no ayudan a nadie, solo quieren matarnos.
—¿Y por qué habrían de querer mataros?
—Lo llevan en su ADN —eso dice Amos, matar, matar y matar.
La observé detenidamente. Su expresión denotaba determinación, seguridad, ambas muy por encima de lo que se podría esperar de alguien de su edad.
—¿Quién es Amos?
La chica dudó un instante antes de responder.
—Nuestro jefe.
—¿Cómo coño has conseguido que los zombis se parasen? —Shania volvía a hacer gala de su sutil delicadeza.
La chica la observó sorprendida por la expresión, incluso molesta.
—No, no os lo puedo decir. Es, es un secreto, Amos no quiere que lo sepa nadie, podrían enterarse los soldados del Vaticano.
—Entonces tendrás que llevarnos con ese Amos.
La chica se apartó un paso, se notaban sus dudas, probablemente el tal Amos les tenía prohibido hacer tal cosa.
—¿Qué hacéis aquí? En Roma quiero decir ¿A qué habéis venido? Parecéis agotados, como si hubierais estado viajando mucho tiempo.
Shania se incorporaba con cara de pocos amigos. Tuve que sujetarla para que no dijera más inconveniencias que hicieran dudar más a la chica.
—Esa gente, los asesinos del Vaticano retienen a una niña, Sandra —decidí que lo mejor era contar la verdad, no tenía sentido decir más mentiras— vamos a rescatarla.
—Y a matar al resto de cabrones —intervino inoportunamente Shania otra vez.
A la chica se le escapó una carcajada. La mirada de Shania la convenció de que no bromeaba.
—Miraos, sois un puñado de niños, vosotros disparáis muy bien, sí pero solo sois dos, tres —señaló a Adam— no tenéis nada que hacer. Ellos son soldados, tienen muchas armas, no os podréis acercar, os matarán antes de que atraveséis los muros del Vaticano. No tenéis balas. Estáis locos.
Se apartó y dio un par de vueltas sobre sí misma.
—Locos —repitió.
—Mira niñata…
Tuve que impedir que Shania se incorporase y se lanzase sobre ella.
—¿Cómo lo hacéis vosotros, cómo lucháis vosotros contra esos hombres? Porque lo hacéis ¿Verdad?
La chica soltó aire con expresión contrariada.
—Ya te lo he dicho, no os lo puedo contar.
—¿Cómo te llamas? —Pregunté.
—Clémentine —respondió altiva.
—Gracias por vuestra ayuda Clémentine —le tendí la mano.
La chica me la estrechó con fuerza sorprendiéndome.
—Vale, id levantando, recogeremos los fusiles que perdimos, recargaremos munición y continuaremos camino hacia el Vaticano.
Adam, Thais e Iván se levantaron y procedieron a desentumecer sus piernas.
—No —chilló la joven— no podéis, no podéis ir, os mataran, a todos.
—Escucha Clémentine, aquí nos separamos, gracias por vuestra ayuda otra vez, tenemos que seguir, buscaremos refugio para esta noche y mañana continuaremos.
Bajamos con precaución a la plaza, contamos una decena de zombis. Extraje el cuchillo y me dirigí hacia ellos, Shania, Adam y Jorge se unieron a mí. En un par de minutos habíamos acabado con todos. Recogimos los fusiles y municionamos.
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Clémentine observaba al grupo desde la azotea. Vio cómo, uno a uno, iban acabando con los zombis, sin usar armas de fuego, solo con cuchillos o a base de golpes. Se enfrentaban a los zombis… y les vencían.
—No podemos llevarlos al refugio —Adriano obligó a Clémentine a que lo mirase— no podemos, lo sabes, si lo hacemos Amos nos echará, no nos dejará quedarnos.
—Pero ellos nos han ayudado —Eva se colocó al costado de la chica.
—Nosotros también les hemos ayudado, hemos perdido todos los drones, Amos y Gio se enfadarán por ello, seguro, es mejor que no vengan.
Clémentine situó a todos los niños frente a ella. Les fue mirando a los ojos uno a uno, los rostros de todos reflejaban temor. La chica lo sabía, los conocía, eran niños, ella misma estaba también asustada de la decisión que iba a tomar, no por Amos, por él no, estaba asustada por ella. Antes, en la Boca de la Verdad había dicho que los zombis acabarían muriendo pero no lo creía, no se morirían, no solos. Ese grupo se enfrentaba a ellos, los mataba, ella quería ser así también, estaba cansada de únicamente esquivarlos, si unían sus formas de encarar el problema tal vez…
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Ya nos encontrábamos en la otra esquina de la plaza cuando escuchamos un silbido. La chica nos hacía señas, corría seguida de los niños hacia nosotros.
—Está bien —Clémentine se plantó delante de mí— os llevaré al refugio, a ver a Amos. Pero no podréis entrar con armas, no le gustan.
—No te entregaré mis armas, ninguno lo hará.
Le hice una seña a Shania para que se callase, quería conocer ese secreto, luego ya tomaría una decisión sobre ese Amos.
—En el refugio nadie lleva armas, ya os lo he dicho.
—Tú tenías una pistola, Jorge te vio, escuchamos disparos.
—Amos no lo sabía, no me habría dejado.
—¿Y con qué coño quiere enfrentarse a los soldados del Vaticano?
La chica no pareció dar importancia a la insolencia del tono de Shania, debía haberse acostumbrado ya pero se notaba que mantenía una lucha interior. Miró a uno de los niños que la acompañaban, al que parecía mayor; negó con la cabeza.
—Con zombis, usamos zombis.
Shania iba a decir otra impertinencia pero le hice una seña para que se callase.
—Explícamelo.
Clémentine seguía sin decidirse.
—Con los drones solo no habrías podido hacer eso, hay algo más ¿Verdad?
—Ultrasonidos —soltó por fin.
El chico mayor bufó y se apartó enfadado.
—Cómo ultrasonidos.
—Fue idea de Gio, fue él quien lo descubrió.
—¿Quién es Gio?
—Otro chico, es mayor que nosotros, tiene diecinueve años, es un genio de la electrónica, un mago.
—Vale, fue Gio quien lo descubrió, sigue.
—Lo descubrió por casualidad. Estaba saqueando una tienda en el centro, una tienda de animales, tenía hambre, habría comido cualquier cosa, comida de perro, lo que fuese. Vio uno de esos silbatos para adiestramiento, uno de esos que emiten ultrasonidos, de los que no escucha el oído humano —explicó— mientras se comía una lata de carne silbaba. Cuando llevaba un rato en la tienda comenzaron a amontonarse zombis en la puerta por la que había entrado. Gio se asustó mucho. La tienda daba también a un portal, por eso pudo escapar. Se alejó sin haber recordado coger más latas, solo quería alejarse de allí. Viene un zombi. Allí —indicó con la mano.
Nos volvimos, no sabíamos si formaba parte del relato. Un zombi se aproximaba. Jorge fue hacia él. Había cogido un palo de una de las sombrillas tiradas en la puerta de uno de los restaurantes. Lo usó a modo de Boo. Barrió las piernas del zombi desde abajo y atravesó su cabeza cuando lo hubo derribado.
—Continúa —pedí.
—Ese mismo día volvió a tocar el silbato, mientras caminaba por la calle. Nuevamente se vio rodeado de zombis, no lo comprendía, habían aparecido de la nada.
—Abrevia chica.
—Shania joder.
—Estoy agotada, necesito descansar.
Le hice una indicación a la joven para que siguiese.
—El caso es que se dio cuenta que los zombis lo escuchaban, podían escuchar los ultrasonidos, como los perros, nosotros no, los humanos no, pero los zombis sí.
—Sigo sin pillarlo —volvió a interrumpir Shania.
—Lo oyen, vale, pero eso no explica como lograste que se detuviesen, que no se moviesen mientras pasábamos entre ellos.
—Clémentine no —pidió el chico.
—No te preocupes Adriano, es mi decisión, Amos no se enfadará con vosotros.
Shania se dejó caer hasta terminar sentada en el suelo. Clémentine, curiosamente, sonrió al verla.
—Gio es un genio de la electrónica…
—Un mago, ya —Shania no callaba.
—Sí, un mago. Creó una pista de audio de ultrasonidos, una canción que se repite una y otra vez y que solo pueden escuchar los zombis.
—Sigue sin explicar cómo les afecta.
—Verás, usamos drones, como los que has visto, los que derribamos, en ellos Gio acopla unos reproductores de sonido. Los activamos a distancia, lo mismo que manejamos el dron.
—¿Los críos los manejaban? Joder con los niños —se mostró ahora admirada Shania.
—Practicamos en el refugio, es un juego, casi uno de los únicos juegos.
—Pero…
—Ya, por qué se paran. En realidad no lo sabemos. Francesca cree que cuando los zombis escuchan los ultrasonidos, cuando lo hacen desde todos los lados, derecha, izquierda, delante, detrás, por alguna razón, se bloquean, su cerebro se para, no pueden actuar.
—Joder con los niños —repitió Shania.
Clémentine sonrió.
—¿Quién es esa Francesca?
—Es médico, por eso sabe esas cosas.
—Antes dijiste que usáis a los zombis ¿Cómo los usáis?
—Provocamos emboscadas. Si mantienes un dron en un sitio con los ultrasonidos activados, todos los zombis de los alrededores se agrupan a su alrededor.
—Así movéis a las hordas de zombis.
—Qué cabrones —volvió a intervenir Shania.
—Necesito que me lleves a hablar con ese Amos, por favor.
La chica había accedido por fin, su refugio estaba muy próximo, en la Piazza Navona. Necesitaba conocer a ese tipo. Usaba a los niños como soldados para enfrentarse a la Organización, no era muy ético, no me gustaba, los utilizaba aunque al menos los instruía, les enseñaba a sobrevivir, no era algo muy diferente de lo que habíamos hecho con Jorge. Aun así había algo en toda esa historia que no terminaba de entender, solo una motivación muy personal podía inducir a alguien a enfrentarse con la Organización, yo conocía la mía pero no podía imaginar cuál podría ser la suya.
—No le des más vueltas, si no nos convence lo matamos.
Shania volvía a leerme la mente. Asentí.