Shania me condujo por varios pasillos hasta detenerse frente a una puerta. Abrió. La habitación estaba en penumbra, la persiana bajada y las cortinas echadas. El ambiente en el interior era frío y todo el recinto se percibía su olor, un aroma que nunca había llegado a olvidar. En el centro se distinguía una cama sin hacer, algunas prendas de ropa por el suelo encima de varias mantas superpuestas. Me empujó con suavidad hasta quedar ambos dentro. Antes de que pudiese cerrar la puerta Mazikeen se coló. Yuba también hizo intención de pasar.
—Ni de coña chaval. Vete al bar a emborracharte —puso una mano en el pecho del tuareg para dejarle claro que no iba a pasar y cerró la puerta.
Me empujó hasta los pies de la cama y se colgó de mi cuello.
—Dios, te he echado tanto de menos. Había llegado a creer que no volvería a verte, a tocarte, tu olor, tu sabor. Te aparecías en mis sueños, te acercabas a mí, te colabas entre mis sábanas, hacíamos el amor y cuando nos separábamos exhaustos… eras tu hermano, y te reías, se reía…
—Ya está, todo pasó, él no va a volver.
Acariciaba su pelo, el aroma de sus cabellos llegaba limpio, embriagador. Se separó de mí un paso, sonrió y… me lanzó un brutal puñetazo a la cara.
—Cabrón hijo de puta —Mazikeen se alejó hacia la ventana con la cola entre las piernas, la penumbra no me permitía distinguir bien el rostro de Shania pero recordaba perfectamente la expresión que mostraba en momentos como ese— ¿Por qué coño te largaste? ¿Por qué no volviste? Te estuve buscando, cada día, cada puto día durante meses. Estuve a punto de morir, varias veces, por ti, por buscarte.
Volvió a lanzarme otro puñetazo. Sentí el pómulo hervir.
—Shania…
—Calla. Te largaste y me dejaste aquí, sola, sin saber si seguías con vida.
Sujeté su puño cuando ya me lanzaba otro golpe. Al momento intentó golpearme con la mano libre. La sujeté también.
—Shania lo siento, siento mucho todo esto, pero tienes que dejar de inflarme a hostias cada vez que nos reencontramos, no es sano, sobre todo para mí.
Pareció tranquilizarse, sus brazos se relajaron y creí adivinar una tímida sonrisa en su rostro. Al momento sentí el rodillazo en la entrepierna y el doble golpe en el pecho que me lanzó retorciéndome sobre la cama.
Se sentó a horcajadas sobre mí y comenzó a desnudarse hasta quedarse solo con el sujetador mientras yo intentaba que no se me saltasen las lágrimas por el dolor que sentía.
Se inclinó sobre mí y comenzó a besar mi rostro, mi cara.
¡GRRRRRR!
Mazikeen había saltado sobre la cama y gruñía con los dientes completamente expuestos a un palmo de nuestras caras.
—Joder.
Shania se incorporó y volvió a quedar sentada sobre mí.
—¿Pero qué coño le pasa a esta perra? ¿También está enamorada de ti? ¿Es tu guardaespaldas? Largo de mi cama.
Mazikeen bajó al suelo, sobre las mantas extendidas. Su expresión volvía a ser de sumisión.
—Shania… —intenté incorporarme.
—Tú ahí quieto —volvió a empujarme y se tendió de nuevo sobre mí. Sus labios recorrieron mi rostro.
¡GRRRRRR!
Mazikeen volvía a encontrarse a un palmo de nuestros rostros.
—Pero qué… a tomar por culo.
Shania se levantó, cogió a Mazikeen del collar, la arrastró hasta la puerta y abrió.
—Pero tú qué coño haces ahí. Bueno, mejor, llévate a la perra a dar una vuelta.
Empujó a Mazikeen fuera de la habitación y cerró con un golpe.
—¿Sabías que ese puto moro estaba escuchando tras la puerta?
—Podía imaginarlo, sí.
—Cada vez haces amigos más raros.
—A mí me lo vas a decir.
Shania de deshizo del sujetador y se volvió a tumbar sobre mí.
—Shania…
—No sabes la cantidad de noches que he imaginado este momento.
Ya solo la gravedad de su voz resultaba excitante. Podía sentir la presión de sus pechos, el calor que se desprendía de su cuerpo.
Me incorporó sin sutilezas y me quitó el jersey y la camiseta. Volvió a empujarme sobre la cama y se lanzó de nuevo sobre mí. Sus labios recorrían mi cuello, sus dedos mis cabellos, mis brazos, deslizó los dedos por los brazaletes de cuero arañándolos con las uñas, mi espalda, mis hombros… Shania se incorporó de golpe. Su respiración continuaba entrecortada. Había apartado sus manos. Las mantenía en alto, como si alguien le hubiera mandado levantarlas mientras la encañonaba con un arma. Volvió a llevar su mano hacia mí, temblando, muy despacio, como si esperase recibir una descarga eléctrica en cuanto tocase mi piel. Pasó sus dedos por mi hombro. Se detuvo en una cicatriz con una forma muy singular.
Shania se levantó y se alejó un paso de la cama. Sus pechos temblaban más por el temor que la había invadido que por el frío que pudiese sentir. Se dirigió a la ventana. Corrió las cortinas y levantó la persiana. La luz del plomizo día se coló en la habitación.
Yo me había sentado en la cama. Shania regresó sin tener en cuenta que seguía medio desnuda. Se sentó a mi lado. Llevó los dedos a la cicatriz que la bala que mi hermano me disparó había dejado en mi cuerpo. Sin despegar los dedos fue recorriendo mi piel hasta alcanzar de nuevo esa cicatriz. Otra vez sus dedos parecieron ser repelidos. Sus ojos estaban vidriosos, dos lágrimas a punto de brotar. Una vez más dirigió los dedos con temor hacia mí hombro. En esta ocasión me obligó a girarme.
—Dios, no. Por favor, por favor dime que ese mordisco te lo dio esa jodida perra, o el puto moro del otro lado de la puerta, o una zorra de las muchas que te habrás encontrado, dímelo, DÍMELO JODER…
—Shania…
—Joder, joder, joder, no puede ser, estarías muerto, si te hubiese mordido un zombi estarías muerto y no lo estás ¿Quién te mordió? ¿QUIÉN?
—Shania…
—Un momento, no te estaba protegiendo a ti, la perra, no te protegía a ti…
—No, era a ti a quién protegía, evitaba que te infectases.
—¿Qué me infectase? ¿De qué hablas? Dios, me va a estallar la cabeza ¿Por qué me iba a infectar? —Se había puesto en pie y caminaba deprisa de un lado a otro de la habitación medio desnuda— te han mordido pero no estás infectado. Tu hermano, fue tu hermano, le encontraste y le quitaste la vacuna que se llevó ¿Fue así?
—Sí, estoy infectado, y no, esa vacuna no servía.
Shania continuaba de un lado para otro de la habitación. La sujeté y le coloqué mi jersey, ni siquiera pareció darse cuenta.
—Si estás infectado… pero no te has… eres como… eres como Ambros… Dios, no. Necesito un trago.
Abrió la ventana. El aire gélido se coló por la habitación. Entró un cubo metálico que descansaba en la cornisa y lo colocó sobre la mesa. Tomó un cuchillo y lo usó de picahielos. Llenó un vaso y se sirvió una generosa ración de whisky. Lo movió un par de veces y se lo acabó de un trago.
—Necesito más.
Se llenó otro vaso. Me levanté y cerré la ventana que continuaba abierta. Intenté que dejase el vaso en la mesa pero no fui capaz.
—¿Quién coño te mordió? Cuéntamelo todo desde el principio, total, ya no podemos joder.
Se sentó a horcajadas en una silla frente a la cama.
—¿Por dónde quieres que empiece?
—Por el principio joder.
—Entonces creo que yo también necesito una copa.
—Pues póntela.
Me llené otro vaso y me senté en la cama, apoyando la espalda contra el cabezal.
—Al poco de despertar —comencé— después de que me hubiese disparado mi hermano yo… yo ya recordaba todo mi pasado. No sé la razón, le he dado muchas vueltas pero no he logrado entender el motivo de recuperar la memoria por completo en ese momento precisamente. Puede que fuese la falta de sangre, el hecho traumático de estar al borde de la muerte, no lo sé…
—Y no dijiste nada cabrón.
Obvié la interrupción de Shania.
—Le pedí a Amos que me consiguiese un vehículo, me preparó una moto, armas, algunos víveres y un dron.
—A Amos, un tipo que te odia, que ha estado a punto de hacer que murieses hoy, que iba a impedir la entrada de toda esa gente.
—Entiendo a Amos, sus razones.
—¿Por qué no a mí? ¿Por qué no me lo dijiste a mí? Puede que al principio me hubiese negado pero te habría acompañado, lo sabes.
Las lágrimas inundaban sus ojos, se secó con la manga del jersey y se terminó el poco whisky que le quedaba.
—Por eso precisamente no os lo dije a ninguno. Cuando recordé mi pasado, quién había sido, lo que había hecho… solo sentí vergüenza. Mi hermano y yo éramos iguales, dos almas gemelas, dos cuerpos idénticos. Los hermanos perfectos. Soy tan culpable como él de lo que ocurrió, probablemente más. No solo pertenecíamos a la Organización que planeaba acabar con la Civilización, esclavizar a la Humanidad, sino que somos los autores materiales de ello. Te he dicho que yo era peor que mi hermano y es cierto, fui yo el que, cuando todo se desmoronaba, urdí ese plan para evitarlo. Fui yo el que ordenó que borrasen mi memoria, yo tracé todo el plan. Tan solo el destino y la casualidad de que alguien en el CNI me descubriese evitaron que lo lograse; al menos eso creía entonces.
—Ya no eres así —Shania había pasado por alto mis últimas palabras.
—Claro que sí, claro que lo soy, incluso peor. Cada día tengo que luchar contra mí mismo. Ya no tengo lado oscuro, la oscuridad me rodea por completo. Además, era peligroso. Mi hermano siempre me había superado, en ese momento era consciente, y yo estaba herido. Era mejor ir solo, me daba lo mismo morir, solo quería matarlo, pero no podía permitir que vosotros sufrieseis daño.
—¿Por qué perseguirlo? Podías simplemente haber dejado que se largase.
—Sabes que eso no era posible. Evan suponía un peligro para todos, para este lugar, para el futuro. Sabía que sus amenazas no eran bravatas, nunca lo fueron.
Shania se dirigió a la mesa y se llenó un nuevo vaso.
—Tal vez deberías dejar de beber…
—Que te jodan, sigue ¿Cómo sabías dónde encontrar a tu hermano? Removí todo Roma y no fui capaz de dar con vosotros.
—Como te he dicho, cuando desperté lo recordaba todo, todo absolutamente ¿Recuerdas la habitación del Hotel Palatino? —Shania no se molestó en asentir— él tenía otra, otra habitación preparada igual que la mía. Armas, víveres, munición, todo.
—¿Y dónde estaba?
—Hotel Palazzo Manfredi. Está cerca del Coliseo —aclaré— fui directo allí. La moto me permitió una gran movilidad. Cuando llegué la zona estaba despejada, apenas había zombis en los alrededores. Tampoco en el Hotel. Sabía la habitación que era, fui directo.
—¿Cómo entraste? Por lo que recuerdo hacía falta una clave y un escáner de iris. Por lo que sé de gemelos idénticos, el iris es algo que no compartís.
—No hizo falta. La puerta estaba abierta.
—No lo entiendo.
—Recuerda lo que nos pasó a nosotros, el generador se paró. A nosotros nos ocurrió en menos de veinticuatro horas…
—El oxígeno.
—Sí. A él le duró algo más de una semana.
—Nosotros éramos más.
—Exacto. Cuando llegué, la habitación estaba vacía.
—Ya, y como estáis conectados —se llevó un dedo a la sien en un gesto de burla— te transmitió su posición.
—Fue algo más pedestre. Había una nota, manuscrita. Al leer esos trazos afloraron más recuerdos, de nuestra infancia, de un centro de acogida a otro. Enseñándonos a escribir mutuamente, a leer…
—¿Te vas a poner sentimental? ¿Con Evan?
Ignoré sus palabras y continué.
—Junto a esa nota había un mapa.
—¿A qué lugar correspondía?
—Se trataba de una nave dentro de un complejo industrial, a las afueras de Roma. Una empresa de materiales de construcción. No tardé demasiado en llegar. Todo el complejo estaba circundado por una valla suficientemente alta y robusta para impedir el acceso de los zombis.
—Así que fue coser y cantar.
—No exactamente, para nada de hecho. El vallado se encontraba derribado en varios puntos. El lugar había sido asaltado. Todo el recinto estaba atestado de zombis. El sitio era el correcto. Dentro había varias naves que podían albergar un helicóptero de combate. Una vez en ese punto las ayudas terminaban.
El sonido del motor de la motocicleta atrajo enseguida la atención de los zombis. Apenas tuve tiempo para estudiar el entorno. Los muertos se acercaban con rapidez.
—Para eso te llevaste el dron.
—Sí. Lo activé y conecté los ultrasonidos. El resultado no fue el óptimo pero me permitió alcanzar el primer edificio. En él se hallaba un vehículo empotrado contra uno de los accesos. El impacto tenía que ser reciente, todavía había zombis atrapados entre la carrocería y la pared agitando sus miembros y gruñendo.
—Los zombis podrían permanecer así meses.
—Las manchas de sangre del suelo eran relativamente frescas, no hacía mucho que se había estrellado, tenía que haber sido Evan. A todo eso los zombis no habían reaccionado como esperaba. Si recogía el dron se me echarían encima y el acceso por el que pretendía entrar no inspiraba mucha seguridad. Además tampoco sabía lo que me iba a encontrar en el interior. Me despedí del dron y me colé dentro de la nave. Accedí a una especie de vestíbulo. Había varios zombis con disparos en la cabeza. Desenfundé y me dirigí a una de las dos puertas que daban al piso en el que me encontraba. Había unas escaleras pero decidí comprobar la planta superior después. En cuanto traspasé la puerta supe que había acertado.
—¿Por qué? —La voz de Shania denotó la tensión que comenzaba a sentir. Había dejado el vaso en la mesa y había entrado de nuevo en un estado de concentración absoluto.
—El recinto se hallaba iluminado. No se escuchaba ningún generador, así que supongo que se trataba de placas solares, el tejado de las naves no se veía desde el suelo así que podía ser eso perfectamente. Avancé entre dos filas de estanterías que llegaban hasta el techo…
—¿Me vas a contar todo paso a paso? Ve al grano —interrumpió Shania tensa.
—Creí que querías saber cómo me habían mordido.
—¿Fue ahí cuando te mordieron?
—No.
—Pues al grano, joder.
—Vale. Al final tuve que subir a la planta de arriba. Cuando me encontraba en las escaleras escuché toses —Shania se enderezó e instintivamente llevó al mano a la cadera— ascendí hasta el último escalón. Las toses se repitieron. Procedían del otro lado de la puerta contraincendios frente a la que me encontraba.
—¿Estaba ahí tu hermano? ¿Era Evan? —La tensión que reflejó su voz fue absoluta. El estado de concentración en el que se encontraba era total. Para Shania era como si se hallase en ese instante también a punto de cruzar conmigo.
—Tiré de la puerta y pasé al otro lado. El lugar parecía una suite de hotel. Suelo enmoquetado. Cuadros de diseño colgando de las paredes. Dos elegantes sofás de cuero blanco con menos polvo encima de lo que cabría esperar. Nada podía hacer sospechar que un lugar así pudiese estar en el interior de una nave de ese tipo. La empresa debía ser una tapadera. Enseguida lo vi.
Sin quererlo me vi transportado de nuevo a esa nave, a ese momento.
—Has tardado mucho.
Un fuerte ataque de tos asaltó a mi hermano. Se hallaba en el suelo, sobre una alfombra de gruesa lana de color claro, recostado contra uno de los sofás. En ese momento fui consciente de lo cargado del ambiente. El calor era sofocante y resultaba difícil respirar. En esa habitación olía a descomposición, a muerte. El sistema fotovoltaico no debía ser suficiente para mantener en funcionamiento los sistemas de refrigeración, o, tal vez, no funcionaban.
—¿Vas a dispararme?
Observé el rostro de mi hermano. Unos rasgos que conocía a la perfección. Sus cabellos estaban empapados, lo mismo que la ropa que vestía. Los capilares de sus ojos parecían a punto de reventar. Sus manos temblaban ligeramente. Sobre una de las mesas de grueso cristal descubrí una pistola con la corredera atrás. No había más armas a la vista.
—No.
Bajé la mía y recorrí toda la habitación. Sobre una de las paredes una enorme pantalla plana con un disparo de bala en el centro. A su derecha, disimulada en la pared, tras una copia, o no, de un Dalí, una caja fuerte abierta. Parecía vacía. En todas las paredes descansaban cuadros famosos que empezaba a sospechar que debían ser auténticos. Sobre la encimera de un mueble lateral había una cafetera que muy bien podría haber sido diseñada por Swaroski, en la parte de abajo una pequeña nevera perfectamente disimulada en el interior del mueble, abierta y vacía. Una vitrina con multitud de copas de todo tipo y un mueble bar perfectamente abastecido. El sitio, en otros tiempos debió estar atendido por personal dedicado a ello, lo recordaba de otros centros de la Organización. Pero ahora ya no quedaba más personal que los muertos.
—¿Tienes agua? No sabes la sed que siento.
El rostro de mi hermano estaba demacrado, su mirada vacía, suplicante. Dejé la mochila sobre la mesa y saqué una de las botellas que había incluido Amos. Me aproximé y se la tendí. Su mano hizo intención de dirigirse hacia ella, pude ver como intentaba moverla, dirigirla. Temblaba, ni siquiera podía dominar su propio brazo, la tensión y la impotencia se reflejaron ahora en su rostro. Me arrodillé a su lado, retiré el tapón y se la acerqué a la boca. Bebió con avidez, incapaz de controlar sus labios, parte del líquido se derramó.
—Lo siento, ahora ya no podrás beber de esa botella.
Hablaba en un susurro apenas audible.
—Este sitio no lo conocías, si has llegado hasta aquí es que has recordado. Lástima que haya sido tan tarde.
Su rostro se congestionó. Pareció ir a vomitar pero en el último momento logró evitarlo.
—Siento haberte disparado —señaló mi pecho con la mirada— la herida se te ha abierto.
Era cierto, palpé el vendaje, en el orificio delantero estaba empapado de sangre.
—Mientes. No recuerdo una sola vez en la que hayas demostrado arrepentimiento por algo.
Tras controlar una nueva arcada, una mueca que pretendía ser una sonrisa se diluyó en su rostro.
—Los dos sabemos que si hubiera querido mataros no estaríamos hablando ahora.
Era cierto. Desde el momento que me disparó supe que lo que pretendía era ganar tiempo. Si nos hubiese matado todos habrían salido en su busca. Se trató solo de una distracción que buscaba ganar tiempo.
—Si hubieran tardado un poco más la niña podría haber muerto.
—La niña, sí. Ahora que lo has recordado todo no me dirás que te importa lo más mínimo.
Le costaba hablar, carraspeaba intentando eliminar flemas de su garganta. Medité sobre lo que acababa de decir y no pude negar que una parte de mí sentía eso pero…
—Ya no soy así.
Evan no pudo reprimir una carcajada y acabó tosiendo y escupiendo bocanadas de sangre oscura.
—No me hagas reír, conseguirás que me desangre.
Observé sus ojos inyectados, me costó retirar la mirada.
—¿Qué te ha pasado? Sin duda estás infectado pero no tienes marcas de mordiscos.
—Bueno, supongo que, al final, el jodido moro se vengó.
Entonces lo comprendí, junto a su pierna estaba tirado el último autoinyectable que le arrebató a Sami.
—No le diste suficiente tiempo.
—No lo tenía, pretendías matarme recuerdas.
En su tono no había rencor, ni rastro de reproche.
—¿Sabes lo más gracioso? Ni siquiera habría necesitado inyectármelo, podría haberme abierto paso de otro modo pero… quería probarlo, quería ser el único ser humano inmune al puto virus zombi. Maté a Ambros, así que hubiera sido el único —ahora sí que consiguió armar una sonrisa.
—Matándole privaste a la Humanidad de la única forma que tenía de encontrar una cura.
—No te pongas dramático, nunca te pegó, además creí que querías ver muerto al griego —mis puños se cerraron hasta dejar blancos los nudillos— eso me parecía —intentó sonreír— tenías que haber visto la cara que puso cuando me vio entrar en la habitación; chillaba y gritaba pidiendo ayuda a Evan, el muy imbécil. Me hubiera gustado regalarle un final acorde a lo que se merecía, por ti hermano, por ti, pero tenía demasiada prisa. Cuando le dije que éramos hermanos, que yo era Evan, pareció entrar en cortocircuito. Bah, no pongas esa cara, te hice un favor, ellos no te habrían dejado matarlo —un nuevo ataque de tos finalizó con su alegato— ¿Puedes darme más agua?
Tras beber unos cuantos tragos más continuó con otra cosa, como si nada.
—¿No te parece que el destino es una mierda? Siempre lo fue para nosotros. Con que hubieses llegado solo tres o cuatro horas antes nada de esto habría pasado.
—Entonces estarías ya muerto porque te habría matado.
—No, que va, nunca podrías matarme lo mismo que yo no podría matarte a ti, no frente a frente.
No dije nada pero en mi interior supe que tenía razón.
—Yo solo quería que recordases, que todo volviese a ser como antes. Dos hermanos juntos, unidos, invencibles.
Rompió de nuevo a toser. Su pecho estaba cubierto de sangre. Al inspirar emitía silbidos apagados, sus pulmones debían estar encharcándose.
—Respóndeme a algo.
Ladeó su cabeza para poder observarme.
—Si hubiese disparado a la niña, Sandra, si la hubiese disparado, si hubiera reventado su cabeza… ¿Lo habríamos hecho, habríamos sido los amos, los reyes, los dioses de toda la Humanidad? ¿Lo habríamos sido?
Una mueca que parecía ser una sonrisa afloró en su rostro antes de tener que escupir una nueva bocanada de sangre. Esperé hasta que hubo dejado de toser.
—No joder, claro que no.
La risa sí que lo invadió en ese instante. De nuevo esperé a que terminase.
—Entonces para qué esa pantomima, para qué esa prueba.
—Sabía que no lo harías, sabía que no serías capaz de disparar. Además, Kool, Caronte, Shania, ellos no lo habrían permitido me habrían matado, no podrías haberlo impedido.
—Eso no lo sabes ¿Qué habrías hecho si hubiera matado a la niña? —Insistí.
—Eso, sencillamente no habría sido posible, ya no eras el mismo, es cierto, tú mismo lo has dicho antes, no sé cuándo ocurrió, cuándo cambiaste, pero lo hiciste. Tu naturaleza seguía siendo la misma pero yo ya te había perdido, ya no estabas conmigo.
De pronto las piernas no me sostenían, clavé mis rodillas en el suelo.
—Somos unos monstruos. Por nuestra culpa han muerto millones de personas, casi hemos acabado con toda la Humanidad. No merecemos vivir.
—No, te equivocas.
—Ayudamos a crear un virus mortal, lo dispersamos por todo el mundo.
De nuevo rompió a reír y a toser.
—¿Qué coño te hace tanta gracia?
—Nos utilizaron.
—¿Qué quieres decir?
—Está todo en esos documentos.
Señaló con la vista varios portafolios tirados por el suelo.
—Nunca fuimos hermanitas de la caridad pero no todo fue culpa nuestra. Nos engañó, nuestra “madre” nos engañó.
—¿De qué hablas?
—Nos hizo creer que éramos especiales, únicos. Era mentira. No éramos especiales, ni únicos y Earthus solo era un eslabón más dentro de la Organización.
—No entiendo nada.
—Está todo en esos documentos, luego puedes leerlos, todas las veces que quieras, yo lo he hecho, varis veces, no me lo creía. Pero ahora, ahora ya no me queda tiempo, eso ya da igual. Solo quiero disfrutar de este momento junto a mi hermano. Siempre bromeamos con la posibilidad de morir juntos. La mayoría de las cosas importantes las hicimos juntos. Nuestro primer polvo, nuestro primer muerto. Ya no será posible pero… hubiera estado bien, reconócelo.
Hubo de tomarse varios minutos, beber lo que quedaba de agua y realizar múltiples esfuerzos por no vomitar lo que acababa de ingerir.
—Siéntate a mi lado, por favor. Hablemos de nuestro pasado, de nuestra niñez antes de conocerla a ella, cuando éramos puros, inocentes, antes de que nos pervirtiese, de que nos convirtiese en lo que somos.
Me senté junto a él. Su cuerpo desprendía calor, la fiebre lo consumía. Hablamos de todo, recordamos los buenos y malos momentos. Hablamos de cosas de las que nunca nos habíamos atrevido a hablar. Reímos, lloramos, durante esos instantes solo éramos dos niños, dos hermanos gemelos a punto de separarse para siempre.
Me confesó que había valorado la posibilidad de suicidarse, seriamente, pero al final decidió no hacerlo, dijo que le atraía poderosamente la idea de saber si los zombis eran capaces de pensar, de sentir algo. Me pidió que le dejase transformarse ¿Te lo puedes creer? Me hizo prometerle que no le dispararía hasta que se hubiese transformado. Me dijo que si me guiñaba tres veces el ojo izquierdo era que podía pensar, ver, recordar.
Así estuvimos horas, abrazados, hablando, recordando, hasta que… me quedé dormido. Continuaba perdiendo sangre, estaba mental y físicamente agotado. Me dormí, me dormí abrazado a mi hermano.
Shania me observaba mientras escuchaba mi relato, estaba como en trance. Continué.
El intenso dolor que experimenté en el hombro me despertó. Logré apartar la boca de Evan de mí. Al instante sentí hervir la sangre, noté como las células del virus se dispersaban por mi torrente sanguíneo. Puede parecer una estupidez, pero lo sentí.
Me aparté de Evan. Empuñe la pistola y apunté. Mi hermano logró levantarse. Antes no podía ni moverse y con un trozo minúsculo de cerebro había sido capaz de incorporarse. Retrocedí evitando que me alcanzase. No podía apartar la mirada de sus ojos. Esperaba ver tres guiños pero su rostro era una auténtica máscara de odio. Los capilares de sus ojos estaban reventados, parecía llorar sangre. Dimos varias vueltas alrededor de los sillones, de la mesa. Su boca se abría, sus ojos apenas parpadeaban, sus manos intentaban alcanzarme, sus gruñidos se clavaban en mi cerebro. No vi ningún guiño, ninguno. Tras varios minutos llorando alrededor de mi hermano le reduje, le inmovilicé sobre una silla. No era capaz de dispararle. Recordé nuestro deseo de morir juntos. Al final sería así; juntos en la Eternidad.
Tuve la impresión de que el tiempo transcurría más lento. De verdad creo que pude sentir como el virus colonizaba mi organismo. En un momento me encontraba agotado y al instante siguiente me hallaba completamente excitado. La temperatura de mi cuerpo era elevadísima, no paraba de sudar. No quería seguir observando a mi hermano, escuchar sus gruñidos. Necesitaba mantener mi mente ocupada en algo mientras pudiese. Me dirigí a la mesa y cogí un dossier. Según iba leyendo comprendía la importancia de lo que contenían esos documentos.
Me bebí hasta la última gota de agua que encontré. Llegó un momento en que me era imposible concentrarme. Me oriné encima. No controlaba mi cuerpo. Cogí la pistola y metí el cañón en la boca. El metal estaba frío, fue un instante agradable. Evan seguía gruñendo y gritando. Presté atención a ver si lograba entender algo. Nada. No sabía el tiempo que había transcurrido. Ya estaba harto, quería acabar con todo pero no tenía agallas para apretar el disparador. Dejé caer el arma y caminé hasta mi hermano, de repente parecía más calmado. Decidí que debíamos estar juntos, juntos para toda la Eternidad. Le desaté y… no me atacó, me… me ignoró. La cabeza me ardía, todo el cuerpo me dolía. Esperé seguro de que tarde o temprano se lanzaría sobre mí pero… no fue así, o tal vez sí, puede que estuviese viviendo una alucinación continua. De pronto me faltaba aire. Necesitaba respirar. Salí de esa habitación, me volví para ver como Evan me seguía. Fue la última vez que vi a mi hermano o lo que quiera que fuera eso ya.
Salí a la calle. Era de noche, avancé un par de pasos e inspiré. Recuerdo que tuve la impresión de que mis pulmones iban a reventar, fue como si se resquebrajasen. Los ojos me dolían, los cerré. Esperé que los zombis reparasen en mí y se lanzasen todos a una. Pero no pasó. Era invisible para ellos.
—Eso es imposible.
La interrupción de Shania me sacó de esa especie de trance en el que había caído. Realmente mi cerebro estaba reviviendo ese instante, en realidad no había sido la primera vez que eso me ocurría. En ese momento volví a ser consciente de dónde me encontraba. Sentí el frío del ambiente, el desconcierto y el resentimiento de Shania.
—¿Por qué no te atacaron los zombis? No es posible.
—Le he dado muchas vueltas, he tenido mucho tiempo para pensar sobre ello…
—¿Y me lo vas a contar o vas a seguir dando rodeos?
Shania seguía dolida. No podía culparla. Yo mismo me había sentido así conmigo mismo durante mucho tiempo.
—Tuvo que ser por el virus. Mi cuerpo estaba siendo infectado, de hecho creo que me llegué a sentir como un zombi más.
—No digas gilipolleces.
—No he logrado encontrar otra explicación. Además, no me ha vuelto a ocurrir.
—Tampoco te han vuelto a morder.
—Te equivocas.
Shania me rodeó en busca de más marcas de dientes.
Bajo su escéptica mirada giré mi brazo izquierdo, desaté lentamente el brazalete de cuero, el mismo que había mostrado antes a Amos. Cuando lo retiré por completo quedó a la vista la profunda marca de unos dientes.
—Joder ¿Quién coño te hizo eso?
Pasó la yema de los dedos con suavidad por la cicatriz.
—No creo que te guste saberlo. Durante mi vida he hecho cosas terribles, algunas de ellas las realicé junto a ti, pero en estos meses… y no es que sienta remordimientos, de hecho puede que sea ese el motivo; que no siento nada.
—Deja que sea yo la que lo juzgue, además, como el sexo ya no es una opción, de alguna forma tendremos que matar el tiempo. Porque tú sabes que no lo es, no se trata solo de lo que diga esa perra.
—Curiosamente las dos historias están relacionadas.
—Bien —volvió a poner hielo en el vaso y lo llenó de nuevo de licor.
—Creo que yo también necesitaré otro trago.
—Pues sírvetelo tú.
—Caminé entre los zombis, les empujé, les golpeé, atravesé la cabeza de algunos pero nada, me ignoraban. Logré fijar mi atención en la nave contigua. Conseguí alcanzarla. La altura de esta era mayor. Me acerqué a la puerta peatonal pensando que estaría cerrada pero no lo estaba, la abrí con solo girar el picaporte. El interior estaba oscuro. Tanteé por las paredes en busca de algún interruptor. Cerca de la puerta di con un cuadro de luces. Esa nave también debía estar conectada porque las luces se hicieron enseguida. Tuve que cerrar los ojos durante varios minutos, era como si la luz me abrasase la retina. Cuando me fui acostumbrando descubrí un flamante Apache. Mi hermano no había mentido. Disponía de un helicóptero de combate… pero su estado era lamentable. Los equipos de radio habían desaparecido. Parte de la electrónica estaba arrancada. Me senté a los mandos. No esperaba hacerlo funcionar pero el aparato se inició sin problemas, más allá de que el indicador del depósito no funcionaba.
Me hallaba sentado a los mandos de un Apache en una nave cerrada ignorando la cantidad de combustible que contenían sus depósitos.
Inicié el sistema de armas y disparé. La pared frontal de la nave desapareció. Saqué el aparato de ese hangar y me elevé.
Me dolía la cabeza, me encontraba mareado y la temperatura de mi cuerpo debía ser mayor que la del motor del helicóptero. No esperaba salir con vida de ese viaje así que me dejé llevar.
Un par de horas después, o menos, no lo sé, los sistemas de aviso comenzaron a emitir pitidos insoportables. Solo fui capaz de evitar el impacto directo. El Apache se precipitó sobre la orilla de una playa. Las palas se partieron al entrar en contacto con el suelo. El aparato quedó parcialmente hundido cerca de la arena. Perdí el sentido pensando que ya no despertaría jamás, no como humano al menos.
Tiempo más tarde, unos sonidos me despertaron. No podía moverme, no veía nada y el hedor que respiraba era vomitivo, una mezcla de carne podrida, sangre coagulada orina y heces. Te juro que pensé que ahora sí, ya era un zombi, creí que ese olor lo despedía yo.
No supe cuánto tiempo transcurrió pero de repente la luz entró en la habitación en la que me encontraba. Tres mujeres me rodearon. Cuando la vista se acostumbró a la situación conseguí distinguirlas. Eran musulmanas, ninguna pasaría de los cuarenta años, de hecho la más joven no llegaría a los veinte. Se movían a mí alrededor portando largos y afilados cuchillos. Hablaban entre ellas en un dialecto que no dominaba. Solo lograba entender palabras aisladas. Las tres se cubrían la nariz, en un primer momento pensé que se trataba de un tema religioso pero lo cierto era que el hedor que se respiraba era insoportable.
Aproximaron los cuchillos, pensé que se disponían a atravesar la cabeza del zombi pero no. Entre las tres comenzaron a cortar mi ropa. Entonces reparé en que me encontraba atado. Tumbado en una mesa de madera. Manos y pies sujetos con cuerdas. Mi cabeza estaba despejada. Seguía vivo. Por la razón que fuese no me había convertido en un puto zombi.
Una de las mujeres me lanzó el agua de un cubo. Me habían desnudado por completo y… me estaban lavando.
—No jodas que querían convertirte en su esclavo sexual.
—No, se trataba de algo más racional, más físico aún. Las mujeres, mientras frotaban mi cuerpo con un paño, hablaban entre ellas. No entendí toda la conversación pero algo de lo que dijeron me sobresaltó.
Cuando me encontraron pensaron que estaba infectado. Me llevaron a su casa y me ataron a esa mesa. Cuando pasó un tiempo prudencial se convencieron de que no lo estaba. En cualquier caso debieron creer que era solo un moribundo, me habían encontrado inconsciente, débil, casi desangrado. Ni siquiera sujetaron bien las ligaduras.
Antes de que se diesen cuenta me había incorporado, les había arrebatado los cuchillos y las había atado a la misma mesa en la que momentos antes me encontraba tumbado. Hablaban y gritaban entre ellas. No les prestaba atención. No podía dejar de pensar que seguía vivo. No era un zombi ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Evan me había mordido? Llevé la vista a mi reloj pero había desaparecido. Les pregunté qué día era, las mujeres no contestaron, se sorprendieron de que hablase árabe aunque no fuese su mismo dialecto. Al fondo de la habitación había unas cortinas ensangrentadas, las corrí y… no pude evitar vomitar la bilis que había podido generar. Sobre la mesa, desperdigados, hallé miembros amputados, dedos y manos podridas mezcladas con multitud de objetos, relojes, bolígrafos, pulseras, gafas. Localicé mi reloj y consulté la fecha: eran las 6 de la tarde del domingo 2 de octubre. Habían pasado casi cuarenta y ocho horas desde que Evan me había mordido.
Volví junto a las mujeres y estudié el lugar en el que me encontraba. El suelo estaba cubierto de sangre y restos… humanos. En ese momento comprendí la conversación completa que las mujeres habían mantenido mientras me lavaban; iban a comerme, eran tres caníbales, me había salvado solo porque mi aspecto era tan penoso que pensaron que tal vez estaba infectado. Me mantuvieron con vida hasta que se cercioraron de que no era un zombi.
No era capaz de pensar. Creí estar infectado y que los zombis me matarían pero no fue así, luego me subí a un helicóptero sin importarme lo que pasara pero tampoco morí. En ese momento estaba en una habitación maloliente con tres mujeres que minutos antes se disponían a abrirme en canal para luego cocinarme.
Solo conseguí armar una explicación plausible. Era como Ambros, inmune. Por alguna razón el virus zombi no me había afectado, no me había transformado. Me enfurecí. Me había convertido en Ambros, un ser al que odiaba. Le había matado mi hermano pero si él no lo hubiese hecho lo habría hecho yo. Recordé la mirada de Laura y… y recordé como su cuerpo se había ido deteriorando, pudriendo de dentro afuera. Y ahora yo era así también. También infectaría a una mujer si… entonces pensé en ti, en la única mujer que me importaba. Solo tenía una forma de averiguarlo, de asegurarme. Arranqué la ropa de la más mayor, yo seguía desnudo, y…
—La violaste.
—Sí, la violé. Lo hice, la volví a atar alejada de las otras dos y esperé. Las mujeres no entendían nada. Pensaban que solamente quería violarlas para luego matarlas; ojala hubiera sido así. Esperé, sentado, desnudo, frente a ellas, observando. Hablaban y suplicaban que las dejase ir o que hiciera lo que quisiese con ellas pero que no las matase. No les dije nada. Solo esperé. Los efectos de mi semen en su interior no tardaron en mostrar los primeros efectos. Las venas de su cuerpo comenzaron a coger relieve. Su piel se tornaba gris por momentos. La mujer se retorcía de dolor.
—Basta, por favor —interrumpió Shania.
—Antes de siete horas ya se había transformado. El terror que reflejaron los rostros de las otras dos mujeres era infinito. No entendieron lo que pasaba. Yo sí. Pero no podía ser, debía tratarse de un error, de una casualidad, la mujer podía haberse infectado sin saberlo de alguna otra forma.
Desnudé a otra de las mujeres y la violé también bajo la mirada horrorizada de la menor y entre los gruñidos de la mayor. Ella tardó algo más en transformarse.
La última mujer me observaba horrorizada, como si estuviese ante el mismo demonio. Yo era incapaz de pensar. Era inmune pero podía matar si… tenía que comprobarlo, tenía que asegurarme. Bajo la enloquecida mirada de la mujer aproximé el brazo a la boca de una de las zombis. Dejé que me mordiese y me senté a esperar. Después de más de diez horas en las que había vuelto a pasar por las mismas fases que en la nave cuando me mordió mi hermano, aunque de una manera más suave, como te he dicho antes, distinta. La mujer transformada no dejó de mostrar interés en hincarme el diente y en esta ocasión no llegué a sentirme como un zombi, entonces me convencí: era inmune pero tenía la mortal capacidad de infectar a los demás. Me dirigí hacia la tercera mujer. Cuando me disponía a desatarla me di cuenta de que había muerto. Pensar que se iba a encontrar en una habitación con un zombi recién transformado había sido demasiado para su corazón.
Necesitaba respirar. En todo ese tiempo no había salido de esa hedionda habitación. Abrí y salí al exterior. El aire limpio y la brisa del mar llegaron a mí con claridad. Escuché tarde los gruñidos. Cuando me di cuenta, un enorme perro negro me había derribado y gruñía frente a mi cara.
—Mazikeen —adivinó Shania.
—Ni siquiera intenté defenderme. La perra me olisqueó todo el cuerpo. Se detuvo tiempo en cada uno de los mordiscos. Cuando se convenció de que yo no era un zombi se apartó de mí. En ese momento reparé en la herida que me había causado el disparo de Evan. Cuando llegué a la nave se había abierto y sangraba sin parar. En ese momento estaba limpia y perfectamente cicatrizada.
—Puede que las mujeres…
—No, ellas no tuvieron nada que ver con eso, créeme. La perra comenzó a gruñir y ladrar. Había descubierto a las zombis. Se lanzó al interior de la casa y acabó con ellas. Les arrancó la tráquea y se la comió.
Tras buscar algo de ropa y agua partí de ese sitio, ni siquiera cogí algún arma. Todo me daba igual.
—¿Y la perra?
—Después de darse el festín desapareció. Esa misma tarde, a punto ya de anochecer escuché ruidos tras de mí. Al poco apareció ella meneando la cola, con la cabeza gacha y el hocico ensangrentado. Desde ese día me siguió a todas partes. A menudo desaparecía, lo mismo estaba varios días sin verla pero al final regresaba, siempre del mismo modo: meneando la cola, con la cabeza gacha y el hocico ensangrentado.
Shania me observaba extasiada, con el vaso vacío en la mano. Reaccionó y lo dejó sobre la mesa.
—Creo que será mejor que no siga bebiendo o tal vez no sea capaz de diferenciar lo que es real de lo que no.
Cogí el abrigo y me lo eché por encima, me estaba quedando frío.
—¿Y luego? ¿Cómo encontraste a toda esa gente, al árabe ese sin rostro?
—Es una larga historia.
—Como te he dicho antes no tenemos nada mejor que hacer.
—Como quieras —me serví otro vaso de whisky y continué— en un principio ni siquiera sabía dónde me encontraba. Más tarde descubrí que estaba en África, en Túnez. Me seguía dando todo igual, solo esperaba encontrar la muerte más pronto que tarde.
Los días pasaban. Yo me adentraba en el continente. Mazikeen me seguía. Como te he dicho podía desaparecer durante horas pero siempre regresaba, unas veces saciada de comer zombis y otras con presas vivas…
—¿Cazaba hombres?
—¿Hombres? No, ratas, gatos, incluso perros. Los traía para mí. Ella no los probaba. Si no hubiese sido por esa perra habría muerto de hambre.
En invierno, en enero creo, me encontraba en la falda del Tahat. Es una de las cotas más altas de Argelia. Había nevado. Era noche cerrada. Hacía mucho frío. Mazikeen llevaba desaparecida varias horas. Me refugié en una casa abandonada, bueno, hoy en día todo está abandonado. Estaba casi cubierta de nieve. En el interior hacía más frío que fuera. Encendí fuego usando puertas y los pocos muebles que había y me tumbé junto a la hoguera. No tenía comida, tampoco armas. La única iluminación procedía de la hoguera que había preparado. La habitación fue cogiendo temperatura. No tardaron en aparecer un par de zombis junto a la ventana. La nieve les llegaba por encima de las rodillas. Me acomodé junto a la hoguera y me quedé dormido con sus gruñidos de fondo.
Algo hizo que me despertase, un roce, un golpe fuera de lugar. Había dejado la ventana de una de las habitaciones abierta por si regresaba Mazikeen. No tuve tiempo de incorporarme. Alguien se me echó encima. Logré apartar el cuchillo de mi cuello pero no que se hundiese en mi pierna. La hoja se quedó clavada en mi muslo. Reaccioné levantando al hombre que me había atacado, iba solo, nadie más entró tras él. Pesaba sorprendentemente poco. Lo volteé y lo lancé por la ventana. El estruendo de cristales rotos se debió de oír en la cima del Tahat.
Cuando alcancé la ventana mi atacante se enfrentaba con los dos zombis. Había conseguido inmovilizar a uno de ellos. Con un preciso movimiento apartó la boca de él y partió su cuello. Se movió bien, con eficacia, pero su extenuación le hacía demasiado lento, incluso más que los zombis. El segundo muerto se abalanzó sobre él, clavó sus dientes en la cara. El grito que emitió fue desgarrador. Yo asistía a la pelea desde la ventana. Supongo que habría podido ayudarle pero, qué coño, había intentado matarme, tenía su merecido.
Se ve que Mazikeen no pensaba igual que yo. Apareció gruñendo de la nada. Saltó sobre el zombi y lo derribó hacia atrás.
Ahí no acabó todo. La perra se lanzó sobre el hombre, sobre su rostro. Mordió y arrancó hasta que el tipo perdió el conocimiento por el dolor y por el horror de lo que le esperaba. Le había infectado un zombi y luego un enorme perro le iba a devorar.
El otro zombi se incorporó. Extraje el cuchillo de mi pierna y se lo lancé a la cabeza. La perra continuaba sobre el hombre, gruñendo, arrancando carne. Hasta ese momento la había visto enfrentarse a multitud de zombis, matarlos, arrancarles miembros para luego alimentarse, ese animal tiene un instinto especial, sabe cuándo una persona está infectada, es como Diego. Lo que nunca ha hecho es acabar con la vida de ningún hombre sano, nunca.
Mazikeen dejó de morder, se apartó y se sentó junto al cuerpo, vigilante, entonces se volvió a la ventana y me miró, su hocico goteaba sangre. La nieve bajo ella se tornaba rosácea. El hombre seguía vivo. Su cara era una máscara de sangre pero respiraba. Su pecho se movía lentamente. El animal permaneció ahí hasta que salí y entré el cuerpo. No entendía qué pretendía la perra, al hombre le había mordido un zombi, en el rostro, demasiado cerca del cerebro, por fuerza tenía que estar infectado.
Limpié la herida del tipo. Ya te imaginarás que se trataba de Yuba. No creerías como tenía la cara. Ahora hasta parece guapo. Más tarde comprendí lo que había hecho la perra. No había atacado a Yuba…
—Le había arrancado la carne infectada —interrumpió Shania.
—Exacto. Mientras yo limpiaba como podía las heridas de Yuba la perra desapareció y regresó al poco con un daman entre las fauces. Es una especie de conejo de indias raro. Es autóctono de la zona.
Mientras esperaba acontecimientos preparé el alimento. No albergaba esperanzas de que sobreviviese. Lo vigilé durante más de diez horas sin perderlo de vista. La maldita perra roncaba a su lado, cuerpo con cuerpo, confiada y segura, proporcionándole el calor que necesitaba. No se transformó. Cuando despertó lloró, no le he visto volver a hacerlo. No entendía que el tipo al que había intentado matar le hubiese salvado, le estuviese curando y le ofreciese algo de bebida y, sobre todo, no comprendía cómo continuaba con vida después de haber sido mordido en el rostro por un zombi.
Los días pasaron y se fue recuperando. Había perdido parte de la nariz, los labios, trozos de pómulo, creo que también se hallaba afectada su tráquea y las cuerdas vocales, pero sobrevivió. Tenía una antigua herida de arma blanca en el abdomen, seguía vivo de milagro.
Cuando estuvo bien para caminar se plantó frente a mí, hincó una rodilla en el suelo y me juró que consagraría su vida a proteger la mía. No ha faltado a su palabra desde entonces.
El whisky de mi vaso hacía rato que se había acabado. Bebí el agua derretida y lo dejé sobre la mesa. Shania giró la vista hacia la puerta.
—¿Estará ahora ahí fuera?
—Seguro, nunca se aleja demasiado de mí.
—¿Y los tuaregs?
—Bueno, Yuba también es tuareg. De la tribu de Ayyer. Durante una de las partidas de caza se vieron acosados por una horda de zombis. Solo quedó él. Más tarde se encontró con unos asesinos, fue entonces cuando le hirieron en el abdomen.
Él me llevó hasta Ayyer. Cuando llegamos a su campamento estaban siendo atacados por… qué más da, por gentuza, ladrones. Digamos que nuestra ayuda no les vino mal. Me aceptaron sin reservas. Me trataron como uno más desde el principio. Esa gente es excepcional. Supervivientes y honorables. Hablamos mucho. Su pueblo iba muriendo, de hambre y víctima de los ataques de los zombis cuando no de saqueadores y ladrones. Una noche me habló de una mujer de ojos verdes a la que había dejado escapar hacia Italia. Supe que hablaba de Caronte. Esa misma noche planifiqué todo. Me costó mucho convencerlo pero al final lo conseguí. Viajaríamos al Vaticano al bastión del cristianismo. Durante la travesía fuimos recogiendo gente, cada vez éramos más, tuaregs, occidentales, daba igual. Había muchas familias, mujeres, niños, ancianos. Te sorprendería saber la cantidad de gente que malvive todavía por ahí.
Necesitábamos una forma de transportarlos, el invierno se echaba encima. Recordé una conversación con Roberto sobre Aldo, su profesión antes del apocalipsis. No me costó convencerlo tanto como a Ayyer. El resto ya lo sabes. Has visto a esa gente.
Shania se limpió una lágrima rebelde con el dorso de la mano.
—¿Y ahora?
—Me gustaría asearme. Luego tengo que hablar con Sami y el resto de médicos.
—Ellos saben que tú… que tú…
—Ayyer, también Aldo, Andreas, es otro médico, y Roberto. Por supuesto Yuba.
Shania rompió a llorar y se abrazó a mí. Cuando se calmó un poco la aparté con suavidad.
—Necesito asearme, y tú necesitas procesar lo que acabo de contarte.
La dejé sentada en la cama y yo pasé al baño. De los grifos salía agua, fría, muy fría, pero era una bendición. Me desnudé y me comencé a asear. La puerta se abrió poco después.
—Dios, fíjate en tu cuerpo. Tienes cicatrices por todas partes. Cicatrices que no tenías.
—La vida ahí fuera es peligrosa, sobre todo si no tienes interés en conservarla.
—¿Aún quieres suicidarte?
—No. Vivo mi condena. Es así desde que encontré a Ayyer y su pueblo.
Tras asearme salimos en busca de Sami. En efecto Yuba y Mazikeen continuaban frente a la puerta. El tuareg se incorporó con rapidez y bajó la mirada. Shania se situó frente a él y le obligó a levantar el rostro y depositó un delicado beso en sus labios arrancados. El tuareg se estremeció. Luego se arrodilló frente a la perra. Colocó la frente sobre la del perro y besó también su hocico. Mazikeen se tumbó patas arriba sumisa y agradecida.
Cuando encontramos a Sami ya había sido puesto en antecedentes por Roberto y Andreas. También se hallaban Armand y Francesca en el laboratorio.
—Es asombroso ¿Cómo es posible? Tiene que haber una explicación ¿Por qué tú? ¿Y dices que no usaste el suero que obtuve a partir de la sangre de Ambros?
—Fue Evan quien lo usó —la sola mención del nombre de mi hermano hizo que un halo de inquietud, resentimiento o temor recorriese la estancia y sacudiese a los presentes que lo conocían— resultó infectado y murió.
—Y tú cómo… ¿Cómo te infectaste? ¿Cómo supiste que eras inmune?
Me revolví inquieto. Eso era algo que solo había contado a Shania.
—Eso… eso es indiferente. Lo relevante es que la primera vez que me mordieron…
—¿Primera vez? ¿Te han mordido más de una vez? ¿Dónde? ¿Puedo verlo?
Expulsé aire lentamente. Shania asintió.
—Bien. Os responderé a lo que crea que es importante y podréis ver las mordeduras y lo que necesitéis pero antes quiero comentaros dos cosas.
Todos se mostraron expectantes, incluso Shania.
—La primera son los efectos secundarios de mi… mi inmunidad…
—¿Efectos secundarios? ¿Qué efectos secundarios? —Sami era claramente el más entusiasmado con la posibilidad de encontrar algún tipo de cura.
—He tenido mucho tiempo para darle vueltas a esto. He llegado a la conclusión de que lo que provocó mi inmunidad… fue lo que me inyecté en Valencia…
—Pero eso no es posible, Shamar dividió la cura en dos, no…
—Escucha. Creo que no fue así. Creo que la cura era funcional, al menos para evitar la muerte ante una exposición al virus aunque luego… luego pases a ser portador del mismo.
—Espera. Si eso es cierto, si tienes razón y los dos compuestos eran el mismo —Shania parecía ser la primera en relacionar las implicaciones— Sandra…
—Sandra es portadora. Lo mismo que yo…
—¿Y puede infectar a…
—No. No es peligrosa… hasta que resulte infectada.
—Pero eso es horrible —Francesca estaba realmente afectada.
—Se salvará pero…
—¿Y la otra? —Armand me observaba con el ceño fruncido— has dicho que…
—La otra es… cuando partí de aquí… las heridas que me provocó mi hermano… se abrieron. Cuando me mordieron… prácticamente me había desangrado —todos escuchaban con atención— bueno, el caso es que… creo que fue el virus lo que hizo que sobreviviese, creo que, de alguna forma, fue lo que me salvó la vida.
La estancia se había quedado en completo silencio.
—Pero eso, eso no tiene sentido ¿No? —Intervino Roberto por primera vez también en inglés como habíamos hecho Sami y yo.
—En realidad, creo que sí que lo tiene —contradijo el árabe— si lo piensas el virus te mata, sí, pero luego es capaz de mantener con vida determinadas partes del cerebro, puede que, de alguna forma, sea capaz de acelerar la curación de determinadas heridas, tal vez incluso de algunas enfermedades. No me había parado a pensar en ello. Lo mejor es que te extraigamos muestras cuanto antes y comencemos a trabajar —Sami se mostraba entusiasmado.
Me alejé con Shania antes de dejar que Sami comenzase sus pruebas conmigo.
—Necesito que busques a Ayyer y a Aldo. Asegúrate que están tranquilos.
La vi alejarse algo extrañada.
—No querías que estuviese presente ¿Por qué?
Roberto me miraba fijamente. Ese hombre tenía una sensibilidad especial. Recordé la promesa que me hice cuando dejamos Cosenza. Si me lo volvía a encontrar le contaría cómo murió su esposa. Aún podía sentir el dolor que le causaron mis palabras, el sentimiento de culpa que le invadió. Le había costado mucho superarlo, pero lo había conseguido y ahora era una persona más fuerte, más segura.
—Es mejor así. Dejémoslo ahí.
Cuando terminaron las pruebas bajé al comedor con Armand. Esa Nochebuena no iba a resultar como habían estado planeando. Nuestra llegada había trastocado todo. Prepararon una cena especial, que tuvieron que compartir con la multitud de recién llegados.
Mientras caminaba entre las mesas podía sentir clavadas las miradas de odio y de temor de aquellos que habían conocido a mi hermano. Para ellos se trataba de la misma persona. Me senté en una mesa apartada junto a Shania, Jorge, Clémentine, el abuelo y Thais e Iván. Me presentaron a la pequeña Esperanza. Un cielo de niña que no dejaba de sonreír.
Una vez acabada la cena todos se fueron a intentar dormir tras los inesperados sucesos de esa jornada. Con el deseo de que Papá Noel les regalase un día más.
Había pasado la que antiguamente era la noche más mágica del año junto a Shania. La había escuchado llorar mientras me creía dormido.
A la mañana siguiente me levanté pronto. Shania dormía agotada tras pasar, seguramente, una de las peores noches de su vida. Dejé la habitación intentando hacer el menor ruido. En el pasillo dormitaba sobre unas mantas Yuba junto a Mazikeen.
—Yuba amigo, tienes que dejar de hacer esto y buscarte una cama.
El tuareg sonrió y se aprestó a seguirme. Nos dirigimos al laboratorio tras haber tomado algo en el comedor que ya empezaba a funcionar. Casi no había nadie, tan solo el personal que debía estar encargado de realizar los servicios de seguridad. El resto de la gente disfrutaba de un inesperado y extraño día de Navidad. Los niños no tardarían en levantarse y buscar algún regalo para ellos.
Sami, Armand y Roberto mostraban unas ojeras hasta los pies, no habían dormido apenas durante la noche.
—¿Ya son las ocho?
—Ocho y media —respondí.
—El tiempo ha pasado volando.
Me senté en la camilla para que me extrajeran más muestras.
—¿Seguro que no quieres reconsiderar tu decisión?
—No.
—¿Se lo has dicho a Shania?
—Aún no.
Sami asintió y comenzó los preparativos.
Cuando terminé en el laboratorio bajé de nuevo al comedor. Allí me encontré con Shania discutiendo acaloradamente con Amos. Se acordó de todos sus antepasados y se encaminó con paso decidido hacia mí
—Buenos días.
—Que te jodan. Vamos fuera —me agarró del brazo y me sacó a rastras.
Hizo que nos alejásemos más de cien metros. Todo el suelo estaba cubierto por más de dos palmos de nieve, no se distinguía el asfalto ni el jardín central que recordaba y hacía un frío que no tardaba en atravesar todas las capas de ropa que llevaba puestas.
—¿Es cierto?
La diplomacia continuaba siendo la asignatura pendiente de Shania, también la mía.
—Si te refieres a mi marcha: sí.
—Pero tú de qué coño vas. Desapareces durante más de un año sin dar señales de vida y cuando por fin te dignas a regresar, al día siguiente dices que te largas otra vez….
—Shania.
—¿Por qué? Explícamelo porque no lo entiendo.
—No me puedo quedar, fue una de las condiciones que puso Amos para que toda la gente que vino conmigo pudiese pasar.
—Que le den a Amos.
—No Shania, no puede ser. Hay mucha gente que apoya a Amos y además es mejor que sea así. Lo viste anoche durante la cena y lo has vuelto a ver ahora. La gente que conoció a mi hermano me teme y me odia. Es mejor que yo no esté aquí.
Shania entró en uno de esos silencios que tanto me crispaban en el pasado.
—¿Para qué has venido? ¿Por qué has vuelto?
Tomé aire y pisoteé la nieve alrededor de mis pies.
—Por tres razones. No podía permitir que Sandra pudiese llegar a infectar a un ser querido sin saberlo —tragué saliva, Shania no retiraba sus ojos de los míos— debía darle a Sami la posibilidad de hallar una cura a este puto virus —Shania no había pestañeado— el pueblo de Ayyer y toda la gente que hemos ido recogiendo durante el trayecto necesitaba un lugar seguro en el que vivir y el Vaticano necesitaba personas que lo puedan hacer más seguro, mejor.
—¿Y ya está? ¿Y yo? ¿Qué pasa conmigo?
Shania me empujaba con fuerza haciéndome retroceder con cada envite. Por fin me lanzó una patada al pecho y me derribó. Sin decir una sola palabra se colocó frente a mí en posición de combate.
—¿Recuerdas lo que te dije anoche?
—Dijiste muchas cosas. Levanta —yo seguía en el suelo, sobre la nieve.
Varias personas se detenían al ser testigos de la discusión pero se apresuraban en desaparecer al descubrir quiénes eran los protagonistas.
—Te conté lo que descubrí acerca de la Organización en la nave en la que encontré a mi hermano.
Shania pareció reaccionar, bajó los puños y se enderezó.
—¿De qué hablas? No recuerdo nada de eso.
—Es normal, te hallabas en shock.
—Vale, pues cuéntamelo ahora.
Me levanté sin estar seguro de no llevarme otro golpe.
—Earthus no era la Organización. Era solo un eslabón de la cadena, una de las puntas de una estrella de no sé cuántas puntas más —ahora había conseguido atraer su atención— por lo que logré entender de los escritos que me mostró Evan la Organización tenía algo así como delegaciones, no sé cuántas con exactitud, faltaba documentación o tampoco estudié toda la que encontré con tranquilidad. Earthus era la Delegación para el Sur de Europa y África, pero había más. Otra en Gran Bretaña, pero esa, si lo que el Capitán Weddell nos contó era cierto, no tendremos que preocuparnos por ella. Pero había más, en Norteamérica, en Sudamérica, en China, en Rusia y no eran las únicas. Si Earthus sobrevivió, es muy posible que otras Delegaciones lo hicieran también.
—¿Y qué más da? ¿Qué importancia puede tener eso ahora? ¿Y qué coño tiene eso que ver con que tú te largues?
—Mira Shania, lo que le dije a Amos es cierto. Ahí fuera hay multitud de grupos violentos. Gentuza que no tiene nada que perder, sin escrúpulos, sin principios, sin honor y lo que es peor, sin futuro. Estas situaciones, a largo plazo, sacan lo peor de las personas. En el trayecto hasta aquí Ayyer ha perdido a la mitad de sus hombres: la mitad Shania, todos en enfrentamientos con asesinos de ese tipo, gente que ha dejado salir lo peor que llevaba dentro. Pero ellos no son lo que más os tiene que preocupar. Si estoy en lo cierto y quedan más restos de la Organización no tardarán en encontraros.
—Pues mayor motivo para que permanezcas aquí y organices la seguridad y la defensa ¿Quién mejor que tú para hacerlo?
—Shania, esto no tiene defensa posible. Es infranqueable para los zombis pero no para gente como tú y como yo. Vivís dentro de unos muros, sí, pero unos muros que tienen cientos de años, hay lugares que solo están protegidos por verjas de hierro, otros son fachadas de edificios, edificios con ventanas, muchas ventanas. Cualquier grupo armado que quiera entrar lo conseguirá, lo sabes. Hasta ahora no os habéis tenido que enfrentar a ninguno pero, tarde o temprano, deberéis hacerlo. Imagina lo que pasará si vuestro enemigo es una unidad bien entrenada.
—Todos los argumentos que estás esgrimiendo no hacen sino reforzar la necesidad de que te quedes.
Shania continuaba enfadada, la nieve que seguía cayendo se iba depositando sobre su brillante pelo negro. Las aletas de su nariz se abrían y se cerraban. Sentí unos deseos irrefrenables de lanzarme sobre ella y besarla.
—No lo entiendes. Vuestra única defensa posible es que aumentéis el número de gente dispuesto a defender este lugar, debéis entrenarlos a todos. Es necesario encontrar a más supervivientes. Hoy en día el mayor activo es el ser humano. Las personas son los recursos más valiosos. Si no tenéis suficiente gente para defender este lugar lo acabaréis perdiendo.
Shania dio un paso atrás, se revolvió y lanzó una patada sobre la nieve.
—Todo esto que me acabas de contar ¿Se lo has dicho a Amos y a Kool?
—Ayyer, Kool, Caronte y Aldo están al corriente de todo. Amos no sabe nada de la posibilidad de que la Organización pueda seguir operativa.
Shania asintió lentamente, luego dio media vuelta y comenzó a alejarse.
—Shania —llamé.
—Ya has tomado tu decisión. Haz lo que creas que debes hacer.
Continuó caminando sin siquiera girar la cabeza.